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ROBERTO PAREDES RODRÍGUEZ

  OPERACIÓN 33 – LA VERSIÓN DE LOS PROTAGONISTAS (Por ROBERTO PAREDES)


OPERACIÓN 33 – LA VERSIÓN DE LOS PROTAGONISTAS (Por ROBERTO PAREDES)

OPERACIÓN 33 – LA VERSIÓN DE LOS PROTAGONISTAS

por ROBERTO PAREDES

Editorial Servilibro,

Telefax: (595 21) 444.770

Dirección editorial: Vidalia Sánchez

Asunción-Paraguay, 2009



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PRESENTACIÓN: Las acciones militares que desplazaron del poder al general Alfredo Stroessner fueron conocidas en su momento como "Operación 33", debido a que el golpe de Estado estaba programado para las 03.00 horas del día 3 de febrero.

Al cumplirse el décimo aniversario del golpe de Estado el escritor fue coautor de un libro sobre el relevante hecho histórico: "Los Carlos", material que recogió aspectos fundamentales de la gesta histórica, sobre la base del testimonio de decenas de protagonistas.

En la actualidad, sin embargo, el trabajo en cuestión resulta parcial e incompleto en varios aspectos. De hecho, transcurrieron exactamente 20 años del golpe, por lo que hay mejores posibilidades para reconstruir el fenómeno histórico, con elementos nuevos.

"Operación 33" no apenas es un recuento completo de la gesta histórica, que incorpora y supera el contenido de "Los Carlos". Incorpora los testimonios de todos los actores centrales del proceso, de ambos sectores en pugna, y pretende contribuir a la comprensión más acabada del alcance de tan dramática decisión.

La democratización abierta en esa ocasión fue caracterizada en muchos trabajos como "pasajera", "tutelada",..., pero lo cierto y lo concreto es que después de largos 20 años, la democracia tiende a consolidarse en la esfera política, lo que da a la gesta su verdadera dimensión.

El autor consideró oportuno realizar un análisis de fondo sobre las causas más profundas que llevaron al desplazamiento del general Alfredo Stroessner del poder, apoyándose en una línea de interpretación científica, que apuesta a explicar los fenómenos a partir del juego de intereses, no de comportamientos personales.

Asimismo, se consideró fundamental divulgar un trabajo explicativo y analítico sobre los 20 años que trascurrieron entre el 3 de febrero de 1989, en que Stroessner renunciara, y el 3 de febrero del 2009, en que el país está colocado ante el difícil desafío de incursionar por nuevos senderos.

El autor apenas busca realizar un aporte para una evaluación imparcial de los hechos. La medida en que lo logra apenas podrá ser determinada por la crítica constructiva de los lectores.

ROBERTO PAREDES.-

 

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ÍNDICE

PARTE CENTRAL

CAPÍTULO I

· LA CONSPIRACIÓN

CAPÍTULO II

· LOS PREPARATIVOS DEFINITIVOS

ANEXO 1: "STROESSNER SABÍA SOBRE LA CONSPIRACIÓN"

CAPÍTULO III

· SE ADELANTA LA OPERACIÓN

ANEXO 1: LA OPERACIÓN FRUSTRADA DEL SECUESTRO

ANEXO 2: MAYOR NÉSTOR MELGAREJO

CAPÍTULO IV

· EL ATAQUE AL REGIMIENTO ESCOLTA

ANEXO 1: ATAQUE AL COMANDO EN JEFE Y DETENCIÓN DE STROESSNER

ANEXO 2: "¿TRAIDORES EN EL REGIMIENTO ESCOLTA?"

 ANEXO 3: MORTERAZOS SOBRE EL ESCOLTA

ANEXO 4: BOMBARDEO AL ESCOLTA

ANEXO 5: LA MUERTE DE MIGUEL ÁNGEL RAMOS

 ANEXO 6: UN INFORME CLAVE

CAPÍTULO V

· EL DESEMPEÑO DE LA ARMADA

ANEXO 1: MISIÓN CUMPLIDA

CAPÍTULO VI

· LOS OBJETIVOS MILITARES DE LA INFANTERÍA

ANEXO 1: TEMPRANA VINCULACIÓN A LA CONSPIRACIÓN

CAPÍTULO VII

· LA OCUPACIÓN DE LA AERONÁUTICA

ANEXO 1: LA MISIÓN DE LA CABALLERÍA

ANEXO 2: LA CONSPIRACIÓN EN LA AERONÁUTICA

CAPÍTULO VIII

· SUPUESTO LEVANTAMIENTO DE LA ARTILLERÍA

CAPÍTULO IX

· EL EXILIO DE STROESSNER

EPÍLOGO: POR QUÉ CAYÓ EL STRONISMO

PARTE COMPLEMENTARIA

· 20 AÑOS EN LA POLÍTICA PARAGUAYA

CAPÍTULO I: EL CONTROL COLORADO DE LA TRANSICIÓN

CAPÍTULO II: FIN DE LA JUNTA DE FACTO Y FRAUDE ELECTORAL

CAPÍTULO III: INGOBERNABILIDAD, CRISIS MILITAR, TRIUNFO DE ARGAÑA

CAPÍTULO IV: EL FACTOR OVIEDO Y LA CRISIS DE MARZO DE 1999

CAPÍTULO V: DEL GOBIERNO DE FACTO AL TRIUNFO DE DUARTE FRUTOS

CAPÍTULO VI: LA LLEGADA AL PODER DE NICANOR DUARTE FRUTOS

CAPÍTULO VII: LOS PLANES REELECCIONISTAS DE DUARTE FRUTOS

CAPÍTULO VIII: EL FENÓMENO LUGO COMO AMENAZA PARA EL CONTINUISMO

CAPÍTULO IX: SE PROCLAMÓ LA CANDIDATURA DE BLANCA OVELAR

CAPÍTULO X: LA DERROTA COLORADA EL 20 DE ABRIL DEL 2008

FUENTES PRINCIPALES.-


 

 

 

CAPÍTULO I – LA CONSPIRACIÓN

 

La convención colorada del 1° de agosto de 1987 señaló el comienzo del fin del stronismo. En esa ocasión, la corriente denominada "militante combatiente y stronista hasta las últimas consecuencias", encabezada por Sabino Augusto Montanaro, Mario Abdo Benítez, J. Eugenio Jacquet y Adán Godoy Jiménez - el "cuatrinomio de oro"-, se tornó no simplemente hegemónica en la conducción del Partido Colorado, sino excluyente, pues las demás tendencias internas de peso: "tradicionalistas" y "éticos", quedaron fuera de la administración partidaria.

La convención nombró como miembros de la Junta de Gobierno del partido exclusivamente a dirigentes de la "militancia", con lo que se selló la ruptura definitiva. Internamente, ya no habría espacio para un arreglo pacífico; cualquier cambio futuro sólo se podría definir por la fuerza.

Los generales Andrés Rodríguez, jefe del Primer Cuerpo de Ejército, y Eumelio Bernal, jefe de la Primera División de Infantería, participaron como espectadores del evento. "Hay que darle una salida a esto", coincidieron en señalar, al constatar que los líderes del ala dura del Partido Colorado se tornaron amos absolutos de la situación. Militares y civiles allegados a Rodríguez tenían pleno conocimiento de la adversidad del jefe militar con relación al grupo denominado "cuatrinomio de oro", cabeza de la "militancia stronista".

No se puede decir, en rigor, que la conspiración para derrocar a Stroessner comenzó ahí, pero la convicción acerca de que el desplazamiento del dictador se constituía en una necesidad ineludible, ganó fuerza. El internismo colorado rebotaba vigorosamente en el seno de las Fuerzas Armadas, cuyos integrantes, en su totalidad y obligatoriamente, estaban afiliados al partido. Y era obvio que las diversas corrientes internas debían tener simpatizantes entre los jefes y oficiales militares.

A caballo de la dinamización de las actividades económicas, que caracterizó el período inmediatamente posterior a la firma del Tratado de Itaipú (26 de abril de 1973) se había conformado una camada de nuevos colorados -muchos de ellos profesionales, y muchos venidos de la oposición-, cuyo rápido ascenso en el control del aparato partidario generó resistencia, al principio, y combate abierto, después, desde inicios de los años 80. Los despectivamente llamados "neo-colorados" a comienzos de la década del 80 constituyeron, precisamente, el grueso de la dirigencia de la "militancia stronista", cuyo agresivo activismo puso fin a la "monolítica unidad del partido" de la que tanto se jactaban hasta entonces, desde el presidente Alfredo Stroessner hasta el más periférico dirigente de una seccional colorada.

La pugna fue cobrando cuerpo y los apellidos tradicionalmente fuertes en el coloradismo comenzaron a perder espacios de poder, ganando terreno los "advenedizos". Durante la segunda mitad de los años 80, el internismo colorado ya estaba plenamente instalado, siendo las corrientes que con mayor fuerza se disputaban la hegemonía los de la "Militancia stronista" y los del Movimiento Tradicionalista Colorado. Pero, además, se sumaron a los contestatarios el Movimiento Ético, liderado por Angel Roberto Seifart y Carlos Romero Pereira, y el Movimiento de Integración Colorada, cuyo jefe era el otrora poderoso y temido ex ministro del Interior de Alfredo Stroessner, Egdar L. Ynsfrán.

Por esos años, la edad de Alfredo Stroessner y su inestable estado de salud, instaló en el centro de la discusión el tema de la sucesión presidencial. La postura de la "militancia stronista" era clara: tenía que ser llevado a la presidencia el hijo mayor del dictador, Gustavo Stroessner, quien estaba haciendo carrera en la Fuerza Aérea. Para viabilizar el proyecto de los "militantes" se había procedido a promover aceleradamente a Gustavo, lo que en concreto significaba el pase a retiro de numerosos oficiales más antiguos.

La intención de los "militantes" no satisfacía las expectativas de muchos dirigentes colorados, ni tampoco se ajustaba a las exigencias de los centros internacionales de poder; chocaba con las aspiraciones políticas de emergentes segmentos empresariales, y encontraba fuerte resistencia en la oficialmente denominada "oposición irregular", los más expresivos sectores políticos democráticos, aglutinados en el frente "Acuerdo Nacional".

La incompatibilidad del proyecto de instalación de la dinastía Stroessner en el poder con las aspiraciones de importantes sectores colorados, fue otro elemento que estuvo en el origen de la conspiración para derrocar al gobierno. Y no es que no se haya sugerido una salida alternativa: en una oportunidad, poco tiempo después de la polémica convención colorada de agosto de 1987, los comandantes militares decidieron plantear al presidente Alfredo Stroessner su disconformidad por la manera en que estaba siendo administrado el Partido Colorado. Todos los comandantes estaban presentes, y fue portavoz del grupo el general de división Andrés Rodríguez, como oficial más antiguo de las Fuerzas Armadas, Stroessner prácticamente no le dejó hablar y casi los sacó a empujones a los comandantes de su despacho.

Pero la disconformidad con la perspectiva que ofrecía la "militancia stronista" no se restringía a organizaciones políticas opositoras y tendencias internas del Partido Colorado. En 1988, en visita del jefe del Comando Sur, general Frederick F. Woerner, se habló con la cúpula stronista -militar y civil- sobre un tema que preocupaba al gobierno de los Estados Unidos: ¿Quién gobierna después de Alfredo Stroessner? La respuesta unánime, debido a la hegemonía de la "militancia", fue: Gustavo.

Tres hechos vinculados a la visita de Woerner resultaron sintomáticas: 1) la entrevista que mantuvo con el general Andrés Rodríguez, 2) los encuentros que mantuvo con líderes políticos del oficialismo y la oposición, y 3) el hecho de tratarse de uno de los oficiales estadounidenses que más contribuyó para el desarrollo de la tesis de los Conflictos de Baja Intensidad, doctrina que substituyó a la de Seguridad Nacional.

El gobierno de los Estados Unidos no se mostró satisfecho con la perspectiva que ofrecían los stronistas, pues desde finales de los años 70 venían impulsando una política de redemocratización en la región, conocida a partir del gobierno de Jimmy Carter como "política de los Derechos Humanos".

Y la disconformidad de la potencia mundial de mayor influencia en el país, se hizo sentir y través de gestiones abiertas que favorecían a los sectores de oposición democrática, y encubiertamente por medio de contactos que terminaron en lo que se dio en los sucesos del 2 y 3 de febrero.

En un momento se convocó a los jefes de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas para una discusión sobre la defensa continental. En realidad, por Paraguay debía ir el general Andrés Rodríguez, que pese a ser solamente comandante del Primer Cuerpo de Ejército, era la persona elegida por los norteamericanos como interlocutor para expresar sus puntos de vista sobre el futuro paraguayo.

Maniobras de todo tipo se hicieron para posibilitar que Rodríguez, y no el general Alejandro Fretes Dávalos, viajase a los Estados Unidos. Y se logró el objetivo. Como sobre Rodríguez pesaban imputaciones severas y fundadas sobre involucramiento con ilícitos, la negociación se dio en los siguientes términos. Los norteamericanos, mundialmente famosos por su pragmatismo, le plantearon: "nosotros te blanqueamos, pero a cambio vos tenés que hacer esto, pese a que Stroessner sea tu consuegro".

El blanqueamiento del general Rodríguez fue pleno, pues con posterioridad al golpe de Estado, el ya presidente del Paraguay obtuvo el público respaldo del representante de los Estados Unidos en el país, Timothy Towell, quien repetidas veces enfatizó que el gobierno de su país no tenía la menor objeción con relación a las actuaciones pasadas y presentes del general Andrés Rodríguez. Es más, el embajador americano después vendrá a sumarse al grupo de tenis de Rodríguez, y éstos irán después a la sede de la embajada para jugar.

El hecho de que el presidente se mostrase reacio a escuchar críticas a su entorno, sin embargo, no impidió que se continuase hablando sobre el tema, si bien los interesados iban tomando conciencia de que por una vía pacífica las cosas irían a ser difíciles. Así, hacia mediados de 1988, de un encuentro amistoso entre empresarios y militares, surgió el propósito de reencauzar el proceso, convenciéndolo al propio Alfredo Stroessner.

Había un grupo de civiles y militares que con cierta regularidad semanal se reunía a jugar al tenis, a las cartas o a los dados. El punto de encuentro variaba, y en esta ocasión la reunión se había realizado en la casa de Vicente González Rolón, quien era muy amigo del general Andrés Rodríguez. De la jornada participaron, entre otros, el ingeniero Díaz Benza, César Prieto, Carlos Cacavello y el general Humberto Garcete, jefe, por entonces, de la Cuarta División de Infantería, en el Chaco.

Rodríguez no estaba al principio, pues el encuentro se había realizado un miércoles, y él acostumbraba a sumarse al grupo cuando se reunían los sábados o domingos.

En un momento del juego, Enrique Díaz Benza se dirigió al general Humberto Garcete y le dijo: - Mirá Humberto, la situación del país está muy crítica, lo que le preocupa a mucha gente, entre los cuales se encuentra el general Andrés Rodríguez. ¿Por qué no hablás un poco con él sobre el tema? El tiene pocas personas con quien conversar, y en vos tiene mucha confianza.

Los presentes intercambiaron opiniones sobre la situación política, económica y social. Desde el punto de vista político, la división interna del Partido Colorado era el asunto central, sobre todo después de la controvertida convención del 10 de agosto de 1987, en que los "militantes" se adueñaron de las estructuras formales del partido; pero preocupaba también el creciente descontento social, que se expresaba en manifestaciones de protesta cada vez más masivas, así como en los desequilibrios que se insinuaban en el terreno económico.

La preocupación era compartida por Garcete, así como por todos los que integraban el informal grupo de juegos. El jefe de la Cuarta División de Infantería había llegado ese día a la capital, desde Mariscal Estigarribia, Chaco, pues al día siguiente jueves, tenía que participar de la reunión del Comando en Jefe, convocada normalmente por el general Alfredo Stroessner para los días jueves.

Por ironía del destino, sin embargo, ese miércoles apareció Rodríguez, pese a no haber sido convocado: - Cobardes, traidores, no fueron capaces de invitarme -, dijo el general Andrés Rodríguez, dirigiéndose a los otros, en broma, desde una ventanilla de la sala.

El jefe del Primer Cuerpo de Ejército preguntó quién estaba sin pareja, pues se estaba jugando a la generala y el número de jugadores era impar. "El general Garcete no tiene pareja", le dijo González, y Rodríguez hizo par con él. Los participantes se centraron en el juego, comentando informalmente sobre cuestiones que en nada se relacionaban con la situación del país.

En un intervalo, no obstante, el general Humberto Garcete le solicitó una audiencia al general Andrés Rodríguez. - ¿Qué le parece el final de semana -dijo Rodríguez-, pues mañana hay reunión de Comando en Jefe-. Garcete, le respondió que el sábado tenía que retornara su unidad, por lo que pidió que fuera el viernes. - ¿Por qué no se queda el sábado y domingo y regresa el lunes al Chaco?-, le insistió Rodríguez, pero finalmente concordó con recibirlo el viernes. La audiencia se fijó para las 06.30 de la mañana.

Como era rutinario, el jueves ambos se presentaron a la reunión del Comando en Jefe, la que se desarrolló sin novedades relevantes. Rodríguez era famoso por su puntualidad, por lo que a las 06.15 horas del viernes se presentó al Primer Cuerpo de Ejército el general Humberto Garcete, siendo recibido por los ayudantes del comandante, los coroneles Lino César Oviedo y Wilfrido Delgado, quienes estaban tomando mate. Rodríguez llegó a las 06.30, le hizo pasar a Garcete a su oficina, pidió dos tacitas de cocido y le dijo a Oviedo: -A no ser que llame el presidente o mí señora, no quiero que nos molesten. Tenemos que conversar con este señor sobre un tema muy especial-.

A pesar de que Rodríguez era padrino de casamiento de Humberto Garcete, éste se sintió bastante incómodo frente a la situación de tener que conversar con el jefe militar más importante del país, después de Stroessner, sobre cuestiones de extrema delicadeza. Ya estaba en el campo, sin embargo, y tenía que jugar.

"El tema del que le quiero hablar -dijo Garcete- usted lo conoce mejor que yo, que estoy aislado allá en el Chaco. Le quiero plantear en pocas palabras, pues si vamos a entrar en detalles podemos llevar días". Rodríguez le respondió que podía hablar sin protocolos y sin censura, con entera confianza.

Garcete comenzó diciendo que la preocupación no era personal, pues estaba haciendo de vocero informal de empresarios, políticos, eclesiásticos y militares, que estaban muy preocupados con los desórdenes que se estaban dando en la realidad política del país.

Entre otras cosas, le dijo que "todo lo que se había conseguido construir en décadas de trabajo, lo está destruyendo el entorno del presidente Stroessner". - Yo sé muy bien que tanto usted corno yo -prosiguió Garcete- le debemos mucho al general Stroessner, pues conseguimos avanzar profesionalmente, así como mejorar económicamente, gracias al apoyo que él nos brindó. Estoy plenamente consciente de ello, pero, sin embargo, no puede dejar de preocuparme, así corno a mucha gente, el hecho de que el presidente esté en la última fase de su vida, y se deje embromar por un grupo que lo rodea y le hace respaldar decisiones poco felices-.

El general Andrés Rodríguez le escuchó atentamente, sin concordar con él, ni interrumpirlo, pero alentándolo para que prosiga.

Lo que en dicho encuentro le propuso el general Humberto Garcete a Rodríguez, en concreto, fue que se constituya en el portavoz del descontento creciente en diversas esferas de la sociedad, para introducir medidas correctivas en la administración del país.

Después de concluir, Rodríguez le dijo a Garcete que lo que le había dicho era "grave, muy grave, ni a la que duerme con usted tiene que referirle lo conversado en esta ocasión". El jefe del Primer Cuerpo de Ejército estaba plenamente consciente de la gravedad del pedido. Preguntó al general Garcete cuándo volvía del Chaco, a lo que éste respondió que lo haría un mes después. Entonces le dijo: - Lo que usted me pide para hacer es muy grave. Necesito un tiempo para reflexionar sobre la cuestión; cuando usted regrese, dentro de un mes, tendrá mi respuesta. Mire que lo que se ha hablado aquí no puede salir de nuestras bocas, pues inmediatamente seríamos colgados-.

Garcete le insistió a Rodríguez que la tarea no le podría resultar muy difícil, considerando que se trataba de su consuegro, con el que almorzaba una vez por semana. - Usted no tiene la menor idea de cómo es el general Stroessner -le respondió Rodríguez-. Cuando se almuerza con él, si él se sienta con gorra en la mesa, todos nos sentamos con gorra; si él desprende un botón, todos nos desprendemos, y sobre qué hablar él decide, no es que uno es libre de escoger un tema-.

Transcurrió el mes, y en junio se volvieron a encontrar, en ocasión de la reunión del Comando en Jefe, con Stroessner. Con el presidente entraban a hablar todos los jefes militares, desde las 05.30 horas de la mañana, respetándose en el orden de ingreso la antigüedad del oficial. Rodríguez, junto con el general Alejandro Fretes Dávalos, jefe de Estado Mayor Conjunto, y el general Germán Martínez, ministro de Defensa Nacional, fueron los primeros en ingresar al despacho de Stroessner.

El jefe del Primer Cuerpo de Ejército no le saludó al general Humberto Garcete, pero al salir se dirigió a él y le dijo: Lo espero mañana a la misma hora -. Garcete se tranquilizó; ingresó al despacho del Comandante en Jefe. Sin novedades.

Al día siguiente, en el despacho del titular del Primer Cuerpo de Ejército se volvieron a reunir los generales Rodríguez y Garcete. "Analicé todos los temas que usted me planteó -dijo Rodríguez- y le cuento que sí le llego a plantear a Stroessner que cambie tal o cual ministro, o que haga tales cambios en la Junta de Gobierno del Partido Colorado, lo más probable es que ordene que me cuelguen".

El general Andrés Rodríguez, una de cuyas hijas estaba casada con un hijo de Stroessner, conocía muy bien al presidente en cuanto a las tomas de decisiones, por lo que descartaba totalmente la posibilidad de incidir sobre sus puntos de vista. Desde esa perspectiva, no veía salida: para él, todo lo que se relacionaba con la administración del Gobierno, así como todo lo que se decidía sobre la gestión del Partido Colorado, el presidente lo tomaba sin consultar a nadie, escuchando, tal vez, apenas las tímidas sugerencias que le podían hacer los integrantes del grupo de adulones que constituía su entorno. Ese rasgo del régimen era conocido por todos, propios y extraños, y quienes estaban más próximos a él, se ajustaban a las reglas del juego en sus actuaciones.

"En ese caso, mi general - le dijo Garcete, entonces -, tenemos que ver qué solución le damos a los problemas. El país no está en condiciones de seguir soportando las condiciones actuales, y tal vez tengamos que disponemos a llevar a cabo un golpe de Estado, siendo usted la única persona que puede liderar el movimiento, considerando el respeto y la admiración que se ha ganado en las Fuerzas Armadas".

Sin entrar a profundizar mucho sobre la cuestión, ambos se pusieron a analizar sobre la viabilidad de un golpe de Estado. Rodríguez habló de quiénes le parecía que podían acompañar la iniciativa. Nombró al general Eumelio Bernal, jefe de la Primera División de Infantería, y al general Orlando Machuca Vargas, jefe del Segundo Cuerpo de Ejército. Daba como un hecho el apoyo total de la Caballería. Sobre la Armada, se coincidió en que hablando con el comandante de la Armada, vicealmirante Eduardo González Petit, se obtendría su respaldo al proyecto.

El primer contacto directo con el jefe militar de la Armada, Eduardo González Petit, se realizó a través de Humberto Garcete, en setiembre de 1988, quien en una ocasión en que vino del Chaco llamó al comandante de la Armada para pedirle una conversación. González Petit le invitó a jugar tenis, y entre juego y cerveza, Garcete le dijo que pretendía hablar sobre un tema concreto con el. "Yo ya me imagino, Garcete, para qué está viniendo -le dijo el marino-, y quiero que le digas al general Andrés Rodríguez que él es mi Comandante en Jefe. Yo estoy dispuesto a cumplir sus órdenes". Algunos otros oficiales de la Armada, allegados a González Petit, se encontraban cerca, por lo que escucharon todo. "No se preocupe por eso -dijo el marino-, son oficiales de mi entera confianza".

Anteriormente, ya se tenían referencias sobre la decisión de González Petit de respaldar a Rodríguez. Primero, porque en el transcurso del año, en una reunión social, el comandante de la Armada había dicho que "se necesita arreglar las cosas en el país, y la Marina va a jugar un papel importante para ello; cuando llegue el momento de hacer eso, yo tomaré contacto con el general Andrés Rodríguez". Eso había llegado a oídos del comandante del Primer Cuerpo de Ejército, pero no le resultaba suficiente. Puso en acción, entonces, al arquitecto Juan Cristaldo, quien trabajaba para las Fuerzas Armadas, y hacía de intermediario de Rodríguez, en general, para la obtención de informaciones y la realización de contactos.

Cristaldo tenía muy buena entrada entre los católicos y entre las Organizaciones No Gubernamentales, por lo que el general Rodríguez siempre recurría a él para obtener informaciones sobre qué pensaban y qué esperaban. Durante el segundo semestre de 1988, Juan Cristaldo realizó un trabajo en el yate del presidente, en los astilleros de la Armada, y aprovechó la ocasión para tomar contacto con el capitán Carlos Cubas, a quien vinculó a la conspiración.

Cubas, a su vez, estaba próximo a González Petit, por lo que la Armada ya estaba consciente de los planes, en general. No obstante, Rodríguez pretendía un contacto más directo con el comandante de la Armada. Así, en una ocasión preguntó en el grupo de tenis sobre el general Humberto Garcete. "¿Qué será que habrá pasado con Garcete?; hace tiempo que no muestra la cara por aquí", comentó. Eso fue en setiembre, y Enrique Díaz Benza entendió perfectamente el mensaje. Al día siguiente se puso en contacto con el comandante de la Cuarta División de Infantería: - Humberto, te extrañamos por aquí; vení pues vamos a jugar una partida de tenis con el jefe". Garcete entendió correctamente el mensaje y se trasladó del Chaco a Asunción lo antes que pudo.

Se hizo una reunión en la casa de César Prieto. En un determinado momento, Rodríguez tomó del brazo a Garcete, y lo llevó al baño. Quedaron hablando. Después salieron y se reincorporaron al grupo. Luego de que casi todos se hayan retirado, Garcete comentó que el general se sentía un poco aislado, y que le pidió que hablara con González Petit. Así lo hizo, al día siguiente, tal como fue relatado más atrás.

El general Garcete tuvo escasa participación en los preparativos militares que se siguieron a los encuentros mencionados, pues de la Cuarta División de Infantería, en el Chaco, fue trasladado a comienzos de enero a la Sexta División de Infantería, con sede en Concepción.

Cuando se produjo el traslado, el general Gerardo Johannsen le dijo a Garcete: - Mire, usted está siendo promovido exclusivamente gracias al general Stroessner; no hubo pedido alguno ni padrino alguno detrás de esta decisión. Se debe a sus méritos-.

Como el general Humberto Garcete era considerado en el seno de las Fuerzas Armadas como "rodriguista", lo que Johanssen le quiso decir es que no fue a pedido de Rodríguez que se decidió el traslado. No deja de ser llamativa, sin embargo, la decisión, pues a Garcete se le entregó la Sexta División de Infantería, una unidad con mayor poder de combate que la Cuarta División del Chaco.

En el último contacto que Garcete mantuvo con Rodríguez, éste le pidió que cuando se traslade a Concepción permanezca atento al desarrollo de los acontecimientos. No le dijo que hiciera o dejara de hacer cosas; lejos del espacio que vendría a ser escenario principal de los hechos acontecidos entre el 2 y 3 de febrero de 1989, no había razón para ser tenido en cuenta. Apenas el día "D" se volvería a tomar contacto con él, y sería su proclama de adhesión una de las primeras a ser divulgadas públicamente en la madrugada del 3 de febrero.

Otro de los militares que se vincularon tempranamente a la conspiración fue el comandante de la Primera División de Infantería, general Eumelio Bernal, quien desde aquella convención colorada de agosto de 1987, venía conversando con Rodríguez sobre la "necesidad de buscar una solución al problema de la hegemonía del cuatrinomio".

Pero es en 1988 que Bernal tuvo la oportunidad de cooperar más fuertemente con Rodríguez para el desarrollo del complot. Ese año, el general Bernal fue designado director de maniobras, lo que lo colocaba como representante del Comandante en Jefe.

Rodríguez, en su condición de comandante del Primer Cuerpo de Ejército, era el jefe inmediato de Bernal, pero hasta entonces había mantenido poco o ningún contacto con los oficiales de la División de Infantería.

Para la realización de las maniobras, Rodríguez cooperó firmemente con Bernal, por lo que el desarrollo fue excelente. Durante los preparativos, Rodríguez tuvo la oportunidad de concurrir reiteradas veces a la Primera División de Infantería, y en una de esas visitas, Bernal le posibilitó una reunión con alrededor de los 50 oficiales que constituían el Estado Mayor de la unidad.

Pese a que todos los oficiales sabían que Rodríguez era el jefe del Primer Cuerpo, nunca habían entrado en contacto con él, por lo que para el cierre de la maniobra, Bernal utilizó todo tipo de artimañas, de modo que el general Rodríguez pudiese dirigirse a los oficiales de la Infantería. Al jefe de Estado Mayor Conjunto, general Alejandro Fretes Dávalos, le llegó a plantear que era deseo de Stroessner que Rodríguez hable en el cierre de la práctica. El acto se realizó en el estadio 4 de Mayo, en la sede de la Primera División de Caballería, lugar apropiado por su amplitud para albergar a una gran cantidad de oficiales. Rodríguez, gracias a las gestiones de Bernal, pudo así dirigirse a alrededor de 320 oficiales en ocasión de la clausura.

Desde octubre de 1988, el general Bernal siguió participando activamente de los planes conspiraticios, pero su contacto directo pasó a ser el comandante de la Primera División de Caballería, el general Víctor Aguilera Torres, quien se vinculó abiertamente al proceso un poco antes. Bernal mantenía vínculos permanentes con Aguilera, pues Rodríguez consideraba más prudente que no se diesen contactos repetidos entre ellos.

Por su parte, y pese a que Rodríguez no estaba muy seguro del vínculo, el general Eumelio Bernal tomó contacto con el comandante de la Flotilla de Guerra de la Armada, el capitán Andrés Ramón Legal Basualdo. Bernal también, ya sobre la hora del desencadenamiento de la operación, vinculó al coronel de Aeronáutica Hugo Escobar a la conspiración, de cara a la confusa situación que se presentaba para la toma de la Fuerza Aérea.

En el seno de la División de la que provenía Rodríguez, el primer oficial que se ligó al complot fue el general Víctor Aguilera Torres, sobre quien recayó la difícil responsabilidad de mantener gran parte de los contactos militares y civiles, en un momento en que Rodríguez consideró que por discreción él debería mantener cierta distancia.

Aguilera, a su vez, fue el que comenzó a preparar psicológicamente a sus subordinados inmediatos -los coroneles que eran jefes de los di versos regimientos de la división-, quienes hacia octubre del 88 comenzaron a ser conversados.

En cuanto a la articulación con los civiles, por su parte, existía un círculo de amigos conocido como el "grupo de tenis", al que estaban vinculados, entre otros, Guillermo Serrati, Enrique Díaz Benza, Desiderio Enciso, Francisco Appleyard, José Bogarín, César Prieto, y los generales Humberto Garcete -quien participaba esporádicamente- y Andrés Rodríguez. El grupo se había constituido hacia el año 1986, y desde entonces se organizaban encuentros con cierta regularidad.

En diversas reuniones entre los integrantes de dicho círculo se comentaba sobre la situación política del país y, obviamente, se conversaba sobre el golpe de Estado. En ocasiones se hablaba informalmente sobre la cuestión, y en otras oportunidades, muy seriamente.

Más adelante, aún en el segundo semestre de 1988, se incorporó al círculo Luis María Argaña, líder de los colorados "tradicionalistas". Hay dos anécdotas que ilustran sobradamente sobre el tratamiento que se daba al tema del golpe en dicho círculo, y ambas involucraban a Rodríguez y a Argaña. En una ocasión, más informalmente Argaña le preguntó a Rodríguez: - ¿Cuándo le vas a dar el golpe?-, a lo que Rodríguez respondió que "no deben decir macanas".

En otra, más seriamente, Argaña le propuso al jefe del Primer Cuerpo de Ejército: - Mirá Rodríguez, hacete cargo vos del gobierno que yo me hago cargo del Partido Colorado. Manejar el país no va a ser tan difícil como manejar el partido-.

Esto ocurrió el 16 de diciembre de 1988, y el hecho de que Argaña había asumido el compromiso de trabajar para el control del proceso partidario tranquilizó a Rodríguez, pues por su escasa experiencia en política tenía muchas dudas sobre cómo debería manejarse la cuestión interna colorada después del golpe de Estado.

Hay varios nombres de civiles vinculados al golpe de Estado de febrero de 1989, pero entre los que jugaron un papel más destacado, sin lugar a dudas, se encuentran los de los dirigentes del "tradicionalismo" colorado: Juan Ramón Chávez, y sobre todo Luis María Argaña. También tenían conocimiento otros políticos colorados y algunos prominentes empresarios, como ser Blas N. Riquelme, Edgar L. Ynsfrán, Enrique Díaz Benza, Antonio Zuccolillo, Eligio Viveros Cartes y algunos de los más conocidos integrantes del grupo de empresarios conocidos como "barones de Itaipú".

Consta, de hecho, que algunos civiles contribuyeron para la concreta realización del golpe de Estado con algunos equipos de radio que fueron utilizados en las comunicaciones menores durante las operaciones, pero la participación civil a excepción de los políticos- no debe ser sobreestimada, pues el compromiso de los mismos se había limitado a aspectos muy concretos, para eventualidades tipo operativos de huida ante un posible fracaso de la operación.

Los dirigentes colorados, sobre todo los "tradicionalistas", sin embargo, jugaron un papel sumamente importante, tanto en el período inmediatamente anterior al golpe, como en los días que se siguieron al 2 y 3 de febrero.

Así, por ejemplo, en diciembre de 1988; Luis María Argaña, quien se había retirado de la Corte Suprema de Justicia, ya asumía el liderazgo del movimiento "tradicionalista", anunciando públicamente que "siempre habrá un 13 de enero", con lo que hacía alusión al 13 de enero de 1947, fecha en que se selló la articulación militar-colorada, hecho que posibilitó el retorno al poder del partido.

Aun en diciembre del 88, se realizaron encuentros políticos entre el Movimiento de Integración Colorada (MIC), liderado por Edgar L. Ynsfrán, y el Movimiento Tradicionalista Colorado (MTC), encabezado formalmente por Juan Ramón Chávez, pero cuya figura más activa era Argaña. El "tradicionalismo" realizó durante el mes de diciembre masivos encuentros de colorados en varios puntos del país; reuniones que sirvieron de escenario para que Argaña denunciase que eran "víctimas de un coloradismo mequetrefe", refiriéndose a los "militantes".

Invariablemente, en sus intervenciones públicas y en declaraciones a la prensa, Argaña advertía sobre que "siempre existirá un 13 de enero, que tendrá como protagonista al pynandí colorado". De hecho, se estaban preparando las condiciones políticas entre los colorados para la aceptación y el respaldo a quienes irían a derrocar al general Alfredo Stroessner.

Esto quedará más que confirmado, cuando en plena mañana del 3 de febrero, apenas concluidas las operaciones militares, los “tradicionalistas" y los miembros del Movimiento de Integración Colorada se encargan de conducir el "proceso de normalización de la situación partidaria", que implicará nada más ni nada menos que en la reinserción de todas las tendencias, con exclusión de la "militancia stronista".

Otro elemento que confirma la articulación de Rodríguez con los "tradicionalistas" es aportado por el hecho de la participación de numerosos dirigentes políticos de dicha corriente en actos de la Caballería, como ser la inauguración de nuevas instalaciones. Así, el 23 de abril de 1988, cuando se habilitaron varias obras en la Caballería, estuvieron presentes, entre otros, Juan Ramón Chávez y Blas N. Riquelme.

El general Andrés Rodríguez manejó la conspiración de manera muy personalista, por lo que pormenores de los contactos civiles y militares los guardaba y guardó con extremo cuidado hasta el fin de su vida.

Conocedor de cómo se maneja una conspiración lo hizo en compartimientos estancos, por lo que, por ejemplo, Bernal no sabía que González Petit ya estaba vinculado al proyecto, y viceversa. Igual cosa pasó entre los civiles. Así, por ejemplo, Díaz Benza no sabía que Juan Cristaldo ya estaba ligado al complot, y viceversa.

Estas medidas se mostraron efectivamente útiles, pues además de preservar la seguridad de la gente involucrada, quedó montado un esquema de protección general al complot. Rodríguez resultó ser un gran articulador, lo que quedó irrefutablemente confirmado por el desenlace de los sucesos del 2 y 3 de febrero, cuando con relativamente pocas bajas y en un corto espacio de tiempo, puso fin al régimen político que por más tiempo en la historia del país había copado el poder en el Paraguay.

De todas maneras, y concluyendo, jugaron un papel particularmente relevante en el proceso conspiraticio los generales Eumelio Bernal, Humberto Garcete y Victor Aguilera Torres, y el almirante Eduardo González Petit, entre los militares; y el dirigente colorado Luis María Argaña y algunos empresarios amigos de Rodríguez, como el caso de Eligio Viveros Cartes, entre los civiles.



CAPÍTULO V

LA DERROTA COLORADA EL 20 DE ABRIL DEL 2008


 

Compleja, a comienzos del 2008, resultó el final de la interna liberal, cuyo Tribunal Electoral proclamó triunfador a Federico Franco, en discutida determinación. Con ello, no obstante, las candidaturas en pugna estaban plenamente definidas. Correrían:

- BLANCA OVELAR, por el Partido Colorado.

- FERNANDO LUGO, por la Alianza Patriótica para el Cambio.

- LINO CÉSAR OVIEDO, por la Unión Nacional de Ciudadanos Éticos, y

- PEDRO FADUL, por el Partido Patria Querida.

Ya después de definida la interna colorada, el ex general Lino Oviedo se constituyó en una eventual "carta" de sectores colorados disconformes y de empresarios presos del pánico ante la consolidación de la preferencia electoral de Lugo, de cara a que el Partido Colorado entrara en competencia con una pésima candidatura, la de Blanca Ovelar, tal vez inclusive con mayor nivel de rechazo que Lino Oviedo.

Con la candidatura de Oviedo en movimiento terminó por completo cualquier intento de arreglo entre los sectores anti-oficialistas. Definitivamente se correría por separado, con diversas candidaturas-

-        PEDRO FADUL apostaría a conservar parte del amplio electorado que le votara en el 2003, casi el 22% de los sufragantes;

-        LINO OVIEDO se jugaría a recuperar el extendido poder de convocatoria que tuviera antes de la elección de Raúl Cubas Grau, en 1998, en que obtuviera nada menos que el respaldo del 54% de los votos con la candidatura colorada;

-        FERNANDO LUGO mantendría su autonomía, apostando a consolidar la amplia alianza de fuerzas que sostenía su candidatura. Lino César Oviedo realizó una campaña dinámica ante los electores y a través de los medios de comunicación apostó a enfrentar a Lugo, con la finalidad de sacar provecho del pánico que Lugo causaba en sectores empresariales y de clase media por su aproximación a movimientos y partidos de izquierda.

Conforme denuncias formales del líder de UNACE, Lugo estaría vinculado a la izquierda internacional, Hugo Chávez, de Venezuela, y Evo

Morales, de Bolivia, por medio del gobernador del Estado de Paraná, Brasil, Roberto Requiao.

En la segunda mitad de marzo, sin embargo, el controvertido general hizo una denuncia muy delicada, nada menos que en la Cámara Paraguayo-Americana: sostuvo que en el seno del Partido Colorado se estaba tejiendo un plan para asesinar al ex obispo Fernando Lugo y culparlo a él, de modo que volviese a prisión.

PEDRO FADUL, de Patria Querida, desarrolló una campaña publicitaria con un eslogan que no pegó: "¡Basta carajo!". Gran parte de los espacios destinó a ataques contra Fernando Lugo, visto como seducción peligrosa por el candidato de claro tinte conservador.

Conscientes de que su candidato a presidente no despegaba, Patria Querida sacó el máximo provecho del desempeño regular y hasta bueno de sus parlamentarios, en el marco de una estrategia que apuntó a arrancar el mayor espacio posible en el Poder Legislativo.

La candidata colorada Blanca Ovelar tuvo una campaña discreta, aunque con sobrados recursos. Se anunció una campaña arrolladora que nunca llegó, en parte porque en la realidad no existía. Se dijo que durante los días de campaña, propiamente, es decir, desde 60 días antes de las elecciones, el Partido Colorado apostaría a:

- destruir la imagen de Fernando Lugo, lo que lograría explotando sus debilidades, e

- instalar en la opinión pública que "Blanca ya ganó".

Presuntamente, para el desarrollo exitoso de la prometida campaña se habían contratado expertos en marketing político.

Pero la campaña electoral colorada fue pobre. Apeló a un libreto que ya había sido repudiado por la opinión pública, que apostaba a implicar a Fernando Lugo con secuestros, movimientos armados de izquierda, relaciones personales, hijos,... La andanada tuvo similar respuesta a la alcanzada anteriormente; fue inocua.

Por otra parte, el Partido Colorado apeló a las presiones hasta extremas sobre los funcionarios públicos, a quienes amenazaba y atemorizaba. Fabricaban caravanas coloradas con "planilleros" ante la falta de fervor popular. Pagaban pegatinas de afiches agresivos contra Lugo y contra la Alianza Patriótica para el Cambio; acciones inocuas.

En ningún momento, salvo para las encuestadoras que tenían contratos con el gobierno, como FIRST e ICA, de Capli y Chase, los sondeos mostraron siquiera un repunte de la candidatura, por lo que Castiglioni apostó hasta el último momento al cambio de la chapa presidencial. El oficialismo negaba la eventualidad de la renuncia de sus candidatos, pero Castiglioni esperó hasta el final que Blanca diese un paso al costado, en un intento desesperado por evitar la caída del partido.

La estrategia central de la campaña del Partido Colorado tenía un claro objetivo: alzarse con todos los votos "duros" del partido, calculado en más de 750.000, tomando como parámetro la cantidad de electores de la última interna.

La Alianza Patriótica para el Cambio adoptó el esquema de campaña más discreto y pacífico. Fernando Lugo, candidato a presidente y figura central de la coalición, en ningún momento se dispuso siquiera a responder a los ataques de sus adversarios políticos. Prometió cambio y ofreció un nuevo modo de hacer política.

No se hizo desde la alianza una campaña negativa; todo se limitó a una campaña positiva, orientada a instalar con fuerza la candidatura del ex obispo.

Los sondeos independientes favorecían invariablemente al ex obispo.

La misma empresa COIN proyectó a finales del mes de febrero del 2008, a menos de dos meses de las elecciones generales un cuadro de situación con variables de participación, y en todas, invariablemente, apuntó que el triunfador sería Fernando Lugo. Los resultados fueron muy llamativos y de acuerdo con la percepción de los observadores y la gente común se ajustaba con precisión a lo que se daba en la realidad.

Si la participación fuese baja, del 40% del total de los electores, los resultados serían los más ajustados a favor de Lugo, pero a medida que el nivel de participación aumentaba, la diferencia se ampliaba hasta ubicarse en más de 15 puntos sobre Blanca Ovelar y más de 10 puntos sobre Lino César Oviedo. Estos fueron los resultados de la encuesta;

PARTICIPACIÓN        40% 50% 60% 70% 80%

FERNANDO LUGO:    34,3  36,1  37,9  39,6  40,5

LINO OVIEDO:           28,8   29,6  29,7  29,9  30,0

BLANCA OVELAR:    32,4  29,3  26,9  24,4  23,0

PEDRO FADUL:           2,1   2,1    2,4    2,5    2,6

El sondeo en cuestión revelaba varios aspectos muy claros sobre el comportamiento del electorado paraguayo, como ser:

1. La maquinaria colorada mostraba su mayor vigor en condiciones de baja participación electoral. De hecho, sin subestimar el peso de los aparatos electorales, estos tienen condiciones limitadas de movilización. En el caso del Partido Colorado, el aparato tiene un peso decisivo, pero sobre todo con un alto nivel de ausentismo, pues en esas circunstancias aseguran la participación de su electorado duro, que se ubica alrededor del 35% en condiciones de baja participación, y en torno de 25% con alta participación.

2. A medida que la participación es elevada, el electorado que no necesita estímulos "extra-electorales" favorecía más claramente a Fernando Lugo, lo que guardaba estricta coherencia con el anhelo generalizado de cambio que se había constatado en la sociedad paraguaya a través de diversos mecanismos de consulta y de estudios.

3. El electorado independiente de los partidos políticos encontraba en Fernando Lugo la expresión más clara del cambio, por lo que la candidatura de Pedro Fadul -quien había conseguido más del 22% de los votos en las elecciones generales del 2003- se mantenía en niveles marginales en todos los escenarios posibles, con baja, mediana y alta participación.

4. Finalmente, mostraba de manera inequívoca la encuesta, que propuestas con rasgos autoritarios, como se percibía al proyecto Oviedo, tenía techo bajo, pues como máximo porcentaje llegaba a 30%, en condiciones de alta participación.

La empresa encuestadora hizo dos levantamientos más, al mismo tiempo, todos ellos confirmando las tendencias generales. En cuando a índice de rechazo lideraba de lejos la chapa Blanca Ovelar-Carlos María Santacruz, con 53,3% de rechazo, mientras que las demás candidaturas se mantenían en torno de 10% en cuanto a nivel de rechazo.

También confirmaba las tendencias generales la opinión general de los electores sobre los candidatos. La encuesta lideraba Fernando Lugo, con 52% de imagen positiva, seguida de Lino Oviedo, con 46%, mientras que Blanca Ovelar y Pedro Fadul apenas contaban con 22% y 20% respectivamente. Entre los candidatos a vicepresidente, Federico Franco estaba disparado adelante, con una percepción positiva del 38%, superior en imagen a Blanca Ovelar y a Pedro Fadul.

De hecho, a juzgar por los resultados de las encuestas, la dupla Fernando Lugo-Federico Franco ocupaba una posición privilegiada de cara a las elecciones presidenciales de abril del 2008, en el marco de un cuadro que difícilmente ya podría alterarse en un poco más de 20 días que faltaban para la realización de los comicios. Todo indicaba -y varios matemáticos insistían en que la situación era irreversible- que Paraguay estaba llegando a la anhelada alternancia, con el virtual triunfo de Lugo.

Los actos de cierre de las campadas confirmaron la tendencia general. De lejos, el que tenía mayores chances era Fernando Lugo, hecho que se resaltaba en los previos en las notas enviadas desde Paraguay por las agencias internacionales de noticias.

Para la Alianza Patriótica para el Cambio la clave apenas ya residía en el esquema de control electoral, por lo que durante los últimos dos meses se puso el máximo empeño en ese campo. La Alianza no contó con un esquema de control perfecto, pero desde la perspectiva histórica concurriría a las elecciones del 20 de abril con el mejor mecanismo de control que la oposición había montado desde que se iniciara la transición. Apoyándose en técnicos extranjeros, la Alianza montó un sistema autónomo de conteo rápido de votos, que prometía adelantarse al esquema preparado por el Tribunal Superior de Justicia Electoral.

Para el día 20 de abril se anunciaba lluvias, por lo que se estimaba una participación más bien baja, lo que conspiraría contra las chances de Fernando Lugo, pero el clima fue más bien agradable en todo el país y el nivel de participación fue más bien alto.

De acuerdo con los datos de la Justicia Electoral el padrón electoral era de 2.861.940.

Desde tempranas horas, como a las 10.00 de la mañana para ser precisos, se sabía positivamente que Fernando Lugo se encontraba al frente, con una diferencia holgada sobre su principal oponente, Blanca Ovelar, del Partido Colorado.

Bajo fuerte presión local e internacional, la Justicia Electoral se vio forzada a emitir resultados rápidos. Así, siendo las 21.40 horas del día 20 de abril, la máxima instancia judicial electoral ofrecía los siguientes resultados:

BLANCA OVELAR: 530.552 VOTOS

SERGIO MARTÍNEZ ESTIGARRIBIA: 5.852 VOTOS

FERNANDO LUGO: 704.966 VOTOS

LINO OVIEDO: 379.571 VOTOS

PEDRO FADUL: 41.004 VOTOS

JULIO LÓPEZ: 2.288 VOTOS

HORACIO GALEANO PERRONE: 2.788 VOTOS

Se registraron hasta ese momento 25.297 votos nulos, mientras que habían votado en blanco un total de 34.588 electores. La información en cuestión fue resultado del conteo rápido oficial y a esa hora se habían contabilizado el 92% de los votos, registrándose una participación del 65,64% de los empadronados.

El conteo final de la Justicia Electoral confirmó el triunfo contundente de Fernando Lugo, candidato de la Alianza Patriótica para el Cambio. El resumen oficial de la instancia fue el siguiente:

ASOCIACIÓN NACIONAL REPUBLICANA: 573.995

PARTIDO HUMANISTA PARAGUAYO: 6.744

ALIANZA PATRIÓTICA PARA EL CAMBIO: 766.502

UNIÓN NACIONAL DE CIUDADANOS ÉTICOS: 411.034

PATRIA QUERIDA: 44.060

PARTIDO DE LOS TRABAJADORES: 2.409

MOVIMIENTO TETÁ PYAHÚ: 3.080

El total de votos nulos fue de 27.818; el total de votos en blanco fue de 38.485. Habían concurrido a sufragar 1.874.127 electores.

Para comprender la actitud expeditiva de la Justicia Electoral durante la jornada no se puede dejar de referir que los observadores internacionales jugaron un papel de primer orden para ello. Durante el desarrollo de las elecciones, desde tempranas horas hasta el final, los observadores extranjeros estuvieron fiscalizando puntillosamente las actuaciones de la Justicia Electoral.

Concluida la elección, los resultados de boca de urna fueron dados a conocer, otorgando los mismos a Fernando Lugo cierta ventaja, pero no un triunfo contundente. La actitud llamativa de los encuestadores fue acompañada por declaraciones ambiguas de los diversos actores; a esa altura, entonces, aún no se descartaba el fraude. Pero a medida que pasaban las horas y saltaban los primeros resultados, quedaba claro a los ojos de todos que Lugo se había impuesto de manera cómoda y definitiva.

Dos momentos resultaron decisivos: uno, cuando Blanca Ovelar, candidata del Partido Colorado, reconoció públicamente su derrota; otra, cuando el presidente Nicanor Duarte Frutos reconoció el triunfo de Lugo y aseguró que el resultado sería rigurosamente respetado.

Fernando Lugo se dirigió a todos los paraguayos horas después de la elección y convocó a todos a pasar por encima de las diferencias para trabajar unidos por la transformación del país.

Se había concretado la caída del Partido Colorado.

Aún antes de la victoria de Fernando Lugo-Federico Franco se vaticinaba que el proceso podía llevar a una de tres situaciones:

Primera: Instalación de un clima de franca inestabilidad social, al asumir características explosivas algunas de las contradicciones sociales que en la actualidad se expresaban de manera limitada.

La sociedad paraguaya soporta críticos conflictos en diversos sectores: tierra, vivienda, empleo, violencia urbana,..., que podrían derivar en caóticos pasajes si sectores radicales ven en el cambio la oportunidad de expresarse con fuerza.

Segunda: Inicio de un crítico proceso de ruptura política con el pasado, por la vía de un entero desplazamiento del Partido Colorado del gobierno, sobre la base de un claro triunfo opositor, combinado con el predominio en el seno del nuevo bloque hegemónico de posturas intolerantes y revanchistas. Tanto en el Partido Liberal, principal fuerza de la Alianza, como en los sectores de izquierda predominan la intolerancia y el revanchismo.

Tercera: Instalación de una transición moderada y gradual hacia la profundización de la democracia en el país, sobre la base de un cierto entendimiento con sectores importantes del Partido Colorado en el manejo gubernamental. Las bases de esta transición apostarían a tres objetivos concretos y viables: despojar al Partido Colorado de su rol dominante (1), impulsar la modernización del país en todas las esferas (2) y reducir drásticamente los niveles de corrupción (3).

En rigor, entre el 20 de abril y finales de julio del 2008, a escasos días de la asunción de Fernando Lugo, todo indicaba que se dieron y darán una mezcla de todas las alternativas posibles, con fuerza más clara en la última, de transición moderada y gradual.

Fernando Lugo, en el marco de los nombramientos de sus principales colaboradores, hizo uso en gran medida del derecho constitucional de escoger a los mismos conforme su bien parecer y entender. Obviamente no pudo sustraerse por completo a una realidad: la columna vertebral electoral de su designación había sido el Partido Liberal, por lo que debió hacer concesiones claves, incluso en Itaipú. De todos modos, se abre para su gestión y para el país la posibilidad real de avanzar en dirección a cambios constructivos.

El 15 de agosto asumió como presidente constitucional Fernando Lugo, hecho que asombró a propios y extraños, pues con ello se dio un mentís definitivo a anuncios de resistencia incluso violenta.

Aún no es tiempo de evaluar la gestión del nuevo mandatario, pero habrá que señalar con claridad que encabeza un delicado proceso de transición, que marcará a sangre y fuego el futuro político paraguayo, pues se puso fin a una hegemonía del Partido Colorado que se prolongó por más de 60 años.


FUENTES PRINCIPALES

Como fuentes principales de la presente obra se emplearon los testimonios directos de los principales protagonistas de los hechos ocurridos entre el 2 y el 3 de febrero de 1989, que terminaron con casi 35 años de mandato presidencial del general Alfredo Stroessner.

Para garantizar la imparcialidad del trabajo, también fueron consultados jefes militares, oficiales de inferior graduación y actores políticos centrales relacionados con el stronismo.

También fueron fuentes principales del presente trabajo: - Recortes de diarios,

- Grabaciones de emisoras radiales,

- Grabaciones realizadas por los militares implicados en las acciones, y - Varias obras del autor:

1. LOS CARLOS (1999, edición propia, coautor, Asunción, Paraguay)

2. La trilogía sobre la transición: "LOS COLORADOS Y LA TRANSICIÓN", "LOS OPOSITORES Y LA TRANSICIÓN" Y "ENTIDADES Y PERSONAJES DE LA TRANSICIÓN" (2002, edición propia, Asunción, Paraguay).

3. STROESSNER Y EL STRONISMO (2004, Editorial Servilibro, Asunción, Paraguay) 4. Post stronismo: Luces y sombras (2005, Editorial El País, Asunción, Paraguay)

5. POR QUÉ CAYÓ EL PARTIDO COLORADO (2008, Editorial Servilibro, Asunción, Paraguay).

 

 

 

 

 

 

 





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