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LUIS VERÓN
  UN MUESTRARIO DE ESTATUAS - Por LUIS VERÓN - Domingo, 27 de Mayo de 2012


UN MUESTRARIO DE ESTATUAS - Por LUIS VERÓN - Domingo, 27 de Mayo de 2012

UN MUESTRARIO DE ESTATUAS

Sociedad


Por LUIS VERÓN



La selva aromada cantada por más de un poeta, y uno de los lugares de la ciudad con más carga simbólica para el asunceño, luce oronda sus nuevas galas. Innegablemente, luego de tantos maltratos, hoy la plaza está linda. Pero… la intervención realizada no parece muy afortunada.

La plaza República del Uruguay, más popularmente conocida como la plaza Uruguaya, fue nominada así en 1885, en gratitud por el gesto del Gobierno uruguayo de condonar la deuda que el Paraguay debía abonar luego de la Guerra de la Triple Alianza, de devolver los trofeos de guerra y de entregar al Gobierno paraguayo las verjas de hierro que debían colocarse para delimitar su contorno.

La donación uruguaya estaba constituida por unos cuatrocientos metros de verjas de hierro. Pero, como la plaza Uruguaya no era una plaza común de una manzana, sino tenía la extensión de cuatro manzanas juntas, no se tuvo otra opción que colocar dichas verjas a lo largo de las calles oriental y occidental, mientras que en los costados norte y sur fueron construidas balaustradas para delimitarla.

De arenosa ágora a plaza señera

Antiguamente, este espacio era un extenso arenal que formaba parte de los terrenos del convento de los frailes franciscanos ubicado en unos terrenos aledaños y cuyos restos aún pueden verse en las construcciones cercanas.

Posteriormente, a partir de 1824, fue cuartel militar, y en aquel arenoso espacio se hacían ejercicios militares y ejecuciones públicas de delincuentes condenados a muerte, hasta después de la guerra contra la Tríplice.

Cuando la ciudad fue extendiéndose al oeste, en su cercanía se construyó la estación central del sistema ferroviario estatal, a la cual se llamó “de San Francisco”, por la proximidad de dicho convento. La misma plaza, cuando empezó a ser utilizada para ese efecto, tomó dicho nombre, que perduró hasta el 31 de mayo de 1885, en que el Gobierno dispuso que se denominara “República del Uruguay”, en correspondencia a las muestras de amistad de nuestro país y aquel Gobierno.

La plaza fue testigo de muchos episodios de la historia paraguaya. Vio desfilar a los soldados que partían a las guerras o que, llegados eufóricos y anhelantes en los trenes, tanto de la guerra contra la Tríplice como de la del Chaco; los vio refugiarse en los salones, andenes y corredores de la estación ferroviaria o descansar bajo la ramada de esa selva aromada.

Fue espectadora del constante desfilar de viajeros que se marchaban o venían, sirvió de refugio para cansados viajeros que no tenían adónde ir y fue también cobijo de enamorados o de amores de mercancía…

Fue testigo y escenario de violentas refriegas fratricidas y, más de una vez, allá por noviembre de 1945 y enero de 1955, vio caer desde las alturas los despojos de obreros destrozados por explosiones de las calderas de locomotoras en la estación cercana.

Intentos por adornarla

Vio plantarse, allá por 1894, las bases de un monumento frustrado y vio cruzar por su terreno los coches de tranvía, que luego optaron por circunvalarla. Fue mercado, fue terminal de ómnibus y fue también punto de arranque de uno de los primeros ensayos por dotar de iluminación eléctrica a la capital del país, cuando los señores Gatti y Lloret instalaron allí un generador e iluminaron la calle 14 de Julio (Estigarribia) y Palma.

Fue también testigo del hallazgo, allá por 1985, de la piedra fundamental de aquel frustrado monumento y que los obreros de las tareas de remodelación de la plaza creyeron que estaban ante un fabuloso tesoro, y no fue más que un tubo metálico que contenía una medalla, una moneda y mohosos papeles.

Allí también, hace una década, se erigió en su centro la estatua del caudillo oriental José Gervacio Artigas, (foto de apertura de la pág. anterior), donada por la ciudad uruguaya de San José, en 1940.

Por otra parte, la plaza sufrió muchas agresiones. Una de las primeras remodelaciones la despojó de los balaustres y las rejas de hierro, que fueron llevadas a la casaquinta que desde 1942 funge de residencia presidencial, Mburuvicha róga.

En los últimos años, fue cobijo de campesinos e indígenas que buscaban el amparo de sus sombras para instalarse en sus jornadas de protestas y reclamos y, también, vio desatarse verdaderas batallas campales durante los operativos de desalojos realizados allí.

Para protegerla de tantos embates —entre ellos, la peregrina idea de un edil de cambiarle de nombre—, se optó por rodearla de verjas metálicas, hecho que dio lugar a todo un debate ciudadano a favor y en contra.

Una victoria pírrica

Lo que sí podemos decir es que, acotada en su propio contorno, la plaza salió ganando, pues hoy luce orgullosa y limpia.

Pero esto también es una victoria pírrica. En el afán por cambiarle la fisonomía, los geniales diseñadores no tuvieron mejor idea que convertirla en un muestrario de estatuas.

Hasta hace unos días, pese a todas sus penurias, la plaza tenía sus escondidos encantos.

Uno, recorriéndola descansadamente, podía descubrir mudos personajes como salidos de una ensoñación…

Aparte de la estatua de Artigas, que se adueñó de la atención al ubicarse en el centro de aquel espacio, también podían verse planteras, pedestales esperando alguna obra de arte y estatuas ubicadas en determinados lugares, dialogando con mutismo con el paseandero o con los que, buscando su foresta y follaje, se limitaban a holgar en los bancos y muros o abstraídos en sus propios pensamientos.

No hay bien que dure 100 años

Hace poco más de 90 años… 94, para ser más exactos, la administración municipal del ingeniero Albino Mernes hizo adquirir de Francia unas copias de esculturas famosas para adornar esta plaza y otros lugares públicos asunceños.

Desde entonces, las blancas estatuas —aunque mucho tiempo oscurecidas por el esmog y la irreverencia pública— que representan a bellas doncellas —reproducciones de originales esculpidas por el italiano Antonio Canova (la Bailarina y la Bañista) y del escultor griego Calímaco (Afrodita o Venus Genetrix)—, muestran sus redondeces en un lugar que con el tiempo se convirtió en el marco adecuado y justificado de las lujuriosas poses de las mismas. Pero esa es harina de otro costal.

Desafortunadamente, ese mudo diálogo entre estas estatuas y los parroquianos viandantes o habitués se interrumpió abruptamente al ser sacadas de sus sitios originales y puestas en fila india en una absurda exposición estatuaria que, más que resaltar sus presencias, desnudó otros lugares de la misma plaza para poner de manifiesto la estulticia que “adorna” ciertas decisiones malhadadas.















Fuente: Publicación de la Revista Dominical de ABC Color

Domingo, 27 de Mayo de 2012

 



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