BAILANDO EN "EL CRIOLLO"
Cuento de JESÚS RUIZ NESTOSA
Puedo jurar por lo más sagrado que tengo –si algo de sagrado tengo todavía después de lo de esta noche– que no he tomado nada. Quizá una cerveza o dos. Esta no debe ser más de la tercera. ¿Por qué luzco así entonces? Debe ser el miedo. Qué mierda, nunca sentí tanto miedo. Ahora me descubro lo cobarde que soy, qué miedo tengo. Cuando me pidieron los documentos tendría que haberles pasado la cédula con la mano derecha, no con la izquierda, con la derecha para que vieran cómo la tengo. Pero no, tuve miedo y se la pasé con la izquierda. ¿Con qué cara les voy a mirar cuando vuelvan? Eso siempre y cuando vuelvan. Claro que van a volver. Y yo no sé con qué cara voy a mirarles. No sé cómo voy a explicarles que mi nombre no estaba en la lista.
Después que se fueron me quedé parado, sin poder reaccionar, al lado de la misma mesa que ocupamos casi siempre que vamos a El Criollo, al entrar por el largo pasillo, a la izquierda, en la tercera fila de mesas comenzando a contar desde la pista de baile. Tardé un tanto en descubrirme en la calle. No es que yo quiera ocultar todas las vueltas que dimos antes de llegar allí. Pero mis pies me llevaron afuera antes que yo hubiera decidido salir.
Caminé por esa calle que pasa por atrás del Hospital Militar –nunca supe cómo se llama– hasta la esquina de General Díaz, mirando fijamente hacia el frente, tratando de descubrir en las zonas oscuras de la calle la patrullera que tenía que estar esperándome. Estaba seguro que me esperaban en algún lugar. Hasta que como en un acto de magia, aparecieron ante mí las luces de El Rubio y decidí quedarme. Acabo de descubrir que traía en la mano, apretándolo muy fuerte, el anillo de plata que le había regalado. En algún momento me lo devolvió, pero eso fue antes de salir.
No entiendo cómo me dejó salir o por qué me dejó ir solo. Según los perros estaba loca por mí. Loca tendría que estar para enloquecerse por mí. ¿Qué podía darle? ¿Qué podía significar para ella? Si me hubieran dicho que estaba loca por Ricardo Patiño lo hubiera creído. Ricardo es alto, atlético, de linda pinta. Pienso que tiene todas las características para enloquecerle a una fulana como Catalina. ¿Pero yo qué tengo para atraerla más que un montón de huesos descolocados bajo la piel? Creo que no le llego ni al hombro a Ricardo. Sin embargo los perros me decían que era por mí que la fulana deliraba.
Nunca pensé que Catalina fuera una prostituta, por más que le guste ir a bailar al Criollo. La primera vez que nos encontramos la quité a bailar porque me estaba mirando desde hacía tiempo.
Y me animé. Se volvía loca con la orquesta de rock que había allí. Saltaba, se movía, giraba como un trompo mientras se le volaba el vestido hasta mostrar la bombacha sin ningún problema. En los rock lentos, sin embargo, se me apretaba como un pulpo y yo volaba de calentura. No sabía qué hacer porque calculaba cuál sería su tarifa y yo no tenía ese dinero para decirle vamos, más aún siendo un viernes por la noche cuando abundan los clientes y el dinero fácil corre. Fue ella la que me dijo vamos y yo, con la garganta seca, en parte por la calentura, en parte por la vergüenza de reconocerlo, le dije soy un seco, no tengo un peso para poder pagarte lo que vos debes cobrar. Más vergüenza sentí cuando me dijo vamos, yo no cobro nada, quiero hacerlo por el gusto de estar contigo.
Cortamos por un callejón, salimos cerca de la plaza Rodríguez de Francia y allí entramos en una casa que forma parte de una serie de casas viejas, todas iguales, que tiene como media cuadra de largo. Menos mal que llegamos pronto porque de lo contrario la hubiera violado por el camino tal era la calentura que tenía en ese momento.
Fue una noche inolvidable. Nunca imaginé que el sexo me pudiera hacer tanto bien. Sobre todo después de una semana tan tormentosa como aquélla. No hace más de un mes de esto. Fue cuando la universidad se declaró en huelga. Mi hermano mayor que está en Ingeniería y el hermano mayor de Ricardo que está en Medicina nos hablaron, primero por separado, después nos reunimos los cuatro para ver la posibilidad de integrar los colegios secundarios a la huelga. La idea era parar el país para protestar contra la dictadura. Pasaron casi ocho años que este señor tomó el poder prometiendo llamar a elecciones libres y limpias pero no ha dado hasta ahora señales de querer cumplir con aquello.
La noche con Catalina fue un descanso para los nervios. Me aseguró que no era prostituta y que tenía un trabajo aunque no me dijo dónde trabajaba. Pienso que a lo mejor tenía miedo que me fuera a molestarla. Me hizo prometer que nos encontraríamos con frecuencia en El Criollo. Después de esa noche, a lo largo de este mes nos encontramos con bastante frecuencia. Los perros me aseguraban que ella estaba loca por mí y creo que yo comencé a enloquecerme por ella. Teníamos unas noches de sexo que me dejaban fuera de órbita.
Juro por lo más sagrado que tengo –en ese entonces todavía tenía mucho de sagrado– que nunca le pagué un centavo ni ella me pidió que lo hiciera, ni siquiera me pidió ese regalo que le hice. El anillo de plata, el anillo de siete ramales, se lo regalé porque quería decirle de alguna manera lo feliz que me hacía en la cama. Es factible que ella estuviera loca por mí, porque qué ventaja podía quitar de un chiquilín de dieciocho años como yo. En un momento dado nos sentimos muy hombres, muy machos, pero a esta edad no somos más que chiquilines. Es muy difícil reconocerlo. En mi caso peor porque además debo aceptar mi cobardía sumada al espantoso miedo que sentí esta noche.
Pero Catalina, Catalina Bernal, me dio mucho, mucho más de lo que me costó el anillo de siete ramales. Desde el mismo comienzo, desde la primera vez que estuvimos juntos mostró mucho interés por todo lo que yo hacía. No era sólo sexo lo que quería ella, lo que podía darle yo. Me escuchó pacientemente mientras le contaba lo que yo llamo mi locura, el sentimiento de soledad que me invade con tanta frecuencia, la necesidad de encontrar a alguien que me quiera, el delirio de descubrir a alguien que se me parezca, las dificultades que tengo en el colegio con los profesores porque me aburre el estudiar tantas cosas que no entiendo para qué sirven, el desencanto de vivir en un país donde emocionarse está mal visto y el temor de no poder desarrollar mis posibilidades porque el sistema no me lo permite.
Cuando mi hermano y el hermano de Ricardo nos hablaron de la posibilidad de paralizar el país con una huelga se me hizo como una luz. Me estaban ofreciendo la oportunidad de luchar contra un sistema que me estaba oprimiendo y de acabar con él. Creo que fue una de las primeras veces que le hablé a Catalina de Ricardo. Y dos días más tarde le conoció en El Criollo. Hubo una corriente muy positiva entre los tres. Tanto que en un momento dado le invitó a él a irse con nosotros a su casa. Al comienzo no entendí muy bien cómo venía la mano. Dejé que las cosas sucedieran. Tenía mucha curiosidad de todo. Siempre tuve curiosidad de todo. Nos fuimos a su casa y hasta ahora no sé cómo terminamos acostándonos los tres desnudos en la misma cama. Catalina se puso en el medio de nosotros dos y nos acariciaba. Primero yo le hice el amor mientras ella le tocaba a Ricardo. Luego lo hizo Ricardo. En fin, fue una noche de locura, nos hizo de todo y nosotros también, no había límites, ni vergüenza, ni pudor. Era una sensación de mucha libertad y sobre todo de mucho entendimiento. En ningún momento sentí miedo de ser desplazado por Ricardo. A la madrugada, cuando íbamos caminando calle Colón arriba, Ricardo me dijo que era evidente que Catalina estaba loca por mí, a pesar de todo cuanto habíamos hecho entre los tres. Fue una de las pocas veces en la vida que no me sentí solo porque tal sentimiento había sido sustituido por una euforia que hasta ese instante no había conocido ante el descubrimiento de las variantes del sexo y la posibilidad de luchar por una libertad que nunca he conocido.
Hace dos días estuvimos de nuevo allí los tres juntos, de siesta, porque a la noche teníamos reunión con el comité universitario de huelga. Le explicamos por qué no íbamos a poder ir a bailar esa noche al Criollo y ella simplemente nos escuchó sin prestarnos mucha atención. Lo único que le interesó escuchar fue que nos encontraríamos todos allí esta noche. Qué le puede interesar una huelga estudiantil a una mujer que trabaja... No sé adónde trabaja. No sé por qué se me hace la idea que trabaja de vendedora en alguna tienda. No tiene pinta de trabajar en una oficina aunque es evidente que sólo lo hace de mañana porque ese día estuvo con nosotros dos casi toda la tarde. No me hago a la idea que hace sólo dos días lo hayamos pasado tan bien con Ricardo y ahora ha naufragado todo: nuestras ideas, nuestro intento de lucha, nuestros pensamientos. A lo mejor ha naufragado hasta nuestra amistad. Porque ¿con qué cara voy a mirarle a Ricardo cuando vuelva?... Si es que vuelve. Si es que vuelve. Sentí tanto miedo. ¿Es justo sentir un miedo tan grande?
Todo el día de hoy –ya no hubo clases por la huelga– trabajamos en hacer los lápices de cera para pintar las paredes. Gente con experiencia nos enseñó cómo mezclar la cera con los óxidos de diferentes colores. Proyectábamos irnos a bailar a El Criollo. Si las cosas se daban bien nos íbamos a acostar con Catalina y después, a la madrugada, proyectábamos pintar las paredes. Redactamos en un papel las frases que íbamos a escribir para no perder tiempo. Además, con los nervios a uno se le van las ideas. Ricardo había propuesto "Muera el tirano" y yo quería que fuese "Que se muera el tirano".
El proyecto era salir en grupo de tres o cuatro. Dos actuarían de campana y dos escribirían. Y nos fuimos al Criollo. Ya de ida tuvimos oportunidad de escribir en dos paredes. Por eso tenía… por eso sigo teniendo la mano derecha manchada. Fuimos llegando de a poco, separadamente, para no llamar mucho la atención después de haber escondido nuestros gigantescos crayones en un patio baldío de los alrededores. Primero caímos Ricardo y yo. Luego Emilio Barudi, y más tarde en este orden: Guillermo Alarcón, Osvaldo Montaner, Carlos Fleytas y mi primo Osvaldo Moreno.
Podíamos formar dos grupos, uno de tres y el otro de cuatro. Estaba tan excitado por las dos paredes qué pintamos que no le di mucha importancia al hecho que Catalina estaba bailando con un desconocido. Un tipo de aspecto desagradable al que nunca habíamos visto por allí. Después de frecuentar tanto tiempo el lugar uno termina conociendo más o menos a todos los parroquianos. Pero a este no le vimos nunca anteriormente, por lo menos, yo no. Los muchachos de la orquesta estaban como en trance. Tocaron tres veces seguidas "Rock alrededor del reloj" y a continuación comenzaron con "Hasta luego cocodrilo". Iban por la segunda vuelta cuando cayó la policía. Al comienzo ni nos dimos cuenta porque todos iban de civil, no se veía ningún uniforme. Yo tiré la silla hacia atrás por si había necesidad de salir corriendo y vi que en el largo pasillo de entrada, el que pasa por el costado de la mueblería, había un grupo dispuesto a no dejar pasar a nadie y al fondo, en la calle, la camioneta roja. Allí sí había dos agentes uniformados.
Cuando comenzaron a pedir documentos los perros pensaron que se trataba de un control de rutina y Carlos Fleytas que está justo en el límite de los dieciocho años pensó que le harían salir del lugar. Pero yo no, yo no me engañé. Desde el primer momento comprendí que era otra cosa, que nos estaban buscando. Puse la cédula de identidad en el bolsillo de la camisa para tenerla al alcance de la mano y la derecha me la metí en el bolsillo del pantalón. Casi en seguida se acercaron a nosotros y el que me pidió los documentos me miró fijamente, después miró mi fotografía donde aparezco bastante diferente porque es de cinco años atrás. En ese entonces tenía trece. Me miró de nuevo y me preguntó si era zurdo. Con una velocidad increíble me pasó por la cabeza si la pregunta tenía un doble significado, dudé un segundo y maquinalmente hice un gesto afirmativo con la cabeza para agregar luego sí, soy zurdo. Con mi cédula en la mano miró a su alrededor como si buscara a alguien, pero era evidente que no daba con la persona indicada. Después me la devolvió mirándome siempre fijamente al tiempo que me decía está bien, está bien, así lo repitió varias veces.
Después se dirigió a los otros y uno a uno fue pidiéndoles su cédula de identidad. Miraba el nombre y se la guardaba en el bolsillo. Póngase allá le decía con tono seco y cuando tuvo a todo el grupo de seis les gritó van a tener que acompañarnos, carajo y le empujó a Guillermo que estuvo a punto de caer si no hubiera sido por Ricardo que lo atajó ya en el aire. Después el mismo hombre se dirigió a la orquesta para decirles a los músicos con tono autoritario que podían seguir tocando los demás que bailen pero sin armar mucho quilombo.
Yo me quedé parado mientras el mundo a mi alrededor volvía a la normalidad con movimientos quitados de una película rodada en cámara lenta. Algunos me miraban extrañados porque era llamativo en realidad que todos mis amigos fueron apresados y yo no. Seguía con mi cédula de identidad en la mano cuando le vi acercarse a Catalina que comenzó a hablarme pero yo no estaba en condiciones de escucharle hasta que logré darme cuenta que me aconsejaba irme a mi casa a dormir porque todo había acabado. Andate a tu casa y quedate tranquilo, es lo mejor que podés hacer. ¿Y mis amigos? Se los llevaron, no sé qué puede pasar con ellos, se los llevaron no sé adónde ni hasta cuándo. En cuanto a lo de volver a casa, en ese momento, no me resultaba lo más indicado ni lo más seguro. ¿Y si me estaban esperando allí para allanarla? Tales eran mis dudas por lo que me pareció más prudente pedirle a Catalina que me dejara dormir esa noche con ella, en su casa. Se negó, insistí y volvió a negarse, así todas las veces hasta que le dije de mala manera que le dejara al tipo ese con el cual estaba. El desconocido no es tan desconocido, por lo menos para mí. Me dijo que yo era un chiquilín que no podía darle gran cosa. Mientras que el desconocido me cuida, es mi protección y en este país es muy importante tener a alguien que te proteja. Me quitó la cédula de la mano, me la metió en el bolsillo y sentí que me tomaba de la mano derecha. Al ver que estaba aún sucia de cera azul me miró haciendo un gesto negativo con la cabeza y me puso allí el anillo que le había regalado, el anillo de plata de siete ramales. Lo nuestro es cosa terminada me dijo mientras se daba vuelta y regresaba con el tipo que la acompañaba.
¿Vos crees que ella podía haber estado enamorada de mí, como decían los perros? Ella sólo se quiso divertir conmigo, con Ricardo, y hasta comenzó a preguntar por Roberto, mi hermano. Estaba loca de ganas de conocerle. Pero yo nunca le dije nada a él, tan ocupado está entre la universidad y la organización de la huelga. Qué va a estar enamorada de mí. Allí se quedó tan tranquila, tan segura, con el desconocido. Sobre todo, tan segura. Mientras yo, ¡qué miedo sentí!. ¡Qué miedo sentí, carajo!. ¿Habrá alguien en este momento que nos puede proteger, alguien que se apiade de nuestra suerte y nos defienda? Me imagino que en este mismo instante los perros estarán siendo azotados en el tenebroso Departamento de Investigaciones. El tenebrosísimo Duarte Vera en persona los debe estar pegando hasta que pierdan el sentido. Todo por meternos a organizar una gigantesca huelga en contra del dictador. Pero ahora se echaron a perder nuestros planes. Mañana tenía que salir nuestro comunicado. Íbamos a repartir copias en toda la ciudad mientras las paredes tenían que amanecer con leyendas en contra de Stroessner, de su gobierno, de los abusos que se cometen, a favor de todos los que están presos injustamente. Ahora se desbarataron nuestros planes y posiblemente los perros, desaparecidos los cabecillas, mañana mismo comiencen a entrar a clase. ¡Qué maldita suerte tiene este alemán de mierda! Y yo qué miedo. Qué pánico, qué sensación de encierro, de opresión, cuando esté sentado aquí en la calle, al aire libre, bajo el cielo descubierto, en la mesa de un bar. Pienso que en cualquier momento pueden venir a buscarme mientras la ciudad duerme. El continente entero duerme. Sólo la policía está despierta buscando a los enemigos del régimen. Y nosotros, nosotros también estamos despiertos, vos y yo. Vos, Jesús, escuchándome, y yo hablando sobre este espantoso sentimiento. No sé qué hacer con mi miedo como con este anillo. ¿Por qué no intentamos venderlo? Ese dinero nos alcanzará fácilmente para pagar a dos fulanas con las que nos vamos a acostar esperando que llegue la mañana. A la luz del sol será más fácil pensar qué es lo más adecuado hacer. Bajo la luz de la mañana es más fácil pasar desapercibido y esconderse entre la gente que llena las calles y no como ahora en que la oscuridad protege a los delincuentes, a los asesinos, a los ladrones, a los policías que no se diferencian de los asesinos que aprovechan la noche para encarcelar, matar o torturar ya que a esta hora nadie escucha el tiro de gracia, ni los gritos de socorro, ni los lamentos de dolor, ni nuestras voces porque es en medio de la oscuridad de la noche que descubrimos que en realidad estamos solos haciéndole compañía a este miedo que nos traspasa, que nos transforma, que nos convierte en seres diminutos frente al poder absoluto del dictador.
(NOTA: Según el autor, este cuento lo escribió en 1962
y lo retomó para reelaborarlo y darle forma final en 1994)
Fuente: "ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA PARAGUAYA"/ 3ra. Edición
Autora: TERESA MENDEZ-FAITH
Editorial EL LECTOR, Asunción-Paraguay 2004
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