LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (XXXIX)
El miedo pánico de Freyre
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El Tratado de Límites de 1750, que dispuso que siete reducciones jesuitas fueran cedidas a Portugal y treinta mil habitantes abandonaran esos territorios, terminaría desatando, luego de numerosos intentos de negociación y diálogo, la rebelión de los pueblos guaraníes contra el ejército luso-español, dramático proceso sobre el cual existe una rica documentación.
El proceso de infiltración de los portugueses fue lento y mantenido de la manera más discreta posible, de modo que al llegar al tratado sabían muy bien qué tierras les interesaban y cuáles no. Incluso llegaron a ofrecer dinero a baqueanos para que condujeran a un grupo de portugueses por caminos que evitaran cualquier encuentro con indígenas guaraníes. Debían cruzar lo que se llamaba Monte Grande y dirigirse a poblar un nuevo fuerte que de hecho ya habían comenzado a construir.
Escandón, en su relatorio, afirma que «le ofrecieron una buena suma de dinero por su trabajo e infidelidad, y prometiéndole que con aquella nueva cercanía de portugueses y paraguayos, siempre que estos quisiesen rebelarse como los años pasados contra Castilla, les ayudarían y formarían los portugueses vecinos, quienes en las últimas revoluciones, solo por estar aún muy retirados, habían dejado de darles el auxilio que les pidieron. Todo lo cual sabemos que se avisó a que se debía en nuestra corte, en donde cogió del todo de nuevo la noticia; pero el darla y avisar de lo que pasaba fue entonces, como ahora, un debido efecto de nuestra lealtad y fidelidad a los intereses de nuestro rey tan lejos de ser vituperada que antes es digna de alabanza» (1).
«Últimamente, después de las sobredichas consultas se dio respuesta a Roma de la dicha carta en virtud de la cual se hicieron. Y lo que se respondió que en cuanto estuviese de nuestra parte se pondrían todos los medios (como a su tiempo verá V.R. que se pusieron) para persuadir a los indios su mudanza voluntaria cesión, y ejecución pronta de sus pueblos y tierras, aunque las que hacia el mar se les señalaba que se dudaba mucho que fuesen capaces de mudarse a ellas. Voluntaria cesión porque de la violenta que estaba estipulada en el tratado y aun no lo habíamos visto, ni los portugueses ni la dicha carta nos decían nada, nada sabíamos, ni aun se nos ofreció como posible que aunque los portugueses la solicitasen, lo hubiesen podido conseguir de la piedad y fortificación de nuestra corte. En fin, nada se decía en la respuesta a Roma de las otras gravísimas dificultades que en la ejecución del proyecto se habían necesariamente de ofrecer de parte de los indios, sino sólo que de la nuestra no había embarazo ninguno» (2).
«Y en esto que hasta aquí queda dicho, se pasó todo el resto del año de 1751, sin decírseles nada a los indios por la razón sobredicha, y estuvimos siempre aguardando alguna novedad, aunque ninguna otra tuvimos en todo aquel año, sino tal cual, que como por alambique nos iban dando muy escasamente los portugueses, de que ya estaban para venir los comisarios de la ejecución del tratado; que para tal mes saldrían los de España del puerto de Cádiz, que traían consigo a unos padres de la Compañía, que Portugal enviaba también sus comisarios; que con ellos venían grandes geógrafos, matemáticos y que estos eran también padres de la Compañía, y extranjeros; aunque sin decirnos para qué. Ni nosotros tampoco podíamos discurrirlo, habiéndose ya hecho allá desde España la demarcación conforme al deseo de Portugal (y, como se dice, a pedir de boca) desde Castillos al Ibicuy, y del Ibicuy al Uruguay a cualquier grados y situación que estuviesen, no se sabía a qué viniesen tan grandes geógrafos y matemáticos, cuando cualquier rústico peón de campaña medianamente práctico de estas tierras podía señalarles con el dedo los dichos términos y mostrar el camino por donde debía correr la línea divisoria. Y así no faltó que discurriese que los dicho grandes geógrafos venían solamente ad pompam y que los traía Portugal solamente para honrar la fiesta y solemnidad de la ejecución del tratado; o para que corriese por el mundo que era tan grande el derecho que Portugal tenía a las tierras de esta banda del Río Grande, que había sido menester que decidiesen las dudas grandes geógrafos e insignes matemáticos, venidos, o traídos a este fin sólo de la Europa, no obstante que hasta aquí según toda buena matemática el que más le concedía a Portugal conforme a la línea de Alejandro VI, era hasta el dicho Río Grande y aun algo menos. En fin, ellos vinieron, no hicieron nada y se volvieron» (3).
Así como en Portugal, España y Roma desconocían absolutamente las condiciones de vida en América y cuáles eran las circunstancias de los indígenas, su modo de existencia, sus necesidades alimenticias y de vestido, tampoco en América se tenía idea de cuáles eran los intereses que se manejaban en aquellos países y de qué manera se estaban implicando las coronas de Lisboa y Madrid en la redacción de un tratado que no resultaba del todo claro para quienes no estaban directamente implicados en el mismo. Por las dudas, Portugal se estaba preparando para cualquier contingencia que pudiera venir.
«Tampoco pudimos los españoles –escribe el padre Escandón– en todo este año entender el fin con que los portugueses en cuantos navíos venían a la Colonia iban trayendo y metiendo en ella tanta provisión de guerra, especialmente de armas, sobre las muchas que de ordinario para su defensa allí tienen; no obstante que su diligencia y cuidado en esto se hizo tan reparable, que dio que recelar al gobernador de Buenos Aires, de si acaso entre las dos coronas de Portugal y España se trataba de algún rompimiento de guerra en vez del tratado de canje, de que el dicho gobernador solamente por los portugueses se tenía la noticia que todos y ninguna otra particular, ni aun común de nuestra corte. En la realidad no se acababa de entender bien el misterio de tan pacífico y hermanable convenio, por una parte, y por otra de tantas prevenciones de guerra; la que atendiendo a las dichas prevenciones y aparatos, parecía tan cierta como el tratado mismo; del cual aun se quería dudar todavía, al ver los dichos aparatos, como también por considerarlo tan aplaudido y proclamado acá y allá de toda la nación portuguesa y de la española; allá en España tan ocultos, recatado y escondido, que parecía no saberlo en la dicha España nadie, cuando nadie en Portugal ni aun en dichas Indias, lo ignoraba. Mas todos ellos y otros misterios que entonces no se entendían los fue descubriendo y descifrando el tiempo, que todo lo descubre; y ahora se ve que una gran parte del artificio estaba en el secreto hasta que reventase de pronto la mina antes que se descubriesen los dichos misterios» (4).
A fines de aquel año de 1751, la provincia del Paraguay recibió desde la provincia de Lima una noticia que fue tomada bien y mal, de acuerdo a los intereses de cada grupo: la del nombramiento de un nuevo padre provincial, que fue muy bien recibida por la comunidad local. No así por parte de los portugueses, especialmente el gobernador de Río de Janeiro, Gómez Freyre, quien tenía la certeza que los padres de la Compañía estaban dispuestos a «echarle a perder su gran negocio y le impidiesen la ejecución de él» (5).
La llegada de Europa de los comisarios reales alivió un tanto esta situación de temor, «fuese porque ellos venían de nuestra corte impresionados de dichos pánicos recelos de Freyre y Portugal, o porque los dos de ellos eran muy conocidos del nuevo provincial y él los conocía igualmente a ellos, y así esperaban hacer con su ayuda muy a su satisfacción el negocio a que venían; sin embargo, algunos de la provincia del Paraguay, siendo la cabeza de ella solamente indiferente y desinteresada en que se entregasen o no las tierras y pueblos de los indios a Portugal, o a cualquiera otra nación, que se le mandase; pues él, acabado su gobierno, se había de volver a su provincia de Lima» (6).
Notas
1. Legajo 120, 54, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.
2. Ibid.
3. Ibid.
4. Ibid.
5. Ibid.
6. Ibid.
Fuente: Suplemento Cultural de ABC Color - Página
Domingo, 01 de Abril de 2018
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