SEPARACIÓN DE LIBROS y LA VENGANZA DE LA SERPIENTE
Cuentos de MARGARITA PRIETO YEGROS
SEPARACIÓN DE LIBROS
-El señor Intendente viajó a la capital para visitar a su familia-informaba con una cínica sonrisita la atractiva secretaria de la municipalidad de una ciudad fronteriza, a cuantos preguntaban por su jefe o solicitaban audiencia.
La camioneta roja, conducida a toda velocidad por el joven político, a quien acompañaban su chofer y un guardaespaldas, enfiló por la avenida principal de la capital y, tras internarse en un barrio residencial, se detuvo ante una atractiva vivienda.
El hombre pulsó nervioso el timbre de la casa y cuando su esposa abrió la puerta preguntó:
-¿Hiciste cambiar la cerradura?
-Sí -respondió ella, mirándolo con fijeza.
Él le devolvió al mirada altaneramente a la vez que decía:
-Vengo a retirar todas mis cosas.
-Adelante -repuso ella, cediéndole el paso.
El hombre caminó lentamente por la suntuosa sala-comedor y se detuvo ante la biblioteca.
En una hilera de libros estaba escrito: Susana; en otra, Guillermo.
-Veo que ya has separado mis libros de los tuyos.
-Así es. Quise ahorrarte tiempo porque siempre andas muy apurado con tus actividades políticas -dijo ella al sentarse en cuclillas sobre la alfombra.
-Una vez más estás equivocada. No tengo ningún apuro; ya se han definido los resultados de las elecciones y he ganado limpiamente la gobernación.
Después observó a su mujer, más bella que nunca en su atuendo deportivo, tranquilamente sentada y se preguntó cómo pudo apartarse de ella. Un gato angora entró cimbreante y levantando la cola se acercó a su dueña ronroneando. Susana le acarició el lomo y luego lo alzó en brazos. Guillermo observó un rato más la biblioteca y de pronto exclamó:
-¿Qué hacen estos libros míos entre los tuyos?
-¿Cuáles? -preguntó ella sin inmutarse y sin dejar de acariciar al gato.
-Las sandalias del pescador - respondió él.
-Me lo regalaste durante nuestra luna de miel en Roma; ¿no recuerdas que lo leímos juntos y que después de entusiasmarnos tanto con Cirilo Lakota, decidimos asistir a la audiencia papal para conocer al primer pontífice polaco?
- ¡Pamplinas! ¡Estupideces de hombre enamorado!
-Te arrepientes tardíamente. Todo fue muy hermoso mientras duró.
-Siempre sientes demasiado y piensas poco como todas las mujeres. Susana soltó al gato y éste salió tan cimbreante como entró.
- ¡Ah! ¿También te quedas con este libro de Willa Cather?
-Me lo regalaste en mi primer cumpleaños de casada.
-Es evidente que te consentí demasiado.
-Tal vez, pero después te volviste muy descortés y hasta violento.
-Hice lo que debía hacer para contrarrestar tus caprichos de niña consentida.
-¿Cómo podría consentirme con un marido al que le atribuyen el hijo de su secretaria y tiene cama puesta en todas partes?
Guillermo pateó la biblioteca y gritó:
-¿Te atreves a quedarte también con Una hoja en la tormenta?
- ¡Un momento! Sabes bien que ese libro lo compré en la feria de la plaza, después de vender mi primera pintura.
De un manotazo, él tiró los demás libros sobre la alfombra.
Susana suspiró hondamente.
Guillermo caminó hasta el ventanal y de espaldas permaneció largo rato en silencio. De pronto, volviéndose hacia su mujer le dijo con voz apenas audible:
-No vine a buscar mis cosas, sino a vos y a los niños. Volvamos a empezar.
Ella se irguió con altivez y respondió:
-Ya no es posible. Todo se acabó desde que te dejaste dominar por tu ambición de poder y te convertiste en un extraño para nosotros.
-¿Me consideras entonces un extraño?
-Sí, un verdadero extraño. Los niños prácticamente no te conocen. El crispó sus manos y hubo otro largo silencio. Después colocó la llave sobre el piano y dijo:
-Cuando venga a visitarles tocaré el timbre como cualquier extraño. El portazo que dio al salir hizo retumbar los vidrios de las ventanas. Un hábil y sigiloso cerrajero acompañado del guardaespaldas del Intendente desarmó a medianoche la cerradura que había hecho cambiar Susana. Concluida la tarea, ambos hombres subieron las escaleras.
Al día siguiente, Susana, internada en un sanatorio a causa de una brutal golpiza, escuchó por televisión el dictamen del juez de la ciudad fronteriza:
-Se concede al honorable ciudadano Guillermo Mujica la tenencia de sus hijos menores por haber sido encontrada su esposa, en el propio lecho nupcial, en brazos de un cerrajero, según testigo confiable.
De: En tiempo de chivatos
(Asunción: Editorial Cuadernos Republicanos, 1998)
LA VENGANZA DE LA SERPIENTE
El redoble de tambores en la Plaza de Armas del fortín chaqueño, aquel Día de la Independencia, fue más elocuente que cualquier bando por altavoces.
- ¡Por lo visto ha muerto el capitán! ¡Qué pena! Hubiera sido un milagro que se salvara -comentó en voz alta la directora de la escuela del lugar, quien a través de la ventana de su modesta vivienda de adobe y techo de paja, vio que dos soldados arriaban la bandera hasta dejarla a media asta, en señal de duelo.
El capitán y dos tenientes estaban en una lejana picada controlando la limpieza de la abandonada base cateadora de petróleo, cuando de pronto uno de los soldados gritó:
- ¡Mi capitán! ¡Mi capitán! Acá encontramos una víbora "cascabel" especial para vos.
Los demás soldados silbaron y aplaudieron porque conocían la habilidad del capitán para inmovilizar serpientes presionándoles el cuello con los dedos pulgar e índice de la mano derecho, en tanto les hacía pasar por la horqueta formada por los dedos pulgar e índice de la mano izquierda. Después las arrojaba al suelo y las ultimaba de un tiro certero.
-Mátenla nomás ustedes -respondió el capitán.
-Vení, mi capitán, vení, es "masiado linda luego" y hasta parece que tiene cría adentro.
En realidad la serpiente era un magnífico reptil de piel oscura, cruzada por rombos amarillos y con una cola cargada de cascabeles. Rebosaba vigor.
El capitán se acercó cauteloso; no tenía ánimo para juegos, la temperatura había ascendido a los 43°C, y la siesta estaba abochornante. Aunque la serpiente seguía enroscada, el militar comentó:
-Tiene por lo menos dos metros; es la ponzoñosa Crotalus Terríficus, que en guaraní llamamos Mboi Chini.
Un cabo antiguo, acercándose, dijo:
-Hace mucho tiempo que no encontramos una Mboi Chini con tantos cascabeles; yo ya conté, tiene treinta y dos "luego". Matále si que a tu estilo, mi capitán.
La serpiente, como animal de sangre fría que era, prefería protegerse del calor durante el día y salir a cazar de noche, pero ahora ante tanta provocación no tenía más remedio que salir de su letargo para ver qué pasaba. Molesta ante tanto barullo comenzó a desenroscarse.
Irguió levemente la cabeza y pese a su miopía reconoció al capitán, famoso por su afición a domar y matar víboras. Muchos de sus parientes habían muerto en su poder.
-Esta es mi oportunidad para vengar tanta crueldad -dijo, enderezando sus largos colmillos huecos para cargarlos con el veneno de su canal interno.
El capitán vaciló un rato, pero atraído por el sonido de los cascabeles se acercó aún más a la serpiente. Esta, con diabólica astucia, permanecía quieta dejándose observar por el hombre.
Los soldados y el monte habían enmudecido; ni la caída de una hoja se oía.
Sin moverse siquiera un milímetro, la serpiente de ojos oblicuos mantenía fija la mirada en su enemigo. El capitán parecía hipnotizado por la serpiente y ésta por el esbelto y fornido militar. Ambos medían sus fuerzas y controlan sus gestos.
-¡Ahora! -gritó de pronto el capitán, saltando ahorcajadas sobre la serpiente. Esta, con celeridad imprevista, no se dejó asir por el militar y con la cabeza exaltada de furia lo mordió siete veces en las piernas.
El capitán, a sabiendas de que el veneno de la serpiente circularía por su torrente sanguíneo en cuestión de segundos, se esforzó en no dejarse dominar por el pánico y agarrándola por la cola intentó destrozarla a golpes contra un quebracho.
- ¡Moriremos ambos! -gritó al caer desplomado.
La serpiente se arrastró dificultosamente entre el blanco espartillar y se perdió de vista, sin que nadie intentara detenerla.
El único en superar el terror reinante fue el soldado encargado del botiquín, quien haciendo girar la manivela del teléfono de campaña pidió auxilio al hospital, distante sesenta kilómetros:
-Aquí, Picada Noventa, Picada Noventa... Al rato se escuchó:
-Aquí, Hospital Toledo, Hospital Toledo. ¡Adelante. Cambio!
- ¡Aquí, Picada Noventa! Una Mboi Chini mordió siete veces a mi capitán Chamorro. Solicitamos ayuda e instrucciones.
-¡Hospital Toledo responde! Inyectar siete dosis de antiofídico polivalente y colocar al paciente de costado para facilitar la respiración. Enviamos ambulancia.
Al soldado enfermero, apenas adolescente, le temblaban las manos mientras trataba de recordar las instrucciones y buscaba el antiveneno indicado. Era éste el primer accidente grave que le tocaba atender solo.
El capitán, tendido sobre un tablón, respiraba con dificultad a medida que se hinchaba y los labios se le ponían azules.
El joven enfermero, al inyectar la última dosis del antiofídico procuró tranquilizar al oficial, diciéndole:
-Mi capitán, enseguida va a llegar la ambulancia.
El militar ya no entendió lo que le dijo el soldado, y comenzó a desvariar y a ver doble.
-¿Por qué vienen dos ambulancias? ¿Es cierto que una es para la serpiente? ¿Por qué el General viste sotana? ¿Es cierto que ya me morí? Gemía, sudando a mares, y respiraba con dificultad.
El soldado, al notar que el capitán parecía asfixiarse, se arrodilló junto a é1 y comenzó a presionarle el pecho con las manos. En ese momento llegó por fin la ambulancia.
Saltando del vehículo el médico ordenó al soldado:
-Tómele el pulso. Si no se lo siente inicie la resucitación cardiopulmonar.
El joven trató de recordar los pasos que debía seguir; él había practicado esa operación nada más que con un muñeco.
-¡Animo, mi capitán! -dijo, dándole respiración.
- ¡Nema, che Karai! -insistió en guaraní.
El capitán reaccionó de golpe y comenzó a vomitar con tanta fuerza que parecía que iba a reventar. Cuando se calmó, cuatro camilleros se apresuraron a subirlo a la ambulancia.
El joven enfermero se tendió exhausto sobre el pastizal, asombrado de cuánto había hecho en favor de la vida de su jefe, y procurando que nadie lo viera, lloró.
Entre tanto, la Mboi Chini había entrado a la guarida de las víboras. Al verla llegar maltrecha, todas silbaron en coro:
-¿Qué te pasó?
-Le herí de muerte al capitán asesino y él por poco me mata. Me escapé por milagro.
-¡Por fin! -silbaron viperinamente todas.
Una cascabel joven, muy engreída, de nombre Terrífilla le dijo a la serpiente recién llegada:
-Creímos que andabas cazando solamente ratoncitos "Anguyá tutú", ni idea teníamos de la proeza en que estabas metida. ¡Felicitaciones! Poniéndose en "punta de cola", una minúscula Ñanduriré advirtió:
-Ahora debemos esperar un ataque masivo de los hombres; mudarnos a otro sitio o atacar entre todas el campamento.
-¿Qué? ¿Estás loca? -silbaron en coro las demás víboras.
La Mboi Chini maltrecha dijo:
- Más vale que clamen pidiendo lluvia para esta noche, así la sangre del capitán se aguachará toda y no tendrá forma de coagularse.
Al promediar la tarde, la ambulancia llegó al Hospital Toledo.
-Te recuperarás, mi amor -le dijo su esposa al capitán, tratando de disimular su consternación ante el aspecto macabro que presentaba. El capitán, encogido de dolor, con voz apenas audible, asiendo la mano de su esposa, le dijo:
-Perdóname por todos los quebrantos que te causé con este diabólico juego. Creo que esta vez perdí.
La mujer, besándolo en la frente, replicó:
-Mañana muy temprano vendrá el avión ambulancia para trasladarle al Hospital Central.
- ¡Agua! ¡Agua! -clamaban las serpientes desde su cubil.
-Si llueve esta noche la victoria será definitivamente nuestra -sentenció la vieja serpiente cascabel-. Yo sé por qué lo digo -arguyó. Después, tratando de acomodar su dolorida largura se arrolló en un rincón de la guarida y se quedó dormida soñando con la agonía del capitán bajo una lluvia torrencial.
A medianoche tronó y relampagueó el monte entero y comenzó a caer una copiosa lluvia que anegó la pista de aterrizaje y los caminos vecinales.
A las tres de la madrugada el médico de guardia, al examinar al paciente, vio que de las heridas salían hilillos de sangre. Una hemorragia después de tanto rato de las mordeduras de la serpiente significaba que el veneno seguía impidiendo la coagulación de la sangre.
-Necesitamos el antiofídico específico contra la Mboi Chini: el anticrotálico -dijo el médico al farmacéutico.
-Lamento decirlo que no lo tenemos; debía traerlo el avión ambulancia.
-Entonces llamen al capellán. El capitán no alcanzará el amanecer sin ese contraveneno.
Las primeras franjas de tenue luz avanzaban anunciando un nuevo día cuando el capitán dejó de respirar.
De: En tiempo de chivatos
(Asunción: Editorial Cuadernos Republicanos, 1998)
Fuente:
Intercontinental Editora, Asunción-Paraguay 1999.
De la página 441 a la 847.
Ilustraciones: CATITA ZELAYA EL-MASRI
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