TEODORA Y DOROTEA
Cuento de YULA RIQUELME DE MOLINAS
La casa vecina era vieja. Y desconchada. Y sucia. Y más o menos derruida. Pero se mantenía en pie, altanera y con toda gracia. Sus paredones me recibían negros de humedad, cuando hilvanando mis vigilias, me apoderaba de su fuero y su gente. Repasar aposentos con la imaginación, se convertía en un ejercicio reconfortable para mis dilatadas noches de insomnio. Nunca me interesaron las demás habitaciones, únicamente sus alcobas. Y quizá en alguna oportunidad, el patio que yo adivinaba debajo de la parra. Y también adivinando, me introducía en la vida y por supuesto, en la casa de Teodora y Dorotea, las dos ancianas que moraban allí, en la pomposa compañía de un par de gatos de Angora y un selecto coro de canarios que sólo daban conciertos con muchos bemoles. Ambas eran señoritas de copetuda alcurnia. Solteras por absoluta delicadeza. Nadie podía decir que cambió palabra con ellas. Ni siquiera un saludo se consiguió sacarles jamás. Sin embargo, yo, en prueba de valentía, penetraba sin permiso y con desparpajo, hasta el sagrado recinto de sus intimidades. Me arrebujaba entre las cobijas, y buscando el sueño que se me resistía todas las noches, comenzaba mi profano deambular por la casa vecina. La alcoba de Teodora era siempre la primera que yo visitaba, porque mi dama preferida era Teodora. Ella usaba a modo de corona, dos trenzas teñidas de sol. Y lucía collares con cuentas de cristal. Y aireaba jaulas y macetas en su balcón. Y azorada, leía poemas de amor, Y exhalaba un aroma inusitado, mezcla de extracto francés y licor casero. Y tejía primorosas carpetitas de crochet que distribuidas por aquí y por allá, atenuaban el rigor de los muebles oscuros, sin descuidar el mármol frío de las mesas o cómodas anticuadas el estilo de algún Luis; barrigonas y repletas ellas, con ropajes de ajuar para las bodas que no llegaron.., Bueno, como antesala, todo esto parecía suficiente. Así que irrumpí de lleno en el cuarto de Teodora e inicié la minuciosa revista: Sobre el lavado del rincón, en los aguamaniles de porcelana, nadaban patos en el estanque y florecían azucenas en las viñetas. Y contra la pared del fonda, un descomunal armario barroco, con incrustaciones de lunas apagadas en todas sus puertas, guardaba mucho almidón en los cuellos de organdí. Y naftalina en cada bolsillo. Y cintos y cintas. Y cajas rosadas con bonitos sombreros de señora, cuajados de tules, pájaros y plumas o frutas de cera y moños de gro. Y sobre su cama de doncella, entre velos de muselina y encajes de Chantilly, roncaba Teodora con la boca semi abierta, relajada y sin ropas, brillante los pliegues de su piel blanquísima, por causa de la transpiración o la humedad. Sus trenzas a medio hacer se enredaban en los cojines, y el cobertor de raso, había resbalado hasta el piso de mosaicos árabes. Desvié mis pensamientos con un imprevisto recuerdo destinado a los ojos morenos de Yasmina, la turca. Pero ese no era el trato. Así que retomé el hilo sin más interrupciones y esta vez, instalé a mi espejismo en la habitación de Dorotea: En el mismo centro, un pebetero de bronce, despedía humosas fragancias de incienso y de ámbar. Y junto al buró, apoltronado en el sillón, ronroneaba Micifuz. Y en el tocador, frente al espejo enmarcado por flores de lis y bellotas de yeso, Dorotea alisaba sus grises cabellos con un peine de plata, mientras el cuerpo rollizo, cubierto apenas con su negligé de gasa, se le bamboleaba sobre la banqueta como si fuese un postre de gelatina. Más allá, la esperaba su lecho celestial con la cabecera tapizada en capitoné de terciopelo azul cielo y angelitos reclinados en el palio; dispuestos a custodiar los sueños fogosos de la Venus de azúcar. ¡Siempre supuse que las turgencias de Venus eran glucosa pura! Seguramente, Dorotea estaba rellena de bombones, mazapán y tortitas de crema... Al punto, sentí un apetito desgarrador y mis tripas gritaron escandalosamente. No tuve más remedio que ir hasta la cocina en busca de alivio. Pronto regresé con el ánimo en alto a fin de seguir requisando. Para volver al tema, yo debería echar otra mirada al dormitorio de Teodora, pensé dando un gran bostezo. De inmediato, descubrí que mi estómago, agradecido, cooperaba e íbamos a la caza de mi esquivo sueño. Así que me entregué dócilmente a la bienvenida modorra y mis pensamientos quedaron en blanco. Dorotea dejó caer al suelo sus transparencias y se acostó a mi lado. Yo me arrinconé hacia un extremo y le hice mucho espacio en la cama. Ella se ponía cada vez más gorda y pesada. Engrosaba con increíble rapidez. Sus carnes abundantes se me venían encima, me asfixiaban... Intenté escapar. Resultó inútil mi esfuerzo. ¡No podía moverme! Sólidos tentáculos me apresaban al colchón. Pero ahora, mi cárcel eran las profusas trenzas de Teodora. Dorotea se iba riendo a carcajadas en medió de sus gasas y sus dulces... Teodora me oprimía con fuerza, y su piel sudorosa generaba escalofríos de pesadilla... Sin embargo, en corto tiempo el aire se me hizo más liviano y ante mis narices, empezó Teodora a incorporarse. Luego se unió a Dorotea y tomadas del brazo marchaban las dos, llenas de risas y de melindres. Ambas agitaban las manos y con deditos de manteca, me decían adiós. Indiferente, yo les di la espalda, me acomodé a mis anchas en la cama y me puse a respirar con satisfacción. ¡Por fin me habían dejado en paz mis vecinas latosas! Así que atravesando la madrugada, llegué con algunos sueños placenteros y otros no tanto, hasta el campanilleo estridente del despertador. Entonces, me levanté para comenzar el nuevo día. Un ruido desacostumbrado solicitó mi interés cuando saboreaba el primer café de la mañana. Pregunté, y la respuesta vino al instante. Era sencilla: Estaban echando abajo la casa vieja y vacía. La de al lado. Esa, la de los paredones negros y la parra en el patio.
YULA RIQUELME DE MOLINAS
PREMIO BORGES 1990
Fundación Giuré Bs. As. Argentina
YULA RIQUELME DE MOLINAS : Nacida en Asunción. Casada y madre de tres hijos. Egresada Bachiller Humanístico del Colegio de Goethe, cursó la carrera de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Asunción. Actualmente se dedica a la Publicidad y trabaja en "R. PUBLICIDAD", donde forma parte del directorio.
Tiene publicado un libro de poemas: LOS MORADORES DEL VORTICE, 1976. Participa con otros autores, en un libro de cuentos premiados: CUENTOS CORTOS, 1987. Integra una antología de autores paraguayos: NARRATIVA PARAGUAYA (1980 - 1990).
Obtuvo los siguientes premios: LA CASA TAMBIÉN, (cuento) Premiado por el diario "ULTIMA HORA", 1987.- Y ME HABITASTE..., (cuento) Premiado por el "VEUVE CLICQUOT", 1987. TEODORA Y DOROTEA, (cuento) Premio BORGES 1990, otorgado por la "FUNDACION GIVRE", Bs. As. Argentina, A UN BOHEMIO CIERTO, (poesía) Premio ALFONSINA 1990, otorgado por la "FUNDACION GIVRE", Bs. As. Argentina. YO AUSENTE, (poesía) Premio PUNTO DE ENCUENTRO 1991, otorgado por la revista del mismo nombre. Montevideo, Uruguay. EL AURA DE SIMEONA, (Cuento) Premio HACIA EL V CENTENARIO, concedido por la "FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO", Asunción, Paraguay, 1991.
PASO AL OLVIDO, (cuento) Premio CLUB CENTENARIO 1991. Integra el Taller "CUENTO BREVE", bajo la dirección del Prof. Dr. Hugo Rodríguez Alcalá.
Es miembro de la SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY.
Fuente:
Dirección:
HUGO RODRÍGUEZ ALCALÁ
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
© EDITORIAL DON BOSCO
Tirada: 750 ejemplares
IMPRENTA SALESIANA.
Asunción, Paraguay
1992 (152 páginas)