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WASHINGTON ASHWELL (+)
  LOS SECTORES BÁSICOS DE LA ECONOMÍA PARAGUAYA (WASHINGTON ASHWELL)


LOS SECTORES BÁSICOS DE LA ECONOMÍA PARAGUAYA (WASHINGTON ASHWELL)

LOS SECTORES BÁSICOS DE LA ECONOMÍA PARAGUAYA.

WASHINGTON ASHWELL

 

 

            Su reorganización y desenvolvimiento. Dentro del nuevo orden constitucional, que dejó librada la reanudación de las actividades productivas a las posibilidades de la iniciativa privada, nacional y extranjera, la agricultura, la explotación forestal y la ganadería se constituirán en las fuentes principales de ocupación e ingresos de la población y en los sectores básicos de la economía nacional. Integrarán en su conjunto más del 80 % del total de los bienes y servicios generados por la actividad económica, y, prácticamente, la totalidad de las exportaciones del país. Pero la conformación y comportamiento de cada uno de estos sectores será diferente, pues dependerán del grado de concurrencia del capital extranjero en la configuración de sus patrimonios, las condiciones de participación de la mano de obra local en sus explotaciones, los métodos de producción aplicados y los mercados a que estarán destinados sus productos. Las características particulares de cada sector y el comportamiento diferente de sus explotaciones serán analizados seguidamente.

 

            LA AGRICULTURA        

Ante la imposibilidad de emprender otras actividades con que proveer a sus necesidades, la mayor parte de la población sobreviviente a la hecatombe buscó refugio y su medio de subsistencia en pequeñas parcelas agrícolas en la región central, en torno a la capital y a la vía férrea, la única vía de acceso al interior del país entonces disponible.

            El reasentamiento se inició desde las postrimerías del conflicto y se intensificó después de Cerro Corá. No hubo programas oficiales de parcelación y distribución de tierras. El Gobierno tuvo la oportunidad y los medios para orientar la reubicación de la población desplazada, de modo a asegurar la asignación de predios de superficies adecuadas que pudieran facilitar la recuperación agrícola y posibilitar un nivel de vida satisfactorio para la población rural. El Estado era prácticamente dueño de la totalidad de las tierras del país. De las 16.590 leguas cuadradas en que se estimó la superficie del territorio nacional, sólo 261 leguas pertenecían al dominio privado de sus habitantes.1 Pero el Gobierno no intervino. En su abstención gravitaron dos factores: la cuestión fiscal por un lado, y las ideas dominantes con relación a las actividades productivas por el otro.

            El problema fiscal influía en todas las decisiones de las nuevas autoridades. El Gobierno vivía acosado por la falta de recursos con que cubrir los gastos que demandaba el funcionamiento de la precaria administración oficial. "La renta general (...) aún no alcanza a llenar las erogaciones del sector público", destacaba el Mensaje Presidencial de 1871.2 En esas circunstancias, la venta de tierras rurales, antes que una materia de interés agrícola o social, pasó a ser para el Estado una cuestión puramente fiscal, un medio aplicado para obtener recursos inmediatos para financiar los gastos perentorios de la administración. Al Gobierno sólo le interesaba la venta de grandes extensiones, destinadas más a la ganadería y a la explotación forestal, que podían originar ingresos importantes y no la venta de pequeñas parcelas, de bajo rendimiento y de muy difícil cobro. Y como la población paraguaya no tenía capacidad alguna de pago, el Gobierno sólo pensaba en las ventas a extranjeros y a los proveedores del Estado. La población paraguaya quedó así virtualmente excluida y sin posibilidades de participación en esa gran liquidación del patrimonio inmobiliario del Estado.

 

            EL DESAMPARO DE LA POBLACIÓN RURAL

Al mismo tiempo, en los círculos oficiales se pensaba, de acuerdo con las nuevas concepciones liberales en boga, que la reactivación de la agricultura pertenecía al dominio de la iniciativa privada, esfera en la cual el Gobierno no tenía función alguna que cumplir. Se asumía que las garantías ofrecidas por la Constitución bastaban para estimular la reactivación del sector. Corrientes de inmigrantes afluían al país y se encargarían de la reiniciación y desarrollo de las explotaciones agrícolas, con técnicas más avanzadas y con recursos de capitales más amplios. Con ese fundamento, todos los privilegios y beneficios eran para el inmigrante, y nada para el agricultor nativo. La propia Constitución obligaba al Estado a fomentar la inmigración. Según el manifiesto del Gobierno Provisional, la inmigración era presagio de progreso, "vanguardia pacífica despachada como partida exploradora sobre la tierra que quiere favorecer con sus dones, sus artes y sus grandezas".3 La población nativa formaría el peonaje a ser empleado en las explotaciones agrícolas, ganaderas, forestales e industriales que iniciarían los inmigrantes y el capital extranjero. Integrarían el fondo de trabajo del cual saldría la mano de obra indispensable para el aprovechamiento de los recursos naturales y para el florecimiento de las inversiones que se efectuarían en el Paraguay al amparo de las seguridades y garantías otorgadas por la Constitución.

            La idea de favorecer la inmigración y de ignorar las posibilidades y necesidades del agricultor nativo será por muchos años el criterio dominante en las decisiones oficiales. "El extranjero es el elemento civilizador que, trayendo la industria, la ilustración y el comercio, decía un diario de la época, son fuerzas motrices que dan poderosísimo impulso al adelanto moral y material. Sin el extranjero no tendrían porvenir estos pueblos". 4

            "El Paraguay, si quiere ser regenerado, repetirá José Segundo Decoud, uno de los ideólogos del período de posguerra, necesita seguir el ejemplo de España en otros tiempos y modernamente de los Estados Unidos y de la mayor parte de los países de Sudamérica.... Es el extranjero. . . el que infundirá un nuevo espíritu en la masa de nuestras poblaciones, como Roma en otros tiempos llevó al mundo entero que había conquistado, su civilización, sus leyes y sus costumbres".5 Con estas ideas que prevalecían en los círculos oficiales, la población nativa no recibirá más ayuda que la que con sus propios medios podía ella misma procurarse.

 

            ORIGEN Y DESARROLLO DEL MINIFUNDIO

Librado así a la iniciativa y posibilidades de una población exangüe y sin recursos, el reasentamiento rural fue anárquico y desordenado. La población desplazada procuraba aprovechar las viviendas abandonadas, la vecindad de alguna parcela ya ocupada o simplemente las tierras que mostraban alguna evidencia de haber sido anteriormente cultivadas.

            Las pesadas tareas de la reiniciación de los cultivos y de la reconstrucción del hogar campesino fueron acometidas por las mujeres. A falta de hombre aptos, ellas asumieron las responsabilidades de cabezas de familias para buscar el sustento de los hijos y de los mayores. Refiriendo lo observado en la zona de San Cosme, en las Misiones, un investigador extranjero, Keith Johnson, escribió en 1874: "Durante la guerra, la totalidad de la población de este partido se trasladó al distrito de Yuty. Pero una especie de reéxodo tuvo lugar en 1869, cuando cerca de 300 mujeres retornaron a su viejo distrito, cada una de ellas llevando un poco de granos o semillas vegetales para recultivar sus chacras".6

            La superficie que cada grupo familiar se reservaba era mínima, una o dos hectáreas para producir alimentos o para aprovechar la vecindad de un árbol frutal, resto de pasadas épocas. La vecindad de los cocoteros era particularmente codiciada, porque proveían una base inmediata para la alimentación familiar. Con esas precarias parcelas se reiniciaron las actividades agrícolas. La explotación de predios mayores era imposible. Faltaban instrumentos de labranza, agricultores experimentados y mano de obra más abundante. Bajo la presión de aquella coyuntura aciaga, nació y se desarrolló el minifundio que hasta hoy subsiste en la región central del país. Era la única alternativa accesible a una población desesperada y cargada de necesidades. Privada del acceso organizado a la explotación de la tierra, no tuvo otra opción que la de instalarse en condiciones precarias, sin título de dominio alguno, en pequeñas parcelas de tierras abandonadas y sin dueños aparentes.

            La proliferación de las pequeñas explotaciones agrícolas se acentuó con la distribución que en 1876 hizo el Gobierno de lotes mínimos de una cuadra (0.7 hectáreas) cada uno. Fueron adjudicados "en propiedad, gratis e in perpetuo", como decía la ley, a los agricultores que se hallaban instalados en propiedades fiscales (Ley del 15 de diciembre de 1876). Los beneficiarios tenían derecho a adquirir, dentro de los dos años siguientes, quince cuadras adicionales de terrenos adyacentes. Vencido ese plazo, el derecho de compra caducaba. Más que un derecho concedido, era ese un emplazamiento legal al agricultor para que pagara los terrenos que ocupaba, en el plazo perentorio de dos años. Vencido ese plazo y si el agricultor no hacía efectiva la compra, sus derechos quedaban reducidos a la mínima superficie de una cuadra que se le había cedido gratuitamente.

            La misma ley ofrecía a las personas que querían iniciarse en las actividades agrícolas, sean nacionales o extranjeras, lotes de 8 cuadras o sea 5.6 hectáreas. La cuarta parte de esa superficie, dos cuadras o 1.4 hectáreas, eran cedidas gratuitamente en propiedad. Las 3/4 partes restantes debían ser pagadas en un plazo de 5 años. Comparadas estas condiciones con las ofrecidas a los agricultores ya establecidos, eran más favorables, tanto por la superficie ofrecida gratuitamente como por los plazos de pago más amplios. La causa de esta diferencia era puramente fiscal. Se sabía que el ocupante no tenía capacidad de pago ni posibilidades de compra de los terrenos que le eran ofrecidos. En cambio, los nuevos agricultores sí podrían tenerlas. En estas ventas al Gobierno le interesaba sólo captar recursos para cubrir sus gastos. En ambos casos, la dimensión de los lotes era reducida, y caían dentro de la categoría de minifundios.

            En esas pequeñas parcelas, concentradas en su mayor parte en la región central del país, subsistirá y se multiplicará la gran mayoría de la población paraguaya en el período de posguerra. Abrigaban quizás la esperanza de que alguna vez, algún Gobierno restablecería los derechos anteriores del fácil acceso a la explotación de la tierra, para entonces poder reconstruir el bienestar y la prosperidad del hogar campesino.


            EL COMIENZO FUE PENOSO

Con la guerra se habían perdido no sólo la casi totalidad de la población masculina adulta, sino también el acervo de la técnica y los procedimientos agrícolas, y todo el utilaje necesario para los cultivos. "La población, diezmada y dispersa, describió Moreno, al volver al hogar deshecho, tenía que crearlo todo; en las viejas heredades, donde reinó la abundancia, habían desaparecido hasta los animales domésticos. Un instrumento de labranza era signo de bienestar".

            Apremiada por las necesidades y las dificultades comunes, la población rural encontró su mayor fuerza en la cooperación y la ayuda mutua practicadas en el pasado. La actividad de cada núcleo familiar dependía del apoyo y la generosidad de los grupos contiguos. Las escasas herramientas y semillas recuperadas eran compartidas por todos los vecinos. Y con ese esfuerzo mancomunado y solidario, los cultivos fueron extendiéndose, poco a poco, en torno a cada asentamiento familiar.

            Cuando hacia fines de 1869, el Gobierno Provisional hizo levantar un empadronamiento de la población rural y de sus sementeras, en los 16 partidos que abarcó la operación, se encontró que 21.320 pobladores, unas 5.100 familias, habían cultivado 754.334 liños de 100 varas de longitud cada uno, aproximadamente 5.240 hectáreas o poco más de una hectárea por familia.8 La superficie así cultivada era insignificante comparada con los 13 millones de liños que semestralmente se sembraban en el período de anteguerra. Sin embargo, su importancia era grande. Representaba el primer síntoma de renacimiento de la economía paraguaya, gestado exclusivamente por el esfuerzo de sus hijos más preteridos y abandonados.

            Las sementeras empadronadas incluían plantíos de tabaco, maíz, mandioca, porotos, habillas, caña de azúcar, maní, arroz, batata, zapallo y sandía, cultivos todos de subsistencia iniciados con las pocas semillas que se pudieron recuperar. El cuadro siguiente muestra la distribución geográfica de esa población y sus cultivos:9

 

 

            La concentración de las población en la región central aumentó con el traslado compulsivo que dispuso el Gobierno en septiembre de 1869, de "toda la gente desamparada y sin sustento" que llenaba las calles de la capital. 10 Explicó al respecto el Mensaje Presidencial:

            "Los habitantes de todos los departamentos de la República, asustados con los desbordes cometidos en sus propias casas, y en sus personas (...), aniquilados por tantos padecimientos, se descolgaron de las sierras, cruzando los montes y los campos a pie, en el último estado de dolencia, desnudos y hambrientos, y otros quedando muertos a millares por los caminos públicos y en los desiertos, sin haber podido soportar el peso de las fatigas, las enfermedades y todo número de penurias".11

            El estado de esas gentes era desesperante. Abrumadas por la miseria afluían a la capital, que era el centro de mayores recursos y asiento del Gobierno. Se encontraban reducidas "a la triste situación de mendigos, sin casa, sin hogar, sin familia y exánimes hasta para poder tender la mano al transeúnte implorando caridad", según lo refirió la Memoria del Ministro de Hacienda de 1870. Decoud añadió lo siguiente:

            "El hambre y la desnudez de aquellas (personas) eran tan grandes, que se llegó al extremo de no poder transitar libremente por las calles de la Asunción, sin ser acosados por grupos de ancianos e infelices mujeres, llevando muchas de ellas, en brazos famélicas criaturas, e implorando una limosna por el amor de Dios.

            Los hoteles, restaurantes, bodegones, etc., eran invadidos en las horas de comer por centenares de aquellas gentes que se arrodillaban, unas, alrededor de las mesas, y otras extendían sus brazos entre las rejas de las ventanas clamando, en doliente y apagada voz, por un bocado de pan".12

            En vez de organizar un programa de ayuda para aliviar las penurias de esa desdichada población, el Gobierno decidió evacuarla a los campos vecinos "para evitar problemas sanitarios" en la capital. Cientos de personas eran conducidas diariamente por ferrocarril y abandonadas en las estaciones sucesivas de la vía, dejándose a las autoridades locales la responsabilidad de reorientarlas hacia las áreas interiores.

            Posteriormente se volcaron a la misma zona los núcleos de población que se habían instalado en la región de Misiones.13 En este caso el problema no era de necesidades. Estos grupos tenían ya cultivos, establecidos y cosechas por levantar. Se alegó la conveniencia de concentrarlos en un área más cercana a la capital para facilitar la prestación de ayudas. Pero el verdadero interés fue el de limpiar de ocupantes los ricos pastizales misioneros para cederlos a los ganaderos correntinos que habían iniciado en esa zona operaciones de engorde de ganado para el abastecimiento de los ejércitos aliados y del consumo local.

            La reactivación de los cultivos fue restableciendo progresivamente el intercambio natural entre el campo y la ciudad. Los centros urbanos comenzaron a recibir parte de los excedentes de la producción de las áreas rurales circundantes, y el campesino a encontrar en la ciudad no sólo el mercado para sus productos, sino también el abastecimiento de los artículos que sus necesidades demandaban. Los mercados comenzaron a reactivarse en los espacios abiertos de las plazas o en las mismas sedes de los antiguos mercados, primero ocasionalmente, y luego ya con regularidad diaria. Las calles de la capital pasaron a ser nuevamente recorridas por vendedoras y burreras que de puerta en puerta llevaban, con la oferta de los productos de sus cultivos, el alimento indispensable para el sustento de la población urbana. "Cientos de mujeres, refirió Johnson, cada una llevando en su cabeza una canasta con ciertas mercancías comercializables, vegetales, huevos, leche, tabaco o un pan a base de harina de mandioca llamado "chipá", se trasladaban a la Asunción desde las zonas circunvecinas todas las mañanas y ocupaban "plazas" abiertas durante el día, para retornar a sus casas al atardecer".14 Durante mucho tiempo, el interés predominante de las vendedoras fue cambiar sus productos por ropas y enseres domésticos usados.

            En esa etapa inicial, las ciudades terminaron albergando sólo a una minoría pequeña de la población. Hacia 1874, la población de la Asunción era de aproximadamente 10.000 habitantes, contando los 3.000 soldados brasileños que vivían en los cuarteles de los suburbios. La mayor parte de los habitantes, más del 90%, se había refugiado en áreas rurales o en poblados y ciudades menores del interior. Según el censo del año 1886, el 82% de la población mayor de 14 años se dedicaba a la agricultura.15 Esta concentración demográfica en las áreas rurales irá disminuyendo más tarde con la reactivación de los centros urbanos y la emigración rural.

            Esa restauración desordenada de las actividades agrícolas resultó eficiente para proveer de albergues y alimentos a una población agobiada por las necesidades que arrastraban. Pero con el transcurso del tiempo, la reducida dimensión de los predios y la concentración minifundiaria en un área limitada del territorio, se convertirán en el mayor obstáculo para la expansión e intensificación de los cultivos, tanto para abastecer adecuadamente el consumo de una población en constante crecimiento, como para aumentar los márgenes destinados a la exportación.

 

            CARACTERÍSTICAS DE LA PEQUEÑA EXPLOTACIÓN AGRÍCOLA

Las parcelas ocupadas eran intensamente cultivadas. A pesar de ello, el rendimiento logrado era reducido. Proveía apenas el alimento indispensable para el sustento de la familia campesina, y un excedente limitado que se comercializaba localmente. Como no se abonaban las tierras, ni se las proveía de un periódico descanso para su reposición, su agotamiento era progresivo, con la consiguiente pérdida de capacidad para sustentar a la población asentada en ellas. El deterioro se intensificaba con el crecimiento de la población rural y la imposibilidad de expandir el área bajo cultivo por la apretada aglomeración de fincas minifundiarias. Cada parcela lindaba con otras también intensamente trabajadas.

            La pequeña agricultura es, en el Paraguay y en todas partes, una explotación de subsistencia. Es el medio que asegura el sustento del núcleo familiar que la trabaja. Se caracteriza por ser una unidad que produce con trabajo no remunerado, ya que la familia provee toda la fuerza de trabajo que demanda la explotación. Miles de jornadas y faenas incorporadas a la producción son realizadas por las mujeres y los niños, que desarrollan, además, un sinnúmero de otras tareas que estrictamente no son productivas, pero que ahorran gastos y permiten a la familia vivir con ingresos que estadísticamente serían no ya insuficientes sino hasta ridículos. En esto radica la capacidad de la unidad familiar campesina para entregar al mercado productos a precios sensiblemente inferiores a los que se necesitarían para inducir la producción empresarial.

            Pero la granja familiar no constituye una explotación de autoconsumo o autárquica, ya que una proporción variable de los elementos y bienes que requiere la explotación o consume la familia, debe ser adquirida externamente por trueque o por compra. Por este motivo, la unidad familiar debe necesariamente participar en el mercado de bienes y servicios como oferente de productos y/o de fuerza de trabajo. Para el efecto, produce, en primer lugar, el alimento que consume el grupo familiar, y luego, un excedente, generalmente pequeño, que comercializa externamente. Las ventas al mercado tienen por objeto obtener recursos para financiar la compra de bienes que complementan la alimentación y la vestimenta de la familia campesina y, si el precario rendimiento lo permite, la adquisición de las semillas y el utilaje adicional que la explotación requiera.

            Aproximadamente, las dos terceras partes de la producción de la parcela se destinan al autoconsumo, y sólo el tercio restante va al mercado. La producción para el mercado es el complemento que se expande o se contrae a expensas de los cultivos de subsistencia, de acuerdo con las condiciones de la demanda y de los precios de plaza. Aun en las condiciones de precios más favorables, las posibilidades de expandir los cultivos comerciables resultarán limitadas por la superficie reducida de los predios. Existe un límite infranqueable más allá del cual no se pueden comprimir los cultivos de subsistencia sin comprometer la alimentación familiar. Más allá de ese límite, los aumentos de precios no resultan eficaces para inducir aumentos adicionales en la producción de bienes comerciables, que sólo podrían lograrse con la incorporación de nuevas explotaciones y no con la intensificación de las existentes.

            Para justificar la ineficacia del mecanismo de los precios para inducir los aumentos buscados de la producción agrícola de bienes comerciables, los teóricos paraguayos del liberalismo han inventado el argumento de la desidia y la indolencia de la raza. Se ha dicho que "el carácter indolente de la masa de nuestra población, el poco o ningún incentivo que hay en la generalidad para acumular riquezas eran los factores retardatarios de la producción. "El agricultor paraguayo, se decía, se limita a plantar una cantidad reducida, y cada año siembra exactamente igual al anterior. Con este sistema no es posible concebir progreso alguno". El mismo argumento se seguirá repitiendo por décadas. Con justificada indignación, Genaro Romero, un apóstol del agro paraguayo, reclamará más tarde, cón vehemencia:

            "He oído de labios de los teorizadores y calculistas, opiniones irreflexivas y críticas injustas sobre el labrador nacional, como las siguientes:

            Que es holgazán por naturaleza, que se contenta con plantar unos liños de mandioca, algunas plantas de tabaco, maíz y porotos alrededor de su rancho. Que es muy afecto a los bailes y a los juegos de naipes y que muchos apenas la mitad del año se dedican al trabajo. Que la mujer se ocupa más de la capuera que el hombre; que éste se despierta tarde, le agrada dormir largas siestas y pasar las horas de las faenas agrícolas jugando a las barajas, divirtiéndose a los sones del acordeón o cantando con la guitarra. Que lo ignora todo y que siembra hoy como ha visto sembrar a sus padres o siguiendo consejos generalmente malos, que le han sido referidos. No tiene seguridad respecto a las semillas que debe emplear; no sabe cuál de los frutos le dará mayor rendimiento; imita sencillamente lo que en su rededor ha observado; corta el fruto antes de que madure, perjudicándose así y causando males al país, pues los productos llegan a ser después considerados de calidad inferior en los mercados consumidores".16

            Según lo explicó el mismo Romero, la acción del agricultor se desarrolla siempre en reducida escala por múltiples factores limitantes. Salvados éstos, o si tuviera a su alcance medios y conocimientos adecuados, podría aprovechar mejor las posibilidades del suelo fértil que trabaja. "Entregado a sus propios esfuerzos, destacaba, sin guía, sin métodos, sin instrucción agrícola, no puede menos que seguir un sistema irracional, haciendo uso de los procedimientos primitivos y rutinarios."17

            Los estudios contemporáneos han venido a corroborar los argumentos de Romero. El verdadero factor determinante del ocio criticado es, nuevamente, la mala distribución de la tierra. La reducida dimensión de los predios impide la ocupación más intensiva de los miembros de las familias que en ellos viven. "La mano de obra (disponible) no es utilizada al máximo ", señala Weitz en su estudio de la pequeña explotación rural. "Los trabajadores están sólo ocupados en los picos de la temporada, y durante el resto del año pasan largos períodos casi de brazos cruzados".18 En el Paraguay los períodos de picos sólo se producen en los meses de febrero, agosto, septiembre y noviembre.

            Que el agricultor utilice los momentos de desocupación involuntaria para desahogar sus penas y sus frustraciones con el canto, el juego o el baile, son virtudes que debieran más bien encomiarse, ya que traducen su inclinación pacífica, su resignación a una dura subsistencia que no está en sus posibilidades superar. No tiene otras opciones. No podría realizar sus aspiraciones de mejor bienestar mediante una mayor dedicación al trabajo porque su reducida disponibilidad de tierra no le permite hacer más y porque en las zonas vecinas no existen oportunidades de empleo en que ocuparse, aunque sea en los meses de receso de sus actividades propias. Si algún día decidiera buscar por la vía de la violencia, como último y desesperado recurso, la reivindicación de sus derechos sobre la tierra que trabaja y la solución de las estrecheces de su penoso subsistir, el costo social y las pérdidas materiales y de vidas humanas podrían ser altísimos. La experiencia de la Revolución Mexicana así lo ha demostrado.

            Ese persistente afán de denigrar al agricultor nativo y de exaltar al inmigrante extranjero como factor de civilización y de progreso traducía no sólo una preocupación económica sino también un interés político de los nuevos grupos dominantes de la capital. La población rural constituía la mayoría de la población. Y si el Gobierno debía ser representativo, como establecía la Constitución, los gobernantes debían ser los representantes de la población rural que era la mayoría. Pero si la población rural era incapaz, holgazana, viciosa y carente de todo interés para el progreso y la acumulación de riquezas, como se decía, para bien del país, el Gobierno debía ser ejercido por una minoría ilustrada, capaz de realizar una labor civilizadora y redentora de un pueblo más numeroso pero menos capacitado y emprendedor. Con este fundamento, la política iniciada en 1869, al amparo de las ideas liberales, no condujo al país a la vigencia de la democracia, sino al dominio directo o indirecto de las oligarquías, a la substitución de las mayorías populares por las minorías notables y decentes de las ciudades. Ellas ignorarán a la población rural y se preocuparán por la inmigración, por el libre comercio y la iniciativa privada, con la equivocada convicción de que alentaban miras superiores que beneficiarían a toda la nación. Así vivirán, durante años, de espaldas al pueblo. Entre tanto, la población rural quedará marginada, criticada e injustamente librada a su dura suerte. Aun cuando constituirá la mayoría de la población y el sector económico que con su trabajo hará el mayor aporte a la formación de la renta nacional, no llegará a organizarse ni tendrá representación, voz ni voto en las decisiones nacionales. Vivirá política y económicamente aislada, esperando quizás que una verdadera reforma agraria, alguna vez le reivindique sus legítimos derechos y le permita una participación, más activa e influyente en la conducción y el desenvolvimiento del país.

            El producto y la productividad de la pequeña agricultura son bajos, a causa de la reducida dimensión de los predios y de la técnica deficiente que se aplica en los cultivos. El minifundio padece de una anemia crónica de capitales. La inversión que el agricultor puede realizar en la explotación es mínima, siendo la tierra y el trabajo humano los factores determinantes de la productividad y la producción. La técnica que emplea es rudimentaria y primitiva. Está basada en el fuego para la limpieza de los campos y en el uso de la azada y el machete como principales instrumentos de labranza. El uso del arado para la roturación de la tierra será reducido. Hacia 1920, refería Schurz: "En una chacra típica, los instrumentos esenciales constituían un machete y una azada. Agréguese una barraca, un rastrillo de mano y un arado primitivo estirado por bueyes, y su disponibilidad de instrumentos se completa. Con éstos, como expresó un joven romano que administra una de las empresas más grandes del Paraguay, el paraguayo se dedica a la agricultura como en los tiempos de Cincinatus".19

            La escasa productividad de las explotaciones afectará no sólo el nivel de vida de la población rural, sino que limitará también las posibilidades del comercio y las industrias locales, que no encontrarán en el campo un mercado amplio para la colocación de sus productos. Para estos sectores, el desarrollo del sector rural sería de elevado interés. Ampliaría considerablemente el horizonte de sus operaciones. Como la oferta global de productos agrícolas, que determina el poder de compra del sector, se integra con la suma de pequeños aportes que no pueden aumentar substancialmente en el corto plazo, una población rural como la del Paraguay, compuesta en su gran mayoría por pequeños productores minifundistas, no podría llevar al mercado masas considerables de productos ni ocasionar una gran demanda de bienes manufacturados. Pero no todos los sectores de la economía podrían tener el mismo interés por la prosperidad agrícola. El floreciente comercio de importación de trigo, por ejemplo, no tenía por qué abrigar ningún interés en el aumento de la oferta local de productos alimenticios. Igualmente, otros sectores temían que la prosperidad agrícola pudiera afectar la rentabilidad de sus explotaciones. Con una población reducida, como la del Paraguay, si ésta fuese más intensamente absorbida por una agricultura próspera, se reduciría el fondo de trabajo al cual recurrían para llenar sus necesidades. La economía agrícola de subsistencia era la fuente de suministro y reposición de la mano de obra asalariada que ocupaban. Los bosques y los campos valdrían menos sin la disponibilidad de la mano de obra barata que se movilizaba para su laboreo. Se elevaría el nivel de los salarios y los costos de producción. Se reduciría la rentabilidad de las explotaciones, y se trasladaría forzosamente a los trabajadores rurales y al sector obrero una parte mayor del excedente que generaba la actividad económica. Por esto, la resistencia a una distribución más equitativa de la tierra tenía, entre otras causas, esa raíz.

            Esta divergencia de intereses pudo haber tenido una mejor solución con el desarrollo intensivo del sector agrícola antes que con el mantenimiento de su retraso. La disponibilidad más abundante de mano de obra debía haber quedado resuelta con la mayor afluencia de inmigrantes que buscó la política demográfica del Gobierno. Pero su resultado fue un completo fracaso. El ingreso de inmigrantes agricultores y obreros fue mínimo. Las expectativas optimistas se vieron frustradas por los bajos salarios que prevalecían en el país y por la rudeza y la baja rentabilidad de las faenas agrícolas, que las hacían poco atractivas para los migrantes del exterior. La otra salida pudo haber sido la liberación de un mayor número de trabajadores rurales mediante el aumento significativo del área cultivada por cada campesino y la aplicación de técnicas de cultivo más desarrolladas. Los recursos que se destinaron al fomento de la inmigración hubieran tenido resultados mucho más positivos si se hubiesen usado para esos efectos. La mayor productividad de cada campesino hubiera permitido a un número cada vez mayor de ellos abandonar el campo sin afectar las actividades agrícolas y la posibilidad de incrementos continuos en su producción. De ese modo se hubiese facilitado el desplazamiento y la incorporación de trabajadores rurales a los otros sectores de la economía, que tenían necesidades crecientes de mano de obra para el desarrollo de sus actividades, sin afectar con ello la producción del sector agrícola.

            Al no haberse seguido ese camino, la rigidez de los niveles de producción y de la capacidad de compra del sector rural tendía a perpetuarse, en la ausencia de una activa y decidida acción del Estado que modificara el régimen de tenencia de la tierra y facilitara, además, mediante la ayuda crediticia y la asistencia técnica, la incorporación de métodos más avanzados de producción en las explotaciones rurales. Los esfuerzos del productor, por sí solos, nunca podrían ser suficientes para superar esa situación. Cualquier actividad productiva sólo puede desarrollarse cuando una parte de su producción no es consumida sino reinvertida, de modo que contribuya a aumentar su capacidad productiva. Y en las pequeñas explotaciones agrícolas, las posibilidades de que esas inversiones se realicen son no sólo mínimas, sino imposibles. No tienen de donde ahorrar para invertir. Los rendimientos y los ingresos son siempre bajos. Apenas alcanzan para cubrir las necesidades más apremiantes de una dura subsistencia. Casi la totalidad de la producción y el ingreso deben destinarse al consumo. La formación de ahorros y su aplicación al mejoramiento de la capacidad productiva resultan por ello muy difíciles. La falta de inversiones impedirá la incorporación de mejores técnicas que aumenten los rendimientos del esfuerzo productor. Y este círculo vicioso, de baja productividad por falta de inversiones, y de ausencia de las inversiones por falta de capacidad de ahorro, determinará el estancamiento de la productividad agrícola y el mantenimiento de la población rural en un bajo nivel de subsistencia.

            La falta de títulos de propiedad de los predios ocupados será otro factor que incidirá negativamente sobre las actividades agrícolas y sobre las condiciones de vida de la población rural. La gran masa campesina estará formada por agricultores que cultivan tierras que no les pertenecen y que las ocupan a título precario. La incertidumbre de la ocupación precaria desalentará la ejecución de mejoras permanentes en los predios. "Los que no poseen solares propios, escribió Genaro Romero, no tienen entusiasmo por el adelanto, porque temen que el propietario, el arrendatario o algún intruso cualquiera, un día menos pensado venga a despojarlos de repente de las tierras que ocupan, y aprovechen lo que ellos consiguieron clavar y plantar con sacrificios y sudores".20 Las viviendas serán mínimas, un rancho de una sola habitación, sin ninguna clase de servicios higiénicos. La producción se concentrará en los cultivos de corto ciclo. No se efectuarán cultivos de más largo período de maduración, como los frutales. Esto afectará no sólo los consumos habituales de la familia campesina, sino también sus niveles de ingresos, que podrían beneficiarse con el refuerzo de los rendimientos mayores de los cultivos de más largo plazo.

 

            LA EMIGRACIÓN RURAL

El deficiente régimen de tenencia de la tierra será, además, un factor determinante de la emigración rural. La reducida dimensión de los predios hace que la explotación resulte insuficiente para dar trabajo pleno e ingresos razonables a todos los integrantes de la familia campesina. El número de miembros que la integran, regularmente excede los requerimientos de mano de obra de la pequeña parcela que ocupan. Si la finca puede ser adecuadamente cultivada por tres personas, y la familia está compuesta de cinco miembros, tres personas estarán económicamente ocupadas y las dos restantes estarán subempleadas o en una situación de desempleo disfrazado. Los dos miembros subempleados podrían abandonar la finca sin afectar su capacidad productiva.

            A pesar de esa circunstancia, el campesino defiende y protege la unidad familiar. Recurre a la reducción de la carga de sus miembros sólo en casos extremos y ya desesperantes. Cuando los bajos rendimientos de la pequeña explotación no alcanzan a cubrir las necesidades más apremiantes del grupo, uno o más de los hijos saldrán a buscar en las localidades cercanas o en la capital, ocupaciones temporales o estacionales para reforzar el magro ingreso familiar. Si la situación de insuficiencia se vuelve más aguda y endémica, la carga familiar se reducirá mediante la emigración de algunos de sus miembros, principalmente de los varones, de los más capaces. La mala distribución de la tierra será así el factor que continuamente obligará a la población rural al éxodo hacia las ciudades y hacia el exterior.

            El estancamiento de la agricultura y la más alta tasa de crecimiento de la población rural contribuirán a acentuar la presión demográfica sobre el área cultivada y a intensificar el éxodo rural hacia las ciudades. Al no poder aumentarse fácilmente la superficie de cultivo, la mayor parte del incremento poblacional de las zonas rurales no podrá ser absorbida por la agricultura y deberá forzosamente buscar ocupación en los otros sectores productivos o en los centros urbanos. Menos del 30 % de los emigrantes rurales encontrarán trabajo en las actividades productivas y comerciales. Y el resto, es decir más del 70 %, tendrá que aceptar empleos marginales en pequeños comercios, pequeños talleres artesanales o colocarse como criados en casas particulares, realizar trabajos ocasionales mal pagados o emigrar al exterior.

            El éxodo continuo de trabajadores rurales hacia los centros urbanos y, principalmente, hacia la capital, hará que la oferta de mano de obra en los sectores comerciales e industriales exceda permanentemente a la demanda, y gravitará intensamente en la compresión de los salarios del obrero paraguayo a un mísero nivel de subsistencia. La remuneración que le será pagada al trabajador le resultará insuficiente para el sustento familiar. No necesitará cubrir el costo de reposición de la población obrera, porque el sector agrícola se encargará de proveer continuamente toda la mano de obra adicional que pudiera necesitarse. La enorme reserva de mano de obra barata que constituía el sector rural actuaba como un factor depresivo de los salarios industriales. Resultaba además un poderoso freno para la organización y la mayor disposición de lucha de los núcleos de obreros urbanos. En esas circunstancias, el problema del salario obrero en el Paraguay no podría tener solución satisfactoria mientras no se resuelva adecuadamente la cuestión de la tenencia de la tierra de la población rural.

 

            LA ECONOMÍA DUAL

Finalmente, la preponderancia de la agricultura minifundista y de mera subsistencia determinará en el país la formación de una economía dual, integrada por dos sectores de características y comportamientos distintos. Por una parte por la agricultura de subsistencia, que operará en gran medida al margen de la economía monetaria y de mercado, y por la otra, el sector comercial, vinculado directa o indirectamente al comercio exterior y al sector público, que negociará sobre bases monetarias, y absorberá prácticamente todo el financiamiento bancario disponible. En consecuencia, el área monetaria, es decir, aquella que utiliza el dinero como medio de pago y de cuenta, será reducida y abarcará sólo un porcentaje limitado del total de las transacciones que anualmente se realizan en el país. Por el bajo índice de monetización, el volumen del dinero que demandará la economía en su conjunto, será igualmente reducido. El medio circulante que podrá absorber sin que se originen presiones sobre el nivel de los precios internos, o sobre la balanza de pagos, tenderá a ser una proporción baja del producto interno. Mientras en los países subdesarrollados, el medio circulante representará del 10 al 15 % del producto interno, en los países industriales esta relación se elevará hasta casi el 50 %, como es el caso de los Estados Unidos de Norteamérica. Esa reducida dimensión del área monetaria hará que las posibilidades de influencia de la política monetaria y crediticia sobre los niveles de producción e ingresos del área rural sean muy limitadas. Las expansiones crediticias beneficiarán exclusivamente al sector monetario, y se traducirán principalmente en el aumento de la demanda y consumo de bienes importados, y en el desequilibrio de la balanza comercial.

 

            LOS CENSOS AGRÍCOLAS 

Durante el Gobierno de los López, era corriente la práctica de censos periódicos para verificar el estado de los cultivos y las perspectivas de la producción agrícola. Esta práctica se reanudó, aunque ya con menor regularidad y frecuencia, después de 1869, y se mantuvo hasta 1900, en que se divulgaron los resultados de los últimos censos de población, agrícolas y ganaderos. De 1904 a 1944 no se hizo en el país ningún censo agrícola que permitiera conocer la situación del productor rural, a pesar de los intensos cuestionamientos formulados sobre la materia. En 1921, el Director de Estadísticas hizo un intento parcial de reconocimiento del estado de la propiedad rural y de la distribución de la tierra en el país. Utilizó exclusivamente la información compilada en el Registro General de la Propiedad. Consecuentemente, el estudio abarcó sólo las propiedades tituladas e inscriptas en ese registro. Excluía a todos los ocupantes, inquilinos y aparceros que formaban la gran mayoría de los productores agrícolas. Tampoco tomaba en consideración a los propietarios, que podían ser dueños de dos o más propiedades registradas. No obstante esas limitaciones, el resultado de la investigación fue dramático. Puso en evidencia la aguda concentración de la propiedad rural en los grandes latifundios, y la proliferación del minifundio entre las explotaciones agrícolas. De las 38.348 propiedades rurales inscriptas, 3.378 ocupaban menos de una hectárea, por lo que se estimó que correspondían a lotes habitacionales de los municipios interiores. De las 34.970 propiedades restantes, 17.315 tenían una superficie de 1 a 10 hectáreas, y abarcaban en total un área de 78.765 hectáreas. De ellas 11.788 (el 68 %) tenían menos de 5 hectáreas. En el otro extremo, 136 propiedades de una superficie mayor de 50.000 hectáreas abarcaban en su conjunto una superficie de 15.380.008 hectáreas, y pertenecían a un número considerablemente menor de propietarios.21 Rodolfo Ritter estimó que no pasaban de 60. Si se considera para esa época una población de 700.000 habitantes, las cifras indicarían que menos del 5 % de los habitantes del país tenían casa o chacra propia. El paraguayo era un virtual paria en su propia patria.

            Un verdadero censo agrícola sólo pudo realizarse después del desplazamiento del liberalismo del poder. Fue llevado a cabo en 1944, por el Ministerio de Agricultura, con la colaboración del Servicio Técnico Interamericano de Cooperación Agrícola (STICA). Sus resultados mostraron un cuadro deprimente del sector. De las 94.495 explotaciones rurales que abarcó el censo, 73.329, o sea el 77.6 % correspondía a arrendatarios y ocupantes. El 48.5 % de las chacras censadas tenían menos de 5 hectáreas. Solamente una de cada tres chacras tenía arado de hierro. El promedio de la superficie cultivada era de 3.5 hectáreas por chacra. La superficie total de las chacras censadas representaba apenas el 5 % de la superficie total del país, y el área efectivamente sembrada menos del 1 %, exactamente el 0.82 %. De las 172.201 casas censadas, sólo 10.166, o sea el 6 %, eran de material, y el resto simples ranchos de paredes de barro y techos de paja.22 No sólo no se había resuelto la mala distribución de la tierra laborable, sino que el problema y sus consecuencias negativas sobre el nivel de vida de la población rural se habían acentuado notablemente.

 

            LA UNIDAD AGRÍCOLA MÍNIMA ÓPTIMA.

La situación de desamparo en que se encontraba la población rural se hace más patética si se considera que para que una familia campesina pueda tener un nivel de vida aceptable, según las experiencias realizadas por el STICA en granjas experimentales, necesita de una superficie mínima de 15 hectáreas: 1 hectárea para la casa, huerto y establo; 2 para piquetes, 2 para forrajes de animales; 2 para cultivos de subsistencia, y el resto, o sea 8 hectáreas, para cultivos de renta. 23 Prácticamente, la totalidad de las unidades agrícolas del país, excluido el reducido grupo de la agricultura empresarial de la caña de azúcar y el arroz, y algunas colonias extranjeras, disponían de una superficie menor que la necesaria para lograr ese nivel de vida razonable.

            Cabe destacar que la redistribución adecuada de la tierra es un requisito indispensable, pero no suficiente, para resolver el problema agrario. Necesita del complemento del apoyo creditico y de la asistencia técnica al agricultor para incrementar efectivamente su capacidad productiva. Señalaba un informe del STICA, que para que una familia de 5 miembros (con 2 hijos en edad de trabajar) pueda cultivar un total de 10 o 12 hectáreas era absolutamente necesario que utilice diversos implementos, por ejemplo, un arado de hierro, una sembradora, una cultivadora y un pulverizador, así como el uso cooperativo entre tres o cuatro agricultores de una rastra de discos y otra de púas. Las 8 hectáreas destinadas a cultivos de renta son las que proporcionarían al agricultor los fondos necesarios para amortizar en un período de 15 años una casa más confortable y otras mejores prediales; en 5 años, los animales e implementos de labor, y proveer, además, las necesidades familiares que la producción de la chacra no alcanza directamente a abastecer, como ciertos comestibles, vestidos, atención médica, etc.

            Los beneficios posibles de una política agraria orientada a tales objetivos resultan evidentes. No sólo se cultivarían más hectáreas por cada trabajador del agro, sino que los rendimientos aumentarían considerablemente. En la granja experimental del STICA se cosecharon 2.400 kilos de algodón por hectárea, cuando el promedio nacional era de 700 kilos. Igualmente, en un cañaveral del mismo Instituto se cosecharon 70 toneladas de caña dulce por hectárea, a los 12 meses, cuando el promedio nacional era de 20 toneladas. Para generalizar esos resultados y otros similares, se requerirían grandes esfuerzos y recursos, pero sus efectos, sin duda alguna, serían considerablemente mayores, sobre todo porque el desarrollo agrícola y el mejoramiento del nivel de vida de la población rural son requisitos indispensables para la expansión ordenada y sostenida de la economía nacional. El desarrollo económico y la prosperidad del país no podrán nunca asentarse en una agricultura débil y paupérrima.

 

            LA EXPLOTACIÓN FORESTAL

Con la destrucción vandálica del aserradero de vapor que el Gobierno de López habilitó en 1855, para la elaboración mecanizada de maderas aserradas, la explotación forestal del Paraguay experimentó un retroceso de siglos. Se produjo una regresión a la producción primaria de rollizos y de maderas aserradas a mano, con los mismos procedimientos y medios que los españoles utilizaron en los albores de la colonia. El beneficio de la mecanización quedó eliminado por varias décadas.

            Desde los tiempos remotos de la colonia, los bosques han constituido en el Paraguay una fuente importante de recursos y de ocupación para su población. Las Misiones Jesuíticas, en los siglos XVII y XVIII, ayudaron a dar fama regional a la yerba paraguaya. Hacia el año 1788, juntamente con la yerba mate, se exportaban a los mercados del Río de la Plata rollizos, maderas aserradas, postes de palma, bambú, carretas, rayos y ejes para ruedas de carretas, botes de remos, mesas, sillas, escritorios y cajones. Durante el período de los López un gran aserradero de propiedad del Gobierno proveía maderas aserradas tanto para el consumo interno como para la exportación, y suministraba todo el maderámen requerido por la industria naval para la construcción y el mantenimiento de las embarcaciones de la flota mercante del país. Selvas prácticamente vírgenes, que al término de la guerra eran en su totalidad de propiedad del Estado, cubrían más del 50% de la superficie del país. Abarcaban un área aproximada de 8 a 10 millones de hectáreas, y tenían una capacidad potencial para producir de 200 a 300 millones de metros cúbicos de madera con valor comercial. Aún después de varios siglos de explotación, los bosques del Paraguay, en su existencia total habían cambiado poco, y cubrían todavía más de la mitad del territorio nacional.

            Inducidos por la enorme demanda de su mercado interno, capitales argentinos afluyeron al Paraguay, al término de la guerra, para reactivar los obrajes madereros del país. Buscaron luego controlar las fuentes de producción mediante el arrendamiento o la compra de inmensas extensiones de bosques. La Argentina dependía del abastecimiento del Paraguay, y el Brasil para proveerse de maderas pesadas para la producción de muebles, la industria de la construcción y, particularmente, para las grandes obras portuarias y ferroviarias que el Gobierno estaba desarrollando.

            Con la influencia de esas inversiones, la reactivación de la explotación maderera se concentró en la producción de rollizos y vigas para la exportación, perdiéndose para el país los beneficios de la producción de maderas aserradas y la manufactura de otros productos madereros. Los métodos y procedimientos de producción aplicados por los nuevos emprendimientos eran empíricos y de menor costo. El bosque era tratado como una mina a la cual había que extraerle en el menor tiempo posible todas las maderas comerciables, sin reparar que la selva es un recurso renovable que debe ser aprovechado sobre bases racionales para evitar su agotamiento prematuro y para optimizar los beneficios de sus posibilidades.

            La explotación se iniciaba con el permiso fiscal, el arrendamiento o la compra de un área boscosa. Accediendo a la presión de los empresarios, el Gobierno delegó en una etapa inicial en los Municipios la facultad de otorgamiento de los permisos de explotación de los bosques y yerbales (Decreto del 23 de diciembre de 1874). A las empresas forestales les resultaba más conveniente entenderse con las débiles autoridades locales de los pequeños villorios cercanos a sus explotaciones, que negociar los permisos con el Gobierno de la Asunción.

            La organización de las explotaciones era primaria y simple. A la vera de los bosques a ser beneficiados, y, generalmente a la ribera de un río, cada empresa instalaba una oficina administrativa, que era a la vez el centro de recepción y despacho de la madera extraída y almacén de aprovisionamiento de alimentos, vestidos y herramientas de la población de la selva. Las empresas lucraban con la producción maderera, y también con el abastecimiento del consumo de la población trabajadora de los montes.

            Las instalaciones de cada administración eran mínimas. Simples casas o galpones de maderas o ranchos de adobe estaqueados de barro con techos de paja. La inversión realizada para ese efecto era reducida. Ninguna construcción de ladrillos o de piedras. En torno a esas precarias instalaciones, se despejaba un espacio abierto para el almacenamiento de la madera al aire libre y para playa de operaciones de los carros y alzaprimas de los transportistas. Con excepción de los administradores, capataces, oficinistas y de unos pocos peones de playa que eran empleados a sueldo de las empresas, todo el trabajo de las explotaciones se efectuaba a destajo y por contratos.

            Después de establecida la sede de la administración, se definía la trayectoria de una senda para carretas, que por su función en la explotación era llamada "picada maestra". Era un simple sendero de una vía que, partiendo de la sede de la administración, se internaba en la selva. Su construcción se realizaba en etapas progresivas, a medida que la explotación avanzaba hacia el interior de la selva.

            La elaboración y extracción de la madera se efectuaba por intermedio de contratistas denominados "obrajeros". A cada contratista se le asignaba una parcela o lote a la vera de la picada maestra, de cuya explotación quedaba encargado. Los acuerdos o contratos con cada obrajero definían las áreas asignadas a cada uno para su explotación, los tipos de madera que debía elaborar, las condiciones de entrega, en rollos o en vigas, el lugar de entrega, que podía ser al borde de la picada o en la playa de la administración y los precios a que serían recibidas las maderas elaboradas. A cada obrajero se le abría una cuenta en el almacén de la empresa, cuyo monto variaba de acuerdo con sus compromisos de producción, y contra la cual podían girar órdenes de entrega de mercaderías. Los obrajeros contrataban por su cuenta al personal de sus obrajes y liquidaban los haberes de su personal de acuerdo con el trabajo realizado. Los pagos eran calculados en moneda corriente, pero abonados en especie, mediante entregas de mercaderías que el almacén de la administración las hacía con cargo, esto es, con imputación a su cuenta.

            El contratista marcaba primero los límites de su lote. Hacía luego un reconocimiento del bosque, y marcaba los árboles por ser derribados. A pesar de la gran densidad de la selva, por la diversidad de especies del boscaje tropical, en una hectárea de monte sólo se encontraban dos o tres árboles aprovechables. A veces uno sólo, y no pocas veces ninguno. La mayoría de los obrajes operaban sobre la base de un árbol por hectárea en sus asignaciones. Completada la marcación de los árboles, se organizaba el volteo y el transporte.

            El contratista dividía su lote en parcelas o áreas que entregaba a cada hachero o grupos de hacheros por él contratados. En su respectiva área, el hachero se encargaba del volteo de los árboles marcados y de la preparación de la senda o picadilla necesaria para el traslado de la pieza hasta la picada maestra.

            Los métodos de laboreo eran primitivos y rudos. Diferían poco o nada de los que se empleaban en los tiempos de la colonia, con la sola diferencia de que en aquel entonces todo el beneficio del laboreo era para el trabajador del monte. La faena de corte se efectuaba con hachas y machetes como únicas herramientas. Excepcionalmente el volteo y desmoche de las ramas se hacía con una sierra de dos manos llamada tronchadora. El hacha usada era la de un solo filo, del tipo conocido como "collins". El hachero debía primero hacer el raleo y la limpieza del suelo alrededor del árbol marcado, para facilitar las tareas del volteo y asegurar que en su caída el árbol derribado llegara hasta el suelo y no quedara horcajado en las ramas de los árboles vecinos. Debía permitir, además, las maniobras de los bueyes que arrastrarían luego el tronco hasta la picada maestra.

            Las piezas derribadas eran labradas en la misma limpiada, a golpes de hacha y machete, hasta convertirlas en vigas cuadrangulares o en rollos o rollizos, que son simples troncos redondos desmochados de ramas y cortezas. Por falta de una explotación racional, las ramas mayores, que pudieran servir, de acuerdo con su tamaño, para la elaboración de durmientes, postes, madera aserrada menor, o simplemente para leña y carbón o para la elaboración de pulpa y papel, no eran aprovechadas y quedaban abandonadas al borde de la limpiada de cada árbol volteado.

            A medida que avanzaban los trabajos, los diferentes claros de los árboles derribados eran unidos con un sendero que llegaba hasta la picada maestra. Con el avance de sus faenas, cada hachero iba tejiendo en el interior de la selva, un laberinto de sendas entrelazadas, por donde circulaban los trabajadores y la madera elaborada. Allí el tiempo transcurría monótono y lento, medido sólo por el número de árboles volteados y listos para su transporte hasta la picada.

            El hachero permanecía en el interior de la selva por largos períodos, hasta completar su compromiso de volteo o hasta que se le agotara la provisión de alimentos con que se había internado en el monte. Vivía en condiciones primitivas y nada saludables. Dormía en el suelo o en alguna hamaca colgada de los tallos de los árboles que rodeaban la limpiada. Allí construía un pequeño sobrado con techo de ramas para proteger sus pertenencias, alimentos y herramientas, de los efectos de las lluvias. Y a medida que avanzaba su jornada, se mudaba de árbol en árbol, repitiendo su rutina, hasta completar su compromiso de volteos y entregas.

            La viga o el rollo elaborado era movido a fuerza de brazos y palancas hasta el centro de la limpiada, donde era enganchado a una rastrilla para ser arrastrado por dos o tres yuntas de bueyes hasta la picada maestra. En una explotación bien planeada, el itinerario del sendero o picadilla era trazado inmediatamente después de la marcación de los árboles, de modo que su trayectoria quedara en la proximidad del mayor número de árboles marcados para el corte.

            A partir de la picada principal, el transporte se hacía con unos carros de ruedas altas, llamados alzaprimas. Eran tirados por 2, 3 y hasta 4 yuntas de bueyes, según la naturaleza del suelo, las condiciones de la senda y el peso de la carga.

            Como todo el trabajo se contrataba a destajo; las labores de los obrajes eran continuas y de largas jornadas. Se interrumpían solamente en los períodos de mucha lluvia, y se reanudaban cuando el suelo se tornaba nuevamente seco y firme. Imprimía también una estacionalidad a las labores de la selva la creencia arraigada entre sus moradores de que la madera cortada en los períodos de floración de los árboles o durante las fases de luna llena se resquebrajaba indebidamente.

            La administración recibía y tasaba las maderas extraídas. La unidad de medida para los rollizos era "el metro cúbico 10 x 10", que representaba un volumen de un metro de largo por 10 pulgadas en los lados. Las vigas se medían con "la vara cúbica" que era de 34.2 pulgadas de largo por 10 pulgadas a los lados, o por la yarda 10 x 10. Aun cuando la unidad de medida de valor era el peso nacional, en la selva no circulaban billetes ni monedas. Todos los pagos se efectuaban mediante créditos contra el almacén de la empresa y se hacían efectivos con el retiro de mercaderías. Periódicamente a cada contratista se le hacía su liquidación. Se compensaban sus entregas de maderas y los retiros de mercancías efectuados por su cuenta. El saldo era normalmente en contra del obrajero, y servía de base para los compromisos de futuras entregas y para asegurar la continuidad de las operaciones de la explotación.

            Las maderas que no llenaban los requisitos para la exportación eran destinadas a los aserraderos que abastecían el mercado local. Estos formaban parte de los obrajes o se hallaban instalados como explotaciones independientes en la vecindad. Extraían su propia madera y también la compraban a los obrajes cercanos.

            En los aserraderos, el corte de tablas y tablones se hacía a mano y en instalaciones primarias. En la práctica, la única instalación requerida era una zanja de más o menos 6 pies de profundidad, 4 de ancho y 9 de largo, sobre la cual se asentaba el rollizo, apoyado en dos o tres travesaños. Luego de marcadas las líneas por donde debían efectuarse los cortes, un aserrador se situaba en el interior de la zanja, debajo del rollo y otro encima del mismo y con movimientos verticales de una sierra de dos mangos, a fuerza de brazos, realizaban el aserraje. Dos obreros experimentados producían de 8 a 10 metros de madera 10 x 10 en un día.

            La exportación de madera constituirá uno de los rubros más importantes del comercio exterior del país. Representará alrededor del 20 % del valor total de las exportaciones anuales. La madera exportada será despachada en bruto, en forma de vigas o rollizos. Era transportada por el río con el primitivo método de las jangadas, que no eran sino un conjunto de rollos y vigas atados entre sí, puesto a flote en el agua. Como la mayoría de las especies de la selva paraguaya, con excepción del cedro y la madera balsa, son más pesadas que el agua y no flotan, en la preparación de las jangadas debía hacerse una combinación adecuada de maderas livianas para asegurar su flotación. Las jangadas bajaban boyando la corriente del río hasta la vecindad del puerto argentino de Corrientes. El transporte en chatas y barcos vino después, con el desarrollo de los servicios del transporte fluvial.

            Todo el proceso de industrialización para la conversión de los rollos a maderas aserradas y otros productos elaborados, era efectuado en las localidades argentinas de Corrientes, Santa Fe, Rosario y Buenos Aires. Allá florecerán grandes complejos fabriles dedicados exclusivamente a la industrialización de la madera paraguaya. Aranceles aduaneros que protegían a estas industrias, imposibilitarán el acceso al mercado argentino de la madera aserrada del Paraguay.

            El beneficio neto que las explotaciones dejarán al país, además de las inversiones iniciales en la compra de tierras, será el bajo costo de producción de la madera bruta, o sean los salarios y consumos de la población de la selva y los impuestos. Toda la ganancia quedaba situada fuera del país. En esas condiciones, las posibilidades de capitalización del sector y de reinversión de las utilidades para el desarrollo y el perfeccionamiento de la explotación forestal eran insignificantes si no nulas. En la ausencia de reinversiones, la explotación se mantuvo estancada en sus características por largas décadas y con una estructura primitiva y rústica.

            Los aserraderos de vapor, que luego se instalaron en el país, fueron inversiones nuevas de inmigrantes europeos y no resultado del desarrollo de las explotaciones anteriores. En 1883, la firma Uribe introdujo el primer aserradero mecanizado para la producción de durmientes y tanino de quebracho. Estas instalaciones fueron transferidas luego a la empresa Casado. En 1887, los señores Portaluppi y Fassardi, inmigrantes italianos, instalaron otro aserradero mecanizado como parte de una gran carpintería y mueblería. Años más tarde, André Scala, también inmigrante italiano, instaló otro aserradero mecanizado como parte de un astillero que llegó a construir más de 20 embarcaciones de más de 250 toneladas. En estos emprendimientos, la madera aserrada se destinaba, cuando menos en la etapa inicial, a abastecer las propias industrias y no a la exportación. Otros aserraderos se instalaron luego en el interior del país, pero la magnitud reducida de sus operaciones no alteró la predominancia de la producción de madera en bruto del sector forestal.

            Las grandes empresas productoras de maderas para exportación eran todas propietarias de vastas extensiones de bosques. La configuración de las mismas se mantuvo prácticamente sin mayores modificaciones. Hacia 1940, figuraban entre las principales las siguientes: 24

 

 

            El transcurso de los años demostrará que países como el Paraguay que estancan su economía forestal en la producción de madera bruta, no podrán lograr un progreso significativo por más que hagan esfuerzos para aumentar su producción. Antes que generar beneficios mayores, los aumentos redundarán en un perjuicio creciente para el país, por el desgaste prematuro e inevitable de sus recursos forestales. La industrialización necesaria para obviar ese problema era postergada por ser contraria a los intereses que controlaban las explotaciones. Y sólo con el desarrollo de industrias nuevas, que dieran a la madera una mayor elaboración y aprovechamiento, podría haberse creado un mercado local permanente de materia prima, que además de incorporar un mayor valor agregado al producto terminado, y crear fuentes adicionales de ocupación para la población nacional, hubiera dejado para el país un beneficio mayor que en parte pudiera haberse destinado a la reforestación de las especies más explotadas.

            Estudios realizados siete décadas después por el Servicio Técnico Interamericano de Cooperación Agrícola, de los que hemos extractado la descripción anterior de los métodos y procedimientos de aprovechamientos de los bosques del país, destacarán el estancamiento registrado y las oportunidades perdidas. Las condiciones de la explotación forestal habían cambiado poco o nada en setenta años. Su característica saliente seguía siendo la carencia de instalaciones para el aserraje y otros procesos de elaboración de la madera. La exportación de madera en bruto y la magnitud del aserraje a mano seguían evidenciando la falla fundamental del sector.25 Otro informe destacaba que en 1943 se habían exportado unas 100.000 toneladas de rollizos a la Argentina. Su valor de venta en la Asunción fue de aproximadamente 960.000 dólares. Al ser descargados en Buenos Aires valían 2.400.000 dólares y al ser convertidos en madera aserrada su valor se elevaba a 4.800.000 dólares. 26 El beneficio bruto que la explotación dejaba al país representaba apenas la quinta parte del valor de la madera aserrada vendida al por mayor en el mercado argentino. Es decir que por cada dólar ingresado, se había dejado de ganar entre 3 y 4 dólares adicionales.

            Paralelamente a la producción de maderas, otra explotación forestal fue expandiéndose a ritmo acelerado para satisfacer las necesidades crecientes de combustibles para los hogares, las industrias y el transporte. En la ausencia de otras fuentes de energía, la leña y el carbón reasumieron su función anterior de la principal fuente de calor en los usos domésticos e industriales. Aunque desarrollada por pequeñas explotaciones, en su conjunto asumirán una importancia grande. Aproximadamente las tres cuarta partes de la madera extraída anualmente de los bosques paraguayos estará destinada a la elaboración de leña y carbón. La mayor producción se concentrará en la vecindad de los centros urbanos, especialmente de la capital y a lo largo de la vía del ferrocarril y de la ribera norte del río Paraguay; lo último, para aprovechar la facilidad del transporte a la capital y el consumo de los trenes y vapores en sus itinerarios. Otra parte importante estará integrada por la producción doméstica de leña y carbón para autoconsumo de la población rural.

 

            LA YERBA MATE

El producto paraguayo más buscado por los comerciantes argentinos era la yerba mate o té del Paraguay. El consumo generalizado del mate en todo el cono sur del continente, sustentaba un activo comercio de yerba que tenía su principal centro de distribución en Buenos Aires.

            La yerba mate es elaborada con las hojas de un árbol de la familia de las ilicíneas, el árbol de la yerba o "ilex paraguayensis", que crece exclusivamente en los bosques del centro-este del continente sudamericano. "La geografía de la yerba, escribió en 1856 Amadeo Bonpland, se halla marcado de un modo tan admirable como la geografía de los árboles preciosos de la quina del Perú, y merece ser destacada. Tómese una regla, póngase una de sus extremidades sobre la barra del río Grande que lleva sus aguas al Océano y la otra sobre Villa Rica en el Paraguay. En toda esta línea se hallan yerbales naturales, todos los terrenos situados al N.E. de ella, ofrecen yerbales a distancias más o menos cercanas, en tanto que al S. O. no se encuentran sino unas matas esparcidas, sea en la orilla de los montes, sea en el interior de ellos". 27 A pesar de los esfuerzos realizados por los jesuitas en el período de la colonia, su cultivo no pudo extenderse más allá de la zona vecina de Misiones. Con esa limitación impuesta por la ecología, todo el abastecimiento de yerba al mercado argentino debía provenir del Paraguay y del Brasil.

            Por su gusto y su aroma más fuerte, la yerba paraguaya era reputada superior que la del Brasil. "Aun cuando ambas circulaban bajo el mismo nombre genérico que la del Paraguay, escribió Charles A. Washburn, Ministro de los Estados Unidos residente en la Asunción, tienen poco del sabor o del aroma del producto paraguayo y no son nunca usados cuando se puede obtener la del Paraguay. Como esas uvas de las que se elaboran los vinos más delicados y caros, que sólo pueden crecer a un nivel de perfección en determinados distritos pequeños, o como sólo ciertas partes de Cuba pueden producir el tabaco del cual se elaboran los más finos cigarros habanos, así también la yerba mate de la mejor calidad solamente se encuentra en aquella parte del Paraguay, al norte de la Asunción y a una distancia de veinticinco a cincuenta leguas de la costa del río".28

            En la organización económica de los López, el Estado monopolizaba la distribución al por mayor de la yerba destinada al consumo interno y todo el comercio exterior del producto. La producción, la intermediación para el acopio y la venta al detalle en el mercado interno eran realizadas por particulares. Las utilidades obtenidas en la comercialización mayorista de la yerba constituían la fuente principal de ingresos del fisco.

            Con la presión de los intereses comerciales argentinos, uno de los primeros actos del Gobierno Provisional en 1869 fue declarar el libre comercio de la yerba mate. Con ello se puso término al monopolio estatal del comercio de la yerba, y se dejó librado a la gestión de la iniciativa privada tanto la producción como el comercio interior y de exportación de la yerba.

            Como el itinerario de la guerra no había pasado por los alejados centros de producción, la reactivación de los beneficios se produjo desde las postrimerías del conflicto, aun cuando gran parte de la infraestructura necesaria para el transporte de la yerba desde los centros de producción hasta los lugares de acopio y de embarque necesitaba ser restaurada. Las grandes carretas y las embarcaciones que transportaban la yerba embolsada, por los caminos y ríos interiores se habían perdido casi todas. Hubo beneficios que sumidos en el aislamiento de la selva no se vieron afectados por el curso de la guerra y no alcanzaron a suspender sus operaciones, si bien la imposibilidad de toda comercialización durante el período bélico les había obligado sí a reducir el flujo de producción en forma considerable. En esos centros se encontraban existencias de yerba elaborada que los exportadores trataban de localizar y adquirir.

            Las instalaciones de los beneficios eran extremadamente modestas y rústicas. Washbum hizo la siguiente descripción de un beneficio que visitó en 1863: "El lugar tenía un aspecto desolado. Era un espacio de suelo firme y nivelado en medio de la selva, donde se había limpiado un área abierta e instalado un rancho techado de paja, para uso del dueño. Allí se guardaban las mercancías requeridas por los peones y una amplia caja de madera de seis pies por doce de lados y cuatro de fondo, casi llena de yerba ya procesada. Esa era la instalación principal. A su alrededor se levantaban varias chozas que servían de alojamiento para los trabajadores, y en el medio había un amplio espacio libre donde se hacía todo el proceso del curado de la yerba".29 Esa era toda la instalación física del beneficio visitado.

            La mayor necesidad de los beneficios qué buscaban su reactivación después de la guerra, era mano de obra adicional y capital circulante, o sea bienes de consumo, vestidos y herramientas para los trabajadores y sus familias. No necesitaban otra cosa. En la selva el dinero era sólo una unidad de cuenta en la que se valoraba la yerba producida y el salario o recompensa del trabajador. Los pagos se hacían en mercaderías que debía proveer el propietario o administrador del beneficio.

            El proceso de elaboración de la yerba es simple y primario. La planta de la yerba es parecida en su tamaño a la del naranjo. Crece entremezclada con las múltiples especies del boscaje tropical. Algunas veces forma pequeñas concentraciones que facilitan su aprovechamiento. La hoja es ovalada, venosa, de un intenso color verde. Puede ser cosechada por primera vez cuando el árbol alcanza por lo menos tres o cuatro años de crecimiento. Las hojas sazonadas son preferidas a las tiernas porque tienen mejor aroma y sabor. El corte en una misma planta sólo puede repetirse cada tres años, para permitir la reposición adecuada del follaje. La herramienta de corte es el machete, que el trabajador del yerbal maneja con destreza extraordinaria. Para no dañar a la planta, la poda se hace en la parte final de la rama. En los años de pocas heladas, los trabajos se inician en febrero y terminan en junio.

            Como la planta crece entremezclada con una gran variedad de otras especies arbóreas, en los yerbales naturales no es posible usar otro medio de transporte que el acarreo humano para la recolección de las hojas. El trabajo se realiza a destajo, lo que obliga al obrero de los yerbales a largas jornadas de trabajo para buscar un mejor rendimiento. La jornada diaria de un peón yerbatero dura generalmente de catorce a diez y seis horas. Con las primeras luces del alba parte rumbo al monte y sólo retorna a la entrada del sol, con su cosecha del día a cuestas. En una jornada de 8 a 10 horas de trabajo en el monte, un tarifero o minero, como se llama al obrero de la yerba, recoge de 60 a 100 kilos de hojas en rama. Con ellas forma un gran mazo o "raído" que sujeta con una correa de cuero crudo, dejando una manija saliente que le servirá de sostén en el acarreo. Amarrado el mazo, el minero se pone de espaldas a su carga, mete la cabeza en la manija, dejando la correa apoyada en la frente, para que el esfuerzo de la levantada y el acarreo quede compartido entre el cuello y la espalda. Y con su carga a cuestas, camina de vuelta una o dos leguas hasta el sitio del beneficio, a la vera del bosque, donde la administración pesa y recibe cada entrega de hojas frescas. 

            La elaboración de la yerba se inicia allí con el secado o "jhovereo". Las hojas en rama son expuestas a la acción del calor de un fuego sin humo, hecho con leñas secas. Al término del proceso de deshidratación, las hojas dejan de hacer el chisporroteo que produce el secado, y son retiradas del fuego para que no se quemen. Esta tarea se hacía corrientemente a mano. Para el efecto las hojas eran cortadas con una rama suficientemente larga para permitir al obrero que efectúa el secado una distancia apropiada del fuego para que las manos y brazos no fuesen abrasados por el calor de las llamas. En los nuevos beneficios se introducirá el uso de bastidores de tejidos metálicos y de cilindros de malla para la operación del secado. Pero, cualquiera que fuere el medio usado, la hoja debe mantenerse a distancia adecuada del fuego para que el "sapecado" sea bueno y para que la hoja no se queme. Terminado el secado, se cortan las ramas, y quedan las hojas listas para la siguiente fase del tostado.

            La tostación se efectúa en un zarzo de madera, de forma de media naranja, que se coloca de 12 a 15 pies de la base. Con su carga de hojas secas, el zarzo es expuesto durante varias horas a la acción caliente de un fuego encendido en la base o en un horno cercano. En las instalaciones más modernas, esta operación tendrá una rústica mecanización con el uso de transportadores de tela metálica que hacen pasar las hojas secas por un conducto de aire caliente. Para la producción de un kilo de yerba tostada se gastan normalmente de 5 a 7 kilos de leña.

            Las hojas tostadas son luego embolsadas y a golpes de un pisador puntiagudo, hecho de madera dura, son compactadas y trituradas por el peón embolsador hasta quedar convertidas en un polvo verde, que es la yerba canchada o "mborovire". Este es el producto que la selva entrega a la ciudad, donde finalmente es molida para darle una uniformidad mayor a las partículas de la yerba antes de su distribución al consumo.

            Washburn reprochaba que durante el Gobierno de los López el monopolio de la yerba sólo pagaba al productor el equivalente del cuarto del valor de mercado de la plaza de Buenos Aires.30  El Gobierno retenía por costos y beneficios de intermediación y transporte, entre el 35 y el 45 % . Significaba esto que ingresaba al país entre el 60 y el 70 % del precio mayorista de la yerba vendida en Buenos Aires. En cambio, con el régimen del libre comercio inaugurado en 1869, todo el beneficio que quedaba en el país era el costo de producción, que oscilaba entre el 15 y el 20 % de aquel precio, más un adicional del 5 al 10 %, que representaba los gastos y costos complementarios de transporte hasta el lugar de embarque de la yerba, y los impuestos y gastos de despacho y embarque que sumaban otro 10 % . Todo el remanente, o sea del 60 al 70 % del precio mayorista de la yerba quedaba situado en el mercado argentino, tanto por costo del transporte fluvial como por ganancias y gastos de los importadores y distribuidores. Los términos se habían invertido. Y con ello, la yerba dejó de ser el instrumento de la prosperidad del país, para convertirse en un producto más que tenía que venderse al menor costo posible, aun a costa del bienestar y la salud del trabajador del yerbal.

            Apremiados por la fuerte demanda del mercado argentino, los exportadores comenzaron a presionar a los productores locales y a los nuevos beneficios por ellos habilitados, para lograr mayores entregas. Como la extracción y elaboración de la yerba se basaba exclusivamente en esfuerzos humanos, las condiciones de trabajo de los beneficios comenzaron a deteriorarse con la imposición de jornadas diarias más largas, que no se interrumpían los fines de semana, y la exigencia de extracciones mayores en cada entrada a la selva. La obligación de entrega de, por lo menos 70 kilos de hoja en cada viaje, se volvió la norma de trabajo en el yerbal. En la mayoría de los casos, el obrero debía cargar en cada viaje un peso mayor que el propio. El salario era inexistente. Las entregas y los jornales se valoraban en pesos, pero eran cancelados exclusivamente en mercancías del almacén de la administración, a precios vilmente fijados. El obrero vivía permanentemente endeudado. Por más que se afanase para producir más, no alcanzaba a cubrir sus deudas, y no veía ningún beneficio en su esfuerzo y su sacrificio. Con el endurecimiento de las condiciones de trabajo, las tensiones laborales aumentaron, y no tardó el desaliento generalizado en reflejarse en la deserción masiva de los trabajadores de los yerbales.

            Informado del abandono que hacían los obreros para escapar de las duras condiciones de trabajo a que se veían sometidos, el Gobierno intervino, no para proteger al trabajador contra los excesos de las explotaciones, sino para apoyar los intereses de los propietarios y beneficiadores. En el primer conflicto laboral que se suscitó dentro del marco de la nueva Constitución, el Estado Liberal dio las espaldas al trabajador, y se pronunció en favor de los intereses patronales, sin consideración alguna de las razones de justicia que pudieran existir en la cuestión. En la primera prueba, el Estado abandonó su posición de factor neutral en las relaciones económicas, y se convirtió en un instrumento al servicio de los intereses de los más poderosos, en contra de los más débiles. La parte esencial del Decreto dictado el 1° de enero de 1871 decía así:

            "El Presidente de la República, teniendo conocimiento de que los beneficiadores de yerba y otros ramos de la industria nacional, sufren constantemente perjuicios que les ocasionan los operarios, abandonando los establecimientos con cuentas atrasadas.... Y considerando que es un deber del Gobierno proteger al comercio en sus empresas; DECRETA:

Art. 1°. Todo peón conchavado para el trabajo de cualquier industria nacional establecida en el territorio de la República, no podrá abandonar sus faenas, sin expreso consentimiento del dueño del establecimiento, o su representante en el lugar de la industria....

Art. 2°. En todos los casos en que el peón necesitase separarse de sus trabajos temporalmente, deberá obtener. . . asentimiento por medio de una constancia firmada por el patrón, o capataces del establecimiento.

Art. 3°. El peón que abandone su trabajo sin este requisito, será conducido preso al establecimiento, si así lo pidiera el patrón, cargándosele en cuenta los gastos de remisión y demás que por tal estado origine.

 

            Firmado: RIVAROLA. Presidente; Juan B. Gill. Ministro.

 

            El decreto era copia de una ley argentina de 1823, una de las más antijurídicas y vejatorias que registra la legislación laboral. Sometía al trabajador a las condiciones impuestas por el empleador y habilitaba a éste a sujetar al obrero en el lugar de producción. No se preocupaba de las condiciones de trabajo ni de los derechos del trabajador. No contiene por ello ninguna palabra sobre la posibilidad de que el patrón o el empleador puedan ser también violadores de una norma ética o jurídica. Asume simplemente, en forma prejuiciada, que el único culpable era siempre el peón que desertaba, y contra él apunta todo el peso de la sanción de la ley. Analizando el alcance de esta disposición, Rafael Barrett hizo los comentarios siguientes:

            "El Estado se apresuró a restablecer la esclavitud en el Paraguay después de la guerra.

            El mecanismo de la esclavitud es el siguiente. No se le conchava jamás al peón sin anticiparle una cierta suma que el infeliz gasta en el acto o deja a su familia. Se firma ante el juez un contrato en el cual consta el monto del anticipo, estipulándose que el patrón será reembolsado en trabajo. Una vez arreado a la selva, el peón queda prisionero los doce a quince años, que como máximo resistirá a las labores y a las penalidades que le aguardan. Es un esclavo que se vendió a sí mismo. Nada le salvará. Se ha calculado de tal modo el anticipo, con relación a los salarios y a los precios de los víveres y de las ropas en el yerbal, que el peón, aunque reviente, será siempre deudor de los patrones. Si trata de huir se le caza. Si no se logra traerlo vivo, se le mata. Así se hacía en los tiempos de Rivarola". 31

            La intención de esta medida era significativa. El sistema económico que se quería desarrollar en el Paraguay no requería que la libertad y la igualdad de derechos fuesen extendidas a los trabajadores. Al obrero no se le reconocían sus derechos para organizarse ni para defenderse contra los excesos patronales. Los únicos beneficiarios de las libertades y derechos que la Constitución consagraba eran los empresarios y comerciantes. La rígida protección que el Gobierno hacía de los intereses de ese grupo de mayores recursos económicos, suponía inevitablemente el mantenimiento de la mayoría de la población en una situación de inferioridad de derechos y de privación de sus posibilidades para influir en las decisiones nacionales. Esa sería una de las mayores contradicciones del nuevo orden liberal con los principios afirmados en la teoría: la opresión social que su aplicación producía en el país. El Gobierno no era sino un instrumento al servicio de las clases privilegiadas. Y tendrían que transcurrir más de treinta años antes de que esa execrable disposición fuese derogada. A su amparo se habrá consolidado el régimen de explotación de los yerbales. El trabajador de la selva quedó convertido en un verdadero esclavo. Para él no habrá ninguna defensa, ninguna protección. La jurisdicción de la justicia y de las autoridades nacionales terminaba donde comenzaban los límites de las propiedades de las grandes empresas yerbateras y forestales. En ellas no regirá otra ley que la voluntad omnímoda de los administradores de los beneficios.

            Con esas características nuevas, el comercio de la yerba expandirá sus actividades año tras año. El principal mercado de sus exportaciones será Buenos Aires, y luego, en menor escala, Montevideo. El cuadro siguiente muestra el volumen y valor de las exportaciones de yerba mate:

 

 

            El Tanino. La elaboración del extracto de quebracho o tanino fue el mayor emprendimiento industrial que siguió a la venta de tierras públicas de 1885. El tanino es la materia curtiente que se extrae del quebracho colorado (Quebrachia Lorentzii), un árbol tropical que crece en la región del Chaco, en una franja que se extiende al oeste del río Paraguay, desde el río Negro al norte, hasta 350 kilómetros más abajo del mismo. En la zona vecina de la parte este del río Paraguay existen además, concentraciones de menor intensidad de quebrachales en una franja de 100 kilómetros, que va desde el río Jejuí hasta el río Apa. El contenido medio de tanino de la madera de quebracho es del 28 %. Una vez conocido el producto, el uso del tanino se generalizó en Europa y Estados Unidos, que sólo contaban con vegetales curtientes inferiores para la elaboración de cueros y pieles. Los Estados Unidos usaban por entonces el hemlock, una variedad del roble que crece en su territorio, mientras que en Europa se usaba la corteza del roble austríaco y ruso. Al comprobar la eficiencia mayor del tanino y su costo más reducido, tanto Europa como los Estados Unidos de Norteamérica pasaron a constituirse en los principales mercados compradores del producto paraguayo.

            La elaboración en gran escala del tanino comenzó en el Paraguay en 1889, con la habilitación del establecimiento industrial de don Carlos Casado. Para iniciar su explotación, el Sr. Casado adquirió en la región noreste del Chaco una extensión de tierras de más de 3.000 leguas cuadradas. Más tarde se instalaron en la misma región las fábricas de Puerto Sastre (1905), Puerto Max y Puerto María (1905), Puerto Guaraní (1910) y Puerto Pinasco (1910). En torno a cada fábrica se asentaron poblaciones de familias obreras, que obtenían sus principales ingresos en los trabajos de las fábricas y en las actividades relacionadas con la explotación.

            Las características de estos establecimientos eran todas similares, con pequeñas variaciones de procesos y rendimientos. Abarcaban una fase forestal de extracción y acarreo de la madera, y un proceso industrial que producía el extracto de quebracho.

            El corte del árbol y el acarreo de los rollos se llevaba a cabo, en su mayor parte, por medio de contratistas independientes que se encargaban de organizar y dirigir el laboreo de los montes. Con excepción de los capataces, oficinistas y de otros pocos empleados, todas las tareas del monte se realizaba con personal contratado a destajo. A cada contratista se le entregaba un monte determinado, de 50 a 200 kilómetros cuadrados de superficie, generalmente al costado de la vía ferroviaria de trocha angosta que vertebraba el sistema de transporte interno de la explotación. El contratista subdividía su monte en parcelas menores de 20 hectáreas o más cada una. Entregaba cada lote a un hachero o a un grupo de hacheros que se encargaban de la producción de rollizos y ramas gruesas. Cada hachero marcaba primero los límites de su lote y construía una rústica picada para carros alzaprimas, de más o menos 6 mts. de ancho, que debía servir para sacar la madera elaborada hasta el borde de la vía del tren. Iniciaba luego el volteo y la preparación de todos los árboles de quebracho que tuvieran un diámetro mayor de 30 cms. En un monte virgen, un hachero podía cortar y preparar hasta una tonelada de madera diaria, menos cantidad en los montes ya explotados, y llegaba corrientemente a una producción promedia de 20 toneladas por mes.

            El transporte de la madera elaborada tenía diversas fases. Desde el lugar del volteo, los rollos eran arrastrados por yuntas de bueyes hasta el borde de la picada. Desde este punto, el transporte se realizaba por medio de carros alzaprimas, que cargaban 2 o 3 toneladas de rollos en cada viaje hasta la planchada del ferrocarril. Las ramas aprovechables eran transportadas por separado, hasta la misma planchada del tren, en carretas tiradas por bueyes. En los meses de lluvias, esta fase de la explotación se dificultaba y llegaba a paralizarse totalmente. La última parte del traslado era realizada en el ferrocarril de propiedad de la empresa. Las locomotoras arrastraban en cada viaje de 15 a 20 vagones con menos de 10 toneladas de carga cada uno, a una velocidad media de 15 a 18 kms. por hora. Conducían la madera hasta la fábrica, que estaba instalada a orillas del río.

            El ritmo de producción y entrega de rollizos de quebracho era irregular y discontinuo. Dependía de las condiciones del tiempo y de los suelos. Disminuía y se paralizaba en los meses de lluvia, y se intensificaba en los periodos secos. Para compensar esas fluctuaciones y evitar interrupciones en la actividad industrial, las empresas mantenían en las playas de cargas vecinas a las fábricas, existencias de maderas suficientes para más o menos 6 meses de producción.

            Al entrar en las fábricas, los rollizos eran sometidos a un proceso de trituración por medio de cilindros giratorios provistos de cuchillas y dientes de acero. El aserrín y las astillas pasaban por medio de cintas transportadoras a una zaranda que separaba las astillas mayores para una segunda molida. El aserrín elaborado era sometido luego a un proceso de cocción en agua hirviente que disolvía y separaba el contenido tánico del quebracho molido. El desecho de aserrín y astillas que quedaba después del hervido, se usaba para alimentar las calderas que producían el vapor y la energía eléctrica consumida en la fábrica y en la población local.

            La solución acuosa de tanino así obtenida era concentrada por evaporación en cámaras al vacío, hasta convertirla en la pasta de tanino que era embolsada. Con el enfriamiento, el extracto asumía una textura marrón obscura, parecida a la del asfalto sólido. Ese era el producto final de la explotación, el extracto de quebracho o tanino que se destinaba principalmente a la exportación. Sólo una parte reducida de la producción se destinaba a usos locales para la elaboración de cueros en las curtiembres del país. La exportación se efectuaba en barcos de la propia empresa, que bajaban el río Paraguay y el Paraná hasta Buenos Aires, donde transbordaban su carga a las bodegas de ultramar.

            Cada fábrica empleaba entre 600 a 1100 personas. En los períodos de plena producción, la industria del tanino daba ocupación directa a casi 5.000 personas. Por mucho tiempo, el tanino pasó a ser uno de los renglones más importantes y regulares de las exportaciones paraguayas. La demanda externa era continua y firme. El cuadro siguiente muestra la cantidad y valor del tanino exportado:

 

 

            Durante casi seis décadas continuas, las firmas paraguayas y las empresas argentinas que se establecieron en la región de Resistencia ejercieron el monopolio mundial de la producción y exportación del extracto de quebracho. Este monopolio desapareció más tarde, en el curso de la segunda mitad de la década de 1940, con la competencia de los curtientes químicos y la elaboración de la mimosa en el norte de África. La importancia de los curtientes naturales disminuyó aún más con la producción posterior de los plásticos y los cueros sintéticos. Este desplazamiento sorprendió a las empresas tanineras del Paraguay y la Argentina sin opciones preparadas para el uso de las instalaciones fijas y de las inmensas propiedades que integraban sus explotaciones. La mayoría de las empresas instaladas en el Paraguay entraron en un penoso proceso de liquidación. Mirando retrospectivamente, resulta inexplicable que, siendo el país uno de los mayores productores de tanino y un gran productor de cuero crudo, no se haya encarado inicialmente la exportación de cueros curtidos y de artículos elaborados de cuero, que hubieran dejado a la economía nacional un beneficio considerablemente mayor.

 

            La rehabilitación de la ganadería. Una de las necesidades más apremiantes que el Gobierno Provisional tuvo que encarar al inicio mismo de sus gestiones, fue la regularización del abastecimiento de carne para consumo de la población y para los requerimientos aún mayores de los ejércitos aliados asentados en la capital. Para ello se hacía necesario rehabilitar la ganadería en el menor plazo posible. Las explotaciones ganaderas, públicas y privadas, habían sido arrasadas. Durante el largo período del conflicto habían soportado todo el peso de la alimentación de los ejércitos y de la población civil. En el transcurso de los dos primeros años, las estancias del Estado pudieron abastecer de carne a todo el ejército nacional, mas cuando éstas se agotaron, el Gobierno decretó la requisición de todo el ganado existente en la República. 34 Luego vinieron las requisas de las fuerzas aliadas. No sólo abastecían el consumo de las tropas, sino que también comenzó el traslado de ganado para poblar los campos de Mato Grosso, que pasarían a la jurisdicción territorial del Brasil. Las estancias fueron así doblemente esquilmadas.35 Al término de la guerra quedaron en el país no más de 15.000 cabezas, en su mayoría ganado suelto y alzado, que en manadas pequeñas, pastaban cimarronas por los campos abandonados. Se movían libremente, buscando aguadas y pastos mejores y, sobre todo, eludiendo la vecindad de los grupos humanos, que al divisarlas se lanzaban de inmediato a su captura. Había, además, desaparecido toda la organización de las explotaciones ganaderas. Tanto las haciendas privadas como las estancias del Estado quedaron abandonadas. Y para su rehabilitación, el Gobierno Provisional traía ideas nuevas que pronto comenzaría a ejecutar. No pensaba reconstituir el sistema de las estancias oficiales sino transferir a la iniciativa privada todos los campos que anteriormente habían sido asiento de las estancias del Estado.

            La presión más intensa se originaba en la demanda y las necesidades insatisfechas de la capital, que congregaba al mayor núcleo de población urbana del país. Todo el ganado que llegaba a la Asunción provenía del norte argentino. Era transportado por la vía fluvial desde Santa Fe y Corrientes o por tierra a través de Paso de Patria. Un artículo periodístico de la época describió la situación reinante en la capital, en los términos siguientes:

            "Varios días gran parte de la población ha pasado sin comer carne, y los días que ha habido en el mercado, se ha vendido la arroba a dos patacones. ¡Qué buena oportunidad para introducir ganado en el país! Creemos que esta escasez de carne proviene de que casi todos los vapores que conducían ganado han varado en el camino, a causa de la gran baja del río. Sin embargo, en breves días, se nos dice que llegarán dichos buques y además tropas que vienen del Paso de la Patria."36

            Para atraer a productores y abastecedores correntinos, y estimularlos a que se afincaran en el país, por decreto del 25 de septiembre de 1869, el Gobierno habilitó toda la costa del Paraná para la libre introducción de ganado al país. Ofreció, además, a los introductores el libre uso de campos de propiedad pública, por el término de un año para invernadas, y de dos años para cría. Los interesados sólo debían solicitar permiso al Gobierno, designando el lugar y la superficie que querían ocupar, y el número de cada especie de ganado que se proponían introducir.

            Numerosos ganaderos correntinos, y tras ellos algunos uruguayos y otros extranjeros, aprovecharon las franquicias otorgadas. Se establecieron así en la región de Misiones las primeras estancias, con hatos de ganados traídos de la zona vecina de Corrientes. Las explotaciones se iniciaron con la ocupación de los campos para el engorde y cría de pequeños planteles. Después vendría la consolidación de los asentamientos con la compra de las tierras y la repoblación y desarrollo de las haciendas. Para beneficio y seguridad de estas nuevas explotaciones, el Gobierno dispuso el traslado a la región central de toda la población civil que se había reasentado en la zona. Con ello, los campos quedaron libres de ocupantes y la zona misionera pasó a reactivarse como una región exclusivamente ganadera, con poca o ninguna actividad agrícola.

            Entre los primeros ocupantes, refiere Decoud, figuraron Marcelino Romero con 700 cabezas de ganado de cría; Antonio Rodríguez, con 300 y Martín Llanos con 300 cabezas de ganado vacuno y una manada de yeguas. Este último pobló el campo conocido por Yeguaretá.37  Se instalaban en campos abiertos, sin otros linderos que los obstáculos naturales. Escogían preferentemente los campos que tuvieran buenos pastizales, pequeños montes elevados para somera y refugio del ganado y aguadas suficientes. Se preferían los terrenos altos, con adecuado declive, para evitar el estancamiento de aguas. Los campos permanecían sin cercos ni subdivisiones. Para alojamiento de los dueños y de los peones se aprovechaban las viviendas ya existentes o se construían rústicos ranchos con techos de paja y paredes de barro estacado. Se hacían ranchos de paja porque costaban la décima parte de una casa de material. Para estas construcciones se elegía un lugar prominente de los campos, generalmente un sitio elevado o vecino de alguna arboleda o de una vía de acceso. El edificio principal era generalmente un rancho de forma rectangular, con una o dos habitaciones cerradas en uno de los extremos o en ambos, y un amplio espacio abierto de uso general en el medio. Las piezas tenían estrechas puertas de madera y una o dos ventanas pequeñas en los costados. Otro rancho contiguo, más bajo y menos cerrado, servía de cocina, de depósito de los aperos y equipos de trabajo y de dormitorio del personal del establecimiento.

            Mientras esta repoblación ganadera se iniciaba en la zona sur del país, en el norte proseguía el saqueo de las haciendas y el arreo del ganado. "El ganado que restaba en esa zona, dice el memorial de la Liebigs, fue arreado hacia Mato Grosso, para poblar los territorios al norte del río Apa y este del río Paraguay, en la zona discutida por el Brasil al Paraguay, y cuya propiedad se aseguró por el Tratado Secreto de la Triple Alianza. Las primeras estancias en esa región, denominadas Barranca Branca, Tereré, Tarumá y Tres Bocas, fueron creadas con ganado llevado desde el Paraguay de los Departamentos de Concepción y Salvador, que algo habían salvado de la devastación general".38 Según Héctor Decoud, unas 8.000 cabezas fueron arreadas por los Coroneles Malheiros, Antonio de Moraens, Joaquín de Barros y Buenaventura de Matto, para poblar los campos situados al norte del río Apa.39

            Años después de la terminación de la guerra, se inició también en el norte la repoblación de los campos. Las bases fueron las mismas que las del sur, sólo que el ganado importado fue traído de la zona fronteriza del Brasil, de las haciendas formadas con el ganado arreado del Paraguay.

            Las explotaciones iniciadas eran extensivas, libradas al procreo natural de los animales. El elemento abundante eran los campos desocupados. Se procuraba disponer de por lo menos dos o tres hectáreas de campo por cabeza de ganado y ocupar la mayor extensión posible con miras a ir poblándola paulatinamente. Se estimaba que una legua cuadrada de tierra podía alimentar de 1.500 a 2.000 animales adultos, o sea 100 animales por kilómetro cuadrado. Los planteles se integraban con 3 o 4 toros por cada 100 vacas. La marcación se efectuaba corrientemente en el invierno y abarcaba todo el ganado mayor de 2 años.

            La tasa de reproducción era del 20 al 30 % del plantel, condicionada por las peculiaridades de los campos y la organización de los  respectivos establecimientos ganaderos. Debían venderse los novillos a los tres años y las vacas viejas que ya no servían para reproducción. Se podía vender, cada año, alrededor del 15 % del ganado de la estancia, teniendo en cuenta las pérdidas y las necesidades de crecimiento del rebaño.

            Por lo general, en las estancias no se ordeñaba sino para abastecer de leche el reducido consumo del personal y para la producción de queso primario y de dulce casero. Por la ubicación alejada de las estancias y la falta de caminos y medios de transporte, en la generalidad de los casos no era posible enviar leche a los centros poblados.

            Instalado el rebaño, el manejo de la explotación se limitaba a mantener reunido el ganado, sin más cuidados que los de la marcación y la castración. El personal de las estancias se reducía, por lo general, a unos pocos peones y capataces. Todas las distintas tareas de la estancia, cuidado de la hacienda, arreos, contaje, marcaciones, castración y transporte, se realizaban con peones dirigidos por el propio propietario o por capataces de experiencia en las faenas del campo y de confianza del patrón. Un capataz y tres o cuatro peones bastaban para manejar una estancia de 1.500 a 2.000 cabezas.

            "No hace falta mucha vigilancia, escribió de Bourgade; la naturaleza se encarga de casi todo, y los rebaños se reproducen y crecen con toda libertad. El papel del dueño consiste en reunirlos de vez en cuando para contarlos, marcar a los jóvenes, asegurarse del buen estado de los animales y designar los que están destinados a la venta". 40

            Un elemento imprescindible en las estancias era el caballo. En el campo, el caballo es un instrumento de trabajo. Es el complemento indispensable del peón para sus desplazamientos y sus faenas diarias. El manejo del ganado, los rodeos y el tropeo del ganado deben hacerse a caballo. La reposición de los planteles equinos fue por ello una parte decisiva del esfuerzo desplegado para la repoblación de los campos. La ganadería lanar, en cambio, fue un complemento útil, pero no cobró gran importancia en las explotaciones por las dificultades que tenía la multiplicación de los rebaños con el clima cálido del país y la menor rentabilidad que determinaba el elevado costo de los fletes fluviales para la exportación de la lana.

            La formación de estancias en campos abiertos, sin ninguna clase de cercos y sin otros obstáculos que los naturales, era posible por las características propias del ganado vacuno. "El bovino, destaca Sbarra, posee hábitos que lo inclinan a permanecer o a aquerenciarse en un paraje determinado: es animal poco caminador, que, al contrario del yeguarizo, apenas come durante la noche, pasando, si el tiempo está bueno, buena parte de ella echado y rumiando; además, tiende a reunirse durante la noche con sus congéneres en un mismo sitio -el rodeo (voz que por extensión denomina también al conjunto de esos animales)-, donde no tardan en destruir el pasto con el continuo pisoteo, convirtiendo el lugar en una suerte de dura playa. (...) Tales características fueron aprovechadas por el estanciero antiguo para acostumbrar al ganado vacuno a permanecer, por razones de seguridad y vigilancia, en el rodeo después de la puesta del sol y hasta clarear el siguiente día. Este singular trabajo campero de la primitiva estancia recibió el nombre del "aquerenciamiento", y comenzaba por la elección del terreno donde establecer el rodeo, que por cierto podía ser más de uno. Elegido el lugar -alto y seco, para evitar la fácil formación de barro- se lo señalaba con uno o varios postes (...) firmemente hincados, poderosos atractivos para los animales que los utilizaban como rascadero, sobre todo en primavera, época del cambio de pelo o peleche, que les produce una picazón de la que se alivian restregándose contra los postes. (...) Una vez acostumbrado, el vacuno busca volver a su "querencia", facilitando su cuidado, lo que hacían unos pocos hombres".41

            Este sistema de explotación extensiva, que tenía sin duda sus grandes limitaciones, respondía a las condiciones y posibilidades del momento, a la abundancia de los campos, a la falta de mano de obra y a la disponibilidad muy reducida de capitales. No era la fórmula óptima, pero era la única viable. El mejoramiento de las explotaciones tendría que venir después. Los escasos recursos disponibles debían destinarse a la compra de ganado para aumentar los planteles y al pago de los campos ocupados. Era el medio más apropiado para maximizar los beneficios de la inversión y asegurar el futuro de la explotación. Con esas características, la ganadería era considerada en la época como una de las inversiones más seguras y rentables del país. La tasa de retorno de la inversión inicial era de aproximadamente el 20 % anual, sin computar la valorización adicional de la propiedad y los planteles. La crianza de ganado llegaría así a constituirse en una de las actividades económicas más atractivas, que permitía la obtención de márgenes de ganancias adecuados a costa de una inversión de capital no muy considerable. Según un informe de la Representación Británica en la Asunción, para iniciar una estancia "sólo se requería un capital mínimo de entre £1.500 y 2.000, inversión que tendría que redituar entre el 20 y el 30% de ganancia después de tres años".42

            Al hacer esta relación de las características salientes de las primeras explotaciones ganaderas del período de posguerra debemos advertir al lectoren contra de una conclusión simplista de la vida fácil y holgada del estanciero. La explotación ganadera tenía sus exigencias rígidas. Las condiciones de vida en el campo eran austeras, y el trabajo intenso y sacrificado. La vivienda, el amoblado de los alojamientos, la alimentación y, en general, las condiciones de vida del campo eran considerablemente inferiores a las de las poblaciones urbanas. No existía para ella el confort de las ciudades, ni los beneficios de las escuelas, los hospitales, los centros de recreo ni el comercio vecino que abastece abundantemente de bienes de consumo. La vida rural era en verdad semi civilizada. En las estancias, los pobladores se alimentaban sólo de carne, generalmente sin sal ni pan, no conocían las verduras ni los placeres de los dulces y las confituras. Si acaecía alguna enfermedad, no se contaba con los servicios de un médico cercano. La capitalización era elevada, pero también era intenso y sacrificado el trabajo desarrollado para lograrla. Las condiciones de vida de las explotaciones ganaderas mejorarían más tarde con la expansión de las redes camineras y el mejoramiento de los medios de comunicación, pero por muchas décadas, el aislamiento, el alejamiento, la soledad, la falta de todo confort en el vivir diario, serán su característica dominante. Un visitante extranjero hizo, en 1874, la siguiente relación del estoico vivir del dueño de la Estancia Cabañas, a orillas del río Tebicuary:

            ". . . su mejor y único plato era una vajilla de estaño, en donde nos sirvió un pequeño "charque", o pedazo de carne seca, con algunas pocas naranjas, con nuestro homenajeador sentándose en su cama, debido a la falta de muebles".43

            Con la venta de tierras públicas, que el Gobierno inició en 1870, la ganadería se extendió a todo el país. Mientras la agricultura se constituyó en el refugio de la población sin recursos, la ganadería atrajo a la gente con más medios económicos. Fue por ello un sector más dinámico y progresista. El costo de la tierra era ínfimo. A menos de mil pesos la legua, se vendían los mejores campos de la Cordillera y de Paraguarí. Los precios eran bajos porque había mucha tierra desocupada y sólo poquísimos compradores. El bajo costo de los campos, junto con el precio favorable de la carne, que permitía un rendimiento conveniente de las inversiones, estimuló la reposición activa de los planteles. La mayor tasa de inversión produjo el desarrollo más acelerado de la ganadería. Hacia 1877, el plantel ganadero del país se había elevado a más de 200.000 cabezas. El censo ganadero levantado ese año dio el siguiente resultado:

 

 

            Las explotaciones iniciadas asumieron características variadas, de acuerdo con su tamaño, la organización de las estancias y a las características particulares de los campos ocupados. En la década siguiente, según el censo de 1885, el plantel bovino había aumentado a 729.796 cabezas.

            "Para fines de la primera década de posguerra, resume Herken Krauer, los estancieros del Paraguay poseían en general entre 4.000 y 10.000 cabezas de ganado vacuno -los más importantes- entre los que se destacaban "los argentinos, muchos de ellos con más de 5.000 cabezas en las Misiones. Una buena cantidad de extranjeros, con explotaciones en pequeña escala, y un promedio de 1.500 cabezas de ganado. Asimismo, existen muchos, en especial italianos, que se dedican a la agricultura y a la ganadería conjuntamente, con stocks entre 20 y 300 cabezas. Las dos principales estancias en el Paraguay eran consideradas la de Patri (italiano), cerca de la Asunción, con 7.000 cabezas y la de Gill (paraguayo) con 4.000 cabezas".45

            La producción local era absorbida totalmente por el consumo interno, que requería, además una cantidad adicional de ganado importado para cubrir sus necesidades. Las ciudades y pueblos del interior se abastecían de las estancias circunvecinas. La capital absorbía ganado de todo el país y el que provenía del exterior. La Asunción era el mayor centro de consumo. Tenía el principal matadero de la República, que estaba localizado en Trinidad. Hasta allí llegaba todo el ganado destinado al abasto de la capital y sus alrededores. La carne faenada se transportaba en la noche por ferrocarril hasta la vecindad del mercado de la Asunción. En las inmediaciones de ese matadero se instalaron los principales saladeros de cueros, que procesaban casi el 80% del total de cueros exportados.

            Con el aumento progresivo de la producción local, se reducía paulatinamente la necesidad de importación de ganado para consumo, dando un alivio significativo a la balanza de pagos y al desequilibrio externo que arrastraba el país. Desde la primera hora, el cuero y las cerdas se convirtieron en bienes que engrosaron las escuálidas exportaciones. Más tarde se sumaría la carne.

            La ganadería fue una actividad pionera. Con mayores recursos y su mejor capacidad para el aprovechamiento rentable de las posibilidades que ofrecían los campos abandonados, dio un impulso decisivo a la recuperación económica emprendida en el período de posguerra. Arraigó al suelo nativo al extranjero y al capital proveniente del exterior. Las ganancias obtenidas no se remesaban al extranjero sino que se reinvertían en la explotación, en la construcción de viviendas más confortables en las ciudades cercanas o en la capital, o servían para iniciar otros emprendimientos productivos o comerciales. Proveyó de recursos para el financiamiento de los gastos del Estado. Fue así un factor de progreso en un momento decisivo de la nacionalidad, en que se necesitaba reconstruirlo todo para recuperar el bienestar perdido. No obstante este valioso aporte, cabe sin embargo reprocharle una omisión significativa. El sector ganadero, que proveyó por largos años la mayor parte de la clase dirigente del país y que gravitó como ninguno en la orientación de la política económica, no tuvo la visión o la simple disposición para promover o apoyar soluciones orientadas a resolver la cuestión de la pequeña propiedad rural. Una solución a este decisivo problema, que resultaba entonces facilitada por la amplia disponibilidad de tierras fiscales inexplotadas, hubiera producido el equilibrio y la complementación de las explotaciones y la producción de la pequeña y la gran propiedad rural y hubiera disipado los temores e inseguridades que hasta hoy inquietan a los grandes propietarios sobre los riesgos e implicancias de una posible reforma agraria.

            Con los precios favorables que producía el déficit del abastecimiento interno, las explotaciones ganaderas se consolidaban y prosperaban. Pero es con la venta de tierras públicas dispuesta en 1883 y 1885 como la ganadería experimentó el crecimiento intensivo que permitió el autoabastecimiento del consumo local y la producción de excedentes que se destinaron a los mercados externos. La intensa afluencia de capitales que dicha venta atrajo, permitió la expansión de las áreas incorporadas a la explotación, la intensificación de los planteles, el mejoramiento de los métodos de explotación y el aumento de la producción y de la productividad de las haciendas. Aparecen las primeras alambradas que los nuevos propietarios instalaron para cercar sus propiedades. La ganadería no sólo se expandió sino que se transformó. La vieja estancia formada en campos abiertos, sin otros linderos que los obstáculos naturales, cambió radicalmente con la práctica nueva del alambrado que delimitó su perímetro y la convirtió en un verdadero dominio privado. El cercamiento de las propiedades demandaba inversiones y un cúmulo de trabajos extraordinarios. A la cuadrilla de los agrimensores debían seguir los grupos especializados de los alambradores. Índice de este esfuerzo fue el aumento considerable de las importaciones de alambre en el país. El cierre de los campos facilitó el manejo y el mejor control de los planteles. Permitió, además, parcelar las grandes extensiones de campos en potreros más reducidos; facilitó el cruce del ganado criollo con reproductores seleccionados, y permitió el mejoramiento de la calidad de los pastos. Con menos peones se podía atender igual o mayor número de cabezas. La formación de potreros interiores facilitó un aprovechamiento más eficiente de los pastizales y de las aguadas. El potrero chico hace que el ganado coma todo el pasto sin pisotearlo con exceso; cuando el pastizal se agota, se pasan los animales a otro lote y el anterior puede recobrarse.

            Lamentablemente, no todas las estancias pudieron asumir y realizar las inversiones necesarias para incorporar a sus explotaciones esa importante y rentable práctica. Con ello, la explotación extensiva siguió siendo, por décadas, la característica dominante de la mayoría de las explotaciones ganaderas del país.

            En algunas de las nuevas haciendas se inició la práctica de la construcción de viviendas de material, que son más duraderas y confortables. Se intensificaron, además, los esfuerzos para el mejoramiento de los planteles con la introducción de ganado de raza. Con esas inversiones y el incremento paralelo de los planteles, la producción local se expandió aceleradamente hasta exceder muy pronto las necesidades del consumo interno. Esta expansión significativa del sector puede apreciarse en el cuadro siguiente, que resume los resultados de los censos ganaderos de los años 1885, 1887, 1895 y 1900. Como puede verse en ellos, el plantel ganadero se triplicó en el transcurso de una década.

           

 

            Los saladeros. La saturación del mercado interno empezaba ya a presionar la baja del precio de la carne y del ganado en pie, cuando aparecieron en el país los saladeros que comenzaron a procesar la carne vacuna para su comercialización en mercados distantes. La actividad de los saladeros se desarrolló, en algunos casos, como complemento de la explotación de grandes estancias y en otros, como establecimientos independientes de las estancias. Aún cuando los procesos de elaboración que aplicaban eran relativamente simples, constituían una actividad industrial importante, tanto por el volumen y valor de su producción como por la ocupación y la demanda nueva de ganado que originaban. No sólo realizaban los trabajos relativos a la elaboración de la carne, sino también todos los concernientes a la preparación y acondicionamiento de los subproductos bovinos (cueros, astas, grasa, cerdas, huesos, pesuñas) destinados al exterior. Los productos principales fueron la carne salada y el tasajo. La primera consistía en la carne bañada e impregnada de salmuera. Su elaboración requería instalaciones más complejas y más amplias y un mayor número de trabajadores. La carne salada debía envasarse y transportarse en barricas de maderas. El tasajo, en cambio, se elaboraba en forma más sencilla, mediante la formación, en galpones cubiertos, de pilas de capas alternadas de carne y sal y sometiéndose luego el producto obtenido a un secado al aire libre. Era envasado en bolsas o fundas de arpillera. Tenía una mejor conservación, y, sobre todo, un mayor contenido nutritivo y proteico. El primer saladero del país lo instaló el señor Héctor J. Bado en el pueblo de Cangó, hoy, Gral. Artigas, en 1891, para abastecer de charque o tasajo a los yerbales y obrajes del alto Paraná. Este establecimiento faenaba alrededor de 9.000 animales por año. Su personal fijo excedía de 100 personas, sin incluir a los troperos y al personal de campo que se encargaban de la compra y acarreo del ganado. Contaba, además, con un conjunto de 40 carretas que transportaban los fardos de charques hasta Encarnación, para su embarque con destino al Alto Paraná. A su retorno, las carretas traían la sal y la arpillera requerida para el proceso de elaboración.47

            Para estimular el desarrollo de esta nueva industria, cuyas actividades beneficiaban grandemente al sector ganadero, por ley del 5 de septiembre de 1900 el Gobierno concedió franquicias y beneficios fiscales a los saladeros y frigoríficos que se establecieran en el país en los diez años siguientes. Fueron eximidos de todo derecho la importación de maquinarias, materiales de construcción y los productos requeridos para la elaboración, envase y despacho de la carne procesada. Igualmente se eximió de todo derecho la exportación de los productos y subproductos elaborados. Sus instalaciones y su funcionamiento fueron liberados de todo impuesto nacional o municipal. Se redujo para los saladeros el impuesto a los cueros exportados al 50% y a sólo 10 centavos por animal para los frigoríficos y fábricas de conserva y extracto de carne que aplicaran procesos de elaboración más complejos.

            Al amparo de estas normas, se establecieron en la zona norte del país tres grandes saladeros:

            El Saladero Riso. Fundado en 1901, se instaló a orillas del río Paraguay, al norte de Concepción, en las proximidades de la desembocadura del río Apa. Faenaba de 10 a 12 mil vacunos anualmente. La mayor parte de ese ganado procedía de las estancias de su propietario don Pedro Risso. Elaboraba carnes saladas y en lenguas; estas últimas eran envasadas en latas de 1/2 kilo y se exportaban a los mercados de España y Cuba.48 De los subproductos, los huesos se vendían generalmente a Inglaterra y las astas, tendones y pezuñas, a los países balcánicos. El saladero fue vendido en 1922 a la Societé La Fonciére du Paraguay.

            El Saladero de Villa Concepción. Fue fundado en 1903 por una sociedad anónima, cuyo principal accionista fue el Sr. Pedro Clouzet. Por las dificultades que encontró su desenvolvimiento inicial, fue vendido a la sociedad Risso y Cia, que lo explotó durante dos años, y lo abandonó después. Fue posteriormente readquirido y reactivado por el Sr. Clouzet, en sociedad con el Señor Sebastián Zabalúa, un inversionista uruguayo. Cómodamente instalado a orillas del río Paraguay, a una legua escasa de Concepción, sus instalaciones tenían capacidad para elaborar anualmente más de 10 mil cabezas.

            El mismo año de 1903 fue fundado, con capitales alemanes, el Saladero de San Salvador. Situó sus instalaciones a orillas del río Paraguay, en las cercanías del río Apa. Alcanzó a faenar alrededor de 4.000 cabezas anuales. Estaba dirigido por el Dr. Kemmerich, que fue el pionero en la producción de extracto de carne y carnes en conserva, que más tarde transformarían la industria de la carne del país.

            Con la producción de estos establecimientos, la importancia de la producción y de las exportaciones ganaderas aumentó considerablemente, Al inaugurar la Exposición Ganadera de 1904, el presidente de la Sociedad Ganadera del Paraguay, el General Patricio Escobar hizo el balance de este desarrollo en los términos siguientes:

            ".. la ganadería progresa asombrosamente y ... constituye la principalísima base de la riqueza de este país, porque ya sea por los productos secundarios, ya por los de saladeros o mismo por hacienda en pie, es oro lo que en su pago entra en el país, oro que no debe salir más, pues no hay que enviar nada por materias primas, ni por intereses o dividendos a capitales extranjeros. El producto ganadero es un producto que en el país se obtiene a papel moneda y que en el exterior lo vendemos oro. La ganadería es la verdadera fábrica de moneda sana.

            ¿Y recordáis la progresión de la ganadería en el Paraguay?

 

            En 1870 había            15.000 cabezas,

            en 1886                       729.836 cabezas,

            y en 1903                    3.500.000 cabezas,

 

            Y el valor de la exportación de productos ganaderos representó:

 

            en 1898           713.584 pesos oro,

            en 1899           727.551 "        "

            en 1900           905.099 "        "

            en 1901           1.188.309 "     "

            en 1902           1.486.692 "     "

            en 1903           1.780.000 "     "

           

            casi la mitad del valor total de la exportación de este año.49

 

            Los Frigoríficos.  Mientras la evolución de la industria argentina de la carne se caracterizó por la substitución del saladero por el frigorífico, que entró a producir carne congelada para los mercados europeos, la industria paraguaya, por las limitaciones de la calidad inferior del ganado local y las dificultades y el costo mayor del transporte fluvial, se orientó a la producción de carne en conservas que no requería animales mejorados como los frigoríficos ni embarcaciones especiales para el despacho de sus productos a los mercados externos. Favorecieron su desarrollo los privilegios fiscales que le fueron acordados para su instalación y desenvolvimiento por ley del 27 de junio de 1908.

            La primera fábrica de extracto de carne fue instalada en 1909 como anexo del Saladero de San Salvador. Su producción era comercializada en su mayor parte en Alemania. Fue transferida en 1918 a la Compañía "South American Land and Cattle Ltd,", que amplió y modernizó sus instalaciones para producir carne conservada en una escala mayor, para abastecer la demanda aumentada que originó la primera guerra mundial.

            En 1917 instaló otra planta industrial en San Antonio la "Central Products Company", que luego se transformó en la "International Products Corporation". Comenzó sus operaciones con una capacidad de procesamiento de 500 cabezas diarias, que luego fue ampliada a 900 cabezas. Aún cuando sus instalaciones incluían todo el equipo necesario para producir carne congelada, concentró su producción en la de carnes en conserva.

            Con capital aportado por comerciantes y ganaderos paraguayos y la Compañía Swift de la Argentina, en 1917 la Compañía Paraguaya de Frigoríficos y Carnes Conservadas instaló en Zeballos-Cué otra fábrica para la producción de carnes conservadas y frescas. Entró en operaciones cuando le alcanzó la paralización que produjo la crisis de 1920. La planta fue transferida en 1923 a la empresa Liebig's Extract of  Meat Co., que amplió y modernizó sus instalaciones. La nueva propietaria ya tenía en el país diversas estancias que eran modelo de organización y de producción. Inició sus operaciones ese mismo año. Con la intensificación del consumo de ganado que produjo, contribuyó en forma significativa a la reactivación de la economía, que por entonces sobrellevaba las secuelas de una intensa crisis depresiva.

            Las operaciones de estas empresas ampliaron en forma considerable el mercado de colocación del ganado nacional, crearon fuentes nuevas de ocupación para la mano de obra local, y contribuyeron a la diversificación y aumento de las exportaciones del país.

            Con estas características generales, la ganadería se constituyó en uno de los sectores básicos de la economía nacional Su importancia puede medirse por la cuantía de su aporte al producto interno, así como por su contribución creciente a las exportaciones del país. La ganadería se convirtió, además, en la más económica y segura fuente de alimentación de la población nacional.

 

 

NOTAS

 

1F. Wiesner de Morgenstern. PARAGUAY. A Note as to its position and prospects. 1871, p. 3 del Informe Anexo.

2Mensaje del Presidente de la República. 1871. p. 23.

3Manifiesto del Gobierno Provisional, sept. 10 de 1869. Repr. en F. Esteves, Ob. cit.,

p. 9.

4"La Regeneración". Nº 21, octubre 26 de 1869.

5J.S. Decoud, Cuestiones Políticas y Económicas, 1877, Cap. IX.

6K. Johnson, Recent Journeys in Paraguay. 1875. Reprod. en Herken K. El Paraguay Rural. 1984, p. 183.

7F.R. Moreno. Resumen de Historia Económica del Paraguay. Álbum Gráfico de la República del Paraguay, 1911, p. 94.

8H. F. Decoud. Una Década de Vida Nacional. 1925, p. 258 y 259.

9Ibíd., ps. 258 y 259.

10Decreto del 30 septiembre de 1869.

11Mensaje del Presidente de la República al Primer Congreso Legislativo de la Nación. 1871, ps. 5 y 6.

12H.F. Decoud. Ob. cit., p. 249.

13Circular del Gobierno Provisional del 26 de marzo de 1870.

14Reprod. en J. C. Herken Krauer, ob. cit. p. 176

15  M.A. González Erico. Estructura y Desarrollo del Comercio Exterior del Paraguay. RPS. Nº 30, p. 126.

16G. Romero. Los Problemas Nacionales. TGE. 1915, p. 3.

17Ibíd., p. 4

18R. Weitz. De Campesino a Agricultor. FCE. 1973, p. 29.

19W. E. Schurz. PARAGUAY. A Commercial Handbook. Dep. of Commerce. Washington 1920. Repr. en J.C. Herken, ob. cit., p. 116.

20G. Romero, Ob. cit., p. 6.

21J.V. Ramírez. Estadística de la Propiedad Rural en el Paraguay. 1921, ps. 32 y 33.

J.P. Benítez. Ensayo sobre el Liberalismo Paraguayo, 1932, ps. 80 al 82.

22Ministerio de Agricultura. Censo Agropecuario. 1944. Informes del 1 al 49.

23Instituto de Asuntos Interamericanos. Informe Anual, 1944.

24M. Klein. Estudio Forestal del Paraguay. 1945, p. 4.

25G.W. Uderitz. Bosques, Industrias Forestales y Comercio de Productos Forestales en el Paraguay, 1946. M. Klein, Ob. cit.

26L. E. Petterson. Productos Forestales del Paraguay, 1944.

27 Carta de A. de Bonpland al Gobernador de la Provincia de Corrientes. Reproducida en "La Yerba Mate". Honorio Leguizamón. Tesis, 1877.

28Ch. A. Washburn. The History of Paraguay. Ed. LSD. 1871. T.I. p. 450.

29Washbum, Ob. cit., p. 458

30Ob. cit., T.I., p. 450

31R. Barret. Obras Completas. Ed. Americalee. T.I., p. 149.

32L. Freire E. El Paraguay Constitucional 1921, p. 200.

33L. Freire E. Ob. cit., p. 201.

34H.F. Decoud. Una Década de la Vida Nacional. 1925, p. 333.

35No existen estadísticas ciertas de la población ganadera del país al inicio del conflicto. Las estimaciones varían de 2 millones de cabezas de ganado vacuno a un plantel de 15 millones. Fue Manuel Domínguez quien estimó en 15 millones de cabezas el plantel ganadero de anteguerra. H.F. Decoud sostuvo que la población ganadera ascendía a 4 millones de cabezas, de las cuales las dos terceras partes pertenecían al Estado y el resto a los particulares. E. De Bourgade, en cambio, afirmó que "antes de la guerra, los representantes de la raza bovina diseminados por el territorio se estimaban en 2.000.000 de cabezas". De estas estimaciones, la de 2 millones de cabezas nos parece la más fundada.

36La Regeneración. N° 21, octubre 20 de 1869.

37Ob. cit., p. 344.

38"Liebig's en el Paraguay". 1965, p. 58

39Ob. cit., p. 336.

40E. De Bougade La Dardye. El Paraguay 1889. A.N.E., 1985, p. 140.

41N. H. Sbarra. Historia del Alambrado. EUDEBA, ps. 62 y 63.

42J. C. Herken Krauer. El Paraguay Rural entre 1869 y 1913, p. 166.

43K. Johnson. Recent Tourney in Paraguay. 1874, Reprod. en Herken Krauer, ob. cit. p. 180.

44G. Yubero. El Paraguay Moderno. 1915, p. 40.

45Reproduc. en Herken Krauer. Ob. cit., p. 166.

46 C. Rodas. El Paraguay. 1888, p. 13; Díaz de Bedoya, N. La Ganadería en el Siglo Pasado. Rev. Paraguay Industrial y Comercial, enero 1948. Santos C. La República del Paraguay. 1897, p. 79. Mensaje del Presidente de la República, 1901, p. 10.

47J. R. Ybuero y A. F. Antúnez. Industria Nacional. Asunción 1897, ps. 79 y sgtes.

48G. Yubero. El Paraguay Moderno. 1915, p. 263

49La Tarde, mayo 16 de 1904.



FUENTE (ENLACE INTERNO) :



HISTORIA ECONÓMICA DEL PARAGUAY

ESTRUCTURA Y DINAMICA DE LA ECONOMÍA NACIONAL

1870 a 1925

WASHINGTON ASHWELL

Tapa: LUIS VERÓN

CARLOS SCHAUMAN, Editor

Asunción – Paraguay. 1989 (388 páginas)



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