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EFRAÍM CARDOZO (+)
  BREVE HISTORIA DEL PARAGUAY, 2007 - Por EFRAÍM CARDOZO


BREVE HISTORIA DEL PARAGUAY, 2007 - Por EFRAÍM CARDOZO

BREVE HISTORIA DEL PARAGUAY

Por EFRAÍM CARDOZO

Editorial Servilibro,

Dirección Editorial:

VIDALIA SÁNCHEZ

Asunción-Paraguay, 2007. 177 pp.



ÍNDICE


I. EL TERRITORIO

II. LAS CULTURAS PRIMITIVAS

III. DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA

IV. LAS GRANDES FUNDACIONES

V. HERNANDARIAS

VI. JESUITAS Y "BANDEIRANTES"

VII. LA REVOLUCIÓN DE LOS "COMUNEROS"

VIII. LAS FRONTERAS CON EL BRASIL

IX. LA CULTURA DURANTE LA COLONIA

X. LA HISTORIOGRAFÍA COLONIAL

XI. LA REVOLUCIÓN DE LA INDEPENDENCIA

XII. LA JUNTA GUBERNATIVA

XIII. EL PRIMER CONSULADO

XIV. LA DICTADURA

XV. EL SEGUNDO CONSULADO

XVI. PRESIDENCIA DE CARLOS ANTONIO LÓPEZ

XVII. LA GUERRA CONTRA LA TRIPLE ALIANZA

XVIII. LA CONSTITUCIÓN LIBERAL

XIX. LA CULTURA ANTES DE LA GUERRA DEL CHACO

XX. LA GUERRA DEL CHACO

XXI. ECLIPSE DE LA DEMOCRACIA LIBERAL

XXII. LA CULTURA CONTEMPORÁNEA

XXIII. LA ENSEÑANZA

BIBLIOGRAFÍA PRINCIPAL




La historia romántica y dramática del Paraguay de la conquista de la Sierra de la Plata, de la fundación de las grandes ciudades, de la Provincia Gigante de Indias, de las Misiones jesuíticas, de los bandeirantes, de la Revolución de los Comuneros, de la dictadura del doctor Francia, de la guerra contra la Triple Alianza, del ensayo democrático de la Constitución de 1870, de la Guerra del Chaco y de muchos otros episodios de los esfuerzos de su pueblo para afirmar su personalidad en el mundo, cobran vida en estas páginas. El autor ha sintetizado la historia política, social, económica y cultural del Paraguay, desperdigada hoy en una vasta bibliografía, agotada en su mayor parte. Realiza, así, una importante contribución para el mejor conocimiento de la realidad del pasado y presente de América.



I.- EL TERRITORIO

EL RÍO PARAGUAY.El río Paraguay es el eje de la historia del país que lleva su nombre. Fue principalmente en sus orillas donde se fundó, estableció y perduró la civilización paraguaya. Integra el gran sistema fluvial conocido con el nombre del Río de la Plata, por el cual sus aguas desembocan en el océano Atlántico. Aunque en sus orígenes la provincia del Paraguay abarcó mucho más que esta vasta cuenca -tanto que le valió el titulo de Provincia Gigante de las Indias- finalmente quedó reducida a las tierras bañadas por el curso inferior del río epónimo, el Paraná al Oriente y el Pilcomayo al Occidente. El río Paraguay, navegable en toda su extensión y en cualquier época del año, es el medio de comunicación natural con el mundo que rescata al Paraguay de su condición mediterránea. Y es también el tajo que escinde las tierras paraguayas en dos mundos físicos de dualidad desconcertante: la Región Oriental y el Chaco. La historia del Paraguay no se puede comprender sin desentrañar el significado de la carga tremenda que representó para muchas generaciones la coexistencia de esas dos realidades geográficas antagónicas, situadas frente a frente, río de por medio. El río Paraguay tuvo que ser el centro y no el término de la vida paraguaya.

LA REGIÓN ORIENTAL. La mesopotamia entre los ríos Paraguay y Paraná fue elegida por los españoles como asiento principal de la conquista y colonización. Tierras fértiles, aptas para la agricultura y la ganadería, abundantemente irrigadas por una telaraña de ríos y arroyos, consteladas de bosques ricos en maderas y yerbales, colinas y serranías de no muy grande altura, y llanuras no muy dilatadas, con clima sano de alternados calores y fríos, lluvias regulares y vientos moderados, reúnen las condiciones necesarias para la permanente habitación humana. Por eso, aunque en su seno no fueron hallados metales preciosos, motivo importante de la venida de los conquistado-res, estos las eligieron para su radicación definitiva, principalmente en la ciudad de Asunción, a orillas del río Paraguay, frente al Chaco.

EL CHACO.Así como la Región Oriental es la prolongación de la meseta brasileña que viene desde el Amazonas, sin su clima tórrido, el Chaco es la continuación de las pampas del Sud, sin sus fríos. Es violento el contraste entre ambas zonas. Por un lado, la pradera boscosa y ondulada, propicia a la vida, abundante en aguas y víveres. En la otra margen del río, una tierra casi completamente horizontal, sin ríos ni arroyos navegables, de vegetación achaparrada que poco o nada protege contra la inclemencia del sol y donde la vida orgánica es penosa y de escaso alcance. El paraguayo primitivo no lo escogió como hábitat, pero no pudo jamás prescindir del Chaco que se alzaba frente a él en perpetua y mortal amenaza, como asiento de las tribus indígenas más feroces de la América española. Y mucho tiempo después de haber sido sometidos sus habitantes e incorporado el Chaco a la civilización, el Paraguay debió empeñar una guerra internacional para no perder una soberanía con tantos sacrificios alcanzada.


II. LAS CULTURAS PRIMITIVAS

Los GUARANÍES. La Región Oriental estaba principalmente habitada por indios guaraníes, que desempeñaron un papel fundamental en la formación de la nacionalidad paraguaya, por su estrecha alianza con los españoles. Agricultores, sedentarios, no estaban organizados en un solo cuerpo político, pero integraron una vasta comunidad cultural que se extendía discontinuamente por casi todo el territorio sudamericano, desde las Antillas hasta el Río de la Plata, entre los primeros contrafuertes andinos y las costas del Atlántico, y en el interior a lo largo de los grandes ríos y de las vías terrestres de comunicación. Su principal afán fue la guerra. La cualidad más apreciada era la valentía. Practicaban la antropofagia ritual como un modo de heredar las cualidades heroicas del enemigo vencido. Su religión era sumamente espiritualizada. Carecían de ídolos, pero vivían en un mundo mágico, en el que resaltaba a cada momento lo sobrenatural y la intervención de sortilegios y maleficios. Los bosques y las aguas estaban poblados de personajes míticos, muchos de ellos sin formas. Sus creencias sobre el origen y fin del universo, la aparición del hombre, la creación del fuego y el lenguaje, la implantación de la agricultura, se traducían en ricas cosmogonías y mitologías de gran valor poético. No había casta sacerdotal, pues el payé no fue el intérprete de la religión, sino el poseedor de poderes sobre los espíritus. La cultura material era muy incipiente. Poseían avezados conocimientos botánicos y zoológicos. En medicina e higiene estaban sorprendentemente avanzados. Su gran patrimonio cultural era la lengua, de la que estaban orgullosos. De ella escribió el padre Lozano en 1754: "Esta lengua es sin controversia de las más copiosas y elegantes que reconoce el orbe". El padre Peramás dijo en 1793: "El guaraní nada tiene que envidiar al griego o latín en artificio y elegancia". Y D'Orbigny estampó en 1836: "Si los hechos no probaran que la nación que la habla, jamás ha estado reunida en cuerpo aunque ocupe superficie inmensa, se creería que esta lengua ha sido el producto de las maduras reflexiones de una civilización adelantada y de un espíritu de análisis verdaderamente extraordinario". Es admirable la estructura del idioma. Sirve para expresar cosas, sentimientos e ideas, aun aquellos desconocidos en la cultura guaraní, y lo hace con claridad, lógica y precisión. Fue el francés de la antigüedad americana, la "lengua general", mediante la cual se entendían todas las tribus cuyos dialectos eran intraducibles entre sí, y el principal instrumento de penetración de conquistadores y misioneros en el heterogéneo y complicado mundo étnico americano.

Los GUAYCURÚES.En los primeros tiempos de la conquista y colonización, los pobladores del Chaco fueron conocidos genéricamente como guaycurúes, si bien pertenecían a diversas familias de muy distintas procedencias. Zona de refugio de tribus muy primitivas, provenientes de las pampas, del Amazonas y hasta de los Andes, el Chaco constituía un laberinto étnico. Las condiciones extremadamente duras de la vida material aguzaron en sus habitantes el instinto bélico. La posesión de las escasas aguadas, el robo de reses o mujeres, vengan-zas entre familias o motivos religiosos, originaban interminables guerras. No eran sedentarios, ni se dedicaban a la agricultura, pero apetecían sus frutos, y de allí sus depredadoras correrías hasta los sembradíos del otro lado del río Paraguay. Eran cazadores y pescadores. Sabían sacar provecho de la rala vegetación. Los costeros, en particular los payaguaes, eran extraordinarios navegantes en sus embarcaciones de una sola pieza que llevaban hasta dieciséis pasajeros. También, desde que conocieron el caballo, se convirtieron en grandes jinetes. En los últimos tiempos de la colonia, los mbayaes cruzaron el río y se establecieron entre los ríos Jejuí y Apa. La actitud de los indios chaqueños ante los españoles y sus descendientes fue, como lo había sido con los guaraníes, de guerra viva y constante.


III.    DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA

ALEJO GARCÍA. El descubridor del Paraguay fue Alejo García, náufrago de la expedición de Solís, quien partiendo de la costa del Brasil cruzó las actuales tierras paraguayas hacia 1525, en su expedición en busca de la fabulosa Sierra de la Plata, que no era sino el Perú de los Incas. Llegó hasta el Alto Perú, regresó cargado de metales y fue muerto por los indígenas a orillas del río Paraguay. Con el mismo objetivo, el navegante Sebastián Gaboto se desvió en 1528 de su ruta hacia las Islas Molucas, y remontando el Río de la Plata y el Paraná, fue el primero en navegar en barcos europeos el río Paraguay. Tanto García como Gaboto fracasaron en su intento de conquistar la tierra a sangre y fuego, pues encontraron la fiera resistencia de los guaraníes, "más fáciles de persuadir que de someter".

LA EXPEDICIÓN DE MENDOZA. Mejor suerte tuvo la gran expedición del adelantado don Pedro de Mendoza. Una Armada "digna del César", integrada por gente de calidad, fue despachada bajo su mando en 1535 con el doble designio de ganar a los portugueses en la conquista de las tierras ricas y de defender la Línea de Tordesillas que separaba ambas jurisdicciones. Establecido el puerto y fuerte de Buenos Aires en 1536, en la boca del Río de la Plata, Mendoza destacó a su lugarteniente Juan de Ayolas en busca de la Sierra de la Plata. Ayolas, a su paso por Lambaré, empeñó batalla con los indios del lugar y, hechas las paces, prometió fundar un pueblo a su regreso. Fundó mucho más al Norte el puerto de Candelaria, dejó como lugarteniente a Domingo Martínez de Irala, y se internó en el Chaco, rumbo al Perú. Nunca regresó. Mientras tanto, el adelantado Mendoza, gravemente enfermo, abandonó Buenos Aires, dejando el poder a Ayolas o a su lugarteniente. Murió en medio del océano.

DOMINGO DE IRALA. Muerto Mendoza y comprobada la desaparición de Ayolas, quedó dueño de la escena el capitán Domingo Martínez de Irala, nacido en Vergara hacia 1500. No era hombre de armas sino de escribanía, pero por su habilidad política pronto se sobrepuso a los brillantes y linajudos cabos de la maltrecha armada, duramente escarmentada por el hambre y la guerra indígena en su asiento de Buenos Aires. A él se debió la idea de abandonar el inhospitalario Sur y de elegir las tierras del Paraguay como base de la conquista, para lo cual era necesario pactar alianza con sus habitantes, los indios carios, y dejar asentada entre ellos una población permanente.

FUNDACIÓN DE ASUNCIÓN. Desarrollando estos planes, el capitán Juan de Salazar, después de escuchar a los principales caciques, fundó el 15 de agosto de 1537 el Puerto y Casa Fuerte de Nuestra Señora de la Asunción, en la orilla oriental del río Paraguay, para que sirviera de "amparo y reparo de la Conquista". Los carios, parcialidad de la nación guaraní, también anhelaban conquistar el Perú, hacia donde habían transmigrado muchos de ellos, en sucesivas oleadas, antes de la aparición de los españoles. Para alcanzar tal meta, hasta entonces esquiva, así como para la guerra contra sus enemigos chaqueños, con el poderoso concurso español, aceptaron la alianza que les ofreció Irala. Entregaron sus hijas, según era costumbre, en prenda de amistad y proveyeron víveres y auxiliares guerreros. Esta alianza, pactada en el lecho de amor, iba a ser el cimiento de la nueva comunidad. Ya asegurada la estabilidad del centro de la conquista, Irala ordenó la despoblación de Buenos Aires y la concentración de los conquistadores en Asunción, que el 12 de setiembre de 1541 se transformó solemnemente en ciudad mediante la erección del primer Cabildo.

CABEZA DE VACA. Se disponían los españoles a emprender, con renovados bríos, la conquista de la Sierra de la Plata, cuando apareció el nuevo adelantado Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Designado en 1540 y precedido de la fama de sus hazañas en la Florida, América del Norte, llegó a Asunción dos años después, siguiendo la misma ruta de Alejo García desde la costa del Brasil. Intentó también la búsqueda de las tierras ricas, empresa en que fracasó. Este revés y sus pujos autoritarios le concitaron la enemistad de muchos conquistadores, que lo depusieron el 15 de abril de 1544 al grito de "¡Libertad! ¡Libertad!", bajo la acusación de que pretendía hacerse rey de la tierra. Entró entonces en aplicación la famosa Real Provisión del 12 de setiembre de 1537, que autorizaba a los conquistadores y habitantes del Río de la Plata a elegir gobernador en caso de vacancia. Irala fue ungido por el voto popular y el destituido adelantado enviado a España, cargado de cadenas, en una nave que llevaba el retador nombre de Comuneros. Así se apellidó uno de los bandos en que, desde entonces, se dividió la colectividad paraguaya. Lo integraron quienes, inspirándose en los comuneros castellanos inmolados en Villalar por Carlos V, sostenían el derecho de mantener las libertades y franquías del pueblo, aun contra los privilegios de la Corona. El otro sector, titulado de los 'leales", pretendía fundar en la autoridad absoluta la conservación de la sociedad. Los indios carios libres se plegaron a los primeros, en tanto que las naciones aborígenes sometidas apoyaron a los otros. La división entre "comuneros" y "leales" persistió durante toda la edad colonial.

FRUSTRACIÓN Y ANARQUÍA. El gobierno de Irala, para acallar las turbulencias políticas, se embarcó nuevamente en planes de conquista. En 1547, en lucha contra las privaciones y los indios, Irala y sus soldados llegaron a las primeras cordilleras andinas, y allí supieron que las tan anheladas tierras de los metales ya habían sido ocupadas por los españoles de Pizarro. El descontento estalló en el melancólico regreso. Irala fue depuesto en el camino, al tiempo que en Asunción los 'leales" decapitaban al lugarteniente don Francisco de Mendoza. Alarmados los expedicionarios, repusieron a Irala, quien logró, no sin rudos esfuerzos, restablecer su autoridad en Asunción. Fracasado el motivo principal de la venida de los españoles -la conquista de las minas-hubo conatos de desamparar la tierra, pero se impuso la voluntad mayoritaria de arraigar en ese rincón del continente, lejos del mar y del control de la Corona, atraídos los conquistadores por las libertades de que gozaban, la vida facilitada por la alianza con los guaraníes, la desenfrenada poligamia y el ejercicio incansable de la vocación política que les llevaba a incesantes luchas por el poder.

POBLACIÓN DEL GUAYRÁ. Las contiendas políticas amainaron cuando en 1553 los principales opositores, para salvar sus vidas después de fracasada una conspiración, debieron recibir en matrimonio a hijas de Irala habidas de indias. Otros fueron a poblar en el Guayrá la villa de Ontiveros. Restablecida la paz, Irala planeó abrir las "puertas de la tierra" mediante fundaciones en su periferia, sobre todo en la boca del Río de la Plata y en la costa del Brasil, cuando le llegó de España, al par de la confirmación real de su título de gobernador, la prohibición de nuevas conquistas. También arribaron los restos de la armada de Juan de Sanabria, designado adelantado en 1547, y muerto, así como su sucesor Diego de Sanabria, sin poder hacerse cargo de la gobernación.

EL PRIMER OBISPO. En 1547 fue instituido el Obispado de Asunción, pero fray Juan de Barrios, el primer obispo, nunca llegó al Paraguay. Pudo hacerlo su sucesor, fray Pedro Fernández de la Torre. Arribó en las postrimerías del gobierno de Irala y, desde el púlpito, se dedicó a inflamar de nuevo las ya decaídas ilusiones de los conquistadores, predicando la "entrada" hasta el río Amazonas, donde ubicaba las inaprehensibles tierras del Dorado. Mientras tanto, Cabeza de Vaca publicaba en España sus Comentarios (1555), con que se inauguró la bibliografía histórica del Paraguay. Pero el depuesto adelantado no obtuvo la reparación que solicitó de la Corona. Esta, contrariamente, le condenó a presidio y homologó la designación de Irala, su triunfante rival en la revolución de 1544. Una vez más, la Corona, sin advertir los alcances de sus medidas, afianzaba la posición de los "comuneros" del Paraguay.

MUERTE DE IRALA.Irala falleció de muerte natural el 3 de octubre de 1556. Fue el principal caudillo de la conquista y, en cierto modo, el fundador del Paraguay. A sus particulares dotes se debió que la colonia no se dispersara a los golpes de la anarquía y de la frustración del sueño de la Sierra de la Plata. Su memoria perduró por mucho tiempo. En 1602, el Cabildo aseguró al Rey que españoles y naturales le seguían llorando. En 1793, el capitán Juan Francisco Aguirre testificó que su nombre era el único recordado con aprecio. Con la desaparición de Irala, se cierra el ciclo de la conquista y comienza el de la colonización.



LA CULTURA DURANTE LA COLONIA


LA LUCHA POR LA CULTURA. Si la historia política y económica del Paraguay durante la dominación española estuvo llena de peripecias dramáticas, no lo fue menos su historia cultural, que es también una historia de contiendas, de infortunios, de grandes aspiraciones, de sonados fracasos, aunque también de realidades espirituales que compensan las frustraciones y dan su fisonomía característica al Paraguay cultural de la colonia. Desde las primeras generaciones, hubo ansias de saber, pero las tenaces luchas para plasmar la personalidad intelectual tropezaron con obstáculos muchas veces insuperables, algunos ajenos a la voluntad paraguaya, otros propios de su crónica pobreza, de su singular conformación étnica y de la adopción de la lengua aborigen como idioma principal, por no decir único.

EL CONFLICTO LINGÜÍSTICO. En el Paraguay se produjo un fenómeno único en la historia americana. Los conquistadores adoptaron la lengua de los conquistados. El guaraní se convirtió en el más pronunciado rasgo de diferenciación con respecto a las demás colectividades, en el más cohesivo aglutinante espiritual y en el más fuerte lazo que unió a los paraguayos en apretado lazo social. La fulminante y persistente victoria del guaraní, al lado de tantos bienes sociológicos, deparó infortunios graves en el orden cultural. No era un instrumento de civilización, y no por carencia de condiciones para la formación y transmisión del pensamiento abstracto, sino por falta de tradición y de monumentos literarios y científicos. Se alzó en torno del paraguayo como alta barrera que le aisló de todo contacto con las culturas occidentales. El nativo quedó encapsulado dentro de su rica y hermosa lengua, con la cual tan bellamente expresaba sus sentimientos, pero que de nada le servía para conocer y asimilar las glorias del espíritu humano, como no fueran las de índole religiosa.

LA LENGUA MISIONAL. Si el guaraní obstaculizaba el acceso a la alta cultura, en cambio fue el instrumento de la conversión religiosa del mundo indígena. Los franciscanos lo utilizaron, y fray Bolaños tradujo el catecismo al guaraní. Las pragmáticas reales ordenaban introducir entre los indios la lengua castellana para impartirles la enseñanza de la religión. Pero un sínodo reunido en 1603 en Asunción adoptó el guaraní como idioma de difusión evangélica y aprobó el catecismo de fray Bolaños. Otro sínodo, reunido en 1631, confirmó estas resoluciones y adoptó las oraciones compuestas por el padre Roque González de Santa Cruz, que era "como un seminario de la lengua guaraní". Ambos sínodos, así como el anterior de 1598, estuvieron integrados en gran mayoría por sacerdotes, hijos de la tierra, que poseían el guaraní como lengua natal. Los jesuitas respetaron la labor de los sínodos, ensalzaron al principal sacerdote paraguayo, Roque González de Santa Cruz, y también consagraron definitivamente el guaraní como lengua única, con preterición absoluta del castellano, para su vasta obra misional.

PRIMER ANHELO DE UNIVERSIDAD. Correspondió a Hernandarias - cuyo lema era "sin saber no hay gobierno"- iniciar la larga lucha del Paraguay para hacerse de institutos de enseñanza universitaria con que neutralizar y superar las limitaciones que le imponía su apego al idioma nativo. En 1598 destacó un procurador a Lima, y en 1604 otro a Madrid, para solicitar la fundación de una universidad en el Paraguay. Para formar el plantel de estudiantes, fundó un colegio de estudios de gramática, arte y teología, a cargo del licenciado Francisco de Saldívar, paraguayo egresado de la Universidad de Lima. Pero la Corona hizo saber que el Paraguay tendría universidad solo si la costeaba con sus propios recursos. La clausura del puerto de Buenos aires y la grave crisis económica que fue su consecuencia imposibilitaron a la Provincia cumplir esa condición.

EL COLEGIO JESUITA. Cuando aparecieron los jesuitas, Hernandarias revivió su proyecto. Aquéllos estaban facultados solo para establecer aulas de latinidad, y así lo hicieron en 1610. El primer rector del Colegio fue el padre Manuel de Acosta. Se enseñaba latín, artes, gramática, teología escolástica y moral. El establecimiento estuvo sujeto al vaivén de las enconadas luchas en que pronto se ensartaron paraguayos y jesuitas. El obispo fray Tomás de Torre obtuvo la supresión de los estudios, pero en 1625 ambos cabildos, el secular y el eclesiástico, clamaron por su restablecimiento, al que accedieron los jesuitas. Se puso así de resalto el interés cultural de la colectividad que deponía sus enconos contra la Compañía de Jesús en aras de la educación superior de la juventud.

EL OBISPO CÁRDENAS. El famoso obispo fray Bernardino de Cárdenas reavivó la discordia. Entre los cargos con que justificó la expulsión de los jesuitas estuvo el escaso interés que mostraron en la educación de la juventud, pues no habían sabido formar "siquiera un gramático bueno". También les imputó preferir los religiosos que traían de Europa a los sacerdotes de la tierra, los únicos que, por saber la lengua guaraní, estaban capacitados para la enseñanza y doctrina de los indios. Por tal razón, destinó los fondos incautados a los jesuitas a la fundación de un seminario real de que carecía la Provincia. No alcanzó efecto el proyecto del fogoso obispo, que empleó el tiempo de su breve gobierno en tumultos, polémicas y batallas, pero a él mismo le tocó comprobar que la clerecía paraguaya no estaba tan horra de sabiduría, por lo menos en los campos de la teología y de la gramática, que era lo que en esos tiempos más interesaba.

DENUNCIA DEL CATECISMO.Correspondió al obispo Cárdenas promover una ruidosa polémica, teológica y gramatical, que durante más de diez años mantuvo a la Provincia tan agitada como si se tratara de una cuestión política, y que tuvo resonancias en Lima, Charcas y en la propia Corona. Apoyándose en el dictamen de clérigos nativos y de lenguaraces, el obispo denunció a la Inquisición de Lima algunas expresiones del catecismo en guaraní, utilizado por los jesuitas, como "heréticas, indecentes y contrarias al espíritu genuino de la doctrina cristiana". Largo tiempo se arrastró la controversia, hasta que, elevados los autos a la Corona, se sometió la resolución definitiva al arzobispo de La Plata, doctor Juan Alonso Ocón, quien debía expedirse después de escuchar a una junta de personas doctas y peritas.

LA JUNTA DE 1656. En cumplimiento del mandato real, en 1656 se reunió en Asunción la Junta de doctos. La mayoría de ellos eran paraguayos que ocupaban altas dignidades en la Provincia: los licenciados Gabriel de Peralta, Pedro de Mendoza, Pedro de la Cueva, Esteban Ibarralde, entre otros. "La junta así compuesta -comenta Mitre- cumplió su cometido en eruditos y bien hablados informes, que no desmerecerían en un concilio ecuménico o en alguna academia de filólogos, discutiendo como teólogos y lingüistas las expresiones tachadas en el Catecismo". Quedó en claro que el catecismo incriminado era el de fray Bolaños, ya aprobado por los sínodos de 1603 y 1631. Los jesuitas fueron absueltos, pero la controversia sirvió para mostrar el nivel intelectual de los hijos de la tierra.

LOS HOMBRES DOCTOS. ¿De dónde habían salido tantos licenciados como los que en 1656 discurrieron doctamente en una ciudad que carecía de institutos universitarios? No solo los jesuitas habían habilitado aulas de estudios superiores. También los tenían, anexos a sus conventos, los franciscanos, los mercedarios y los dominicos. Para ganar los lauros de la licenciatura o del doctorado, los filósofos y teólogos egresados de los conventos debían proseguir sus estudios en las universidades de Lima, fundada en 1553, de Córdoba, fundada en 1614, de Charcas, fundada en 1624, o de Santiago de Chile, erigida en 1625. Pero el envío de jóvenes a tan lejanas ciudades solo cabía a las familias muy acaudaladas y a costa de ingentes sacrificios.

EL CONVICTORIO DEL DR. SEVERINO.En 1715 volvió a gestionarse la fundación de una universidad. Y para que no significara una carga para la Real Hacienda, los principales vecinos comprometieron, ante notario, los efectos y caudales necesarios. Mientras se diligenciaba la petición, se abrió un convictorio, con cátedras de filosofía, teología escolástica y gramática, costeadas con los propios de la ciudad. Fue designado rector el doctor Blas Severino, y el gobernador Juan Gregorio Bazán de Pedraza reconoció autonomía a la casa universitaria. Esta abrió sus puertas en 1716, pero la aprobación real nunca vino. Estaba en su apogeo la Compañía de Jesús, y esta fundación, a que se atrevió el vecindario paraguayo marginando su voluntad, era un verdadero desafío. Se estaba en vísperas de la Revolución de los Comuneros. El Convictorio medró poco tiempo, hasta desaparecer, sin dejar rastros, en las llamas del gran incendio comunero.

LA CULTURA JESUITA.Para el Paraguay, sediento de saber, fue suplicio de Tántalo tener en sus propias tierras, al alcance de sus manos, sin poder abrevar en ella, una fuente de conocimientos: la legión de hombres doctos, como eran, por lo general, los padres de la Compañía. Las rigurosas reglas de selección, el aprendizaje en los colegios máximos y sus aptitudes naturales constituyeron a muchos de ellos en eminencias de las ciencias, las artes y las más variadas disciplinas humanísticas, de que dieron excelentes pruebas en su vasta bibliografía y en los monumentos misioneros, que hasta hoy proclaman su alta capacidad creadora. Desgraciadamente, la acción educadora de los jesuitas se desarrolló, casi por entero, dentro del inviolable ámbito de las reducciones, con efectos mínimos fuera de ellas. Ni siquiera en el orden artístico, en que tan pródigos fueron en las Misiones, dejaron huellas importantes en las ciudades paraguayas.

LA IMPRENTA MISIONERA. La gran hazaña cultural de los jesuitas fue la creación de la imprenta, hacia 1700, la primera que surgió en el Río de la Plata. Fue un caso singular en los fastos de la tipografía, pues no la importaron de Europa como las demás prensas americanas, sino que nació como creación original de la tierra. Tuvo efímera vida esta imprenta, y su influencia sobre la cultura paraguaya fue nula, pues su único objeto era proveer de textos para la catequización indigenal dentro de las Misiones. Que la mayor parte de las obras impresas estuvieron escritas en guaraní fue, al parecer, una de las causas de su extinción, hacia 1727, pues ello contrariaba expresas disposiciones de la Corona.

CRUZADA UNIVERSITARIA.En 1750 se solicitó que fondos acumulados para un hospital fueran destinados a la fundación de la ansiada universidad. La Compañía de Jesús prestó, esta vez, su apoyo. Derrotados los "comuneros", ya no temió preponderancias peligrosas. La Corona no aceptó el desvío de aquellos fondos: el Paraguay debía costear su universidad. Hubo entonces, en 1757, bajo el gobierno de Jaime San Just, una verdadera cruzada popular para allegar los recursos, y estos fueron reunidos con holgura a pesar de la crisis económica. Pero el apoyo jesuita malogró el proyecto. Había comenzado el proceso de desgaste de su prestigio, y lo que finalmente resolvió la Corona fue que el producto de la colecta se aplicara a un seminario bajo la dirección del Obispo. El vecindario no consintió este cambio.

PRIVILEGIO A LOS DOMINICANOS.Expulsados en 1767 los jesuitas, se establecieron varias cátedras con sus recursos, al mismo tiempo que se creaban otras en los conventos de los franciscanos y de los dominicos.

Estos obtuvieron el privilegio del papa Clemente XII de otorgar los grados de bachiller, licenciado y doctor en tanto se fundaba la universidad. La Corona, entre tanto, había dispuesto, por Real Cédula de 1776, y a pedido del obispo electo doctor Juan José Priego, la fundación de un colegio seminario, con fondos del Alto Perú. Tres años después decidió también la fundación de una universidad, anexa al seminario, dependiendo de los recursos que dispusiese el recién creado Virreinato del Río de la Plata. Al mismo tiempo autorizó a los dominicos a conceder, durante ocho años, títulos universitarios. ¡Al fin, después de tantos forcejeos, el Paraguay iba a tener no una sino dos universidades!

EL SEMINARIO DE SAN CARLOS.Los fondos del Alto Perú habían sido disipados. Hubo necesidad de una nueva aplicación, y con los recursos que habían pertenecido a los jesuitas, el gobernador Pedro Melo de Portugal pudo inaugurar, en 1783, el Real Seminario Conciliar de San Carlos. Su primer rector fue el doctor Gabino de Echeverría y Gallo, y los primeros profesores, los doctores Dionisio Otazú y Juan Antonio Zavala. Algún tiempo después se incorporó al claustro el doctor José Gaspar de Francia, egresado, como los anteriores, de la Universidad de Córdoba. El Seminario fue, desde su fundación, el principal centro cultural del Paraguay colonial. Pero la universidad que debía establecerse sobre su base, conforme a la Real Cédula de 1779, no se llevó a efecto por alegar el Virrey de Buenos Aires la falta de recursos. Los dominicos tampoco hicieron uso de la autorización que se les concedió para expedir títulos universitarios.

ÚLTIMA CRUZADA UNIVERSITARIA. La Provincia no se satisfizo con el Seminario. Seguía anhelando la universidad. Bajo el gobierno de Joaquín de Alós, hubo una nueva cruzada para reunir fondos, ya que en su falta estribaba la dificultad alegada por el Virrey para no cumplir la fundación ordenada. En 1788, Alós comunicó al Rey el éxito de la suscripción y le significó la necesidad de fundar, de una vez por todas, el instituto superior. Con la nueva colecta y los bienes ya destinados al Seminario, nada faltaba para sostenerlo. Se contaba con hombres doctos para las cátedras, amplios locales para los estudios, estancias y chacras, un plantel en plena marcha, como el Seminario. Pero aunque el Rey dispuso la pronta ejecución de su mandato, nada hizo el Virrey, empeñado entonces en fundar en Buenos Aires su propia universidad. Terminó la edad colonial sin que Asunción viera cumplida su antiquísima aspiración.

DOCTRINAS SUBVERSIVAS. La Revolución francesa vino a remover viejas concepciones paraguayas que se creían aplastadas en la derrota de la Revolución de los Comuneros. La doctrina de la soberanía del pueblo inspiró algunas conclusiones sostenidas en el Seminario de San Carlos, lo cual concitó la alarma de la Corona. En Madrid se ordenó la censura previa en los seminarios americanos, para evitar que se expresaran "como ya había ocurrido en el Paraguay en 1797 ideas contrarias a las leyes del Reino", según se leyó en la Real Cédula del 19 de mayo de 1801.

UN GOBERNANTE ABSOLUTISTA. El gobernante que inspiró esta medida fue Lázaro de Ribera, típico absolutista, por temperamento y doctrina, discípulo del despotismo ilustrado. Nadie como él, entre los últimos gobernantes españoles, procuró elevar el nivel económico del Paraguay, y grande también fue su preocupación para desarraigar las viejas concepciones políticas de libertad y soberanía popular, que aunque vencidas con la Revolución de los Comuneros, sobrevivían en el espíritu público, como lo demostraban las tesis de los seminaristas. Ribera atribuyó la persistencia de las ideas comuneras a la enseñanza escolar que, sin normas a qué sujetarse y librada al arbitrio de los maestros, era a su juicio el semillero del latente y peligroso espíritu subversivo.

DIFUSIÓN DE LAS ESCUELAS. Si el Paraguay careció de universidad y solo fugaz y precariamente conoció la imprenta, en cambio, al finalizar la edad colonial, era una de las Provincias donde más extendida estaba la enseñanza primaria, que para nada necesitaba de la aprobación real y que ni siquiera estaba regida por las leyes de Indias. La afectación de los diezmos de las reducciones jesuíticas para emolumentos de los maestros dio gran impulso a la actividad escolar en los últimos tiempos. Según Azara, hasta los simples jornaleros sabían leer y escribir. Como la población estaba "como sembrada en el campo", la concurrencia a las escuelas comportaba singular sacrificio. "En todas las parroquias -sigue anotando Azara- hay un maestro que enseña a leer y escribir a los niños, que van cada mañana y regresan por la noche a sus casas distantes dos y cuatro leguas, sin haber comido sino las raíces de mandioca asada que llevaron".

EL PLAN DE RIBERA. El mismo año en que se produjeron los inquietantes acontecimientos del Seminario, el gobernador Ribera gestionó la adopción de medidas que atacaran las raíces del problema que le preocupaba para evitar su repetición en el futuro. Propuso a la Corona una medida extraordinaria: la supresión radical de todas las escuelas, para formar una sola, que funcionase en Asunción bajo su personal dirección, donde grupos seleccionados de niños campesinos serían educados en "los preceptos de nuestra Santa Religión, el amor al orden y la sumisión a las Leyes". Estos niños, una vez instruidos, retornarían a sus pueblos para retransmitir lo que habían aprendido. La enseñanza se haría mediante una "Breve Cartilla Real" donde se inculcaría a los niños la doctrina del origen divino del poder de los reyes y la obediencia incondicional a los gobernantes. Ribera no logró imponer su insólito plan de enseñanza centralizada, ni menos su "Cartilla", que atacaba directamente la vieja concepción de la soberanía popular. En 1804, el pueblo, descontento por su absolutismo, conspiró para arrojarlo del poder. La intervención del doctor Francia, enemigo de las revoluciones, le salvó de la conjura.


 LA HISTORIOGRAFÍA COLONIAL

CONCIENCIA HISTÓRICA.Temprano nació en el Paraguay la conciencia histórica. Los conquistadores comprendieron que había un sentido en los acontecimientos ocurridos desde que pisaron tierra paraguaya, y procuraron salvarlos del olvido. Pocas conquistas se hicieron como la del Río de la Plata, con un plan conocido y tanto afán de perduración. De aquí que una de las primeras y más importantes manifestaciones culturales de la comunidad establecida a orillas del río Paraguay, fuera la historiografía. Casi no hubo conquistador, pequeño o grande, que no hubiese querido permanecer en la memoria de las generaciones venideras. Y desde entonces no hubo época que no tuviera su historiador.

LOS PRIMEROS CRONISTAS. El primer libro que la imprenta lanzó al mundo con una historia del Paraguay fueron los Comentarios del adelantado Álvar Núñez Cabeza de Vaca, publicados en 1555 en Valladolid y que redactó con la colaboración de su secretario, el escribano Pedro Hernández. En 1567, apareció, en una colección alemana de viajes, la segunda obra relativa a la conquista del Paraguay. Su autor fue Ulrico o Utz Schmidl, soldado o sargento de la armada de Mendoza, y se tituló Viaje y derrotero. Aquel libro tradujo el pensar y sentir de los capitanes; éste, el de los soldados de la conquista. Aún no son historia, sino crónica; tampoco alcanzaron la categoría poética que pretendió La Argentina, del arcediano Martín del Barco Centenera, impreso en Lisboa en 1602. Aunque de mediocre factura literaria, rebosa el poema realismo histórico, y aparte de constituir la primera crónica general de la Conquista es la primera tentativa de inmortalizarla artísticamente.

RUY DÍAZ DE GUZMÁN. Con Ruy Díaz de Guzmán, la historia se hace, por primera vez, paraguaya. Nieto de Irala, nacido hacia 1560 de madre indígena, después de variada actuación en el Guayrá, Córdoba y el Alto Perú, regresó a Asunción en 1620, trayendo los manuscritos de la historia del descubrimiento, conquista y población del Río de la Plata, que tituló La Argentina y concluyó en 1612. "Primera fruta de una tierra tan inculta y nueva", dice en el proemio, donde también expresa que escribió el libro "por el amor que se debe a la patria". Fue el primer intelectual nacido en la tierra que dio la forma orgánica de un libro a los frutos de su talento. Murió en 1629 sin verlo impreso, pero innumerables copias corrieron durante la época colonial. Su lema fue: "El alma de la historia es la pureza y la verdad".

Los CRONISTAS JESUÍTAS.El hilo historiográfico fue retomado por los jesuitas, prolijos narradores y minuciosos retratistas de la vida del Paraguay, de sus pueblos y costumbres, de sus ríos y montañas, de su fauna y de la flora, y de las riquezas minerales. Aunque no siempre procedieron con espíritu crítico, recogiendo sin cautela leyendas y fábulas, acumularon tan gran material informativo sobre la historia y la naturaleza paraguaya, que pocas regiones de América podían competir con el Paraguay en el conocimiento de su pasado y su presente, de su mundo físico y viviente. Se inicia con la Conquista espiritual, del padre Antonio Ruiz de Montoya, continúa con las Vidas, de Xarque, adopta el estilo epistolario con Sepp, adquiere vuelo con la Historia Provinciae Paraguae, de Techo, y alcanza sus más altas cumbres con la Historia de la conquista y la Historia de las revoluciones, de Lozano, el más importante historiador de la colonia. Decae un tanto con Guevara, para alcanzar nivel mundial con Il Crestanisismo Felice, del polígrafo italiano Muratori, y la Histoire du Paraguay, de Charlevoix. Expulsados los jesuitas, continúan escribiendo sobre el notable experimento y todas las cosas del Paraguay: Cardiel, Peramás, Dobbrizhoffer, Jolis, Baucke, Sánchez Labrador, este último autor de una verdadera enciclopedia sobre el Paraguay.

FÉLIX DE AZARA. Este naturalista, nacido en 1752, llegó a Asunción en 1785, designado jefe de la Comisión Demarcadora con Portugal. Los largos años de espera los empleó en investigaciones sobre la naturaleza y la historia. En 1793, el Cabildo le pidió un mapa y una descripción de la Provincia, con el objeto de "transferir estas noticias a la posteridad, ilustrar la historia pasada y futura, y dar un laudable ejemplo y poderoso estímulo a todas las ciudades". Cumplido el encargo, la Ciudad le agradeció "alhajas tan distinguidas" y le proclamó "uno de los primeros republicanos y compatriotas". Azara, a su regreso, publicó primero sus obras científicas sobre los cuadrúpedos y los pájaros, y luego, Viajes, 1809, que dilató su fama como naturalista e historiador. Falleció en 1821, dejando inéditas varias obras que aparecieron con posterioridad: Descripción e historia del Paraguay y Río de la Plata, 1847; Memoria sobre el estado rural, 1847; Geografía física y esférica de las Provincias del Paraguay, 1904. Si no como historiador, en que no brilló a gran altura, Azara sobresalió como naturalista. Ramón y Cajal le presenta como el único científico español del siglo XVII que se salvó del olvido.

JUAN FRANCISCO AGUIRRE.Nacido en 1758 y fallecido en 1811, fue compañero de Azara en la Comisión Demarcadora. También empleó sus largos ocios en investigaciones de toda índole sobre el Paraguay, que fue anotando minuciosamente en su Diario, solamente publicado en su totalidad en los años 1949 y 1951. Es, sin duda, el documento histórico más importante sobre el Paraguay finicolonial. En 1793, después de haber buceado hasta lo más profundo del pasado, sugirió que se restableciera siquiera nominalmente, la antigua denominación de cabeza del Río de la Plata. "Siendo tan gratos -escribió- a los pueblos los derechos a títulos de nominación, como se ve generalmente en los dictados de los más, podría legítimamente aspirar el Paraguay, entre otros comunes que merece, al suyo antiguo de cabeza de estas provincias del Río de la Plata, habiéndolo sido cerca de un siglo, con la singular preeminencia de ser refugio y madre de ellas. Sería un privilegio puramente honorífico que recordaría los buenos servicios que hizo al Estado y lo mucho que le deben las citadas provincias...".


LA REVOLUCIÓN DE LA INDEPENDENCIA

LA EMANCIPACIÓN AMERICANA. Al iniciarse el proceso de la emancipación americana, el Paraguay reunía los elementos propios de una nación y estaba habilitado, como pocos países americanos, para la vida independiente. Los paraguayos amaban con amor de patria a su tierra, fértil y hermosa, que defendieron constantemente contra enemigos internos y externos, que grandes ríos, montañas y desiertos separaban y aislaban de otras comunidades, y que sustentaba una economía no suficientemente próspera debido a la situación mediterránea y a las anomalías fiscales, pero bastante para sus necesidades y para una vida modestamente holgada y feliz. Consciente y orgulloso del papel importante que había desempeñado en la civilización del Río de la Plata y de los trascendentales hechos históricos de que fue actor, con población numerosa, laboriosa, aguerrida y racialmente homogénea, con nivel social y cultural relativamente elevado, y con convicciones políticas semejantes a las que estaban triunfando, el Paraguay estaba llamado a desempeñar un papel propio, no secundario, en el gran movimiento de la revolución americana.

EL CONGRESO DE JULIO DE 1810.La revolución de Buenos Aires, que el 25 de mayo de 1810 puso fin a la dominación española, se inspiró en la doctrina de la soberanía popular, de tan entrañables resonancias en el espíritu paraguayo. Si ese principió fundamentó la ruptura de Buenos Aires con España, también justificaba el no reconocimiento por el Paraguay de la autoridad de la junta constituida en la antigua capital del Virreinato. Ésta fue la resolución adoptada por un congreso convocado por el gobernador Bernardo de Velasco y que se reunió el 24 de julio de 1811 para considerar la invitación de la junta a ser reconocida como heredera del poder del Virrey y a enviar diputados para el próximo Congreso general de las provincias. El doctor José Gaspar de Francia consideró inadmisible la pretensión de Buenos Aires de asumir por sí sola el mando superior del Virreinato, pero tampoco abogó en favor del caduco poder español. "Mis argumentos en favor de mis ideas son éstas -dijo depositando dos pistolas sobre la mesa presidencial del Congreso-: una está destinada contra Fernando VII y la otra contra Buenos Aires".

EXPEDICIÓN DE BELGRANO.El Paraguay, en ese momento, no quería guerra contra España, sino resistir a Buenos Aires, que había anunciado el envío de tropa para auxiliar a sus partidarios, muy numerosos y calificados según los informes de su emisario, el coronel paraguayo José de Espínola. Convocados a las armas, los paraguayos acudieron con entusiasmo al llamamiento de Velasco, quien inflamó el patriotismo popular imputando a Buenos Aires designios de conquista. El ejército auxiliar, al mando del vocal Manuel Belgrano, se internó hasta muy dentro del territorio sin encontrar una sola alma. Convencido de lo vano de sus esfuerzos para atraer a los esperados amigos, Belgrano empeñó batalla en Paraguarí, el 19 de enero de 1811. El gobernador y los batallones españoles, los únicos armados con fusiles, huyeron a la primera arremetida, pero los jefes paraguayos Cavañas y Gamarra evitaron la derrota. Tomaron la iniciativa y obligaron a Belgrano a retirarse hacia el Sur.

CAPITULACIÓN DE TACUARÍ.Una nueva batalla se libró el 9 de marzo de 1811, a orillas del río Tacuarí, donde Belgrano aguardaba refuerzos anunciados desde Buenos Aires. Temeroso del total exterminio de sus escasas tropas, Belgrano solicitó capitulación, que le fue concedida de inmediato por el jefe de las fuerzas paraguayas, teniente coronel Manuel Atanacio Cavañas. En su virtud, se permitió al ejército auxiliar repasar el Paraná con armas y bagajes. Belgrano quedó sorprendido por este final inesperado que aprovechó diestramente para confraternizar con Cavañas y los principales jefes paraguayos, a quienes aseguró que Buenos Aires no se proponía conquistar al Paraguay, sino ayudarle a liberarse de sus opresores. Un plan de acuerdo elaborado por Belgrano fue sometido por Cavañas al gobernador, pero Velasco, alarmado por el sesgo que tomaban los acontecimientos, se negó a considerarlo y cortó toda comunicación entre paraguayos y porteños.

CONMOCIÓN POPULAR.La campaña militar fue de extraordinarios efectos morales. Ganada la guerra con el solo esfuerzo nacional, a ella concurrieron los paraguayos, convencidos de que oponiéndose a las fuerzas de Buenos Aires "defendían su patria, la religión y lo que hay de más sagrado", según informó Belgrano a Saavedra, agregando: "Así es como han trabajado para venir a atacarme de un modo increíble, venciendo imposibles que sólo viéndolos pueden creerse: pantanos formidables, el arroyo a nado, bosques inmensos e impenetrables, todo ha sido nada para ellos, pues su entusiasmo todo lo ha allanado; qué mucho!, si hasta las mujeres, niños, viejos, clérigos y cuantos se dicen hijos del Paraguay están entusiasmados por su patria". El sentimiento nacional, de profundas raíces, cobró mayor vigor al contacto con las ideas de soberanía y de libertad propaladas por Belgrano, coincidentes con las más viejas concepciones políticas del Paraguay.

CONNIVENCIA CON LOS PORTUGUESES. La defección de Velasco y de los españoles en el campo de batalla precipitó el descrédito del régimen, que, para peor, aceptó la cooperación del odiado Portugal, so pretexto de salvaguardar los eventuales derechos a la corona de España de la princesa Carlota Joaquina, esposa del Príncipe Regente. Al saberse que un emisario del capitán general de Río Grande del Sur estaba en Asunción concertando la ayuda portuguesa, y que los españolistas, encastillados en el Cabildo, pusieron a la Provincia bajo la protección de la Princesa, se resolvió adelantar la fecha de la revolución, señalada primeramente para el 25 de mayo, conforme a planes que fueron elaborándose desde el día siguiente de la batalla de Tacuarí. El jefe del movimiento iba a ser el teniente coronel Fulgencio Yegros, que para el efecto debía venir con las tropas que comandaba en las fronteras del Sur. Simultáneamente tenían que sublevarse Cavañas, en las Cordilleras, y Blas José de Rojas en Corrientes.

LA REVOLUCIÓN DEL 14 DE MAYO. Sin esperar la llegada de Yegros, en la noche del 14 de mayo de 1811, los conspiradores de Asunción, bajo el mando del capitán Pedro Juan Caballero, se apoderaron del cuartel principal e intimaron al gobernador la prohibición de la salida del emisario portugués y la accesión de dos asociados hasta tanto la Provincia decidiera en congreso la forma definitiva de gobierno. Tibiamente trató Velasco de resistir la imposición, hasta que el 15 optó por capitular. El 16 fue constituido el gobierno provisional. Velasco continuó al frente del mismo con la incorporación del capitán Juan Valeriano de Zeballos, respetado español, y del doctor José Gaspar de Francia, que había manejado desde la oscuridad los hilos del complot. La revolución había triunfado sin haberse derramado una gota de sangre.

EL CONGRESO DE JUNIO.Poco tiempo permaneció Velasco en el gobierno. El 9 de junio de 1811 fue destituido por los patriotas, acusado de connivencias subversivas con los españoles de Montevideo. El 17 del mismo mes se inauguró el congreso convocado para constituir el gobierno definitivo y estudiar las relaciones con Buenos Aires. Se formó una Junta Gubernativa presidida por Fulgencio Yegros, e integrada por el doctor Francia, Pedro Juan Caballero, Francisco Xavier Bogarín y Fernando de la Mora. También se resolvió aceptar la unión con la antigua capital y demás provincias confederadas, toda vez que se organizara una "sociedad fundada en principios de justicia, de equidad y de igualdad". Francia quedó designado diputado al Congreso general de las provincias, pero su concurrencia se condicionó a la aceptación, por la Junta de Buenos Aires, de exigencias indeclinables: cualquier constitución sancionada por el Congreso general no obligaría mientras no la ratifique otro congreso paraguayo; entre tanto, la provincia seguiría gobernándose por sí misma sin admitir superioridad en Buenos Aires.


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