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MARIANO LLANO (+)
  HISTORIA DE LA ASOCIACIÓN RURAL Y DE LA GANADERÍA PARAGUAYA, 2003 - Por MARIANO LLANO


HISTORIA DE LA ASOCIACIÓN RURAL Y DE LA GANADERÍA PARAGUAYA, 2003 - Por MARIANO LLANO

HISTORIA DE LA ASOCIACIÓN RURAL

Y DE LA GANADERÍA PARAGUAYA

DESDE LA COLONIA HASTA LAS GRANDES ESTANCIAS

DESPUÉS DEL 70 – PRIMER TOMO

Por MARIANO LLANO

Asunción – Paraguay

2003 (318 páginas)




PRÓLOGO

Este libro es el resultado de la buena voluntad de muchas personas, junto al autor, y de la querida institución que nos cobija a los productores del campo, la Asociación Rural del Paraguay. Hace un buen tiempo que varios ganaderos estábamos en la intención de apoyar la publicación de la historia de nuestro gremio y, por añadidura, la de la explotación pecuaria nacional después de la guerra contra la Triple Alianza.

Nuestros sueños juntamos a los de don Mariano Llano, un estudioso de la economía ganadera y miembro de una de las familias de estancieros más arraigadas de la República. El sueño de publicar este libro se hizo mucho más fácil ni bien la directiva de la Asociación Rural del Paraguay, encabezada por el doctor Carlos Trappani, resolvió crear la Comisión de Historia de la Asociación Rural del Paraguay y de la Ganadería Paraguaya que me honra presidir.

A partir de ahí juntamos voluntades y mucho entusiasmo. Nuestro querido Mariano nos dio ideas que provocaron largas conversaciones, muy amenas por cierto. La idea de publicar el libro nos llevó a largas tertulias de colegas ganaderos y aficionados a la historia.

Escribir un libro sobre lo que han hecho nuestros antecesores fue una bella excusa para desempolvar nuestros antiguos volúmenes sobre la ganadería en Paraguay, lo mismo que nuestros folletos, revistas y apuntes que dormían el largo sueño en las gavetas de nuestras bibliotecas.

Nos place presentar este libro que plantea la historia de nuestra ganadería desde la llegada de aquella tropilla de los hermanos Goes, desde las costas del Brasil, a Asunción en 1555, hasta los primeros grandes establecimientos surgidos después de 1870.

Esta publicación nos abrió muchas puertas, que nos motiva agradecer, como - por ejemplo - a la Biblioteca Nacional que nos permitió leer y copiar de los carcomidos diarios de la época, aquellos materiales periodísticos que se referían a la formación de nuestra entidad, bajo un nombre distinto.

Las bibliotecas de algunas universidades privadas, de algunos ganaderos y amigos en particular estuvieron abiertas a este proyecto y que las utilizamos oportunamente. A cada uno de quienes nos ayudaron a acceder a los datos que ensamblaron frases, capítulos y secciones de este libro vayan nuestros sinceros agradecimientos.

Del mismo modo, agradeceremos a todas las personas que nos lean nos remitan sus ideas y hasta informaciones que nos permitan publicar el siguiente libro - porque esa es la idea - con la debida solidez.

La Comisión de Historia de la Asociación Rural del Paraguay y de la Ganadería Paraguaya está embarcada en este ideal y confiados estamos, sus responsables, en que los próximos miembros de aquella harán mucho mejor que lo que comenzamos. Al fin de cuentas, nuestro gremio es de gente con las mismas sensibilidades como cualquiera que vive intensamente cualquier logro, que no sea precisamente el del trabajo pecuario.

Agradecemos a don Mariano su empeño a favor de este libro, lo mismo que a todas las personas que nos han alentado a llegar a esta feliz culminación.

Particularmente felicito y agradezco a mis compañeros de Comisión, Dr. Enrique Riera e ingeniero civil Juan Andrés Gill, por este precioso logro. Sin ellos no hubiésemos tenido el libro en nuestras manos.

Mariano Roque Alonso, 15 de mayo de 2003

Roque Fleytas Presidente Comisión de Historia de la Asociación Rural del Paraguay y de la Ganadería Paraguaya



CAPITULO I

LA COLONIA

En el año 1553, siendo gobernador don Francisco Ortiz de Vergara, algunos miembros de la Armada del adelantado Juan de Sanabria, y el capitán Juan de Salazar, fundador de Asunción y que era además tesorero del Río de la Plata, se hallaban entonces en “Todos los Santos”, costa del Brasil, a fin de realizar una operación de compra de vacas y toros.

Los encargados de traer la primera partida fueron Scipión de Goes y Vicente Goes, que lo hicieron por tierra, caminando leguas y leguas, cruzando ríos con balsas. El contingente era 7 vacas, 1 toro, 6 mulas y 10 caballos. Se llega a Asunción en 1555.

Los hermanos Goes, portugueses vinieron con la armada de Pedro de Mendoza y eran hijos de Juan de Gaete y María de la Cueva, vecina de Córdoba (España). Ellos son los precursores de la ganadería paraguaya.

La segunda partida de animales, se efectuó en 1568, por Santa Cruz de la Sierra y el Alto Paraguay, por gestión del adelantado Juan Ortiz de Zárate, de una partida de 4.000 vacas, 400 ovejas, 500 caballos, 200 yeguas y 600 cabras. Al cruzar el río Paraguay, se pierde el 20% de la tropa.

Las 7 vacas traídas por Goes, sumadas a las del Alto Perú fueron el núcleo principal de la expansión ganadera en el virreynato del río de la Plata, cuyo centro fue el Paraguay.

Estos animales procrearon rápidamente y en 1571, el teniente Gobernador Felipe de Cáceres, formó la primera estancia llamada “Ybytimirí”, y que es hoy el lugar conocido como “Surubi-y”.

La estancia era de gran extensión, desde el río Paraguay, a Arecayá, hoy Mariano R. Alonso, Limpio, hasta llegar a las serranías de Emboscada.

En la segunda fundación de Buenos Aires, por Juan de Garay, la expedición partió de Asunción, con la nativa Ana Díaz y llevaban animales vacunos y equinos.

Asunción, madre de ciudades, tuvo un papel preponderante en todas las ciudades fundadas por los españoles.

Ontiveros fue fundada en 1554; Ciudad Real, en 1557; Santa Cruz de la Sierra, en 1561; Villa Rica del Espíritu Santo, en 1570. Fueron expediciones que llevaron vacas, toros y caballos.

Lo mismo pasó con Corrientes, fundada en 1588 y que después de la guerra del 70, nos proveyó de importante partida de ganado.

En aquella expedición a Corrientes, Hernandarias llevó 3.000 cabezas de ganado vacuno y 1.500 cabezas de yeguarizo y ya esperaba sobre orillas del Paraná el adelantado Juan Torre Vera y Aragón, fundador de la ciudad de Corrientes.

En 1598, Hernando Arias de Saavedra, elegido autoridad por voto popular y confirmado por el rey de España, fue un verdadero pionero, al mandar expediciones a la banda oriental, Uruguay, grandes remesas de ganado vacuno, equino y bovino, incluyendo cabras.

Otra expedición a la Patagonia y Tierra del Fuego fue realizada, de donde proceden la gran cantidad de las ovejas existentes hoy.

El rey Felipe III, ordenó a Hernandarias organizar una expedición a Chile, con remesas de ganado vacuno y equino.

Hernandarias mandó de Asunción, animales vacunos, equinos y bovinos, que sirvieron de base para la formación de las siguientes estancias: “Salto Grande”, en Santa Fe, “La Cruz” en Entre Ríos; “El Viscaino”, en el Uruguay.

Es así que Asunción se convierte en la fuente, el origen de la ganadería, de Argentina, Uruguay, Bolivia y de Chile.

Nos dice el historiador don Roberto Quevedo, en su libro “Historia paraguaya. Anuario de la Academia Paraguaya de la Historia”.

Los ganaderos Goes:

Como sabemos, la expedición de Martín Alfonso de Sousa fue enviada al Brasil en diciembre de 1530 y al año siguiente llegó a la bahía de Guanabara, “donde permaneció durante tres meses. Desde allí siguió una expedición hacia el interior, que regresó a los dos meses con noticias de la existencia de oro y plata en un cierto río “de Paraguay”, como afirma la historiadora Isa Adonías. La armada siguió al sur por la costa atlántica y el 20 de abril de 1532, Martín Alfonso fundó la villa de San Vicente.

Desde la fundación de Asunción en 1537 y su definitiva capitalidad en 1541, se interesó en ella la corte de Lisboa. La política de los reyes de España generalmente fue defensiva. Al permanecer sobre el Atlántico la población portuguesa de San Vicente, primera población urbana en el Brasil que enfrentaba en cierto modo a Asunción, y que controlaba la serie de caminos que conducían hacia el Paraguay.

La hacían por la ruta de los guaraníes, el conocido “Pea-birú” senderos transitados desde la época inmemorial. Saliendo de Asunción subían por el río Paraguay y luego por el río Jejuy, hasta su naciente, caminaban por la serranía del Amambay hasta arribar al gran río Paraná, sobre los grandes Saltos del Guairá, navegaban siguiendo los ríos de su cuenca, hasta las cercanías de San Vicente o Santa Catalina. Por dicha vía, Domingo de Irala recibió su nombramiento real como gobernador del Río de la Plata.

Desde Castilla arribaron a tierras vicentinas varios navíos con la familia del difunto adelantado Juan de Sanabria. Cercana a las islas de Santa Catalina fundaron la villa de San Francisco, de efímera existencia y luego se trasladaron al Paraguay, a pesar de la oposición de Tomé de Sousa, que había cerrado los pasos hacia Asunción. Juan de Salazar de Esinoza, llegado con las naves de doña Mencia Calderón, permaneció cuatro años entre San Vicente y Santa Catalina. En 1554 se encontró con Ruy Díaz Melgarejo, exiliado y viejos conocidos del bando de Cabeza de Vaca. Pretendieron volver al Paraguay, pero el gobernador Tomé de Sousa, desautorizó el viaje, Melgarejo trabó relaciones con Ciprian de Goes y su joven hermano Vicente de Goes, hijos de un matrimonio portugués que fueron vecinos de San Vicente quienes proyectaban viajar a Asunción. El grupo compuesto por Salazar, Melgarejo con sus mujeres, doce castellanos y seis portugueses. Los hermanos Goes, con el capital que recibieron de parte de su padre, del molino “Madre de Deus”, adquirieron ganado vacuno y lo llevaron al Paraguay. Fue la primera partida introducida en el Río de la Plata, la segunda llegó procedente de Charcas trece años después. Furtivamente iniciaron el viaje ayudados por el jesuíta Manuel de Nóbrega, quien facilitó indios tupís como guías hasta el Guayrá. La partida fue a principios del año 1555, arribando a Asunción el 28 de setiembre de ese año.

Los hermanos Goes, Ciprian y Vicente, fueron vecinos de San Vicente, hijos de Luis de Goes y de doña Catalina de Ovelar, quien aparece en documentos de época como Andrade de Almada o Andrade de Ovelar naturales de la ciudad de Lisboa. Luis de Goes con su hermano mayor Pedro de Goes y el menor Gabriel llegaron al puerto de San Vicente en agosto de 1531 con la armada de Martín

Alfonso de Sousa. Realizaron un viaje a la corte volviendo Luis de Goes con su mujer doña Catalina de Ovelar y sus hijos mayores, arribando en abril de 1536 a San Vicente, donde en 1539 nacerá su hijo menor Vicente de Goes.

En el cuarto decenio del siglo XVI, todo fue aislamiento y pobreza en San Vicente amenazada por los carijos y por franceses. El historiador Francisco de Vernhagen afirma: “Fue esa capitanía de San Vicente, que tan célebre debía hacerse en los anales brasileños, de donde partió el clamor más enérgico, por la cual la corte se enteró bien en vivo del peligro en que estaba todo el Brasil. Ese clamor levantó Luis de Goes, hermano del donatario de Campos, y después jesuíta a quien Europa debe la primera planta de tabaco que recibió de América. Escribió la carta el 12 de mayo de 1548 al rey Joao III, decía en parte: “Si con tiempo y brevedad Vuestra Alteza no socorre estas capitanías y costas de Brasil que aún no perdimos la vida y nuestras haciendas... V. Alteza perderá la tierra”, los franceses con sus naves y corsarios “ellos serán los señores de ella y antes que ello ocurra vuestra alteza con brazo fuerte... debe actuar, pues ellos llegarán por el Sur a oriente y la India”. Sin duda, la carta bien realista de Luis de Goes influyó en el Rey y sus consejeros, por ella modificaron el régimen de capitanías, creando un solo gobierno fuerte, siendo designado primer gobernador Tomé de Sousa.

En 1533 Luis de Goes con su mujer doña Catalina de Ovelar y la familia de su hija doña Cecilia de Goes, casada con Domingo Leitao y su hijo José Gomes Leitao, volvieron al reino y se establecieron en la villa de Castello-Bom. Ignoramos cuándo fallecieron Luis y su mujer doña Catalina, ya vimos que, viudo, ingresó en la Compañía de Jesús en Lisboa, después de permanecer en Brasil casi veintidós años, dejando allí a sus hijos varones Ciprian y Vicente de Goes.

Los hermanos Goes llevaron a Asunción en octubre de 1555. Ciprian de Goes llevó a su mujer doña María de Brito, posteriormente se trasladó a Ciudad Real donde falleció, no tuvieron hijos. Su hermano menor Vicente de Goes vecino de Asunción donde fue feudatario, figura en el padrón de 1556. Quedó en Asunción cuando la familia de su mujer viajaron al Perú en 1564. Testigo del recibimiento del contador Felipe de Cáceres en 1568, como teniente de gobernador del adelantado Ortiz de Zárate. Otorgó testamento en Asunción en marzo de 1580. Falleció a su vuelta de España y Portugal. Contrajo matrimonio en Asunción por 1566 con doña María de Mendoza Manrique, hija menor del gobernador don Francisco de Mendoza, asesinado en Asunción en 1548 y de doña María de Angulo. Fueron hijos del matrimonio:

1-      Luis de Goes. Nacido por el año 1565, viajó con su padre a Castilla y Portugal, volviendo al Paraguay en 1583. Heredó la encomienda de indios de su padre como hijo primogénito. Casó en Asunción con doña Catalina de Mendoza, siendo hija de ambos doña Catalina de Mendoza, siendo hija de ambos doña Juana de Mendoza nacida en Asunción en 1604 y casada en Buenos Aires con Domingo do Regó natural de Puebla de Brasil e hijo legítimo de Domingo Fernández do Regó y de Isabel Antonia.

2- Don Francisco de Mendoza, natural de Asunción, en el Paraguay, con posterioridad a 1583 ya no hallamos documentación sobre el mismo.

3- Don Pedro de Goes, idem que el anterior.

4- Doña Catalina de Mendoza Manrique, casada con Antonio González do Regó, natural de la isla Tercera de la Azores llegado al Paraguay en febrero de 1575 y vecino feudatario de Asunción, troncos de la destacada familia paraguaya de los Orrego y Mendoza.

Uno de los hijos del matrimonio fue fray Lucas de Mendoza (1584-1636), primer poeta nacido en Asunción del Paraguay y elogiado por el Fénix Lope de Vega Carpió. Falleció siendo provincial del convento de San Agustín, en Lima ciudad de los Reyes del Perú.

Otro hijo y hermano entero de fray Lucas, fue don Gonzalo de mendoza, vecino feudatario de Asunción, aparece en el padrón del año 1622, con “casa y familia”, vivía aún en el Paraguay en setiembre de 1628. Ignoramos quien fue su mujer. Hijos suyos fueron: don Diego y don Pedro.

Don Diego de Orrego y Mendoza, había nacido por 1609. Desde joven actuó en la defensa de la provincia, sobre todo en el Guayrá; fue el último gobernador de Santiago de Xerez, arrasada por el bandeirante paulista Asencio de Quadros en 1632. Posteriormente se estableció en San Pablo. Por real cédula del Rey de España, dada en Madrid el 16 de setiembre de 1639, fue condenado a “destierro perpetuo en el Brasil”, con secuestro de sus bienes, con otros ocho vecinos. Contrajo matrimonio con doña Mariana de Proenca, hija del segundo matrimonio de Baltazar Fernández, fundador de Sorocaba y de doña Isabel de Proenca. Falleció en Parnaiba en 1668, dejando sucesión.

Y don Pedro de Orrego y Mendoza nació en Asunción en 1612, maestre de campo general y teniente de gobernador del Paraguay en 1655. Dejó ilustre sucesión en el Paraguay de dos matrimonios, quienes mantuvieron su apellido y posición hasta fines del siglo XVIII.

Durante el siglo XVIII, será un siglo terrible, que la antigua provincia paraguaya, contrae sus fronteras y poblaciones en el Guayrá y en los Ñuaras, como en el Itatín.

Los débiles pueblos de las reducciones de la Compañía de Jesús, nada pudieron hacer por la otrora “provincia gigante”, dinámica y heroica y nuestras pequeñas ciudades de Ciudad Real, Villa Rica y Santiago de Xerez fueron arrasadas por el ímpetu de los bandeirantes con sus mamelucos, lo mejor de sus poblaciones se pasarán en su éxodo lamentable y se establecerán en San Pablo.

La frontera de Paraguay-Brasil seguirá siendo permeable para la migración, tanto de paraguayos como de paulistas.

Pero para comprender mejor estos orígenes remotos, se transfiere del anuario de la Asociación Paraguaya de la Historia, volumen 13/ 1969-1970, la “Breve Historia de la Ganadería Paraguaya” del historiador don Manuel Peña Villamil que dice:

“La producción pecuaria constituye la fuente principal de la riqueza paraguaya. El fenómeno no es realidad de hoy. Desde los días iniciales del coloniaje, cuando dejó de brillar el espejismo del oro que había provocado el descubrimiento y conquista del Río de la Plata, el Paraguay había sido siempre un pueblo de agricultores y pastores.

Con el correr del tiempo, a pesar de las calamidades y factores negativos que gravitaron en su contra, la ganadería fue cobrando cada día mayor volumen e importancia.

Aquí nos proponemos hacer una breve y sencilla exposición del proceso evolutivo de esta fuente de la riqueza nacional como una contribución a la historia económica del país, arrancando desde la época de la colonia, pasando por las principales etapas de su accidentada evolución.

Muestra la ilusión del enriquecimiento fácil, los conquistadores comprendieron que estas comarcas estaban destinadas a crear por el trabajo de la tierra y por el pastoreo, la riqueza que les negaban las minas inexistentes.

A pesar de reconocerse que la expedición del primer adelantado del Río de la Plata, don Pedro de Mendoza, tuvo otros antecedentes cronológicos, es con la gesta mendocina que comienza la verdadera historia del Paraguay y el papel hegemónico que en todo el siglo XVI desempeñó la Provincia Gigante de las Indias con su capital Asunción.

Al llegar los conquistadores a estas tierras no encontraron ningún ganado vernáculo. El caballo y el vacuno eran desconocidos en todo el ámbito americano. Tampoco existía ganado menor.

Un relato de la época premendocina, la carta de Luis Ramírez —tripulante de la expedición de Gaboto— refiere que los timbúes proveyeron a los fundadores del fuerte de Santi Spiritus de “ovejas salvajes del grado de una muleta de un año, de pescuezo largo a manera de camello”. La descripción se acerca al guanaco que abundaba en la región.

La expedición mendocina con ser tan brillante en figuras como en elementos para tal empresa, no traía ganado bovino, ovino ni caprino. Si algo debió traer del ganado menor fue al solo efecto de usarlo como alimento.

Tal imprevisión se explica si se considera el objetivo perseguido por tan lucida expedición. El río de Solís no era sino la vía obligada, en la apresurada escalada hacia la prodigiosa Sierra de la Plata. Las capitulaciones mendocinas eran bien claras sobre este particular.

Mendoza trajo, en cambio, caballos y constituyó armas poderosas para someter al aborigen pedestre. Solo así se explica que este ganado pudiera salvarse de la hambruna que padeció la expedición en su primera escala en los días iniciales del fuerte Santa María del Buen Aire. Al producirse el abandono del fuerte debió quedar disperso algo del ganado caballar que trabajo don Pedro de Mendoza en este su primer intento poco afortunado de llegar hasta las minas del precioso metal. Por otra parte cabe señalar que el ganado equino siempre ha sido más sufrido en su adaptación a otros lugares que no fuera los de su origen.

El ganado caballar que trajo Mendoza no pudo ser transportado al Paraguay por los inconvenientes de la navegación fluvial, al menos al producirse la despoblación del fuerte fundado por Mendoza, cuando toda la hueste al mando de Irala se dirigió a Asunción para fundar el primer Cabildo del Río de la Plata. Los primeros caballos que llegaron al Paraguay proceden de los que trajo Alvar Núñez Cabeza de Vaca en su marcha terrestre desde la costa del Brasil.

Este origen parece ser el que mejor fundamento tiene. El historiador americano Morris Bischop en su bien documentada historia de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, relata que el segundo adelantado en su preparativo para la expedición al Paraguay adquirió treinta y seis robustas bestias incluyendo sementales para cría. Compró, agrega la información, ocho a diez vacas en Jerez. ¿Cuántos de estos animales llegaron a Santa Catalina? La crónica nada dice, pero de cualquier manera parece ser este el lugar de donde procedía el primer ganado equino que llegó al Paraguay. Posteriormente, del Alto Perú llegaría otro lote perteneciente al adelantado don Juan Ortiz de Zárate, alrededor del año 1568.

Las actas capitulares del Cabildo de la Asunción, correspondientes al siglo XVI y que se conservan en nuestro archivo dan testimonio de la abundancia de equinos en aquella época. Aparte de las tropillas de yeguarizos de propiedad particular, el cabildo contaba con nutridas manadas que poblaban los alrededores de la ciudad, situadas en Lambaré, otras en Guaranipytan y en Tapaypery, hoy Remanso Castillo. Un acta capitular del 10 de julio de 1599 disponía que se confeccionasen dos nuevos hierros de marcar por haberse extraviado los que poseía el Cabildo, “con que se hierren las crías que han parido las dichas yeguas”. En otro documento del 9 de agosto de 1596, el escribano público y del Cabildo, don Juan Cantero, certifica “que se presentó ante Sus Mercedes, la Justicia y Regimiento de esta ciudad, un hierro de herrar los ganados de Felipe de Figueroa”.

A pesar de las dificultades propias que existían para trasladarse de un extremo a otro, los conquistadores del siglo dieciséis en su afanosa búsqueda del codiciado metal transitaron infatigablemente en todas las direcciones del dilatado continente americano. De este modo es que llegan a Asunción las primeras ovejas y cabras desde Lima cumplida la comisión de que Irala le encomendara ante el pacificador La Gasea. Era una pequeña partida que llegó a Asunción, procedente de San Vicente en 1555, con el grupo de españoles y portugueses que acompañaba a Bartolomé Justiniano, el mensajero que trajo de España el anhelado despacho de gobernador para Domingo Martínez de Irala.

La isla de Santa Catalina fue durante la primera mitad del siglo XVI un importante lugar de aclimatación y descanso de las huestes que venían con el propósito de explorar el corazón del continente. Desde antes de la expedición mendocina otros navegantes —portugueses y españoles— recalaron en esta isla, que al parecer el clima y los naturales ofrecían una favorable acogida a los exhaustos conquistadores y al envarado ganado que expedición anterior a 1555 llegaron a la isla de Santa Catalina las primeras cabezas de ganado vacuno. Tal vez en la “Marañona”, la nave de socorro para la expedición del primer adelantado que llegara al Río de la Plata al mando de Alonso Cabrera, pudieran haber venido algunas reses de ganado vacuno. Sabemos que don Alvar Núñez embarcó en España de ocho a diez vacas de Jerez. Noticias de su llegada a la isla de Santa Catalina no existen. Azara en su libro “El Paraguay” nos habla que el adelantado “fondeó y desembarcó la gente y los pertrechos y los 26 caballos y yeguas que le restaban”. Nada menciona del ganado vacuno. En los “Comentarios” escritos por Pedro Hernández, en el capítulo X, refiere el temor de los naturales a los caballos y “rogaban al gobernador que les dijese a los caballos que no se enojasen...”. Siguiendo el orden cronológico de nuestro relato vemos que en 1555 Juan de Salazar juntamente con Ruiz Díaz de Melgarejo acompañados por once hidalgos españoles y seis lusitanos emprenden la marcha desde la costa del Brasil. Entre estos últimos son de la partida los hermanos Scipión y Vicente Goes; animados con el propósito de radicarse en Asunción resuelven importar de la isla de Santa Catalina siete vacas y un toro. El arreo del ganado fue encomendado a un tal Francisco Gaete, según la lista de conquistadores hecha por Lafuente Machaín. Gaete cobró como precio una vaca por conducir la valiosa tropilla hasta Asunción. Del valor del precio convenido por la hazaña quedó la expresión popular que se repetía en el Paraguay para significar lo que ganaba con mucho esfuerzo: “Más caro que la vaca de Gaete...”.

El más importante aporte de ganado vacuno que llega al Paraguay se produce casi catorce años más tarde. Pertenecía a Juan Ortiz de Zárate nombrado recientemente adelantado del Río de la Plata. Mientras Ortiz de Zárate se dirigía a España en procura de la regia confirmación, el ganado era enviado a Asunción con su teniente gobernador, don Felipe de Cáceres. El número de cabezas que saliera del Perú se calcula en alrededor de cuatro mil, según algunos cronistas. La cantidad es exagerada y más aún si se calcula la mortandad y el abandono de vacunos en todo el largo como accidentado viaje que debió cubrir el arreo de los animales.

A partir de 1568 comienza a incrementarse en los alrededores de Asunción la cría del ganado vacuno que iría creciendo en forma sorprendentemente rápida.

En 1578 don Juan de Garay ordena que “todos los señores de vacas desde el río Tobaty hasta el que sale de la laguna Taiguá, hasta el río Paraguay, hagan corrales donde metan el ganado de noche y de día lo tenga en guarda, porque hacen daño a las zonas y labranzas”.

Al ir extendiéndose la población ganadera, lógicamente comenzaron a establecerse y organizarse lo que más adelante se llamaría las “estancias”. El origen del término referido a todo establecimiento ganadero es rioplatense. Arranca de la segunda fundación de Buenos Aires. Al establecer Garay el ejido de la legua y media de fondo por tres mil varas de frente. A tales repartimientos se llamaron “suertes de estancias”.

En 1573 Juan de Garay acompañado de los mancebos de la Asunción funda con todas las formalidades la ciudad de Santa Fe en el riacho San Javier. A la expedición acompañaba tropillas de equinos y vacunos. El número exacto no se conoce como tampoco si el transporte se efectuó por tierra o embarcado. Aproximadamente cincuenta fue el número de yeguarizos que salió de la Asunción. El ganado vacuno seguramente no fue muy numeroso, como asimismo las ovejas que integraban los elementos indispensables para el sostenimiento de la población en sus comienzos.

Para la fundación de Buenos Aires en 1580 Garay vuelve a formar tropilla de vacunos y equinos. El arreo se efectúa por tierra desde Asunción siguiendo la margen del río Paraguay y después el Paraná, rumbo al Sur. Se calcula alrededor de ochocientos vacunos y otros tantos yeguarizos los que conducen los troperos criollos de Asunción a cuyo frente va un mancebro de ilustre abolengo de conquistadores y que más tarde sería el primer gobernador nativo de Asunción: Hernando Arias de Saavedra, que mostraba tempranamente inclinación a la ganadería y más tarde formaría “estancias” en Santa Fe y Entre Ríos.

En 1588 el adelantado Juan Torres de Vera y Aragón fundaba la ciudad de Vera de las Siete Corrientes. Aquí nuevamente es Hernandarias el encargado de arrear el ganado paraguayo que iría a procrearse en los alrededores de la nueva fundación.

Cabe afirmar, pues, que desde los orígenes de la nacionalidad, el Paraguay fue un pueblo de marcada inclinación a las tareas rurales. La rudeza casi salvaje de la vida de campo ha contribuido en no poca medida para formar su carácter. Así se explica la descripción que Azara hiciera a fines del siglo XVIII, de estos ruidosos hombres de campo: “son en general muy robustos; se quejan poco o nada de los mayores dolores; aprecian poco la vida y se embarazan menos con la muerte”.

Son hospitalarios, y al pasajero dan comida y posada aún sin preguntar quien es, ni adonde va; nunca le dicen que se vaya aunque se detengan meses y si pide caballo para continuar se lo dan. Sin embargo conocen poco la amistad particular”.

Al fundarse las misiones jesuíticas, basadas en su peculiar sistema de gobierno, organizaron bien pronto establecimientos ganaderos con ganado amansado merced a la invalorable colaboración de los indios.


LAS MISIONES JESUÍTICAS

Desde 1609, cuando los primeros jesuitas se hacen cargo de pueblos de indígenas ya existentes, como Loreto, San Ignacio-Miní, Santiago y San Ignacio Guazú, comienza la tremenda lucha entre encomenderos y la Compañía de Jesús. La lucha derivaría posteriormente en las revoluciones comuneras durante los siglos XVII y XVIII. El juez pesquisidor don Matías Angeles y Gortari, encargado de investigar las quejas contra los padres de la orden, estableció una existencia de ganado vacuno manso alrededor de las 300.000 cabezas. El informe de Bucarelli en el momento de la expulsión, da las siguientes cifras del ganado “manso” propiedad de las misiones jesuíticas, que abarcaban desde el Sur del río Tebicuary hasta la Banda Oriental del río Uruguay: 72.403 vacas de cría; 46.000 bueyes; 34.725 caballos; 64.353 yeguarizos; 13.905 mulas; 230.000 ovejas. En la misma época los cronistas estimaban la población ganadera total del Paraguay alrededor de tres millones de cabezas.

Las guerras jesuíticas, las vicisitudes de la turbulenta política colonial, los pronunciamientos comuneros, la posterior expulsión de los misioneros señalaron el comienzo de la despoblación de la mayor parte del ganado manso en poder de los jesuitas. Rengger anota que solo el pueblo de Santa Rosa poseía alrededor de 80.000 cabezas de ganado manso cuando se produce la expulsión de los misioneros, de los cuales en la época de Francia, sesenta años después, no restaba siquiera 10.000.

La ganadería paraguaya tuvo en la compañía de Jesús el pilar más importante, en la época de la colonia.

Los jesuitas llegaron al Paraguay, en 1608, por pedido de Hernandarias al Rey de España, y se instalaron en la zona de Misiones, asiento de sus dominios y llegaron a tener al tiempo de su expulsión, por disposición del Rey Carlos III en 1767, la cantidad de 500.00 cabezas de ganado vacuno, 70.000 equinos, 30.000 ovinos y enorme cantidad de porcinos.

Crearon jurisdicciones y se dividían en comarcas que estaban separadas al no tener alambradas, por fosas que caban los indios, de 3 mts. de ancho por 2 mts. de profundidad. Con el tiempo se formaban pequeños arroyos, en cuyas borde crecían los árboles. Hasta hoy se puede observar montecillos que se extienden en las lomadas en línea irreal y se pierden en el horizonte.

Fundaron los establecimientos en San Ignacio Guazú, que llegó a tener 20.000 cabezas.

San Ignacio, con 40.000 cabezas; Trinidad, con 40.000 y; Corpus, con 15.000 cabezas.

Jesús, la segunda en importancia, llegó a tener 50.000 cabezas, la primera Santa Rosa, con 70.000 cabezas y siguen Santiago, Nuestra Señora de Fé, Itapúa, Candelaria, Santa Ana, Loreto y Trinidad.

También se instalaron en el Guairá, siendo los precursores los padres jesuitas Aldo Massera y Carlos Cataloino, siendo su rodeo principal de 30.000 cabezas de ganado. Tenían alrededor de 20.000 porcinos.

Los bandeirantes llegaron amenazantes ante los puntos de Villarrica. Los jesuitas y la población civil e indígena, abandonaba la fortaleza, se instalaron en otro lugar, de ahí el nombre de Villarrica, la ciudad andariega.

Los animales no interesaba a los bandeirantes. Los bovinos huían y se instalaban en las mesetas y se convirtieron en animales salvajes o sagua-á. Los porcinos también en el monte se volvieron “curé ca’aguy”.

Los jesuitas supieron convertir a los indios en elementos de trabajo. Le inculcaron trabajos en comunidad. Sin embargo los indios tenían su propiedad privada, vestimenta, su elemento de trabajo, pero todos los demás se elegía por un sistema colectivista.

Las estancias de los jesuitas del Paraguay, con la explotación de los indios, fueron las mejores del Virreynato del Río de la Plata y del Alto Perú.

Los jesuitas convirtieron a las misiones, en una inmensa zona, de explotación ganadera y agrícola, sobre base comunitaria, al igual que las cooperativas y alcanzó extraordinario desarrollo.

La primera estancia que se formó para los pueblos, se llamó “Yapeyú” y tenía más de 40.000 cabezas de ganado vacuno.

Totalmente organizada se hacían grandes rodeos, se curaban a los temeros y ya al filo del mediodía, los indios montaban a caballos, lo llevaban al río para bañarlos, después de la intensa labor matinal.

El administrador y supremo era don Carlos Gortari, que se ocupaba que cada pueblo tenga más de 30.000 vacas, con el plantel de toros, cría de yeguas, caballos, ovejas, carneros, al igual que siñuelos, encargada del repunte de animales alzados.

La estancia de cada pueblo estaba bien formada y explotada en su máximo. Había una capilla mayor y junto a ella vivía el padre jesuita estanciero.

Una casa enorme de adobe y techo de paja donde vivía el indio cacique mayordomo y cientos de casitas de los indios e indias. No faltaba una inmensa arboleda y un gran huerto.

Otra de las grandes estancias se llamaba “Yariguá” y estaba al borde del cerro Santo Tomás, en Paraguarí. Se extendía al oeste hasta el lago Ypoá. Al sur llegaba hasta el río Tebycuary, al este más allá de los cerros de Acahay y al norte se aproximaba a la línea de Villeta a Itá. Eran las mejores tierras del Paraguay. Había 5 grandes rodeos, de más de 10.000 cabezas cada uno.

Los jesuitas y los indios crearon un sistema propio para recoger ganado salvaje, mezclados con los siñuelos, amaestrados, como perros ovejeros.

Era una tarea larga, a veces de 60 días que al final de la jornada se recuperaba de 6.000 a 8.000 cabezas.

La tercera gran estancia era “San Miguel”, que estaba construida entre Villa Florida y San Miguel, es la estancia llamada “Capiibebé”, y que en el año de edición de este libro pertenece a Blas Riquelme y que, anteriormente, fuera de Carmelo Giménez y con anterioridad de los herederos de don Raimundo Vargas.

El monarca español Carlos III, uno de los reyes más brillantes de la monarquía hispánica, cometió un error, tal vez influenciado por algún personaje del Vaticano: expulsó a los jesuitas de sus dominios.

San Juan, San Ignacio, Santiago Apóstol, Santa María vieron partir para siempre a los padres jesuitas. El administrador general en ese año de 1767 era don Angel Lezcano de la Cuesta, que tomó debida nota del ganado existente, 1.767 y 1.768, en los 28 pueblos, que formaban la gran comunidad jesuíta vacas, chúcaros y toros: 728.685; ovejas y cabras: 288.400; caballos de cría y muías: 22.428; caballos mansos: 48.400; mulas mansos y chúcaros: 22.600; potros: 4.600; yeguas de cría: 10.276.

Esta lista no incluye los animales alzados.

Las 3 grandes estancias: “Yapeyú”, “Yariguá” y “San Miguel”, fácilmente sobrepasan las 200.000 cabezas de ganado vacuno. Es decir, en 1768, Paraguay tenía solamente en la zona central y sur de la región Oriental, un total aproximado de 1.300.000 cabezas y 280.000 equinos, enorme cantidad de bovinos y porcinos.

Comenzó luego una época de decadencia, hubo al principio una administración civil y religiosa. No se suprimió el sistema comunitario y así se llega a la época de Francia, de pequeñas cooperativas de agricultores y ganaderos.

Sin embargo, la gran extensión de tierras que tenían los jesuitas, por política agraria de los últimos gobernadores españoles Agustín Fernando de Pinedo, Pedro Meló de Portugal, Joaquín de Alís, Lázaro de Ribera y Bernardo de Velazco, concedieron tierras a los criollos que poblaban en tiempo prudencial las tierras concedidas, con la única condición que se poblaran con ganado.

Desde Pinedo a Velazco se hizo la distribución de los bienes que más había en Paraguay: tierra y ganado y éste último por obra y gracia de los padres jesuitas, sin olvidar la colaboración de los indios.


LA INDEPENDENCIA

Al producirse la emancipación del Paraguay en 1811, su economía se basaba exclusivamente en el cultivo del tabaco y del algodón, el laboreo de la yerba mate y ganadería.

Esta —la granadería— producía carne para el consumo interno y cueros curtidos y secos para la exportación. Las antiguas estancias que pertenecieran a los jesuitas habían pasado primero, a ser propiedad de la Corona y al producirse la independencia, al patrimonio nacional. Se llamaron entonces “Estancias de la Patria”. Habían decaído mucho al pasar a la administración de funcionarios incompetentes y venales. Aparte de ellas existían, además, establecimientos ganaderos de alguna importancia pertenecientes a españoles y sus descendientes criollos, pero el volumen de tales exportaciones no era muy importante. En cambio casi toda la población del país, especialmente la clase campesina, era propietaria de algunas reses.

Tal era, en síntesis, el estado de la ganadería nacional al iniciarse la época de José Gaspar Rodríguez de Francia, que abarca un período de treinta años.


LA GANADERÍA EN LA ÉPOCA DE FRANCIA

Este período de la historia política del Paraguay no fue, por cierto, propicio para la evolución progresiva de la economía en general de la nación, y particularmente, para la economía privada de sus habitantes. Preocupaciones de otro orden absorbía entonces la atención del régimen imperante. El control estatal se extendía no solamente en la órbita política, sino también en la economía.

Como consecuencia de tal sistema de gobierno, la ganadería del Estado prosiguió el desarrollo natural del crecimiento vegetativo, cuantitativo pero no cualitativo, sin ningún estímulo que tendiera a mejorarla. Las “Estancias de la Patria” gozaban de todas las prerrogativas imaginables, libres de trabas impositivas. De allí que sus rentas acusaran envidiables porcentajes. Pero en el orden privado no ocurría lo propio. El control político sobre los intereses particulares, que muy frecuentemente llegaba a la exportación, no creaba, por cierto, clima propicio para que el capital privado se sintiera alentado a grandes inversiones. Así, los establecimientos ganaderos de los ciudadanos siguieron la lógica rutina determinada por la inercia.

Aquí debemos destacar un acontecimiento de importancia para el mundo ganadero. Durante el gobierno del dictador Francia, apareció por primera vez en el Paraguay el flagelo de la garrapata y para combatir la plaga El Supremo no halló mejor remedio que una drástica medida. Ordenó que se matase todo el ganado infestado por el parásito. Cronistas como Rengger y Lompchamps relatan que la singular medida arbitraria se presentó a bárbaros abusos ocasionando ingentes mermas a la población ganadera del país. Pero, por otra parte, la hacienda de las estancias de la Patria, crecía incesantemente con las frecuentes confiscaciones que Francia imponía a los particulares por el más mínimo motivo.

“Otra medida de distinta clase —apunta Rengger— consiste en recoger, en los diferentes partidos, todos los caballos, bueyes y vacas que se alejan de sus pastos y reunirlos a los rebaños del Estado”. Contra ese sistema de apropiación era inútiles todos los reclamos por la hacienda arreada.

De esas Estancias de la Patria, se sacaban remontas para el ejército y toda la carne que consumía la tropa — Francia tenía cinco mil soldados regulares y veinte y cinco mil milicianos— y las reses para el consumo diario de la capital. La probidad del dictador había prohibido también que se comprasen caballadas a los indios del Chaco, que éstos traían a vender a la Región Oriental, alegando que su mayoría procedía del robo y de las depredaciones que la indicada hacía en las provincias de Santa Fe y Entre Ríos.

Se desprende de una comunicación enviada por Francia al delegado de Itapúa que el proceso en las Estancias de la Patria había llegado a tal punto de prosperidad que se ordenó el sacrificio de toda vaca sin cría “porque las varias estancias están rebozando y ya no hay necesidad de multiplicar y antes perjudican”. Por idéntica razón se dispuso el reparto gratuito de muchas reses a la gente pobre de Villarrica, Concepción y Curuguaty.

Puede afirmarse, pues, que durante el período del gobierno de Francia el ganado vacuno y equino progresó en cantidad, sin sentido racional de utilidad económica y sin que se produjera mejora alguna en su calidad. El único tipo de hacienda era el criollo, descendiente del ganado procedente de Andalucía y Extremadura, evolucionado naturalmente por la calidad y extensión de sus pastajes limitados por los grandes bosques. El hábitat del ganado de esa época se extendía principalmente, desde poco más arriba de Asunción, a la altura del río Manduvirá, hacia el sureste del Paraná, por los departamentos de Paraguarí, Ñeembucú, parte de Caazapá e Itapúa. Pero la comarca más poblada era, indudablemente, la región donde se asentaron las antiguas misiones jesuíticas. La zona de Concepción y San Salvador, aunque contaba con excelentes praderas aptas para la cría de ganado, carecía de la protección necesaria para evitar las depredaciones de los indios del Chaco, principalmente de los mbayaes.

El Chaco era aún el gran desierto inconquistado, donde el indígena reinaba como único señor. En el Chaco existía presumiblemente algún ganado vacuno y en mayor proporción equino procedentes de las depredaciones que éstos cometían, pero los paraguayos no se aventuraban a poblar allí ni a establecer estancias que podían cuidar.

Resulta oportuno observar que, a pesar del escaso valor de los terrenos en la primera época de nuestra vida independiente, en el Paraguay existía el problema de la tierra, resabio del sistema político colonial. Más del cincuenta por ciento de los campos y bosques era de propiedad estatal. A la propiedad rural que en tiempos de la colonia no había sido cedida ni vendida a particulares debía sumarse las extensiones expropiadas a los jesuitas, las pertenecientes a la iglesia y otras corporaciones religiosas y todo lo confiscado por el dictador. Sólo a raíz de la abortada conjuración del año 1821, Francia confiscó como medida de represalia —según anotan Rengger y Lompchamps— enormes cantidades de ganado y extensas propiedades de paraguayos y españoles. Aparte de ello, por disposición gubernativa todas las sucesiones de estos últimos pasaban al Estado si no tenía descendencia paraguaya.

Las medidas de control absoluto en materia económica eran tan arbitrarias como las políticas, y no existían recursos legales para rever las disposiciones dictadas por el Supremo. El impuesto que gravaba las transacciones de ganado se llamaba “vendaje”. Para más estricto control, el Estado exigía que toda operación sobre ganado documentara por escrito ante la autoridad legal (local).


LA GANADERIA EN LA ÉPOCA DE LOS LOPEZ

Cuando don Carlos Antonio López comenzó a dirigir los destinos del país consideró necesario alentar nuestra incipiente economía. La agricultura y la ganadería continuaban significando las bases de la riqueza nacional. Como se ha consignado antes, los más importantes establecimientos ganaderos del país pertenecían al gobierno y el ochenta por ciento de la tierra era propiedad del Estado.

Una de sus primeras medidas de gobierno tendía a incrementar el desarrollo de la riqueza pecuaria, ampliando las zonas aptas para tal explotación. Para ello estableció puestos militares en los puntos más apartados del río Apa y en su confluencia con el río Paraguay. Como entonces la zona del Apa estaba dentro de la jurisdicción nacional, tales fortines no tenían más finalidad que la política. Obedecían a la necesidad de amparar esas fértiles regiones improducidas de las incursiones de rapiña de los indios del chaco incorporándolas así a la incipiente civilización del país. Eran regiones vírgenes, con bosques de ricas maderas, con extensos yerbales y praderas apropiadas a la ganadería, comprendidas en la dilatada franja de tierra extendida entre los ríos Apa y Aquidabán que políticamente abarcaba los departamentos de Concepción y del Divino Salvador, el antiguo Tevegó, destruido por los mbayaes en la época de Francia.

El coronel Du Graty, que las visitó precisamente durante el gobierno de don Carlos Antonio López, señala en su libro sobre el Paraguay la particular aptitud de esa comarca para la explotación pecuaria. “Al norte del río Aquidabán —dice—, zona conveniente para la industria pecuaria, gozando de bastante seguridad en el río Apa. Esas bellas campiñas se cubren de importantes establecimientos rurales, de los que hoy se cuentan ya más de treinta”.

Desde aquella fecha se convierte en realidad una de las regiones ganaderas más importantes del Paraguay. Aunque la explotación se limitaba entonces a los dos departamentos mencionados, no hay que olvidar que los límites de la República se extendían más allá del Apa. Los nombres de aquellos primitivos fortines establecidos por don Carlos Antonio López subsisten hasta hoy: Confluencia, Canillar, Potrero, Estrella y otros más.

Con buen criterio político esta colonización ganadera fue alentada por el gobierno, pues se hacía necesario para el país poblar sus fronteras legítimas que llegaban más allá del Apa, a fin de que la República consolida en forma definitiva los límites que jurídicamente le pertenecían.

La ribera sur del río Apa, a la altura del Fuerte San Carlos, era particularmente apropiada para la cría de ganado. El mismo Du Graty cita como uno de los establecimientos más alejados del departamento de Concepción, el de Barrera-Saiyú. “Ocupando hace dos años, posee 1.400 cabezas de ganado y algunos rebaños de caballos y yeguas”. Más al sur, sobre la ribera norte del Aquidabán, a la altura de paso Barreto, existía grandes rebaños de vacunos cuya prosperidad se debía a la excelencia de aquellas praderas.

En esos lugares, sobre las antiguas postas, se fundaron luego las estancias “Observación” y “Mancuello”, que subsisten hasta hoy. Más abajo, en el distrito de Belén, sobre las márgenes del río Ypané, existía otro importante establecimiento ganadero del Estado; aunque eran terrenos bajos, expuestos a las crecientes del río, el ganado se criaba muy bien. El departamento de Rosario, entre los ríos Paraguay, Jejuí y Manduvirá, poseía a mediados del siglo pasado muchos establecimientos ganaderos, de buenos pastos y abundantes aguadas naturales, pertenecientes al Estado y a la familia de los López. Fue en esa época cuando comenzaron a extenderse las estancias de propiedad privada. Puede citarse entre ellas Itacué y Burro Yguá, esta última del mariscal Francisco Solano López. Cerca de Villa de San Pedro se hallaba la estancia Haedo Cué, perteneciente también al mariscal, situada sobre la meseta que flanquea el Jejuí.

Sobre el camino de Rosario a Asunción se hallaban encavados los establecimientos más antiguos. La topografía del terreno se caracteriza por sus suelos bajos y pantanosos. El mismo Du Graty ya citado, anota que en ocasión de la gran creciente del año 1833 todo el ganado allí existente pereció ahogado, con excepción del que pastaba en las alturas del Ybyrá capá.

Más al sur se encontraban las estancias Capiipovó, pertenecientes en parte al Estado y en parte a don Carlos A. López. Posiblemente las tierras de esta última pertenencia se extendieran por el sur hasta su otra estancia de Olivares, donde don Carlos se recluyó voluntariamente largo tiempo durante los últimos años de la dictadura de Francia para escapar a los peligros que implicaba la notoriedad.

Antes de terminar con esta breve revista de las ganaderías norteñas, podemos citar también los establecimientos de Ybyrá-ayú, Loma —que luego perteneció a la Liebig’s— Feliciano cué, Urugaitá.

Las antiguas estancias de la compañía de Jesús que pasaron luego al Estado cuando la expulsión de esta orden habían decaído lastimosamente, pero el ganado sobreviviente se mantenía manso allí donde existían buenas praderas, limpias de bosques.


EL CHACO

A mediados del siglo XIX se realizaron los primeros intentos de poblar con ganado vacuno el Chaco, al norte del río Pilcomayo. Hasta entonces la única zona chaqueña poblada era la comprendida entre los ríos Bermejo y Pilcomayo sobre la cual, como se sabe, se extendía también la jurisdicción paraguaya. Con la fundación de la colonia agrícola de Nueva Burdeos se plantó el hito fundamental de la conquista económica del Chaco paraguayo.

Según cronistas de la época, antes se habían efectuado intentos de fundación de algunos establecimientos rurales en la región inmediata a la Villa Occidental, hoy Villa

Hayes. Sus despejadas planicies eran particularmente apropiadas para la cría de ganado, casi desprovistos de bosques. Pero tales intentos se vieron pronto frustrados por el constante castigo de las incursiones de indios. Después de la fundación de la Villa Occidental en 1855, las tentativas se reanudaron con muchas precauciones. Así comenzó a poblarse con vacunos la zona que estaba destinada a ser la región ganadera más importante del país, con el correr de los años.


LA ÉPOCA DE DON CARLOS

La época de don Carlos Antonio López se caracteriza, pues, por el desarrollo de la ganadería de propiedad privada en el Paraguay. La explotación pecuaria adquiere perfiles de empresa con sentido económico. La carne y el cuero constituyen la base de su explotación. El vacuno de ese tiempo era de la llamada más tarde raza “Criolla”, descendiente del vacuno andaluz y extremeño, que había tipificado con características propias, como es natural, en los extensos campos vírgenes del nuevo mundo. Sobre la bondad de esta raza merece destacarse lo que Du Graty comenta: “La cría del ganado vacuno es de lo más favorable; sus productos son hermosos y de gran tamaño; las novillas dan su primer becerro a la edad de dos años y los rebaños no se ven atacados de ninguna enfermedad epizoótica. Por eso se calcula que su aumento anual es del 25 al 27 por ciento”. Otros datos interesantes suministrados por el mismo cronista son los siguientes: el precio medio de los campos de pastoreo era de 1.800 pesos por legua de 1.743 hectáreas; el precio de un novillo, de 400 a 500 libras aproximadamente de 360 a 500 pesos; el de una vaca, de dos a cuatro años, de 200 a 250 pesos. En la estadística del comercio exterior del año 1860, la exportación de cueros ocupaba el tercer lugar en orden de importancia; 187.787 pesos para los cueros secos y; 22.858 para los curtidos. No existían aún en el país saladeros de carne, como poseía la Argentina para el mercado de las Antillas.

El crecimiento vegetativo de la ganadería era en esa época bastante bueno. El primitivismo de los métodos de explotación estaba compensado por la holgada extensión de los campos de pastoreo con que se contaba y con el bajo costo de mantenimiento. Pero las ventajas que importaban estos factores desaparecieron con el correr del tiempo por las causas lógicas que el progreso impone. Hay que tener presente que la mayor población humana de la República era agraria y rural, y no se puede alcanzar un mejoramiento en la producción de riqueza sin el correlativo progreso y civilización en la demografía de un país.

La Guerra Grande puso un trágico paréntesis en el progreso evolutivo de la nación. En ella todo se perdió menos el honor. El Paraguay quedó desquiciado en su total estructuración. Su población humana, poco numerosa todavía cuando la conmovió, la agricultura dejó de significar una cifra económica. Sólo el ganado vacuno, también brutalmente castigado por los estragos de la guerra, constituyó prácticamente el único sustento del pueblo paraguayo”.


GANADERIA EN CONCEPCION (*)

La ganadería en Concepción se inicia con las vacas y caballos que para la fundación de Villa Real, trajo por tierra el Cabo Mayor de Provincia don Antonio de Vera y Aragón, las que, según Alfred du Graty, eran 400 vacas y buena cantidad de caballos (otros autores dan cantidades un poco mayores). Estas se ubicaron en La Estancia del rey (primera de Concepción) y en la estanzuela “Jesús María con su retiro, más cerca de la Villa.

La primera Merced Real para estancia fue otorgada por el propio Gobernador fundador don Agustín Fernando de Pinedo, en 1774 al Capitán Reformado don Juan Pablo Ferreyra en el Saladillo, en mérito a sus numerosos méritos en las entradas al Chaco.

Aguirre (Cap. Juan Francisco) escribe en 1795 que la principal estancia es la Comisario Mayor don Juan José Gamarra y Mendoza y de sus hijos, el héroe de Paraguarí y Tacuary con norteños, Cmte. Don Juan Manuel Gamarra y Cavallero de Añasco, y sus hermanos Marco e Ignacio Gamarra Cavallero de Añasco. Estas estancias fueron “Naranjaty (que los Gamarra cambiaron con los mbayá, la mitad por 100 caballos y el resto en dinero, y otras eran Agaguigó y Eguá y luego, en 1792 sacaron en Merced Real. En 1792, asimismo el Cmte. José Miguel Ibáñez obtuvo Merd en Yuiy, origen del actual pueblo de Loreto. Los Gamarra y Cavallero de Añasco dieron origen a Horqueta.

En 1792 ya nombrado y hasta 1806 se dieron varios mercedes de tierra para estancia, que tuvieron en un principio sus nombres originales, y con el pasar del tiempo, muchos quedaron con los apellidos de sus primitivos dueños. Los mercedarios mayores, dueños de estancias más grandes de la época hispana fueron: Cmte. Juan Francisco de Echagüe y Andía (Aquidabanigui), José Yegros y Ledesma (Agaguigó), Cmte. José del Cueto (dos estancias en Aquidabanigui), Vicente Antonio Acosta (Netaguiyá), Sargento Mayor don Francisco Xavier de Alvarenga (Peguahó y Urundey), José de Espinóla y Peña (Aquidabanigui), (estancia después llamada Pindurá), Cmte. Rafael Requejo (en Potrero del Zapallo, hoy llamado “Requejo), Ignacio José Recalde (Nominguená), Teniente de Milicias don Ansel Sanguina (en el Tavagué, que después se llamó “Sanguina, Sargento Mayor Félix de Escobar, (más allá de Aquidabanigui, que después se guaranizó en Cová, que luego fue del inmigrante Canale) don Femando de la Concha (Yagatiyá) y otros.

En los últimos años del período hispano surgen estancias que irán afianzándose en época de Francia, años en que no pudimos encontrar nuevas adquisiciones. Del tiempo que nombramos y de la época de la independencia, aparecen Manuel Tadeo de la Concha (Zapatero Cue que luego se unió a la de Fernando y se llamó en la post guerra (Concha Ñu, casi hasta el Apa), Manuel de Uriarte (“Laguna”, “Rincón de Luna” y la que luego se llamó Barranquera Uriarte), Francisco de Quevedo (“Saladillo y la que luego se llamó Ycuá Quevedo, Pedro Pablo Ruiz (Ochadigó), Agustín de Zavala (Aquidabanigui), José Tomás del Casal (en lo que después se llamó Casal Cué y fue de los Aquino Quevedo) Segundo Comandante Santiago Cavallero de Añasco (en Trementina), que luego se llamó “Caballero y fue en la post guerra de Corvalán.

En tiempo de los López se instalan las estancias de Saturnino y José Díaz de Bedoya (que después se llamó “Bedoya Cué”), de José Ramos Miltos (hacia el Tevegó), Juan Martín Gómez de la Pedrueza, Fernando Agüero, Carmen Agüero (madre de los hijos de Benigno López), José Isaac Huerta (Huguá Kuré), José Dolores Cabañas (Paso Horqueta), Bernardo y Rosendo Carísimo, entre otros.

Después de la guerra y sobre todo con la venta barata de las tierras durante el gobierno del General don Bernardino Caballero y luego durante el gobierno del Gral. Don Patricio Escobar, se formaron o se modernizaron y ampliaron numerosas estancias, cuyos dueños eran don Juan Miltos Irigoyen (“San Alfredo”, hoy convertido en pequeño pueblo su antiguo núcleo), Basilio y Carlos Quevedo (“Mancuello”, que fue de la antigua familia fundadora de la villa y que tuvo este apellido, Arroyo 1º “Estrella”), Sixto Fretes Martínez (“Laguna Ybycuá), Cirilo Cordone (italiano, en “Tagatiyá”), don Germán Miranda Duarte “Casa Rosada”, doña María Eugenia Alvarenga de Cueto (“San Miguel”, doña Tomasa Díaz de Bedoya Alvarenga (“Agüero cué”), más conocida ella como Tomasita Bedoya, Ambrosio Vergara “Hermosa”), Guillermo Ocariz y Laredo (“Recalde Cué y “Loma”), Fernando Agüero (“Aquidabán”), Oscar Schupp Niederheisen (“Cerro Paiva”), (“San Liberato” de Felipe Nery Huerta Quevedo), Remigio Albertini Rocchi (“Carmen de la Sierra”), Braulio y Rodolfo Heyn Denis (“Arrecife”), Eliseo Zavala (“Caballero Cué”), Francisco Zavala “Pintura Cué”, que fue de Espinóla, con nombre guaranizado, Fidel Zavala Concha (“Santa Rosa”. Pablio Ramírez Solabarrieta “Santa Filomena”) Tomás Herrero y Caballero (Urán Cué, que fue originalmente de José Antonio Urán, uno de los vecinos fundadores de la villa en 1773) Eugenio R. Florentín Fernández Urbierta (padre de los Florentín Peña, en “Mbocayaty”), Ildefonso Fernández y Garcúa Argibel, (uruguayo “San Rafael”), Octavio Molina y Vedia (argentino “Ñu Porá), Juan B. Otaño, Nicolás Otaño y Francisco Otaño Rippa (uruguayos, en “Maldonado” y “San Nicolás”, doña Irene Cardúz Riquelme (Saldillo), “Pacífico de Vargas (“Diego Cué”), Ramón y Demesio Cabañas (Paso Horqueta), Teodosio Cueto Alvarenga (“Paso Calf’), Ramón Cueto Alvarenga (“Santa Eugenia”), Luis Miltos Irigoyen (“Bogado Cué”), Domingo Rojas Urbieta (Laguna Ñaró”), Cayo Aquino Quevedo (Apuá y Cazal Cué), Antonio Villa Teixeira (Tagatiyá), Justino Dengues (“San Antonio”), Félix Ugarte Ferreyra (“Zapallo”), Rosendo Carísimo y Martínez Lucena (“Ypané”) doña Constancia Martínez Uñarte de Agüero (“La Caída”), Manuel Ayala Urbieta (Hugua Zarzo), Antonio Isnardi (“San Víctor”), Tomás Larangera (ex vivandero que comenzó su ganadería con los animales “alzados” del antiguo Tevegó, en “Agüerito”, y luego La Industrial Paraguaya, Societé La Fonciere (con numerosas estancias en el litoral norte, casi todo lo que en el año 2003 se llama “Antebi Cue”), General Patricio Escobar “Aramburú Cué”, que fue de Aramburú Gómez de la época de López), Bonifacia Aquino Quevedo de Rojas Urbieta.


NOTA

(*) Datos proveídos por el director de Cultura de la Municipalidad de la ciudad de Concepción, don Pedro Gregorio Antonio Alvarenga Caballero.



INDICE


Prólogo


CAPITULO I

LA COLONIA

Las misiones jesuíticas

La Independencia

La ganadería en la época de Francia

La ganadería en la época de los López

El Chaco

La época de Don Carlos

Ganadería en Concepción


CAPITULO II

FRANCIA Y LOS LOPEZ

Cómo se poblaba una estancia

La Gran Guerra

El ganado correntino

La venta de tierras públicas 

La reconstrucción

Resumen de la historia económica del Paraguay

Ganadería


CAPITULO III

SOCIEDAD RURAL

Don Cirilo Solalinde

Don Pedro V. Gill

Don Francisco Soteras (h)

Raúl Casal Ribeiro, antecedentes familiares, adolescencia


CAPITULO IV

LAS GRANDES ESTANCIAS DESPUES DEL 70

Mate Larangeira

Estancia “María Stela” actual “Loma Linda”

Justus Von Liebig

El concentrado de carne

Fundación de la compañía

Las estancias en 1889

La industria de los subproductos

Un gran ganadero

El Paraguay finisecular

La ganadería

La Liebig’s llega al Paraguay 

Las primeras estancias

“Galileo”

José y Moisés Serrati, estancia “Ocampo Cué”

Ganadera Piripucú SA

Mejora de los campos  

Primeras importaciones de ganado

El mejoramiento del ganado

Continúan las compras: “Buena Vista”

Deposito Tablada

Personería jurídica

De los saladeros a los frigoríficos

Los saladeros

Fundación de la Sociedad Ganadera

La primera exposición ganadera

Extracto y carne conservada

La primera fábrica de extractos

Volviendo a Hernandarias

Frigoríficos

San Antonio

La Compañía Paraguaya de Frigoríficos y Carne Conservada

San Salvador

Frigoríficos

Creación de la Dirección de Ganadería 

Carlos Pfannl

Paraguay

Fonciere

El hombre

Vargas    

Romero

Corrales

Venancio Pino Ramírez

Estancia “Yegua Retá”, Martín Llano

Antonio M. Rodríguez

Estancia “Santo Domingo”, Francisco Brusquetti

Estancia Primavera, Jorge Saccarello

Basilio Quevedo

La familia Quevedo

La Gauloise

Robert James Eaton 

Estancia Santa Catalina y Caabó





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