EL MISTERIO DE ESE PAÍS DIFERENTE
Por ALFREDO BOCCIA PAZ
@mengoboccia
Hace unos días un periodista extranjero me hizo una consulta que surge de tanto en tanto: "¿Cómo es posible que un mismo partido permanezca en el poder en el Paraguay desde hace tantas décadas?" Estoy acostumbrado a esta pregunta, pues este hecho es singular en todo el continente.
No hay una respuesta simple. Sigue faltando una aproximación sistémica desde la historia y la sociología a este fenómeno político que ha tenido tan solo un breve y aislado hiato de continuidad. Una arritmia llamada Lugo.
El caso paraguayo ha sido poco estudiado, es diferente, responde a otras lógicas, es más difícil de entender.
Antes que nada, Paraguay tiene ese bipartidismo histórico, pertinaz, tan irrompible como asimétrico. En Paraguay la política no es un tema ideológico, es una cuestión familiar, afectiva, que se lleva en la sangre, en el apellido y las banderas. ¡Las banderas! El campesino semiesclavizado encontrará en la coincidencia del color de las mismas algún plano de curiosa identidad con su patrón. Habrá allí un guiño surrealista del orekuete.
Desde distintos lugares, con distintas ambiciones, ambos tienen asegurado su lugar en el banquete del Estado. En el Paraguay, el Estado es un coto de caza y los partidos, hermandades de cazadores. La ANR es el Club del Rifle nacional. Quien no entienda esto, debe leer más antropología paraguaya.
El Partido Colorado es, ante todo, un partido de masas, policlasista, con una base social muy difusa, distribuida en todas las capas sociales. A lo largo de su historia se conectó mejor que el Partido Liberal con ciertos códigos intangibles de la cultura popular y se apropió de mitos históricos sobre los que construyó su discurso tradicional. Así, fue lopista, nacionalista, agrarista y militarista y sostuvo el relato de las “reconstrucciones” de Caballero y de Stroessner.
Hasta 1989 fue el partido del dictador. Desde 1989 fue el partido que derrocó al dictador. Esa es una característica clave de su pervivencia en el poder: su capacidad de adaptación a las nuevas circunstancias. Fueron demócratas y ganaron elecciones. El ecléctico credo colorado les permitió, incluso copiar ideas de otras fuerzas. Así, el partido de quienes hacía poco asesinaban opositores en el Plan Cóndor se declaraban ahora “socialistas humanistas” sin ruborizarse. Los que apoyaron a Stroessner salvaron su capital reputacional, declarándose como el partido que trajo la libertad al país y que, además, nos salvó del golpista general Oviedo, otro colorado.
Sin embargo, el secreto de la permanencia en el poder del Partido Colorado es, sobre todo, el haber sabido utilizar a su favor una de las prácticas más comunes y ubicuas de América Latina: El clientelismo político y social. Todo el sistema electoral paraguayo se mueve con este combustible.
El Partido Colorado se apropió del Estado desde los tiempos de Higinio Morínigo, quien inició una campaña de depuración de opositores de las fuerzas militares y la función pública. La Guerra Civil de 1947, con su secuela de persecuciones y exilios, y el posterior stronismo hicieron que, desde la década del cincuenta, todos los funcionarios públicos fueran colorados.
Para los que se negaban a afiliarse quedaba la incierta esfera laboral privada o el desempleo. Esa era la terrible exclusión social que dividía a los paraguayos en dos categorías y que explica que, aún hoy, la ANR tenga 2.616.000 afiliados (el 36% de toda la población paraguaya). La transición cambió ligeramente las reglas de juego, pero no la hegemonía. Una oposición incapaz de diferenciarse hizo copias torpes de ese esquema en los feudos que le tocó gobernar.
Más que un partido político, la ANR es una perfecta máquina de empleos. Va ganando elecciones y demoliendo instituciones. Nuestro destino, una incógnita. Ningún país transitó antes un camino similar.
Fuente: ULTIMA HORA (ONLINE)
www.ultimahora.com
Sección OPINIÓN
Sábado, 15 de Octubre de 2022
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