JARDÍN DE LA PEREZA
Poemario de JACOBO A. RAUSKIN
Colección Poesía, Nº 52
© J. A. Rauskin
Alcándara Editora
Edición al cuidado del autor y C. V. M.
Diseño gráfico: Miguel Ángel Fernández
Viñeta: Carlos Colombino
Tiraje de 750 ejemplares
Hecho el depósito que establece la ley 94
Se acabó de imprimir el 31 de julio de 1987
en los talleres gráficos de Editora Litocolor
Asunción del Paraguay (84 páginas)
a Natalia, mi madre
… fleuve d’oublie, jardín de la pareses
BAUDELAIRE
Con sorprendente falta de retórica, la nueva poesía de J.A. RAUSKIN (Villarrica, 1941) propone al lector un divertido pero riguroso itinerario: nubes, sabores, plantas, figuras emergentes, un completo microuniverso vívido y cantado con la despreocupada lucidez y natural postura de quien se reconoce señor de sus propios actos y memorias, generoso habitante de un JADÍN DE LA PEREZA que, solo recibe a quien puede repartir sus delicadas frutas. ALCANDARA propone estos versos con la evidencia de su originalidad y el deseo de que ocupen el estado que les corresponda en la actual lírica paraguaya.
1
DELICADEZA DE LOS BALDÍOS
Llueve, llueve sin prisa,
en el aire de marzo.
Bajo la lluvia fina,
la fina palma indígena.
Y en el verano suave,
aletargado, manso
-hay tedio y no tormenta,
hay viento y desengaño-,
aparecen los cocos
intactos en el barro.
Ayer no lo pensaba
y ahora lo recuerdo.
Son frutos del olvido
en jardines y páramos
las horas de algún sueño
robadas en un patio.
NO RECUERDO LA CASA
Recuerdo el camino, lejos.
Lejos de la ciudad
y, si ahora lo pienso mejor,
aún más lejos del campo.
Recuerdo el camino
bajo la luna irreal, amarilla
hacia el fin de la tarde.
Luna, hoy, de antes.
No había chacras, kerosén había
en un olor muy distante.
No recuerdo la casa,
minifundio abolido.
Recuerdo el camino.
Tierra descalza, baldío
de árganas, de flores, recua
de nubes.
Puro pasto, puro todo.
Un ápice de sol,
un residuo de fútbol.
Allá, allá lejos, quizá un charco.
PAISAJE DE UN PINTOR INGENUO
No son flores de almanaque,
ni son, sobre un cerro gris,
asnos en paz y en la tarde.
Qué lástima, pues aún caben
en un cuadro ya feliz.
MUY CERCA DE AQUEL ARROYO
Yo siempre quise vivir
muy cerca de aquel arroyo
Tan cerca, que no recuerdo
si no era en las mismas aguas
donde quería vivir.
Ahí se bañaban... Carmen,
su madre y una sobrina.
Hermana de Carmen era,
aunque se llamasen primas.
Ahí se bañaba Elodia,
a quien quitaron la "e".
Lodia quedó por un tiempo,
después... se llamó Inés.
Sea de otros el cielo
de Arcadia y sus visitantes,
yo siempre quise vivir
muy cerca de aquel arroyo
de Arcadia y sus naturales.
Tan cerca, que no recuerdo
si no era en las mismas aguas
donde quería vivir.
Quería llamarme arroyo
y aún quiero llamarme así.
Quisiera ser ese arroyo,
arroyo claro, que pasa
ciñendo en un dulce abrazo
de muy unánimes aguas
a las mujeres de Arcadia.
LAS NUBES
Lejanas, como en los primeras días de la tierra,
por un cielo de nadie se demoran.
Ahí hermosas.
Un joven sin oficio
ni cálida familia suficiente
a esa lejanía se acostumbra, poco a poco, y al azul
donde calma y dulzura unas horas alcanza
de tarde en tarde.
Así, al pie de un árbol, solo,
después de haber seguido
el breve discurso de un arroyo,
cuando descansa el cuerpo de su ninguna fatiga
y se tiende
y espera
en la hierba y al borde
de un mirar nuevo, limpio, las mira
realmente.
La luz que en ellas vive viaja
un instante sin ellas, a él desciende
y ambos viven la gracia
o el olvido de unas formas
que el viento crea, libre, como crea un alma
un día por el aire su leyenda.
Ahí, sobre la hierba
que a veces llama yuyo
-con acierto-
algún labriego, descubre
cúan suya es la pereza
si en las divinas horas y en un prado
bajo las nubes crece.
Junto al arroyo fino,
desde una dulce sombra pura
-tumbado, la nuca
en el cuenco de ambas manos-,
las ve pasar, idénticas a nadie, a nada,
y acaso más distantes
cuando de tarde en tarde
su enajenada luz desnudan.
EL VIENTO Y LOS MANGOS
Sobre su hamaca impecable
y en cierta sombra cansada
de ser la ausencia de alguien,
duerme la luz del verano.
Duerme la luz una siesta
y, soñando, hoy se pierde
donde tiemblan unos mangos.
Ya no duerme, ya despierta
sobre unas manchas intactas:
¿Moscas? ¿Motas de un leopardo?
Quién sabe si son las manchas
que flotan sobre los mangos.
Sobre los mangos maduros,
en el suelo adormecidos.
O sobre los mangos verdes,
magullados y abatidos.
PÁJARO AZUL
Cuando se acerca, sin miedo,
a regias limas de Persia
y, probando, ya las deja,
termina siendo en mi libro
y en cierto limero airado,
objeto de algún estudio
el ave azul de la siesta.
¿Quería comer guayabas?
Puede ser, mo lo sugieren
las alas y el aire dulce
del campo lejos, en calma.
Se multiplican las hojas,
desaparecen las huertas.
Un bosque se vuelve monte
o en su defecto, floresta.
Ese pájaro ya tiene
más árboles de la cuenta
y en tanto frondoso vuelo
-patio al fin, de arena y siesta-,
cualquier árbol se parece
a sí mismo y a un guayabo.
Es así... con unas alas
cansadas hoy de volar.
LIRIO DEL CAMPO
Se aleja un cuervo, ya canta el pitogüé, afirma
su andar ese caballo saliendo a la pradera.
Y en esta relativa calma, cuando las nubes
dejan de ser el rumbo ideal de una mirada
por dar su flor al sol de una tarde gris y lánguida,
pienso en ti, simple lirio del campo, dulce siempre
cuando pasan las nubes, las aves, el sol, lejos.
BELLA DEL DESAYUNO
Flor dormida. Abriéndose, se pierden
la luna de las albas y mi estrella.
Despierta entonces, para no ser bella
sino cuando desnuda y ya presente,
sin apoyo de almohada ni de hamaca,
hierba, piso de patio, catre o tálamo,
flota en la casa y el mudo páramo
de la cocina gris. Café, dos tazas.
ELOGIO DE UN ATARDECER
Que no muera la tarde.
No, que no muera,
que se quede.
Que se quede la luna de la tarde,
la luna de los árboles
casi azules,
la luna en los aleros,
la luna en la ventana,
con un mosquitero
momentáneamente en desuso.
OTRO ELOGIO DE UN ATARDECER
Que no muera la tarde.
No, que no muera,
que se quede.
Que se quede el infinito sin estrellas.
Que se quede cerca.
O no muy lejos,
cerca de la villa y los veleros
que aún dora un vago sol inmobiliario.
LA CASA DE LAS EUMÉNIDES
Es mejor olvidar esa casa; Ninfa ya la olvidó. Y qué bien vive: luce espléndida. Ha vuelto a la dicha, uno de cuyos nombres posibles es también Areguá. Ha vuelto a dos o tres calles de hierba, o de ciertas piedras que, cuando no están cerca, hacen un ruido como el de las burbujas en el lago... ¡Ninfa! Si no fuera porque ya la olvidó para siempre, no me atrevería yo a recordar ahora la casa. Esa casa tan hogareña en apariencia, tan aregüeña en su aspecto. Sin embargo, ningún huésped conoce ahí los sabores de té, del café, del mate. La hospitalidad de las dueñas -un par de hermanas en edad de no merecer- excluye toda infusión que no sea la de un balsámico silencio entre dos comentarios lacerantes.
(INTERMEDIO EN LA COSTA)
LA PEREZA Y EL MAR
Y un alero nos deja
otra casa con sueño:
las hamacas son buenas.
Dormir, en paz, la siesta.
Leer, o bien mirar
desde lejos la lluvia.
Una tarde notable:
no gris, marfil de faro.
Ya se pierden los pasos
en la hierba y la bruma
y en el viento que inunda
hoy de lilas el mar.
2
EL DULCE ADIÓS DE UN RÍO
Pasa, vive, el duro sol no ignora
dejando, hoy de prisa, bajo el manto
y el arco de los árboles dormidos
los divinos resabios de la aurora.
JARDÍN DE LAS DELICIAS PASAJERAS
Todo es belleza
o lluvia, garza
morena o rubia
por un instante.
Después, es nada;
es eco muerto.
Fue profecía,
es adulterio.
Fue cuchitril,
es cucaracha.
Fue tantas cosas
y ahora es nada.
Fue mucho menos
y sigue siendo.
Fue reservado.
¿Era un incesto?
No fue discreto,
es un pecado.
CORO DE CONFORMISTAS
Optimo, un domingo.
Las frutas en la mesa,
las flores en un árbol,
las hormigas, la hierba
y el estado del tiempo.
Cuando de pronto vemos
el cielo v otro lunes.
La nube de los martes.
¿El miércoles? Apenas.
El jueves, cada jueves.
El viernes nos recuerda
ay, de alguna manera,
el sábado divino:
muriendo ya nos deja
un óptimo domingo.
(INTERMEDIO EN LA NIEVE)
BELLO PRESENTE, MONTAÑAS
Dulce nieve pasajera,
nunca dejes de caer.
Tú redimes el desierto
de otra nieve: la de ayer.
3
UN SUEÑO
Las noches comenzaban a ser largas, no por el cambio de la hora local sino por cierto insomnio, muy frecuente en mí durante aquella época. Solía yo pasar muchos amaneceres caminando; buscaba un desayunadero, una panadería, una pirámide de frutas en la calle, un poco de mercado en las albas del no-sueño. A veces, leía el periódico y vivía mi propio collage
en esa plaza
con una glorieta
y otra viñeta
telúrica o tetánica
que, por otra parte, deja de ser una viñeta para ser un fragmento de río y chatarra en los ojos de cualquier madrugador desinteresado. Y una vez, estando yo ahí bajo la protección de las últimas estrellas, de la suave luna del alba, del fino sol llamado Febo por Pandora, quedé profundamente dormido.
Quién sabe si alguna vez desperté de aquel sueòo; soòé que no era yo quien dormía.
LOS AMANECERES DE UN CONFORMISTA
Tristes albas desvaídas,
dulces auroras radiantes,
mueren de prisa en un cuadro
de costumbres aún locales.
Y, muriendo, dejan claro
el cielo para los pájaros.
Él se conforma con menos:
cierto patio de ladrillos,
un jazmín llamado magno,
el paisaje en la toalla
y un jabón (de olor) rosado.
NINFAS DEL AMOR VIVIDO
Con la gracia del viento
y las flores de un árbol
pasan.
Son las otras,
las otras flores
del tarumá,
de la carova,
de los tres lapachos.
Todas,
todas pasan
por un túnel de sombra
y una calle de tiempo.
Y, pasando,
en alguien aún se demoran.
Ahí, en unos dedos.
Allá, en otro pecho.
Más allá, en otra mirada,
en un colegio de niñas, en un hospicio de faldas.
Ah, pasan,
siempre pasan.
Por la mañana pacíficas.
Y por la tarde lánguidas.
Y un río de pétalos,
un río de olvido
huye al pie de la ciudad lacustre donde asciende
el humo dulce y sonoro de una rama seca
o el grito puro, inaudible, del amor vivido.
JARDÍN DE LA PEREZA
Miro pasar el río
y una nube,
ciertas aves,
un bote,
algún camalote,
las victorias
regias e insufribles
entre las flores de la siesta
y el fardo de una tarde
sentimental y algodonera,
ex,
ex joven poeta,
ahora bardo estibador
de mi propia pereza,
y aprendo,
sí,
aprendo a descansar apenas,
a descansar hablando,
mintiendo,
dando tiempo al tiempo
entre una y otra changa de verdad.
¡Hay tan pocas
ahora!
ÍNDICE
1 : Delicadeza de los baldíos,/No recuerdo la casa,/ Paisaje de un pintor ingenuo,/ Muy cerca de aquel arroyo,/ Las nubes,/ El viento y los mangos,/ Viñeta, / Y en este verano, alguien,/ La ninfa del cántaro,/ Muere la siesta,/ Pájaro azul,/ Lirio del campo,/ Compañera de ruta,/ Confesión,/ Bella del desayuno,/ Elogio de un atardecer,/ Bienvenida,/ Mentiras, más mentiras,/ Otro elogio de un atardecer,/ La casa de las Euménides,/ Árbol bajo la lluvia,
(INTERMEDIO EN LA COSTA) : La pereza y el mar,/ Coqueiro,/ Iemanjá,
2 : El dulce adiós de un río, 4/ Embalse,/ Trovador del cocotero,/ La receta clásica,/ El nuevo romano,/ La casa de Neptuno,/ En los últimos años de un soldado del rey,/ La increíble vanidad del rito Halley,/ Cine antiguo,/ Aquel jarrón,/ Tormenta,/ Buen gusto en un cumpleaños,/ Un pez,/ Jardín de las delicias pasajeras,/ Coro de conformistas,
(INTERMEDIO EN LA NIEVE) : Bello presente, montañas,/ Una flor de oregón,
3 : Un sueño,/ Río del sol,/ Camino de la paloma,/ Ronda,/ El fotógrafo en su plaza,/ Las hojas en el viento,/ Délmer,/ Los amaneceres de un conformista,/ Ninfas del amor vivido,/ Florcita misteriosa,/ Festín,/ Esa urbanización,/ Jardín de la pereza.
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POEMAS VIEJOS
Por JACOBO A. RAUSKIN
Editorial Arandurã
Asunción-Paraguay, 2001 (186 páginas)
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