LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (LXXV)
Las mujeres pidieron preparación militar
Por JESÚS RUIZ NESTOSA
jesus.ruiznestosa@gmail.com
El Tratado de 1750 firmado por las coronas de España y Portugal requirió el abandono, por parte de los indígenas, de siete pueblos de las misiones de la provincia del Paraguay que ellos y sus antepasados habitaban desde hacía más de un siglo y medio.
No solo la irremediable pérdida de todos sus bienes impulsaba a los indígenas a no querer abandonar sus pueblos y sus tierras. También había otros motivos. En su enorme inocencia, no podían creer que el rey de España les echara de aquellos sitios en los que habitaban «desde mucho antes que llegaran los españoles». Así, en las cartas que seis pueblos enviaron al gobernador de Buenos Aires en respuesta a la amenaza que les había hecho de ir con un ejército y artillería para sacarlos a la fuerza, respondieron con una larga serie de citas de cartas en las que el rey les manifestaba su aprecio y comprometía todo su apoyo a tales comunidades.
A las seis cartas de respuesta se sumó otra, la del corregidor de Concepción; si bien su pueblo no tenía que ser evacuado, sentía un gran afecto por aquellos otros ya que había participado en la fundación de varios de ellos. Pero había aún más, «porque como dicho pueblo y sus principales caciques, don Santiago Ñeeza y otros fueron los que recién convertidos a la fe espontáneamente y en nombre de todos los de los otros pueblos se sujetaron al vasallaje de España, y a ellos entonces el gobernador de Buenos Aires, en nombre de su majestad les ofreció para todos el real amparo; por eso ahora los demás se quejaban a dicho pueblo de que los españoles les faltaban a lo prometido. Dejo aparte la otra especial razón que sería para quejarse, y era que con la entrega quedaban sus dehesas y ganados a los portugueses que dijimos de la estancia de San Borja; y con la particularidad de que para llevarlos al pueblo los habían de pasar por la misma tierra de los portugueses porque las tierras que a estos se les daban, eran camino para ir y venir a la estancia o estancias y dehesas de los ganados de dicho pueblo de la Concepción. Cualquiera de estas insinuadas razones bastaba para que dicho pueblo fuera muy [no se entiende] y para que ni el gobernador ni los comisarios se diesen por muy sentidos de que él se hubiese singularizado en escribir dicha carta» (1).
«Después de ella y de las otras seis respuestas no se trataba ya en Buenos Aires ni se oía más que ruidosas prevenciones de guerra contra los guaranís, calificándolos de vulgo, y no vulgo de rebeldes, porque no querían dar sus tierras y pueblos a los portugueses, sin atender así las razones porque no querían, eran justas o dejaban de serlo ni quererles dar oídos a dicho gobernador y comisarios si no que desde luego se empezaron a juntar soldados en Buenos Aires, en Santa Fe, Corrientes y Montevideo, y encaminándolos hacia las Misiones, mandándoles que aguardasen al gobernador de Buenos Aires que los había de comandar, en cierto paraje que entre el río Negro y Uruguay llamado las Gallinas o estancia de Valdés. De todo lo cual llevó noticia a los siete pueblos un indio fugitivo que había estado sirviendo a uno de los capitanes españoles; y con esta cierta noticia empezaron los indios a prevenirse también para la defensa con más cuidado; porque ya se empezaron a prevenir con alguno desde que recibieron la dicha carta del gobernador, quien al ver las respuestas no se culpaba a sí mismo, ni los comisarios lo culpaban de que la hubiese mandado intimar si no de los misioneros de que la hubiesen intimado. Y si estos no ha hubieran intimado, se quejarían también de ellos, porque no lo habían hecho, y tomarían también de ahí argumento para decir que los padres no querían que los indios evacuasen sus pueblos, ni saliesen con toda rapidez de ellos y de sus tierras; pues se dejaba de poner en ejecución un tan eficaz medio, como era el que ordenaba el dicho gobernador. Y eso no más de por llevar adelante con razón o sin ella el asunto de que los indios no se mudaban porque los padres no querían, como después con verdad o sin ella escribieron de Lima que a cientos sus correspondientes lo aseguraban, el dicho gobernador y el marqués de Valdelirios. Bien que en Lima creo que se engañan como en todas partes y no tendré dificultad en creer que se engañaron en esto. Pero que de allá nos lo escribieron es cierto; y aun intimaban que a quienes dichos caballeros lo habían escrito era al señor virrey» (2).
«Pocos días después de la vuelta del padre comisario a Buenos Aires desde Santa Fe, ya por su misma experiencia bien desengañado de las pocas o ningunas esperanzas que podía haber de que se mudasen los indios, se pensó que con su mismo desengaño no dificultaría ya que la provincia hiciese la cesión de los siete pueblos, que pretendió hacer desde el principio cuando estaban todavía en que se mudarían a su tiempo. Y así con el parecer unánime de todos sus consultores hizo el padre provincial en nombre de esta provincia jurídica cesión y dejación de los dichos pueblos. Lo que el señor obispo respondió que no podía aceptar, por no tener a quienes sustituir en ellos; atento a lo cual el gobernador como vice patrón tampoco la admitió absolutamente, sino solamente debajo de la condición de que persistiesen en no querer prontamente mudarse; y parece que esperaban no persistirían en llegando a las Misiones el padre vice comisario de quien confiaba y se prometía mucho por la mucha experiencia que de él como amigo tenía en el manejo de los negocios» (3).
«Entre tanto la misma forma pública del hecho le dio al padre provincial noticia en esta ciudad de Córdoba aunque tan distante de la de Buenos Aires de las ruidosas prevenciones para la futura guerra o ya casi presente. Y por carta de las misiones supo al mismo tiempo la firme resolución con que estaban los indios de defenderse a sí mismos a sus pueblos y tierras hasta morir en la demanda, y no ceder de modo alguno, ni aun por evitar mayores males, a la guerra o violencia que se les trataba de hacer. Tanto que hasta las mismas mujeres en algún otro de los dichos pueblos salían a la plaza pública a que los hombres las adiestrasen en las armas y hacían su ejercicio militar como los mismos hombres; y todo el juego de los niños estaba reducido a aprender el manejo de las flechas, sin que se pensase casi ni hablar más allí que de guerra. Decíasele también el normal fundado recelo que había de que no sólo el pueblo de la Concepción que había dado sus quejas al gobernador sino también los otros de la banda oriental del Uruguay les ayudarían a los de la oriental y acaso también lo de una otra banda del Paraná, como era cosa muy natural que así sucediese, porque fuera de los otros grandísimos perjuicios que a todos se seguían de que se ejecutase el tratado, todos miraban como interés propio el no tener tan cerca de sí a los portugueses, temiéndose de su cercanía otros muchos daños inevitables, si una vez se establecían en los siete pueblos. Y había ya el fundamento de que uno de los dichos pueblos del Paraná y de los más retirados le había escrito a otro del Uruguay que se defendiesen, y que si menester fuese no le faltaría su ayuda» (4).
Notas
(1) Legajo 120, 54, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.
2) Ibid.
3) Ibid.
4) Ibid.
Fuente: Suplemento Cultural del diario ABC COLOR
Edición Impresa del Domingo, 23 de Febrero de 2020
Página 1
www.abc.com.py
ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA
EL IDIOMA GUARANÍ, BIBLIOTECA VIRTUAL en PORTALGUARANI.COM
(Hacer click sobre la imagen)
ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA
(Hacer click sobre la imagen)
ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA
(Hacer click sobre la imagen)