INSULTO A LA HISTORIA
Por JORGE RUBIANI
El estado de las relaciones internacionales del Paraguay con sus vecinos y, sobre todo, la necesidad de apuntalar el sentido de pertenencia de nuestro pueblo hacen necesario que autoridades nacionales, docentes, historiadores y hasta guionistas de cine y TV se obliguen a la precisión y rigor cuando tengan que difundir los hechos del pasado, en especial de aquellos por cuyas causas todavía padecemos y sufrimos, como las que refieren la época independiente, la Guerra de la Triple Alianza y el doloroso como traumático período que siguió a aquel conflicto.
A propósito de los productores de cine y TV, debe decirse que suelen estar propensos a incursionar en las expresiones culturales supeditándolas al “formato entretenimiento”, factor predominante que provee avaros recursos para los pocos espacios culturales y generosos dispendios para la ruidosa frivolidad que domina la “pantalla chica”.
Es el motivo de este escrito. Eran aproximadamente las 21:30 del pasado sábado 16 y mientras buscaba en la TV algo digno de ser visto, una escena familiar me detuvo en un canal local. En ella se veía a un personaje que intentaba una representación del Mcal. Francisco Solano López, sentado debajo de un árbol, vestido con un uniforme imperial, profusos galones dorados y pantalón de un blanco impoluto, preso de un estado de nervios que se acercaba a la histeria. Mesándose el cabello ya revuelto, gritaba órdenes a un no menos aterrorizado oficial, a quien en un momento llamó “coronel Pedro Pablo Caballero”. Los personajes y la escena estaban lejos, muy lejos, de reflejar aquel momento bien conocido, dramático y único de nuestro pasado.
Pasando por alto el hecho de que el capitán Pedro Pablo había muerto en Piribebuy, casi seis meses atrás, el vestuario, la ambientación y los textos recitados en la escena eran un verdadero insulto al buen gusto y a la fidelidad histórica, pues la patética escena que mostraba la TV no se correspondía con la crónica que detalla minuciosamente la actitud de aquellos hombres que, serenos, altivos y conscientes del momento que vivían, convirtieron aquella gesta, la del 1º de marzo de 1870, en una de las páginas más sublimes de la historia americana.
La libertad de expresión suele ser consagrada como una gran conquista de los pueblos, porque –como alguien dijo– “uno debe encontrar en la paella de la prensa la almeja de la verdad”. Por lo que si dicha libertad no es atesorada como un valor supremo por sus propios cultores –hombres de prensa, editores o literatos–, no debería esperarse que el resto de la sociedad acepte que lo que se haga, diga o escriba en su nombre, en cualquiera de los medios, fueran con la intención de aproximarnos a la verdad. Y en especial a una verdad que nos convierta en mejores personas, más dignas, más responsables.
Porque si quienes se encargan de elaborar la paella de la prensa devalúan los ingredientes de su contenido hasta la medida de su ignorancia y del menosprecio a los valores que deben ser –y SON– un legado a preservar, es que la “misión educativa de la televisión” puede convertirse en el trascuarto de la peor tienda de baratijas en un mercado de arrabal.
Fuente: ABC Color
www.abc.com.py
Sección OPINIÓN
Miércoles, 20 de Febrero de 2013
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