LA GRAN INFORTUNADA (ALICIA ELISA LYNCH)
Por JOSEFINA PLÁ (Edición póstuma)
Colección “Josefina Plá”
BIBLIOTECA “PABLO VI”.
UNIVERSIDAD CATÓLICA “NUESTRA SEÑORA DE LA ASUNCIÓN”
y Criterio Ediciones, Asunción-Paraguay, 2007
Prólogo de LITA PÉREZ CÁCERES, 20-II-2007
“Después de Francisco Solano López, de quien fue compañera, quizá sea Elisa Alicia Lynch la figura de la historia paraguaya quien más ha movilizado la curiosidad dentro y fuera del país. Desde luego, entre las figuras femeninas es la única que ha tentado la imaginación del escritor”. Estas son palabras de Josefina Plá, autora del presente volumen donde presenta al personaje de Elisa Alicia Lynch ubicado en su tiempo y en su circunstancia y con una visión objetiva de los hechos.
Además de una breve biografía de la compañera del Mariscal López, Josefina Plá se aboca al estudio de las diferentes obras que se han escrito sobre la mujer amada por López. Josefina Plá desmenuza los motivos de ciertos ataques y desnuda las intenciones de varios biógrafos de Madame Lynch.
PRÓLOGO
Mucho se ha escrito sobre la personalidad y la vida de Elisa Alicia Lynch, compañera amorosa del mariscal Francisco Solano López y madre de sus hijos. Calificada por Josefina Plá, en el título de esta obra, como la gran infortunada, la existencia de madame Lynch concitó la atención de historiadores, biógrafos, escritores y escritoras, tanto extranjeros como paraguayos.
Son escasos los hechos concretos que se conocen de la vida de esa mujer que acompañó con lealtad al hombre de su vida, hasta su muerte. Se sabe dónde había nacido, quiénes fueron sus padres y otros familiares, se conocen algunos detalles de su vida de casada con el médico francés Xavier de Quatrefages y fueron menos difundidos aún los hechos protagonizados por ella luego de la tragedia de Cerro Corá en 1870. Pero esa ignorancia no fue problema para quienes quisieron escribir sobre ella y sobre su influencia en la política y en la vida social del Paraguay. Algunos autores recurrieron a un seudo barniz de investigación y otros se valieron de la fantasía y de la imaginación para llenar huecos en la historia de esa mujer que dejó huellas profundas en la historia nacional.
De allí la importancia de este material elaborado por Josefina Plá, que permanecía inédito hasta ahora. Ella ha tratado de desentrañar los motivos que impulsaron a los diferentes autores a escribir sobre la vilipendiada Lynch.
Se reproducen en este texto las palabras de uno de los mayores defensores de Elisa Alicia Lynch, Juan E. O'Leary, quien definía la posición de esta heroína como igual a las de las mujeres que unen su suerte a hombres como Francisco Solano López "amigo de las cumbres y, por tanto, imantador de rayos". Como tal estuvo expuesta a la desconfianza, la malevolencia y el resentimiento.
Una mujer cuyos orígenes no eran claramente conocidos, una mujer que había estado casada y que se unió libremente a otro hombre, abandonando a su marido, una mujer que no vaciló en acompañar al Mariscal en todos los hechos azarosos de la guerra, que vio morir a dos de sus hijos en el transcurso de la misma y, por último, tuvo que cavar con sus manos la tumba del Mariscal y de su hijo Panchito..., una mujer de ese calibre, es un bocado demasiado tentador para los historiadores y novelistas. Ella, bajo la mirada benevolente de algunos que se ocuparon de su historia, fue como una Ana Karenina digna de compasión y de tolerancia, cuya única falta fue el amor. Para otros, en cambio encarnó lo inmoral, la ambición más despiadada y una crueldad cargada de resentimiento. Ni una posición ni la otra son justas, pero la justicia histórica no es la meta de quienes se ocuparon de Elisa Alicia Lynch.
Entré la primera biografía sobre madame Lynch, escrita por Héctor Varela, hasta la última que pudo conocer Josefina Plá - hubo otras que se publicaron cuando ella ya estaba enferma o muerta- cada uno de sus autores y autoras tuvieron motivaciones no muy objetivas para escribirlas y es Plá quien ha investigado sobre ellas y desglosa en este libro esas motivaciones que pueden servir de guía quienes deseen tener acceso a tal bibliografía.
Luego de finalizada la guerra, los ataques a la viuda de López arreciaron; los vencedores paraguayos, miembros de la Legión, como Héctor Francisco Decoud, la atacaron sin piedad y la acusaron hasta de haber eliminado a 1.000 familias asuncenas para quedarse con los bienes de las mismas. Ella no pudo defenderse, había sido expulsada del Paraguay luego del 1º de marzo de 1870. Los brasileños la dejaron partir en puente de plata acompañada por sus hijos sobrevivientes, por una criada fiel y por una antigua amante del mariscal López: Juanita Pesoa. Desde este momento Elisa Alicia Lynch inicia la lucha para recuperar los bienes que le había legado López y que se encontraban en poder del Dr. Stewart, quien se negó a devolverlos. En esa situación ser víctima de la maledicencia es casi inevitable. Se afirman hechos sin probarlos, se destila odio en los relatos seudo históricos y, para personificar la culpa en alguien, qué mejor que maldecir a la extranjera y cargarla con los defectos más ruines. Al pueblo, privado de hablar en su lengua nativa, prohibida por los vencedores, le duele aún la herida de la guerra y recurre a esa sabiduría que le ha permitido sobrevivir a largas dictaduras y otras tragedias: se calla y aguarda a que pase la tormenta. Y hasta inicios del siglo siguiente no aparecieron defensores del mariscal López y mucho menos de madame Lynch.
Es así que se publican las obras de Villavicencio, de Héctor Francisco Decoud y otras donde la Lynch es pintada con los rasgos más grotescos y terribles, en ellas se ve a una ambiciosa mujer, capaz de todas las bajezas y de todas las abyecciones para lograr sus objetivos: dominar el Paraguay y hacerse de una gran fortuna. Para lectores atentos y capaz de razonar, los textos mencionados son fáciles de desmenuzar y de discutir, tienen el inconfundible color de la falta de perspectiva histórica, están escritos con rabia y la objetividad se encuentra ausente. Pero hay otros lectores dominados por la pasión, por el rencor que sobrevive y ellos han preferido creer hasta ahora todas las calumnias que se publicaron sobre madame Lynch.
Años más tarde se suceden otras biografías noveladas: la de Héctor Pedro Blomberg, argentino; luego la de Concepción Leyes de Chaves, paraguaya; la de William Barret, norteamericano, y la de Henry Pitaud, francés.
Todas esas obras fueron analizadas por Josefina Plá y el resultado es este texto de innegable importancia y que tiene el atractivo de develar también su propia posición -la de Josefina- en la sociedad asuncena. Una sociedad que -en el caso de Plá- al final de sus días la premió con justicia y se enorgulleció de haberla tenido entre sus miembros, pero que hasta hoy día permanece dividida y apasionada cuando se trata de Elisa Alicia Lynch.
Dice Josefina Plá de madame Lynch: "Ella se destaca de pronto, separada y fugitiva, joven, hermosa, elegante, educada con una amplitud cortesana que la hacía original y constituía una provocación, tanto o más que su posición equívoca". Una experiencia muy parecida fue también la de Plá, que llegó al país casada por poder con el ceramista Julián de la Herrería; tan joven y atractiva como la Lynch, tan extranjera como ella y tan decidida a cumplir su destino quemando las naves que podrían devolverla a España, tal como lo había hecho en el siglo anterior la irlandesa que se enamoró del General paraguayo.
Ambas, Elisa Alicia Lynch y Josefina Plá, habían tenido una educación esmerada, ambas poseían la inteligencia y ese raro convencimiento de su valía, cosa rara en un tiempo en el que las mujeres eran consideradas adornos para el goce estético y, que una vez casadas, pasaban a ser sacerdotisas del hogar, sin derecho a inmiscuirse en otras actividades que trascendieran los ámbitos hogareños.
Las similitudes entre ambas mujeres continúan, madame Lynch fue el gran amor del mariscal López y lo acompañó hasta el último minuto, allá en Cerro Corá. Rechazada por las "buenas familias" asuncenas, excluida de las reuniones sociales y de los actos compartidos por un grupo que se creía depositario del honor y de las buenas costumbres, Lynch decidió dedicarse por completo a su amante y padre de sus hijos y, a la vez, crear su propia corte, sin hacer caso a los comentarios que corrían libremente en las calles ardientes de una Asunción que no preveía la tragedia que estaba avecinándose.
A Josefina Plá no la acobardó ningún comentario, si es que los hubo, y suponemos con razón que su juventud, su belleza y su talento los habían despertado. A ella le gustaba rememorar historias de aquellos primeros años con su marido, en la casa que habían inaugurado. Es la misma de la calle Estados Unidos, donde vivió hasta el final de sus días, un sitio por entonces retirado del centro y rodeado de quintas con vegetación generosa y huertas que brindaban sus frutos a todo el que quisiera tomarlos. Josefina Plá no necesitaba ser aceptada por los extraños, ella se autoabastecía con el amor de su marido y su pasión por el arte, que ambos compartían. Ella también buscó a sus pares, los artistas, los creadores, los que rompen moldes obsoletos y crean nuevas formas.
En la parábola de la aceptación de Elisa Alicia Lynch, el punto más alto fue el breve interregno desde la muerte de don Carlos Antonio López hasta el inicio de la guerra, ella brilló en las reuniones sociales más importantes, aun cuando en la mayoría de los casos la asistencia era obligatoria para no desairar al presidente Francisco Solano López.
En el caso de Josefina Plá, el rechazo comienza al ocupar ella el puesto de jefa de Redacción de un diario de la época, luego de que regresara viuda desde España, adonde había ido acompañando a su marido, ya muy enfermo. Los hombres de la redacción se negaban a trabajar teniendo una mujer como jefa y Josefina tuvo que escribir casi todo el diario, porque su responsabilidad no le hubiera permitido hacer otra cosa. La aceptación vino con los años y la admiración fue creciendo. Nadie podía negar el trabajo incansable de Plá a favor de la literatura paraguaya, sus investigaciones en todos los campos del arte y de la historia, su dedicación y su entrega a una labor intelectual que era premiada en los exigentes círculos del exterior. Y así hasta sus últimos días, cuando ya era considerada una paraguaya cabal, sin olvidar que había nacido en las Islas Canarias, un 9 de noviembre, hija de un funcionario del ferrocarril que acostumbraba a leer historias a su familia, todas las noches, despertando en su hija la imaginación y una inmensa sed de conocimientos.
Elisa Alicia Lynch y Josefina Plá fueron mujeres fundamentales en la historia y la cultura paraguaya, ellas aportaron su sensibilidad, su sabiduría y manera de sentir, a una nación que amaron como propia.
LITA PÉREZ CÁCERES
20-II-2007
Después de Francisco Solano López, de quien fue compañera, quizá sea Elisa Alicia Lynch la figura de la historia paraguaya quien más ha movilizado la curiosidad dentro y fuera del país. Desde luego, entre las figuras femeninas es la única que ha tentado la imaginación del escritor.
Ciertamente hay en esa personalidad misterios, soluciones de continuidad, que le labran claroscuros tentadores, tanto para el amigo como para el enemigo. Aparece sola, desgajada de su pasado, en el cuadro aún elemental de esta sociedad patriarcal celosa de sus timbres, de sus tradiciones de religión y ética rígidas, en un ambiente recién emancipado del conservadurismo colonial y del estupor y austeridad de una larga dictadura.
Ella se destaca de pronto, separada y fugitiva, joven, hermosa, elegante, educada con una amplitud cortesana que la hacía original y constituía una provocación, tanto o más que su posición equívoca. Se yergue pues en ese medio como un flagrante desafío a los patrones morales, familiares y sociales, pero al propio tiempo amparada en su posición irregular por la égida de una personalidad a la cual no alcanzaba, no podía alcanzar la protesta o la censura, sino en su forma más indirecta o disimulada y a la vez más irritable.
Antes que ella y después de ella, mujeres hubo en la vida de Solano López, pero ninguna atrajo sobre sí las iras de la sociedad de su tiempo. Figuras borrosas, señaladas sólo por la feminidad común, nunca imantaron resentimiento o desprecio. Hasta vemos a una de esas figuras, la de Pancha Garmendia asumir en la biografía de Francisco Solano López romántico papel de víctima: solicitada en vano por el futuro Presidente; muerta en circunstancias trágicas. En ella encarnó la ofendida sociedad de la época las virtudes de la mujer paraguaya frente al desafuero y decoro de la extranjera. Panchita fue un símbolo de esas virtudes: fue la reivindicadora del ultrajado decoro femenino.
Esa sociedad que fue testigo de la llegada de Elisa Lynch un día de verano de 1855, nada sabía de ella: de su familia, de su vida anterior, de sus antecedentes. Su situación, pues, al llegar como protegida de López, sí era la más adecuada para suscitar la curiosidad, pero no era la más propicia para promover la simpatía o las tentativas de aproximación.
La vaguedad que rodeaba su origen y procedencia favoreció las más adversas fantasías; era difícil que la sociedad que la rodeó se conformara con ignorarlo todo de quien sospechaba venía a desempeñar papel importante a través de la voluntad de Solano López. De no haber llegado Elisa rodeada de esos misterios, seguramente no se la habría querido más, pero quizá la malicia habría tenido menos asidero para sus portentosas creaciones.
¿De dónde venía Elisa Lynch? ¿Cuál era su familia? ¿Cuál su educación y ambiente? ¿Qué vida había llevado? ¿Dónde y cómo la conoció el Mariscal? A estas preguntas, que pueden llamarse previas, se añade otra igualmente irritante: ¿Cómo había conseguido primero, cómo conservó luego, su ascendiente sobre el Mariscal? El biógrafo hará suya esta pregunta como las otras, y añadirá una más grave, aquella cuya respuesta ha de dar la sentencia histórica de Elisa: ¿Cuál fue su actuación al lado del Mariscal?
Elisa Alicia Lynch nació en 1835 en Cork, Irlanda. Casó muy joven con M. Xavier Quatrefages, después famoso antropólogo. Divorciada o separada de él, se traslada a París, en circunstancias no bien determinadas. Allí conoce a Solano López. Unos meses luego del regreso de éste a Asunción, llega Elisa a esta capital (marzo de 1855) trayendo consigo una criatura de pocos meses, que el Mariscal reconoció como suyo. Se instala en una lujosa residencia, donde recibe las visitas del Mariscal y los de cuantos viajeros expectables cruzaron por Asunción en esos años; pero no figura en actos sociales.
Mientras vivió el patriarca Don Carlos, Elisa, aunque rodeada de lujos y comodidades, se mantuvo lo más posible en la sombra: el austero anciano se negó a darse por enterado de su presencia, y el General López, aun cuando ya Ministro y brazo derecho de su padre, no se decidió a hacer público alarde de su "liaison".
Muerto Don Carlos, Elisa Lynch toma revancha de su largo encierro; organiza reuniones, impone modas, dicta normas en el trato social; promueve iniciativas, etc. Su nombre aparece en la prensa, ya solo, ya asociado al del Mariscal; triunfa y brilla. Cualesquiera hayan sido las veleidades amorosas de López durante esos años, no cabe duda de que la única mujer a la cual autorizó con su actitud a proclamar una posición de privilegio a su lado, fue la de Elisa Lynch.
La prensa de esos tiempos ofrece un gráfico harto elocuente de las etapas en la situación de Elisa. Al silencio absoluto sobre su persona, sucede, a partir de 1862, una febril actividad social y más tarde una actuación dirigente de iniciativas patrióticas anotada en los periódicos y acotada con adjetivaciones que a las claras denotan el lugar que ocupaba Elisa en la consideración de la autoridad suprema.
Continúa el relato…
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