ALGO MÁS SOBRE EL GUARANÍ PARAGUAYO
Por LEÓN CADOGAN
ALCOR 44-45
PUBLICACIÓN DE CULTURA
MAYO-AGOSTO, 1967
Asunción - Paraguay
Fundadores:
Julio César Troche/ Rubén Bareiro Saguier
Director:
Rubén Bareiro Saguier
Asistente de Dirección:
Carlos Colombino
Consejo de Redacción:
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Sección de Artes Plásticas:
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Corresponsales:
Montevideo: Saúl Ibargoyen
Islas Guayaquil: Cristóbal Garcés Larrea
Santiago de Chile: Carlos Villagra Marsal
Impresión:
Escuela Técnica Salesiana
Tapa:
Linograbado de Ricardo Migliorissi
ÍNDICE
La encíclica papal dirigida al “tercer mundo": Editorial
Algo más sobre el "guarani paraguayo" - León Cadogan
El arco y el cesto: Pierre Clastres
Puente van gogh: Arnaldo Calveira
Dos poemas: José María Gómez Sanjurjo
Los intelectuales en el desarrollo económico nacional: Daniel Fretes Ventre
Contenido social de "los ríos profundos: Anne-Marie Métailié
EDITORIAL
La última encíclica papal, dirigida al "tercer mundo", a establecer o impulsar lo que hoy se llamaría el derecho al desarrollo en las dos terceras partes más desprovistas del globo, es un documento de incuestionable valor. Aparte de lo que significa como apoyo en tarea tan necesaria -contando con el poder de la Iglesia en nuestros países-, la citada encíclica es una prueba de los cambios que se están operando en las grandes ideologías. V es este valor de síntoma el que hoy queremos encarar con preferencia. No es que desconozcamos la posición social de la Iglesia, desde León XIII hasta -y sobre todo-la fundamental renovación creada e impulsada por Juan XXIII. Pero indudable es que por primera vez la Iglesia habla un lenguaje tan claro sobre el derecho de cada hombre a poder subvenir a sus necesidades elementales, afirma cosas tan categóricas como la siguiente cita de Monseñor Larraín en el primer texto de la encíclica: "Algunas situaciones son escandalosas: hay que ponerles término. Se imponen reformas: hay que realizarlas", frase que es casi un versículo bíblico condenando la corrupción. Esto sólo para dar un ejemplo de las tantas y tan acertadas proposiciones contenidas en este documento que, sobrepasando los límites estrechos de una moral individual, plantea el problema en el nivel de las relaciones colectivas y entre los pueblos. En efecto la encíclica parte de la existencia de hombres y naciones explotados y explotadores; de la constación de oligarquías refinadas y de poblaciones hambrientas, y pone en guardia contra el peligro de la ayuda como pretexto para la hegemonía directriz a través de presiones políticas o de dominaciones económicas de los poderosos sobre los desvalidos. No es mera casualidad que para la redacción de toda esta parte de la encíclica, Paulo VI haya recurrido a los testimonios y denuncias de obispos latinoamericanos, como el citado Larraín y Helder Cámara. Vale decir que, en gran medida, es la radio-grafía de nuestro continente lo que allí se realiza.
Es alentador comprobar que una institución como la Iglesia rubrica así las reclamaciones de tantas voces con hambre de justicia en el continente; actitud que, por otro lado, invalida totalmente -y ya hablamos de nuestro medio- el conocido mote con que se pretende tachar a toda persona que se atreve a plantear nuestros problemas sociales, atribuyendo insensatamente la vocación justiciera a un grupo. Felizmente, desde hace un tiempo, los jóvenes son plenamente conscientes de lo que ocurre en nuestro país. Es necesario destacarlo en estos momentos en que una euforia "democrática" anestesia la sensibilidad de sectores de la ciudadanía: los jóvenes ya no crece en los viejos profetas de voces gastadas por el cansancio y el conformismo; no están ya dispuestos a aceptar fórmulas superadas e ideas vacías. Por el contrario, están en condiciones de exigir porque conocen la raíz del mal, porque son capaces de realizar lo necesario para cambiar el estado de cosas y porque el futuro les pertenece.
Parodiando las intensas palabras de "Populorum Progressio": "Los pueblos del hambre interpelan de manera dramática a los pueblos de la opulencia", podemos decir que, en nuestro país, los hombres de la esperanza interpelan de la misma manera a los hombres de la decadencia.
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