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FRANCISCO PÉREZ MARICEVICH (+)
  MITOS INDÍGENAS DEL PARAGUAY, 2011 - Edición, compilación, traducción de FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH


MITOS INDÍGENAS DEL PARAGUAY, 2011 - Edición, compilación, traducción de FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH

MITOS INDÍGENAS DEL PARAGUAY

Edición, compilación, traducción de

FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH

Editorial EL LECTOR

Director editorial: PABLO LEÓN BURIÁN

Diseño gráfico: RAFAEL VILLALBA

Asunción – Paraguay

2011 (151 páginas)



PRESENTACIÓN


            Recoge este breve libro un conjunto restringido de textos míticos pertenecientes a la gran tradición tupí-guaraní y a la de la etnia nivaclé, incluida en la familia lingüística mataco-mataguayo.

            Los mitos pueden ser sometidos a distintas lecturas y a variados procedimientos de análisis, como es bien sabido. Etnólogos, historiadores de las religiones, científicos sociales, psicoanalistas, filósofos, teóricos de la literatura y aun teólogos, encuentran en ellos riquísima y casi inagotable materia para sus análisis y reflexiones. Ellos constituyen un código cuyos mensajes pueden ser decodificados conforme a pautas hermenéuticas vinculadas a los más diferentes y dispares contextos teórico-científicos o práctico-ideológicos. Los mitos, se sabe, expresan, y a la vez reflejan, organizan y legitiman la totalidad de la cultura de los grupos humanos, justificando las estructuras existentes. De alguna manera profunda y significativa ellos trazan, no solo la cosmovisión, sino la diacronía, simbólicamente configurada, de las sociedades humanas, cualquiera sea su grado de complejidad e integración culturales. El mito es, por encima de cualquier otra cosa, esencialmente un lenguaje, tan complejo, funcional y rico como el constituido por el de los signos articulados que caracteriza a la raza humana. Como este lenguaje verbal, el mito dispone de estructuras sistemáticas que se organizan en niveles interdependientes y cuya articulación funcional proporciona, a través del juego de los significantes, un acceso a sus estructuras de significado.

            Los estructuralistas, a partir, en especial, de Lévi-Strauss y los psicoanalistas, siguiendo sobre todo a Freud, han enriquecido con sus trabajos fascinantes nuestro conocimiento de estas "arcaicas" estructuras narrativas que un racionalismo estrecho había creído superado hace tiempo por el "progreso" de la civilización. Hoy sabemos, gracias a esos trabajos rigurosos, que el mito sigue acompañando, como una réplica algo críptica, el paso de la humanidad y sus sucesivas, paralelas y contrastantes configuraciones culturales. Sin escoger ninguna de las centenares de definiciones que se han propuesto del mito, retendremos sólo aquí -y dentro de las posibilidades muy generales que nos permite el carácter de esta "Presentación"- la índole esencial de lenguaje que tipifica al mito. Como tal, y sirviéndonos de la terminología chomskiana, el mito presenta dos dimensiones estructurales básicas: la estructura "de superficie" y la estructura "profunda". La primera es un código, formado por un conjunto de signos que se articulan conforme a una retórica rigurosa, basada en solidaridades, afinidades, semejanzas, diferencias y rechazos entre los mismos, permitiendo (o negando, según el caso) permutaciones, proximidades, remisiones correlativas en la red interior del conjunto, sin que este juego de alternancias, substituciones, repeticiones o cambios alteren substancialmente el contenido semántico (siempre un campo complejo y no un referente aislado) de la estructura profunda, que es donde se encuentra el mensaje del mito.

            Lévi-Strauss ha señalado, análogamente, en el mito sus caracteres de langue y parole (en términos de Saussure), de modo que ningún mito individual (=caso de habla, "parole") agota la "sustancia" del mito, sino que este se contiene en una construcción abstracta (=la lengua, "langue ") elaborada por el estudioso o un lector alerta. Esto quiere decir que, sí en una frase puede substituirse el léxico y aun mejorarse la sintaxis sin que esto afecte el sentido de la misma, en el mito pueden substituirse o permutarse personajes, objetos, acciones, etc., sin que el sentido del mito quede afectado, toda vez que los substituidos y los sustituyentes sean de igual signo (=valor y función). Las analogías con el lenguaje verbal van aún más lejos: cada ocurrencia el mito -los mitos particulares- son, como el "habla "sossuriana o la "actuación" chomskiana, abiertas y, como tal, sujetas a olvidos, elipsis, raptos, omisiones, confusiones, mezclas y cambios (por transformación, novedad o préstamos), mientras el mito como estructura, como la "langue" o la "language", son cerrados (el cambio la "cambia" en otra cosa: una lengua en otra distinta; un mito, en un poema, un tratado filosófico, un sistema religioso racionalizado, una utopía política, una ideología, o lo que fuere). Esto también -y todavía dentro de la perspectiva de Levi-Strauss- permite explicar la notable "fluidez" del mito, que tiene siempre sus fronteras imprecisas, y confluye fundiéndose a menudo el uno en el otro, sin que en su contexto rijan los principios de la lógica tal como la conocemos en el marco del racionalismo intelectualista o cientificista, lo que en modo alguno implica que el mito no disponga de su propia "lógica" o principio constructivo estructurante, que lo organiza precisamente como mito. Es decir: una 'historia' relatada (Lévi-Strauss).

            Las "historias " que se hallan recogidas en este libro son una porción muy pequeña del vasto conjunto de mitos que vive al margen de nuestra conciencia cultural, en el seno de diecisiete "sociedades etnográficas" en el territorio del Paraguay actual y en zonas circunvecinas. Algunos de estos mitos, como el de Kurupi, se han folklorizado en el interior de nuestra cultura popular mestiza, pero la mayor parte nos es por completo desconocida, y tan exótica, como cualquier mito africano o asiático. Diseñan un mundo y un contenido de conciencia que consideramos ajenos a los nuestros, pese a que sus portadores nos son espacialmente inmediatos y a pesar de que, acaso, a algunos los tratemos cotidianamente (aunque, desde luego, desde nuestro peraltado etnocentrismo que nos hace sentirnos superiores). Forman, sin embargo, estos mitos parte importante de la etno-literatura del Paraguay contemporáneo, que debemos aceptar como tal, y hacerla nuestra a condición de que primero nos hagamos nosotros a su espíritu, que de lo contrario seguirá siéndonos extraña y ajena, como hasta ahora. Esta etno-literatura es verdaderamente rica en sugestiones, y tiene intensas virtudes enriquecedoras que bien vendrían a vigorizar nuestro substrato americano consciente ayudando a que podamos llegar a configurar una personalidad nacional auténtica, que ponga legítimas valías a las distorsiones culturales (espirituales, mentales) que impiden hasta hoy, o debilitan en gran medida, nuestras posibilidades de desarrollar integralmente las capacidades humanas de nuestro pueblo. Sin duda, esta etno-literatura contiene radicales elementos de originariedad que deben servirnos de fundamento para tentar formas originales de expresión en la que cuajen, junto con la fresca creatividad, las experiencias históricas, políticas, sociales, en resumen: práctico-espirituales de nuestro pueblo, aquellas que no solo lo reflejen (y con ello nos interpreten, nos lean por dentro), sino que le faciliten nuevas expectativas, nuevas clarificaciones, nuevas postulaciones de la realidad de realización posible.

            En la imposibilidad práctica de reunir en un solo volumen un gran conjunto de manifestaciones de esta etno-literatura, se ha tenido que optar por una selección reducida, la cual aunque no sea estadísticamente representativa, fuese, sin embargo, significativa del conjunto, en términos de "clima", tema de "intereses perceptivos" -por llamarlo de algún modo-.

            Se optó, en consecuencia, por incluir estructuras narrativas de algunas etnias tupí-guaraní (elección que no parece necesario explicar), y una de las chaqueñas. Como uno de los criterios básicos de la inclusión de las etnias fue que parte significativa de su etno-literaíura fuese édita (esto, en razón de la exigencia erudita de precisiones etnográficas que requiere la presentación de material inédito), se escogió la nivaclé (chulupí) para que "representase" a las del Chaco, a sabiendas de la considerable mutilación o fragmentación que esto significaba en la etno-literatura de las numerosas etnias de esa región, algunas muy ricas -como la ayoreó (moro) o la ishyrö (chamacoco)-. La propia abundancia de publicaciones acerca de la gran familia tupí-guaraní, antes que favorecer, dificultó la selección de textos y recopiladores. Al final se escogió traducir parte de los mitos "tupí" contenidos en el libro Poranduba Amazonense (Río de Janeiro, 1890), de João Barbosa Rodrígues, que los recogió de la tradición oral indígena en los años 1872-1887. Junto a Barbosa Rodrígues se optó por la figura ritual de nuestra etnología, León Cadogan. Considerando, además, lo central del mito de los gemelos en la cultura tupí-guaraní, se decidió presentar cuatro versiones del mismo: el de Barbosa, el de Cadogan (mbyá-apyteré), el del argentino M. A. Bartolomé (avá-katueté-chiripá-) y el de los argentinos J. A. Tomasini y M. A. de los Ríos (chiriguano). Los textos nivaclé fueron escogidos entre los "redactados" por L. Pane Chelli y M. Chase-Sardi, quienes han operado en las versiones "autóctonas" de los mitos ejercicios -legítimos- de redacción congruente con nuestras pautas (inherentes a la tradición narrativa occidental), pero sin afectar para nada la sustancia original de los textos. Algunos de estos están repetidos, con el propósito de mostrar la tarea de "acondicionamiento" de los recopiladores, de manera de hacerlos "aptos" a nuestra recepción de lectores estragados por literaturas refinadas. Esta conducta, en su sobriedad y respeto a la materia mítica, es ejemplar como posible vía de "actualización" de esas estructuras narrativas, y se manifiesta en clara contraposición al ejercicio anterior de simulación de textos (creaciones individuales, casi siempre) o de deturpación, voluntaria o involuntaria, de los mismos adulterándolos ilegítimamente (estos textos "simulados" integran la híbrida dimensión de la literatura folklórica y no el folklore literario, cosa este último respetable y valioso Juando, Perú rima, etc.).

            Para concluir, los textos fueron obtenidos en las siguientes fuentes:

            - J. Barbosa Rodrigues: Poranduba Amazonense ou Kochiyma- uara porandub, Río, 1890.

            - M. A. Bartolomé: Shamanismo y religión entre los ava-katu-ete, México, 1977.

            - León Cadogan: Ayvu rapyta, São Paulo, 1959.

            - M. Chase-Sardi: Decamerón nivaclé, Asunción, 1981.

            - L. Pane chelli: Siete cuentos nivaclé, Asunción, 1979.

            - J. A. Tomasini: -M. A. de los Ríos y A. A. Pérez Diez: "Comentarios a un texto único de los chiriguanos de la Provincia de Jujuy", Los Grupos aborígenes, Salta, 1978, pp. 77-83.

            Los asteriscos (*) en el texto remiten al glosario. Se ha conservado la ortografía de los autores de los vocablos en lengua indígena.


            FRANCISCO PÉREZ MARICEVICH



CONTENIDO


Presentación

 

I. ETNOLITERATURA TUPI-GUARANÍ

JOÃO BARBOSA RODRIGUES

1. El Kurupí y el cazador 

2. El Kurupí y el cazador infortunado

3. El Kurupí y los dos niños

4. El Kurupí y la mujer

5. El Kurupí y el hombre pobre

6. El Kurupí y los niños abandonados

7. Tinkuan

8. Yzy o Jurupari

9. Tamecan

 

LEÓN CADOGAN

1. El mbya desobediente

2. La eirá jaguay el paí

3. El jaguar y el zorro

 

II. VERSIONES TUPI-GUARANÍ DEL "CICLO DE LOS GEMELOS"

 

JOÃO BARBOSA RODRIGUES

El origen de las Pléyades

 

LEÓN CADOGAN

Pa'i ru eté kuarahy

Capitán Chikú

La doncella que se casó con el Karaü

 

PIERRE CLASTRES

La tierra imperfecta

El origen del fuego

 

MIGUEL ALBERTO BARTOLOMÉ

Kuarahy y Jasy

 

JUAN A. TOMASINI - MIGUEL ÁNGEL DE LOS RÍOS

Los gemelos y los tigres

 

III. ETNOLITERATURA NIVACLÉ

 

LENI PANE CHELLI

1. Juncu'clai y Jivecla.

2. La manta

3. Mischa'achei

4. La competencia

5. Yo'nis y C'acjo

6. Cajtaj

7. El tigre que quiso volar

 

MIGUEL CHASE-SARDI

1. Ajoclolhai, los hombre-pájaros

2. Las mujeres estrellas

3. Itoclonaj, el hombre de la cuerda

4. Yonis, el zorro y Cayin'ô, el picaflor

5. Stavuun, el cuervo real

 

GLOSARIO

 

 

 

 

 

 

 

 

ETNOLITERATURA TUPÍ-GUARANÍ

 

            TEXTOS: JOÃO BARBOSA RODRÍGUES

 

            1. EL KURUPÍ Y EL CAZADOR

 

            Un cazador, extraviado en el monte, quedó dormido bajo un árbol corpulento.    

            Oyó un grito. El Kurupí venía golpeando los raigones de los árboles y gritaba. Poco después volvió a gritar más cerca. Y luego escuchó el grito mucho más cerca aún, ya casi junto a sí. El Kurupí apareció entonces, se sentó y le dijo:

            - ¿Cómo estás, mi nieto?

            - Bien, abuelo -dijo el cazador-. Y usted, ¿cómo lo está pasando?

            - Muy bien también.

            - Escuche, abuelo: ando extraviado.

            - ¿Será posible, mi nieto? -dijo el Kurupí-. Tu casa no está lejos. ¿Cuándo saliste de ella?

            - Ayer, abuelo.

            Prosiguieron su conversación. Entonces dijo el Kurupí:

            - Escucha, mi nieto: tengo hambre.

            - Yo también -dijo el cazador-. Todavía no he comido hoy.

            - Quiero comer, mi nieto.

            - También yo.

            - Mi nieto: dame tu mano de comer.

            - Aquí la tiene, abuelo.

            El hombre cortó la mano del mono que había cazado esa tarde, y se la dio. El Kurupí la cogió y se la comió.

            - Tu mano es muy sabrosa, mi nieto -dijo-. Quiero comerme la otra.

            - Aquí la tiene, abuelo.

            El Kurupí la cogió y se la comió.

            - ¡Ah, mi nieto! Tu mano es muy rica. ¿Me das también tu pie para comérmelo?

            - Tómelo, abuelo.

            Cortó el pie del mono y se lo dio.

            - Ahí lo tiene, abuelo -dijo el hombre.

            El Kurupí le pidió entonces el corazón.

            - ¡Ah, mi nieto! También quiero tu corazón.

            - ¿De verdad, abuelo? Entonces, tómelo -dijo el cazador, extrayendo el corazón del mono y dándoselo al Kurupí.

            Este lo tomó y comió el corazón del mono.

            Entonces el cazador, adelantándose a que el Kurupí le siguiese pidiendo, le dijo:

            - Ahora yo también quiero tu corazón.

            - ¿De veras, mi nieto? -dijo el Kurupí-. Entonces dame tu cuchillo.

            - Aquí lo tiene.

            El Kurupí tomó el cuchillo, hirióse con él y cayó muerto. Entonces el cazador se marchó, diciendo:

            - Está bien que muriese.

            Pasado un año, el cazador se acordó del suceso.

            - Ahora voy a ver al Kurupí muerto para extraerle los dientes verdes de remedio -se dijo el hombre para sí- . Ya debe estar podrido. También le sacaré los huesos para fabricar puntas de flecha.

            Se encaminó hacia el lugar. Al llegar se encontró con que los huesos ya estaban blanqueando. Blandió su hacha y se fue acercando hasta la osamenta.

            - Le sacaré los dientes ahora -dijo el hombre.

            Los golpeó. Resucitó el Kurupí a los golpes y se sentó. Al hombre le entró un gran susto.

            - ¡Ah, mi nieto! Estoy sediento, dame agua -dijo el Kurupí.

            - ¿De veras?, dijo el hombre.

            Orinó entonces en el sombrero, alcanzándoselo al Kurupí.

            - Aquí tiene agua, abuelo. Después dijo el Kurupí:

            - Acabo de despertar, y no recuerdo en qué estábamos cuando me dormí. ¿Qué era, mi nieto?

            - No lo sé -dijo el hombre.

            - Entonces vámonos, mi nieto. ¿Desearías algo para dártelo?

            - Tampoco lo sé.

            - Te daré una flecha para que caces-, dijo el Kurupí.

            - Está bien, abuelo-, dijo el hombre.

            - Entonces vámonos ya.

            - Vámonos -dijo el hombre.

            Se entraron monte adentro. El Kurupí le entregó la flecha y le dijo:

            - Ahora ya tienes una flecha para cazar. ¿Te vas ya?

            - Sí, ya quiero ir.

            - ¿Sabes dónde queda tu casa?

            - No.

            - Entonces voy contigo para guiarte.

            - Bien, abuelo.

            Cuando llegaron a las cercanías de la casa, dijo el Kurupí:

            - Ahora, mi nieto, te dejo. Si me necesitas, ya sabes dónde encontrarme. Ven a verme cuando quieras, ¿entiendes? La virtud de esta flecha sólo debes conocerla tú. No te la lleves a tu casa, no se la cuentes a nadie, ni siquiera a tu mujer. Sólo tú debes cazar con ella. Esta flecha es una víbora surukuku. No necesitas arco para dispararla: sólo debes arrojarla así para que ella mate a la caza. Te cuento esto para que lo sepas. Si no lo cumples, la flecha te abandonará y volverá a mí. Ahora te dejo.

            - ¡Adiós, abuelo! Ya te visitaré yendo de paso por el monte.

            - De acuerdo. Yo estoy siempre ahí, mi nieto-, dijo el Kurupí.

            El hombre se volvió un cazador muy afortunado; cazaba muchos animales, mientras los demás no lograban hacerlo. Nadie sabía cómo alcanzaba el hombre a cazar tanto. En consecuencia, se preguntaban:

            - ¿Como puede ser esto? El caza de todo: pájaros, cuadrúpedos. ¿Cómo no cazamos nada nosotros?

            - No lo sabemos.

            También decían:

            - Nosotros vamos de cacería al monte, y no encontramos nada. Pero va él y, cuando menos se espera, ya ha cazado.

            - ¿Qué será, pues? -decían otros. Mandemos a espiarlo mientras caza. Enviemos dos niños espías.

            - Enviémoslos.

            Lo espiaron. Cuando el hombre salía para el monte, fueron los niños tras él. Escondidos, vieron que el hombre sacaba la flecha del horcajo de un árbol. Poco después lo observaron cuando cazaba.

            - Ya vimos dónde esconde la flecha -dijeron los niños. Lo vimos con certeza.

            Siguieron espiándolo. El cazador reparó en un pájaro volando. Los niños vieron que arrojaba la flecha para atrás y luego ir junto al pájaro muerto con la flecha al pie.

            - ¡Con que así lo hace! -dijeron los niños. Ya sabemos cómo los mata.

            Se volvieron al pueblo. Decían:

            - Mañana iremos a probar la flecha y a verla cómo mata a la caza.

            Regresaron a la mañana siguiente al lugar. Hallaron la flecha, se apoderaron de ella y la probaron con un pájaro que volaba.

            Arrojáronla hacia adelante. Voló la flecha y se volvió hiriendo a uno de ellos, que cayó muerto. El otro niño, de regreso al pueblo, contó:

            - Mi compañero murió.

            - ¿Cómo? -preguntaron.

            - La víbora le mordió.

            - Vamos a ver -dijeron.

            Fueron hasta el lugar y trajeron de vuelta el cadáver.

            El dueño de la flecha fue a buscarla, pero no la encontró.

            - ¿Dónde andará perdida mi flecha? - se preguntó. Quizá se haya vuelto junto al Kurupí. Y ahora ya estoy sin flecha. ¡Pues que se pierda! Tal vez la encontraron y entonces ella regresó a su dueño.

            No tardó en saber que habían encontrado su flecha y que, como la probaron, mató, hiriendo a unos de los niños: razón por la que ella se volvió al Kurupí.

            - ¡Bien hecho! - dijo. ¿Quién les mandó tocarla? Creyeron que era una flecha cualquiera, cuando de verdad era una víbora. Con esto hicieron que la perdiera para siempre.

            El niño se marchó prontamente a otra tierra, huyendo con sus padres que, aterrorizados, abandonaron el pueblo.

 

 

            2. EL KURUPÍ Y EL CAZADOR INFORTUNADO

 

            Cuentan que un hombre casado, con hijos, nada lograba cuantas veces iba de cacería, por lo que la mujer, encolerizada, le regañaba. Cierto día, caminando la selva en procura de caza, se extravió. Ya muy entrada la noche fue junto a él el Kurupí y lo encontró dormido. Lo despertó llamándolo:

            - ¡Eh, sobrino!

            Con esto despertó el hombre.

            - ¡Qué, abuelo?

            - ¿Con que estabas durmiendo, eh?

            Se pusieron a hablar. De pronto, dijo el Kurupí:

            - ¡Eh, sobrino! ¿Por qué tienes cabellos en la cabeza?

            - Porque me curé - dijo el hombre.

            - ¿Sí, eh? ¿Y cómo te curaste?

            - Es fácil, abuelo-, dijo el hombre. Hice que me pelaran la cabeza; luego la lavé con pimienta. Los cabellos salieron después.

            - ¡Ah!, ¿De veras? Entonces hazme lo mismo para que pueda tener cabellos en la cabeza.

            - ¿Los quieres, abuelo? Entonces haremos lo mismo.

            - Pela, pues, mi cabeza para curarla.

            - ¿Para qué los quieres?-, replicó la mujer.

            Cuentan que entonces el hombre desolló la cabeza al Kurupí, lavándola después con pimienta. Enloquecido con el ardor, el Kurupí se precipitó monte adentro, corriendo despavorido. Al momento desapareció en la espesura.

            El hombre, temeroso, se volvió entonces hacia la casa. Vio venir hacia él a la mujer. Esta le dijo:

            - ¿Qué vienes a buscar, desgraciado?

            - Vengo a ver cómo están nuestros hijos.

            - ¿Dónde está lo que les traes para que coman? Aquí ellos se pasan todo el día llorando de hambre.

            - Ya que es así, me voy de nuevo al monte-, dijo el hombre.

            Demoró un rato y volvió sobre sus pasos. Dijo a su mujer:

            - Regreso al monte, y si no me extravío, estaré de vuelta pronto.

            Entró al monte enseguida, y cuentan que anduvo recorriéndolo no sabemos cuántos días. Hasta que topó con el Kurupí a quien desollara la cabeza. Este le dijo una vez que le tuvo cerca:

            - ¡Hola sobrino!

            - ¡Hola, abuelo!

            - ¿Cómo te encuentras? ¿No eres tú el que me peló la cabeza?

            - No-, dijo el hombre. Fue otro que ya murió. Allá está lo que fueron sus huesos.

            - ¿Es cierto, sobrino? Ven conmigo, entonces, y muéstramelos.

            - Vamos-, dijo el hombre.

            Se fueron hasta el lugar donde estaba la osamenta. Una vez llegado, el Kurupí juntó los huesos, y luego los desmenuzó a golpes.

            - Ya me vengué-, dijo él. Ven conmigo a casa, sobrino. Cuentan que entonces se fueron y llegaron a la casa. Entró en ella el Kurupí, quedándose el hombre afuera, de pie. Al verlo, le invitó el Kurupí:

            - Entra sin miedo, sobrino.

            El hombre miró entonces al interior de la casa y vio que no había otra cosa más que víboras con la lengua afuera. El hombre, atemorizado, no quiso sentarse.

            - Siéntate, sobrino-, dijo el Kurupí. Después advirtió a las víboras, diciendo:

            - No muerdan ustedes a mi sobrino. El hombre, todavía con miedo, se sentó.

            El Kurupí le dijo entonces:

            - Y ahora, sobrino, ¿qué te agradaría para dártelo?

            - No sé-, dijo el hombre. Luego agregó: - Quiero volver a mi casa y quiero que mi abuelo me dé algo con qué cazar el alimento para mis hijos, puesto que al no llevar nada a la casa mi mujer se encoleriza y me riñe.

            - ¿Ah, sí?-, dijo el Kurupí. Entonces te daré lo que quieres.

            Vámonos.

            Salieron enseguida. El Kurupí cogió una cuerda y se la dio al sobrino, diciéndole:

            - Llévate esta cuerda para matar con ella a la caza.

            Iban por la selva. Encontraron pájaros y como el Kurupí llevaba consigo dos flechas, utilizó una para derribar un ave. Se la entregó al sobrino. Poco después encontraron cerdos.

            - ¿Quieres cerdos, sobrino?-, preguntó el Kurupí.

            - Los quiero, abuelo-, dijo el hombre.

            - Entonces los agarraremos.

            El Kurupí se aproximó luego a los cerdos y cautivó una piara. Los juntó hizo de todos ellos una bola, los anudó con la soga y cargándolos se los trajo al sobrino.

            - Aquí los tienes, sobrino, para que los lleves a tu mujer. Pero ten mucho cuidado cuando deshagas el nudo. Cuando hayas llegado a tu casa, levanta un buen corral; en medio de él, desanúdalos para matarlos. Recuerda que son feroces y podrían morderte. Para prevenirlo, llama a tu mujer y a los parientes que estén en tu vecindad para que te ayuden a matar los puercos.

            El hombre se marchó con esto hacia su casa. Cuando la mujer lo vio acercarse, vino hacia él, furiosa.

            - ¿Qué vienes a buscar?

            - Nada, mujer-, dijo el hombre. Aquí está la caza.

            Después agregó:

            - Vamos a hacer un corral, ahora. Acompáñame a cortar palos.

            - ¿Para qué quieres un corral?- preguntó la mujer.

            - Traje un montón de cerdos en esto-, dijo el hombre mostrando el nudo. Los mataremos en el corral para que no puedan huir.

            - ¿En qué estás creyendo?-, preguntó la mujer.

            - ¿Creer?...-, dijo él. No te engaño. ¿De modo que piensas que estoy jugando contigo, burlándote?

            Construyeron el corral y, al acabarlo, dijo el hombre:

            - Ahora ya podemos matar y asar nuestra comida.

            Fue a llamar a los parientes. Estos vinieron armados de garrotes.

            - Vamos a matar los cerdos -dijo el hombre-, pero cuidado con que les muerdan.

            - Está bien -dijeron-, pero ¿y los cerdos? Aquí no hay nada... ¿Dónde están los cerdos?

            El hombre los llevó al medio del corral. Deshizo el nudo dentro del que estaban cautivos y los fue empujando para que salieran por el cabo de la cuerda. Los cerdos, por lo bravos, metían miedo a medida que eran liberados. Al verlos, algunos de los parientes

se subieron a los palos, mientras que los demás transpusieron el corral de un salto. El hombre volvió a llamarlos a gritos a que entrasen nuevamente al corral:

            - ¡Vuelvan, parientes! Sin miedo, mátenlos para ustedes. Animados, los parientes volvieron a entrar al corral y comenzaron a matar a los cerdos, sin que pudiesen acabar con todos.

            - Ahora ya lo vieron-, dijo el hombre. Era como yo les decía: ahora ya pueden ustedes creerme.

            Los parientes se retiraron con mucha carne de caza.

            Cuentan que, después de esto, la mujer se volvió muy buena y satisfecha con el marido. Vivieron desde entonces en buena armonía sin volver a reñir jamás.



TEXTO: LEÓN CADOGAN

 

 

            1. EL MBYA DESOBEDIENTE

 

            Un señor que buscaba fervor religioso estaba en la casa de las plegarias. Cantaba, oraba, se esforzaba en pos de la inmortalidad.

            Luego envió a su hijo para que viera sus trampas, trampas para cerdos.

            - Aunque no hayan caído cerdos, ven enseguida; aunque haya rastros de cerdos, no los sigas -dijo.

            Había rastros de cerdos; nuestro paisano siguió los rastros. Por donde habían ido los cerdos se iba; al atravesar la selva y en un palmar en donde se dedicaban a comer logró, siguiéndolos, entreverlos; por consiguiente se iba, se iba sobre las huellas de los cerdos, y en un lugar bajo les alcanzó. En dicho lugar, el guardián de los cerdos vio a nuestro paisano.

            - ¿En busca de qué viniste?    -dijo.

            - En busca de cer... monos vine -dijo. Pues casi dijo "cerdos".

            - En busca de cerdos vine, di -dijo el cerdo; y no habiéndole engañado:

            - Elige aquella entre mis hijas que más te plazca y cásate; luego nos acompañarás. Caso contrario, morirás.

            Se casó nuestro paisano con la marrana. Yendo por debajo de los ají y, le hicieron subir; sacudía las ramas de los aju'y, echando la fruta a su esposa. De esta fruta él no comía.

            - Entre las ramas ya he comido yo -decía.

            Echaba frutas de yvyrapepé a su esposa; de esta fruta él no comía; luego llegaron junto a un guavira; de esta fruta comió también.

            Luego llegaron a un agua extensa pero poco profunda, cruzándola primero nuestro paisano. Pero más tarde llegaron al Mar Grande, y tuvo miedo de bajar al agua.

            - Desciende y agárrate a mis crines, y yo te haré cruzar -dijo su esposa.

            Dicho esto, cruzó con él, llegando con él a la casa de su dueño, a la morada de Karaí Ru Ete Mirí.

            En dicho lugar durmió cuatro noches con él. El dueño de los cerdos convidó a nuestro paisano con harina de maní milagrosa; pero a pesar de ello al cabo de cuatro noches, nuestro paisano no se sentía feliz; por consiguiente, se dirigió hacia su casa.

            Entonces, su esposa dijo:

            - ¡Oh, truenos, me recordáis el tiempo en que comía harina de maní milagrosa! No digas esto cuando oyeres tronar.

            Ya volvía, llegó al Agua Grande, a la orilla del Mar Grande. Miró: no le sería posible cruzar. Entonces vio un pato, un pato con una canoa.

            - Llévame a través del agua -dijo el indiecito.

            - No, es demasiado pequeña mi canoa -dijo. Luego vino un mbiguá.

            - Llévame a través del agua -dijo.

            - No, es demasiado pequeña mi canoa -dijo nuevamente el mbiguá.

            Después de estas cosas, vino un jakaré, con sus numerosos hijos vino.

            - Señor hechicero de tersa espalda y ojos refulgentes como flores de mburukujá, llévame a través del agua -dijo el indio.

            - Te llevare a través del agua -dijo.

            La canoa de él era grande. Descendió [al agua] y partieron.

            Entonces los hijos del jakaré dijeron:

            - Sabroso bocadito, sabroso bocadito -dijeron.

            Lo lamieron los hijos del jakaré.

            Luego partieron [nuevamente].

            - Jakaré con párpados semejantes a ranchos destartalados dijeron a nuestro paisano.

            No, se acuerdan demasiado bien de ti las doncellas [te tienen gran estima] -dijo el mbyá.

            - ¿Y qué es lo que dicen cuando se acuerdan de mí? -dijo el jakaré.

            - El Señor Hechicero de tersa espalda ojos relucientes como flores de mburukuja, dicen -dijo el mbyá.  

            Se rió jaKaré- ¡Já, já, já!

            Y después de haber andado un largo trecho:

            - Viejo jakaré con la espalda cubierta de pústulas -dijo el jakaré.

            - No -dijo el mbyá-, en demasiada estima te tienen las doncellas.

            - ¿Y qué dicen cuando se acuerda [de mí]? -dijo.

            - El Señor Hechicero de tersa espalda y ojos relucientes como flores de mburukuja -dicen.

            Se rió jakaré: ¡Já, já, já!

            Luego, habiendo andado un largo trecho, alcanzaron un árbol inclinado [sobre el agua].

            - JaKaré viejo con espalda cubierta de pústulas y párpados como ranchos destartalados -dijo el mbyá al saltar; y echó a correr de aquel lugar.

            Entonces el jakaré le siguió corriendo. Nuestro paisano llegó a donde pescaba un martín pescador grande.

            - Me persigue un jakaré -dijo.

            - Entra debajo de mis pececitos, entonces -dijo el martín pescador.

            Entró debajo de los pescaditos, en el canasto. Llegó el jakaré.

            - ¿No vino un mbyá? -dijo.

            - No vino -dijo el martín pescador.

            - Mientes -dijo el jakaré-; por aquí vino; se ven sus pisadas; tú lo has escondido.

            - No fui yo -dijo el martín pescador.

            Luego, estando ya por emprender vuelo, alzó el canasto sobre la cabeza, llevándolo a bajar en medio de una pradera.

            De aquel paraje se alejó nuestro paisano y llegó a la casa del ciervo; tarde llegó. El ciervo se preparaba para dormir; nuestro paisano no tenía cama.

            - Dormiré aquí -dijo.

            - No, allí voy a poner los pies -dijo el ciervo.

            - En este lugar dormiré -volvió a decir el mbyá.

            - No, allí recostaré mi cabeza -dijo.

            Entonces, en vista de que no había en donde dormir, siguió su viaje, llegando a la casa de la perdiz.

            Allí dormiría nuestro paisano. Estaba, además, el sapo; dormía en casa de la perdiz. La perdiz dijo:

            - Atizad sencillamente el fuego, pero no lo sopléis. Dicen que hacía frío; nuestro paisano no aguantaba el frío; al atizar el fuego, lo sopló.

            Dicen que la perdiz ya dormía; al soplar nuestro paisano el fuego, parece que se asustó y debido, aparentemente, al susto, levantó vuelo, llevando consigo todo el fuego. Nuestro paisano se quedó con el sapo.

            Dijo el sapo:

            - ¿Tú no has tragado fuego?

            - No he tragado -dijo-. Y tú, ¿acaso has tragado?

            - Parece que he tragado -dijo.

            El sapo lanzó; prendieron lumbre; durmieron.

            Al amanecer siguió el viaje nuestro paisano, llegando a la casa de la lechuza. Solamente estaban los chicos; su madre no estaba; preguntó por su madre.

            - Pues hace rato que fue a pescar -dijeron.

            Apenas amanecía, vino llegando la madre; parecía traer pescados, pero en vez de pescados traía grillos, un canasto adornado lleno traía. Entonces dicen que [dijo]:

            - ¿Por qué será que, habiendo alguien tratando de atrapar pececillos, se me antoja oír al chico decir: ¡Oh, lechuza! ¿Pues así, en verdad, ha dicho?

            En vista de ello:

            - Volvamos -dijo el mbyá-; vamos a escudriñar.

            Se fue con la lechuza.

            - Pues, este es el lugar -dijo.

            - Dedícate, entonces, a buscar tu presa -dijo el mbyá.

            La lechuza se dedicó a cazar.

            - ¡Oh, lechuza! -pareciera decir el hijito.

            Escuchándole, dijo la que se hallaba dentro de la casa: allí, efectivamente, se hallaba la madre del mbyá.

            - Salud -dijo el mbyá.

            - Salud- dijo su madre.

            - ¡Ay, hijito! -dijo, y cayó muerta al suelo.

            El mbyá enterró a su madre. Al día siguiente fue a bañarse; estando en la fuente tronó. Al acontecer esto, dijo nuestro paisano:

            - ¡Ay, está tronando, como si estuviera yo comiendo harina de maní milagrosa en la morada del verdadero dueño de los cerdos!.

            Al decir esto, emprendió vuelo convertido en ave kuchiu.



II

VERSIONES TUPÍ-GUARANÍ DEL "CICLO DE LOS GEMELOS"

 

 

Textos: LEÓN CADOGAN

 

            CAPITÁN CHIKU

 

            Kuarachy Eté dio asiento a Chiku en la casa de las plegarias. Chiku se dedicó a la obtención de la gracia. Cantó, danzó, oró; pidió inmortalidad (el estado en que no puede sufrir daño).

            Se alimentó de harina de maíz. Al cabo de tres meses dijo Kuarachy Eté:

            - Saca, Chiku, tu mano, para verla yo.

            Saco Chiku su mano y he aquí que, al hacerlo, se hallaba cubierta de rocío. Por consiguiente, dijo Kuarachy Eté:

            - Estás por adquirir fortaleza; conocerás la fortaleza si es que no te desvías.

            Volvió a sentarse Chiku en la casa de las oraciones, juntamente con su esposa, la hija de Kuarachy Eté. Después:

            - Saca tu mano para verla yo, volvió a decir Kuarachy Eté.

            Sacándola fuera nuevamente, estaba seca, como si no hubiera estado antes cubierta de rocío. En vista de ello, lo sacó fuera de la casa e hizo que tomara su camino.

            Luego Kuarachy Eté tentó a Chiku, arrojándolo a la cima de un lapacho, entre cuyas ramas hizo que quedara prendido de la cabeza. En consecuencia, la hija de Kuarachy Eté:

            - No te asustes: es mi padre que así nos tiene, dijo.

            - Luminoso mi pecho de sabiduría, me ha arrojado Kuarachy Eté a la cima del lapacho ¡ay de mí!

            Entonando esta plegaria (por él) hizo que nuevamente pisase Chiku la tierra.

            Entonces, a su propia hija arrojó a la cima del lapacho, haciendo que quedase prendida de la cabeza. Chiku, a su vez, oró por ella e hizo que su esposa volviese a pisar tierra.

            Se fueron juntos de aquel lugar; construyeron una vivienda; volvieron a dedicarse a la obtención del fervor.

            Después de haber nacido el hijo de Chiku y haber adquirido entendimiento, Kuarachy Eté hizo que se encarnase en el cuerpo de su nieto el alma de un jaguar. Debido a esto el hijo de Chiku se fugó a la selva. Su madre corrió detrás de él; se inspiró (invocando a su hijo), entonando himnos referentes a él a Tupa.

            - No te asustes, mi esposo, dijo; no mates al niño; es mi padre quien así nos tiene, dijo.

            Vino Tupa, con gracia vino; y por ella dio a la madre un granizo.

            - Arrójalo contra la frente de tu hijo, dijeron los Tupa.

            Tirándlo con el granizo, mató a su hijo; se escurrió el alma del jaguar. Hecho esto, los Tupa redimieron su decir, hicieron que nuevamente se encarnara el alma buena.

            Pasó Chiku por Asunción, mezclándose con los que no son nuestros paisanos. Aunque anduvo entre ellos, él seguía cantando entre los extranjeros. Viéndole, así hablaron los extranjeros. ¿Por qué será que se comporta así? Matémosle a éste. Lo prendieron, con intención de matarlo; engrillado anduvo en una casa de altos.

            Sólo después de estas cosas lo llevaron los Tupa a la selva en la que lo introdujeron nuevamente.

            Después de lo acontecido, solamente, obtuvo aguyje, Capitán Chiku. Obtuvo Chiku la perfección; de las palmas de sus manos y las plantas de sus pies brotaron llamas; su corazón se iluminó con el reflejo de la sabiduría; su cuerpo divino se convirtió en rocío incorruptible, su adorno de plumas se cubrió de rocío; las flores eran llamas y rocío.

 

            LA DONCELLA SE CASÓ CON EL KARÃU

 

            Una niña oyó que decían "karãu, karãu" en la lejanía. Habiendo escuchado a quien en lontananza cantaba, fue en su busca. Llegó a la casa de la cucaracha.

            - ¿Eres tú, acaso, quien tan bien canta?, dijo.

            - Suelo cantar, también, dijo la cucaracha.

            - Canta, pues, si es así, para que pueda escucharte, dijo la niña.

            - Tarave i, tarave i, dijo la cucaracha.

            - No fuiste tú, dijo la niña; siguió caminando; llegó a casa del grillo.

            - ¿Sueles tú cantar? dijo al grillo.

            - Suelo cantar, también, dijo el grillo.

            - Canta pues, si es así, para que yo te pueda escuchar, dijo la niña.

            - Chirí, chirí; tchyky, tchyky, tchyky, dijo el grillo.

            - No fuiste tú, dijo la niña; siguió caminando, llegó a la casa del armadillo.

            - ¿Sueles tú cantar? dijo, al armadillo.

            - Suelo cantar, también, dijo el armadillo.

            - Canta, pues, si es así, y escuchemos, dijo la niña.

            - kúmbe, kumberéi; kumbe, kumberéi, dijo el armadillo.

            - No fuiste tú, dijo la niña, fue pasando, llegó a la casa del mono.

            - ¿Sueles tú cantar? dijo al mono.

            - Suelo cantar, también, dijo el mono.

            - Canta pues, si es así, para que te pueda escuchar, dijo la niña.

            - Ufo, uío, uío, dijo el mono.

            - No fuiste tú, dijo la niña; fue pasando, llegó a la casa del karaja.

            - ¿Sueles cantar, también, dijo al karaja.

            - Suelo cantar, también, dijo el karaja.

            - Ñúngue, ñúngue, rao, rao, rao, dijo el karaja.

            - No fuiste tú, dijo la niña; siguió caminando; llegó a casa del Karãu.

            - ¿Sueles tú cantar? dijo al karãu.

            - Suelo cantar, también, dijo el karau.

            - Canta pues, si es así, y escuchemos, dijo la niña.

            - Karráau, karãaau, karáaau, dijo el karãu.

            - Pues, en verdad, es aquí que está el que tan bien canta, dijo la niña; se quedó y se casó con el karãu.


Texto: PIERRE CLASTRES

 

            LA TIERRA IMPERFECTA

 

            Con el fin de crear la tierra imperfecta, el principal de los Tupã dio instrucciones a su hijo: "Vete a hacer la tierra imperfecta. Dispon los fundamentos futuros de la tierra imperfecta. Que el pindó eterno y el pindó azul seán refrescantes. Si ellos no nos son favorables, entonces, las cosas irán mal.

            El pindó es el nervio de nuestro cuerpo. Si él no nos es favorable, entonces, las cosas irán mal, hijo mío.

            Instala un sólido garfio de planta chirca como sostén futuro de la tierra. Ponle un buen sostén a la tierra. Una vez que hayas colocado el sostén, pon encima un poco de tierra. Y sobre esta tierra, planta un guavirá y un guaporoity, para que allí fructifiquen.

            Es el pequeño cerdo de monte el que va a provocar la multiplicación de la tierra. Si él nos garantiza el desarrollo de la tierra, eso marchará bien. Pon solamente un poco de tierra: y que desde allí se despliegue la tierra imperfecta. Cuando ella haya alcanzado el tamaño que deseamos, yo te avisaré, hijo mío.

            Coloca un buen gancho para la tierra. No pongas dos, porque si colocas dos, no podremos ocuparnos de ellos; de aquel, único, que hayas colocado, de ese nos ocuparemos nosotros. Nosotros tenemos necesidad de tierra, porque el agua ya amenaza sumergirnos. Si el agua salta por encima de nosotros, eso no ha de ser bueno. Vamos a quedarnos transformados en dueños del tapir y esto no será bueno: porque nosotros que vivimos en el corazón de la selva, tenemos necesidad de tierra.

            Que el pequeño cerdo salvaje cave la tierra fea, que la cave entonces las raíces de la chirca. Que se forme la tierra imperfecta. ¡Que el pequeño cerdo salvaje haga crecer para nosotros la tierra imperfecta. No vamos a matarlo, hijo mío. He aquí el agua: que sea este su abrevadero, que allí se refresque. Que allí se repose a la sombra del guavirá, a fin de que se desplieguen para nosotros las cosas imperfectas.

            Y si yo decido que la tierra se queme de nuevo, sacaré el gancho. Y ningún Ñande Jara, ningún Nuestro Señor lo volverá a poner. Entonces, no existirá nada, y todos nosotros nos iremos. No habrá más habitantes sobre la tierra. Esos que llamamos hombres blancos, no existirán más, todos serán destruidos. Esos hombres diferentes, cuando están cansados de sus trapos, nos los tiran.

            Lo que nosotros llamamos la bruma es pesado. Lo que nosotros llamamos la bruma es el producto de lo que nuestro padre verdadero ha fumado. La bruma se esparce sobre la tierra imperfecta. Si los efectos de la bruma se vuelven nocivos, que me prevengan: porque yo también tengo costumbre de cantar. Yo sabré qué hacer, vendré y lo disiparé. Haré que la bruma sea ligera para la tierra imperfecta. Solamente así esos pequeños seres que nosotros enviamos sobre la tierra serán refrescados, felices. Los que nosotros hemos enviado sobre la tierra, nuestros nietos, esos trozos de nosotros mismos, serán felices. En cuanto a ellos debemos distraerles. Me ocuparé de ello. Solo el granizo y los vientos podrán eliminar la bruma. Si ella se vuelve nociva, si se extiende sobre la tierra, es que Ñamandú habrá fumado en una pipa imperfecta. Y si él cubre con tinieblas los sitios por donde pasamos, que se me prevenga, levantaré la bruma de esta tierra imperfecta. Solamente así podremos volver a encontrar el camino que debemos seguir. Y si eso no pasa así, la única cosa que podremos hacer, es abandonar esta tierra: porque nosotros no nos acostumbraremos nunca a esas cosas.

            Todas esas cosas que son una, y que nosotros no hemos deseado, son malas.

            ¡Mira! ¡Tenemos al jaguar azul! Lo tenemos a fin de que la sangre de la luna no caiga gota a gota sobre la tierra imperfecta, lo tenemos para que beba la sangre de la luna.

            El pequeño acutí eterno es también nuestro animal doméstico. En cuanto al jaguar azul, lo tenemos solamente para que beba la sangre de la luna. En cuanto a nosotros, nosotros manipularemos la carne de la luna. Nos apoderaremos de ella y se la ofrendaremos a Tupã, para su futura comida.

            De esta manera, los que nosotros enviamos sobre la tierra, para que canten allí, haremos que ellos prosperen. Ellos encontrarán sus futuras esposas, tendrán hijos: así podrán alcanzar las palabras que surgen de nosotros. Si no las alcanzan, eso no será bueno. Todo esto nosotros lo sabemos.

            En consecuencia, dejemos al pequeño cerdo de monte consagrarse a procurarnos la tierra imperfecta. Es solamente cuando yo me impaciente con el gancho de la tierra que no habrá más tierra.

            Yo Tupã, yo os doy estos consejos. Si un saber de esto queda en vuestras orejas, en vuestros oídos, entonces conoceréis mis huellas.

            Ahora, yo estoy a punto de irme hacia lo alto.

            Tú tendrás, hijo mío, la ocasión de acordarte de todo esto, y tú cantarás. ¡Que subsistan estas cosas que yo he dispuesto! Yo, desde lejos, yo prestaré oído.

            Solamente así vosotros alcanzaréis el término que os he indicado.

            ¡Yo me voy lejos, yo me voy lejos, vosotros no me veréis más! ¡En consecuencia, mis nombres, no los perdáis!



Texto:  JUAN A. TOMASINI y MIGUEL ÁNGEL DE LOS RÍOS

 

            LOS GEMELOS Y LOS TIGRES

 

            En aquellos tiempos de los antiguos, la gente indígena no conocía a Dios, pero apareció un señor que se llamaba Aguará (zorro) Tumpa (Dios) que en realidad no era persona sino Dios. Y vino a este pueblo y se dio cuenta de que había mucha gente a la que llamaba y juntaba. Aguará se transformaba en zorro, y se volvía a convertir en Dios; volvía a deshacerse delante de la gente, se hacía invisible. Fue así que la gente comenzó a creer en él creyendo que les iba a dar cosas buenas. La gente obedecía (como lo tomaba por Dios). Pero este zorro tan astuto provocaba peleas entre la gente. La gente peleaba, pero creía que era otra cosa, la paz, la tranquilidad. Y así la gente pasaba peleando; no había paz porque administraba Aguará Tumpa.

            El mismo zorro se había transformado en Dios, y en ese momento en que había mucha pelea vino el que se llamaba Tatú Tumpa que se transformaba en Dios también. Tatú Tumpa quiere decir Rey de todos los quirquinchos. Se transformó en Dios y se puso en contra del zorro. Todos se peleaban, también el Aguara Tumpa con el Tatú Tumpa. Como el Tatú Tumpa lo venció le dijo a la gente "Yo seré rey de ustedes".

            Y había una chica (Iñatáy) que era como una mujer princesa (Burubícha); entonces, Tatú Tumpa comenzó a mirar a la chica y más tarde se comprometió con ella. Luego Tatú Tumpa comenzó también la pelea entre los dioses. Y la gente no sabía a cuál de los dos creerle, no sabía porque para ellos eran muchos dioses.

            La mujer huyó y ya iba encinta. Huyó de la presencia de todos los guerreros de la guerra. Mientras la gente peleaba, ella escapó porque no quería que sus padres se enteraran de que estaba encinta. La mujer huyó sin saber adónde ir, vagando por el desierto, desorientada. Caminó por el desierto, sin agua, sin qué comer; solamente la acompañaban sus lágrimas. Lloraba mucho y pensaba por qué había dejado su hogar; ella siente que es hija de un príncipe.

            Ellos creían que los Tumpas eran dioses verdaderos, pero en realidad eran falsos dioses, cuyo único interés era hacer que la gente les creyera y les obedeciera.

            Entonces la mujer se encuentra en el monte. Mientras va viajando por el desierto el chico va creciendo, cada vez más. Caminó varias semanas por el monte, desorientada; no tenía hambre pero tenía fuerzas. Caminó meses y meses por el monte. No encontró a quién pedir auxilio y su único auxilio eran sus dos hijos mellizos.

            La mujer se sentó debajo de un árbol y lloró. Al rato, uno de los chicos habló dentro del vientre de la madre:

            - ¿Por qué lloras, mamá?

            Miró la madre y no sabía qué hacer.

            - ¿Quién me habla?

            - Yo soy, y aquí también está mi hermano... Sigamos viajando.

            Y la mujer agarro un bastoncito y comenzó a caminar por el camino. Mientras caminaba vio agua. Sentía como si los chicos estuvieran jugando ya, pero adentro.

            - Mamá-le dice uno- mire, allí hay una flor tan hermosa... Démela, córtela.

            La madre le pregunta dónde hay que poner esa flor y el chico le contesta: "en tu seno". El otro le dice:

            - Mamá, yo también; hermano, yo necesito también una flor, démela.

            - Pero yo saqué ésta -dice la mamá-.

            - Pero yo también necesito -dice el otro chico-. Entonces la madre cortó otra flor y siguieron adelante. Así, cada vez que van caminando por el camino veía flores, y veía pájaros que la siguen a la mujer.

            Luego va caminando y mientras camina uno de los chicos le dice:

            - Mamá, dame otra flor.

            Pero en el seno de la mujer no había lugar donde poner más flores. Y allí está la equivocación de la mujer:

            - Mire, hijo, hasta este momento no he visto su cara y me pide flores; yo no sé dónde ponerlas. Así había reprendido a los chicos, que se enojaron.

            Y se enojaron los chicos. Antes, cuando la madre les preguntaba por cuál camino debían seguir, ellos le avisaban; además, ellos avisaban dónde estaba el peligro. Pero cuando les ha dicho que ya tienen muchas flores los chicos se enojaron. Y cuando llegaron al cruce de dos caminos, la madre les preguntó cuál camino debían seguir; los chicos no le contestaron. Se cansó la pobre mujer de preguntarles pero los hijos no le dieron respuesta. Entonces la madre se enojó con los mellizos.

            La madre se equivocó de camino; había dos caminos y en vez de tomar el camino de la derecha tomó el de la izquierda. Así llegaron a un pueblo donde había dragones que eran dioses. En realidad no eran dragones sino tigres (Tigre - yagua). Los tigres tienen una capa que los hace transformar en tigres. Y allí llegó la pobre mujer desorientada. Y había una viejita tigra que era la madre de todos los tigres.

            Era un pueblo muy grande. La tigra vieja le dice a la mujer:

            - ¿Por qué has llegado a esta hora?

            La mujer dice llorando:

            - He salido de mi hogar sin saber adónde ir; he pasado miles de años caminando.

            - Hija, pase -le dice la viejita-. Pero es una tigra, la madre de todos los demás. La vieja le dice que todos sus hijos son malos; a la gente que llega a ellos la comen, y empezó a trenzar varillas y las colgaron arriba, como a cuatro "metros de altura, y allí escondieron a la mujer. Hicieron como un encatrado, y la metieron a la mujer. La tigra dijo que no se moviera y que no hablara, porque en seguida iban a llegar los tigres, a las doce en punto. Los tigres son gente mala, y después de pasar veinte minutos llegaron.

            Llega el primer tigre, se saca los zapatos, la madre le pregunta por su hermano. El tigre responde que ahí viene. Después llegaron todos los tigres. El último en llegar tenía dos cabezas. El tigre de dos cabezas era el que mandaba a todos los demás, era el más importante, el que administraba todo.

            Llegó ese tigre de dos cabezas a acostarse con la madre.

            - Estoy cansado, mamá -dice -. Y tiene una cabeza alerta y otra durmiendo.

            Mientras, a la chica le va saliendo leche, goteando, y la mujer anciana desconfiaba de los hijos. Cada vez que goteaba la mujer se limpiaba. A la tercera gota el tigre comenzó a olfatear y le dice a la madre:

            - Acá hay alguien, mamá.

            La descubrieron y la bajaron para comerla. La han terminado de comer y la mujer anciana les dice que no toquen el vientre, y que le den todo lo que tiene:

            - Todo dénmelo y hagan lo que ustedes quieran con la carne.

            La anciana les mezquinaba; los tigres querían comer todo, hasta el hígado, pero la viejita lo agarraba todo y lo metía dentro de alguna vasija, escondiéndolo. Entonces allí ella cuidaba a los hermanitos. Cuidó bastante a esos dos chicos.

            Cuando se fueron los más de cincuenta mil tigres otra vez buscando comida, la vieja comenzó a revisar y encontró dos chicos, dos varoncitos. La vieja comenzó a cavar y a sepultar las tripas; entonces allí encuentra a los dos varoncitos, los atendió y los chicos seguían creciendo. Ya tenían como cuatro o cinco años, eran muy inteligentes. Siempre vivían escondidos los mellicitos. Los chicos dicen:

            - Nosotros tenemos que vencer.

Luego, más o menos tenían como siete u ocho años, cuando los dos varoncitos salieron para el desierto (ñu), donde hay aves, pájaros, y podían cazar. Sacudían los árboles y caían como docenas de pájaros.

            Otra vez vuelven a la ciudad de los tigres. Al llegar le traían a la viejita un montón de aves (hwuira), y las comieron. Alimentados, los dos hermanitos conversaban y se preguntaban:

            - Y nuestro padre, ¿quién será?, y nuestra madre, ¿quién será? Nosotros no sabemos, solamente conocemos a la viejita; ella es nuestra madre, siempre nos esconde.

            Se volvían cada vez más inteligentes.

            Al otro día se fueron mucho más adentro en el monte; no volvieron a la hora indicada sino más tarde. Pasaron tres semanas, recorrían más; cada vez más lejos. Un día llegaron donde se encuentra otro dios que se llama Wira Tumpa, que es el dios de los pájaros. Los pájaros les preguntan a los chicos por qué mataban pájaros:

            - Con nuestra propia carne los llevan a alimentar a los traidores que mataron a tu madre.

            Y los chicos se quedaron tristes.

            - Miren, adonde ustedes mismos viven, ellos son los tigres los que han matado a su madre.

            Y ahí les contaban:

            - Cuando ustedes eran nenes, ustedes se enojaron con su madre...- y les cuentan lo ocurrido.

            - Pobre su madre, ha sufrido bastante, miles de años por el desierto... Los chicos quedan llorando y preguntando qué es lo que deben nacer; los pájaros dicen que deben hacerse armas (Wirat). El dios de los pájaros les dice que vuelvan otra vez. Los chicos estaban tristes, desorientados, y la viejita no los dejaba que fueran muy lejos. Y les dijo cuando llegaron:

            - ¿Por qué vienen tan tristes?, ¿por qué no han traído ninguna clase de pájaros?

            Los mellizos le preguntan:

            - Mi padre y madre, ¿quiénes son? y nuestra madre ¿dónde está? - ellos quieren saber-. Nosotros somos huérfanos, no tenemos ni nombre, nosotros tenemos que vengar la muerte de nuestra madre.

            - Puede ser en la mano de ustedes- dijo la viejita a los chicos.

            Los chicos dijeron a la viejita:

            - Volvemos mañana- y esa misma tarde salieron los chicos al desierto. Otra vez en el desierto los chicos se encontraron con los pájaros e hicieron una asamblea; se reunieron miles de pájaros. Les contaron a los chicos:

            - Nosotros acompañamos a su mamá, ustedes hicieron cansar a su mamá y su madre les dijo: "o estoy cansada", y por eso ustedes se enojaron.

            Los pájaros les decían:

            - Háganse flechas, arco, espadas y un garrote.

            Y luego les enviaron una espada. El dios de los pájaros les dice que deben encontrar una medalla que había pertenecido a su madre, se la habían regalado antes de que huyera. Wira Tumpa da una pala para que encuentren la medallita; los mandó hacer arcos y flechas y les dio instrucciones para hacerlos, para pelear y para defenderse.

            Se fueron, pobres, otra vez a la casa de la tigra los dos mellizos. Allí llegaron tristes, con pena.

            Al llegar le dicen a la tigra:

            - Mire, tus hijos han matado a nuestra madre y nosotros la vamos a vengar.

            - ¿Quién les contó? -dice la vieja.

            - También sabemos que usted la guardó -dicen los chicos.

            - Sí, la tengo, no lo voy a negar, y se la voy a dar.

            Y la vieja les da una cadenita como hilo con una medallita, y la punta se estiraba como doce metros. Los chicos tiraban y volvía a encogerse.

            Los dos mellizos salieron otra vez al desierto; hicieron una reunión con todos los pájaros, allí les dieron instrucciones. Los mellizos eran jóvenes, tenían una espada muy grande, tenían más o menos dieciséis o diecisiete años, ya son grandes varones. Los pájaros les dicen:

            - Ahora ustedes ya están armados para la guerra y tienen que ir a un bebedero donde los tigres van de mañana y después de tomar agua se van a dormir.

            Cuando los mellizos se escondieron, uno para la derecha y el otro para la izquierda, cada uno con una espada.

            A eso de las ocho de la mañana llega el primer tigre a tomar agua. Allí le cortaron la cabeza, y así van matando a los tigres cada vez que van llegando al bebedero. Hasta que llega el primer jefe de los tigres que tenía dos cabezas y que está más alerta que los demás: con una cabeza estaba alerta y con la otra tomaba agua. Enseguida salió hacia la luna. Allí tenía defensa. Por detrás lo persiguen los dos jóvenes que lo querían alcanzar, y cuando lo alcanzaron le cortaron un pedazo de cola. Y cada vez más se alejaba el tigre de ellos y le iba saliendo sangre.

            La luna era una reina, una diosa con una vestimenta muy linda y muy larga. Era como una mujer luna. Y allí llegó el tigre con una sola cabeza y la luna le dijo:

            - Póngase bajo mi vestimenta. Y así lo tapó. Los dos jóvenes lo seguían más de mil años, hasta que llegan con la luna y le dicen:

            - Hace miles de años que vino nuestro enemigo, pero usted lo tiene; entréguelo en las manos de nosotros, que nosotros lo vamos a matar, la luna dice al tigre: - No se mueva, los mellizos le dicen:

            - Si usted no lo entrega dentro de pocos días, el tigre la va a matar porque ellos mataron a nuestra madre.

            - No, no ha venido -dice la luna.

            - Pero la huella está acá -le contestaron los mellizos.

            Se cansaron de rogarle que entregara al tigre y se regresaron los dos jóvenes otra vez; casi cincuenta mil años de camino. El tigre se apoderó de la luna y la empezó a comer, y la luna les dice a los jóvenes:

            - Vuélvanse, que el tigre me come.

            Ellos hace más de cincuenta mil años que regresaron, pero pueden escuchar por su propia virtud, y volvieron otra vez con la luna. Y el tigre se volvió a esconder porque la luna le dice que se esconda, y engaña a los muchachos. Los jóvenes le dicen a la luna:

            - Cuando el tigre empiece a comerte habrá señales en la tierra y en el cielo; habrá un eclipse (Yagua). Entonces actualmente la gente se fija: cuando el tigre está comiendo a la luna se oscurece, se pone sangre, la sangre de la luna es. Estas son señales por los siglos hasta que termine la tierra.

            Los jóvenes dijeron que no eran dioses y dijeron que el zorro es diablo. Le dijeron a la luna:

            - Habrá un día en que la tierra se terminará y los demás descendientes recordarán que nosotros vinimos para defenderte y que tú escondiste al tigre; el tigre te seguirá comiendo y entonces nosotros ya no venimos. Esperamos tus noticias, nosotros regresamos, entonces nosotros miraremos hacia ti, tú tienes la culpa por no entregar al tigre. Pero va a llegar el tiempo en que no puedas volver a la tierra porque tú has aprisionado al tigre. Y nosotros pondremos la llave y el tigre no volverá más. Y esta será la señal que tendrá toda nuestra descendencia. Usted lo tiene escondido detrás de su vestimenta, acuérdese. Entonces caerá granizo (Amando), pero ese granizo no va a ser para refrescar la tierra, sino que será fuego. Entonces clamará el tigre. Usted se va a acordar de mí.

            Los mellizos están reprendiendo así a la luna.

            - Mandan el granizo. El sol también se cae, las estrellas también se caen como azufre. Entonces el tigre va a salir de abajo de su vestimenta. Pero acuérdese que usted tiene un gran culpable.

            Entonces los chicos regresaron a la tierra y se transformaron en el lucero y el otro en Tres Marías. Esa es la señal. Los dos jóvenes se convirtieron en estrellas grandes (lucero: Quembilia; Tres Marías: Yasotatobos). El lucero es ese que brilla.

 

 

III. ETNOLITERATURA NIVACLÉ

 

            TEXTOS:  LENI PANE CHELLI

 

            1. JUNCU'CLAI Y JIVECLA

 

            Hace mucho tiempo, el hombre y los demás seres de la naturaleza vivían tan en armonía que hablaban el mismo idioma y habitaban todos un mismo mundo.

            Sucedió que un mozo, inteligente y gran cazador, se enamoró de la hija de Juncu'clai (el Sol). Era ella una linda muchacha de ojos brillantes, tez resplandeciente, y lacia y negra cabellera.

            - Eres bella -le decía el mozo- y quiero casarme contigo.

            - Mi padre lo permitirá si le demuestras que eres el mejor de los cazadores.

            Al día siguiente el mozo tomó el arco y sus flechas y fue a cazar venados.

            Como en el monte había muchos animales no le costó trabajo cazar un par de ellos, que llevó atados a regalarlos a Juncu'clai. Juncu'clai agradeció el regalo y ordenó asarlos inmediatamente, pues tenía hambre y quería comerlos.

            - Muy bueno, muy bueno -comentaba Juncu’clai mientras engullía con avidez la carne asada, ante la mirada expectante de la pareja. Cuando terminó de comerse todo, el mozo le preguntó:

            - ¿Puedo casarme con su hija?

            Juncu'clai pensó: "Si tengo un yerno cazador, podré comer todos los días animales asados. Si le digo que no, se irá y no volverá". Así, pues, teniendo en cuenta estas consideraciones, dio su consentimiento.

            Realizada la unión, la pareja amaneció en su choza. La joven esposa despertó al marido y le dijo:

            - Ve a cazar dos animales para mi padre, pues él puede enojarse si no tiene qué comer, y puede matarte.

            Salió el mozo a cazar y trajo dos jabalíes.

            Juncu'clai, que estaba ya esperándolo, salió a recibirlo, recogió los animales, los asó y se los comió con ganas.

            Pasaron los días, y estos eran todos iguales: el mozo cazando y Juncu'clai comiendo. De manera que la caza disminuyó en ese paraje, y el mozo cada vez tenía que ir más lejos para calmar la infinita hambre de su suegro Juncu'clai. Al año no quedaban más animales que cazar. Los venados, los jabalíes y demás animales, habían sido devorados por el Sol, quien cada día estaba más gordo. Sólo quedaba la tortuga, y cuando esta fue cazada y devorada, el mozo se desesperó:

            - ¡Qué haré! -se decía-. No hallo animal alguno, y mi mujer me ha advertido que no llegue a casa sin nada, pues mi suegro me matará. Mejor me refugiaré bajo la sombra de los árboles, mientras pienso alguna solución.

            Buscó, pues, refugio bajo la sombra de los árboles y se quedó dormido.

            Entretanto, el Sol, que ya había realizado la mitad de su jornada, sentía hambre y miraba anhelante el horizonte, esperando ver llegar a su yerno con la ansiada caza. Pero el yerno no llegó, y Juncu'clai, enojado, encendió sus más fuertes rayos castigando a la naturaleza y a los hombres con su enojo.

            Estuvo el mozo durmiendo todo el día bajo la arboleda, que le protegió del enojo del Sol. Cuando despertó era de noche.

            - No puedo volver, mi suegro me matará. Debo buscar refugio en algún lado, pero ¿dónde? -pensó. En eso levantó la vista y vio a Jiveclá, la Luna, que plácidamente se paseaba por el firmamento.

            - Iré a él -se dijo- Tal vez me proteja.

            Caminó toda la noche y al amanecer llegó a la casa de Jiveclá. Salió a recibirlo la hija de Luna, quien era tan bella como la hija del Sol.

            - Busco asilo -dijo el mozo.

            - Aquí lo encontrarás, pero antes debes decirle a mi padre por qué has venido.

            Encontróse el mozo frente a un hombre de plateadas y brillantes sienes. Díjole el mozo:

            - Soy el yerno de Juncu'clai a quien le servía todos los días animales de caza para saciar su apetito. Pero hoy se han terminado todos, y mi mujer me ha dicho que no vuelva a la casa si no hallo animal alguno, pues el Sol me matará.

            - Quédate aquí -dijo Jiveclá-; mi hermano es así.

            Jiveclá era el hermano menor de Juncu’clai.

            Quedóse el mozo y, a poco, casóse con la hija menor de Luna.

            El mozo salía a cazar todos los días, y traía uno o dos venados, pero como Luna no era un señor hambriento como el Sol, pronto la despensa estuvo llena de carne seca, y alguien se lo contó al Sol.

            Juncu'clai, que estaba hambriento desde la ida del mozo, decidió hacer una visita a su hermano.

            Como los movimientos del Sol no pueden pasar desapercibidos, pronto se enteró Luna de que su hermano iba camino de su casa. Así que alertó a su hija para que escondiese a su marido, el mozo cazador.

            Cuando llegó el Sol, Jiveclá lo invitó a comer. Saciada su hambre Juncu'clai preguntó a su hermano:

            - ¿Está el mozo cazador aquí?

            - No, no está aquí, no lo hemos visto -mintió Jiveclá.

            Enojóse entonces el Sol y destellando fuerza y calor dijo a su hermano:

            - Me voy y nunca más volveré aunque deba morir de hambre, pero así también si alguna vez te encuentro en mi camino te quemaré hasta consumirte.

            Reaccionó Luna, que se sintió amenazado en su propia casa, y le contestó:

            - Tampoco tú te pongas en mi camino, nunca, porque sí así sucede lloveré sobre ti agua y heladas y te mataré de frío. Salió Juncu’clai de la morada de su hermano Jiveclá, y desde ese día sus cursos han variado, por temor de la mutua amenaza: los hombres ya no hablan el mismo idioma que los elementos, y si alguna vez se acercan un poco uno al otro Juncu'clai y Jiveclá, en el curso de su infinito rodar, se oscurece el cielo, los habitantes del espacio se aprestan a la guerra, y los de la tierra miran temerosos hacia arriba esperando la victoria de uno de ellos o la llegada de otro mozo cazador que, como aquel, sea inteligente, bello y valiente, y desenoje a los hermanos Juncu'clai y Jiveclá.

 

            2. LA MANTA

 

            Le ardían los pies sobre el espartillar. Desde la mañana temprano había caminado oteando el horizonte en busca de alguna abeja que pudiese llevarle hasta su panal de miel. Sus ojos, acostumbrados a este trabajo, sabían mirar hacia el cielo azul, y descubrir a esos diligentes insectos llevando agua o polen, según brillasen más o menos a la luz del sol.

            El se conocía como un hábil buscador de panales de miel. Sin embargo, esa mañana la suerte no le acompañaba. Ni una sola abeja había avizorado. ¿Qué estaría pasando? Sintió que sus pies le ardían cada vez más, y buscó el refugio de una sombra. Sacó de su "Yi'ca" (*) carne seca y agua, y se dispuso a descansar.

            Estando con los ojos semicerrados y adormeciéndose, vio ante sí una enorme víbora. Quiso moverse, pero sintió que sus miembros estaban rígidos ante la mirada llameante del animal. El cual sin abrir la boca le habló así:

            "Hace mucho tiempo, tanto que la gente lo ha olvidado, vivió en esta tierra uno como tú; buscador de miel, como tú. Vivía en la aldea con su bella mujer y con su no menos hermosa cuñada. Y sucedió que el hombre vino a enamorarse de la hermana de su mujer. Pero la joven cuñada, que no deseaba hacer daño a nadie, y menos a su hermana, rechazó los requerimientos amorosos de su cuñado. El hombre, por lo tanto, se resintió y urdió un plan para vengarse".

            "Se mostró solicito con las dos mujeres. Todos los días iba en busca de miel, y todos los días volvía con dos bolsitas de cuero: Una para su mujer y otra para su cuñada, sólo que en la de ésta última le agregaba dos o tres huevos de serpientes".

            "Un día en que las dos hermanas caminaban hacia la aguada (la mayor, casada, delante, y la menor detrás) por una angosta picada, al pasar por un verde y oscuro paraje, escuchó la mayor que iba delante, un angustioso grito:

            - Ayyyyyyay... ¡Hermana, ayúdame!

            Buscó la hermana a la suya por detrás, y no la encontró. Volvió a escuchar el grito:

            -¡Ayyyyy! ¡Ayyyy! ¡ay de mí, hermana, ayúdame!

            - ¿Dónde estás? -preguntó la mayor.

            - Aquí, ¡Aquí!

            - ¡Dónde?

            - Aquí en el hueco del árbol -respondió la hermana. Miró la hermana hacia donde salía la voz, y con horror vio a su hermana en el hueco del árbol, mitad humana y mitad víbora, retorciéndose horriblemente. Ya no puedes ayudarme hermana. Solo te pido que no me olvides.

            - Fue tu marido quien, por rechazarle sus requerimientos amorosos, me convirtió en víbora.

            "Y la mujer volvió triste, sobre sus pasos. Llegó a la aldea y al verle que llegaba sola, le preguntaron por la hermana. Quiso la mujer explicar pero... a la extrañeza le siguió el pánico. No podía articular ni una sola palabra. Se había quedado muda. ¿Cómo podría testimoniar ahora el sacrificio de la hermana por haber sido leal? ¿Cómo podría ella confesar ante la aldea la maldad de la que había sido víctima? Encerróse en su choza, y al amanecer vieron los vecinos que la mujer se aprestaba a componer un telar. Una vez que lo terminó, se puso a tejer, con hilo de lana de oveja, día y noche, noche y día, hasta que, finalizada la obra, vieron los vecinos una larga manta cuyos ondulantes dibujos semejaban la piel de una víbora. Sacó del telar la manta, y llevóla junto a su marido. Rápidamente comprendió el hombre que su mujer había descubierto el delictuoso amor por su hermosa cuñada. El hombre desconocía hasta ese momento el motivo de la ausencia de su cuñada, pero ante la manta que su mujer le enseñaba, y los dibujos que allí se veían, comprendió que el veneno había hecho su efecto. Al mismo tiempo comprendió la razón de la mudez y la actitud retraída de su esposa, que hasta el momento no se había explicado".

            "Pensó actuar rápidamente, pues si su mujer, por casualidad, recuperaba el habla, la aldea se enteraría de su mala acción y lo expulsaría de su seno. Ante esta posible situación, la única solución que cabía en su mala alma, era matar a su mujer".

            "Arrimóse lentamente a ella, levantó las manos como para ponerlas sobre el cuello de la mujer, cuando ella, adivinando el mortal propósito del hombre procuró llamar en su auxilio a alguna persona de la aldea, pero no pudo. El temor le invadía ante la presencia de la muerte próxima. El hombre ya la tenía ceñida por el cuello, cuando la mujer procuró un último auxilio, y un angustioso grito escuchóse por todo el ámbito de la aldea. Se sentía ahogada, en un caliente vaho de muerte. Cuando las manos que apretaban su garganta se aflojaron precipitadamente y atónita presenció cómo caía examine a sus pies el pesado cuerpo de su marido, al mismo tiempo que una enorme víbora de desenroscaba de él para ir a perderse en el monte".

            Así terminó su relato la víbora, al mismo tiempo que el hombre percibió que movía sus antes rígidos miembros, y que, como despertándose de un sueño, veía alejarse en rítmicos movimientos hacia la espesura una víbora, mientras en lo alto, un enjambre de abejas volaba hacia su panal de miel.


LA COMPETENCIA

 

            Cuentan los muy ancianos que hace mucho tiempo, el hombre y el animal eran un mismo ser, no porque estuviesen unidos físicamente sino porque la naturaleza de uno correspondía a la naturaleza del otro, y según las circunstancias de la supervivencia, hablaban el mismo idioma, y a cada ser humano le correspondía un ser animal conforme a su carácter y manera de ser.

            Fue así como se encontraron dos seres en su forma animal, uno era Fech'ataj (la garrapata), y el otro era Vänjalhoj (el ñandú). Como estaban aburridos decidieron realizar un juego, y tras mucho pensar eligieron el juego de la carrera, bajo estas condiciones: correrían cuatro veces por el camino que rodeaba a la aldea, donde habitaban, y el que llegase primero al concluir las cuatro vueltas, ganaría la carrera, junto con las apuestas.

            Comentaba de este modo el ñandú a la garrapata:

            - Si tú corres más fuerte que yo, te ganas la carrera y la apuesta, pero si yo soy más ligero que tú, me gano la carrera y me llevo la apuesta.

            - Hecho -dijo la garrapata- y dirigiéndose a un grupo de personas que se habían reunido para observar la competencia, les dijo: "Cuenten hasta tres y vamos a empezar a correr".

            - ¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! vociferó la gente.

            Vänjalhoj empezó a correr.

            Corrió y terminó una vuelta. Empezó la segunda, y corría duro y ligero mirando hacia atrás, pues no veía a la garrapata. Terminó la tercera vuelta y la gente aclamaba al ñandú como ganador, pues la garrapata no aparecía por ningún lado y ya se sentía triunfante creyendo que Fech'ataj había desertado. Pero no se percató en ningún momento que esta se había alojado cómodamente en sus pestañas, y fue así que, al llegar al final de la cuarta vuelta, en el lugar marcado con una raya como inicio y final del juego, la garrapata brincó al suelo desde las pestañas del ñandú, y rápidamente ganó los centímetros que le separaban de la raya que marcaba el final de la competencia.

Así ganó Fecha'taj a Vänjalhoj la carrera y la apuesta.

 

 

 

TEXTOS: MIGUEL CHASE-SARDI

 

            1. AJOCLOLHAI, LOS HOMBRES-PÁJAROS

 

            Ahora, voy a contarles lo que escuché de la muchacha que en aquel tiempo, fue aborrecida por su esposo. Tan amargada se sentía que quedó con su abuela, en la aldea abandonada. Todos se habían retirado por temor a un tigre, Yiyööj, que peligrosamente rondaba por los alrededores. La muchacha prefería morir antes que encontrarse con su esposo. Y así se pasaba llorando todo el tiempo. En eso llegó un hombre. Era el tigre, que se puso también a llorar. Ellas en el acto dejaron de hacerlo. El hombre tornó asiento y les pasó unos pedazos de carne asada. La carne de los hombres que había matado. Después de un rato habló.

            Dile, abuela, a nuestra nieta, que me ponga agua en una vasija. Tengo sed.

            La muchacha, muy desconfiada, no le quiso dar nada al hombre. Si no hubiera obrado así, después de calmar su sed, habría terminado con ellas. Al advertir que allí no iba a conseguir agua, se levantó, y caminó en dirección a la aguada. Al alejarse, la muchacha abrió una rendija en la choza, para ver lo que hacía el hombre. De repente, éste se puso a cuatro patas y se le cambió el color de la piel. ¡Era un tigre!

            - ¡Abuela! El hombre que recién salió de aquí, no es un hombre... ¡Es un tigre!

            - Guíame por todas las sendas donde buscábamos leña para nuestro fuego. ¡Tenemos que correr! Tenemos que correr zigzagueando, hasta que encontremos un pozo en donde esconderme. Entonces me tapas con cortezas de árboles y escapas.

            Tal como le había indicado la abuela, así lo hizo la nieta. Corrió largo rato. Miró varias veces atrás para ver si la seguía el tigre, y gritaba de cuando en cuando pidiendo socorro. Después de mucho correr, llegó a las cercanías del campamento de la gente que había sido de su misma aldea. Volvió a gritar. Pero todo fue en vano. Nadie la escuchaba, porque la gente estaba distraída con el juego del tiro a la cuerda. Había visto ahora que el tigre la seguía de cerca. Algunos de los hombres que competían se quedaron escuchando. El cacique dio orden para que se hiciera silencio. La muchacha venía cansada, pero aún tuvo fuerzas para gritar una vez más. Todos la escucharon claramente.

            - ¡Esta es la que quedó la vez pasada, en la aldea vieja! -decían los hombres.

            Mirando hacia el canino, vieron venir corriendo a la muchacha, y tras ella al tigre que procuraba alcanzarla. Los hombres se pusieron en fila, formando una bolsa, para matar a la fiera. La muchacha llegó junto a ellos, y allí se cayó desmayada. La alzaron llevándola a una choza, donde quedó así por mucho tiempo. Entretanto el tigre llegó al alcance de los hombres, que lo mataron y lo quemaron.

            Después de haber matado al tigre, los hombres siguieron con el tiro a la cuerda. Se afanaban tirando con el arco, cortas flechas, a una cuerda trenzada con fibras de cháguar, tendida entre dos árboles. No se tomaban tiempo para ir a comer o tomar agua. ¡Tan entusiasmados estaban! Por ello las mujeres comenzaron a enojarse. Uno tenía mucha sed y se hallaba muy cansado, pero no quería ir a su choza, por no perder su puesto en el juego. Había mucha competencia. El hombre, no pudiendo soportar más, le dijo a un chico que observaba:

            - Tráeme un poco de agua de la choza.

            El chico fue, y le pidió a la mujer.

            - Tu marido te hace decir que le mandes un poco de agua.

            - ¿Por qué no viene él a tomar agua? -decía furiosa la mujer-. Yo no le voy a mandar nada.

            Volvió el muchachito, y le contó lo que había dicho su esposa. El hombre se sintió ofendido. Otros mandaron también, por los chicos, a sus esposas, pidiéndoles agua. Otros, a sus madres o a sus tías. Pero ninguna mujer quiso enviarles lo que pedían.

            Los hombres se enojaron con sus esposas, con sus madres, con sus tías, con toda su parentela femenina.

            Hagamos un gran fuego, -dijo el cacique a su gente- y entremos saltando en él. Así las mujeres se entristecerán por nosotros.

            Entonces, los hombres, prendieron una fogata enorme. Uno de ellos, saltó, de cabeza.

            - Yo quiero ser Pôtsej, la cigüeña, gritó cuando se tiraba.

            Por eso hoy, Pôtsej tiene el cuello colorado, porque se chamuscó un poco con el fuego. Cuando vieron esto que hacía el primer hombre, los demás también se fueron tirando y al hacerlo, nombraban a un pájaro.

            - ¡Yo quiero ser Vosjôs, la garza blanca!

            - ¡Yo quiero ser Cajtaj, la garza mora!

            - ¡Yo quiero ser Jacjayej, el pato!

            - Yo, como pescado. Seré Siyojônoj, la cigüeña grande.

            Y así nombraron a todos los pájaros del agua. Y después de pasar por el fuego, comenzaron a volar. Volaron sobre la aldea. Las pobres mujeres se desesperaron.

            - ¡Vengan -decían- vengan a tomar agua!

            Pero ya era tarde. Ninguno quiso bajar.

            - ¡Más arriba!, dijo el cacique. No hagamos caso a estas mujeres que no quisieron darnos un poco de agua.

            Así los hombres-pájaros ajôclôlhái, volaron todos a una gran laguna. Allí saciaron su sed y comieron peces a gusto. La gente antigua dice que estos ajôclôlháí se encuentran hoy arriba, sobre el cielo. Hasta ahora creen en ellos. Se dice que son ellos los que envían las tormentas y los truenos. Los que mandan las lluvias.

            Los llamados ajôclôlhái, son los que trajeron las semillas de maíz, sandía, melón, zapallo, calabazas, porotos. Primero, les trajeron las frutas, a los que actualmente viven en la tierra. Estos sacaron con mucho cuidado las semillas y las secaron bien, sembrándolas después. Así es como aparecieron todas estas plantas sobre la tierra.

            Hasta aquí lo que yo sé.

 

 

YONIS, EL ZORRO Y CAYIN’O, EL PICAFLOR

 

            Ahora voy a contarles de Cayin'ô, el picaflor, cuando era hombre. Era muy hábil en la siembra. Todos los años cosechaba mucho, diariamente. Hasta que por fin, sus buenas cosechas le pusieron en disposición de casarse.

            - ¿Por qué no te casas mi hija -dijo un hombre- con aquel joven a quien llaman Cayin'ô? Quedaría muy bien si te casaras con él. Es muy trabajador. Siempre cosecha lo que comemos. Es el único que alimenta a todos los demás.

            - Está bien lo que haces mi nieto -dicen los abuelos.

            Y lo mismo dicen los tíos de su sobrino.

            Pues bien, la muchacha se llegó junto a Cayin'ô y se casó enseguida con él. Desde luego, el ya tenía sus siembras hechas el día del casamiento.

            - Estoy muy contenta de haber venido junto a ti -le dijo la muchacha-. Ahora quiero que tú también llegues junto a mí, la próxima noche. Porque mi padre y mi madre están muy enformes. También mis parientes. También mis abuelos. Y también mis hermanos menores.

            - Está bien.

            Y en la noche siguiente, él les guió, alcanzándole por fin a la muchacha.

            Cayin'ô, entró en la choza. Enseguida se le conoció, pues era muy elegante.

            Los cabellos largos y bien peinados. La boca muy chica. Al llegar se sentó.

            - ¡Está muy bien! Está muy bien que hayas venido junto a mi hija - dijo el padre de la muchacha- yo no digo nada. Para mí está muy bien.

            Y venían todos los parientes masculinos y decían:

            - Estamos muy contentos, hermana menor, de verte con este joven. El es el que muestra su habilidad todos los días, mientras nosotros nuestra ineptitud. Cada nuevo año sufriríamos hambre si no fuera por éste que vemos a tu lado.

            - Estamos muy contentos contigo, nieta -decían otros parientes que llegaron al recibir la noticia-. Este hombre es el más nombrado de toda la aldea. Es el que más cosecha. El de más resistencia. Siempre tiene maíz, tiene zapallos y sandía, tiene porotos, tiene otros frutos comestibles, como melones y calabazas. De todo lo que es comestible. Maní, poroto y muchas cosas más. De todo, todo lo que sirve para comer y dijeron finalmente- ahora nos separamos de vosotros.

            - Nos separamos de ti, hermano menor - le dijeron al padre.

            - Me siento feliz, mis hermanos mayores, porque ustedes han venido junto a su nieta. Junto a este joven que es el único que nos satisfizo durante años. Pues nosotros no sabemos trabajar. Siempre pasamos de balde el tiempo de la siembra. Pero este joven ni siquiera tiene sucios sus cultivos, como si fuesen varios los que lo ayudan. Sin embargo, él trabaja solo.

            - Hasta luego, hermano menor -le dijeron al terminar estas palabras.

            - Hasta luego-le contestó.

            Luego se acercaron las mujeres diciendo:

            - Nosotras hemos venido a verte con este joven, mi nieta. Nosotras tuvimos la vez pasada la noticia. Sería conveniente que consideres la edad en que estamos ahora. No éramos así cuando jóvenes. Ustedes están muy bien ahora.

            - Mira a tus abuelas -le dice el padre a la muchacha.

            Mira a mis abuelas -dice esta a su marido.

            - Sí. Está bien -dijo Cayin'ô, mirando a las abuelas. Yo no me avergonzaré de mis futuras suegras. Está bien.

            Mientras hablaban, Yo'nís el zorro, estaba escuchando la conversación. El zorro también era un hombre.

            Las viejas se marcharon hacia sus chozas. Mientras tanto llegaban también las chicas.

            - Nosotras, le decían hemos venido a ver al que será nuestro cuñado.

            Está muy bien, hermanas menores -dijo-. Somos de la misma edad; sin embargo, aún puede haber un desacuerdo que deshaga nuestro matrimonio. Yo aun no me he casado. Tampoco se casó, todavía, Cayin'ô.

            ¡Y es hermoso! decía mientras hacía como si la rasguñase amorosamente.

            Hasta luego, hermana mayor decían las muchachas.

            Hasta luego

            Y esta era la última visita. Hacía rato que había pasado la tarde, acostándose por fin. Cayin’ô y su mujer se pusieron a conversar. Mucho tiempo le he buscado -le dice la esposa.

            - Sí, hace mucho tiempo. Pensé que no soy mezquino por lo que cosecho. A mis padres hace rato que no los veo, pues están retirados. Solo algunas veces vienen a visitarme y eso no es nada para mí. Yo me encuentro igualmente bien aquí, con mi pariente. Vivo en casa de ella. Y también me hallo bien con mi tío, pues él es como si fuera mi padre. Pues bien, ahora por fin me quedaré en un lugar estable -y agregó Cayin'ô- mañana temprano iré a mi chacra. Madrugaré mañana, pues aún no terminé de carpir una parte del maizal.

            - Sí. -le dijo la esposa- Sería bueno que madrugues mañana.

            Al amanecer, salió Cayin'ô, dejando sus adornos. Llegó a su cañadón que estaba algo retirado. Era sólo suyo. Los demás no le ayudaban porque tenían también sus cañadones. Al llegar comenzó a carpir su chacra. A esta altura estaba el sol (señala con la mano) cuando volvió a su casa. Su esposa le dio de comer zapallos. De este tamaño (muestra con las manos) eran los zapallitos. Rebosaba el recipiente de ellos. Pero él comió uno solo.

            - Ya dejaste de comer- le preguntó ella.

            - Sí, ya dejé.

            - ¿Por qué no comes más?

            Después se acostaron. Faltaba ya poco para amanecer. Mientras, Yo'nis, los había espiado toda la noche, escuchando lo que comentaban. El imitó sus maneras transformándose en picaflor.

            Esta vez, Cayin'ô, llevó consigo sus adornos, diciendo a su esposa, antes de salir:

            - Volveré por un rato a limpiar mi plantación de zapallos. Ahora, menos que nunca dejaré de trabajar, pues ya conozco a mis futuros suegros.

            - Procura regresar temprano- le dice la esposa.

            - Sí, cómo no -contesta Cayin'ô-. Volveré más temprano, cuando caliente el sol, porque en mi cañadón no hay agua. Vendré a tomarla aquí.

            - Sería bueno que hoy vuelvas pronto. Entonces cocinaré para ti.

            Yo'nis, siguió espiándolo hasta el mediodía. Cayin'ô, se puso su ropa y sus adornos y sacándose el taparrabos sucio lo dejó en la plantación. Yo'nis, se acercó a él arrastrándose. Se acercó arrastrándose, y enseguida lo flechó. Le tiró varias veces. Cuando cayó, Yo'nis, lo garroteó.

            - Muy bien. Estoy contento de haberte matado Cayin'ô. ¡Con lo que yo te envidiaba tu mujer!

            Cuando terminó de matarlo, le sacó sus adornos y también la bolsita con pintura y sus ajorcas de plumas, en fin, todo lo que tenía. Llevó el cuerpo de Cayin'ô, a esconderlo entre un montón de pasto cortado. Se hizo noche cuando, Yo’nis, transformado en picaflor llegó.

            - Por fin viniste.

            - Sí, por fin. Apenas pude terminar de carpir.

            Le sirvió los zapallitos y ya era de noche. Yo'nis, se puso a comerlos y los terminó íntegramente.

            - Por primera vez terminas toda la comida. No comprendo. Anteriormente no solías terminar la comida de tu cosecha. Desde luego que es tuya. Tú eres el único que cosechas tanto. Nadie puede compararse a ti.

            - Es que tenía mucha hambre -dice que dijo Yo'nis. Tenía demasiada hambre. Estaba con mucho apetito.

            Y después de esto, se acostaron. El interior de la choza estaba muy oscuro. A medianoche dice que le habló la muchacha. Estaban acostados los dos del mismo lado.

            - Vuélvete hacia mí.

            Cuando él se durmió, la muchacha observó su manera de respirar. El aliento le llegaba a la mujer. Tenía olor a zorrino. Ella se dio cuenta enseguida y se dijo:

            - A mí me parece que es el zorro. Ojalá no le haya pasado nada a mi marido.

            Y en realidad, era el zorro. Para estar bien segura, le hizo el amor y cuando él reía le alcanzó el aliento, entrándole en la nariz y en la boca.

            - ¡Así que es cierto! Es el zorro. Seguramente que mató a mi marido recién casado. ¡Qué lástima! Le quitará la alegría a mi padre -se decía.

            Volvió a dormirse, Yo'nis, y sólo entonces la mujer fue hacia el lado de la choza donde se encontraban sus padres, para despertarlos.

            - Papá. Despiértate. Me parece que es otro hombre. Es Yo’nis. Se me pegó el olor a zorrino de su aliento.

            - Sí, mi hija, él tiene que ser. El tiene que ser. Lo sabía yo desde hace rato. Hace días lo odia. Lo envidia porque es un buen agricultor, porque cosecha siempre mucho. Además, te pretende. ¡Aprovechó la oportunidad! Vete junto a él y no le des a entender nada. Si se despierta, muéstrale cariño. Recién mañana iré a revisar los sembradíos del pobrecito. ¿Qué le habrá sucedido? Mi hija, es muy posible que lo peor haya ocurrido.

            Al llegar de vuelta a su echadero encontró despierto al hombre. No cabía duda de que era Yo'nis. Tenía vergüenza porque su respiración hedía a zorrino.

            Cuando amaneció muy temprano, se fue a trabajar. Mientras los demás hombres entraron en consulta.

            - Mis hermanos mayores-, dijo el padre de la muchacha- escúchenme un rato. Voy a averiguar lo que le sucedió al que vi todos estos días pasados con nuestra hija. Ella no reconoció al que anoche se acostó con ella. Le repugnó su respiración. Tenía mal olor. No era el aliento de Cayin'ô, que tenía la fragancia de las flores de todas las plantas. No hay un solo árbol donde él no se quedase. Es un hombre hermoso. Tiene el cutis claro.

            - Anda a buscarlo, hermano menor -le dijeron los demás hombres.

            Estaba enfurecido. Rabioso se ató los cabellos y fue a buscar a Cayin’ô, por sus sembrados. Mientras caminaba, vio a Yo'nis, que estaba carpiendo, jof... jof..., y le reconoció enseguida. Le reconoció por su vincha colorada. Se había sacado la de Cayin'ô y puesto la propia.

            - Así que es él -dijo entre sí-. Lo voy a matar. No lo dejaré vivir.

            - ¿Son estos tus sembrados? -le preguntó al llegar.

            - Sí son. Esta carpida no la pude terminar ayer.

            - ¡Qué hiciste! -le dijo, llenándole de golpes, C'of! con su macana de palo mataco - ¡Muy bien! ¡Me alegra haberte matado! ¡Me has perjudicado por lo que hiciste con mi hija -y siguió golpeándolo con más fuerza.

            Luego el hombre se puso a buscar a Cayin'ô. Lo encontró bajo el pasto amontonado. Estaba muy hinchado.

            - ¡Así que era verdad! -decía mientras lo enterraba llorando.

            Siguió llorando el hombre. Su esposa lo escuchó desde lejos.

            - Muchachos. Escuchen a vuestro padre -decía ella-. Me parece que debe ser aquel que viene llorando. Anoche vuestra hermana mayor ya lo sabía, vino y se lo contó a su padre.

            Cuando se encontró la hija con el padre, lloraron ambos.

            - Tenemos una gran desgracia. Yo'nis mató al que veía contigo. Pero yo también lo maté a él. Lo maté a él. Lo maté a él. Me siento satisfecho de haberlo matado. ¡Que nadie tome venganza por él!

            Y nadie tomó venganza por la muerte de Yo'nis. Porque era pariente del hombre. Comía cualquier cosa cuando era hombre. Se acostaba en la selva. No tenía con qué cubrirse. No sabía buscar nada. Solamente comía la fruta del cháguar y de la tusca, y cosas por el estilo. Y estas frutas eran las que le causaban mal olor.


GLOSARIO

 

Akuti-puru: (purú = prestada) (J.B.R.).

 

Inajá: Es una palmera (Maximiliana regia Mart.) que da frutos aglomerados en grandes cachos, cuyo peso es de decenas de kilogramos (J.B.R.).

 

Kachiry: Bebida embriagante que se prepara de un mbeyú de gran tamaño, llamado payaguaru. La bebida se usa en las grandes fiestas (J.B.R.).

 

Pachiúba: nombre que los tapuyos (mestizos) dan a la palmera uatañö. (J.B.R.).

 

Yi'ca: palabra mataca. Designa a la bolsa tejida con hijos de caraguatá.

 

 

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