VIAJE A LAS DOS FRONTERAS
VIAJE A LAS DOS FRONTERAS
-Ninguno de ustedes posee sentimientos religiosos -aseveró contundente el Profesor del Taller de Cuentos, al ter-minar de escuchar los trabajos escritos con motivo del atentado al Papa.
Unas participantes trataron de explicar su posición. Marta se limitó a sonreír y se dijo a sí misma: -¿Qué puede saber este hombre de una relación tan íntima como es la mía con Dios?
¡Dios!
¿Cuándo lo descubrió ella?
Toda su infancia y su adolescencia estuvieron signadas por su nombre; pero, ¿cuándo lo comenzó a sentir como una realidad tangible?
***
La camioneta corría veloz por una avenida asuncena; en ella viajaban ocho profesoras para asistir a una concentración de maestros rurales.
Marta tendría a su cargo la presentación de los objetivos de un nuevo proyecto educacional.
Consciente de que los ojos estarían fijos en ella, planeó con esmero su atuendo. Eligió de su ropero un traje de dos piezas color blanco con rayas azules, una blusa de finísima seda y los combinó con medias y zapatos también azules. La camioneta pasó a recogerla a las tres y media de la madrugada; cuando la ciudad aún dormía.
Cruzaron el río Paraguay en la balsa de las cinco. Debían viajar por Chaco-í, pasar después el río Pilcomayo, recorrer ciento cincuenta kilómetros de territorio argentino a través de la Ruta 11 y volver a travesar el río Paraguay frente a Formosa. El destino era la localidad ribereña de Alberdi. En lontananza, una que otra luz titilaba en aisladas casitas de campesinos madrugadores, mientras en el cielo se diluían rayos luminosos de color de espliego.
Marta inhaló el aire fresco que entraba por la ventanilla y, al percatarse de la vertiginosa velocidad con que el chofer conducía la camioneta le comentó a la compañera de al lado:
-Vamos demasiado rápido.
-¿Por qué manejas con tanto apuro? -le preguntó al chofer otra de las profesoras.
-Porque ustedes se han quedado pegadas a la almohada y debemos llegar a las ocho -repuso el hombre con evidente disgusto.
En ese momento, cruzaron un puente de madera sobre un riacho. Las tablas sin baranda sonaron rítmicamente como una alerta premonitoria.
De pronto se produjo un estrépito ensordecedor. Luego tornó el silencio.
Marta abrió los ojos y los volvió a cerrar, encandilada por una potente luz. Se sentía observada y algo le dolía en la sien derecha.
-¿Dónde estoy? -preguntó.
-En el Puesto de Primeros Auxilios de Asunción - le respondió una voz masculina.
-Y, usted ¿quién es? -agregó, sin abrir los ojos.
-Soy el cirujano de guardia. La camioneta se tumbó. Le estoy terminando de suturar un escalpe del cuero cabelludo que le produjo algo cortante.
Lo que en ese momento no le contó el médico fue que, la trajeron moribunda y, para coserle la herida con treinta y cinco puntadas, sin anestesia, le habían rapado la cabeza, sin que ella diera señales de vida.
Marta perdió noción del tiempo y del lugar.
Entre brumas distinguió la figura de un sacerdote que le administraba la Extrema Unción.
Una enfermera permanecía sentada junto a su cama.
Marta quiso hablarle y no pudo. Con gran esfuerzo emitió un quejido.
¿Qué le pasaba? ¿Se estaba muriendo? Intentó recitar una oración y no consiguió hilar las frases. Entonces... lloró. Pensó en su esposo, en sus hijos. ¿Dónde estaban? ¿Habían llegado a hora al colegio? ¿Y las compras semanales del mercado? ¿Y los calcetines? ¿Y los folletos que llevaba para la reunión?
Un profundo y tibio sueño la fue envolviendo en sombras. Sintió que avanzaba por la oscuridad hacia algo que la atraía.
De pronto, se encontró a orillas del mar, contemplando su vastedad silenciosa. Una sensación de indescriptible gozo exultaba su corazón.
Se sentía como un punto en el espacio infinito, en asombrosa armonía con el mar y la noche.
¿Quién era ella?
¿Estaba muerta o solamente soñando? ¿Hacia dónde iba?
En medio de esos esfuerzos por razonar, vio avanzar desde el lejano horizonte un haz de luz que se abría camino entre las olas.
Cuando llegó a ella, Marta sintió la presencia misteriosa de alguien a quien no veía pero que a medida que se acercaba la embargaba con una afectuosa sensación de plenitud.
Lo raro era que no sentía temor alguno ante ese ser desconocido. Se sentía tranquila como si siempre hubiese estado esperando ese momento.
Tuvo la impresión de que ese Alguien, parado junto ella, le escrutaba el alma, con inefable amor.
El silencio circundante era absoluto; parecía que el mundo se reducía a ella y a El suspendidos en el Vacío, alejados del tiempo y del espacio.
Marta preguntó tímidamente: -¿Quién eres?
Le respondió el silencio.
-¿Cómo te llamas? -terció insistente.
-¿De dónde vienes? -inquirió otra vez.
Silencio.
Marta comprendió que sus preguntas sin respuestas no la conducían a ninguna parte pero estaba consciente que al fin había llegado a un punto crucial.
Sólo tenía que esperar pacientemente para descubrir quién era ese Alguien.
La profundidad de las emociones que la embargaban eran inidentificables e intuyó que lo más acertado era no formular preguntas ni tratar de razonar lógicamente. Después de una pausa, no mucho más del doble de lo que había esperado, se escuchó a sí misma diciendo: -Tú, también sabes que te amo.
Y entonces, su mente, transmitiéndole un mensaje más rápido que la luz, le ordenó ponerse de rodillas y, le hizo exclamar:
- ¡Tú eres mi Señor, mi Luz y mi Salvación.!
-Sí. Yo soy el Alfa y la Omega -susurró una melodiosa voz.
***
Una lluvia de estrellas deslumbró la oscuridad y un timbrazo primero, luego voces:
- ¡Emergencia! ¡Sala de Terapia Intensiva!
El movimiento tumultuoso de gente y los latidos de su corazón interrumpieron su sueño.
No abrió los ojos, aunque se dio cuenta que era ella el centro de las actividades, y sintió disgusto porque la despertaban.
En el catecismo infantil le habían enseñado: -Nadie puede ver a Dios sin morir.
¿Había ella llegado a la frontera de la Vida?; ¿a la zona que su profesor de Psicología llamaba ALFA y que sintoniza con el Universo?
A su mente acudieron los versos de Walt Whitman, que memorizara una vez:
"Me río de lo que llamáis la muerte.
Y conozco la amplitud del tiempo".
En adelante, ya no se haría preguntas; la experiencia reciente había prendido una lámpara en su corazón. La muerte no es como la imaginan los ateos, sino más propicia -pensó Marta, y, después de todo, se dijo: -Creer, no es sino dar ojos al alma.
MARGARITA PRIETO YEGROS
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Fuente:
TALLER CUENTO BREVE
Talleres Gráficos
EDICIONES Y ARTE S.R.L.,
Asunción-Paraguay
1988 (136 páginas).
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