LA YERBA MATE DEL PARAGUAY (1780-1870)
Autor: THOMAS WHIGHAM
Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos
Serie: Historia Social
Asunción-Paraguay
1991 (152 páginas)
INDICE
AGRADECIMIENTOS
PRÓLOGO
LA YERBA MATE DEL PARAGUAY
SECCION DOCUMENTAL
Documento 1: En los yerbales paraguayos (1640-1680)
Documento 2: Informe sobre la yerba del Paraguay hecho por el Obispo del Paraguay, Don Manuel Antonio de Torres (1761)
Documento 3: La vida del yerbatero (1838)
Documento 4: Decreto de López sobre desertores de los yerbales (1848)
Documento 5: Notas de Amado Bonpland sobre la ventaja de cultivarla planta que produce el mate deformar montes de ella y de mejorar la fabricación de la yerba mate (1849)
Documento 6: Fuga de los yerbales (1858)
Documento 7: Decreto de López sobreprecio de la yerba (1860)
Documento 8: Decreto de López sobreprecio de la yerba (1862)
Documento 9: La técnica moderna de la yerba (1864)
Documento 10: La vida del yerbatero (1869)
Documento 11: Los yerbales paraguayos (1894)
Bibliografía
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PROLOGO
El avance que han tenido las ciencias sociales en el Paraguay durante el último cuarto de siglo es un hecho que hoy día es plenamente reconocido, por el nivel de desarrollo en el plano institucional, por la cantidad de cientistas sociales y por el volumen de producción en ese campo. En ese sentido, comparado con los primeros años de la década del sesenta - lapso durante el cual se dieron los pasos iniciales para su reactivación y modernización- el panorama actual resulta estimulante y alentador.
Sin embargo, dentro de este dinámico contexto, es preciso señalar, como una característica resaltante, el ritmo de crecimiento desigual que se ha dado entre las diferentes disciplinas. Por ejemplo, es perceptible que -mientras la economía ha experimentado una lenta y dificultosa progresión- la sociología y la ciencia política han tenido adelantamientos altamente significativos.
En este marco disciplinario y visto la edición del presente libro, se plantea una interrogante interesante:¿cuál ha sido la evolución de la historia social? Cualquiera sea la respuesta, es preciso de todas maneras destacar el estado de ostensible estancamiento de la historiografía paraguaya, aun en la línea tradicionalista que fue la orientación predominante en sus expresiones y cultores más representativos.
La historia social nunca recibió una atención detenida en esta historiografía y, extrañamente, fueron investigadores extranjeros particularmente europeos y de América del Norte quienes se dedicaron con continuidad a explorar campos referentes a la historia económica, demográfica y social. De esa manera, no resulta circunstancial que los aportes más significativos -por la calidad, continuidad y cantidad- sean, de historiadores como Warren, Cooney, Mörner, etc.
El libro que aquí se presenta es indicativo de la situación comentada ya que se trata de una obra aportada por un investigador norteamericano que -a más de su capacidad y juventud- está estrechamente vinculado a una línea de trabajo académico firmemente consagrada en los Estados Unidos. Thomas Whigham se ha formado muy cerca de la influencia tanto de Warren como de Cooney y en tal atmósfera su trabajo ha encontrado una base enriquecedora para el desenvolvimiento de su propio talento y dedicación.
En ese orden, no se puede dejar de destacar que el tema encarado por Whigham -el de la yerba mate- no sólo le permite introducirse en uno de los ejes centrales de la historia económica y social del Paraguay sino también en una amplia región del sur de América latina y que tuvo excepcional importancia durante el período colonial. Thomas Whigham desarrolla el tema con solvencia profesional, un cuidadoso manejo de los datos y un sólido conocimiento del momento histórico en que se desarrolló la producción y comercio de la yerba mate.
El Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos, edita este estudio de Thomas Whigham en su colección Historia Social con la certeza de constituir una obra de inestimable valor para la comprensión de la economía y la sociedad paraguaya de esa época.
DOMINGO M. RIVAROLA
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En los albores de la Independencia, el comercio en el Paraguay giraba en torno a la exportación de la yerba mate. Debido al hecho de que este codiciado arbusto no crecía en las templadas zonas del Plata, la yerba paraguaya gozaba de una demanda casi exclusiva en Buenos Aires como en todo el territorio meridional del continente. El volumen de yerba exportada era tal que los demás productos regionales, en comparación, se vieron marginados durante cierto tiempo. Este arbusto dominaba la vida de pobres trabajadores, quienes pasaban más de seis meses al año en las aisladas selvas cerca de Concepción, y en la zona más allá de Villarrica. Había muchos riegos en el tráfico de la yerba los comerciantes y especuladores en Asunción dependían de las ganancias declaradas en la exportación yerbatera, pero con mala suerte, se podían perder todas sus inversiones.
No obstante el rol clave que ejercía, el "té del Paraguay" se mostró susceptible a la inestabilidad política del siglo XIX. Ciertos yerbales en Misiones y Corrientes otrora productores de muy buena calidad, quedaron abandonados durante tal caos. En el Paraguay, los gobiernos pos-independientes buscaron restringir la influencia de los comerciantes de la yerba, y de esa forma interrumpir la cadena económica que hacía, a la yerba lucrativa. El establecimiento de un monopolio estatal sobre este fruto de exportación, no hizo nada para aliviar el rumbo descendente de su comercio. Finalmente, con el paso de las décadas, la yerba brasileña de las provincias del Rio Grande do Sul y de Paraná tomó una gran parte de un mercado que anteriormente estaba reservado casi exclusivamente para la yerba paraguaya. Dicha competición puso al Paraguay en una posición bastante más débil en el comercio porteño; gracias a la yerba brasileña la ciudad de Buenos Aires no sufrió una falta de yerba durante la guerra de la Triple Alianza. La política estatal y las exigencias de guerra se combinaron contra esta industria en la cual el Paraguay tenía una ventaja obvia y natural.
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ORÍGENES
La práctica del uso de ILEX PARAGUAIENSIS para la preparación de un tipo de té se originó en los tiempos pre-colombinos. Los primeros colonizadores usaron la bebida estrictamente para fines medicinales pero muy pronto aprendieron a apreciar sus vigorizantes cualidades derivadas de un alto contenido de cafeína. Preparaban y bebían el té de la misma manera que hoy en día. El agua hervida era vertida sobre una cantidad de yerba puesta en un vaso tipo calabaza llamado mate. Un canuto (bombilla) de madera o plata era usado para succionar la infusión. El hábito de tomar yerba de esta forma gradualmente se volvió una costumbre social, en que grupos de hombres pasaban el mate entre ellos recargando la vasija con agua caliente periódicamente.
Los colonizadores españoles miraron inicialmente el habitual uso de la yerba como un vicio, pero este juicio cambió conforme al paso de los años y las posibilidades económicas que la yerba proporcionaba. Como la yerba era una producción espontánea de la tierra, en la legislación española fue considerada como un mineral. Como los otros minerales podía ser explotada por personas privadas bajo un sistema de licencia (beneficios), el dueño sin reservas era el monarca. El Rey reconoció tarde el valor potencial de su posesión.
Durante la primera mitad de siglo XVII, el mayor centro de producción yerbatera estaba localizado en el nordeste del Paraguay, cerca de la cordillera de Mbaracayú. Al final de la década de 1680, el uso de la yerba como bebida se había extendido desde el Paraguay y las misiones jesuíticas a casi todas las regiones meridionales de América del Sur, y como 50.000 arrobas de yerbas paraguaya y misionera pasaban anualmente por Buenos Aires (1).
Con el crecimiento de la demanda, la producción yerbatera se mostraba más y más vinculada con las misiones jesuíticas. La gran popularidad de la yerba mate atrajo tempranamente la atención de la Compañía de Jesús, cuyas muchas comunidades indias se encontraban bastante al sur de la cordillera de Mbaracayú y más cerca de los mercados de las provincias de abajo. La zona de las misiones, entonces, estaba bien situada para fomentar su propia industria yerbatera. Los jesuitas también tuvieron éxito en cultivar el arbusto de la ilex, un hecho no repetido por sus competidores seculares en el Paraguay, donde se utilizaba el proceso pre-colombino de extraer las hojas directamente de yerbales silvestres llamados minerales de la yerba. Los padres jesuitas usaban la labor de miles de indios misioneros para trasplantar arbustos desde las bosques hacia las plantaciones al lado de cada reducción. Ahí los trabajadores indios ponían las plantas en liños y las cuidaban con mucha atención. Los jesuitas habían aprendido que si podían sacar las semillas silvestres directamente después de sazonadas, podían echar la pulpa con facilidad y asi las plantas germinarían más rápidamente. Esas innovaciones tanto como los cambios favorables en la política y en el comercio, indicaban que la producción de yerba paraguaya iba a concentrarse en manos jesuitas. Sin embargo, no se obtuvo eso sin crear un antagonismo fuerte con los especuladores de la yerba radicada en la Asunción …
(1) Adalberto López, "The Economics of Yerba Mate in Seventeenth-Century South America," Agricultural History, 48:4 (1974) 498-99.
EN LOS YERBALES PARAGUAYOS (1640-1680)
En la provincia del Paraguay (y la capital de ella es la ciudad de la Asunción del Paraguay) si no se aplica con tiempo ejemplar remedio en breve plazo se reducirá a la última ruina. Por cuanto los gobernadores que de ordinario residen en dicha ciudad capital, movidos de la codicia, practicarán el dar ciertos mandamientos que llaman, para que los vecinos de dicha ciudad, aunque no sean encomenderos, saquen de los pueblos que están en su jurisdicción, al encargo de los clérigos y de los religiosos de San Francisco, partidas de indios ya de veinte, ya de treinta, ya de cuarenta, para que éstos pasen al beneficio de la yerba que llaman del Paraguay, en donde por años enteros los detienen por estar distantes de los yerbales por doscientas leguas de dicha ciudad. En los tales yerbales son oprimidos con excesivas tareas que les dan cada día, teniendo por alimento sólo un pedazo de carne que aseguran con el ganado vacuno que conducen. El cual socorro no pocas veces les falta por perderse el ganado vacuno que vivo lo mantienen en aquellos parajes. Y en tales casos, que son frecuentes, no tienen otra apelación ni recurso que las frutillas silvestres que se crían en los bosques. De lo cual procede que perecen por la falta de sustento, por el excesivo trabajo y por las incomodidades del camino de tan grandes distancias, ásperas y pantanosas, de doscientas y a veces más leguas que de fuerza han de caminar de ida y vuelta. Y lo más trabajoso de esto es que todos mueren sin sacramentos, o los más de ellos.
Este mal tratamiento y gravísimo desorden ha procedido una muy grande disminución y consumo de esta pobre gente y ruina próxima de aquellos pueblos, reduciéndose a suma necesidad de hambres sus hombres, mujeres y niños, por no haber ni guardar en los pueblos los maridos que puedan hacerles sus sementeras de granos y raíces. De aquí pende su sustento. De suerte que los daños corporales y espirituales que esta pobre gente padece, con tan grande falta de doctrina y enseñanzas que tienen por hallarse casi siempre fuera de sus pueblos, los ha reducido a un estado de suma miseria corporal y espiritual, ocasionando no sólo la muerte del cuerpo, sino a que muchos de ellos hagan fuga a los infieles y otras poblaciones distantes de los españoles desertando y desamparando sus pueblos por librarse de semejante tiranía. Todo lo cual es indubitable verdad, de que soy testigo por haber cruzado por dichos pueblos y por dichos caminos de yerbales en busca de infieles, entre los cuales ha hallado no pocos cristianos fugitivos, etcétera.
La práctica de los gobernadores de dicha ciudad de Asunción que observan es la siguiente. Los que pretenden ir al beneficio de la yerba primeramente piden licencia para ello al gobernador. Esta licencia les cuesta su cantidad de arrobas de yerba. Después les obliga a que compren ropa de lana en la tienda que tiene el gobernador en poder de tercera persona a precios subidos como él dispone, obligándose el paciente a pagar en yerba del Paraguay.
El que necesita de indios para el beneficio de la yerba que pretende se los pide al gobernador en el número que les parece con obligación que el gobernador les pone. De que por cada indio ha de pagar ocho o diez arrobas de yerba. Sucede quedar tan cargado el que hace el beneficio de la yerba que, haciendo cuenta de las cantidades a que se obliga a pagar al gobernador por la licencia que le dió, por la ropa que le entregó y por los indios que le confirió para el beneficio, y justamente para satisfacer a dichos indios sus trabajos, hechas bien estas cuentas le quedan al beneficiador muy poca ganancia. Y para acrecentarla oprimen gravemente a los indios con tareas muy pesadas que han de cumplir cada día. Ítem más los detiene muchos intereses y a veces cerca de dos años en dichos beneficios contra las ordenanzas, etcétera, que están puestas a los beneficiadores. De aquí el beneficio de la yerba nunca pasa de dos meses.
Pues que diré de los innumerables trabajos y afanes que dichos indios padecen de hambres y fatigas corporales por haber de caminar a pie tantas distancias de más de doscientas leguas de caminos pantanosos, mudando las cargas de trechos a trechos por no tener cabalgaduras para llevar todas las cargas juntas. De suerte que, si se hubieran de enumerar las leguas que andan y desandan los indios en estas conducciones, se sumarían a lo menos más de seiscientas leguas, como es constante a todos los prácticos que lo han visto, de que puedo ser testigo.
Es de advertir un gravísimo desorden entre otros no pequeños que cometen los gobernadores con ocasión de dar estos mandamientos y saca de indios para los yerbales. Y es que los indios que llevan los particulares que no son encomenderos puedan gozar de sus encomiendas, etc. Y lo peor de todo es que después de tantos afanes, fatigas y enfermedades de esta pobre gente no se los paga con aumento la mitad de su trabajo, que quitan el tercio y finalmente nunca se les paga por entero.
De esta práctica de los gobernadores, entre otros muchísimos inconvenientes, es imposible enumerarlos a todos. Se siguen tres muy principales. El primero, porque la saca de los indios es continua y grande para el beneficio de la yerba, queda la ciudad de la Asunción indefensa sin aquel socorro de quienes estaban para rebatir al enemigo guaycurú y otras naciones coaligadas con él, las cuales de continuo las molesta. Ítem. El segundo inconveniente es el que se experimenta de hombres y necesidades por falta de bastimento, ocasionada de la falta de los indios que habían de labrar los campos y hacer las sementeras de los vecinos. El último inconveniente es que estando los pueblos de indios la mayor parte del año ausentes de sus pueblos, de sus mujeres y de sus hijos, padecen éstos gravísimas necesidades y falta de sustento. Y se esparcen en busca de él por varias partes con graves ofensas de Dios Nuestro Señor y riesgo de sus vidas, como la experiencia cotidiana lo demuestra y hace notorio en aquellas provincias.
En la jurisdicción de la ciudad de Asunción hay dos siguientes pueblos de indios encomendados. El primero, el pueblo de los Altos; otro, el del (roto); otro, del Itapé; otro de Yaguarón; otro, del (roto); otro, Gavangará; otro, del Casapá. Todos los cuales pueblos por ser de indios encomendados a los vecinos del Paraguay por emplearlos en los beneficios que llaman de la yerba del Paraguay y con los excesivos trabajos que llevo dicho arriba.
Dentro de breves años indefectiblemente se consumirán y acabarán los más de ellos, aunque en otros tiempos muy numerosos de gentes y familias. Después que los ciudadanos de la Asunción y mucho más los gobernadores se han empeñado en los beneficios de la yerba mate, con los excesos ya dichos, han consumido tantos indios de tantos pueblos con infeliz suceso que si no se toman medidas en breve se hallarán sin ellos. Y sin tener quien les cultiven los campos y sin tener qué comer. Y finalmente, por falta de gobierno, sobre la codicia hay maltratamiento de esta pobre gente e injusticia cometida de ordinario sobre ellos que todos perecerán. Finalmente, es proposición y dictamen general de las personas de juicio y timoratos que observan la general corrupción que en ello hay contra esta pobre gente que es imposible persistir las Indias sin gravísimo castigo de estos desórdenes o sin una total reforma de ellos.
Diego Altamirano
"Informe del padre jesuita Diego Altamirano, sin fecha, procurador general de las provincias del Paraguay, Tucumán, y Río de la Plata", en Biblioteca Nacional de Río de Janeiro, Brasil, I, 29, 2, 79.
INFORME SOBRE LA YERBA DEL PARAGUAY HECHO POR EL OBISPO DEL PARAGUAY,
DON MANUEL ANTONIO DE TORRES (1761)
Señor
1- En el informe general que dí a V.M. del estado lamentable de esta Provincia del Paraguay (desde el núm. 103) ofrecí para quitar todo escrúpulo de mi ingenuidad, hablar (dándome Dios salud) de la celebrada yerba del Paraguay, tan usada en este Reino, saliendo su crecido gasto solamente de esta Provincia, en donde únicamente se cría silvestre entre los montes: pues veo sus utilidades e intereses tan ponderados en muchas historias, que parecen hacer competencia con el cerro de Potosí; y con este diabólico engaño magnifican los que por su fortuna no han venido al Paraguay las riquezas y fertilidad de esta Provincia, siendo en realidad de verdad (como llevo demostrado) la más miserable e infeliz de toda esta América.
2- Y para destacar con la claridad que deseo este enigma, supongo, Señor, que el tráfico y comercio de la yerba paraguaya ha enriquecido a muchos de los comerciantes de este Reino, y por lo común logran utilidad los que vienen a tratar en ella con sus facturas de ropa. Pero aunque no necesita de cultivo esta especie, por ser de árboles silvestres; con todo esto, la yerba esclaviza y aniquila a los Paraguayos: no logrando éstos por su simplicidad, utilidades algunas, antes sí todos sus graves atrasos provienen de este llamado Beneficio: sucediéndoles lo que a las ovejas y a las abejas. Pues criando aquéllos naturalmente el vellón para su abrigo, al fin se quedan entre sus ayes sin lana, porque otros se las trasquilan; y éstos, beneficiando con afán laborioso los dulces panales, no nes para ellas la miel, sino para quien la cata. De suerte que como cantaba el poeta, los afanes de unas y otras no son para sí, sino para otros, quedándose al fin las unas sin el trabajo de su miel y las otras sin las utilidades de su lana.
3- De que resulta que saliendo de esta Provincia en cada un año de ochenta a cien mil arrobas de yerba, cada día está más atrasada según veo: lo que me ha precisado a saber con curiosidad de este comercio, para poder dar a V.M. un informe como testimonio de verdad; para que comprendiéndose el estado de esta extraviada Provincia, consiga las más piadosas y paternales atenciones de V.M. para su alivio.
4- Los montes de esta yerba están, Señor, más de ciento y treinta leguas de esta ciudad, por unos caminos tan difíciles como peligrosos a cada paso con los pantanos, esteros, bañados, lagunas y precipitadas montañas, que se encuentran y pasan precipitadas montañas, que se encuentran y pasan precisamente: sin que el Obispo tenga indulto para este camino, que me fue precisó correr (para la visita de Curuguatí) a costa de indecibles trabajos, y no con pequeños costos, por la multitud de animales que se necesitan para este dilatado viaje: siendo precisa la provisión desde la sal, que no suele encontrarse en aquella villa, ni menos la carne.
5- Hácese el porte y trajín con mulas en esta forma. Para cada cien cargas de yerba se necesitan ciento mulas, por las que a cada paso se destruyen, maltratan y fenecen, no haciendo más jornada que dos a tres leguas cada día; y por las estrechuras de caminos van en tropas de diez en diez mulas: cuidada y arreada cada partida por un peón; y si algunas se caen o echan con la carga (que regularmente es de catorce arrobas en dos tercios), para cuyo remedio vienen cinco peones de brío (que llaman retaguardieros) que van levantando y arreando las caídas y mudando las cargas a otras: para lo cual son necesarios los cinco, uno para tener la mula y los otros para cargar los dos tercios, que están unidos. Otro peón va cuidando de las que van a la ligera: dos peones para hacer ranchos; y para gobernar a todos un capataz; siendo los que se ocupan de estas cien cargas diez y nueve personas; que no comiendo regularmente más alimento que toro flaco, necesitan casi más de una res todos los días: siendo muchos meses los que por lo común tardan en este viaje; porque las aguas los precisan a hacer la ida por riachos que fácilmente salen de madre, haciendo intransitables sus cañadas: y si hay seca, la falta de pastos les hace pasar por el decaimiento y flaqueza del ganado; por lo que es común tardar de tres a cuatro meses, y a veces más, en llegar la yerba desde los montes a la ciudad, con no corta mortandad de mulas, y crecidos insinuados afanes y penalidades de tropas y peones, que regularmente vienen desnudos, ya por haberles comido la ropa los montes, ya por ser necesario pasar la yerba en pelotas y a nado por los ríos, y ya porque a cada paso se empantanan las mulas en tan obvios lodazales; para cuyo remedio no pueden excusar enlodarse como las bestias; lo que vi con indecible compasión mía; considerando que la pena de galeras, con que en España se castigan o castigaban los malhechores, es una delicia en comparación del remo de esta faena, que los constituye a los infelices Paraguayos más infelices que galeotes, y en el número de aquellos de quienes dijo David que no trabajan como hombres. Cuya confirmación es que ninguno quiere portear la yerba desde los yerbales a medio partir: y por lo mismo el diezmo de este ramo, que en los yerbales puede pasar de ocho mil arrobas, se halla hoy rematado en quinientas y cincuenta.
8- Las mulas se alquilan o fletan para este porte o trajín a peso hueco cada mes, pagadero en yerba puesta en la ciudad con antelación a otra cualquiera deuda; con la (poco sana) condición de que, si perece la mula, ha de ser, no para el dueño, sino por cuenta del tropero fletador, quien se obliga a pagar su valor, que son diez y seis pesos o más, que corresponden a ocho arrobas de yerba puesta aquí: y mientras no da efectivamente la yerba, le dan corriendo los mensuales fletamentos o alquileres hasta su cumplimiento, desde el día en que el tropero se entregó de las mulas, aunque pasen años, cual no pocas veces sucede.
9- Por cuya razón prudente dejará de confesar que el porte de la yerba, con tales costos, trabajos y circunstancias no fuera cara a dos pesos de plata la arroba, como así lo dicta la razón: habiendo palpado en mi visita a Curuguati cuanto llevo expresado.
10- Las utilidades de estos trabajos, Señor, no son para el Paraguay, como antes decía, sino para los forasteros mercaderes que vienen con el comercio de ropa y otros géneros de Buenos Aires: de suerte que siendo pena de la primera culpa el vestido, como escribía el Angélico Doctor, reparando que Adán no se acordó del vestido hasta que se reconoció de justicia original desnudo; parecen los Paraguayos los primeros o principales en esta pena; y como ésta se aumenta a proporción de las culpas, creciendo por nuestra miseria cada día las ofensas, va creciendo la pena del vestido cada día.
11- Los que aquí concurren al comercio se llaman vulgarmente Quebrados, viniendo a soldar y remediar sus quebraduras con los simples de los paraguayos.
12- Han introducido como ley que han de ganar lo que menos un trescientos por ciento en sus géneros según su factura; y cuando hallan la ocasión de necesidad, un quinientos o más: pero que la yerba no ha de ser más que a dos pesos huecos arroba aunque no se halle un zurrón en la ciudad; y a este modo son inalterables los precios de las demás cosas de esta Provincia; siendo modo fraudulento y práctico de llevarse la yerba el que insinuaré a V.M. al pie de la letra.
13- Determina pues, Señor, alguno de los quebrados comerciantes que andan por Buenos Aires soldarse viniendo a esta Provincia: y para esto solicita al fiado alguna factura de ropas y demás surtido que llegue siquiera a tres mil pesos: no falta quien le abone, ni mercader que se le dé, por lograr deshacerse de las heces de su tienda; va ensayando pues los géneros más tísicos y opilados que tiene en lonja, sin reparar el pobre comerciante si están sanos o apolillados: cubriéndolo todo con algunas piezas de moda, galones de plata, abalorios, y al fin anteojos, para que quede desengañado, o engañado a ojos vistas todo, siendo de inferior calidad, se lo pone al supremo, y completa la factura, escritura su obligación con la cláusula de que, pasado un año de plazo ha de pagar un ocho por ciento de réditos.
14- Para no perderse el comerciante traslada la factura añadiendo una tercera parte de los precios siendo de timorata conciencia; con lo que en esta Provincia ya es la factura de cuatro mil pesos. Llega aquí alabando sus panes; y como para el hambriento no hay pan malo, habiendo tantos sin ropa en el Paraguay, cargan con la tienda y se la tragan sin reparo en el trescientos por ciento; haciendo en su consecuencia obligación de diez y seis mil pesos huecos, que corresponden a ocho mil arrobas de yerba de buena condición puesta en la ciudad, poniendo por fincas o hipotecas la nominada Estancia de ganado, que sólo está perdido, la chácara con su capuera, cercos y casas; fanegas de brevedad con cláusula general de los demás bienes, cuando no suelen tener más que males.
15- Comienza este miserable Paraguayo a fantasear beneficios de yerba: trata de conchavar peones a trueque de ropa, encajándosela a una tercera parte más o mitad que el ajuste de la factura: el panete, que en Buenos Aires vale a cuatro reales, se lo pone aquí en cuatro pesos; la bayeta, que cuesta allí a tres reales vara, se la deja aquí a veinte; las bretañas, que valen a cuatro pesos pieza, a veinte y a veinte y cuatro aquí; y si hay alguna carestía, como yo lo he visto: los cuchillos, que valen real y medio, a ocho reales; el lienzo de algodón de esta Provincia, que vale un peso hueco, a doce y diez y seis reales; y así de lo demás: todo pobre se viste de pronto a costa del beneficio futuro: porque han de pagar este empeño yendo a los montes de la yerba, que están de esta ciudad ciento y treinta leguas, por los penosísimos caminos expresados, siendo a su costa la ida y vuelta.
16- Allí cada arroba de yerba que beneficia el peón, no vale más que un peso hueco; y para pagar en esta especie doscientos pesos de ropa (que no valdrá treinta pesos de plata) se demoran en aquellos desiertos por un año o más, mal alimentados con flaca carne, pagándola por muy gorda; teniendo por cama el duro suelo sin más abrigo que su poca ropa; durmiendo entre víboras y otras sabandijas ponzoñosas; y después de estas penosas incomodidades, tiene que madrugar a buscar los árboles de la yerba, a veces muchas leguas del rancho; fatigarse en cortar las ramas, formar haces y traerlos a lomo como si fuera un jumento sin los peligros de muchos tigres, que en aquellas partes hacen no pocos destrozos; y para descansar es preciso desde la primera moche comenzar la faena de secar y retostar la yerba con gran cuidado y prolijidad porque no se le pierdan las diarias fatigas; no pudiendo muchas veces trabajar por los malos temporales; viviendo en aquellos desiertos como ethnicos, sin oír Misa, sin hablar de la doctrina cristiana, ni acordarse de los Santos Sacramentos, que es una compasición.
17- Con dicho ejercicio gasta el vestido, y al fin de su tarea, se vuelve mal comido y peor vestido, hallando igualmente a sus familias, y a veces aumentadas, que es mayor lástima.
18- Como esta faena, Señor, es más trabajosa y penosa que yo puedo bosquejar; después de haberse vestido aquí de antemano los peones comienzan a temblar y temer el cumplimiento; por lo que unos, y no pocos, se ausentan; otros enferman; y no pocos se hacen malos: y todo es enfermedad para el pobre beneficiador paraguayo; pues no teniendo estos inquilinos en que hacer traba para sus pagas, se queda maleficiado el acreedor beneficiador, fallándole sus cuentas.
19- Añádense a la factura los costos de cueros para atacar la yerba, gastos de viajes tan dilatados; urge el cumplimiento de la factura: y se ve el miserable más atado que la yerba: el mercader comerciante con su espera desesperado: vanse pasando uno y más años hasta que se cumple el plazo con la muerte poniéndose en entierre: así, Señor lo he visto y veo cada día pasar, con gran dolor: de que se sigue demorarse aquí los comerciantes docenas de años, con dispendio de sus mujeres y familia que cada día claman y reclaman, como de mercaderes de bienes, que habiéndose dado sus géneros al fiado viven desconfiados de los intereses.
20- De cuyas repetidas (experiencias) se ha seguido de algunos años a esta parte, que los comerciante, escarmentados en cabeza ajena, no quieren negociar con los Paraguayos, haciendo negocio más seguro comerciando con los pueblos de indios, en donde aseguran sus intereses siendo esto el gran menoscabo de los diezmos de la yerba, como va demostrado en los arriendos de este presente año, cuando en los anteriores pasaban de tres o cuatro mil arrobas; porque el pueblo de indios de nada paga décima de que a parte informo a V.M.
21- De todo lo cual seriamente considerado, se convence lo que al principio de este informe aseguré a V.M., ser el beneficio ponderado de la yerba del Paraguay su mayor maleficio, su dura esclavitud y perdición, hallándose los más desnudos, cuando más solicitan los vestidos. Aquí veo muchos forasteros fundidos con sus mercaderías o intereses malogrados: con su ropa fiada se hizo mucha yerba y no bastó para pagar tantos fletes de mulas y para reintegrar tantas muestras: para satisfacer los toros consumidos y los cueros gastados, quedándose todos en cueros.
22- Viéndose los comerciantes sin remedio para satisfacer en Buenos Aires (a donde tienen sus familias) la abandonan del todo, sin que basten sus clamores para su rescate, faltando a las obligaciones del santo matrimonio, por no poder cumplir con las escrituras; y con una vana esperanza de que cobrarán no hay quien los recobre para su casa, viviendo fuera de ella no casados.
23- Sobre lo que debo añadir, que con este uso de factura, como llevo dicho, y sus surtidos, se ha introducido la relajación en los trajes, especialmente de las mujeres, como tan inclinadas a novedad, haciendo trampas de las galas y gala de las trampas; no siendo las mejores las que contraen con los comerciantes, pues no teniendo por lo común bienes, no restan más hipotecas que las personales.
24- Todo cuanto llevo, Señor, expuesto a V.M. es un diseño muy reducido de lo que pasa con el tráfico de la yerba y de los males que acarrea a toda la Provincia este comercio, el que me ha sido preciso manifestar y poner patente a la suprema consideración de V.M. para que se digne providenciar los más proporcionados remedios para el alivio de estos pobres miserables vasallos.
25- Y siendo práctica en los males físicos, que el médico que llaman de cabecera dé dictamen como quien ha pulsado y notado los síntomas del paciente, insinuaré en este asunto el mismo bajo la suprema censura de V.M.
26- Suponiendo, pues, que en el remedio de los males se debe para el acierto atender a la raíz, dejándose ver por lo que llevo manifestado y estoy palpando, que el menor precio de la yerba con tantos trabajos beneficiada y con los excesivos mencionados costos aquí conducida, nace de la exorbitancia irregular de los precios que se dan a las ropas y demás géneros que llegan de Buenos Aires, queriendo pagar los comerciantes en la ínfima estimación trescientos por ciento, y a veces cuatro, cinco y seis y setecientos, según lo veo pasar paliando esta injusticia con que las cosas van al fiado: y obligando a los pobres Paraguayos la necesidad (que carece de ley) a tomarlos para cubrir su desnudez: no hallo, Señor, otro medio de refrenar la avaricia de los comerciantes poniéndoles ley de que no pueden ganar más que un ciento por ciento en sus mercaderías registrándolas al tiempo que llegan al puerto de esta ciudad; y lo justo o lo injusto de los precios que traen en las facturas, muchas veces aumentado como llevo dicho por su codicioso interés (prohibiendo se traigan brocados, tapices, listonerías preciosas al parecer, galones de plata y oro), pues precisamente los mercaderes a tomarlas como surtido de la factura, se hallan precisados los Paraguayos a cargar con ellas y a gastarlos sus mujeres y familias, andando descalzas y a veces sin camisa (que es cosa ridícula); arreglándose lo mismo en vino, trigo y demás vituallas en las cuales, por ser cosas más necesarias, no es menos la fraudulencia.
29- Hoy, Señor, se está vendiendo el trigo en la plaza de Buenos Aires a menos de peso fanega: y siendo cortísimo el flete que se paga por su conducción a esta Provincia, nos lo hacen pagar aquí por veinte y veinte y cuatro pesos huecos, que corresponden a diez o doce arrobas de yerba maciza, que sin mucha contingencia las venden después en veinte o veinte y cuatro pesos de plata; el vino regularmente vale en Buenos Aires de catorce a diez y seis pesos botija (siendo bueno) y aquí nos lo venden por sesenta y ochenta pesos, que corresponde a cuarenta arrobas de yerba: siendo muchas veces preciso tomarlo en cien pesos, por no dejar de celebrar la misa: y a este modo van las cosas regular o irregularmente en esta desordenada Provincia.
30- Muéveme, Señor, a este dictamen lo uno: el reconocer y haber visto que, comprándose aquí algunos géneros a precio de plata (con el motivo de pagarse en esta moneda el tabaco torcido que de orden de V.M. se ha comenzado a beneficiar) dándolas un treinta y cuarenta por ciento, van los comerciante satisfechos, gananciosos y contentos, en atención a ser poco costosa la embarcación para esta Provincia, y sin los peligros de mar aunque sea pacífico: y pagándoles en yerba o tabaco enmanojado un ciento por ciento, pueden salir los comerciantes más gananciosos que con la plata; lo que se evidencia con esta demostración: si el género vale cien pesos en Buenos Aires, dándolo aquí en doscientos pesos huecos, corresponde a cien arrobas de yerba, que en Buenos Aires vendidas a dos pesos de plata no son caras: leyendo yo en varios escritos y justificados informes hechos a V.M. pocos años ha, que la yerba se vendía a tres pesos en aquella ciudad. Con todo lo cual no tendrán ganancia los beneficiadores y traperos, según lo trabajoso y costoso de los fletes, como llevo demostrado, pero serían menores las pérdidas.
31- Lo otro: porque aquí he visto en este tiempo dar ropas y demás géneros a los precios regulares de Buenos Aires, pagando a peso de plata la arroba de yerba entregada de presente asegurando así los comerciantes sus ganancias, y las mismas se consiguen, regulándoles los precios en Buenos Aires a un ciento por ciento de aumento: porque en la primera un sombrero pongo por ejemplo, que en Buenos Aires vale un peso de plata, lo dan aquí muchos por una arroba de yerba de presente y ganan; y en lo segundo, regulando en dos pesos huecos el dicho sombrero se paga con una arroba de yerba, cuya fija estimación son dos pesos huecos: con que no se pierde.
32- Lo otro, porque queriendo y pretendiendo unos comerciantes hacer en ésta unos asientos de la yerba con licencia de V.M. convenían en pagarla en la ciudad de Santa Fe a quince reales de plata y si querían darla al precio que corría en Buenos Aires, con el corto aumento del porte a dicha ciudad de Santa Fe; de cuyo precio rebajando dos reales cuando más de flete, quedaba en trece rs. de plata cada arroba, con lo que se podía comprar casi doble ropa, que aquí en el Paraguay dando el ciento en yerba o tabaco; donde sin mucha reflexión se convence, Señor, lo esclavizados que están, como llevo referido, los pobres paraguayos, costándoles a los peones la vara de pañete cuatro pesos huecos; que corresponden a cuatro arrobas de yerba en el beneficio, donde pagan.
33- El mayor tropiezo que hallo, Señor, en este asunto es el flete de mulas para poder portear la yerba, estipulando que ha de ser de cuenta del tropero beneficiador reintegrarlas vivas y sanas a sus dueños, o su equivalente, regulando cada mula que fallare, como he dicho, en ocho arrobas de yerba puesta aquí, además de ocho pesos huecos cada año desde el día de su reintegro; porque este uso de contrato se roza con la cuestión tan reñida hasta desde el tiempo del doctísimo Mro. Soto y el Dr. Martín Aspicuelta Navarro, quienes comenzaron a contravertir la licitud o ilicitud del contrato trino, oponiéndose en sus gravísimos dictámenes, de los que tienen hoy cada uno de estos celebrados autores, otros Doctores de su respectiva escuela no obstante que habiendo recurrido con esta controversia a la Santidad de Sixto V, examinada con toda diligencia la dificultad, declaró su Santidad por usurarios tales contratos, prohibiéndolos en adelante, como consta de su Constitución Detestabilis, dada en el año 1586; sobre cuya inteligencia dividiéndose hoy los teólogos, anda dicho contrato en nuevas oposiciones y aunque puesta en la fiel romana de la Santidad de Benedicto XIV de feliz recordación, se inclina a la parte negativa, según su expresión en el Cap. 50 del libro 7 del Sínodo Diocesano; pero en la Carta encíclica a los Patriarcas, Arzobispos, Obispos y Ordinarios de Italia en 1° de noviembre de 1736 sobre varias razones introducidas en aquellas partes, no quiso su Beatitud aplicar la piedra de toque a esta antigua controversia.
36- Y a la verdad, Señor, este es el caso que con sus acasos ha perdido a los más de los troperos del Paraguay; pues sucediendo no pocas veces algunas epidemias mulares, uno por lo viciado de los pastos, como en regular, o por las dilatadas secas que las aniquilan (por no pensarse aquí en pienso ni en cebada, como en campos; sino solamente en la yerba, que confeccionada sirve a los hombres de mate, e inficionada es la muerte para las bestias), no suele alcanzar todo el beneficio para reintegrar el fallo de mulas con sus alquileres devengados, y que...
37- Por otra parte, considerándose la desidia y poco cuidado de los Paraguayos, que tratando mal a los peones, éstos tratan peor a las mulas; si no se les obligase a la dicha reintegración, perecieran muchísimas, por su culpable desidia, por la excesiva carga y por lo mal arreadas que las traen, no gastando más jalma que un género de simple estera, con que suele conglutinar el cuero de la mula, de que se sigue un gravísimo desuello, como yo lo he visto.
38- A esto se añade, Señor, que el camino de los yerbales, además de su fatalísima natural constitución, se halla por la inacción y nativa flojedad de estos naturales con tantos precipicios de animales que parece milagro lleguen aquí vivos, sin pensar jamás en el reparo de estos caminos tan traficados, poniéndose peor cada día: porque siendo la mayor parte de densísimos montes, sucede muchas veces caerse con lo impetuoso de los vientos algunos corpulentos árboles en las sendas usadas, y por no detenerse a quitarlos, se privan del camino menos malo: haciendo nuevas sendas por donde no se puede caminar, sin perder los que van a caballo el juicio y la cabeza, por deber ir atentos con todos cinco sentidos para no tropezar en los altos y bajos de tanta ramazón, troncos y pantaneos; y no pasando por aquí jamás los Vuestros Gobernadores, crece cada día este desgobierno, que pedía un general reparo; como lo han hecho los pp. Doctrineros de los nuevos pueblos, del Tarumá, que están al cuidado de los RR. pp. Jesuitas, habiendo compuesto algunos pasos de su pertenencia y aun del común (fuera de los montes), por donde se pasa fácilmente y sin peligro, no sólo con mulas, sino con carros, lo que es irremediable en muchísimas partes del camino: y para esta Provincia tan pobre es obra de romanos.
39- Considerado todo esto, parece tienen razón por una parte los dueños de mulas para celebrar el contrato de flete con la calidad de (reintegrar) las fletadas; pues las que perecen por los culpables descuidos, es de justicia y de conciencia las paguen los troperos beneficiadores: y fuera siempre muy difícil la averiguación y probanza de si era o no culpable la falla: por cuyo motivo minora el valor de los alquileres el dueño, llevando por todo un año ocho pesos huecos por cada mula; y eso parece terminante en la ley 8°art. 8 de la part.5º.
Por otra parte se quejan los locatarios beneficiadores de que muriendo las mulas por causas naturales, no parece razón ni justicia las paguen: porque siempre en estas circunstancias deben perecer para su dueño, cuyo dominio no se transfiere al locatario en este contrato; y que en atención a la estimación de diez y seis pesos de valor, que aquí tienen las mulas nuevas, parece correspondiente sin dicha aseguración el flete o alquileres de ocho pesos al año: siendo más injusto que por las que murieron ha muchos años antes de llegar a los yerbales, estén pagando los fletadores como si hubieran traído carga; y esto hasta la reposición de otra mula o de su valor.
Y porque obligándosenos (claman los arrendatarios) a volver las mulas buenas y sanas, es mutuo formal contrato, del que resulta algún lucro, se deja traslucir la detestable paliada usura; y aunque ésta se puede evitar (según opinan algunos) en el presente caso, cuando el locatario minorando el precio de los alquileres, se obliga a los casos fortuitos que absolutamente puede impedir, pero no cuando no los puede evitar; cual sucede en las enfermedades naturales de los animales, con cuya aseguración a que nos precisan, se hacen para el locador inmortales las mulas.
40- De una y otra razones se forma, Señor, para mi corto juicio un Seylla y Caribdis; y más, cuando la memorada y siempre memorable Santidad del Señor Benedicto XIV, en el n. 6 del cap. citado previene que los Obispos (como algunos lo han pretendido) destierren en cuanto puedan sin censuras semejantes contratos leoninos. Si se declara usura en los locadores, se alarga la rienda para el abuso de las mulas, puede su uso cesar en breve; y si se tolera la absoluta aseguración, se pierden absolutamente los troperos locatarios, como cada día está enseñando la experiencia, logrando las bestias tal privilegio, que siendo tan factibles se hacen hipotecas perdurables, viviendo siempre para su dueño, cuando en su poder no mueren.
41- No parece justo que los locadores de mulas lleven y hayan llevado por las que fallan en poder de los troperos locadores por cualquier causa el precio de los diez y seis pesos que vale cualquiera mula nueva; ni menos los fletes hasta su reintegro: no lo primero, porque una mula muchas veces vieja, y cuando no muy trabajada, con los regulares ayes no puede ni debe estimarse en el precio de las mulas nuevas buenas y sanas que eso fuera introducir con las mulas el juego de la ganapierde, que la discreción usa con las damas: no lo segundo, porque en llegando las mulas de un viaje, están muchos meses descansando y reponiéndose en las estancias de sus dueños sin ganar fletes, por lo que no ocurre el lucro cesante, que podía justificar esta tiranía, dejo mi respuesta a la suprema consideración de V.M. más arreglada y justa resolución.
42- Pero no puedo dejar de notar: que además de las causas fortuitas, evitables con la diligencia y cuidado, y de las causas naturales como de algún río, mordedura de víboras u otros animales ponzoñosos, de alguna enfermedad, peste, esterilidad de pastos, pérdida en todo o en parte de la vista, debilidad de algún miembro, efectos muchas veces del regular trabajo (pues hasta el hierro se debilita con el uso) hay otra causa industrial que se puede llamar matamulas, de las que sino muertas, regularmente andan matadas, y esta es la excesiva carga que la suelen echar de diez y seis diez y siete, y a veces diez y ocho arrobas de yerba en dos tercios, no siendo mulas de Almagro, a las que haría sucumbir esta carga por semejantes caminos y más con los pastos tan fútiles con que únicamente se alimentan aquí las mulas.
43- Esta exorbitancia, tan gravosa como costosa, la suelen disculpar los simples troperos con que los mercaderes de yerba gustan más de los tercios de mayor peso: sin atender ellos a los pesares que les dan las mulas muertas viniendo a ser la llamada gracias para los mercaderes su máxima desgracia; y una máxima estudiada de los comerciantes; para minorar las debidas reales contribuciones en las aduanas.
44- Porque pagándose los impuestos no por arrobas, sino por tercios; cuanto mayores pagan menos los traficantes, como es claro: de que se sigue, atacando en doce tercios cien arrobas cuando en catorce hacen cargas bien pesada, ahorran los mercaderes en cada cien arrobas dos tercios cuyos desfalcos importan muchos miles de pesos en el número de cien mil arrobas que se suelen beneficiar cada año: mediante las muchas aduanas que pasa este comercio en todo este Reino; como se deja considerar; pidiendo el remedio de ordenar no pasen los tercios de siete arrobas cuando más; lo que agradecerán racionales e irracionales que no se matarán ni demorarán tanto, con hartos aumentos de Vuestras Reales Cajas.
45- Este es el escollo, Señor, en que comúnmente naufragan los troperos; por lo que si algunos salen a nado los más se ahogan: saliendo los comerciantes tan ahogados, que juzga ser efecto de las injusticias que recíprocamente se conocen y se descubren en este informe, que hago (como padezco y veo) a la superior suprema consideración de V.M. que Dios nos guarde para el alivio de los muchos fieles vasallos, con crecidos aumentos y gloriosas dilataciones de monarquía.
Paraguay y Septiembre treinta de mil setecientos sesenta y uno.
Manuel Antonio
Obispo del Paraguay
Citado en Federico Oberti, Historia y Folklore del Mate. Buenos Aires, 1979.
LA VIDA DEL YERBATERO (1838)
Supóngase que un peón va a los yerbales por seis meses. Se calculó -y de lo que he visto yo, correctamente-, que durante este tiempo puede producir ocho arrobas o doscientas libras de yerba por día. Esto al precio de dos reales o un chelín por arroba, haría un sueldo de ocho chelines por día; en seis meses con seis días de trabajo por semana, el obrero recibiría el importe de
DECRETO DE LOPEZ SOBRE DESERTORES DE LOS YERBALES (1848)
¡Viva la República del Paraguay!
¡Independencia o Muerte!
El presidente de la República
Siendo ya repetidos los informes que se han recibido en Gobierno de que en los beneficios de yerba de la Villa de Concepción se ha introducido la vileza, y cobardía de ponerse en fuga los capataces, trabajadores, y sus guardias, a cualquier movimiento, o amago de los indios monteses, dejándoles todos los útiles, y pertenencias de los beneficios, y hasta las mismas armas de fuego, que, por lo visto, también les han servido de embarazo para acelerar su fuga, de manera que los indios no han hallado la menor resistencia para recoger esas armas y útiles y para incendiar, como han incendiado, los ranchos.
Y considerando las consecuencias de la impunidad de tan vergonzosa deserción que animará mucho más a esos indios, que no son enemigos para el soldado Paraguayo, y sobre todo por el descrédito que esto infiere en lo exterior, señalándose en la crisis en que se halla la República; Decreta
Artículo 1°
De hoy en adelante los desertores de los beneficios de la yerba serán castigados con la pena capital impuesta a los desertores de un combate.
Artículo 2°
La disposición del primer artículo anterior no se podrá excepcionar sino es peleando con los salvajes Caiguas hasta morir, o matarles.
Artículo 3º
Los patrones de beneficios, a más de la escolta efectiva de fusileros, ordenada por monta gral, armarán de lanzas a todos los trabajadores.
Artículo 4°
Los beneficiadores de yerba a vender al Estado, podrán acudir al Ministro de guerra por las armas, y municiones que necesiten para aumentar la guardia de los trabajadores.
Publíquese en todas las villas, y departamentos que poseen yerbales. Asunción Setiembre 16 de 1848.
Firmado
Carlos Antonio López
Archivo Nacional de Asunción,
Sección Historia Vol. 282, número 18
NOTAS DE AMADO BONPLAND SOBRE LA VENTAJA DE CULTIVAR LA PLANTA
QUE PRODUCE EL MATE, DE FORMAR MONTES DE ELLA
Y DE MEJORAR LA FABRICACIÓN DE LA YERBA MATE (1849)
En toda la extensión de la América, sólo en tres puntos diferentes se ha descubierto la planta que produce el mate, a saber en el Paraguay, en la Provincia de Corrientes y en el vasto Imperio del Brasil.
La geografía de la planta que produce el mate, es de tal manera exacta que, se puede con confianza indicar los parajes donde existe este útil vegetal.
Cuando los españoles conquistaron el Paraguay, habitado entonces muy particularmente por los indios Guaraníes, fueron invitados por éstos a tomar mate, y se habituaron tanto a esta bebida teiforme, que de ella hicieron un grande uso. Débase puede considerar el Paraguay como la cuna del mate, así como la China la es del té.
A ejemplo de los habitantes del Paraguay, los Correntinos y Brasileros se han dedicado sucesivamente a la fabricación de la yerba.
Digno es de observar que, desde cerca de tres siglos, el cultivo y beneficio del mate, no hayan avanzado un solo paso.
Los españoles y brasileros siguen ciegamente las prácticas de los indígenas del Paraguay; diré, y es que la calidad de la yerba que se fabrica hoy en el Paraguay es de una calidad inferior a la que se fabricaba antiguamente. Muy importante sería si los habitantes se dedicasen a no presentar en el comercio sino yerba bien beneficiada y de buen gusto; entonces se aumentaría considerablemente el uso del mate, que verdaderamente es una bebida tan útil como agradable.
Importa observar que los Jesuitas habían empezado en las Misiones a mejorar el cultivo del mate, pero que nada habían hecho para la mejora de su fabricación.
Los árboles de mate, sea que vivan aislados o en sociedad, se encuentran constantemente en medio de los montes y confundidos con una multitud de árboles, arbustos e izipó, que los privan de la acción benéfica del sol.
Resulta de esta situación que las hojas del mate, no pueden adquirir ese grado de madurez perfecta, que debe dar a la yerba el sabor que debe gozar.
Cuando los Jesuitas determinaron plantar un monte de mate en cada uno de los pueblos que componen las Misiones, situadas al Oriente y Occidente del Uruguay y al
Oriente y Occidente del Paraná, llenaron tres indicaciones importantes. La primera fue, la de obtener una yerba preferible por su calidad a la mejor que se puede fabricar en los montes vírgenes; la segunda fue la de simplificar su fabricación y de hacerla mucho menos dispendiosa; la tercera, en fin, fue la de asegurarse anualmente de una renta fija, que debía aumentar a proporción del número de pies o frondosidades de que se componía cada monte de mate.
En el estado actual todos están de acuerdo de que se puede después de tres años de vegetación cortar de nuevo los árboles. Esta opinión que es muy antigua en el Paraguay está conforme con el uso establecido para el corte regular de los montes; se debe, pues, considerarla como positiva. Resulta de este último hecho, que un propietario que tuviese, supongamos, 15.000 árboles, debería cada año cortar 5.000 y fabricaría así 5.000 arrobas de yerba. Este cálculo está establecido sobre la experiencia de los fabricantes, y conviene fijarse en él; sin embargo se podría asegurar que este producto sería más considerable si se llegase a formar montes de mate así como lo han hecho ya los Jesuitas.
Los habitantes del Paraguay, siguiendo el método antiguo de los indígenas, han fabricado y aún fabrican la mejor yerba. La que se fabrica en la Provincia de Corrientes es inferior a la del Paraguay, y en fin, la que se fabrica en el Brasil es la menos estimada de todas, y transportada a los mercados, es del más ínfimo valor.
La mala calidad de la yerba fabricada en el Brasil proviene de dos causas principales. 1°, del poco cuidado que tienen los fabricantes; 2°, de introducir en su fabricación muchas plantas muy diferentes del verdadero mate que los habitantes del Paraguay emplean exclusivamente.
Hoy el Brasil se encuentra en una posición de tal modo ventajosa, que podría fabricar yerbas de mate que serían preferidas a las del Paraguay. En este caso supuesto y
verosímil el Brasil aumentaría sensiblemente la renta de este ramo agrícola.
Antes de explicar los medios convenientes para llenar este punto útil, es menester convencerse de que todos los hombres que hasta hoy han entrado en los montes para fabricar yerba, han sido unos destructores culpables, y que por su manera de trabajar han destruido inmensos montes de mate y alejado las poblaciones de los puntos de su fabricación.
A fin de llenar el punto que siempre he deseado para el bien de los países que poseen monte de mate y que diariamente se alejan de los lugares cultivados a causa de la destrucción que hacen los fabricantes de la yerba, es necesaria la intervención del Gobierno, así como la de administradores ilustrados. Hasta hoy los montes han estado a disposición de los habitantes, y en un país tan libre como el Imperio del Brasil, sería tal vez inconveniente cambiar este orden de cosas. Sin embargo, debo observar que los fabricantes de mate jamás han hecho buenos negocios, que todos son pobres y que probablemente adquirirán más incomodidades si se dedicasen a otros trabajos agrícolas.
Pertenece, pues, al Gobierno mejorar el cultivo y la fabricación del mate, o bien a sociedades. Esta honrosa tarea es superior a las fuerzas de un solo individuo, aunque sin embargo, se puede asegurar el logro de productos desde el primer año.
Siempre he pensado que existen dos medios de formar montes de mate. El primero es plantar en un terreno desnudo y cercano a una habitación; el segundo es formar un monte de mate en el monte mismo, donde crece espontáneamente esta planta, destruyendo sucesivamente los demás vegetales, y plantando simétricamente el mismo árbol.
Hoy prefiero detenerme en este segundo medio, y ningún lugar me parece más propio que la nueva picada que va a establecer un paso libre entre la Ciudad de Río Pardo y los departamentos del Paso hondo y de Cruz Alta. Esta picada abierta entre el río Tacuarí y el río Pardo ofrece en el camino mismo un espacio cuando menos de ocho leguas, en cuyo paraje las plantas, las más comunes son los Pineiros, los Tarumá, el árbol que produce el mate y el Guaviraba de los Brasileros (Guavirá puitá de los Guaraníes) que sirve para aromatizar y mejorar la yerba del Paraguay. Todo me induce a creer que las costas de esta nueva picada, es decir, el espacio entre ella y el Río Pardo, y el espacio entre la picada y el Tacuarí deben contener una inmensa cantidad de árboles de mate y de guaviraba, plantas esencialmente útiles y que ofrecen grandes ventajas.
Convendría establecer en aquel lugar un establecimiento modelo en el que se ocuparían especialmente: 1° en formar montes de mate, los que en el acto serían dispuestos en cortes arreglados, a fin de obtener un producto desde el primer año; 2º, en establecer un nuevo sistema de cultivar la planta del mate, y sobre todo un nuevo método de podar los árboles porque el sistema que se ha seguido hasta hoy, es totalmente contrario a los principios de agricultura justamente establecidos; 3°, en emplear para la fabricación de la yerba procederes más prontos, más económicos, que sin duda ofrecerían tales productos que serían solicitados en los mercados.
Este trabajo, según lo tengo ya indicado, pertenece a un Gobierno o a una sociedad; y si este trabajo llegase a conseguir la corona del suceso, así lo creo, los motores y ejecutores adquirirían juntos títulos al reconocimiento público.
En el caso que se ponga en ejecución este proyecto, del que no he hecho más que un bosquejo, podré dar todos los detalles necesarios a su ejecución.
Mi parecer sería que se operase sobre cuatro leguas de terreno, dispuestas de esta manera. Tomar dos leguas de la parte de Rio Pardo y dos leguas de la del Río Tacuarí. Estas cuatro leguas serían pues, separadas por un camino. El establecimiento dispuesto así y ubicado en un paraje conveniente, simplificaría mucho la administración. En el caso que se formase una sociedad, las cuatro indicadas exigirían 16 acciones según los principios enunciados para la distribución de los terrenos de la nueva picada.
Tal vez sería muy útil reunir a esta arrienda modelo una administración que vigilase sobre la fabricación de las yerbas de toda la picada, e impidiese, sobre todo a los nuevos propietarios, destruir los montes de mate que se encontraran necesariamente sobre su nueva propiedad y en la vecindad, es decir entre la picada y el río Pardo de una parte y de la otra entre la picada y el río Tacuarí.
Según estas disposiciones los habitantes del Brasil conservarían el derecho que siempre han tenido de ir a trabajar en los monte de mate; y si el nuevo sistema establecido en la picada de San Martinho ofreciese los felices resultados que se deben esperar encontrarían en este nuevo establecimiento métodos útiles de cultivo y de fabricación.
Puerto Alegre, Octubre 28 de 1849.
Aime Bonpland
Citado en Juan Pujol,
Corrientes en la Organización Nacional Buenos Aires,
1911 -Tomo I, pag. 141-146.
FUGA DE LOS YERBALES (1858)
¡Viva la República del Paraguay!
Excmo. Señor
Gaspar Otazú, natural y vecino de esta Capital ante V.E. con el debido respeto digo: que con motivo de un beneficio de yerba que establecí este año en compañía de Julián Godoy en los minerales de Caaguazú, jurisdicción de Villarrica, conchavé, entre otros peones para dicha faena a tres individuos llamados Ancieto Oliambre, Juan Facundo Paredez, y Julián Dentella, adelantándoles, a cuenta de salario quince pesos dos reales al primero, veinte y cinco pesos al segundo, y diez y seis dichos al tercero, pero sucedió que antes de dar cumplimiento al compromiso, fugaron de aquel destino los tres individuos referidos, sin embargo de que los dos primeros ya habían sido capturados de otra fuga anterior, y entregados al capataz del pastoreo de dicho beneficio por orden del ciudadano juez de paz del citado partido de Caaguazú. Habiendo llegado a mi noticia que los expresados tres individuos se hallaban en esta Capital, pedí y obtuve, que el Señor Jefe de Policía los mandase arrestar en el cuartel a su cargo, donde se hallan actualmente, y acurro a V.E. suplicando, se digne ordenarles que me paguen sus deudas, en las que entiendo se hallan confesos, o que se les obligue a que cumplan el compromiso de ir a trabajar en el expresado beneficio.
Por tanto
A V.E. suplico que habiéndose por presentado, se sirva concederme la gracia que solicito: juro por Dios no proceder de malicia y demás necesario en Pro.
Exmo. Señor
Gaspar Otazú
Asunción, Julio 10 de 1858
Se comete al Juez de Paz 20 de la Catedral
López
Francisco Sánchez
Escribano de Gobierno y Hacienda
Archivo Nacional de Asunción, Sección Judicial Criminal Volumen 1976.
DECRETO DE LÓPEZ SOBRE PRECIO DE LA YERBA (1860)
El Presidente de la República
Considerando que la yerba mate ha quebrado de precio en el exterior con motivo de que los extranjeros que la han recibido a cambio de ganado y géneros, la venden a menos precio del valor en que la reciben, salvando sus ganancias al concepto de los precios exagerados de sus géneros y ganados, a punto que uno de ellos llegó a escribir a su corresponsal de Corrientes, que no se debe pagar más de veinte reales por arroba de yerba, y que el gobierno está obligado a aceptar este precio por la necesidad de comprar ganados para consumo del Ejército.
Considerando también que siendo muchos los apatentados para el laborío de la yerba con la calidad de venderla al Estado, se ha deteriorado en los almacenes del Estado una crecida cantidad de esta especie a causa de la baja que ha sufrido en el exterior.
Acuerda y decreta
Artículo 1º
La Colecturía general recibirá en las Villas del Rosario, San Pedro y Concepción, en los almacenes del Estado, a diez reales la arroba de yerba de buena calidad y condición.
Artículo 2°
Se pagará a once reales por cada arroba de yerba que se traiga por tierra a esta Capital.
Artículo 3º
Se abonará a dos pesos en el puerto de esta ciudad por arroba de yerba, que se reciba en los puertos de las Villas de costa arriba a los beneficiadores de los yerbales más distantes, hasta que se cumpla el término de sus patentes.
Artículo 4°
Se cumplirá este decreto desde su notificación a los Comandantes de las predichas Villas, y a los Jefes urbanos de los partidos que poseen yerbales.
Artículo 5°
Quedan sin efecto las disposiciones contrarias a este decreto.
Artículo 6°
Pase al colector general para los fines consiguientes.
Asunción Abril 28 de 1860.
Carlos Antonio López
Francisco Sánchez
Escribano de Gobierno
Archivo Nacional de Asunción, Sección Historia Vol. 329, núm. 4
DECRETO DE LOPEZ SOBRE PRECIO DE LA YERBA (1862)
El Presidente de la República
Teniendo presente 1º que para evitar el demérito que han causado a la venta de la yerba del Estado en el exterior, las concesiones hechas a los beneficiadores de un tercio del producto de su laborío para extraerla, y que para no perjudicarse en la revocación de esta contención, se les ha permitido venderla en el interior.
2°- Que habiendo llegado a noticia del Gobierno que la yerba llamada regulares se vendía a la Colecturía general a diez reales, lo mismo que la yerba superior, se mandó pagar ésta a doce reales, dejando en los diez reales la regular.
3°- Que la yerba regular vendida al Estado, se ha descubierto en los reconocimientos, que si no es fuerte, no tarda en picarse en los almacenes.
4°- Que se han inutilizado muchos yerbales de las cercanías de las Villas repitiéndose cortes tiernos, a pesar de todas las providencias que se han expedido para evitar este abuso perjudicial.
Acuerda y decreta
Artículo 1º
Se conserva el precio establecido en doce reales por arroba de yerba de superior calidad.
Articulo 2º
Se abonarán como hasta aquí trece reales por cada arroba de yerba superior que conduzcan por tierra a entregar en los almacenes de esta Ciudad los beneficiadores de la Villa De San Ysidro, y de los partidos que poseen yerbales.
Artículo 3°
La yerba regular que se reciba en buen estado se abonará a diez reales como hasta aquí, y si en estado de pasar a fuerte, o picada, se abonará a ocho reales arroba.
Artículo 4°
La yerba picada se abonará a cuatro reales arroba, desde que se reciba en estado de uso pronto.
Artículo 5°
Se abonarán trece reales por arroba de yerba superior, a los beneficiadores al pie de las cordilleras, a entregarse en las Villas de las respectivas jurisdicciones.
Artículo 6°
Se abonarán quince reales por arroba de yerba superior trabajada en los cerros, y entregada en las Villas.
Artículo 7°
Si hubiere patente de término pendiente con reserva del tercio para el exterior, se entenderá exceptuada del presente Decreto.
Circúlese y comuníquese a quienes corresponde, encargándose al Ministro de Hacienda- Asunción Junio 7 de 1862- Carlos Antonio López- Mariano González- Agustín Trigo Escribano de Gobierno y Hacienda.
Archivo Nacional de Asunción Sección Historia Vol. 331 Núm. 1.
LA TÉCNICA MODERNA DE LA YERBA (1864)
¡Viva la República del Paraguay!
Cumpliendo con el grato de la ver la orden del Señor Coronel Comandante de la Villa de Concepción a que informe sobre el conchavo de peones yerberos, el modo de trabajar la yerba mate modernamente, asimismo se trabajaban antiguamente, debo informar que los peones yerberos son conchavados con resguardo de sus respectivos Jefes de Compañía hasta cumplir sus deudas y en cumplido ésta con el recibo competente le pregunta antes su Sargento de Compañía. En todo el tiempo que están trabajando dichos peones sus patrones franquear lo que necesitan con conocimiento de sus Jefes respectivos a sus familias.
La yerba se trabaja modernamente cortando con machete ramas pequeñas y aun con hachas los simientos y desgajado y medio seco en las fogatas se conducen en los barbaguaces para secarse a fuego vivo, esta operación se hace por dos días seguidos, para considerar que la yerba está cocida en dos fuegos.
Después de todo lo dicho se saca la fojita y se limpia con mucha prolijidad el sitio por donde será pisada la yerba, volteando así seco sobre el limpio sitio se sigue la molienda con palos hasta que se halle en la perfección de molidura la referida hoja seca, y así se guardan en los bercheles, hasta el tiempo de su ataquio.
Los antiguos trabajaban asimismo mucho secaban el mismo día la yerba cortada más nunca estaban los troncos aún hacían después de prepasada y secada la yerba como los modernos hacían su molida en tipas largas que le llamaban gúaizú, y en los demás como los modernos.
Es cuanto debo informar sobre el particular a V.S. en cumplimiento de mi deber.
Dios guarde a V.S. muchos años
Villa de Concepción
Febrero 5 de 1864
Ezequiel Núñez
Archivo Nacional de Asunción Sección Nueva Encuadernación Volumen 3064
LA VIDA DEL YERBATERO (1869)
Es demasiado conocida, la manera de elaborar la yerba para que nos detengamos a explicarla; pero muy pocas podrán imaginarse los sufrimientos de aquellos hombres que exponen su vida en el recinto de la selva, y la agostan con el rudo trabajo, para ganar una cantidad, que cualquiera de nuestros dandys gastaría duplicada en una noche alegre.
El yerbatero no es el montaraz. Este último ama la selva y desdeñando sus peligros impulsado por la sed de aventuras que lo devora, se siente más feliz a medida que se aleja de las moradas de los hombres.
El yerbatero por el contrario es un industrial pacífico y laborioso que acepta aquella vida terrible, llevado por la necesidad.
Aquel canta reclinado en el tronco de un cedro o escucha el ahullido salvaje de las fieras, cuando en lóbrega noche la masa entera del bosque se comprime y se dilata gimiendo bajo el ímpetu de las borrascas.
Este por el contrario, albergado entre el follaje, recuerda en aquellas horas, una pobre familia que ansiosa aguarda su regreso.
Francisco Rave, El territorio de Misiones, Buenos Aires, 1869, pág. 14
LOS YERBALES PARAGUAYOS (1894)
Las empresas que explotan actualmente este producto en el Paraguay son las de Tomás Larangeira; "Industrial Paraguaya", o Pacífico de Vargas, Molinas y Fernández, Mendez Goncalvez, y otras secundarias; siendo las dos primeras, las más poderosas.
La de Larangeira tiene sus yerbales en territorio brasilero sobre las sierras del Amambay, y también explota allí algunos la sociedad mencionada, por arrendamiento. Estas yerbas pagan su derecho de exportación al Paraguay, y pasan en el exterior por yerba del país.
En la conducción y elaboración de este artículo emplean las dos empresas referidas de mil a mil quinientos individuos, en el solo Departamento de Concepción. Todas estas gentes reciben considerables sumas adelantadas por sus trabajos - sumas que varían según la clase de ocupación, laboriosidad, o confianza que inspire cada individuo, o según el comportamiento que haya observado en faenas anteriores.
Esas sumas fluctúan entre cien y ochocientos pesos de moneda nacional, y el que las recibe, no puede abandonar el trabajo sin haber satisfecho: su importe, y si no logra efectuarlo en una temporada debe hacerlo en la siguiente. Pero así también cuando logran con alguna anticipación desligarse de su compromiso, no hay poder humano que les haga permanecer un solo día más en el yerbal; así se les ofrecieran los más pingües salarios; nada hay que les detenga en su impaciencia por volver a sus queridos pagos, a sus amados valles, o a la villa. Todo esto representa para ellos la suprema ventura, la mayor felicidad apetecida: allá se encuentra su amor, su alegría, la libertad, el reposo, y todos los goces anhelados en sus sencillas y modestas aspiraciones. Van, pues, reciben nuevos anticipos que de nuevo les esclavizan por largo tiempo, y cuyo importe generalmente malgastan con todo aturdimiento al juego, en bailes que improvisan todos los días, en licores, o en prodigalidades con las mujeres de vida más o menos alegre. ¡Qué les importa lo que vendrá después!.
Esto dura algunas semanas, o dos o tres meses; días de algara, principalmente entre el elemento mujeril; esto es durante la época en que viajan las peonadas. Esa es también la época en que escasea el servicio doméstico; es cuando las mujeres abandonan sus conchavos y se ponen de una soberbia e insolencia insoportables con sus patrones, ávidas de entregarse a las orgías y francachelas más repugnantes y escandalosas. Y hay que ver con qué profusión circula entonces la cerveza extranjera de las mejores marcas, bebida que sólo reemplazan por la caña de sustancia u otros licores del país cuando ya los recursos empiezan a disminuir. Pero para apreciar mejor la locura de estas gentes en su modo de tirar el dinero, sería menester formarse una idea de la vida miserable, de las fatigas y privaciones sin cuento a que los tiene expuestos el vivir a la intemperie, sufriendo los ardores de un sol abrasador, copiosas lluvias demasiado frecuentes en los yerbales, y el terrible y mortificante asedio de la más inmunda sabandija, de los más repugnantes y molestos insectos. No es extraño de esta manera que la gran mayoría de ellos, no posean un mal caballo con qué trasladarse al punto de sus trabajos o volver a éstos, viéndose por lo tanto obligados a recorrer a pie larguísimas distancias; cincuenta, sesenta o setenta leguas y a veces más, con su maleta al hombro, durmiendo en el camino a campo abierto, o en el monte, donde los toma de noche; caminando otras veces durante ésta; sin más abrigo a menudo que un triste ponchillo,
o un mal retazo de bayeta, y provistos, en cuanto a víveres, de algunos chipás o tortas hechas de almidón de mandioca, queso, huevos, y leche, de algunas mezquinas tiras de cecina o carne seca, y de una abundante provisión de yerba-mate para el tereré, brebaje que consiste en tomarlo con agua fría y que es sumamente refrescante; hacen de éste un verdadero abuso a pesar de las malas consecuencias que suele traer para su salud, predisponiéndoles no poco a contraer el chucho, u otras fiebres malignas. Cada uno de ellos lleva a la cintura una guampa y bombilla, dentro de aquella la necesaria porción de yerba y en cada arroyo o manantial que pasa ha de detenerse a llenarla de agua y a sorber hasta no poder más.
Estos viajes, rara vez los efectúan solos. Hácenlos generalmente grupos más o menos numerosos y en extremo pintorescos algunos, por la diversidad de trajes, tipos y equipajes de los individuos que los componen; caminan unos detrás de otros en fila india, con paso indolente y perezoso, haciendo pequeñas jornadas, si van a cumplir lo que podría llamarse su condena; pero con un ardor que apenas igualaría el trote de un caballo y marchando día y noche, sin detenerse apenas, si por el contrario vienen de cumplir aquella. En estos casos, recorren aquellas largas distancias a razón de quince, diez y ocho y hasta veinte leguas diarias lo que, en caminos tan pesados, arenosos la mayor parte, y bajo el sol de tales latitudes puede parecer inverosímil, siendo seguramente exacto. Esto asombra aún más a quien lo ve, pues cualquiera estaría lejos de suponer tal resistencia en individuos que vuelven enfermizos, pálidos y anémicos; muchos de ellos, raquíticos. Verdad es que al llegar a su destino, no son pocos los que tienen que guardar cama por una semana o más, sin poder moverse, esperando se les deshinchen los pies y aún las piernas. Hasta los más sanos regresan cubiertos de horribles úlceras y llagas, originadas por las picaduras de tanto insecto; enflaquecidos y desfigurados; vuelven todos, sucios y harapientos, en un estado tristísimo.
Cuando se da principio a las faenas, los primeros peones que llegan, a donde debe "poblarse un rancho", tienen la obligación de construir los depósitos, acarrear y cortar las maderas necesarias, la paja, etc., todo lo cual se lleva a cabo con la mayor presteza, quedando listos los percheles, o almacenes antes de cuarenta y ocho horas. Terminados éstos, y la cocina, que se hace a conveniente distancia de aquéllos por temor a incendios, se procede pues, a levantar el barbucuá que es donde se tuesta la yerba, e igualmente retirado de las demás construcciones, por idéntica precaución. Consiste el barbacúa en un armazón de madera de forma abovedada, formado por varas verdes entrelazadas, dependiente de cuatro horcones principales que constituyen su solidez; su altura varía de tres a cuatro metros, o poco más, lo suficiente para que sólo alcance el calor del fuego que se hace debajo y no lleguen las llamas a comunicar con la yerba que en pequeños atados de hojas con su gajos tiernos se arrojan encima y que uno o dos peones a quienes se da el nombre de urú, situados en un puentecillo a igual altura, remueven continuamente con una larga orquilla de madera. La carga de hojas en cada una de esas operaciones, llega a ochenta o cien arrobas.
El piso de barbacuá es de tierra o barro seco bien apisonado y en medio de él se hace el fuego, que, concluida la torrefacción, se quita; se barre luego y desparrama en su lugar la hoja tostada y se procede a su molienda, o simplemente a desmenuzarla o convertirla en mboro-biré. Para ello, los peones se proveen de unos pesados trozos de madera terminados en forma de angostas palas, y situándose alrededor del montón de hojas, baten sobre ellas a compás con un movimiento especial tendente a neutralizar en parte el peso de las palas, describiendo con ellas un círculo por sobre sus cabezas para dejarlas caer todas a un tiempo.
Esta operación, y la de tostar la hoja, practicadas de noche, y en medio del bosque, ofrece un espectáculo de los más singulares; produce un efecto fantástico, sobre todo durante la última, en que las llamas de la inmensa hoguera despiden una claridad intensa que contrasta de una manera extraña con la lobreguez de la selva.
La molienda también se efectúa con maquinarias adecuadas construidas en los yerbales mismos, con maderas muy duras y movidas con fuerza animal. Esto no obstante, en Corrientes, en el Rosario de Santa-Fe y otros puntos, existen molinos de yerba, mejor montados. Estos no hacen más que acabar de moler el mboro-biré que es como se ha dicho, la hoja ligeramente desmenuzada, exportada en esa forma por pagar menos derechos.
Los que cortan la yerba, los mineros, según son llamados entre las gentes del gremio, no son, de los que se emplean en estas faenas, los que lo pasan mejor. Señalándoles los capataces de Caatí (1) la parte en que han de trabajar, mediantes piques o pequeñas galerías abiertas de antemano con ese objeto, y que sirve además, de límite a cada uno de los trabajadores facilitando de este modo un trabajo ordenado.
Los expresados piques sirven a la vez para la circulación y transporte de la hoja, convergiendo a otros principales a donde llegan los carros si la naturaleza del terreno lo permite; si algún cerro, zanja o arroyo no lo impide, o en fin, si no es pantanoso como sucede con bastante frecuencia.
Cada minero al ir a tomar posesión del retazo que le ha sido señalado, va provisto de un hacha, un machete, y un raido; hace sus fogones en que echa con preferencia madera verde para que no produzca llama muy intensa.
Estos fogones, que va mudando de sitio cuando ya no tiene cerca la yerba necesaria para cortar, sirven para chamuscar (sapecar) lijeramente las hojas que al mismo tiempo va desgajando con un movimiento rápido y hábil, conservando sólo los gajitos tiernos y echándolas, luego, en el raido, especie de red hecha con tiras de cuero crudo que, una vez repleta, carga el peón al hombro y trasporta hasta el rancho, que a veces dista más de una legua, o al punto donde hayan podido penetrar las carretas.
Suelen cargar de esa manera, de diez a quince arrobas. Cuando las distancias son largas, hay en el trayecto de trecho en trecho unos postes bajos que sirven para hacer descansar al que lleva esta carga sin obligarle a bajarla al suelo del todo.
La operación preliminar a que se acaba de hacer referencia de chamuscar la hoja, es a fin de evitar que se marchite, se ennegrezca, y pierda su consistencia fuerza y peso. Existen muchas otras precauciones que exige la buena elaboración de este producto, entre otras, la de no cortar la planta mientras está cargada de rocío, pues perdería igualmente todas sus propiedades.
Durante sus tareas, los mineros, hallándose con frecuencia aislados de sus compañeros, muy distantes los unos de los otros como para animarse mutuamente, se desgañitan gritando de la manera más particular, imitando en sus voces el canto de alguna ave, el grito o bramido de las fieras, o animales silvestres, o bien el silbido de las serpientes, en lo que son muy hábiles y tienen especial placer. Otras veces, a muchos centenares de metros, con esa voz estridente que les ha dado indudablemente, el habito de ejercitarla, se divierten en dirigirse entre sonoras carcajadas, las más groseras bromas y dicharachos; y todo ese bullicio, bien puede suponerse, es muy adecuado para ahuyentar cuanto bicho viviente, reptil o volátil, puebla los ámbitos del yerbal. Por ello se explica también la escasez de caza en la región más frecuentada de ellos.
Esta costumbre de gritar continuamente o por cualquier pretexto, también la tenían los nuestros, mientras abrían las picadas y a ello se debe quizá que no fueran tan frecuentes nuestros encuentros con las serpientes a pesar de ser tan abundantes en esos lugares.
La producción de los yerbales va disminuyendo considerablemente de año en año, y muchos de ellos, se hallan ya casi totalmente destruidos. Esto se debe, con especialidad, a que entre un corte y otro, rara vez se deja trascurrir el tiempo necesario para que la planta se fortalezca, pues en vez de dejar trascurrir cuatro años o más, apenas si se dejan pasar dos o tres; resultando de ahí que la planta se seca fácilmente, aunque también contribuyen algo otras causas motivadas por descuido, ignorancia, o indolencia.
Existe una ley que reglamenta su explotación, e inspectores encargados de velar por su cumplimiento; pero éstos de todo se ocupan menos de cumplir con su deber, y hasta son los primeros en infrinjirla. No pasarán, pues, muchos años sin que esta fuente de riqueza del Paraguay, aminore considerablemente o llegue a agotarse casi por completo; hoy mismo, puede decirse que la mejor y mayor parte de la yerba viene de Matto Grosso, de sobre las sierras del Amambay, pasando como se ha dicho, para su exportación por las aduanas de este país.
La buena calidad de este artículo, depende de que provenga o no de arboleda virgen; esta es la mejor; la que tiene todas las cualidades apetecibles; pero también influye mucho la manera como haya sido tostada, o preservada de la humedad, de la que fácilmente se resiente.
No está su elaboración exenta de fraudes, porque industriales poco escrupulosos, a quienes nada importa la salud del prójimo con tal de que prosperen sus bolsillos, hacen pasar por yerba mate un producto inmundo, nocivo y desagradable, compuesto con las hojas del laurel, canelón mborebicaá y yerba de anta y muchas otras que se prestan al engaño, mezclándose con una mínima parte del verdadero ilex paraguayensis.
Adolfo de Bourgoing. Viajes en el Paraguay y Misiones Paraná, 1894. Pág. 233-241
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