LA NARRATIVA PARAGUAYA EN EL SIGLO XX
Ediciones Comuneros,
Asunción – Paraguay
1976
(Tercera Edición, 67 páginas)
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LA NARRATIVA PARAGUAYA EN EL SIGLO XX
Los problemas que hubo de resolver la poesía para su actualización los enfrentó también la narrativa, agravados y coloreados por las mismas peculiaridades esenciales del genero.
No hay manifestación mencionable de narrativa auténticamente local antes de 1900. La novela romántica podría anotarse algunos títulos: Por una fortuna una cruz, de Marcelina Almeida (1860) inencontrable; Prima noche de un padre de familia, del Deán Eugenio Bogado (1861) que es más bien un relato; Zaida, del argentino Francisco Fernández (1875). Pero ellos no pasan de curiosidades históricas, y a más raigal nivel, de testimonio de un estadio cultural cuyo análisis requiere, extensión superior a la de este esquema.
Cuando aparecen los primeros esbozos, narrativos -siguiendo a la reacción fervorizante que abre el siglo y que del plano histórico y político deriva en seguida al social y cultural- dos corrientes se diseñan en la incipiente novelística: la que elige su temática, y con ella ambiente y personajes en literaturas foráneas, con intrigas y caracteres convencionales, completamente estériles para una sedimentación tradicional y por tanto para el devenir novelístico (los modelos son rezagos del costumbrismo sentimental o patético-social español, o del decadentismo francés; narrativa de netos caracteres evasivos, según Pérez Maricevich, en lo cual coincidimos plenamente), y que se extiende hasta 1925 más o menos; y la que busca sus motivos en el dintorno, cronológicamente paralela, pero que prolonga su ciclo.
Apenas aparecida esta última, entra en ella en juego la fijación romántica y narcisista, ya mencionada, que estableciendo sus módulos sobre factores emocionales y afectivos, vincula e imprescindible acento colectivo a elementos históricos aislados de esa misma nacionalidad; lo vernáculo, la naturaleza idílica, el folklore, la anécdota heroica, e inclusive rasgos morales o físicos elevados a la categoría de tópico. Son comprensibles las limitaciones que esta actitud lleva consigo, al plano creativo. La narrativa queda al servicio de un conservadurismo nacionalista y deviene ejercicio retórico y reiterativo sobre esos patrones de orden emocional. Se comprende también que el ejemplo del hispano paraguayo Barrett (1874-1910) con sus cuentos de vertiente realista, humanística y amarga, no cunda y que se Ie acuse de "ver la realidad con anteojos negros".
José Rodríguez Alcalá (1878-1958) a quien se debe la primera novela de asunto local conocida, Ignacia, 1905, abre con sus cuentos otro cauce, el de la narrativa rural, basada en el antagonismo campo-ciudad. Esta fórmula antagónica no es ciertamente un mito; peso llegará a serlo en virtud de la estereotipia. Los vicios que esta narrativa patético-social denuncia se vinculan a un partido dado, se asocian a una situación política determinada; la fórmula conflictual se repite, el análisis no roza la intimidad del personaje, ni las implicancias de orden histórico social. Desde el exterior proyecta sus finos cuentos, de corte modernista, Las vértebras de Pan, 1914, Eloy Fariña Núñez (1885-1929).
En 1920 se publica Aurora, de Juan Stefanich (1889-1975) que enfoca la realidad interna desde el ángulo de las luchas intestinas perturbadoras. La intención se diluye en tópico, sentimental y queda lejos del blanco por insuficiencias estructurales. Sin embargo, esta novela inicia en ciertas páginas la etapa de la autenticidad, de lento y discontinuo proceso, en la configuración del personaje.
Hacia 1925 el ciclo de la narrativa de caducos patrones, foráneos -convencional y artificiosa, desierta de valores- puede darse por clausurado. La narrativa del dintorno gana terreno estructural y estilístico, ceñida siempre no obstante a la mencionada modulación temática. Inclusive puede, decirse que los rasgos narcisistas en más de un caso, se alquitaran y agudizan: así y en Natalicio González (1897-1962) que pone en Cuentos y parábolas, 1922, énfasis en la idealización de los factores autóctonos. Teresa Lamas de Rodríguez Alcalá (1889-1975) recoge en Tradiciones del hogar, 1922, la leyenda patricia, en llano, pero, gentil estilo. Teresa además publicara una segunda serie de Tradiciones en 1928 y una tercera, La casa y su sombra, en 1954.
En Buenos Aires y en 1929 aparece la novela con la cual vinculamos el comienzo efectivo de la novela moderna paraguaya: Hombres, mujeres y fantoches, de Benigno Casaccia Bibolini (1907). Aquí se corrobora el hecho perspectivista. Obra juvenil e inexperta anuncia a pesar de todo, en sus atisbos de la realidad ambiente y en su voluntad de prescindencia de tópicos, al escritor alerta y de segura trayectoria. En ella trata de afianzarse lo que faltaba en esta novelística; el sentido de la estructura, la intuición da la dinámica narrativa.
LA GUERRA DEL CHACO
El conflicto del Chaco, (1932-35) aunque conmueve hasta lo más hondo la entraña nacional, trae consigo un estimulo subsidiario al contenido del anterior enfoque nacionalista. La dura experiencia humana colectiva no consigue superar críticamente la fijación previa. La obra teatral de Julio Correa, en guaraní, que no es de este lugar, representa el punto más alto hasta entonces conseguido en la reacción antitópica: se detuvo en la superficie de los hechos, pero no por eso dejó de ejercer importante papel en el movimiento de aproximación que la literatura en general realiza por entonces hacia niveles más auténticos.
La narrativa ciertamente, aunque al parecer intensifica su interés por los temas inmediatos, no consigue, sin embargo, desprenderse, en esa aspiración a reflejar más verídicamente la realidad circundante, de las premisas convencionales al uso. El Éxito del teatro vernáculo de Correa llevó a algunos a formular la tesis de que sólo un teatro en guaraní era viable en el Paraguay. No se llegó a afirmar lo mismo, de la novela, aunque con la misma razón -o sinrazón- habría podido hacerse; pero desde ese instante el bilingüismo se erige en problema para el escritor.
En efecto; considerado el idioma vernáculo como factor integrante de la realidad histórico-social, debía según esas opiniones, tener cabida paralela en la realización literaria. En otras palabras, una novela que no presentase al campesino hablando en guaraní, no podía ser una expresión autentica de ambiente. No se pensó un sólo instante que esta restricción llevaba implícito un supuesto: el de que sólo la novela rural era posible, y dentro de ella las modalidades más directas, intransformadas, del costumbrismo. Se olvidó algo tan simple y elemental: que la realidad por sí sola no configura arte. No se tomaron en cuenta, por el momento al menos, otras formas de narrativa válidas y actuales ni se detuvo nadie a considerar que todo valor de autenticidad afincado en el idioma había de desaparecer, no sólo en la traducción, sino también para la gran masa del lector hispanoparlante no familiarizado con el guaraní.
Enfrentados con el problema, los autores propusieron distintas soluciones. Algunos incluyeron en el relato esporádicas frases o expresiones vernáculas lo bastante breves y transparentes a la luz del contexto, como para no precisar traducción. Otros, más escrupulosos, incluyeron largas tiradas que requirieron equivalentes llamadas de pie de página. Otros, en fin, con un sentido más certero, emplearon el castellano guaranizado de uso común y corriente.
Pero como la simple inclusión de rasgos vernáculos o de color local no basta de por sí sola para dar autenticidad a una literatura; como esa autenticidad se nutre ante todo de la psicología y del enfoque, raigal de los problemas y conflictos; y como estos, múltiplemente mediatizados, continuaron siendo el punto débil de la narrativa, el nivel de novela y cuento demoró en repuntar. Más todavía; la, novela de guerra que condensara la protesta o la interrogante por los destinos humanos truncos, tuvo pocas representaciones mencionables.
En realidad y aparte Bajo las botas de la bestia rubia, 1934, colección de relatos -o crónicas- de Arnaldo Valdovinos (1908) sólo cabe mencionar Cruces de quebracho, 1935, del mismo Valdovinos y Ocho hombres, 1934, de José S. Villarejo (1906). Esta última novela, ejemplifica las anteriores observaciones.
Villarejo, que fue combatiente, quiso -y sin duda pudo- darnos un cuadro del hombre paraguayo abocado a la trágica situación; pero el índice acusador del prologo -que es, literariamente, lo mejor del libro- señala a países o a organismos políticos o económicos internacionales; es un alegato de circunstancias, no un enjuiciamiento de orden humano y validez ecuménica. La novela, que no solo en el título, sino también en el esquema -desarrollo paralelo de la aventura en varios individuos reunidos por el azar en la misma unidad y sector- presenta reminiscencias, de aquella otra famosa de 1914, Cuatro de infantería, soslaya ese problema humano por el atajo de un superficial descriptivismo, y el purismo deliberado del lenguaje acrecienta en ocasiones la impresión de frialdad. El autor emplea a veces palabras o frases en guaraní para ambientar el relato; pero el secreto espiritual del hombre arrancado a su limbo hogareño y arrojado al infierno de la trinchera queda intacto. Con todo, “Ocho hombres” es hecho capital no sólo dentro de la escasa narrativa paraguaya de guerra, sino también en el proceso de esta narrativa. (Véase Pérez Maricevich, ensayo mencionado. Pérez Maricevich señala la observación de la realidad que aflora aquí y allá en “Ocho hombres” y constituye un rasgo destacable. Cabe recordar que ya “Aurora” ofreció rasgos semejantes, y agregar que los temas de lo inmediato alcanzan, en ciertos pasajes de “Cruces de quebracho” intensidad que se alza hasta el nivel de la denuncia).
Durante la década 1940-1950, tan provechosa para la poesía, debió también reflejarse la situación en la novela. Pero no fue así. Los pocos ensayos de novela que por esos años tratan de evadir el tópico lo evaden buscando motivos fuera del propio dintorno: así Cabeza de invasión (1945) de José Villarejo, o volviéndose al pasado, como Teresa Lamas en Huerto de odios (1944).
En ensayos menores producidos esos años vemos cómo el personaje de esta narrativa, llegado a esta situación sin otra alternativa desde los convencionalismos románticos, ajustado a un premolde eglógico o heroico, vaciado sobre principios inútiles ya en función de porvenir, se debate, sin poder darse a luz a sí mismo en la autenticidad de sus reacciones, de su psicología; de su vigencia humana e histórica por tanto. Así la tragedia no expresada del hombre se convierte en la tragedia de su narrativa; y como el hombre de la máscara de hierro, este personaje parece destinado a que su verdadera fisonomía no sea conocida nunca.
Más cerca estamos del latido popular en los pocos cuentos de Julio Correa en donde el dolor, lote del hombre común inmerso en una colectividad indiferente o incomprensiva, se hace ya patente, aunque el enfoque sigue siendo el rural en sus términos campo-social, con el trasfondo de luchas políticas o prepotencias partidistas.
La experiencia bélica deja pronto die interesar, como, tema extenso, quizá porque de momento la narrativa se siente incapaz de redimir esa pesada carga convencional. Regresa, pues, a los causes episódicos anteriores, al costumbrismo sentimental, al nativismo. En 1942 aparece, Tava-i, de Concepción Leyes de Chaves (1889), verdadero, breviario folklórico, Teresa Lamas publica en 1944 en folletín, Huerta de odios, que en sencillo estilo evocativo, desprovisto de énfasis, nos traslada a los días eufóricos de la visita de Blasco Ibáñez (1910) seguidos por cruentas jornadas de lucha civil. (Por no encajar dentro de los límites que establecen los términos "literatura de ficción" no citamos aquí los volúmenes de crónica o comentario, de los que se publican en esta época algunos dignos de nota, como “Acuarelas Paraguaya”, 1936, de Carlos Zubizarreta (1904) muestra de fina prosa, o “Incógnita del Paraguay”, 1945, de Arnaldo Valdovinos.
EL PERSPECTIVISMO Y LA NOVELA CONTEMPORÁNEA PARAGUAYA
La serie agobiante de novelitas y cuentos publicados en esos años y que reiteran los tópicos convencionales solo puede, al parecer, ser interrumpida por una nueva intervención del perspectivismo, que se encargara de cortar la tediosa cadena.
EI hecho progresista se gesta una vez más en el exterior, en esta década critica. Son las tres obras de Casaccia Bibolini: El guajhú, 1938; Mario Pareda, 1940; El pozo, 1947.
En Mario Pareda, la pintura convencional de ambiente, predominante en la producción previa, pasa a segundo término, y la intimidad del personaje se erige en materia primordial del relato. En ella aparece el elemento onírico, que en El pozo, colección de cuentos, configura ya totalmente la narración sobre la laberíntica kafkiana, sugiriendo una vertiente universalista que no ha tenido continuación en el autor.
Pero es en EI guajhú (EI aullido) donde un novelista local se aproxima por primera vez a la psicología profunda del hombre da la tierra. Dice Francisco Pérez Maricevich: "EI personaje campesino se despoja de la mascara romántico idealizada con la que había transitado, por la mayoría de sus cuentos y relatos, y se lanza a desnudarse para presentársenos, en lo que es: un desposeído sujeto fronterizo entre la nacionalidad incipiente y la magia envolvedora". Casi todos los críticos paraguayos consideran a El guajhú como punto de partida de la narrativa vital paraguaya.
Las corrientes modernistas prolongarán no obstante, su vigencia en la narrativa hasta bien doblado el medio siglo, con escaso alcance y valor, por lo general. En 1967 publica Los grillos de la duda relatos en tersa prosa, Carlos Zubizarreta (1904-1972) uno de los fundadores de la revista JUVENTUD, autor de excelentes ensayos históricos. En Los grillos de la duda, alternan los cuentos de corte psicológico con los de inspiración exótico-americana.
LA NOVELA DESDE 1950. LA NOVELA DE LA TIERRA
De 1949, al filo de la nueva década, es Del surco guaraní, de Juan F. Bazán (1900). Estructura y estilo adolecen de evidentes defectos; persiste en los personajes el ingenuísimo psicológico que los distribuye en buenos y malos, con reacciones elementales; pero el conocimiento de primera mano del ambiente permite asignar a Bazán el puesto de precursor de la novela de la tierra.
En 1951 ve la luz en México La raíz errante, de Natalicio González, que se coloca en la misma línea de Tava-i, mencionado, al diseñar al hombre contra un fondo exhaustivo de ambiente tradicional y folklórico, dándonos finalmente los yerbales con su atmosfera de trabajo forzado, abuso y crimen. Su evidente intención de diseñar el panorama de las costumbres enraizadas en lo folklórico la colocaría en el casillero nativista, a no ser por su también evidente intencionalidad social con su protagonista elevado a categoría de símbolo de una situación. El planeado realismo pierde relieve bajo la horizontalidad descriptiva del relato, donde la prolijidad del detalle objetivo prima sobre lo humano.
Reinaldo Martínez (1908) tras algún ensayo poco feliz, reincide en 1957 con Juan Bareiro, novela. Escrita en primera persona -el protagonista es un peón de estancia elevado por azar a un superior nivel cultural, y no es difícil percibir en él reminiscencias de algún personaje de Güiraldes- describe el ambiente campesino con sencillez y cierta soltura realista, aunadas a rasgos humorísticos apreciables.
EXOTISMO AMERICANO. NOVELA HISTÓRICA. NARRATIVA POÉTICA.
En 1951 aparece Rio Lunado, colección de leyendas de Concepción Leyes de Chaves, que entra de lleno en lo que se ha dado en llamar Exotismo americano, del que ya había dado algún anticipo Natalicio González desde 1922, y especialmente en la revista Guarania, de 1933 a 1936.
La novela histórica apenas si ha tenido cultores en este país, de crónica, sin embargo, tan agitada y rica. Después de Huerta de odios, mencionada, solo merece anotarse en esta línea Madama Lynch, de Concepción Leyes de Chaves. Es una biografía no velada de la hermosa irlandesa compañera de Francisco Solano López; en ella se reconstruye con sabrosura una época. Se ha objetado su fidelidad histórica. La figura de Elisa Lynch esta dibujada con evidente simpatía, que el lector comparte, aunque ese entusiasmo se apoye a veces en recursos más emocionales que literarios; por ejemplo, al rebajar los perfiles morales de la rival de Elisa, Pancha Garmendia, para destacar más la figura de la primera.
No corresponde aquí comentar, ya que su redacción original fue en francés, otra estimable biografía novelada de Elisa, la escrita, en el país por Henri Pitaud 1962.
En Mancuello y la perdiz -más bien cuento largo- de Carlos Villagra, premiada en el segundo concurso de narrativa La Tribuna (1966) se imbrican lo exótico nativo y lo poético. Es la única pieza de esas características dentro de nuestra narrativa.
Dentro del mismo, ámbito poético podría colocarse La quema de Judas, 1967, de Mario Halley Mora; novela breve -o cuento largo- cuyos rasgos interesantes se reiteran sin superarse en Cuentos y Anticuentos, 1971. Halley Mora maneja con soltura el contraste, irónico-patético en personajes y situaciones.
Noemí Nagy, italiana naturalizada, ha publicado un volumen de cuentos aureolados de una nostálgica, fina poesía, Rogelio, 1972.
NARRATIVA DE CIUDAD. NARRATIVA PSICOLÓGICA Y SOCIAL
La novela de ciudad no ha tenido hasta ahora presencia valida en esta narrativa. Como un despunte del género podría considerarse Huerta de odios, ya citada, de Teresa Lamas, si el cariz evocativo pronunciado no la situase más bien en la línea histórica. En Mario Pareda el protagonista es un capitalino, aunque el ámbito de su psicológico acontecer es el campo; pero el medio en esta novela carece de importancia ante la expansión espiritual del personaje, y este predominio del hecho interior traslada la novela a otra línea, la psicológica. Lo más aproximado a este capítulo sería Crónica de una familia de Ana Iris Chaves, ensayo digno de atención porque en él se busca reconstruir la fisonomía social, económica y cultural de un medio sobre la secuencia de las generaciones en una familia siguiendo el patrón de las "sagas" que caracterizaron una fase narrativa europea (Galsworthy, Mann, Roger Martín du Gard).
En 1952 José María Rivarola Matto (1917), publica Follaje en los ojos, subtitulada "Los confinados en el Alto Paraná". La novela se construye en torno a las vicisitudes de un hombre de ciudad que eventualmente reside en los yerbales. La pendulación espiritual del personaje entre la mujer del pueblo, inculta, pero dispuesta a todos los sacrificios, y la mujer de ciudad, capaz de sutilezas y matices, pero difícil de comprender y dominar podría bien ser un símbolo de la pendulación del hombre paraguayo entre la ansiedad de formas vitales nuevas y la gravitación poderosa de las fuerzas tradicionales. Escrita en un moderno realismo, en un lenguaje sobrio, reacio a las fáciles idealizaciones, Follaje en los ojos es sin embargo todavía una novela de conclusión moralizante.
Siempre en el exterior, Casaccia Bibolini nos da en 1952 La babosa; por fin la novela sin protagonista, a pesar de su título. El sujeto en ella es el espíritu de un ambiente y de un instante político, social y cultural. La acción se desarrolla en un pueblo relativamente cercano a Asunción: un lugar de veraneo, Io cual permite al autor enfrentar y conjugar en un mismo medio las distintas clases sociales en incipiente diferenciación. El acierto analítico de Casaccia al enfocar la característica psicología de frustración es indudable.
En la atmósfera aún psicológicamente rarificada de la narrativa nacional, los personajes antitópicos de La babosa cayeron pesadamente, con todo el peso específico, de su recién adquirida presencia agonística. No es de extrañar que esta obra provocara furibundas diatribas locales. Las compensó la critica extra fronteras, cuya atención refluyó favorablemente sobre las letras paraguayas. Pero la pluma de Casaccia, como quería Barret, "se había hundido hasta el mango", y no se lo han perdonado todavía.
Con La babosa se instala definitivamente en la novela nacional lo psicológico infuso en lo social. Como se ha dicho también en esta obra los personajes, aunque tienen por escenario un pueblo, son casi todos procedentes del ambiente capitalino. Esta ambigüedad, repetida, refleja quizá entre otras cosas la ausencia de una definida caracterización de clases, en esta estructura social donde la cultura desciende lentamente desde una reducida elite a los estratos medios en formación.
En 1964 publica Casaccia una nueva novela, ésta de protagonista: La llaga, que obtuvo el premio de ese año de la Editora Kraft de Buenos Aires. En esta novela corta hacen neta confluencia las dos corrientes de Casaccia: la social y la psicológica: el adolescente Atilio es una víctima de sus impropios complejos, pero a la vez agente del proceso que en torno suyo gestan, en turbio caldo, lo social y lo político. De 1969 es Yvy Yara, de Juan Bautista Rivarola: interesante intento de situar al hombre paraguayo en su dintorno, dando papel esencial en su fluir psicológico al "espíritu de la tierra".
Sobre el filo de lo social quedan los relatos de Carlos Garcete (1922), La muerte tiene color, 1957; por primera hallamos en esta literatura la relación madre-hijo, con acento de dramático desgarramiento. (Una característica en efecto de esta narrativa, desde su principio, pareciera ser el soslayamiento de los afectos familiares en sus aspectos primordiales: la relación madre-hijo, por ejemplo. El hecho tiene su paralelo en la música popular, donde la “canción a la madre” es muy rara y de aparición reciente)
Un tanto tardíamente aparece en la lista narrativa Jorge R. Ritter (1914) publicando en 1964 El pecho y la espalda, donde la trayectoria de un médico rural le da ocasión a presentar el drama del desamparo campesino en sus aspectos extremos. Jorge, R. Ritter reincide en 1970 con La hostia y los jinetes, de humana critica, y en 1975 con La Tierra Ardía donde se reactualiza el tema nunca agotado, de la guerra del Chaco.
LA NOVELA DEL DESTIERRO
No es tan copiosa como podría hacerlo suponer la magnitud del tema, y sus raigales implicaciones en la vida política, social, económica y cultural del país.
En 1968 se publica en Buenos Aires Los exiliados, novela de Casaccia. En ella culminan en cierto modo las virtudes y virtualidades del novelista. Ella recoge personajes de La llaga, y los suma a la multitud de refugiados que se asoman al filo de la frontera, esperando día tras día el regreso a la patria. Los exiliados es la novela de una realidad sin esperanza: implacable y descorazonadora, como una operación mutilante. Sus diálogos, pobres, reiterativos, monótonos, aumentan la sensación asfíctica de las situaciones girando dentro de una nauseosa repetición. Los exiliados mereció el premio, argentino Primera Plana; pero la crítica no ha apreciado seguramente todavía todos los valores de esta novela directa, brutal, simple, que muestra la realidad socio-cultural de grupo calando con evidencia desconsoladora toda una estructura nacional.
También tomó el tema del destierro José Luis Appleyard (1927) en Imágenes sin tierra 1967. José Luis Appleyard ha construido su novela sobre un contrapunto de situaciones alternativamente dentro y fuera del país: la que el desterrado sueña y lo que el país es en verdad, son dos cosas distintas. Hay en la obra paginas muy logradas abundan los rasgos de observación aguda, en lo psicológico como en lo social. La persecución de la realidad profunda del hombre paraguayo es el cartel de desafío lanzado a las nuevas generaciones, que por ahora al menos, se muestran remisas en recogerlo.
REALISMO MÁGICO
Lugar aparte exigen por sus características dos obras de Augusto Roa Bastos (1918), El trueno entre las hojas, 1953; Hijo de hombre, 1960; colección de cuentos y novela, respectivamente. En aquella, el hombre del ámbito aparece por primera vez desnudo en la violencia elemental de sus pasiones, con su larvado resentimiento, su dependencia casi placentaria de la Naturaleza, su total e indiferente entrega al destino. En la novela, Roa Bastos continua y amplifica a escala adecuada la estructura temporal de sus cuentos, y el lector ha de colaborar con él para alcanzar el vértice intuicional donde confluye el movimiento de los episodios aislados en el tiempo, y el espacio. En todo un pueblo, unificado antes por la pasión que por la acción, cuyo hilo hay que seguir como a través de una maraña, el personaje de este libro excepcional. El cuadro abarca desde los tiempos de Francia hasta la postguerra del Chaco; y ha tenido que ser un libro escrito casi treinta años después del conflicto el que dé por vez primera la tónica de aquella experiencia trágica, soportada en mudez por los propios actores.
Como en los cuentos antes citados, en esta novela el lector se transporta a la frontera donde sobre la verdad y aún sobre la verosimilitud de los hechos, predomina, -en frase del propio autor- "el encantamiento de esos mismos hechos". Este "realismo, mágico" que da categoría a lo: poético o lo simbólico, se análoga en mucho a un expresionismo de cuño primitivo; la deformación de la realidad se desarrolla en el plano de lo mítico, que en América ofrece todavía tan profundas raíces y tan amplios espacios a la inspiración. Sin embargo, el personaje en Roa no deja de ser carne, y hueso, con todas sus intimas contradicciones, que lo aproximan a nuestra sensibilidad tanto como a nuestra imaginación soliviantada. En Roa, la magia del relato sólo sirve para hincar más hondamente en nosotros la realidad da una situación, el sufrimiento de un pueblo. El dolor que Barrett pintó, y que los críticos de este quisieron negar, está ahí patente, envenenando, el aire. Roa -y con él la narrativa paraguaya - se compromete hasta la medula con el dolor de su pueblo; pero a la vez lo hace sentir como porción indivisa del lote universal. El hombre paraguayo entra en la novela y sale de ella con la Cruz a cuestas. En el primer capítulo es la Cruz elaborada por un leproso, bendecida a la fuerza; en el último, es la cruz de cobre contrahecha con quien obsequian, en inconsciente pero cruel sarcasmo, al veterano obseso sus propios camaradas. Y pocos símbolos tan terribles como el de ese ex soldado qua ha olvidado todo oficio de hombre, menos el de la guerra, y que a falta de trinchera enemiga que debelar, arroja su carga de bombas contra la propia tapera.
Rola Bastos ha publicado desde 1964 en adelante varios volúmenes de cuentos: Madera quemada, Los pies sobre el agua, Moriencia, colecciones en las cuales, a los cuentos de El trueno entre las hojas se añaden en cada caso relatos nuevos; en ellos se decanta un estilo y se clarifica, afirmándose, una cosmovisión en la cual hombre y mundo se muestran incapaces de escindir o separar sus ámbitos. Roa Bastos es hoy considerado como uno de los narradores representativos de nuestro continente.
En lugar aparte se coloca la ultima producción de Roa Bastos, Yo El Supremo, reconocida por la crítica de dos continentes como una obra excepcional qua lleva un poco más allá los límites de lo esencial novelístico, a mostrar la relación congénita que existe entre la creación como función artística, y la creación como testimonio humano. Yo El Supremo es una encrucijada, a la cual confluyen haciendo singular síntesis historia, biografía y ficción, y es, una obra, no solo capital dentro de nuestra novelística, sino también dentro de la narrativa, continental. Una obra que necesita y debe ser discutida, ya que de su discusión pueden surgir conclusiones inéditas e interesantes sobre la presencia de lo universal en lo irrecusablemente peculiar de la obra literaria.
Como puede apreciarse a través de este recuento, dos grupos o planos se perfilan netamente en esta narrativa. El constituido por los que escriben en el exterior, y el formado por los autores que trabajan dentro del país. Los primeros, en el transcurso de un cuarto de siglo escaso han elevado la narrativa paraguaya a nivel continental y algo más. La carencia de perspectivas ofrecidas a los segundos es más que evidente, es un hecho que salta a la vista, y halla su confirmación en la ausencia, hasta ahora, de la joven generación que por lógica premisa cronológica hace diez años debería haber recogido el guante arrojado por los veteranos del exterior, buscando, su altura.
Con La babosa, Los exiliados y las obras de Roa Bastos, la narrativa paraguaya pues alcanza por fin nivel continental, salvando con botas de siete leguas un retraso de medio siglo. Intrafronteras, el progreso ha sido indudablemente menor, a pesar de la influencia innegable ejercida por el ejemplo batallador de los escritores en exilio.
El cuento, si ha avanzado más que la novela, sólo lo ha hecho formalmente, es decir, ello ha sido a costa de su autenticidad humana. Las excepciones son pocas. Aunque no ha publicado en el país libro alguno de novela o cuento citaremos a Francisco Pérez Maricevich, autor de El Coronel, mientras agonizo, premio local para el Concurso de CUADERNOS de Paris 1966.
Jesús Ruiz Nestosa publicó en Buenos Aires en 1973 Las Musarañas, interesante llamada de atención sobre un escritor joven. En el Concurso 1973 del PEN Club paraguayo, obtuvo el primer premio Augusto Casola, con El Laberinto, novela en la cual se continúan, clarificados, los rasgos de nuestra escasa literatura narrativa costumbrista. En el Concurso de Cuentos Hispanidad 1974, se destacaron Jesús, Ruiz Nestosa, Ángel Pérez Pardella y Roque Vallejos; ninguno de los tres ha reunido todavía sus cuentos en libro, Pérez Pardella obtuvo también el primer premio en el concurso de cuentos de LA TRIBUNA 1973.
Un éxito notable en este renglón lo constituye Rubén Bareiro Saguier, con su libro de cuentos Pactel de sang (Pacto de sangre) publicado en francés en 1972. Los cuentos publicados por los más jóvenes evaden, en forma que puede considerarse característica, toda implicación testimonial o de protesta, aunque en ellos el prurito de actualidad formal es evidente.
Mención singular merece también la vertiente señalada por J. L. Appleyard en sus monólogos (publicados en LA TRIBUNA y de los cuales una primera serie editó en volumen la Universidad Católica die Asunción). En esos monólogos, en realidad diálogos, el autor utiliza el castellano guaranizado (yopara) con un vívido efecto al cual concurren la agudeza psicológica y un medido humorismo.
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Fuente:
Ediciones Comuneros,
Asunción – Paraguay, 1976
(Tercera Edición, 67 páginas)
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