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THOMAS L. WHIGHAM

  LO QUE EL RÍO SE LLEVÓ. ESTADO Y COMERCIO EN PARAGUAY Y CORRIENTES, 1776-1870 (Obra de THOMAS WHIGHAM) - Año 2009


LO QUE EL RÍO SE LLEVÓ. ESTADO Y COMERCIO EN PARAGUAY Y CORRIENTES,  1776-1870 (Obra de THOMAS WHIGHAM) - Año 2009

LO QUE EL RÍO SE LLEVÓ

ESTADO Y COMERCIO EN PARAGUAY Y CORRIENTES,  1776-1870

Obra de THOMAS WHIGHAM

Biblioteca de Estudios Paraguayos - Volumen Nº 75

Director: JOSÉ ZANARDINI ,

Colección Bicentenario a cargo de IGNACIO TELESCA

Biblioteca de Estudios Paraguayos

CEADUC – CENTRO DE ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS

DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA "NUESTRA SEÑORA DE LA ASUNCIÓN"

Página web: www.ceaduc.uca.edu.py

Asunción – Paraguay, 2009 (372 páginas).

 

 

El estudio de Thomas Whigham sobre el comercio en la región del Alto Plata ofrece un examen matizado de fenómenos regionales factores que unificaron y factores que lo desmembraron-. Los historiadores querrán examinar los detalles de su relato con ojo cuidadoso. Los lectores casuales probablemente verán algo enteramente distinto: que la historia del Alto Plata amerita un estudio como región coherente y no sólo como frontera. Esta obra es un decidido paso adelante, no solamente para entender cómo la historia del Paraguay encaja en la historia más amplia de América del Sur, sino cómo la región entera se inserta en la historia del mundo.

 

AGRADECIMIENTOS : El presente trabajo tuvo sus orígenes en mi tesis doctoral que terminé en la Universidad de Stanford en los últimos meses de 1985. Con el lapso de muchos años, el contenido de esta primera obra ha sido republicado en varias formas, y con correcciones y ampliaciones, con el resultado de que el estudio actual es muy distinto de lo que escribí hace más de veinte años.

En la preparación de las diversas versiones, conté con los consejos de varios estudiosos a los que quiero agradecer directamente, y haciendo notar obviamente que el estudio no podría tener ningún éxito en la ausencia de sus esfuerzos. Todo les debo a ellos. En este sentido quiero mencionar a Jerry W. Cooney, Domingo Rivarola, Ignacio Telesca, Ernesto J. A. Maeder, Juan Carlos Herken Krauer, Alberto Rivera, Milda Rivarola, Ricardo Scavone Yegros, Guido Rodríguez Alcalá, Luc Capdevila, Liliana Brezzo, Hendrik Kraay, Bárbara Potthast, Carlos Palma, Tulio Halperín Donghi y los siempre recordados Alberto “Tito” Duarte y Aníbal Solís. En mi propio “libro de héroes”, éstos son los nombres que cuentan.

T.L.W. ATHENS, GEORGIA MARZO DE 2009

 

ÍNDICE

*. AGRADECIMIENTOS

*. INTRODUCCIÓN. LA PERSISTENCIA DEL REGIONALISMO, JERRY W. COONEY

*. PUNTOS DE PARTIDA

 

I- EL NEXO COMERCIAL Y LA REALIDAD POLÍTICA (1776-1870)

*. ASPECTOS GEOGRÁFICOS

*. LA SOCIEDAD

*. EL PROCESO COLONIZADOR

*. EL VIRREINATO

*. LA RUPTURA CON ESPAÑA

*. CORRIENTES BAJO LOS ARTIGUISTAS

 

II- EL DESARROLLO COMERCIAL (1840-1865)

*. EL RÉGIMEN DE CARLOS ANTONIO LÓPEZ

*. PROBLEMAS EN EL ESTE

*. DISPUTAS SOBRE LA LIBRE NAVEGACIÓN EN EL RÍO PARANÁ

*. LA INTERVENCIÓN ANGLO FRANCESA: REPERCUSIONES EN EL ALTO PLATA

*. CONFLICTOS EN EL RÍO URUGUAY, 1845-1852

*. EL ESTABLECIMIENTO DE LA LIBRE NAVEGACIÓN

*. EL PARAGUAY LOPISTA

*. EL MATO GROSSO SE ABRE

*. CORRIENTES EN TIEMPOS DE PUJOL

*. VÍSPERAS DE LA TRAGEDIA

*. EL DESASTRE

 

III.- YERBA MATE

*. EL TRABAJO EN LOS YERBALES

*. EL CRÉDITO Y LA CRISIS DE LA INDEPENDENCIA

*. NUEVOS CAMBIOS

*. LA "LIBERACIÓN" DE LOS PUEBLOS DE INDIOS

*. UN NUEVO COMIENZO: LA DÉCADA DE 1850-1860

 

IV.- TABACO

*. TABACO: LA CONEXIÓN CORRENTINA

*. EL COMERCIO LIBRE DEL TABACO

*. EL TABACO Y LA POSIBILIDAD DEL DESARROLLO

 

V- GANADERÍA

*. MEJORÍAS EN CORRIENTES

*. ALGUNOS CONTRATIEMPOS

*. RECUPERACIÓN DE CORRIENTES

*. GANADERÍA EN LA FRONTERA BRASILERA

*. EL GANADO: UN COMERCIO SECUNDARIO

 

VI.- MADERA E INDUSTRIAS ASOCIADAS

*. LA CONSTRUCCIÓN DE BARCOS

*. CARROS Y PRODUCTOS ELABORADOS

*. MADERAS: UN COMERCIO MALOGRADO

 

CONCLUSIÓN

APÉNDICE I : EXPORTACIONES PARAGUAYAS DE TABACO. ÉPOCA DE LOS LÓPEZ.

APÉNDICE II : ESTADÍSTICAS GANADERAS, CORRIENTES, 1832.

APÉNDICE III : ESTADÍSTICAS GANADERAS, CORRIENTES, 1834.

APÉNDICE IV : COMERCIANTES EXTRANJEROS EN ITAPÚA, 1841.

APÉNDICE V : COMERCIANTES EXTRANJEROS EN PILAR, 1841, 1849.

APÉNDICE VI : COMERCIANTES BRASILEÑOS EN SANTO TOMÉ, 1845.

APÉNDICE VII : BUQUES MERCANTES EN EL MERCADO DE ASUNCIÓN, 1853-1861.

APÉNDICE VIII : COMERCIANTES EN CORRIENTES, 1855.

APÉNDICE IX : BUQUES MERCANTES EN EL MERCADO DE CORRIENTES, 1853-1861.

APÉNDICE X : BUQUES MERCANTES EN EL RÍO URUGUAY, ENTRE SALTO Y SÃO BORJA, 1855-1864.

 

BIBLIOGRAFÍA 

 

 

 

LA PERSISTENCIA DEL REGIONALISMO

JERRY W. COONEY

PROFESOR EMÉRITO - UNIVERSITY OF LOUISVILLE

 

Con frecuencia, la región del Alto Plata se ha visto relegada a la trastienda de los estudios históricos. Como se consideraba que el Paraguay, Corrientes y la vecina frontera brasilera eran tópicos de poca importancia, no se justificaba estudiar esas tres regiones en conjunto. También ha sucedido que -por estudiar el Paraguay y Corrientes por separado- los investigadores hayan perdido una gran oportunidad de examinar la formación de un regionalismo en un prologado periodo de tiempo -que los árboles no hayan permitido ver el bosque-. Pero la regla tiene una excepción, y ella es el trabajo de Thomas Whigham, cuya disertación en Stanford University (1985) abrió un camino -áspero e incierto quizás- para una interpretación regional de la historia del Alto Plata. Utilizando ideas de Braudel, como de Karl Marx y Adam Smith, sin olvidar a los investigadores paraguayos y argentinos, el trabajo demostró que las presiones políticas afectaron la economía regional del Alto Plata de una manera compleja y matizada, que casi puede ofrecer el modelo para la comprensión de las actuales economías del MERCOSUR. Por cierto, el Alto Plata de fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX tiene ciertas características importantes que Whigham ha sido el primero en señalar.

La conquista española del Alto Plata durante el siglo XVI quedó como una tarea inconclusa por cerca de 300 años. Mientras que la España imperial dirigía su atención a la plata del Perú, la región del Alto Plata fue desatendida por la Corona, aunque los conquistadores fundaron poblados dispersos a lo largo de los ríos Paraguay y Paraná, el estuario del Río de la Plata, cerca de las estribaciones orientales de los Andes y entre el norte de Córdoba y el extremo meridional del Altiplano. Lejos de la capital virreinal de Lima y con el acceso al Atlántico vedado por la política imperial, esa vasta avanzada del imperio no conoció la riqueza ni la sociedad brillante de las áreas más favorecidas de Hispanoamérica. La sociedad y cultura hispanoamericana pudieron haberse desarrollado en las regiones de los asentamientos, pero casi no afectaba los extensos espacios existentes entre las áreas pobladas. La distancia y el aislamiento dieron origen a varios regionalismos que sobrevivieron al imperio en el Río de la Plata.

La supervivencia económica dependía grandemente de la utilización del trabajo forzado del indio para el desarrollo de los recursos locales. Quienes controlaban ese trabajo forzado se convertían en integrantes de las elites locales de Asunción, Corrientes y otros poblados. Aunque en las décadas recientes los historiadores han estudiado el comercio entre las regiones, e incluso con el Brasil portugués, el comercio interno de dichas regiones era lo más importante para la inmensa mayoría de sus pobladores. La alimentación, la vivienda y los implementos básicos de la vida cotidiana -incluso la ropa en muchas instancias- se producían internamente, y las elites participaban en ese comercio y consumo internos. Los ejércitos reclutados localmente defendían las fronteras locales contra los ataques de los indios, y en algunos casos contra las incursiones portuguesas. Las elites locales dominaban la política local mediante su control de los cabildos y buscaban su beneficio económico. Los intrincados lazos de familia tejían una oculta red de poder compartido entre las elites que formaron las sociedades de esas diversas regiones. Todos esos factores internos contribuyeron al crecimiento del regionalismo durante más de doscientos años de régimen colonial.

Pese a su autosubsistencia económica, varias regiones deseaban seriamente adquirir los productos que no podían producir -en especial vestidos, ferretería y artículos de lujo para consumo de la elite-. El comercio con regiones alejadas creció gradualmente -por tierra o por los ríos Paraguay, Uruguay y Paraná- pero, en vez de crear un comercio integrado en el Río de la Plata, puso en evidencia la fuerza del regionalismo económico. Córdoba y el actual noroeste de la Argentina ponían los ojos en la zona de las minas de plata del Alto Perú como compradora de alimentos y animales. La región de Cuyo, enclavada en las estribaciones orientales de los Andes, mantenía una antigua conexión política y económica con Chile. El Paraguay y las Misiones Jesuíticas de la región exportaban yerba mate al sur para su eventual distribución por tierra por el sur de Sud América. Buenos Aires, impedida de comerciar por mar durante buena parte del periodo colonial, sobrevivió mediante el contrabando con los portugueses del Brasil, quienes a su vez pagaban con la exportación ilegal de la plata del Alto Perú. Hasta mediados del siglo XVIII, la Corona puso muy poco esfuerzo para crear un sistema racional de integración económica en esa vasta región y, dadas las naturales tendencias humanas, las elites procuraron el beneficio económico de sus propias regiones.

Las reformas borbónicas de mediados del siglo XVIII tuvieron un gran impacto en el Río de la Plata. En la década de 1770, una expedición española expulsó a los portugueses de la Banda Oriental y Colonia de Sacramento, su puerto de contrabando. Las actuales regiones de Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia se consolidaron en el nuevo Virreinato del Río de la Plata. En 1778, el Edicto de Comercio Libre permitió el pleno comercio con España, con la subsiguiente prosperidad de la capital del nuevo virreinato, Buenos Aires, y el puerto de Montevideo. La supresión de las restricciones al comercio local significó un crecimiento del comercio fluvial en el Paraguay y Paraná, mientras que la recuperación de las minas de plata del Perú beneficiaba a Córdoba y el nordeste.

Las reformas administrativas -como el establecimiento del sistema de intendencias- fortalecieron el control de la Corona en el terreno local. Pero no todo prosperó en aquella era de crecimiento económico y atención administrativa. No todos quedaron contentos con la nueva orientación de la Corona. Algunas industrias locales se vieron impedidas de competir con el flujo de mercaderías del extranjero. Las elites regionales -aun reteniendo mucho de su dominio económico, social y político-, a menudo resentían el mayor control gubernamental impuesto por los representantes del Rey. En la superficie, parecía que los intereses locales habían quedado subordinados al interés general del Virreinato.

Aquello fue una ilusión. Doscientos años de regionalismo no se podían borrar en treinta y cuatro años de Virreinato. Al presentarse la ocasión propicia, el regionalismo había de resurgir con mayor poder político en el Río de la Plata independiente. Una región del Virreinato, el Alto Plata, ofrece un excelente ejemplo del curso y vicisitudes del regionalismo a fines de la Colonia y comienzos de la era independiente, precisamente la era considerada por Whigham.

En 1740, la Provincia Jesuita del Paraguay alcanzaba el cenit de su prestigio. Las tropas guaraníes de las misiones habían ayudado recientemente a la represión final del movimiento comunero del norteño Paraguay. Los territorios jesuitas estaban bien poblados y se extendían desde el río Tebicuary hasta la margen izquierda del Paraná (abarcando toda la actual provincia argentina de Misiones y parte de Corrientes), para cruzar el río Uruguay y llegar hasta la zona occidental del actual estado brasilero de Río Grande del Sur. De las misiones procedía la yerba mate para su exportación al sur; ese producto costeaba gran parte de las importaciones de la provincia jesuítica. Grandes rebaños de vacunos y equinos pastaban en las estancias de las Misiones. Las tierras fértiles cultivadas por los indios brindaban lo necesario para la alimentación. Hábiles operarios construyeron los imponentes edificios comunales, muchos de ellos en pie hasta hoy. Guiada por unos pocos padres jesuitas dispuestos a instaurar una comunidad cristiana en la tierra, la existencia de aquella república jesuítica, donde toda la riqueza era poseída en común, llegó a ganarse la admiración de los intelectuales europeos. En aquel entonces, nadie hubiera podido imaginar que, en sesenta años, esa magnífica institución decaería más allá de toda posible recuperación.

Desde su fundación en la primera década del siglo XVII, la Provincia Jesuítica del Paraguay había sido favorecida por la dinastía de los Habsburgo; los jesuitas le retribuyeron la atención con su completa lealtad. Pero la nueva dinastía Borbón del siglo XVIII no compartía el entusiasmo de los Habsburgo por la Orden. Por lo contrario, la Corona comenzó a mirar la provincia jesuítica desde el punto de vista de una Realpolitik y de una posible contribución misionera para el logro de ciertos fines políticos y económicos en el Río de la Plata. El Tratado de Madrid suscrito entre Portugal y España (1750) dispuso que la provincia jesuítica cediera a los portugueses sus misiones orientales (las situadas al este del río Uruguay).

Los jesuitas quedaron perplejos pero aceptaron la voluntad de la Corona. Sus indios encomendados, temerosos de los cambios que pudieran ocurrir con la cesión, se opusieron a ella con las armas en la mano. La rebelión guaraní, llamada Guerra Guaranítica, fue aplastada por el ejército combinando de España y Portugal, pero la consecuencia fue trágica y duradera para la provincia. Los funcionarios españoles creyeron que los jesuitas habían instigado la rebelión y el recelo llegó a los niveles superiores del gobierno. Por su parte, los indios se sintieron traicionados y la desmoralización alcanzó a los mismos padres jesuitas.

El Tratado de Madrid se anuló en 1759, pero persistieron sus efectos funestos. En 1767, Carlos III expulsó a la Orden de su imperio y el Estado asumió el control y gobierno de la provincia jesuítica del Paraguay. Juntamente con aquella transferencia de poder administrativo se dio una reorganización del sistema económico del Alto Plata, que puso especial interés en el logro de una mayor producción de bienes de exportación, mientras que los caciques de las misiones recibieron mayores remuneraciones. Como contrapartida, la provincia debía pagar a los administradores reales -algunos de ellos decididamente corruptos-.

La vida se volvió más dura para los indios de las Misiones, que vieron disminuir el fruto de sus trabajos comunitarios. La consecuencia fue la fuga clandestina de los indios misioneros, que veían nuevas oportunidades en el floreciente comercio del río, la extracción de la madera en el Paraguay y en Corrientes y las actividades ganaderas en todo el Plata. Los jóvenes, que constituían la fuerza de trabajo más importante de las Misiones, fueron los primeros en irse; el resultado fue una disminución -irregular pero creciente- de la población. En 1801, durante la Guerra de las Naranjas entre Portugal y España, las Misiones situadas al este del río Uruguay fueron destruidas por el ejército portugués. Para 1810, cuando comenzó el movimiento de Independencia del Río de la Plata, las Misiones eran sólo una sombra de lo que habían sido; para 1820, se había convertido en tierra de nadie el antiguo núcleo misionero, la región situada entre los ríos Paraná y Uruguay, destruida varias veces por los ejércitos en pugna.

¿Por qué no se desarrolló una identidad nacional en las Misiones? Algunos atribuyen su decadencia sólo a la expulsión de los jesuitas pero, como sugiere Whigham, la realidad es más compleja. Mientras que otras regiones se beneficiaron con las reformas borbónicas en el Virreinato del Río de la Plata, la mayoría de aquellas disposiciones reales en realidad obraron contra la zona misionera. Los administradores pretendieron -a veces con buenas intenciones- integrarlas al Virreinato política y económicamente. No llegó a formarse ninguna elite local que pudiera ejercer el poder para beneficio de los intereses de la provincia. Las medidas adoptadas por los Borbones para aumentar la producción en las Misiones fracasaron, y además aceleraron la fuga de su población. En 1801 se comprobó que el Virreinato no tenía el poder necesario para defender las Misiones del este del río Uruguay. Quizás sea muy duro llamar a aquella provincia un remanente fosilizado de la era de los Habsburgo, pero es indudable que, sin la fuerza espiritual aportada por los jesuitas, era extremadamente difícil que sobreviviera el sistema comunitario de vida y de propiedad en el nuevo mundo creado por los Borbones.

Al norte del Tebicuary se encontraba la provincia del Paraguay civil, con un patrón histórico totalmente diferente, y que mostraba cómo el regionalismo puede convertirse en nacionalidad en presencia de las condiciones y el liderazgo adecuados. El Paraguay civil, conquistado a mediados del siglo XVI, rápidamente desarrolló una identidad única bajo el régimen español. No pudiendo encontrar metales preciosos, los conquistadores organizaron una rudimentaria economía agrícola y pastoril utilizando a los indios guaraníes sometidos a ellos mediante la institución de la encomienda. Muy pocas mujeres españolas acompañaron a los nuevos colonos, y por eso el mestizaje se volvió muy común. Los hijos de los conquistadores generalmente preferían hablar el guaraní en vez del español de sus padres.

Alrededor de 1590, casi no había españoles nacidos en la Península, ni hijos de hombres y mujeres europeos en la provincia. Pero de acuerdo con las Leyes de Indias, sólo los hispanoamericanos de entera ascendencia europea podían ocupar puestos en el Cabildo de la capital provincial Asunción, o comandar las milicias locales, o poseer encomiendas de indios. El virrey de Lima, en la década de 1590, resolvió el problema decretando que los hijos de los conquistadores y sus compañeras guaraníes pudieran ocupar esos puestos en lo sucesivo. Unos veinte y cinco años más tarde, aquel decreto fue confirmado por una real cédula; a partir de entonces, aquellos vástagos nativos se consideraron españoles americanos con todos los derechos de tal condición, y defendieron celosamente aquel estatus, haciendo hincapié en su "nobleza", e incluso su "limpieza de sangre". Aquello suprimió casi por completo el estatus de mestizo en el Paraguay, donde se era español americano o indio; los indios se veían sujetos a la encomienda. De aquel modo, el Paraguay fue muy distinto de las otras colonias hispanoamericanas desde sus comienzos.

El aislamiento y el olvido por parte de la Corona reforzaron aquel sentido de particularismo. La defensa de la provincia contra los indios del Chaco era de exclusiva responsabilidad de los paraguayos. No debe sorprender que los habitantes de la provincia comenzaran a sentirse distintos de los demás españoles. La elite, por ejemplo, defendía tenazmente la posesión de las encomiendas, y demostró su control del Cabildo una y otra vez. En una fecha tan reciente como la de 1537, la Corona emitió una cédula para declarar que, en caso de muerte o ausencia del Gobernador, el Cabildo podía elegir un funcionario para encomendarle el gobierno provisorio de la provincia.

Los paraguayos se ganaron la reputación de ser un pueblo turbulento, difícil de gobernar y tenaz en la defensa de sus "derechos". Por dos siglos, el Paraguay se mantuvo pobre, aislado e ignorado en la periferia del imperio. En gran medida auto suficiente, su único producto de exportación importante era la yerba mate colectada por los indios de las encomiendas y enviada río abajo. Sólo en los últimos treinta y cinco años de gobierno colonial -precisamente el periodo analizado por Whigham- cambió la situación. Primero llegó la creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776, seguida por la declaración de Comercio Libre unos pocos años después. Aquello suprimió las restricciones al comercio fluvial e hizo ingresar a la provincia las ganancias de una nueva clase comercial.

Aquellos comerciantes -en su mayoría recién llegados de España- representaban la primera inmigración significativa que tuvo la provincia desde la Conquista. Varios aptos gobernadores intendentes aumentaron el control efectivo del Paraguay sobre su territorio en un 40%, con la apertura de nuevos terrenos de pastoreo y explotación yerbatera en Concepción y San Pedro. La reforma del Real Estanco de Tabaco significó la primera aparición de una economía monetaria en el Paraguay.

La abolición del sistema de encomiendas -ocurrida recién en los últimos años del régimen colonial- provocó el descontento de la elite encomendera tradicional. Durante dos siglos el indicador de prestigio social había sido la posesión de encomiendas de indios, y ahora sólo el dinero cumplía esa función. Por cierto, el otorgamiento de vastas tierras de pastoreo aplacó a muchos miembros de esta elite, pero aún así la abolición generó resquemores. Aún más alarma despertó en esa misma elite la amenaza a su poder político cuando, en la década de 1790, la integración del Cabildo quedó en manos de comerciantes nacidos en España. En esa misma época los intendentes favorecieron cada vez más la designación de españoles peninsulares en cargos menores.

Como señala Whigham en varias ocasiones, tras la fachada de prosperidad provincial el tradicional particularismo paraguayo continuaba ejerciendo su influencia. En 1806, cuando fueron enviadas al sur para colaborar en la defensa de Buenos Aires y Montevideo durante las segundas invasiones inglesas, las milicias paraguayas sufrieron una aplastante derrota ante los británicos en la Batalla del Buceo, en las afueras de Montevideo. Los sobrevivientes regresaron al Paraguay con un fuerte rechazo hacia la posibilidad de nuevas aventuras "extranjeras". Además, el apresurado (y severo) reclutamiento en el campo generó resentimiento entre la población. Nadie quería participar en nuevos enfrentamientos lejos de casa.

En 1810, Buenos Aires rompió con el poder español y convocó a las provincias del Plata a reconocer su autoridad. Este llamado fue mal recibido en Paraguay, donde las milicias permanecieron inicialmente leales al Gobernador designado por la Corona, aunque más no fuese por desconfianza hacia los porteños. A comienzos de 1811, una expedición militar bonaerense al mando de Manuel Belgrano fue derrotada por las milicias paraguayas, que a continuación depusieron al Gobernador Intendente sin darle tiempo a recurrir a los portugueses en busca de ayuda contra Buenos Aires.

A partir de entonces, Paraguay no reconoció autoridad externa alguna. El gobierno de la flamante provincia independiente estuvo primero a cargo de una Junta, más tarde de un Consulado y finalmente de un Dictador Supremo, el Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia. Desde 1814 hasta su muerte en 1840, éste gobernó la nación con el obstinado propósito de preservar su soberanía.

Para ello adoptó la drástica medida de aislar al Paraguay en 1819, de modo de impedir que la violencia imperante en las provincias del sur se extendiera a la República. Permitió a muy pocos paraguayos abandonar el país, y los escasos extranjeros que ingresaban eran celosamente vigilados. No estableció contactos formales con los estados vecinos, ateniéndose básicamente a una política de no intervención en los asuntos ajenos, y no permitió oposición a su gobierno dentro del Paraguay. Como muestra Whigham, el comercio continuó apenas en algunos apartados puntos fronterizos. Mientras tanto, el Dr. Francia transformó las milicias en un Ejército nacional leal a su persona.

Pocos paraguayos se molestaron en cuestionar la legitimidad de los actos del Dictador. Éste no interfería con el modo de vida tradicional y cumplía con su promesa de mantener al Paraguay al margen de los enredos extranjeros. Era trabajador y honesto, vivía con austeridad y ejercía el poder de manera efectiva y esencialmente libre de corrupción. Durante su gobierno, que duró una generación, el particularismo paraguayo se reafirmó y transformó en un ferviente nacionalismo desvinculado de cuestiones políticas externas. Así fue como Paraguay -quedó asociado con una versión extrema del regionalismo, que finalmente se metamorfoseó en nacionalidad dentro del Alto Plata.

La provincia de Corrientes presenta un panorama diferente. Fundada en 1588 con pobladores paraguayos, Corrientes compartía con el Paraguay el carácter de remoto rincón olvidado del imperio y una trayectoria histórica con varios puntos en común. El tráfico fluvial definía a la provincia. El puerto de Corrientes era una escala importante en la carrera del río Paraguay. El trabajo de los indios encomendados beneficiaba a la pequeña elite provincial y la economía se centraba en la exportación de madera, yerba mate y cueros. Sin embargo, como demuestra Whigham, en ninguno de estos casos el volumen total de las exportaciones podía compararse al potencial productivo de su vecino del norte.

Gradualmente se desarrolló en el pequeño puerto un grupo de de comerciantes extranjeros, en apariencia similares a los de Asunción, a los que se unieron importantes estancieros asociados con la expansión de la industria ganadera a fines del siglo XVIII. Comerciantes y estancieros se llevaban bien. Ambos eran beneficiarios de las reformas borbónicas de mediados de aquel siglo. Y cuando las restricciones que pesaban sobre el comercio fluvial se flexibilizaron, Corrientes prosperó como nunca antes. Los estancieros hallaron un mercado para sus cueros río abajo, en Buenos Aires, y hacia el final del siglo exportaron al Paraguay más de 100.000 cabezas de ganado para abastecer la expansión de la provincia hacia la región de Concepción.

Corrientes nunca llegó a desarrollar una identidad tan idiosincrática como la paraguaya, aunque registró un breve estallido de descontento comunero en la década de 1740. La administración de la provincia, además, era un tanto errática. Tras su fundación en 1588 Corrientes quedó sujeta a la Gobernación del Paraguay, hasta que en 1618 fue transferida a la de Buenos Aires. A partir de 1782 dependió de la Intendencia de Buenos Aires. Con una población relativamente pequeña y un historial administrativo vacilante, la provincia simplemente no adquirió una identidad política tan fuerte como la del Paraguay. Y aunque el guaraní se hablaba en todo el Alto Plata, en Corrientes nunca cobró importancia como demarcador social, mientras en Paraguay esto definitivamente sí ocurrió.

Como señala Whigham, ya en los albores de la era independiente las elites correntinas comprendieron que tendrían escaso control sobre el destino de su provincia. En 1810, durante el breve periodo de resistencia realista en Paraguay, una flotilla paraguaya forzó el puerto de Corrientes para liberar barcos de la provincia capturados en su trayecto río arriba. Ese mismo año, fuerzas paraguayas tomaron el distrito de Curupayty, una región al norte del Alto Paraná y este del Paraguay que anteriores gobernadores habían separado de la jurisdicción de la provincia para entregarla a Corrientes. A consecuencia de todo esto, las elites correntinas se inclinaron rápidamente hacia Buenos Aires, especialmente cuando el ejército porteño al mando de Manuel Belgrano, en su marcha hacia el norte para someter al Paraguay realista, logró fácilmente colocar a Corrientes bajo la órbita de Buenos Aires.

A partir de entonces Corrientes adhirió intermitentemente a las Provincias Unidas del Río de la Plata y, más tarde, a la Confederación Argentina. Las elites provinciales no lograron reunir la fuerza, la voluntad ni el liderazgo necesario para emular la declaración de independencia paraguaya y el consiguiente aislamiento de su vecino. Tampoco veían ese aislamiento como algo positivo. Mientras la geografía favoreció la obstinada defensa de la soberanía paraguaya por parte del Dr. Francia, conspiró en contra de Corrientes, que estaba relativamente abierta a una invasión por tierra desde el sur.

En 1820, fuerzas del caudillo oriental José Artigas ocuparon temporalmente el puerto de Corrientes, y mucho más tarde, en la década de 1840, la provincia sufrió una nueva invasión desde el sur. Aún así -como demuestra Whigham en detalle- las elites correntinas de las décadas de 1820 y 1830 proveyeron un gobierno relativamente estable, con ideas promisorias para las reformas y el progreso económico interno.

Desde 1810 hasta mediados de la década de 1860 Corrientes enfrentó el mismo problema político-económico que aquejaba a la mayor parte del interior del Río de la Plata: la dominación del tráfico fluvial por parte de Buenos Aires. Gracias a su control de la desembocadura del Paraná y del acceso al mundo exterior, la ciudad y la provincia manipulaban en beneficio propio el comercio fluvial, tal como lo hacían también con el tráfico terrestre de mercaderías importadas destinadas a consumidores del interior. Esta política nunca cambiaba, fuesen revolucionarios, centralistas o pretendidamente federalistas los gobernantes porteños.

Tras la caída del dictador bonaerense Juan Manuel de Rosas en 1852, la Confederación Argentina reconoció el derecho del Paraguay a la libre navegación de los ríos, lo que ofreció ciertas ventajas tanto para éste como para Corrientes. Pero ninguno de los dos llegó a experimentar una gran expansión económica positiva como los gobernantes de Buenos Aires. Dado que esta última ciudad controlaba el comercio internacional, también controlaba la aduana, por lo que su situación mejoró mientras la de Corrientes y Paraguay empeoraba.

Al igual que el Presidente Carlos Antonio López en Paraguay, varios gobernadores de Corrientes intentaron revertir el desequilibrio comercial que favorecía a Buenos Aires fomentando el crecimiento de la economía doméstica. Pero la demanda interna era limitada y la provincia aún necesitaba importar mercaderías. Hacia la década de 1840, Pedro Ferré y otros líderes provinciales concluyeron que la única solución para liberar a Corrientes de este corsé político-económico era crear alianzas o acuerdos con otras provincias que padeciesen las mismas asimetrías económicas pergeñadas por Buenos Aires. Mediante estos acuerdos esperaban ejercer presión política sobre la ciudad-puerto para que esta remediase los padecimientos del interior o -si esto fallaba- persuadir a los porteños, a través de alianzas militares, que aplicasen una política económica más equitativa.

El noroeste de la Confederación estaba abierto a tales acuerdos y lo que es igualmente importante- también lo estaba Paraguay. Tras la muerte del Dr. Francia en 1840, esa República estudiaba cautamente su apertura al mundo exterior. Sin embargo, enfrentaba la oposición de Buenos Aires a la libre navegación del Paraná. El resultado de esta coincidencia de objetivos fue un tratado de alianza entre Corrientes y Paraguay dirigido, por supuesto, contra Juan Manuel de Rosas.

Esta amenaza a la hegemonía porteña desembocó en humillación para Corrientes. Rosas ordenó a su leal seguidor, el Gobernador de la provincia de Entre Ríos, partir inmediatamente hacia el sur de Corrientes para aplastar a esa presuntuosa oposición. Una vez más Corrientes se vio víctima de su propia geografía, cuando las fuerzas entrerrianas marcharon arrolladoramente hacia el norte y fácilmente ocuparon el territorio "rebelde". El Ejército paraguayo se retiró precipitadamente, Corrientes abandonó su política regional y Rosas parecía invencible en su control oculto sobre la Confederación. Tanto en el sentido político como en el militar, el llamado a una coalición de regiones había fracasado. Whigham insiste una y otra vez sobre esta idea.

Muchas aperturas tuvieron lugar en la realidad política y comercial del Alto Plata a fines de la década de 1840 y comienzos de la de 1850. Rosas ya no estaba en el poder y el gobierno de la Confederación, dominado por Urquiza, ansiaba lograr un acuerdo con Corrientes y Paraguay. La economía registró una franca apertura y la yerba, los cueros y el tabaco accedieron a los mercados más amplios de América del Sur y el Atlántico. En muchos aspectos fue un hermoso canto de cisne, pero canto de cisne al fin.

En 1864, la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay sepultó cualquier posibilidad de coherencia regional significativa en el Alto Plata. Unas pocas provincias interiores argentinas creyeron que, estando el gobierno central absorto en el conflicto, podrían aprovechar la ocasión para lanzar sus propias campañas en favor de la soberanía regional. No tuvieron éxito. Corrientes ni siquiera lo intentó. Una breve ocupación de la provincia por parte de fuerzas paraguayas a comienzos de la guerra persuadió a las elites locales de que su futuro radicaba en Mitre y el nuevo gobierno central. Corrientes pronto se convirtió en plataforma de lanzamiento para la invasión de Paraguay, y por tres años las tropas y el dinero fluyeron hacia la provincia, con la consiguiente prosperidad de las elites. Mientras tanto, Paraguay era destruido.

El estudio de Whigham sobre el comercio en la región ofrece un examen matizado de fenómenos regionales -factores que unificaron al Alto Plata y factores que lo desmembraron. Podríamos sugerir que para estudiar a Corrientes y Paraguay, examinemos el caso de Estados Unidos y Canadá. El liderazgo y los recursos internos (más una buena dosis de suerte) permitieron a Estados Unidos independizarse de Gran Bretaña (1775-1783). Canadá, por su parte, consideró más ventajoso preservar sus lazos con el Imperio. Incluso las efímeras rebeliones de 1837 en Canadá podrían compararse con los breves coqueteos de Corrientes con el regionalismo en la década de 1840, mientras que la Ley de Unión (Act of Union) de 1840, con el subsiguiente desarrollo político y expansión de Canadá, puede asimilarse a la creación de la República Argentina, con sus consiguientes ventajas para Corrientes. Pero todas las comparaciones de ese tipo son riesgosas desde el punto de vista histórico. Al fin y al cabo, Paraguay no es Estados Unidos y los elementos necesarios para un regionalismo fuerte podrían no haber fraguado nunca en el Alto Plata de todos modos. Aún así, el estudio de Whigham provee un ejemplo fascinante de lo que podría haber sido en la región, y muestra al lector cómo lo contrafactual puede de hecho arrojar luz sobre lo que sí ocurrió. Los historiadores querrán examinar los detalles de su relato con ojo cuidadoso. Los lectores casuales probablemente verán algo enteramente distinto: que la historia del Alto Plata amerita un estudio como región coherente y no sólo como frontera. Este es un decidido paso adelante, no solamente para entender cómo la historia del Paraguay encaja en la historia más amplia de América del Sur, sino cómo la región entera se inserta en la historia del mundo.

 

JERRY W. COONEY - Profesor Emérito - University of Louisville.

 

 

 

 

CONCLUSIÓN

 

Llevan una vida de violencia y letargo

alternados, con un plácido desprecio

por la opinión externa.

KATHERINE ANNE PORTER

 

El Alto Plata tomó una ruta difícil hacia el desarrollo económico. Pese a la riqueza de sus recursos naturales, la región era cautiva de su política y de su geografía. El bienestar económico del Alto Plata dependía de su acceso a los mercados de las provincias de abajo particularmente al de Buenos Aires- pero la política hizo casi imposible ese acceso.

En las últimas décadas del período colonial la región experimentó un "boom" exportador. El rápido crecimiento estuvo asociado con las políticas de la reforma borbónica y con la actividad de capitalistas peninsulares, la primera élite mercantil de la región. Esos comerciantes introdujeron dinero en el Alto Plata, abriéndolo a la economía monetaria. También aportaron tecnología e instituciones de crédito. La influencia de esos comerciantes sobre los funcionarios reales-entre ellos el propio Virrey de Buenos Aires-prometía aún mayor éxito económico en el futuro.

El resultado fue asombroso: las exportaciones de yerba mate altoplatense excedieron las 150.000 arrobas anuales y la región entera no sólo los comerciantes- se benefició con ello. El deseo de aumentar las ganancias hizo que los chacareros abandonaran los cultivos de subsistencia para emplearse como yerbateros, vaqueros, jornaleros o estibadores del puerto. Los que quedaron en sus chacras también se beneficiaron del creciente comercio con el cultivo del tabaco de exportación. Llegaron nuevos inmigrantes y ocuparon posiciones destacadas como artesanos, pulperos, carpinteros de ribera, etc. El final de la colonia fue la edad de oro para el Alto Plata.

La región, que había tenido hasta entonces un rol periférico en la economía sudamericana, pudo entonces hacer llegar sus productos a todos los consumidores del Plata e incluso a los de los países andinos. En esa nueva situación, las élites tradicionales del Alto Plata terratenientes, encomenderos y estancieros- debieron compartir su poder local con los comerciantes. Muchos de estos últimos lograron establecer vinculaciones provechosas, pero en general las élites altoplatenses estaban distanciadas de los recién llegados, que no eran plenamente aceptados por la sociedad local. La prosperidad local enmascaró en parte esa separación, que sin embargo siguió existiendo.

Sin duda, la estabilidad política era necesaria para mantener el crecimiento económico en el Nuevo Mundo; en ausencia de ella no podían desarrollarse el comercio, las inversiones de capital ni otras actividades económicas. Las regiones políticamente estables después de su independencia -como Chile- se beneficiaron con el surgimiento de mayores oportunidades para el comercio. Sin embargo, fueron más frecuentes las situaciones similares a la del Alto Plata, donde las rencillas políticas provocaban la destrucción de las burocracias y de las estructuras de crédito, el subsiguiente colapso económico y finalmente el retroceso hacia modalidades más primitivas, como el mercantilismo y el trueque.

Los inicios del período nacional en el Alto Plata presenciaron la continuación o restauración de actitudes y prácticas coloniales. Eso satisfizo a muchos sectores conservadores de los chacareros o de la tradicional élite rural, que temían tanto las tendencias centralistas de los revolucionarios porteños como a los realistas locales. Ninguna tendencia política pudo ganar la plena aceptación en los pueblos del nordeste. Las guerras civiles que se sucedieron después de 1811 aumentaron aún más el aislamiento de la región.

¿Cómo sobrevivieron los comerciantes altoplatenses en medio dé tantas limitaciones? Gracias a su habilidad natural. Para enfrentar W desafíos presentados por las guerras civiles del sur, los comerciantes establecieron nuevas rutas comerciales que evitaban las zona¡ de conflicto, y con frecuencia falsificaban los documentos sobre la procedencia de las mercancías. Olvidando el comercio de ultramar y de larga distancia, se limitaron a los mercados cercanos como Montevideo y Buenos Aires; eso les permitía una modesta ganancia, con la cual mantenían sus actividades dentro de los límites permitidos por la realidad política. Aún así, la posición de los comerciantes correntinos continuó siendo riesgosa.

Los gobiernos del Paraguay y Corrientes hicieron grandes esfuerzos para promover el comercio y beneficiarse con sus ingresos, pero manteniendo el intercambio cuidadosamente subordinado a sus objetivos políticos. Las contradicciones entre esos dos objetivos eran inevitables. En Corrientes, el gobierno mostraba una curiosa combinación de políticas liberales y prácticas de mercado conservadoras. A diferencia de muchas provincias argentinas, aquella evitó el largo ciclo de los regímenes militares de los caudillos. El Gobierno de Corrientes quedó en manos de una élite de comerciantes prósperos y de hacendados que trataron de mantener a flote el comercio correntino.

Aquella élite tuvo un cierto éxito entre 1820 y 1830. Sin embargo, sólo alcanzó un progreso muy limitado en las tres cuestiones prioritaria; la protección de las industrias artesanales locales; la prohibición del ingreso ilimitado de productos extranjeros en los mercados provinciales y la apertura permanente de los ríos a los buques comerciales extranjeros.

Buenos Aires, que por razones egoístas tenía poco apego a los proyectos mercantilistas de las provincias del litoral, se opuso a esos tres proyectos. Debido a tales diferencias, por mucho tiempo, Corrientes se alejó de una inicial postura porteñista y con el paso del tiempo, se convirtió en un franco partidario de la autonomía provincial. Esto a su vez, transformó a Corrientes en un campo de batalla, y solamente hacia 1850 se logró la estabilidad económica.      

En el Paraguay, Francia restringió el comercio externo a dos puertos periféricos, Itapúa y Pilar. Limitando los contactos externos, el Dictador controlaba cuidadosamente el cobro de impuestos, obedeciendo a un clásico principio mercantilista. Irónicamente, esa escrupulosa inspección no evitó la presencia extranjera, ya que en las dos localidades los comerciantes (brasileros o correntinos) dominaban las transacciones. La correcta relación de Francia con estos comerciantes reveló que él no era indiferente al comercio, pero que consideraba más importante la política.

Francia no era un bonapartista, ni un revolucionario popular y protosocialista, ni el fundador de un modelo de desarrollo alternativo para el Paraguay. El gobernó su país según las líneas patrimoniales, como un hábil administrador borbónico; reglamentó estrictamente el comercio para fortalecer su régimen, pero dejó intacta la estructura básica de la sociedad paraguaya. De esa manera, él aseguró la independencia de su país, aunque a un alto precio. El paternalismo de Francia fue un obstáculo para el desarrollo económico.

Por supuesto que el Dictador podía justificar su peculiar absolutismo con el largo período de paz instaurado en el Paraguay, mientras en el resto del Plata corrían ríos de sangre, debido a los conflictos internos y la crisis internacional. Sin embargo, la paz no era una garantía para el progreso. El Paraguay experimentó escaso desarrollo hasta después de la muerte de Francia; la autosuficiencia tan frecuentemente elogiada en la literatura dependentista no substituyó satisfactoriamente el desarrollo económico.

El aislamiento del Alto Plata a principios del siglo XIX se debió más al estado desordenado en que se encontraba la política platense que a la obstinada actitud de Francia. Buenos Aires trató de desempeñar un papel hegemónico en el Litoral. Las provincias respondieron considerando el Estado argentino como una superestructura creada por los porteños para mantener sus privilegios económicos. Esas dos posiciones encontradas dejaban poco o ningún espacio para un compromiso. Buenos Aires continuó controlando las aduanas y recibiendo los beneficios del comercio mundial. El Alto Plata continuó aislado, pero preservó de modo fortuito la mayoría de los contactos comerciales existentes durante el período virreinal.

Los habitantes de la región tuvieron pocas dificultades para adaptarse a la reducción de los contactos con el exterior. La fertilidad del suelo prometía un satisfactorio nivel de vida, y la ausencia de grandes conflictos de clase garantizaba un tranquilo e indolente entorno social. Aunque eso fuera suficiente para muchos, no se lo puede considerar progreso. No existían mecanismos que alentaran al crecimiento económico.

Por razones políticas, los gobiernos de la región se negaron a abrir el comercio de las provincias de abajo. Por eso la población del Alto Plata tuvo pocas oportunidades de recibir mercaderías del exterior y debía conformarse con los artículos de producción local. La población no bastaba para conformar un gran mercado, y en consecuencia, con el correr de los años decayó la habilidad de los comerciantes nativos. El desarrollo económico significativo debió esperar tiempos nuevos.

La ruptura del aparente aislamiento sobrevino sólo a fines de la década de 1840, con el bloqueo anglo-francés a Buenos Aires. Con la caída de Rosas en 1852, los comerciantes extranjeros entraron -como nunca- en gran número en el Alto Plata, trayendo consigo una enorme cantidad de mercaderías y nuevas perspectivas para el comercio fluvial. Con los ríos abiertos y la Argentina finalmente resignada a la independencia paraguaya, las oportunidades para el comercio parecieron extraordinarias: en cuestión de meses, las exportaciones altoplatenses se cuadruplicaron.

Esos acontecimientos causaron un cambio económico básico en la región. Los granjeros y hacendados -acostumbrados a largos años de aislamiento- se orientaron prontamente a la producción de rubros comerciales, y poco quedó de la inicial reticencia a participar en una economía más amplia.

Como antes, la yerba llevó la delantera, aunque nunca recuperó la posición predominante ocupada en el pasado. La yerba brasilera se había ganado una enorme aceptación en Buenos Aires desde 1820 y el producto paraguayo ya no podía desplazar a ese competidor; los consumidores porteños ya estaban acostumbrados al producto brasileño más barato.

Aun admitiendo que la yerba paraguaya era superior en calidad, los consumidores se rehusaban a pagar su alto precio. El Gobierno de Asunción nunca comprendió que la demanda de la yerba era relativamente flexible, y que sin una política de precios más moderados, poco progreso podía hacerse en los mercados de las provincias de abajo, ni en los antiguos mercados coloniales de Chile.

El tabaco era otra cuestión. Con ese producto, el Alto Plata tenía posibilidades de ampliar su participación en el mercado de Buenos Aires, pero siempre y cuando no hubiera una molesta interferencia del Estado. Con la apertura de los ríos, los cosecheros paraguayos se apresuraron a dedicarse al tabaco, el principal cultivo de renta de la región. Por lo menos en dos ocasiones, durante la década de 1850, la exagerada producción para la exportación motivó una fuerte caída de los cultivos de subsistencia, subsanada solamente con la acción directa del Gobierno.

Sin embargo, aquellas auspiciosas perspectivas para el productor individual no suponían automáticamente un mercado de, exportación equilibrado. Otros productos como la madera y el cuero (como el sebo, naranjas y piezas de alfarería) tuvieron poco peso en el potencial exportador de la región. No obstante, esas exportaciones menores hubieran prosperado si la política gubernamental del Alto Plata hubiera mostrado mayor comprensión de las prácticas comerciales modernas.

El Gobierno del Paraguay no manifestó ningún entusiasmo por el libre comercio. Interesado en asegurarse un porcentaje considerable en el mercado de exportación, Carlos Antonio López legalizó las vagas nociones de Francia sobre la autoridad del Estado en el comercio. Creó monopolios de Gobierno sobre la exportación de la yerba y la madera y mantuvo altos costos para las guías de importación y exportación. Mientras Francia había limitado intencionalmente sus vínculos comerciales con el exterior, López se jactaba de su programa de modernización basado en las ganancias de los emprendimientos comerciales del Estado.

A pesar de los defectos y la falta de perspicacia de ese programa, la nueva actitud fue notablemente diferente. A diferencia de su predecesor, López insistió en que el comercio externo debía ser alentado, porque beneficiaba directamente al fisco. Sin embargo, su excesivo apego a las políticas mercantilistas impidió el surgimiento de una clase de comerciantes nacionales -exceptuados los miembros de la familia López-. Para Carlos Antonio López, el mercantilismo era, antes que una ideología, un medio para disfrazar el nepotismo. El Paraguay hubiera experimentado mayor desarrollo económico si el Estado no se hubiera inmiscuido en el comercio con tanta frecuencia.

En Corrientes, el gobierno de Pujol rechazó el mercantilismo de López y dio en cambio la bienvenida a un mercado más amplio, estableciendo escasos controles sobre el comercio. Pujol tenía buenas relaciones con los comerciantes extranjeros y con los políticos nacionales, e incluso patrocinó un proyecto de colonización de franceses en el norte de su provincia. Este último esfuerzo fue un franco reconocimiento de que Corrientes necesitaba superar su escasez de trabajadores. La buena voluntad de Pujol para cooperar con el gobierno nacional garantizó a los correntinos una pequeña participación en el tranquilo comercio ribereño durante toda la década de 1850.

El comercio regional registró un activo tráfico durante los primeros años de la siguiente década. Los comerciantes, funcionarios gubernamentales, cultivadores, hacendados y los habilitados estaban de acuerdo con esa tendencia. Nadie pidió volver a una "economía cerrada". De hecho, los habitantes del Alto Plata empezaron a diversificar su producción: el algodón volvió a cultivarse como cosecha comercial y se crearon curtiembres saladeros, e industrias totalmente nuevas, como las de destilación de naranjas y licores de palma. En todo sentido, la región se encontraba en un proceso de desarrollo económico donde el comercio exterior proporcionaba el estímulo necesario.

La guerra de la Triple Alianza fue un momento decisivo en la historia del Alto Plata. La interpretación dependentista sobre este conflicto presenta un Paraguay valiente y que defiende su autonomía económica (y su vía alternativa hacia el desarrollo) de los voraces capitalistas del Brasil y Buenos Aires, manipulados por los británicos.

No existió tal autonomía. Hacia 1860 el Paraguay -como el resto del Plata- dependía casi completamente del mercado porteño y nadie, menos aún Francisco Solano López, quería ver cortado por mucho tiempo aquel valioso vínculo comercial. El Mariscal pensó que lograría la adhesión de los argentinos y uruguayos adversarios de Mitre y que vencería a los brasileros con una corta campaña militar. Hubiera alcanzado sus objetivos mediante una victoria fácil, pero calculó mal, y ese error condujo la región al desastre.

El comercio del Alto Plata en el período de 1780-1870 estuvo muy influido por factores ajenos a la oferta y la demanda. En circunstancias normales, la región podía beneficiarse con la existencia de un mercado estable -e incluso próspero- en las provincias de abajo. Pero los trastornos se convirtieron en lo habitual alrededor de 1815, y el sistema de relaciones establecido cuidadosamente para el comercio interregional no resistió a las agitaciones políticas. Los vínculos comerciales que habían permitido el crecimiento económico del Alto Plata se vieron deshechos una y otra vez, dejando a los gobiernos de la región pocas opciones, salvo la de un extremo conservadurismo fiscal.

El desarrollo nunca fue generado internamente. El verdadero cambio económico sólo sobrevino a fines del siglo XIX, cuando la demanda Norte-atlántica, acompañada de las masivas transferencias de capital y tecnología, transformaron el comercio regional, vinculándolo aún más directamente con el mercado porteño y logrando grandes beneficios en el proceso. A fin de cuentas, la integración del Alto Plata en la configuración mayor del desarrollo de Latinoamérica fue solamente una cuestión de tiempo.

 

 

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