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JOSÉ MARÍA RIVAROLA MATTO (+)

  LA BELLE EPOQUE Y OTRAS HODAS, 2006 - Obras de JOSÉ MARÍA RIVAROLA MATTO


LA BELLE EPOQUE Y OTRAS HODAS, 2006 - Obras de JOSÉ MARÍA RIVAROLA MATTO

LA BELLE EPOQUE Y OTRAS HODAS

 

Obras de JOSÉ MARÍA RIVAROLA MATTO

 

(BIBLIOTECA POPULAR DE AUTORES PARAGUAYOS Nº 14)

 

© de esta edición Editorial El Lector/

 

© de la introducción Francisco Pérez-Maricevich

 

ABC COLOR y Editorial El Lector,

 

Director editorial: Pablo León Burián

 

Coordinador editorial: Bernardo Neri Fariña

 

Guía de trabajo: Francisco Pérez-Maricevich

 

Asunción - Paraguay

 

2006 (103 páginas)

 

 


 

 

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

I. al XI.

Financiero del mercado guazú

Los turistas de Tembey

 

OTRAS HODAS

·         Innovaciones en el Tribunal-í

·         Del bust-set internacional

·         Miti – miti lo mitá

·         La turbulenta plaza Independencia

·         La venganza de Almeida

·         La música del tren musical

·         Aclaración

 

GUÍA DE TRABAJO

 

 

 

 

 

 

INTRODUCCIÓN



 

Como algunos de los escritores centrales de la literatura paraguaya contemporánea, José María Rivarola Matto nació y murió en Asunción (1917 -1998), en los duros años de la primera y segunda guerras mundiales, la emergencia de los totalitarismos de derecha e izquierda y su impacto en América Latina, las peripecias de la Guerra Fría en el Cono Sur y la instalación de las dictaduras militares. Movilizado en 1934, estuvo en la zona del conflicto hasta la finalización de la Guerra del Chaco (1932-1935). Nueve años después, en 1944, egresó como abogado y, ganado por el espíritu de aventura, vivió cierto tiempo exiliado en Posadas, ciudad en laque también residió brevemente Gabriel Casaccia.

 


Allí se hizo de una embarcación con la que arrastraba jangadas desde el Salto del Guairá hasta Rosario, en la Argentina. El (por entonces todavía) imponente espectáculo de la gran selva y los escarpados barrancos del Alto Paraná lo fascinaron al punto de situar allí el escenario de la novela Follaje en los ojos (1952), una experiencia narrativa importante como testimonio de la realidad social del país. La referencia a Rafael Barrett tanto como a José Eustacio Rivera y Horacio Quiroga es inevitable considerando la visión crítica de lo allí narrado y el trazo de la aventura humana que en ella se describe.


En los años sucesivos, Rivarola Matto prefirió dedicar sus esfuerzos creativos al teatro. Y lo hizo con indudable acierto, escribiendo algunos de los mejores textos dramáticos de nuestra literatura. EL FIN DE CHIPÍ GONZÁLEZ (1954), en palabras del propio autor, "debate la posibilidad casi irrealizable de reconstruir el hecho pasado. Todo lo que se predice desde un horizonte atemporal, sucede, pero significa lo contrario". Esta obra, que fue divulgada por el elenco radial del SODRE, de Montevideo, y traducida al inglés, introdujo la modernidad estructural, al mismo tiempo que el lenguaje teatral, además una complejidad semántica mucho mayor y más densa, como nunca antes en nuestro medio. La comedia, que constituyó en los años 50 un logro capital de la dramaturgia paraguaya, no ha perdido su notable calidad y ya es hoy una referencia ineludible en el proceso de maduración estética, no sólo del teatro, sino de la literatura paraguaya en general.


Las otras obras teatrales del autor -LA CABRA Y LA FLOR (1965), ENCRUCIJADA DEL ESPÍRITU SANTO (1972), SU SEÑORÍA TIENE MIEDO (editada en 1983 pero escrita mucho antes) desarrollan temas y preocupaciones recurrentes en el espíritu del hombre, aquí y en cualquier otra sociedad humana, como son el inagotable problema del bien y del mal, la corrupción en la administración de la justicia y la realización práctica de la utopía como resultado de la aplicación forzada a la naturaleza de un esquema mental, de una doctrina, de una postulación teórica.


Rivarola Matto volvió a la narrativa con MI PARIENTE EL COCOTERO (1974), un breve conjunto de cuentos en el que se incluye DEGRADACIÓN, un texto en que denuncia las condiciones infrahumanas y casi bestiales bajo las cuales sobrevivían los internos de la Cárcel Pública de Asunción.


Con posterioridad el autor amplió su perspectiva temática y se aplicó a la reflexión sobre el problema del tiempo, un problema filosófico fundamental en la tradición de Occidente. Igualmente se interesó por la violencia, otra de las dimensiones esenciales de la existencia humana, tal como la conocemos a lo largo de la historia. Expuso sus reflexiones en los ensayos HIPÓTESIS FÍSICA DEL TIEMPO (1987), REFLEXIÓN SOBRE LA VIOLENCIA (1993) y LA NO EXISTENCIA FÍSICA DEL TIEMPO (1994).


Toda la obra de este escritor revela, además de la variedad, agudeza y convicción moral lúcida, su preocupación por el problema de la libertad que se encuentra asociada vitalmente al de la dignidad humana. Estos valores guiaron su conducta intelectual y el ejercicio de su voluntad política en persecución de ideales de convivencia social de los que jamás abdicó.


Narrativa, teatro, ensayo o crónica fueron instrumentos alternativos a los que recurrió para configurar y comunicar sus intuiciones y preocupaciones. Ninguno de esos géneros atrapó exclusivamente su pasión expresiva. Para comprenderlo en sus propósitos es importante tener en cuenta esta declaración sobre sí mismo:


"Mirando hacia atrás, veo que nunca he sucumbido al amor de Pigmalión por la obra, aunque es indudable que las he amado y algunas me han dado intensa emoción, no me he rendido a ellas hasta perderme. En la relación autor-medio expresivo, veo que me he quedado con el gobierno del trato, no deliberadamente, sino como consecuencia del modo de ser. De esa manera, nunca he dado todo a la obra, hay un distanciamiento que me ha permitido pensarla, sin sumergirme en su mundo apasionante". Y agregó:


"Decía un conocido escritor paraguayo que él empezaba una novela describiendo un personaje, sumándole situaciones, hasta llegar a un desenlace que se le presentaba con toda naturalidad. No es mi caso; yo sé a dónde va mi personaje aunque el fin preciso pudiera variar, como consecuencia de las circunstancias de su vida. En esa forma, hoy descubro que todo cuando he escrito tiene un esqueleto teórico, que aún disimulado entre alardes poéticos y dramáticos expresa un orden que está presente".


Su propensión al distanciamiento para "pensar la obra", le permitió abordar cuestiones de la realidad manifiesta en la conducta social. Prácticas socioculturales que ordenaban la vida individual y colectiva de la sociedad paraguaya de las primeras décadas del siglo XX y experimentadas por él, son materia de su crítica expuesta con humor y gracia inteligente. De esta manera, mediante el relato de situaciones y anécdotas muy peculiares, observadas desde un punto de vista que destacaba su sentido y significación, el autor rescató aspectos de la idiosincrasia paraguaya que los historiadores u otros observadores de la realidad social apenas sí aludían.


LA BELLE EPOQUE Y OTRAS HODAS (1980), es el título con el que el autor recogió un conjunto de sus regocijadas crónicas publicadas desde fines de 1974 hasta comienzos de 1976 en el diario LA TRIBUNA (hoy desaparecido). La técnica expositiva simple, pero aguda, permite al autor desacralizar el pasado bajándolo al nivel de la farsa. Muchas prácticas, que no se han ido del todo, que revelaban la persistencia de la cultura aldeana, en las costumbres, los gustos, los valores y creencias de la gente paraguaya de los primeros años 20, son descritos con sagacidad y humor, lo que los hace amables y divertidos, además de intensamente ilustrativos del proceso cultural del país.

 

FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH.

 

Asunción, julio de 2006

 


 




 

FINANCIERO DEL MERCADO GUAZÚ

 

El Mercado Guazú era un gran centro de atracción turística. Los porteños venían con sus máquinas a fotografiar burreritas. Las paraban, las ponían elegantes con su cigarro poguasu en la comisura de los labios, les componían el ángulo del manto negro y del paraguas para que no quitasen luz, y hasta lograban el interés del pensativo burro. Algunas que se sentían disminuidas por estas impertinencias, se negaban a ponerse en pose, o en el momento de apretar el disparador soltaban un escupitajo tipo catarata con neblinas e irisados.

Como en todo negocio formado en muchedumbre, se criaban los traficantes que sacaban provecho financiando el menudeo. Había uno de estos, famoso en el ambiente, llamado don Nicario, a quien decían -no sé con qué intención- don Sicario. Era un vejete seco y entrazado como una cecina, que tenía su escritorio en un reducto de cajones, que era su Casa Matriz. Otorgaba financiaciones al interés corriente del 10% por día, y si descubría sobreriesgos, llegaba al 15, al 20, ó más. Se pasaba el día y la noche merodeando el mercado para olfatear el curso de sus complicadas inversiones; si veía que un montón de yuyos corriales o purgantes no disminuía con proporcionada rapidez al transcurso de las horas, empezaba a maquinar precauciones para evitar los efectos de la falencia o fuga del implicado; si la carga de mandioca o naranja salía de prisa, se solazaba con la bondad del adelanto. Era hombre duro; totalmente inútil salirle con el cuento de las enfermedades y las defunciones de la parentela. Para él había una sola serie de razones: la comisión, el interés, el pago, la garantía y la ganancia. Con decir que tenía un loro que no se llamaba Pancho, ni Perico, como todos los del género, sino "Retroventa", con personalidad. Que no decía: "¡Buen Día!", al ver entrar la gente, sino "¡Ponete al día!"; repetía el estribillo de un tango de moda, pero en vez de "sufra y no llore", estaba programado para hacer oír: "Pague y no llore". ¡qué organización! Tenía un perrazo que no se llamaba Napoleón o Sultán, como estilan los canes de enjundia, sino "Cara de Perro", para que el visitante se hiciera cargo. Tenía una gallina que al poner gritaba: "¡Ja, ja, ja!, ¡te salvaste un huevo!, ¡te salvaste un huevo!, ¡ja, ja, ja!, ¡te salvaste un huevo!, mientras batía las alas con servil cortesanía. Su gato le pagaba alquiler por hospedar en casa: una rata por día. La mitad se la comía el michino, la otra se la daba al perro. Era un expoliado aparcero.

Contaban que tenía un procurador que había estudiado derecho para regenerarse, en la cárcel pública. Tan consustanciado estaba con el gobierno, y sus persuasivos recursos, que jamás compraba un papel sellado: daba un puñetazo a un pliego cualquiera, y de sus íntimas fibras surgían los estigmas de la imposición y la tragada fiscal. Este ciudadano, cuando iba a ver al juez, no usaba el honesto portafolio, sino usurpaba un ambiguo uniforme guerrero que le justificaba botas, espuelas, y un enorme sable de caballería que arrastraba por el piso como arado de reja. Para hacer una petición disponía su impedimenta sobre el despacho de S.S., y con atildamiento le decía: "Como entiendo poco, vengo a pedirle que me aclare el caso, Sr. Juez", con lo cual persuadía al comprensivo magistrado que se ingeniase en buscarle adecuados incisos en la ley.

Don Sicario diversificaba inversiones como base para balancear riesgos. Había desarrollado con riguroso sentido comercial una cadena de cañerías, que explotaba con puntilloso cuidado. Para aclarar, debo decir que como entonces el whisky no había sido santificado por el contrabando, las hoy llamadas whiskerías eran conocidas como folklóricas cañerías, aunque el vulgo ordinario y mal hablado le pusiese otros depresivos nombres. El negocio estaba montado para satisfacer diversos estratos sociales: servicio con cama, sábana y funda, quince pesos: sin sábana ni funda, diez pesos; pirí en el piso, cinco pesos; parados, dos pesos.

También había fundado la primera cadena de tereré shops, de que se tenga noticias. Dispuso en gradas de la Recoba, y en bancos de la tumultuaria Plaza Independencia, unos pares de latas de agua con hielo, y otras a temperatura natural, para refrigerio de sedientos y poco capacitados. A dos pesos se servía un recipiente de agua helada de dos litros con yerba en jarro, y bombilla de lata. A tres pesos con refresco de yuyos. Se reconocía una adecuada bonificación a favor de los desvalidos que aceptaban yerba usada, así como en pro de los menguados de incisivos quienes ahorraban utensilios al no mordisquear la bombilla, ¡maldita costumbre!

Como se proponía firmemente conservar y gozar de sus bienes después de fallecido, los consejos de abogados y escribanos le eran gravosos e inservibles. Buscó el asesoramiento de un su par a quien aborrecía por la competencia, y de quien desconfiaba, pero con profesional respeto. Concertó una cita. Acudió al encuentro al cerrar la noche - la discreción está en el alma financiera -y después de verse mirado y sopesado por rendijas y agujeros, escuchó apreciativamente el removido de los fierros, cerrojos y cadenas que guardaban la puerta inexpugnable.

Llevóle el huésped aun ascético despacho alumbrado por una vela, y al enterarse de que no venía por negocios lucrativos, sino por inquietantes problemas físicometafísicos, sabiendo que sería comprendido, dijo: "Economicemos". De un soplo apagó la lumbre quedando a obscuras. Ambos, silenciosamente, se bajaron los pantalones y calzoncillos antes de tomar asiento, para no desgastar inútilmente los fondillos contra silla y nalgas.

Planteada la cuestión, como no atinaban con solución alguna, optaron por un hermético silencio por un par de horas. Al fin, cuando se hubieron satisfecho de ahorrar palabras, arrojándolas en sus respectivas alcancías de mutismo, aprovecharon el paso de un farol callejero para despedirse, reponiéndose los pantalones. Puesto que ambos repelían dar lo que fuere, no se pasaron la mano, ni rompieron la mudez con improductivas expresiones de deseos, sino se despidieron a la japonesa con una sola reverencia de concisa sobriedad, pues harto sabían que el ser locuaz, es de ratonil deudor; parco, de imponente acreedor.

 

 

 

MITI - MITI LO MITÁ

 

Yo no sé por qué la gente hace tanto ruido por la repartija del 50% del mercado musical del país; nada más justo, la mitad para lo mitã (71), y la otra mitad para el resto del mundo. Un piky (72) y una ballena, miti-miti (73), lo primero es la igualdad.

El 50% para la tradición musical creada por dos millones de hombres desde hace unos cien años, contra la que han formado alrededor de mil millones en uno o dos millones de años de elaboración cultural. Nada más justo.

Igual cosa habrá de hacerse con la literatura. Quien compre un libro extranjero, tendrá que comprar uno de autor paraguayo. Si no encuentra un título diferente, pues que compre dos o diez del mismo autor, y que lo lea diez veces. Así, en una biblioteca de dos mil volúmenes deberá haber cien ejemplares de "Yo, el Supremo", cincuenta o cien de "Hijo de hombre", treinta de "La babosa", etc., para tener derecho a adquirir, usar y  leer otros libros exóticos. Además, para enterarse de lo que trae "Selecciones", deberá leerse primero "Ñandé"; si se quiere leer después "Condorito" o "Tarzán de los monos", habrá de leerse otra vez "Ñandé"; si se insiste con "Nocturno" u otra, deberá leerse una vez más "Ñandé", y así sucesivamente con todos los libros y publicaciones, lo cual incentivará también todas esas revistas que editan las oficinas públicas como única manera de promocionar a sus jefazos.

Las bibliotecas habilitadas deberán hacer lo propio, y si no hay en plaza tantos libros nacionales para hacer la equivalencia, habrán de hacerse nuevas ediciones, para lo cual se solicitarán créditos de los países amigos y hermanos que no hagan cuestiones por picaduras de mosquitos ni derechos humanos. Como en este asunto el arte no tiene nada que ver, sino la repartición del mercado, la idea se extenderá a los diversos ramos de importación: por cada automóvil que se compre un individuo habrá de adquirir un burro; por cada bicicleta, un kavaju yvyra (74); por cada ventilador, una pantalla karanda’y (75); si se casa con una extrajera, tendrá que casarse también con una autóctona nacional; y recíprocamente, toda paraguaya casada con un foráneo deberá conseguirse con toda urgencia, como contraprestación folklórica, un sombrero ka'a (76).

Lo primero la justicia, y abajo la legión (77).

 

71 - Lo mitã. mitã. guar. muchachos. En este caso se refiere a "nosotros". El autor ironiza sobre la ley de Autores Paraguayos Asociados (APA) que pretendía imponer, en las radios y las fiestas, la reproducción de un 50% de música paraguaya.

72 - Piky. guar. pequeño pez de río o arroyo.

73 - miti miti. coloc. Mitad y mitad

74 - Kavaju yvyra. guar. Caballo de madera.

75 - Pantalla karanda'y. karanday. guar. Palma de cuyas hojas se fabrican sombreros, pantallas, bolsones, etc.

76 -  Sombrero ka'a. lit. Sombrero de ramas. Se denomina así al camuflado o disimulado amante de mujeres casadas.

77 - Abajo la legión. Expresión tan abusada que ya se la tomaba en broma. Iba dirigida contra de la legión paraguaya, cuerpo formado en Buenos Aires con el fin de luchar en las filas del ejército aliado durante la guerra contra la triple alianza.


 

 

 

LA TURBULENTA PLAZA INDEPENDENCIA

 

En aquellos tiempos pasaba horas contemplando fascinado la reproducción de la estatua de Carli, importada de París, que enseña la impotencia de la fuerza bruta contra la inalterable serenidad del espíritu.

Nota: La Plaza Independencia primitivamente se llamaba simplemente "La Plaza ", después, Plaza Constitución. Luego pasó a formar parte de las cuatro manzanas que constituyeron la Plaza de los Héroes. Actualmente cada plaza tiene una denominación diferente.

Una tía vieja muy capaz en historias patrióticas me repetía mirando a lo lejos con sus grandes ojos azules, fatigados de ver pobreza, que aquel ángel con su apostura inconmovible representaba al Paraguay, y que el musculoso gigante que trataba de tumbarlo, el poder ineficaz de los aliados que le habían traído la guerra. Me pasaba rodeando la estatua, tratando de descifrarlas paradojas de su significado, referidas a los hechos que conocía como una llaga ambulante que estaba en todo lo que mirase, cristal manchado de lentes vencidos. Las arruinadas calles, las desnudas casas, la indigente escuela, la gente toda tenía en un pedazo inmediato al corazón un hondo residuo de amargas penas, que afloraba en la palabra, el canto, y una vencedora apatía. Pero quedaba el ángel inamovible enseñando arriba el mar de 'las estrellas, donde navega a luz lo humanamente abstracto y absoluto, con las velas morales del osado pensamiento. Mucho tiempo pasé haciendo preguntas inconscientes, como las que inspiran la enigmática sonrisa de la Gran Esfinge, desde la profundidad del tiempo, a la Gioconda, por esa grieta visible del oculto sentimiento, o los mansos horizontes que nacen mu-riendo al atardecer. Estas son las obras de arte que día y noche actúan dilatando la dimensión del hombre. Tal vez por ello, al pie de esa estatua, sobre las gradas que hacen su pedestal, el pueblo depositó una cajita de plata llena de fortuitas gemas, de eso que se llama la libertad. Por horas sucesivos oradores las sacaban a relucir diciendo sus verdades, mistificaciones o simples disparates, ante un público paciente, interesado y alguna vez enardecido, que se detenía generalmente de paso a escuchar florilegios verbales que les interesaban, y comprendían menos que más, más o menos.

Entonces existía el convencimiento que del "choque de las ideas nace la luz", y que "hablando se entiende la gente". No se había observado que "los simios viven en paz porque no hablan".

Aunque había unos cuantos que usaban la tribuna con particular intención política, vengo a creer que la oratoria era más pose, más búsqueda de lucimiento, integración de personalidad. Un anarquismo ingenuamente libertario, que proclamaba nada menos que la abolición del estado, trataba de buscar cualquier bandera para su expresión, y el ejercicio de la verba. Protesta, cuestiones sociales, antimilitarismo, lopizmo y antilopizmo, catolicismo y anticatolicismo, anticlericalismo, agnosticismo, y aun los heroicos discursos pacíficos del Ejército de Salvación.

Había uno de estos oradores que leía los libros no para enterarse de su contenido, sino para buscar frases para sus citas. Al magnánimo Víctor Hugo le hacían decir el pro, y el contra de cualquier cosa; Vargas Vila estaba siempre a mano como una Biblia, Lamartine, Marat, Dantón, Robespierre, eran traídos y llevados de las pelucas o levitas, sin olvidar a Cicerón, Demóstenes, Castelar y otros famosos verbadores. Como nadie iba a controlar las citas, todo era cuestión de atreverse y zampar.

 Una tarde alguien descubrió a Bakunín, el conocido anarquista ruso, y desde que trepó a la tribuna, sin sacarse el sombrero en señal de rebeldía, se puso a citarlo y a repetir frases en su nombre. No había quien conociese al personaje, aun cuan-do el nombre fuese redondo y sonoro. La audiencia respetuosa se dejaba abrumar. De pronto un atrevido, preguntó: "Pero, ¿quién es Bakunin?" El interrogado vaciló un segundo, pero reaccionando con audacia genial, replicó: "Bakunin, señores, es un gran sabio francés descubridor de la vacunaaaa!", y no bajó el crescendo de la voz, ni abatió el brazo guiado por la rigidez del dedo, hasta ver totalmente dominado el auditorio.

Para tener un mejor derecho al uso de la palabra, además del chambergo alerudo de reminiscencias mosqueteras, había que usar corbata de moño bohemio. La rúbrica del buen porte era la tenencia de bastón, y lo supremo, una capa negra de ancho vuelo. En realidad, un individuo de capa y bastón, adquiría tanta superioridad que podía vestir igual en verano e invierno, y aun decir cualquier cosa. Estaba consagrado como intelectual y poeta.

No se crea que todas las reuniones tenían un desarrollo académico. Las disputas doctrinarias, aun cuando se hiciesen a nombre de Aristóteles, Platón o Sacco y Vancetti, algunas veces se trasladaban a niveles de tongazos, que así se usaban los puños, con el dedo mayor sobresalido en ángulo agresivo, o a bastonazos, modo elegante del vil garrote.

Uno de los temas frecuentemente tratados era el anticlericalismo y la terminante reprobación de la Iglesia a la masonería. Yo creía que los masones tenían cuando menos rabo, y eran todos chuecos. Una vez estos herejes importaron de Chile a un sacerdote apóstata que no sólo había colgado la sotana, sino que prometía revelar los secretos de los conventos en públicas conferencias sabrosamente escandalosas. Claro, el lugar elegido fue la Plaza Independencia, y allá se fueron todos los maliciosos que esperaban oír reproducidos y aumentados los cuentos de il Bocaccio con la sal del entonces prohibido, Arcipreste de Hita.

Pero la Iglesia también se aprestaba al combate; días antes de que llegara el satánico, desde todos los púlpitos se tronaba, y los alarmados feligreses creían que tendríamos un auténtico embajador de Satanás. Además de eso, organizó diversas fuerzas de choque. Alumnos de los colegios religiosos, y simpatizantes, habían de ir en rigurosa formación a meter bulla para evitar que las palabras se oyesen, ya que; entonces se usaba como altavoces los simples pulmones, o a lo más, bocinas de latón.

"¡A-de-lan-te, Cris-to Rey!", gritaban rítmicamente los muchachos, o "¡Cris-to Rey, o-tro gol!", "¡Cris-to Rey tu pa-pá!", cubriendo así las infames palabras del disertante. Pero éste era un hábil corcel de guerra, y ayudado por el demonio lograba deslizar párrafos enteros en los oídos y alma del público.

"¡Chu-pa-ci-rios!","¡Tra-gaos-tias!" "¡Silencio, Cristo Rey, respete al orador!", gritaba alguno, o "¡Cambió de entre-nador, Cristo Rey!"; ¡qué sacrílega falta de respeto!

Uno de los adolescentes que estaba en la formación, empezó a sentir los apremios de Lucifer, y en lugar de gritar trataba de escuchar con creciente interés las mentiras del renegado. La vez siguiente, que ya no vino con el colegio por razones desconocidas, ay, se allegó solo. Veneno derretido se le metía en la conciencia. No pudo dormir, y el día posterior eludiendo la comunión - primer error - para no confesarse, se puso en cruz ante la imagen del Salvador, y le rogó: "Oh, Dios mío, ayúdame, te pido tu colaboración contra la terrible tentación del demonio que me quiere hacer afiliara su partido". La otra tarde volvió a la conferencia, y la otra, y otra, hasta que vencidas las resistencias de su atribulado espíritu, firmó la papeleta roja.

Poco después cuando fue convocado al sagrado sacramento de la confesión, se negó en redondo, aduciendo discrepancias. Escandalizados  le dijeron que eso era intolerable. Se justificó alegando que ardientemente había pedido ayuda al Cielo, y que éste no le había enviado ni un monaguillo de segunda para luchar a su lado en sus dramáticas agonías. Cuando menos, no se le pudo acusar de bajo oportunismo, pues en aquella buena época, el malo era un pobre diablo que militaba en la maltratada e indigente oposición; el otro bando -con toda justicia- gozaba y abusaba de los arrogantes y despóticos privilegios del poder.

Plaza Independencia, o como quiera hoy te llames, cuando paso bajo tu umbría arboleda, el viento me susurra sones de sentimentales marsellesas, por venir acaso de saltarinas burbujas, desvanecidas, del champaña de la libertad.

 

 

 

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