El arte o la vida
POLILLA AZUL
jesus.ruiznestosa@gmail.com
SALAMANCA. “Entre el arte y la vida, elijo la vida“, dijo en algún momento de su vida el escultor suizo Alberto Giacometti (1901-1966). A la frase se le dieron muchas interpretaciones pero, independientemente de todas ellas, fue lo primero que se me vino a la cabeza cuando salía del cine después de ver una película dedicada al ajedrecista norteamericano Bobby Fischer (1943-2008).
El interés por este niño genio, que mostró cualidades inusuales en el ajedrez, que conquistó todos los grandes premios del mundo y que era ya un personaje conocido cuando los muchachos de su edad están obsesionados por su vecina de enfrente, coincidió con los sesenta años de haber conquistado el campeonato absoluto de ajedrez de los Estados Unidos en 1958. Entonces tenía sólo catorce años.
Ese era nada más que el inicio de una carrera brillante que atrajo la atención de fanáticos de este juego y aun de legos en la materia porque trascendió sus límites puramente lúdicos para adquirir una importancia especial en aquellos años de la Guerra Fría en que se enfrentaban Estados Unidos y la Unión Soviética.
La película “El caso Fischer” (“Pawn Sacrifice“, Edward Zwick, 2014) realiza un retrato inquietante. Y la pregunta de rigor: ¿se puede sacrificar una vida en aras de una genialidad? Dicen que era tan extraordinario que podía memorizar cientos de jugadas y realizarlas mentalmente sin necesidad de tener un tablero enfrente. Sus maestros de colegio se habían puesto de acuerdo para no interferir en su vida y hasta llegaron a decirle que sabían muy bien que no escuchaba las explicaciones en clase porque estaba memorizando jugadas. “Te ayudaremos en lo que sea posible –le dijo uno de ellos–; pero por favor, no pongas el tablero portátil sobre tu pupitre”. Al día siguiente de haber conquistado el campeonato, el 7 de enero de 1958, en Nueva York, el diario “Daily News” tituló: “A los 14 convierte en peones a los 13 mejores jugadores de los Estados Unidos”. Pero no iba a ser hasta 1972 que conquistaría el campeonato mundial en una serie de encuentros que se realizó en Reikiavik (Islandia) cuando retó al entonces campeón mundial Boris Spassky. En ese entonces la inmensa mayoría de los jugadores más grandes del mundo pertenecían a la Unión Soviética. Tanto los Estados Unidos como la URSS consideraron el duelo como cuestión de Estado. Moscú necesitaba reafirmar parte de su propaganda: la inteligencia comunista era muy superior a la capitalista. El triunfante Fischer fue recibido en los Estados Unidos como héroe nacional.
Luego vino el declive. Irascible, de trato difícil, la única persona cercana a él era un sacerdote católico que le acompañaba siempre aun siendo él de familia judía tanto por parte de su padre como de su madre. Llegó a enfrentarse al gobierno de su país cuando aceptó participar en un campeonato en Yugoeslavia en plena guerra y con un embargo declarado por los Estados Unidos. Al recibir la comunicación oficial informándole a lo que se exponía, escupió sobre el documento. Más tarde fue apresado en Japón para extraditarlo a Estados Unidos pero Islandia le ofreció asilo donde vivió alejado de todo y de todos con una conducta propia de una persona mentalmente desequilibrada. Murió allí a causa de un cáncer de próstata pues no aceptó ningún tratamiento. ¿Justifica cualquier tipo de genialidad una vida tan dura que no ha dado ningún fruto?
Fuente: ABC Color (Online)
Sección OPINIÓN
Viernes, 09 de Marzo de 2018
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