LLORA LIBRE MARINERO
Relato de JOSÉ MARÍA RIVAROLA MATTO
Iba subiendo el rumboso Paraná la balandra argentina "Aurora", aquella mañana apacible de horizontes netos bajo cielos lucientes.
Las tareas del día seguían la rutina de limpiar y pintar para el marinero paraguayo Aparicio Brítez enrolado en un puerto del Sur.
Había llegado de su pueblo perseguido por males manifiestos y disfrazados males; había vagado por ciudades extrañas en busca de conchabo con tornadiza suerte. La transitoria changa fue el socorro constante; los dormitorios hacinados de pensiones misérrimas, el consuelo habitual del mate para distraer la puntualidad del hambre; y la soledad, la frontera precisa de su cuerpo ante el matorral de un idioma y hábitos que expresaban situaciones opuestas al paisaje campesino donde había modulado su dulce infancia y una confundida juventud.
Después de trajinar sin rumbo, alguien le indujo al oficio marinero hablándole de horizontes que suben a los cielos, constelaciones movedizas, embriaguez de brisas, incansable murmullo de las aguas, la falaz urgencia enamorada de los puertos, y las citas seguras con el rancho.
Con mañas entró en el sindicato, y de allí pasó a fregar cubiertas, a estibar y remover cargas como precio por su boleto hacia la aventura.
En aquel momento, esa mañana, de pronto Aparicio vio venir bajando al buque paraguayo, que debía cruzarse a pocos metros con el "Aurora". Un súbito frenesí le agitó el corazón: de un salto trepó al puente del timón.
–¡Patrón!, ese barco es paraguayo, ¿no le podemos saludar?
–No lo conocemos… el pito no se toca por cualquier cosa… –contestó el Patrón encogiéndose de hombros.
Ya se volvía Aparicio, aturdido, sin saber cómo explicarse, cuando le oyó decir:
–Tome, salúdelo al pasar, con esta bandera– y tomando una bandera paraguaya doblada en un armarillo, se la entregó.
Aparicio la apretó entre sus manos y se empinó sobre la baranda. Tomó las puntas correspondientes, y en el momento que se cruzaban los navíos, soltó la insignia patria, que flameó briosa con la fuerte brisa del andar, desde sus propios brazos extendidos.
Un apasionado grito de conmovida euforia se levantó en el otro buque; marineros y oficiales abandonaron sus tareas y se precipitaron a la borda exaltados ante esta evocación amada de flamígero arrebato, que pasaba navegando llevada por un hombre.
Aparicio vio a su lado al Patrón; quiso ocultar las gruesas lágrimas que corrían libres desde hondones del pecho conturbado.
Pero le oyó decir con voz enronquecida:
–No se avergüence de llorar, marinero: todo ese barco está llorando, y muchos, también en éste.
Me fastidia la fanfarria patriotera; me irrita que se le saque lucro, pues se vuelve tímido el sentimiento honrado, ese que se cría entre vividas experiencias, con dolores y esperanzas comunes, y un largo orgullo compartido.
(De: Mi pariente el cocotero,
1974)
Fuente:
"ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA PARAGUAYA"
/ 3ra. Edición
Autora: TERESA MENDEZ-FAITH
Editorial EL LECTOR,
Asunción-Paraguay 2004
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