LA DAMA DE COMPAÑIA
Cuento de MARGARITA PRIETO YEGROS
Isidora Díaz colocó más leña en la chimenea y se asomó al ventanal para mirar cómo nevaba.
Era la primera vez que veía nieve y la novedad le asombró al principio y le hizo llorar en silencio después, como una niña castigada injustamente.
Ella era del trópico y extrañaba Pirayú-mí, el valle donde había nacido, cerca del Cerro Verá.
–No me "hallo" en esta ciudad y no sé hablar el idioma. Quiero volver a Paraguay –se dijo a sí misma, al besar la medalla de la Virgen de Caacupé, antes de acostarse a dormir.
La despertó el tintineo de la campanilla de Madame Lynch. Entonces, se aseó rápidamente y después de vestirse el uniforme de doncella acudió al llamado.
–¡Buenos días, Isidora!
–¡Buenos días, señora!
–¿Qué te pasa? Tienes los ojos muy hinchados.
Afuera los árboles se agitaban y sólo se oía el silbar del viento. Isidora miró hacia el parque cubierto de nieve y con un suave movimiento de la mano derecha intentó secarse las lágrimas que ya acudían a borbotones.
–¡No me "hallo" en París, señora –dijo, con voz entrecortada.
–Preparáme el desayuno y después vamos a hablar –dijo Madame Lynch.
Isidora obedeció maquinalmente, sin decir nada.
Una claridad silenciosa y sin transeúntes anunciaba un domingo con color de tedio. El viento helado retenía a la gente bajo techo.
Madame Lynch se sentó junto a la chimenea y después de tomar el desayuno le dijo a Isidora:
–Siéntate cerca y vamos a conversar.
La bella irlandesa, que durante tantos años había vivido en Paraguay como compañera del Mariscal López, sonriendo con benevolencia, agregó:
–Asiento y conversación "gratis".
Isidora, cabizbaja y sollozando, parecía temerosa de hablar.
Madame Lynch, en un gesto comprensivo, le tendió la mano.
–¿Qué te pasa, Isidora? ¿Qué te falta?
–No me falta nada, Madame, pero quiero volver a Paraguay. NO me "hallo" aquí.
–Yo también extraño el Paraguay –acotó la dama irlandesa–. Extraño al Mariscal y a mis hijos Panchito y Adelaida, que quedaron muertos allá. Y eternamente te agradeceré la ayuda que me diste en la paz y en la guerra, como dama de compañía. Enrique Solano viajará a Paraguay el próximo mes. Si aceptas te compraré el boleto para que viajes con él.
–¡Dios se lo pague!
Isidora caminó hacia su habitación, gesticulando como la gente parisina. Al observarla Madame Lynch se sonrió. Isidora seguía tan juguetona como cuando, en Paraguay, le ayudaba a criar sus hijos. El preferido de la joven era Panchito, el primogénito.
¿Quién se hubiera imaginado entonces que Isidora le ayudaría, años después, en Cerro Corá a cavar las fosas para sepultarle al Coronel Panchito, de tan sólo dieciocho años, junto al cadáver del Mariscal López, mutilado por la soldadesca enemiga?
En esa ocasión, Isidora le insistió a Madame Lynch:
–Los cadáveres deben ser lavados y envueltos en sábanas, antes de bajar a las fosas...
Y así se hizo, con la presteza y energía de la joven.
Ahora, la que sollozaba quedamente era la irlandesa que aún conservaba su garbo y belleza de antaño.
–Madame, ¿qué le pasa? –preguntó Isidora al regresar al salón.
–Te voy a extrañar, Isidora, te voy a extrañar...
–Yo también, Madame, pero debo regresar a Paraguay, para ayudar a mi gente que está pobre y enferma.
(De: Cuentos de la Guerra Grande, 2001)
(Fuente: "ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA PARAGUAYA"
/ 3ra. Edición
Autora: TERESA MENDEZ-FAITH
Editorial EL LECTOR, Asunción-Paraguay 2004)
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