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Roberto Goiriz

  EN BUSCA DEL HUESO PERDIDO (HELIO VERA) - Ilustración tapa: ROBERTO GOIRIZ


EN BUSCA DEL HUESO PERDIDO (HELIO VERA) - Ilustración tapa: ROBERTO GOIRIZ

EN BUSCA DEL HUESO PERDIDO

(TRATADO DE PARAGUAYOLOGÍA)

Por HELIO VERA

Editorial Servilibro,

Asunción-Paraguay 2008

(13ª Edición, Edición Homenaje)

Dirección editorial: Vidalia Sánchez

Diseño de tapa: Roberto Goiritz

 

 

 

 

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EN BUSCA DEL HUESO PERDIDO es uno de los libros paraguayos más vendidos de las últimas décadas. En la décima edición incorpora un índice onomástico y un glosario de términos guaraníes y del castellano paraguayo utilizados en la obra.

También agrega una serie de breves biografías de la mayor parte de los personajes -paraguayos o extranjeros vinculados con el Paraguay- mencionados en el texto. De ese modo, el lector tendrá los elementos de juicio necesarios para una aproximación más precisa al contenido.

EN BUSCA DEL HUESO PERDIDO obtuvo el premio ICI/EMBAJADA DE ESPAÑA de 1988 y fue editado en 1990. Su contenido, polémico y escrito en un lenguaje cáustico, propone una visión descarnada y crítica de la cultura y del hombre paraguayos. 

LA EDITORA

 

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PRÓLOGO

Confieso que mi conocimiento de Helio Vera no pasa de ciertos episodios espasmódicos que me tironean de nuestro toedium vital a intempestivos chubascos de ingenio y de luz, como cuando me propinó su impagable y primerizo cuento de ANGOLA. Y ahora -desde la más pura estirpe del SATIRICÓN-, una obra de mayor aliento, si cabe el término, en que el aguijón malevolente y jaranero de las tiradas de Helio se ceba en lo sacrosanto de aquella "paraguayidad" tan trajinada por una ideología todavía en boga cuando él tuvo a bien sentarse a discutir sobre las tumefacciones de nuestras más recurrentes falsedades y, acaso por ello mismo, de nuestra más acendrada identidad.

También confieso que alguna vez me sacaron de quicio sus sesgos zumbones cuando más apropiados parecían los truenos de Jeremías ante el cuadro desolador de la así llamada cultura para guaya. Aunque, ya repuesto de sus aspersiones cáusticas, recordaba aquella otra sátira implacable de León Cadogan -fuente inagotable de todas nuestras epopeyas-, o en otro plano, la elaborada y barroca en su conceptismo, de uno de nuestros más geniales autoexiliados: Juan Santiago Dávalos. Helio es pariente de ambos, en cuanto esgrime la ironía como método para remover con escalpelo de cirujano los tejidos adiposos que encubren las tumoraciones profundas. Pero les lleva en ventaja proceder de esa extraña atmósfera de los círculos guaireños en que el humanismo más empinado arrastra la polvareda del entorno rural, como en las impagables alegóricas de otro vecino de Helio, Carlos Martínez Gamba, tan díscolo como él, y como él ahincado en encarnizado amor al terruño. Porque ambos, entiendo, alcanzan proyección universal en cuanto se remiten a lo cotidiano del mundillo guaireño lanzado a escala de paradigmas que arrojan inusitada luz sobre un campo más confuso -por lo ideologizado- de la "paraguayología", feliz neologismo que a la vez pone en solfa todos los alardeos pedantescos de aproximación a escala platónica.

Porque de eso se trata, en su impagable estilo de escribir a dos manos: por una, una festiva e interminable sátira demoledora de cuanto lugar común nos queda en tantos años de acumular enjambres de mitos y de inflarlos como globos cautivos a la venta en nuestras ferias y academias.

Por otra, un discurrir a ritmo de peatón curioso -pero siempre alerta y crítico- por los atajos y callejones de la cultura paraguaya, entendida ya aquí en su sesgo antropológico, como formas de vida que se afirman en un grupo humano y desafían los embates del cambio. Es precisamente a este nivel del "ensayo" -otra palabra que divierte a nuestro autor- en que se afirma el texto en un mensaje que trasciende la broma y nos aproxima a una realidad bastante persuasiva por lo concreta y coherente.

Ni tan apologeta, como Manuel Domínguez, ni tan negador, como Cecilio Báez -en algún trabajo de hace tiempo asimilaba a aquellos y a su generación con los "Hijos del trueno", por su tremendismo-. En Helio se da una extraña contemplación estética del tema-objeto; más hacia la vena de un Cervantes, con irremediable amor y amplitud de miras.

¿Que su ensayo ofrece flancos desguarnecidos a los mandobles que podrá recibir? Con paraguayísima sagacidad, él se acoge ya de antemano al "Recurso del método", donde nos convida en un rondó caprichoso a la fiesta, con abundancia entrecomillada de citas sobre el alcance y rigor del género por él cultivado. Extraña ironía de quien, en largas entregas periodísticas, hacía mofa de los que acuñan epítetos para lo "paraguayo"; y ahora, por fuerza de su genio -no de su in-genio-, aporta la más redonda aproximación al hombre paraguayo que en sus anteriores artículos parecía cuestionar, un poco en la mira de su humanismo universal.

Si mi prólogo tiene el mérito cuando menos de remitir al lector al libro que ahora sale a luz, ya tendría suficiente justificación. En cuanto a mí, prometo ser su primer y asiduo consumidor, individual y grupal. (A nuestro estilo pirata, en la Universidad, hace tiempo que su ENSAYO SOBRE LA PARAGUAYOLOGÍA figura en mis catálogos bibliográficos, por arte de las impúdicas fotocopias). 

 

RAMIRO DOMÍNGUEZ.

Asunción, 14 de marzo de 1990

 

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INTRODUCCIÓN DEL AUTOR

Muchos lúcidos ensayistas escriben para enseñar; otros, para ordenar sus pensamientos sobre temas que los intrigan o confunden. Un compatriota -Eligio Ayala- dijo haber escrito un libro con el humilde objeto de aprender. Bajo todos estos fundamentos sospecho un motivo común: la tentación de derrotar a la muerte mediante la anhelada gloria de la letra impresa que, imaginaria o realmente, supervivirá a su autor.

Declaro haber comenzado este ensayo con una preocupación más trivial, que poco tiene que ver con la inmortalidad y sí con un objetivo bien efímero: divertirme. Por eso desautorizo al lector que bus que el elevado signo de la sabiduría, de la penetración científica o de la solidez pedagógica en las desordenadas páginas que siguen a continuación.

Rehúso pontificar, y dictar cátedra sobre nada. Me limitaré a recoger observaciones mías y ajenas, en un contubernio caótico que podría causar un patatús a un científico de pelo en pecho. Quien tenga el coraje de llegar hasta el final advertirá que sólo traté de reunir elementos de juicio para que todos podamos divertirnos. Para que ahuyentemos brevemente a la argelería, ese rasgo del carácter que, según algunos detractores, forma parte ostensible de la psicología colectiva paraguaya.

Este libro requiere de algunas explicaciones. Comencemos por el título, que podría sugerir falsamente que me estoy aventurando en la paleontología. Pero no es así. El doctor Rengger cuenta que cierta vez el Dictador Francia le pidió que hiciese la autopsia de un paraguayo. Debía haber, en algún sitio todavía no descubierto, un hueso de más. Allí estaría la explicación de por qué el paraguayo no habla recio y no mira de frente cuando está ante otra persona. Esta anécdota explica el título de la obra. La preocupación por encontrar el hueso escondido preside esta obra. En el título, el lector culto adivinará además, y no estará equivocado, un parafraseo -forma elegante del plagio- de la voluminosa obra de Proust, la cual para escándalo de teoretas y sabihondos, sigue sin poderme conmover.

Otra explicación. Este libro fue escrito durante una época de la que prefiero no acordarme. Fue pensado, escrito y entregado a un concurso de ensayos durante el Gobierno del intrépido cadete de Boquerón, quien, según sus entusiastas biógrafos, remangó -él solo- al enemigo hasta la cordillera de los Andes. Suerte que lo hayan frenado, que si no, llegaba hasta el Amazonas. La época en la que el ensayo fue parido explica, como lo notará quien lo lea, muchas de las cosas que en él se dicen, así como la manera en que se dicen.

Es imprescindible otro detalle. El texto original, ganador del premio, sufrió severas modificaciones. No es lo mismo escribir para un jurado que escribir para el público. Por eso me vi obligado a agregarle notas y capítulos y transformar profundamente su estructura. La obra engordó escandalosamente, como un dirigente político catapultado a un opulento cargo público.

Y ahora hablemos brevemente del objetivo de este texto: reflexionar irresponsablemente, para mi exclusivo solaz, sobre el tema de la identidad nacional. La primera pregunta sería eso mismo: ¿Existe la identidad cultural paraguaya? El paraguayo cree que sí. Algunas expresiones del imaginario colectivo local insisten en ello: Paraguay ndoguevíri (el paraguayo no retrocede); paraguay ndokuarúiva ha’eñõ (el paraguayo no micciona solo); "más paraguayo que la mandioca"; "el alma de la raza"; "el mejor soldado del mundo"; paraguayo ikasõ petei ha ikuña mokõi (el paraguayo tiene un solo pantalón y dos mujeres), etcétera. Es decir, ciertos rasgos nos diferenciarían de los demás pueblos del mundo y nos autorizarían a postular un objeto de análisis: "La paraguayidad" o, más simplemente, "la identidad nacional".

Se han dicho ya tantas tonterías sobre la identidad nacional que ésta, que suscribo, no tendría siquiera el mérito de la novedad. Será, a lo sumo, una más. Pero no desdeñemos a la tontería. Ortega se preguntaba por qué nunca se había escrito un ensayo sobre ella. Creo que el maestro no estaba bien informado. Buena parte de lo que se ha escrito en la historia del pensamiento debe ser clasificado, sin pudor, como tontería. Ella, sobre todo en su forma radical -la estupide-, llena inmensas bibliotecas y ha producido acontecimientos descollantes en el itinerario del género humano. Ha sobrevivido -como lo prueba Tabori en su venenosa HISTORIA DE LA ESTUPIDEZ HUMANA- a millones de impactos directos. Ninguno ha logrado marchitar su lozanía ni su capacidad de producir hechos retumbantes.

No cualquiera, por más que lo intente, logra ser estúpido en serio. Ello exige esfuerzo, fe, dedicación, coraje, disciplina, sistema y metodología. Políticos eminentes, científicos de alto coturno, artistas encumbrados han fracasado por vacilar en el último segundo. Muchas obras no lo logran, a pesar de intentarlo con toda seriedad. Temo que ésta, que pongo en manos del lector, pese a sus buenas intenciones en ese sentido, no haya logrado alcanzar la privilegiada meta de la estupidez.

Si el lector juzga que no ha llegado al podio, le ruego acepte mis humildes excusas. Me servirá de consuelo el lema de las Olimpiadas: lo importante es competir. Quedaré decepcionado, mas no humillado. Sólo rogaré que la acepte como una modesta pero sincera aunque fallida contribución al vyroreí (la tontería), quehacer al que los paraguayos consagramos tiempo, talento y constancia, y que todavía no ha recibido el homenaje que se merece. 

 

Asunción, diciembre de 1989.

 

 

- I -

EN DONDE SE HABLA DE LAS ESCUÁLIDAS PRETENSIONES DE ESTE ENSAYO Y SE DESCRIBE EL ESFUERZO REALIZADO EN SU PERPETRACIÓN

     El objetivo confeso de este ensayo es perpetrar un módico y audaz tratado de paraguayología. Ciencia inexistente, impugnarán airadamente los escépticos profesionales, eternos negadores de las glorias patrias, mercenarios contumaces al servicio del oro extranjero. Ciencia que declaro fundada en este mismo acto, replico yo. Fundada al único efecto de contribuir a la exploración de un territorio apasionante, poco o mal conocido, pero que ha intrigado a encumbrados talentos de todas las épocas, desde San Ignacio de Loyola hasta Graham Green, desde Voltaire hasta Carlyle.

     Alivia descubrir que estamos aquí ante el desafío de escribir un ensayo y no una monografía científica. El ensayo permite concesiones y libertades que serían repudiadas en una monografía. Podríamos decir que el género cobija, maternalmente, a la improvisación. Y también a la renuencia al rigorismo y a la escualidez metodológica. El que estoy comenzando rehúsa, por eso, enmarcarse dentro de ninguna disciplina: ni Antropología Social ni Sociología ni Psicología Social ni Sicología ni Ecología Social. Este ensayo las contiene a todas y a ninguna en particular.

     El origen histórico del género puede aclarar cualquier equívoco a quienes se sientan asaltados por la curiosidad o la duda. Se sabe que lo inventó el barón de Montaigne en el siglo XVI para asentar sus ocurrencias más diversas sobre simples incidentes de la vida cotidiana. Lo hacía con expresa exclusión de método alguno y bajo el signo de la duda, motor fundamental del pensamiento. Su insistente pregunta: ¿Que sais je? (¿Qué sé yo?) y sus preocupaciones sobre el arte de vivir lo convirtieron en uno de los más notables abogados del escepticismo.

     Escribir un ensayo permite pues, discurrir alegremente, con tenaz irresponsabilidad, sobre cualquier tópico elegido al azar. Se trata de una ventaja indudable porque evita la navegación en alta mar al modo de las grandes aventuras del intelecto. Sólo promete al lector un manso viaje fluvial en la lenta estructura de una jangada o de un cachiveo. Itinerario sin sobresaltos, apacible y seguro, con la siempre amigable cercanía de la tierra, pródiga en promesas de techo, pan y abrigo.

 

UNA DEFINICIÓN AUTORIZADA

     La misma definición de «ensayo» nos exime de mayores titubeos. Según el servicial Diccionario de Literatura Española, de la Revista de Occidente, es nada más -y nada menos- que la siguiente:

     «Escrito que trata de un tema, por lo general brevemente, sin pretensión de agotarlo ni de aducir en su integridad las fuentes y las justificaciones. El ensayo es la ciencia, menos la prueba explícita, ha dicho Ortega..., tiene una aplicación insustituible como instrumento intelectual de urgencia para anticipar verdades cuya formulación rigurosamente científica no es posible de momento por razones personales o históricas: con fines de orientación e incitación para señalar un tema importante que podría ser explorado en detalle por otros y para estudiar cuestiones marginales y limitadas fuera del torso general de una disciplina» (1)

. El comentario que antecede lleva la firma de Julián Marías, cuya autoridad hace ociosas más explicaciones. Es suficiente para otorgar una coartada favorable a este trabajo. La paraguayología, como ciencia de reciente creación -tiene apenas un par de páginas de existencia-, no podría ser abordada de otro modo que mediante un ensayo.


 

LA DESCONFIANZA DE GOG

     Estoy, desde luego, eximido de acudir al socorro que pueda prestar la ciencia. No está de más aclararlo. Dejémosla a la gente docta que ha comenzado a invadir nuestro país como los hongos después de la lluvia. A ella se debe el fanático esfuerzo por imponer en nuestra patria esa superstición que creíamos un castigo divino reservado a otras latitudes. Esta cruzada indeseable expone a nuestro pueblo a los rigores de una pavorosa contaminación, de imprevisibles consecuencias.

     Todo el mundo sabe que el prestigio de la ciencia se ha visto deteriorado en el siglo XX. Se ha comprobado que sus conclusiones no son tan inexpugnables como se pensaba y que en su nombre se han cometido muchas aberraciones. Está agotado el ingenuo optimismo del movimiento positivista del siglo XIX, que se empeñó en convertirla en poco menos que un objeto de culto. Grave e irreparable error que condujo a la realización de no pocas tonterías. Unamuno desautorizaba con desdén a los sacerdotes de la verdad científica con estas punzantes palabras: «Créame, señor, que por terribles que sean las ortodoxias religiosas son mucho más terribles las ortodoxias científicas» (2)

     Son cada vez más quienes la miran con creciente desconfianza. Giovanni Papini, por ejemplo, nos advierte contra ella en su penetrante Gog, invitándonos a acercarnos a su territorio con numerosas y acentuadas prevenciones. En uno de los relatos de esta obra, su personaje realiza una visita al célebre Thomas Alva Edison, prócer norteamericano de los inventores. El sabio, ya anciano, se despacha en una virulenta invectiva contra la ciencia, que el atribulado Gog escucha estupefacto. Al despedirse, no deja de rogarle hipócritamente: «No cuente usted a nadie que Edison en persona le ha confirmado la bancarrota de la ciencia» (3)

 

NO ROMPER LOS SELLOS CELESTES

     La ciencia, desde luego, no es cosa que deba ser puesta en manos de cualquiera. Abrazada sin tino, puede destruir irreparablemente cerebros limpios de malicia, vírgenes de angustias existenciales, sumergidos como están en esa brutalidad primitiva tan admirada por Rousseau y Montaigne. Sus propietarios, hoscos y primitivos individuos -aunque se cubran la cabeza con una chistera-, son los últimos reductos de la pureza primigenia del Jardín del Edén. Libres, por consiguiente, de las miserias morales de la civilización. Paradigmas de la bestialidad químicamente pura y merecedores, por eso, de la protección generosa de los organismos internacionales, de las universidades, de las fundaciones, de los filántropos aburridos y de las actrices veteranas.

     «Además -como advertía el gran Roger Bacon- no siempre los secretos de la ciencia deben estar al alcance de todos, porque algunos podrían utilizarlos para cosas malas. A menudo el sabio debe hacer que pasen por mágicos libros que en absoluto lo son, que sólo contienen ciencia, para protegerlos de miradas indiscretas» (4).

     Estas cosas estaban muy claras en la Edad Media. La sabiduría era cosa de los sabios, quienes por nada del mundo la transmitían a nadie. Pero vino la Revolución Francesa y convirtió en religión la tontería de que todos somos iguales y con derecho a penetrar en el palacio de la sabiduría, cuyo puente levadizo jamás estuvo antes habilitado «para todo público».

     Además, la gente común merece la protección de los genuinos sabios, quienes deben clausurarle el acceso a los grandes problemas del conocimiento humano. Son incontables los casos de estrés, de histerismo, de neurosis y de angustia existencial que fueron provocados por una malsana y repentina curiosidad intelectual. «Porque a veces es bueno que los secretos sigan protegidos por discursos oscuros...» Dice Aristóteles en el libro de los secretos que «cuando se comunican demasiados arcanos de la naturaleza y del arte se rompe un sello celeste, y que ello puede ser causa de no pocos males» (5).

 

EL FETICHISMO DEL MÉTODO

     Un atributo indispensable de la ciencia -que la caracteriza fielmente, distinguiéndola de cualquier otro tipo de conocimiento- es el método. Objetivo de la metodología es acumular, con ansiedad de avaro, el arsenal de pruebas con el que se otorgará a una tesis la respetada facha de la seriedad. Las pruebas son la pesadilla de todos los que incursionan en las ramas del frondoso árbol de la ciencia. Hacer ciencia es probar. Lo importante es que la probanza haya sido realizada con un método insospechable. La verdad a que se llegue importa menos que el camino para alcanzarla haya sido recorrido con un método correcto.

     La verdad lograda será siempre provisional y susceptible de ser revisada más adelante. Pero el método no debe acusar ninguna debilidad: o es científico o no lo es. No habrá retórica capaz de disfrazar carencias profundas en este aspecto. Convoquemos al filósofo inglés Karl Popper a participar de esta discusión. Para él, la verdad no se descubre; se inventa. Sólo tendrá vigencia hasta que sea substituida -«falseada», dice explícitamente- por otra verdad. «Falsear» no es desnaturalizar a la verdad; en el vocabulario de Popper, significa substituirla por otra verdad. Hasta que se produzca la irrupción de una nueva teoría que desplace a la anterior, esta será todopoderosa.

 

LA VERDAD BAJO SOSPECHA

     No hay verdad que esté segura para siempre. Estará siempre bajo sospecha, pasible de ser cuestionada. Tarde o temprano alguien podrá impugnarla radicalmente. Ahora bien, la libertad para ejercer esa impugnación -el derecho a la crítica- es fundamental para que se produzca el progreso humano. Sin esa libertad -«sin la libertad de falsear»- el conocimiento se estancará irremediablemente. La facultad de ejercer la crítica es inseparable de la posibilidad de progresar indefinidamente, meta suprema de la civilización occidental.

     Vargas Llosa, comentando a Popper, nos dice que «si la verdad, si todas las verdades no están sujetas al examen del juicio y el error, y si no existe una libertad que permita a los hombres cuestionar y compulsar la validez de todas las teorías que pretenden dar respuesta a los problemas que enfrenten, la mecánica del conocimiento se ve trabada y este puede ser pervertido. Entonces, en lugar de verdades racionales, se entronizan mitos, actos de fe, magia. El reino de lo irracional, del dogma y el tabú, recobra sus fueros, como antaño, cuando el hombre no era todavía un individuo racional y libre, sino ente gregario y esclavo, apenas una parte de la tribu» (6).

     La presunción de tener la verdad al alcance de la mano irrevocablemente es, con seguridad, una de las petulancias más estrepitosas de la humanidad. Esa presunción ha desatado las atrocidades colectivas más impresionantes de la historia del hombre sobre la tierra. No hay nadie más peligroso que quien cree estar en posesión de la verdad y la ha inscripto, bajo su nombre, en el Registro General de la Propiedad.

     Poncio Pilatos, inseguro de lo que estaba haciendo bajo la intolerable presión del populacho, preguntó angustiado a Jesús: «¿Qué es la verdad?». Sólo tuvo el silencio por toda respuesta. Dicen que el peso de aquella interrogación lo sumió en una depresión tan profunda de la que sólo pudo salir mediante el suicidio. Pilatos era un romano. Tenía, seguramente, formación filosófica. Por eso dudaba.

 

PENSAR ENFERMA; NO OLVIDE VACUNARSE

     Oscar Wilde, un incorregible irlandés heterodoxo que cultivó el ostensible oficio de escandalizar a la sociedad victoriana, dividía los libros en tres categorías. La primera está formada por los libros que hay que leer; la segunda, por los hay que releer. Y la tercera, por los que no hay que leer nunca que son, seguramente, la gran mayoría. Entre estos últimos se encuentran «todos los libros de argumentación y todos aquellos en que se intenta probar algo» (7).

     Este ensayo tiene como finalidad última la de convertirse en un libro. Por eso huye de la argumentación como de la peste. Es la única posibilidad que tiene de aproximarse, siquiera a razonable distancia, a la primera de las tres categorías enunciadas por Wilde. Es decir, a la privilegiada nómina de los libros que hay que leer. Si el resultado es negativo, será porque habré desatendido tan atinados consejos.

     Ni siquiera me propongo arrojar reflexiones al aire para que alguien las recoja y se ponga a cavilar sobre ellas. El mismo Wilde es muy claro en ello. Promover el pensamiento es una aberración, y no seré yo quien la cometa. Sigo en esto la recomendación del autor: «Pensar es la cosa más malsana que hay en el mundo, y la gente muere de ello como de cualquier enfermedad. Por fortuna, al menos en Inglaterra el pensamiento no es contagioso. Debemos a nuestra estupidez nacional el ser un pueblo físicamente magnífico... Incluso los que son incapaces de aprender se han dedicado a la enseñanza» (8) Esta actitud ha dejado escuela. Hoy se dice con facundia: el que sabe, sabe; el que no sabe, profesor.

 

PEDAGOGÍA CONTUNDENTE

     Esta epidemia -Alá es misericordioso- no ha llegado aún a nuestras tierras. No es, todavía, un problema para la salud pública. Pensar es una actividad insalubre y tan contagiosa como el virus más activo. Se conoce que puede deparar serias dificultades al normal desenvolvimiento de la sociedad. Por suerte, la terapéutica universal ha desarrollado, con infinitas variaciones, una solución eficaz: el «palo de amasar ideologías» de que nos hablaba Mafalda, habitante de cierta historieta que se parece demasiado a la historia.

     El garrote, instrumento pedagógico por excelencia, aporta sus contundentes argumentos para desalentar a quienes quieren difundir el malsano hábito que hemos objetado anteriormente. Para que logre su noble objetivo, debe ser dirigido directamente a la cabeza, depósito de los sentimientos, asiento de las ideas, albergue del espíritu. Convenientemente ablandada con esta esforzada labor docente, la cabeza quedará habilitada para recibir influencias más benéficas. Así podrá cumplir su misión altruista al servicio de la comunidad.

     En la matemática gradación de las influencias de las barajas del truco, el as de bastos -símbolo del garrote- es el segundo en importancia. Sólo cede en fuerza al as de espadas, lo cual es comprensible. Pero, como medio de persuasión, el garrote tiene un poder infinitamente superior al de la mejor campaña publicitaria de la Thompson & Williams. Ya lo explicó un descollante diputado -el doctor Vera Valenzano- hace muy poco tiempo: «Antes ganábamos las asambleas estudiantiles a garrotazos; después ya no hubo falta».

     Como ciencia en formación, la paraguayología requerirá de la cooperación de este antiguo material pedagógico para asegurar la adhesión colectiva. Acepto que, hasta este exacto instante, la paraguayología carece de leales y ruidosos profetas que la proclamen como una insobornable verdad; hombres barbados y fanáticos que ahoguen bajo su inmenso clamor las dudas de agnósticos, herejes, linyeras, heterodoxos, escépticos, vagos, badulaques y mequetrefes; hombres poseídos de la febril devoción a tan elevada idea y que sepan emplear, con piadoso e imparcial rigor, la persuasión material.

     No será la primera ciencia en emplear métodos tan seguros como éste. En el vecino Brasil alcanzó casi el papel de religión del Estado a fines del siglo XIX, cuando los militares la abrazaron masivamente. En la Unión Soviética, ciertos investigadores en Biología que transitaron por senderos ajenos a la sagrada dialéctica, lo pagaron muy caro. Como no coincidieron con la Biología oficial, cuyo archimandrita era un tal doctor Michurín, fueron condenados a recorrer al trote toda la línea ferroviaria del interminable Transiberiano, hasta la gélida Vladivostok.

 

EN LOS DOMINIOS DE LA SEMICIENCIA

     En el mejor de los casos, tendríamos que refugiarnos bajo la sombra amigable de la semiciencia, pariente pobre de la ciencia -lo admito apresuradamente- pero pariente al fin. Este ensayo constituiría así una especie de ejercicio intelectual dentro de esa disciplina poco ortodoxa. Territorio brumoso que se encuentra en las orillas de la ciencia pero dentro del cual, desde Pitágoras en adelante, se han realizado notables contribuciones al enriquecimiento del espíritu.

     Como en toda semiciencia que se respete, encontraremos aquí un poco de todo, como en las boticas de antes. La Biología se sentará al lado de la Astrología; la Rabdomancia se paseará del brazo de la Química; la Cartomancia departirá cortésmente con la Física; la Quiromancia tomará el té con las Matemáticas. Estos contubernios deberán ser aceptados no sólo como inevitables, sino además como inocultablemente lógicos a la luz del género dentro del cual nos estamos moviendo.

     Permaneceremos pues, dentro de los dominios de la semiciencia, una especie de ciencia de medio pelo. Acepto que aquella no goza de muchas simpatías en los cerrados círculos del intelecto. Pero la intrepidez, virtud capital de este ensayo, provee de fuerzas suficientes para hacer caso omiso de las diatribas que pudiesen brotar, inspiradas, con toda seguridad, por fines inconfesables.

     La semiciencia no goza de mucha comprensión. Para Unamuno, por ejemplo, la semiciencia, «que no es sino una semignorancia, es la que ha creado el cientificismo. Los cientificistas -no hay que confundirlos con los científicos, lo repito una vez más- apenas sospechan el mar de desconocido que se extiende por todas partes en torno al islote de la ciencia, y no sospechan que a medida que ascendemos por la montaña que corona al islote, ese mar crece y se ensancha a nuestros ojos, que por cada problema resuelto surgen veinte problemas por resolver y que, en fin, como dijo brevemente Leopardi:

«...todo es igual y descubriendo

solo la nada crece» (9)


 

EL ESFUERZO DE JULIO CORREA

     Debo hacer aun más aclaraciones. No pretendo invocar el esfuerzo realizado para cometer esta obra como su mejor justificación, vanidad o coartada de muchos autores. Se afanan también el ladrón de gallinas, el cuatrero, el «gigolo», el coimero, el vendedor de influencias, el demagogo, el estafador. Pero nadie en su sano juicio pensaría en colgarles del cuello la condecoración de la Orden Nacional del Mérito.

     Acerca del esfuerzo como elemento de legitimación de una tarea, es oportuno relatar seguidamente una inolvidable anécdota que se atribuye a Julio Correa. Para quienes no recuerden su nombre, diré simplemente que se le debe la creación de la Escuela Municipal de Arte Escénico, institución de la que salieron las figuras más conocidas del teatro paraguayo.

     Escuchaba Correa, con visible e indisimulada displicencia, los comentarios elogiosos que se hacían sobre una obra de teatro que se acababa de estrenar. Cada nuevo argumento era recibido con un silencioso gesto impugnador: un significativo meneo de cabeza. Finalmente, como suprema razón, alguien dijo que la puesta en escena merecía el aplauso porque había requerido de un considerable esfuerzo.

     Correa, impaciente, no se contuvo más. Con un guaraní sonoro y directo, que trataré de suavizar en su versión castellana, replicó con estas palabras:

     -Mirá, Fulano, yo voy al retrete todos los días. Y cada vez hago allí un considerable esfuerzo. ¿Y que creés que sale de todo eso...?

 

SE CONFIRMA UNA SOSPECHA

     Debo aclarar, tras todas las salvedades anteriores, que no es mi propósito buscar la difusión ni el tonto entusiasmo de las multitudes. Sería, desde luego, muy difícil, ya que la lectura no es, por suerte, una de las pasiones privadas más notorias de los paraguayos. Por consiguiente, si el resultado alcanza alguna efímera popularidad o es rozado por el escándalo, es porque algo habrá salido mal. Seré el primer sorprendido, ya que tengo justificadas prevenciones contra muchas de las cosas que están contenidas en estas páginas. Esa circunstancia me impondrá la penosa confirmación de una sospecha que he venido alimentando desde hace varios años: el analfabetismo seguiría ejerciendo su negra influencia en el Paraguay, a despecho de famélicos maestros y de gordas estadísticas.

     Hechas todas estas aclaraciones y justificaciones, espero la benevolencia del lector hacia la paciente y religiosa compilación que tiene lugar en estas páginas. Y también con el compilador que asienta en silencio sus dubitativas reflexiones en este torturado texto. Sólo espero que la palabra «ensayo», con cuya definición comienza esta obra, desaliente al lector de buscar aquello que esta no pretende ofrecer. Sólo hallará aquí intuiciones. Verdades provisorias. Sugerencias. La ciencia menos la prueba. Carencia de metodología. Rechazo de toda disciplina científica conocida. Material precario y frágil. No más. Pero que, tal vez, ambiciona sustentar construcciones más elevadas y seguras.

     ¿Cómo escandalizarse entonces ante estas páginas cometidas con tan dignas justificaciones y antecedentes? Lo peor que podría ocurrirles es que vayan a parar en el hospitalario y fraterno cesto de basura. O, mejor aún, en la pira expiatoria, como la que levantaron el cura y el barbero para convertir en cenizas todas las obras disparatadas que enloquecieron a Don Quijote y que lo llevaron a cometer tantas tonterías. El fuego -ya lo sabían los antiguos- tiene un decoroso sentido de purificación, a veces indispensable para expurgar el orden cósmico de pecados y tilinguerías.

 

NOTAS:

1.      Diccionario de literatura española, Edición dirigida por Germán Bleiberg y Julián Marías, Revista de Occidente, Madrid, 1972, pp. 293/294.

2.      Unamuno, Miguel de, Mi religión y otros ensayos breves, Espasa-Calpe, Argentina, colección Austral, Buenos Aires, 1942, p. 158.

3.      Papini, Giovanni, Gog, cuarta edición, versión al castellano y prefacio de Mario Verdaguer, editora Latino Americana, México, D. F. 1969, p. 369.

4.      Eco, Umberto, El nombre de la rosa, quinta edición argentina, traducción de Ricardo Potchar, editorial Lumen, ediciones de La Flor, Buenos Aires, 1986, p. 111.

5.      Unamuno, Miguel de, Ob. cit. p.p. 112/113

6.      Vargas Llosa, Mario, «La verdad sospechosa», en sección literaria de La Nación, Buenos Aires, 28 de mayo de 1989, p. 1.

7.      Wilde, Oscar, Ensayos y diálogos, traducción de Julio Gómez de la Serna, cedida por editorial Aguilar, Hyspamérica, Buenos Aires, 1985, p. 288.

8.      Id. Id. p. 103.

9.      Unamuno, Miguel de, Ob. cit. p. 152.

 

 

Enlace al ÍNDICE de la versión digital de EN BUSCA DEL HUESO PERDIDO- TRATADO DE PARAGUAYOLOGÍA en la BIBLIOTECA VIRTUAL CERVANTES

Prólogo
Introducción del autor


- I -
EN DONDE SE HABLA DE LAS ESCUÁLIDAS PRETENSIONES DE ESTE ENSAYO Y SE DESCRIBE EL ESFUERZO REALIZADO EN SU PERPETRACIÓN
Una definición autorizada
La desconfianza de Gog
No romper los sellos celestes
El fetichismo del método
La verdad bajo sospecha
Pensar enferma; no olvide vacunarse
Pedagogía contundente
En los dominios de la semiciencia
El esfuerzo de Julio Correa
Se confirma una sospecha

 

- II -
DONDE EL DOCTOR FRANCIA BUSCA UN HUESO SIN ENCONTRARLO
El «tipo ideal»
El paraguayo: ¿un hueso de más?
Un paseo por la eternidad
La gripe y el coqueluche
Mal gálico: contribución americana
Esquipodos y sirenas
Los onocentauros
Ni Jauja ni Mborelandia

 

- III -
DOS PAÍSES EN UNO
Bacteria y microscopio
El país de gua'u y el país teete
Marco Polo al revés
"Puro petáculo"
Una posta para repasar lugares comunes
La bibliografía


- IV -
ABOMINACIÓN FANÁTICA DE LA PALABRA ESCRITA Y REIVINDICACIÓN DE LOS VERSITOS DEL TRUCO
Los malos ejemplos
Con el verso y la música a otra parte
Los peligrosos «letrados»
No hacen falta los libros
La sabiduría y la confianza
El material de investigación
Arandu ka'aty


- V -
CON LA AYUDA DE DOÑA PETRONA SE REALIZA UNA DECIDIDA INCURSIÓN EN EL TERRENO DE LA GASTRONOMÍA FOLCLÓRICA
La raza guaraní
El acicalamiento nativo
La aristocracia «ava»
La cosecha de mujeres
Un cóctel importado
Segunda mano de pintura
Una pizca de canela
El aluvión de la posguerra
El mejor pedigree
Una receta de doña Petrona


- VI -
EN DONDE SE OLFATEAN ALGUNAS CLAVES DE LA CHINA SUDAMERICANA Y SE REALIZA UN PASEO CON OLAF EL VIKINGO
El aporte de la hematología social
¿Cuánto nos queda de indígena?
Tallarines y hamburguesas
Doctrina aria para morenos
Quiero vale cuatro
El idioma infiltrado
La «China sudamericana»
La sequía permanente
Un sacerdote descubre el terere
El perfil rural
El bilingüismo: ¿un cuento?
Economía de autoabastecimiento
La experiencia histórica
La búsqueda del hueso perdido


- VII -
AQUÍ SE COMPRUEBA UNA VEZ MÁS QUE NO ES ORO TODO LO QUE RELUCE Y ES MEJOR CONFIAR EN UNA PLUMA DE KAVURE'I
Discurso sobre las cosas
Magos a bajo costo
Que fluya lo maravilloso
Fábulas y cabulerías
El imperio de la magia
Galería de «abogados»
Cultura shamánica y mágica


- VIII -
EN DONDE UNA RUEDA NO CESA DE GIRAR Y HAY TIEMPO DE TOMAR UN BAÑO DE LUNA
Un mito demencial
«El mundo es una rueda...»
No may nada nuevo bajo el sol
Un petiso charlatán
El río y la influencia lunar
Mala combinación: la luna y el «norte»
Ritos religiosos y paganos


- IX -
UNA EDAD DE ORO SIN UN COBRE
Los trovadores de la historia
Un inventario de escombros
La iconografía del doctor Ross
El código de los laberintos
Insólito caso de organización
Actitud simbólica
El galope de los arquetipos
Nuestra edad de oro
Donde interviene la poesía
Las preocupaciones del bachiller Carrasco
El destino y la esperanza


- X -
EN DONDE SE CELEBRA CON INOCULTABLE ALIVIO QUE EN LO ALTO DEL GALLINERO HABITAN GALLINAS Y NO ELEFANTES
«El que puede, puede»
La doctrina de Toto Acosta
La ley del mbarete
Una misiva incolora
Parábola del zorro gris
Upeara ñamanda
Don te'o y la pena del azote
Amigos y parientes
Pioneros del «braguetazo»
De la carreta al «Mercedes»
Sólo para deportistas


- XI -
APARECE EL HOMBRE INVISIBLE Y SE INSINÚA UN TRATADO DE TÉCNICAS DE SUPERVIVENCIA CON DIGRESIONES SOBRE QUÍMICA Y FÍSICA Y PARAPSICOLOGÍA
Las fintas del camanduleo
Del chin-chon a la generala
Incomprensión de la táctica
Un poco de química y de parapsicología
Misterios moleculares
Sintomatología del soroche
El efecto Griffin


- XII -
APARICIÓN DE TRES MONOS DEL ORIENTE Y EXPLICACIÓN DE LA TÁCTICA DE LAS ARAÑAS
Lenguaje para criptógrafos
Código para chinos
Del ñe'embegue al radio so'o
Prohibido emocionarse
«En boca cerrada...»
La ley del ñemibotavy
Los tres monos del Oriente
«Malagradecido presokue»
«Dios se lo pague»
Astima ndeve


- XIII -
TEORÍA DEL CONFLICTO O LAS BONDADES DEL FREEZER
Un freezer para los conflictos
El oparei
La solución so'o
La ley del jepoka
La ley del vai vai
Ãga ajapota aina
La hora paraguaya


- XIV -
LA DOCTRINA DEL CHAKE E INSTRUCCIONES SOBRE COMO NO PISAR UNA MBOICHINI
Instrumentos típicos
Por si sea más feo
Crímenes políticos
Contabilidad orejera
El guasu api
No hay lugar para el vyro chusco
El ábaco de cascabeles
«Gauchos» de ayer y de hoy
El liderazgo y el garrote


- XV -
LA CULTURA DEL REQUECHO Y LOS TRES GESTOS DE JOSÉ GILL
Los ideólogos del requecho
La fortuna no está en los libros
El partido del presupuesto
«Nadie sea tan osado...»
El guataha


- XVI -
LA TRADICIÓN DEL POKARE Y TÉCNICAS DIVERSAS DE ALTERACIÓN DE LAS SUPERFICIES SUSTENTANTES JUNTO CON ALGUNAS PROPOSICIONES METAFÍSICAS
Arqueología del pokaré
El pícaro como paradigma
Simulación y mimetismo
El despreciado mbatara
Virtuosos del cepillo y montañistas
Antebrazos ideales
Técnica del serrucho
Virtuosos versus serruchadores de oído
Artesanía contra tecnocracia
Glosario de algunas palabras, aforismo o expresiones en guaraní o en castellano, utilizadas en este libro

ÍNDICE ONOMÁSTICO DE PERSONAJES PARAGUAYOS O DE EXTRANJEROS VINCULADOS CON EL PARAGUAY.

 

 

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