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JORGE RUBIANI

  ¡EL COVID-19 VIENE MARCHANDO! - Por JORGE RUBIANI - Domingo, 22 de Marzo de 2020


¡EL COVID-19 VIENE MARCHANDO! - Por  JORGE RUBIANI - Domingo, 22 de Marzo de 2020

¡EL COVID-19 VIENE MARCHANDO!

 

Por  JORGE RUBIANI

 

jorgerubiani@gmail.com

Fotos:  JORGE RUBIANI/Shutterstock

El mundo entero está alarmado por la arrolladora irrupción del coronavirus SARS-CoV-2, que en apenas tres meses y hasta el momento de escribirse estas líneas ha provocado la muerte de 4.356 personas y afecta a otras 119.593. Hay poderosas razones para la alarma si prestamos atención a los daños que dejaron algunas pestes y epidemias a lo largo de nuestra historia.

En lo que va de la historia de la humanidad, la población mundial siempre fue reducida –y muy drásticamente– por las pestes y epidemias antes que por los conflictos armados. Algunas de aquellas tuvieron características y secuelas que han quedado registradas.

La peste negra o bubónica del siglo XIV fue la cuarta pandemia más mortífera de Europa, estimándose que causó la muerte a 75 millones de personas, aproximadamente.

Griegos y romanos también sufrieron pestes en distintos períodos de su historia. La peste de Atenas fue una plaga probablemente ocasionada por la fiebre tifoidea de Etiopía. En algún momento del siglo V a.C. llevó a la muerte “… a unas 50.000 personas”, entre las que se contó al mismo Pericles.

Roma también tuvo su gran plaga en el siglo II, en tiempos del emperador Marco Aurelio Antonino Augusto, una de sus víctimas. De ahí el nombre dado al mal que, al igual que en Atenas, devastó casi todo el territorio de la actual Italia.

Otro que tuvo su “propia plaga” fue el emperador Justiniano I en los años de su mandato entre 527 y 565 (año de su muerte). Fue una combinación de males como la peste bubónica, la viruela y, posiblemente, el cólera, que en conjunto mataron “a más de 600.000 personas, a razón de unas 10.000 al día”.

La persistente viruela

De entre todas las pestes conocidas, una de las peores fue la viruela, que acabó con millones de personas, aunque en la actualidad la Organización Mundial de la Salud (OMS) la ha declarado extinguida. Sus números son, no obstante, todavía imbatibles, pues ha ocasionado “…más de 300 millones de muertes”. Y las personas que la sobrevivieron, lo hicieron …con marcas imborrables en su piel”.

Otras plagas

- El cólera: de origen asiático, llegó a Europa próximo a la mitad del siglo XIX y causó 30.000 muertes en Londres y más de 300.000 en España. Todavía continúa activa en Asia y África.

- El escorbuto: afectó a navegantes como Fernando de Magallanes y Vasco da Gama, acompañándoles durante sus travesías.

- Fiebre amarilla: se originó en América y si los conquistadores usaron la viruela para asolar a las poblaciones nativas, sucumbieron aquí con la fiebre amarilla.

- La sífilis: una enfermedad propagada en Europa tras el sitio de Nápoles en 1495 se difundió, más tarde, al resto del continente. Entre sus víctimas se contaron a “…Ludwig Von Beethoven, Oscar Wilde, Cristóbal Colón, Charles Baudelaire, Vincent Van Gogh, Friedrich Nietzsche, James Joyce y Adolf Hitler”.

- El sarampión: causó la muerte de unos 200 millones de personas a lo largo de la historia.

- La llamada gripe española: se hizo presente en la segunda década del siglo XX y acabó con la vida de 100 millones de personas, mermando la población mundial en un 6%.

- La malaria o paludismo: mata aún en la actualidad y especialmente en África, a más de medio millón de personas por año.

Otras plagas de aparición relativamente reciente, pero igualmente devastadoras, son la poliomielitis, el VIH-Sida, el mal de las vacas locas y el ébola. Esta última sigue causando muertes en África.

¿Y en el Paraguay?

Desde los tiempos iniciales, si los colonos de la provincia no tuvieron demasiada asistencia de las cortes reales o virreinatos, contaron con menos que nada para sus necesidades de salud. Apelaron entonces a los remedios extraídos de la floresta circundante o a la invocación de los santos. De estos, había uno para cada enfermedad (le llamaban “abogados” … vaya a saber por qué) y se los instalaba en la casa, en un nicho con imagen del santo y florido altar.

Como una idea de la popularidad del procedimiento, el jesuita Juan Esteynefer publicó un “recetario de santos” llamado Florilegio médico, reseñando la especialidad de cada patrono o abogada/o: “...santa Liduvina cura el dolor de cabeza; san Hugo, los ataques epilépticos; santa Gertrudis, el mal del corazón; santa Tecla, la boca torcida; san Zacarías, el mal de oídos; san Alipio, la epitaxis (cualquier sangrado de las fosas nasales); san Blas, la angina; santa Lucrecia, el asma; santa Engracia, el hígado; san Pantaleón, las almorranas; san Antíoco, el sistema urinario; santa Apolonia, el dolor de muelas; san Valentín, el estreñimiento; santa Águeda, los partos difíciles”, entre otros males y sus santos correspondientes.

El cólera durante la guerra

Durante la larga contienda desarrollada entre los años 1864 y 1870, todo contribuyó a la aparición de las epidemias: las marchas forzadas, la intemperie, la humedad, el frío, el calor, la tensión ante el constante peligro y la falta de alimentos. Las enfermedades más comunes entonces fueron la disentería, las fiebres en sus más diversas características, el sarampión, el paludismo, “algunos casos de tifus” y la viruela, además de las infecciones derivadas en tétanos y gangrenas.

A propósito, el cirujano del ejército argentino Lucilo del Castillo, comentaba: “...Rodeados de aguas infestadas, en un terreno sembrado por más de 30.000 cadáveres humanos, gran parte de ellos insepultos”.

Pero el “combatiente” que más víctimas produjo en cualquiera de los ejércitos fue el cólera. Los primeros casos registrados entre los paraguayos datan de abril de 1867 y se extendieron después a todo el ejército y resto del país. La cosecha diaria en los campamentos no bajaba de 50 muertos. Los soldados le dieron un nombre en guaraní: cha'i, que significa encogido, crispado, arrugado.

Algunas de sus víctimas fueron los coroneles Francisco “Mangú” González, Francisco Pereira, Francisco González y el poeta guaireño Natalicio de María Talavera, entre otros oficiales y soldados. Contrajeron la enfermedad, pero pudieron curarse, los generales Resquín y Bruguez y el mismo Francisco Solano López. Aunque su hija, Adelina Costanza, de 17 años, no tuvo la misma suerte. Murió en Tobatí, donde la muchacha residía con su madre, Juanita Pesoa.

El barco que trajo la peste

La finalización de la contienda no significó el fin de las epidemias en el Paraguay. El 7 de enero de 1871 moría víctima de la fiebre amarilla el vicepresidente de la República, Cayo Miltos. Este fue uno de los estudiantes enviados por el presidente Carlos A. López a Europa. Se graduó de abogado en La Sorbona de París. De retorno a la patria, fue convencional para la sanción de la Constitución de 1870 y acompañó a Cirilo Antonio Rivarola en el primer gobierno de la posguerra.

Antes de finalizar el siglo XIX, la peste bubónica dio uno de sus últimos coletazos. El buque Centauro ingresaba al puerto de Asunción con una carga de arroz y toda la tripulación afectada por la peste. Con el barco ya amarrado a los muelles, en las siguientes semanas “enfermaron 37 soldados que vivían con sus familias en el rancherío del barrio de La Encarnación”.

De paso, uno de los tripulantes de la embarcación contagió a una de las empleadas de la familia González, dueña de un palacio ubicado en Palma esquina Garibaldi, actual Capasa. Las autoridades nacionales, que a esas alturas habían hecho evacuar la ranchería mencionada llevando a sus pobladores hacia otros barrios de la cercanías, declaró la cuarentena para los habitantes del palacio y los aislaron completamente. Una noche, los González bajaron colgados desde los pisos altos con sábanas unidas, ganaron la calle y desaparecieron de la ciudad. El edificio quedó para el Estado.

Hoy como ayer

Las pestes de ayer, como las pandemias de hoy, se originaron en la desaforada voracidad de “producir” o hacer “negocios” desestimando los cuidados que pudieron evitar los costosos “daños colaterales”.

En la antigüedad, con menos población y mayoritaria ignorancia, había poca ciencia para hacer frente a los problemas sanitarios.

En la actualidad, con exceso de información y ciencia suficiente, todavía tenemos irresponsabilidad e ignorancia, en altos porcentajes. Y una población extraordinariamente numerosa, que ayuda –y seguirá ayudando– a la emergencia de los mismos vectores que antaño provocaron la muerte de millones de seres humanos.

 

 

 

 

 

 

 

Palacio de la familia González, sometido a cuarentena en los inicios del siglo XX.

 

 

Siendo vicepresidente de la República, Sotero Cayo Miltos fue una de las víctimas de la fiebre amarilla en 1871.

 

 

El poeta Natalicio de María Talavera, víctima del cólera en el campamento de Paso Puku, en 1868.

 

 

Fuente: Revista Dominical de ABC Color

Impreso e Online - www.abc.com.py

Páginas 18 al 21

Domingo, 22 de Marzo de 2020

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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