PERÍODO AUTONÓMICO (1900-1940). GENERACIÓN DEL 900
APUNTES PARA UNA HISTORIA DE LA CULTURA PARAGUAYA
EL LLAMADO PERÍODO AUTONOMICO
(1900-1940)
LA GENERACIÓN DEL 900
"Con el egreso de los primeros abogados de la Universidad Nacional – dice el Dr. Efraím Cardozo – el Paraguay renacido de las cenizas de la guerra deja de ser el Paraguay niño para transformarse en el joven Paraguay". En 1900 [se] contempla la eclosión de una promoción de figuras intelectuales, la más vigorosa y actualizada que ha tenido hasta ahora el país. Este nuevo ciclo tiene ya como dirigentes a personalidades formadas en el país, aunque muchos extranjeros ilustres siguen cooperando en la tarea y todavía, en algunos de los aspectos de la cultura, asumen función precursora o – por lo menos – básicamente estimulante. En realidad, pues, este período debería reconocer como comienzo esa fecha de 1893 en la cual egresan de la Universidad los primeros abogados, aunque la aparición que puede llamarse coherente de la nueva promoción intelectual reconoce como fecha tope el principio del siglo.
Se caracteriza esta época por el prurito, en esas promociones erigidas en elites rectoras, de actualizarse, de ponerse al día en los hechos culturales en general. Este prurito de modernización intelectual y cultural se extiende a todos los órdenes de la vida apoyado, como ya en el capitulo anterior se dijo, en el cimiento cultural de que fue en buena medida factor activo la copiosa inmigración de 1870 a 1900.
El despertar intelectual propiciado por las elites que, sorteando el duro clima político, sostuvieron esos años el sentido de los valores culturales, cristaliza – pues – en los años finales del siglo al egresar de los flamantes establecimientos de enseñanza superior la generación nacida en los años de la inmediata posguerra, entre 1870 y 1880. Esta generación, como una consecuencia de su formación positivista y un empuje actualizante, trae como empeño la clarificación y revisión de la historia nacional, la inmediata sobre todo, para apoyar en ellas una posibilidad unificadora, y la continuidad espiritual de su pueblo.
Esas grandes figuras del 900, rectoras del pensamiento paraguayo en lo que va de siglo, merecen una breve reseña.
Juan Silvano Godoy. Decano del grupo, formado más que nada en el exterior, intervino desde muy joven en las luchas políticas y ello le aparejó repetidos destierros. El último de estos exilios se prolongó más de 20 años. Durante esta larga ausencia Juan Silvano Godoy viajó, se vinculó con importantes personalidades y nació en él el afán de formar una colección artística que pudiera alguna alguna vez ofrecer a su patria. En efecto, al regresar al país en 1895, para radicarse definitivamente, traía consigo una valiosa biblioteca de temas americanos y una hermosa colección de obras de arte que acrecentó luego de su llegada, y hasta 1909, con una serie de obras históricas realizadas por encargo suyo y con diversas donaciones realizadas por artistas nacionales.
Cecilio Báez. Aclamado desde el comienzo como abanderado del nuevo Paraguay por la juventud paraguaya sin distinción de matices políticos. Su prestigio declinó después dice Cardozo – "cuando al contacto con la realidad política el doctrinario dio paso al gobernante no siempre afortunado". Cecilio Báez encarnó el pensamiento europeísta y lo activó desde todos los ángulos: la docencia, la tribuna, el libro. Fue Rector de la Universidad, en la que dictó cátedras fundamentales, y fue autor de textos. Es hasta hoy el escritor paraguayo de más copiosa bibliografía.
Manuel Gondra. Gondra ha sido llamado el más completo de los hijos del Colegio Nacional y fue, también, entre los de su generación, el que menos produjo. Su trabajo sobre el modernismo y Rubén Darío publicado en 1898 en La Democracia alzó de golpe un prestigio ya elaborado a lo largo de sus años de cátedra en el Colegio Nacional. Se asegura que como catedrático de esta institución no ha tenido todavía su igual. Dedicado a la política desde 1902 ya no volvió a escribir; su pluma sólo se ejercitó en documentos oficiales y discursos de ocasión. Fue respetado por todos los partidos; cuando en 1904 el gobierno paraguayo, en una de sus crisis de fronteras con Bolivia, necesitó redactar uno de los delicados instrumentos del momento recurrió a Gondra, a pesar de pertenecer éste a la oposición. En esa nota – dice Rafael E. Velázquez –, Gondra dio forma definitiva al esquema argumental paraguayo mantenido después inflexiblemente por nuestro país hasta el final del conflicto. Gondra ascendió dos veces a la Presidencia de la República, y las dos veces hubo de abandonar su puesto. Natalicio González reunió sus principales escritos en un tomo titulado "Hombres y Letrados de América".
Juan E. O´Leary. Este escritor inicia apenas cumplidos los 20 años la tarea reivindicatoria de los hombres y hechos de la guerra del 70, vinculándolos simbólicamente en la persona del Mariscal López. En la prensa, en el aula, en la tribuna, en el libro, OLeary dedica toda su vida a esa reivindicación y consigue eco fuera de nuestras fronteras. Se afirma que ningún escritor paraguayo ha ejercido tanta influencia como él en la formación del pensamiento popular acerca de nuestra historia en el mencionado periodo.
Manuel Domínguez. Comparte con OLeary el liderazgo en la reivindicación del nombre de López. En sus obras basadas en el severo método positivista aclara numerosas dudas y equívocos históricos sobre el descubrimiento del Paraguay y la fundación de nuestra capital. Más tarde, al agravarse el conflicto con Bolivia, su erudición y capacidad argumentista fueron armas insuperables contra las pretensiones bolivianas. A la aclaración y justificación de los derechos paraguayos dedicó patrióticamente gran parte de su vida y mucho de su obra.
Blas Garay. Fue – dice Cardozo – un meteoro en la vida cultural de la Nación. De inteligencia extraordinaria y cultura igualmente extraordinaria, fue comisionado muy joven para estudiar en España, en el Archivo General de Indias, los documentos relativos a la cuestión de límites con Bolivia. Permaneció en España tres años durante los cuales – en increíble alarde – escribió cuatro libros de historia, investigó millares de documentos y editó obras sobre el Paraguay. Murió a los 26 años, asesinado.
Ignacio Alberto Pane. Egresado muy joven de la Facultad de Derecho se especializó en Psicología, Filosofía y Sociología. Se inició en el periodismo juntamente con Juan E. OLeary. Ocupó cargos diplomáticos. La Mujer Paraguaya, poema publicado en 1899, lo destacó como poeta. Escribió varios ensayos sociológicos históricos, textos preceptivos, y fue respetado formador de juventudes desde la cátedra. Su orientación corre paralela a la de OLeary en lo que se refiere al enfoque revisionista de la historia nacional.
Fulgencio R. Moreno. De Fulgencio R. Moreno puede decirse que representa entre sus compañeros el polo sereno de la investigación histórica. No fue apasionado como OLeary ni un esteta como Domínguez, pero sus obras son el fruto de una sólida cultura humanística y de su riguroso método científico en la investigación. Como otros de su promoción, dedicó gran parte de su vida y de su obra a la defensa de los derechos paraguayos frente a Bolivia (2).
VIDA SOCIAL
Bajo su aspecto decididamente provinciano y su desaliño edilicio, de vago relente colonial, a pesar de las edificaciones nuevas, la Asunción de principios de siglo daba cabida a una sociedad afanosa de actualizar sus módulos de vida, que prestó aliento y estímulo a iniciativas diversas desde lo más superficial hasta las manifestaciones más elevadas de cultura compatibles con la circunstancia. Presidía a la vida social un sentido de señorío e hidalguía en el cual gravitaba el espíritu tradicional de las viejas familias, en las cuales las palabras ilustración y cultura tenían un peso si no sociológico por lo menos de vinculación a lo familiar. Sociedad que hacía un culto del "savoir faire", observadora de matices en las relaciones humanas, exigente en el vestir y en ritual social. Era de buen tono hablar francés; las residencias particulares prestaban gran atención al decorado de los interiores, al mobiliario y a los detalles de adorno: con la aparición de los primeros pintores locales el cuadro adquiere rango privilegiado en el decorado hogareño, el gusto por el retrato se extiende, y se busca el paisaje, aunque este gusto tiende al amaneramiento e influirá, y no en forma favorable, en el desarrollo futuro de nuestra pintura. Continuaba así esta sociedad estimulando los ecos europeos, el prurito de comodidad y lujo cosmopolita cuyos orígenes se remontan al Mariscal López y Madame Lynch. Las veladas familiares que formaban parte importante de las festividades sociales alcanzaban gran brillo y en ellas no se olvidaba dar un lugar a aspectos como la música, el canto y el recitado, especialmente los dos primeros; la contribución de esas reuniones a la formación de gusto por las manifestaciones líricas es indudable. La moda era seguida afanosamente y la descripción de los vestidos lucidos por las damas en bailes y teatros ocupaba a veces columnas en los diarios, sobrepasando en ocasiones el espacio dedicado a la reseña de los programas líricos o dramáticos: el prurito mundano llegó en cierta época a prevalecer sobre la preocupación cultural propia del espectáculo. Las temporadas de ópera y aún las más familiares de opereta, zarzuela y teatro eran esperadas con interés y daban oportunidad a lo que pudiéramos llamar concentraciones de la buena sociedad. En los salones de principios de siglo el talento, ingenio y brillo espiritual de las nuevas generaciones intelectuales encontró ámbito de atención y de solícito respeto: en ellos se vincularon los valores espirituales de la comunidad y de su tiempo.
MUNICIPALIDAD
En esta nueva época, la función municipal desde el punto de vista administrativo de los intereses urbanísticos se hace cada vez más compleja, a medida que la ciudad – aunque lentamente – va creciendo y que, naturalmente, las exigencias de diversos órdenes – higiene, servicios sanitarios, orden, ornato, moralidad – aumentan.
No observarnos ya en este período intervención orgánica de la Municipalidad en el ámbito docente, cuyas instituciones son acaparadas todas ellas por el Ministerio correspondiente. Encontramos, sin embargo, hacia el final del período, diversos hechos que vinculan a la Comuna con los aspectos culturales superiores. Uno de ellos lo constituye la esporádica protección o patrocinio que reciben de la Municipalidad espectáculos dedicados al pueblo, o festivales literarios-artísticos programados con fines de homenajes, en ocasión de fiestas o de visitas de personalidades relevantes. Otro, los auspicios a ciertas actividades literarias, tales que concursos poéticos o de música. Un certamen de poesía, memorable, tuvo lugar en 1931; en él resultó premiado el poeta Francisco Ortíz Méndez. Dos más los encontramos en la revalidación de la Biblioteca Municipal, de vida pobre y precaria hasta fecha muy reciente, y en el plantel del Museo de Bellas Artes iniciado hacia el final de la década de los veintes y que no llegó – que sepamos – a formalizar catálogo o adquirir forma orgánica propia dentro de la Comuna. En ese plantel figuraron piezas de Julián de la Herrería, Parodi, Holdenjara, Soler, Josefina Plá, Noemí Bejarano, etc.
LA ENSEÑANZA
Desde los primeros años de este siglo las escuelas graduadas con maestros diplomados o asimilados fueron desplazando, aunque muy poco a poco, a las escuelas de aula única y a cargo de docentes sin formación pedagógica y de escasa preparación. Las Escuelas Normales fueron proporcionando el personal docente capacitado.
A la organización de la enseñanza contribuyeron los planes y métodos nuevos: el método de 1896 fue reformado en 1915 y de nuevo en 1922, fecha en la cual se estableció el ciclo del profesorado. Entre los profesores y pedagogos que más empeño pusieron en el progreso de la enseñanza primaria y normal hay que citar especialmente a Manuel Amarilla, Adela y Celsa Speratti, Ernesto Velázquez, Concepción Silva de Airaidi, Josefa Barbero, Manuel Riquelme, Manuel W. Chaves, Ramón I. Cardozo, Juan R. Dalhquist, María Felicidad González, Inocencio Lezcano. A una promoción posterior corresponden: Lida Velázquez, Rosa Ventre, Máximo Arellano, María Rodiño, Emiliano Gómez Ríos. Todos estos, y otros más, han sido, los educadores de nuestro pueblo en una larga época y muchos de ellos han sido, además de meritorios docentes, fundadores de nuestra bibliografía pedagógica.
La enseñanza media estuvo durante cerca de cuarenta años a cargo de instituciones oficiales.
El primero y más importante de los institutos oficiales ha sido y sigue siendo el Colegio Nacional, al cual hemos hecho ya referencia. La jerarquía intelectual y moral de sus profesores, entre los cuales estuvieron Manuel Gondra, Juan Cancio Flecha, Cleto Romero, Manuel Domínguez, Juan E. OLeary, Cleto J. Sánchez, Emeterio González, Eligio Ayala, Viriato Díaz Pérez, Pedro Bruno Guiari, Juan Vicente Ramírez, Manuel Riquelme y Tomás Osuna, el nivel de la enseñanza – por tanto – le asignaron ese puesto hasta fecha relativamente reciente en el cual compartió este rango con otras instituciones privadas también de relevante nivel.
En 1931, el plan de estudios secundarios sufrió modificación reduciéndose a cinco años; se suprimieron algunas materias, se agregaron otras y se cambió el orden de las mismas. Pero este plan fue objetado y un Congreso de educadores reunido en 1939 recomendó su reforma. Esta tuvo lugar y el nuevo plan comenzó en 1940.
La enseñanza profesional estuvo a cargo de varias instituciones tales como la Escuela Nacional de Agricultura, las Escuelas de Comercio y los Institutos militares.
Las instituciones privadas secundarias inician su lista con el Colegio San José (1908). A partir de entonces son numerosas las fundaciones de este orden: Escuela Italiana "Regina Elena", Colegio Internacional, Colegio Teresiano, Salesianos, Colegio Cristo Rey. Secretariado Paraguayo de Niñas.
La primera Escuela de Comercio fundada por Alfonso B. Campos y Jorge López Moreira fue nacionalizada poco antes de la guerra del Chaco.
Al comenzar el siglo la Universidad Nacional comprendía las Facultades de Derecho y Ciencias Sociales, la de Ciencias Médicas y la de Filosofía, ésta de existencia teórica. Como hemos visto, la Facultad de Derecho egresó sus primeros abogados en 1893; la de Ciencias Médicas, graduó en 1904 a los primeros doctores. En 1909 los médicos de formación nacional eran 38: los tres primeros fueron Andrés Barbero, Eduardo López Moreira y Juan Romero. En 1909, la Facultad fue clausurada; en 1916, fue reabierta sobre la base de una plana mayor de profesores franceses, italianos y alemanes. El Hospital de Clínicas fue nacionalizado. Catedráticos notables de esta institución fueron muchos nobles profesionales cuya lista se alargaría con exceso: sólo citaremos entre los más antiguos a los doctores Migone, Montero, Vera, Odriosola, Semidei y Dávalos, perfeccionados todos ellos en los principales centros científicos de Europa.
Al doctor José P. Montero se debe la fundación de la Maternidad y la Escuela de Obstetricia, dos obras de indiscutible proyección social.
La primitiva Escuela de Farmacia, con el concurso de los doctores Pedro Bruno Guiari y Ricardo Boettner, recibió notable impulso y ha sido la base de la actual Facultad de Química. Fundaciones posteriores a 1920 son:
Escuela de Agrimensura, 1921
Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, 1926
Escuela Libre de Ciencias Políticas y Economías, 1931
Escuela Libre de Humanidades
Escuela de Odontología
Los primeros jóvenes paraguayos graduados en la carrera de las armas lo fueron en institutos extranjeros, en Chile y Argentina, a partir de 1897. La primera Escuela Militar dirigida por el entonces mayor Manlio Schenoni funcionó en 1905; en 1908, la Escuela Naval de Mecánicos.
En 1915 se promulgó la Ley del Servicio Militar Obligatorio y, ese mismo año, se dispuso la fundación de la Escuela Militar, cuyo director fue el ya coronel Schenoni.
A partir de 1927 se multiplicaban las instituciones militares:
Escuela de Aviación Militar, 1927
Escuela de Especialidades de la Armada
Escuela de Artes y Oficios de la Armada
Escuela de Oficiales de Reserva
Escuela Superior de Guerra
En 1930 se funda la Escuela de Policía.
ARQUITECTURA Y URBANISMO
Al comenzar el siglo, Asunción tenía 40.000 habitantes. Las relativamente numerosas construcciones que desde 1870 hasta 1900 habían cambiado el perfil vertical de la ciudad no habían eliminado del todo las construcciones de tipo paraguayo, es decir, las caracterizadas por el porche con columnas ochavadas sobre la calle. Si se exceptúa un corto tramo de las calles principales, el resto de las arterias capitalinas presentaba un aspecto discontinuo, donde las edificaciones de épocas distintas – sin exceptuar las supervivientes del tiempo de Francia – alternaban con los baldíos. El empedrado seguía abarcando escasas cuadras del casco urbano: el resto de las calles ofrecía su calzada de tierra cubierta de pasto y, a medida que se alejaban del centro, pobladas de arbustos y hasta de árboles y plagadas de desniveles, ofrecían un aspecto totalmente agreste. Las hoy grandes avenidas capitalinas – España, Mariscal López, Carlos Antonio López – se hallaban apenas señaladas aquí [y] allá por construcciones aisladas. La iluminación pública se reducía a esas cuadras centrales; su extensión era lenta. De los edificios de las épocas precedentes, el Oratorio seguía sin terminar: el Palacio de Gobierno y otros, aunque terminados, presentaban los efectos de un cuidado discontinuo. Poco o nada era lo que la capital conocía en materia de higiene moderna, embellecimiento y coquetería urbanos. Aunque existían ya las plazas que podemos considerar tradicionales – Constitución, Independencia, Uruguaya, Italia – no eran objeto de la atención y el cuidado necesarios. Aguas corrientes y cloacas no existían. Las líneas de tranvías que se instalaron andando el siglo, contribuyeron un tanto a la expansión urbana. El Mercado Central instalado en lo que hoy es la plaza más suntuosa de la ciudad, ofrecía el aspecto de un verdadero aduar, agravado por la humedad propia del clima. Todo ello daba a esta Asunción un aspecto muy especial, pintoresco sin duda pero de no muy grande aliciente a la comodidad de sus habitantes y facilidades para el diario vivir.
A medida que avanza el siglo se multiplican las voces que desde diversos niveles preconizan la necesidad de que Asunción vaya poniéndose a tono con su titulo capitalino, incorporando las oportunas mejoras en higiene y ornato, las comodidades que constituyen el signo de la época, especialmente cuando la ciudad es cabeza de una nación. En la prensa de ese tiempo, y a medida que pasan los años, encontramos tal cual alusión a las aguas corrientes, al sistema de cloacas, a una pavimentación más a tono con el aspecto estético y con la sensibilidad de los pies transeúntes. Pero si se exceptúan la paulatina ampliación del empedrado a calles menos centrales y la del alumbrado igualmente lenta, no encontramos durante ese período mayor adelanto en el aspecto de higiene y ornato.
Se sigue, sin embargo, durante estos años edificando y algunos de los más pretensiosos edificios particulares se levantan por esos años en la capital. El Teatro Nacional es objeto de una serie de refacciones. Se urbanizan algunos rincones de la ciudad. Encontramos en los diarios de la época numerosas alusiones a ordenanzas municipales tendientes a mejoras urbanas que, por fuerza, se reducían siempre a los aspectos más extremos: construcción de murallas y de veredas. Aparecen por estos años los primeros monumentos, poco aparatosos, por supuesto: el principal, el que obsequiado por una colectividad extranjera se levanta en la Plaza de la Independencia.
Encontramos también hacia el final del período la actuación ejemplar de un intendente, Doctor Pedro Bruno Guiari, cuyo paso por la Comuna quedó señalado por varias iniciativas perdurables. Una de ellas fue la creación del Barrio Obrero en una zona temerosamente suburbana, hoy convertida en una de las zonas más populosas de la ciudad.
Otra fue la arborización de las calles capitalinas. Los pocos naranjos que todavía ofrecen su sombra al transeúnte en varias calles de la capital fueron plantados en su tiempo y por su orden. Otra iniciativa contemplaba la terminación del Oratorio y en la iniciativa intervino el artista Julián de la Herrería. Pero el Mercado Central continuaba, al cerrarse este periodo, constituyendo un foco antiestético e insalubre en plena ciudad, frente mismo al inconcluso Oratorio, y la lluvia venía a ser el principal y más eficaz colaborador de la higiene urbana.
TEATRO
La atmósfera formada para las manifestaciones teatrales durante el cuarto de siglo anterior persiste; las compañías visitantes, de suerte diversa, merecen la atención critica, y se registran actuaciones de zarzuelas, opereta y ópera. Pero aunque esporádicamente se producen, como ya en el período anterior, intentos de nucleación filodramática, ninguno consigue alcanzar la consistencia y proyecciones del de la Sociedad Romea.
Los hombres del 900, aunque en general, como se ha visto, se volcaron preferentemente hacia la historia y la sociología, dedicaron todos ellos – inclusive el riguroso Cecilio Báez – en algún momento juvenil de su carrera, cierta atención a las letras de ficción y con ellas al teatro. Todos ellos, exceptuando Blas Garay, escriben alguna pieza, de carácter cómico o satírico.
También produjeron piezas teatrales algunos residentes extranjeros como Luis Alvarez, Maximino Fernández, Victorino Abente, Héctor L. Barrios.
En 1906, un memorable primer concurso teatral local reveló la existencia de otro autor, el poeta Alejandro Guanes, ganador del primer premio.
En 1907 visitó el país la compañía Esteve Arellano, conjunto argentino que trajo un repertorio a base de obras platenses. Este repertorio nutrido de esencias populares, portador en su acento de un denominador común americano, constituyó una revelación para el público alimentado en un teatro artificioso, sobre todo en el drama español romántico, posromántico o naturalista, y abrió perspectivas a los autores paraguayos. Se habló entonces por vez primera de "un teatro nacional". La iniciativa partió del Instituto Paraguayo, por vía del señor Gaspar Jeannot, activo miembro de la institución. Se formuló por vez primera la pregunta de por qué el Paraguay no tenía un teatro propio. Aunque la desorientación propia del instante no permitía cuajar iniciativas, el ambiente propicio sigue y, en 1915, se promovió un segundo concurso, en el cual se puso como condición que las obras presentadas lo fuesen sobre temas locales; condición que se explica por las circunstancias apuntadas. El concurso no llegó a cuajar, pero el número de obras presentadas – diez – revela un entusiasmo no igualado por concursos posteriores (en 1965, con una capital de población ocho veces mayor, se presentaron 22 autores).
A pesar de la buena voluntad y euforia de algunos entusiastas del teatro, como el mencionado Jeannot y otro, y a pesar de varias iniciativas surgidas, el proyecto de un cuadro filodramático permanente no conseguía ser un hecho, Las obras, hasta 1915, eran representadas por elencos de vida efímera. Desde esta fecha, las vemos a menudo estrenadas por las compañías extranjeras visitantes. Estos conjuntos ofrecieron oportunidades a muchos de nuestros autores: Leopoldo Centurión, L. Ramos Jiménez, Arnoldo Miriel, Luis Ruffinelli, Arturo Alsina, Facundo Recalde. Estas obras se presentan una o dos veces; excepcionalmente, tres o cuatro; unas pocas ven la luz en libro; algunas se publican en diarios o revistas; las más quedan inéditas o desaparecen. Los intentos de nucleación escénica se hacen, sin embargo, cada vez más frecuentes desde 1920, y adquieren ya una orientación, pero no tienen larga vida. Hacia el final del período la lista de iniciativas es larga: las de Frachi, Centurión Miranda, Arturo Alsina y otros; el nombre de la Compañía la Paraguaya de Comedias, en sus varias etapas, permanece. En estas décadas aparece el teatro en guaraní, en la obra de Francisco F. Martín Barrios y de Félix Fernández, que adquirirá un sentido más denso con Julio Correa, al terminar el periodo.
Dar una idea del teatro en este lapso llevaría más espacio del que aquí se dispone. Basta decir que en estos primeros lustros del siglo se echaron las bases del teatro nacional y sus autores pueden con justicia ser considerados como los fundadores de nuestra literatura teatral, concebida como quehacer responsable.
MÚSICA
AL comenzar el nuevo siglo, la música se ha constituido en el aspecto cultural más arraigado y cultivado en las distintas capas sociales. Existen ya de años atrás instituciones en las cuales la música tiene rango de preocupación principal: las clases privadas – especialmente de piano – abundan: el estudio de este instrumento es, desde luego, parte esencial de la educación de los jóvenes. La crónica de fin de siglo registra la noticia de veladas literarias musicales en número creciente. Papel importante corresponde a Nicola Pellegrini, profesor de Instituto Paraguayo y fundador de la Academia Santa Cecilia.
Con el siglo se inicia la carrera artística del violinista Fernando Centurión, primer profesional paraguayo, y el año 1906 encontramos por primera vez a Agustín Barrios, nuestro gran guitarrista. Más tarde aparecen concertistas como Remberto Giménez y compositores como Juan Carlos Moreno González.
Además del Instituto Paraguayo, preocupado siempre por la música, son de fundación durante este período la Sociedad Lírica Dramática, la Sociedad Coral Eslava, la Sociedad Filarmónica Asuncena y Los Amigos del Arte.
Es durante los años que van del 15 al 30 cuando la actividad musical echa bases definitivas como preocupación cultural en el medio. Aparecen no solamente los primeros valores nacionales en la interpretación, el canto y la composición, sino también tos primeros álbumes musicales (3). La victrola, introducida antes de fines de siglo, se hace popular, y se difunde el disco. Aparecen las primeras grabaciones nacionales; en los últimos años, aparece la radiotelefonía.
Fueron numerosos los centros que en esta época dedicaron total o parcialmente sus salones o escenarios a la música. Citaremos entre ellos los Teatros Nacional y Granados, los Salones del Instituto Paraguayo, del Gimnasio Paraguayo, del Centro Español, de la Sociedad Italiana, del Unión Club, del Ateneo Paraguayo, del Centro Catalá, de la Societé Le France. A la lista de instituciones dedicadas en todo o parte a la música se añadieron sucesivamente el Conservatorio Musical La Lira, la Academia de Arte Lírico, el Instituto Musical Verdi. En 1920, se recuerdan las conferencias de Eloy Fariña Núñez sobre las sinfonías de Beethoven.
Siguieron constituyendo tradición capitalina los conciertos de las bandas de Policía y de Marina en las plazas de la capital: Constitución, Uruguaya, Santo Domingo (Italia) y Plaza del Puerto. Durante la guerra del Chaco, si bien la actividad musical en lo que se refiere a programas cultos experimentó disminución, adquirió en cambio predicamento creciente la música popular. Hacia 1930, hace su aparición la primer forma de música popular, la "guarania", arraigada hoy hondamente en el espíritu de nuestro pueblo, que consideró a José Asunción Flores, su inventor, como una gloria nacional.
Al terminar la guerra, la música llamada un poco arbitrariamente folklórica siguió siendo objeto de atención entrañable; pero la música culta recuperó su puesto y sigue siendo hasta la fecha uno de los aspectos descollantes en nuestra cultura por su arraigo extensivo e intensivo.
En 1926 tuvo lugar la primera presentación de una Sinfónica nacional. La organizó y dirigió Remberto Giménez, recién llegado entonces de Europa, donde había seguido estudios de violín, como becario, en Alemania.
ARTES PLÁSTICAS
La actividad desplegada durante los años finales de siglo por los pintores extranjeros cuya nómina se ha dado ya en el capítulo anterior, y el interés que a las manifestaciones de diseño y pintura prestaron instituciones como el Instituto Paraguayo, se tradujeron ya al finalizar el siglo en la realización de los primeros salones. Aunque estas actividades no rebasaban aún el nivel aficionado, existía ya un ambiente en el cual los valores espirituales inclusos en el arte comenzaban a pesar específicamente. Fue así como el Gobierno instituyó, en 1903, unas becas de cuya organización se encargó el mismo Instituto Paraguayo. Los primeros becarios (1095) fueron Carlos Colombo (escultura), Pablo Alborno y Juan A. Samudio (pintura), a los que siguieron con corto intervalo Julián Sánchez, pintor, y Francisco Almeida, escultor. Estos artistas regresaron hacia 1909 e iniciaron al momento sus actividades, fundando academias, realizando exposiciones, etc. Grande era el entusiasmo de estos artistas; a ellos se debe las primeras academias privadas de carácter programático, la primera exposición permanente, la primera muestra de carácter profesional, etc. Pero la inestabilidad política, incesante, que impedía cristalizar iniciativas, la penuria económica y – sobre todo – el enclaustramiento, gravitaron pesadamente en la trayectoria de su promoción.
Los problemas que planteaba la institución de un arte nacional en un medio carente de tradiciones específicas, los que había de encarar el artista frente a condiciones técnicas distintas a las del aprendizaje, la lucha cotidiana por la existencia, la ausencia de vivencias renovadoras del panorama plástico, la indiferencia oficial: todos fueron factores negativos para su desenvolvimiento. Consecuencia de la acción ejercida por esos factores fueron: el suicidio de Julián Sánchez, el abandono del arte por Carlos Colombo y la oscura lucha sostenida por los demás artistas obligados a condescender con el gusto de la clientela e inclinándose – poco a poco – a formas fáciles, reiteradas o pintorescas. No escapan del todo a este destino los artistas que en fecha posterior, entre 1915 y 1925, van también becados o no a Europa: Modesto Delgado Rodas, Jaime Bestard, Roberto Holdenjara, Vicente Pollarolo (pintores todos, menos el último). Si la pintura consigue vegetar, aunque condescendiendo, la escultura es de mucho más difícil sostenimiento. De la pintura, el retrato alcanza desde el comienzo cierto éxito favorecido por los gustos sociales que hemos descrito; pero luego predomina la pintura de tipos locales, derivando hacia el pintoresquismo, y sobre todo el paisaje. Paisajistas fueron preferentemente los pintores mencionados, aunque Alborno y Delgado Rodas hayan dedicado atención por temporadas a la figura. Holdenjara, que mostró siempre mayor predilección hacia la figura, derivó ésta a la caracterización de tipos indígenas, de los cuales ha hecho su especialidad. Delgado Rodas cultivó el desnudo, aunque en pequeñas dimensiones, lo cual hizo de él un pintor de género.
Fuera del país actuaron durante el período dos pintores, Andrés Campos Cervera y Andrés Guevara. Andrés Campos Cervera fue, además de fino pintor cuyos paisajes no han sido superados, el primer grabador paraguayo moderno. Su obra de ceramista iniciada en 1922 se desarrolla toda ella dentro del período (fallecido en 1937) alcanzando un prestigio, tanto en el continente como en España, que sólo muy recientemente conocerán algunos artistas nuestros. Andrés Guevara, mucho más joven, iniciado como caricaturista en la prensa de Argentina, Brasil y Chile, alcanzó también extenso prestigio como diagramador y dibujante, habiendo inclusive creado corrientes dentro del género. Poco es lo que las circunstancias ingratas permitieron realizar a estas promociones. Si los dos últimos artistas pudieron exponer y darse a conocer extensamente en el exterior, no ocurrió así con los "enclaustrados", cuyas salidas extrafronteras se ven penosamente limitadas por las circunstancias. Para los dos de la primera promoción, los contactos con el exterior (exposiciones en Buenos Aires, 1910; Baltimore, 1935; de Río de Janeiro, 1924; de Buenos Aires, 1933) se realizan dentro de este período. El resto es silencio y encerramiento.
Sigue durante el período desempeñando papel importante en el mantenimiento del ambiente plástico instituciones como el Instituto Paraguayo, el Gimnasio Paraguayo y luego el Ateneo Paraguayo, en sus clases de pintura, diseño, etc. Este último instituye en 1933 el Salón de Primavera por iniciativa de Julián de la Herrería y Jaime Bestard y que, con intervalos, dura hasta hoy.
BIBLIOTECAS Y MUSEOS
Desde su llegada en 1896, Don Juan Silvano Godoy gestionó el reconocimiento de su colección artística por el Estado, como plantel para el Museo Nacional de Bellas Artes del que nuestra capital, como cualquier capital que se respetara, no podía prescindir. Las gestiones se arrastraron varios años. En 1902, el Gobierno del General Escurra creó el Museo Nacional de Bellas Artes dando su dirección a Don Juan Silvano, pero fue en 1909, cuando en solemne acto público, se inaugura ese Museo, ocupando el mismo local que actualmente ocupa, bien que un poco menos estropeado por los años, ya que entonces era de edificación reciente. La colección formada por Don Juan Silvano, y traída por él desde el extranjero a su regreso, había experimentado algunos cambios o acrecimientos; habíale sido añadida la sección histórica formada en su inmensa mayoría por cuadros del italiano Da Re, y además había recibido donaciones de artistas paraguayos como Alborno, Samudio, Campos Cervera, Colombo y posteriormente otros. Durante la vida de Don Juan Silvano, y algún tiempo después, esos acrecimientos se mantuvieron dentro de límites compatibles con la dignidad del museo; más tarde, descendieron lamentablemente de nivel. A partir de 1926, el museo no recibe ya sino raras donaciones de nivel compatible con su dignidad (una de ellas fue la del súbdito inglés M. George Pearson en la cual figuró el Courbet, hoy en el Museo). En cambio, han sido muchas las obras que – en una u otra forma – han desaparecido, disminuyendo el primitivo catálogo. La colección Godoy fue adquirida finalmente en propiedad en 1939 por el Estado, que recibió en donación la Biblioteca. El primitivo local, maltratado por el tiempo, resulta hoy totalmente insuficiente e inadecuado; y la construcción de un edificio ad-hoc en el cual dicho patrimonio artístico pueda ser distribuido y expuesto al público con la debida dignidad, y dentro de los requisitos mínimos exigidos por la museología, es algo inaplazable.
Durante este período, la conciencia musearia cristaliza muy lentamente. Hay que citar sin embargo, la creación del Museo Dr. Andrés Barbero, iniciada modestamente en 1929 y a cuya transformación nos referiremos más adelante.
Un resultado del ambiente cultural creado a fines de siglo y fomentado por la generación del 900 fue la formación de numerosas y nutridas bibliotecas particulares, orgullo y timbre de nuestros próceres intelectuales de ese tiempo y algunas de las cuales constituyeron verdaderos tesoros por su contenido especializado y su catálogo, en los que figuraban obras hoy inhallables. Tales fueron, entre otras, la Biblioteca de Enrique Solano López, de Blas Garay y del Dr. Adolfo Aponte, sin contar la Biblioteca Godoy, fruto de los afanes culturales de Don Juan Silvano. Esta biblioteca, obsequiada al Estado en 1933, pasó a integrar bajo el nombre de Biblioteca Godoy la Biblioteca Nacional. Era una colección riquísima que, a partir de esa fecha, ha experimentado no pocos descalabros.
No hallamos en este período, por lo demás, iniciativas oficiales tendientes a la multiplicación de las bibliotecas públicas, aunque sí iniciativas particulares de escasa resonancia en tal sentido.
INSTITUCIONES, SOCIEDADES Y AGRUPACIONES CULTURALES
Durante este periodo, algunas de las instituciones culturales fundadas en el anterior se deshacen; unas pocas se afianzan y continúan. Surgen, en cambio, otras nuevas, relativamente numerosas, que acotan la efervescencia intelectual característica del período, el anhelo de actualización y de intercambio estimulante. Adquieren importancia las sociedades movidas específicamente por el afán de investigación, la curiosidad científica. En 1933, el Instituto Paraguayo de larga y nobilísima trayectoria en nuestra cultura, y el Gimnasio paraguayo, surgido en 1914, realizan después de laboriosas gestiones su fusión y dan nacimiento al Ateneo Paraguayo, entidad que desde entonces asume la dignidad rectora de las instituciones precedentes y que, en una vida de más de 30 años y con cortos intervalos, ha promovido constantemente la cultura en sus diversos aspectos, especialmente la música y las artes plásticas. Su Revista, desgraciadamente de aparición discontinua, se ha señalado en sus distintas épocas por la seriedad y selección de los valores representados.
Entre las instituciones de alta cultura aparecidas ya avanzado el periodo, podemos citar la Sociedad Científica del Paraguay(1921), de Revista prestigiosa; la Academia Paraguaya de Lengua Española, fundada en 1926 y el Instituto Paraguayo de Investigaciones Históricas, fundado en 1937.
Una lista de las agrupaciones, sociedades o cenáculos de motivación literaria, juveniles y estudiantiles sobre todo, se haría interminable. Hacia 1930, y debido a la crisis internacional, muchas de esas agrupaciones entran en receso. Hacia el final del periodo aparece una agrupación de interesante carácter, La Peña, caracterizada por su labor preferentemente promotora de la cultura teatral y que fue llamada "brigada móvil de la cultura paraguaya". Funcionó eficazmente de 1936 a 1939.
PERIODISMO
"Durante el primer tercio de nuestro siglo hasta la guerra del Chaco, las más diversas tendencias políticas hallan su medio de expresión en la prensa" dice el Dr. Rafael E. Velázquez. En efecto, encontramos periódicos que corren dicha escala, desde Germinal de orientación anarquista en donde escribió Barrett, hasta Los Principios, hoja católica. Numerosos fueron los diarios, semanarios y revistas aparecidos en Asunción de 1900 a 1935. Carlos Centurión en su Historia de la Cultura Paraguaya, llegó a anotar ciento sesenta. La mayor parte tuvo efímera vida. Entre los principales contaremos La Democracia, que venía ya del siglo anterior; El País, El Cívico, la Patria, dirigido por Enrique Solano López; el mencionado Diario, de brillante núcleo fundador, El Liberal, El Nacional, El Tiempo, Patria, La Prensa, La Reacción y, más avanzado el siglo, El Liberal y El Orden. La Tribuna, fundada en 1925, es el único diario paraguayo que consigue aparecer durante cuarenta años sin interrupciones, superando a El Diario, que apareció durante 36. Estos diarios se caracterizan en general por el tono menos violento en el ataque polémico o partidario, una mayor dignidad profesional y – sobre todo – la intervención creciente del elemento cultural y humanista, no político, en sus páginas. Aparecen los suplementos literarios, se organizan concursos de cuentos, etc. El diario, en suma, pasa de órgano puramente político y noticioso a órgano cultural.
A este período pertenecen revistas importantes, como Crónicas, Alas, Juventud y la primera época de Guarania, de las cuales hablaremos en su lugar.
IMPRENTAS – LETRAS – BIBLIOGRAFIA
La actuación de la generación del 900, activando todos los aspectos de la vida intelectual, hizo a la vez surgir otros aspectos culturales relacionados con aquéllos. Ya hemos señalado la enorme efervescencia periodística, rasgo de la época. Otro rasgo lo constituye la multiplicación de los establecimientos imprentarios, algunos de los cuales siguen activos hoy. A esta época corresponde asimismo la modernización de la Imprenta Nacional, de vida hasta entonces un poco lánguida, y que adquiere alto nivel eficiente después de 1920. Aunque no son todavía muchos los libros producidos durante este período, su lista es incontestablemente importante y la mayor parte de ellos fueron impresos localmente, así como la mayor parte de los ensayos menores, infinitamente numerosos.
La bibliografía histórica y sociológica se multiplica desde el comienzo del periodo, señalada – como ya hemos dicho – por el método y el rigor expositivos: ella constituye un porcentaje abrumador dentro de la bibliografía de estos cuarenta años, y en su lista inicial figuran, como se hizo notar, los nombres ilustres de los prohombres del 900. Al cúmulo de obras históricas sobre la contienda del 70, se añaden, con redoblado fervor, las que – conforme se aproxima la guerra del Chaco – recogen diversos aspectos de la cuestión paraguayo-boliviana. Aunque los sobrevivientes de la generación del 900 – Fulgencio R. Moreno, Manuel Domínguez, Juan E. OLeary – siguen nutriendo esta bibliografía, aparecen ya los nuevos nombres que han de recoger la herencia de estos prohombres en vocación y prestigio: Efraím Cardozo, Julio César Chaves, Hipólito Sánchez Quell, Natalicio González.
Pero si la bibliografía histórica constituye un rubro copioso y brillante en la producción de la época, no se halla por eso ya sola en el panorama de nuestras letras. Desde principios de siglo vienen manifestando su voluntad de ser otros aspectos creativos, novela y poesía (del teatro nos hemos ocupado).
El romanticismo poético que durante los 30 años anteriores proliferó en el ambiente de desánimo y derrotismo nacional, se ha agotado al filo del 900; en 1897 un joven poeta, Francisco Luis Bareiro, introduce ya los primeros atisbos modernistas. La intervención critica de Manuel Gondra frustra esta primera jornada, pero la corriente recibe aportes vitalizadores al doblar el siglo. Rafael Barrett y Martin Goycochea Menéndez pueden ser considerados los principales promotores del modernismo con su obra en el medio. Barrett introduce también el enfoque directo de los aspectos sociales. Desde el exterior, poco después, Eloy Fariña Núñez, con su Canto Secular, instaura el modernismo – al parecer definitivamente. Alejandro Guanes es considerado el gran poeta de este período, al cual sirvió de órgano opinante el Grupo La Colmena (1907). Unos años más tarde, Pablo Max Insfrán, Guillermo Molinas Rolón y Leopoldo Centurión, entre otros, fundan Crónica, instrumento del modernismo que proclamó la decidida voluntad de sus sostenedores "de actualizar las letras nacionales". Crónica vivió poco; el grupo se dispersó rápidamente. La revista Alas tuvo vida aún más corta. Varios poetas surgen en el lustro siguiente a Crónica: Leopoldo Ramos Jiménez, Facundo Recalde y, sobre todo, Manuel Ortíz Guerrero, al cual su convicto patetismo y su vida no menos patética (fue leproso) han labrado prestigio popular. Juventud (1923-1927) sirvió de órgano a una nueva promoción nacida ya dentro del siglo, pero a la cual las circunstancias no aportaron la necesaria orientación. Fue una promoción numerosa en la cual abundaron los valores – Raúl Battilana, Pedro Herrero Céspedes, Vicente Lamas, José Concepción Ortiz, Hipólito Sánchez Quell, Francisco Ortiz Méndez, Dora Gómez Bueno –. Algunos se manifestaron conservadoramente modernistas, otros evolucionaron débilmente dentro del posmodernismo. Tres poetas quedan fuera de esta enumeración: Heriberto Fernández que viajó a París, murió en 1926 y dejó en Sonetos a la Hermana un anticipo de contemporaneidad en nuestra poesía; Herib Campos Cervera que evolucionará en el exilio y ejercerá influencia destacada luego de 1940, y el mencionado Julio Correa, perteneciente por la edad a otra promoción, pero también llamado a importante papel entre los años 35 y 40 en la poesía como en el teatro guaraní, al cual dio soplo insurgente. Durante esta última década aparece El Precio de los Sueños, libro de poemas al cual la crítica atribuye papel importante en el mismo proceso evolutivo.
La narrativa, cuyas primeras manifestaciones se remontan a primeros de siglo (Ignacia de Rodríguez Alcalá, 1906), ofrece otros aportes interesantes pasado 1920, como Aurora de Juan Stefanich, Cuentos y Parábolas de J. Natalicio González y Tradiciones del Hogar de Teresa Lamas Carísomo. Encontramos – al finalizar el período – las obras juveniles de Gabriel Casaccia: Hombres, Mujeres y Fantoches (1928), El Bandolero (1923) y, sobre todo, El Guajhu (1938).
La guerra del Chaco no suscitó la producción profusa y de catártico relieve que pudiera esperarse. Pocas son las obras escritas durante la contienda: Ocho Hombres, de José S. Villarejo; Bajo las botas de la bestia rubia y Cruces de quebracho, de Arnaldo Valdovinos, son las principales.
En este periodo, el ensayo y critica literarios, de los cuales se anotaron intentos muy aislados al terminar el período anterior, se hacen más frecuentes y densos.
A la lista de revistas mantenedoras del ambiente literario en sus diversos aspectos hemos de añadir Guarania, de Natalicio González, que recogió los afanes actualizantes de un grupo predominantemente intelectual, entre 1930 y 1940.
Fuente: OBRAS COMPLETAS - VOLUMEN I. HISTORIA CULTURAL - LA CULTURA PARAGUAYA Y EL LIBRO. Autora: JOSEFINA PLÁ -© Josefina Pla © ICI (Instituto de Cooperación Iberoamericana) - RP ediciones Eduardo Víctor Haedo 427. Asunción - Paraguay. Edición al cuidado de: Miguel A. Fernández y Juan Francisco Sánchez. Composición y armado: Aguilar y Céspedes Asociación Tirada: 750 ejemplares Hecho el depósito que marca la ley EDICIÓN DIGITAL: BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY
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