CARTAS CIUDADANAS DESDE EL PARAGUAY
(MAYO al 13 JUNIO 2008)
Por CHESTER SWANN
Reflexiones trasnochadas
de un pertinaz buscador
de pelos en la leche
y moscas en la sopa
en estos tiempos de TRANSICIÓN
“a la paraguaya”.
DE COLORES PRIMARIOS… E INSTINTOS PROTOPRIMARIOS.
Luque, mayo 4 de 2008
Los dos partidos auto denominados “tradicionales”, fundados tras la hecatombe de 1870, respondieron siempre a sus orígenes oscuros. El uno, de divisa punzó, a los intereses del Brasil entonces imperial como parte de la “deuda de guerra”. El otro, el del azul metilenizado, a los intereses rioplatenses y mitristas. Ambos fueron acérrimos adversarios entre sí, aunque no siempre en beneficio de la patria, sino de sus santos patro-nos masónicos de extramuros y sus patrones esclavistas de intramuros.
Ambos dejaron huellas de sangre, luto, desolación y traiciones durante casi una centuria, turnándose asimétricamente en su política exterior pendular y en su política interna de la intolerancia salvaje. Ambos cargan sobre sí un tendal de deudas de lesa patria y crímenes no asumidos que avergonzarían al propio Gengis Khan.
Ambos utilizaron desde sus espurios orígenes, trapos de colores primarios, para un pueblo analfabeto y aliterado, destinados a identificarlos en sus rencillas y batallas intestinas. Ambos han hecho mucho daño a este paciente y estoico pueblo y es el momento catártico justo, de que justifiquen su existencia, aunque no puedan redimirse del todo.
Mas llegó la hora de la reflexión y la autocrítica, en estos días de júbilo y liberación, en que este pueblo ha demostrado a ambos que no es esclavo de perimidos colores primarios ni falsos caudillos de opereta disfrazados con banderas.
Ambos deben sincerarse, refundarse sobre nuevas bases éticas republicanas y crear nuevos símbolos que reemplacen esos nefastos colores en que se han embozado sus mesnadas y hordas por tantos años.
Colorados y liberales deberían ser Republicanos y Democráticos, enterrando para siempre esas atroces denominaciones colorinches cargadas de ignominia. Muchos se han de rasgar las túnicas ante esta mesurada proposición. Al menos los uncidos al yugo de la “tradición”, que finalmente no es sino una sucesión de vicios sociales no extirpados a tiempo. Otros, los más conscientes, quizá duden, pero acabarán por razonar la viabilidad de esta propuesta.
Ambos deberán desterrar sus viejos vicios y deshacerse de sus hombres-escombro —que los tienen en demasía—, y apostar a propuestas y planes estratégicos de desarrollo social a llevar a cabo —en comunión y continuidad sin importar a cuál le toque gobernar en el futuro—, que este sufrido país lo merece.
El desafío está lanzado.
¿QUIÉNES NECESITAN “SEGURIDAD”?
Luque, mayo 14 de 2008
El actual presidente, a pocos días de su despedida y de cuyo nombre prefiero no acordarme, pidió encarecidamente al recientemente electo no retirar la guardia policíaco-militar a los ex presidentes, establecida, creo, por un decreto de Rodríguez, el último presidente militar que hemos tenido. Y, dicen que Lugo aceptó la sugerencia.
Acerca de esto, aventuraré algunas reflexiones brotadas del fondo de nuestra cotidianeidad; del día a día sin pan nuestro que disfrutamos (sin ironías, por favor) los paraguayos de a pie, como herencia nefasta de la Segunda Reconstrucción.
El ostentoso y amedrentador aparato militar creado por la tiranía para su guardia pretoriana, debió ser disuelta hace mucho y sus efectivos enviados a la frontera. A nuestras desguarnecidas fronteras que tenemos al noreste del país, donde traficantes de armas y otros artículos de primera necedad medran a su antojo, ante la ausencia de instituciones disuasivas en la región.
Hasta los federales y el GOF actúan impunemente en nuestro territorio, incluso asesinando a supuestos malvivientes, ante la lenidad e irresponsabilidad de nuestras au-toridades. Asunción, sin embargo, está sembrada de retenes militares vestidos y equipados como para buscar una guerra a la vuelta de la esquina, mientras recrudece el crimen y la angustia provocada por la inseguridad, que sí es nuestra y de cada día.
Si tuviéramos una policía inteligente, honesta y patriota, no precisaríamos de gorilas onerosos para apuntar contra el pueblo; cuidando a quienes bien podrían pagar de su peculio una guardia privada, y nosotros —los civilachos, partikuné, como nos llaman despectivamente los uniformados a intramuros—, podríamos respirar en paz al sentirnos protegidos por quienes están designados constitucionalmente para ello. Toda vez que cumplan con su misión, claro.
Si yo estuviese en el lugar de Fernando Lugo, me atrevería a prescindir de esos Rambos de utilería, enviándolos a la frontera; bastándome el histórico Akãkaraja para rendir honores oficiales, como los Granaderos argentinos, y unos cuantos agentes de civil para cuidar de la seguridad del palacio de López. ** No necesitamos, en esta transición a la democracia, mantener esa costosa guardia pretoriana llamada Regimiento Guardia Presidencial.
Al apostar por Fernando Lugo, solicitamos un gobierno abierto, honesto, patriota y austero, que reinvirtiera los gastos suntuarios del estado, en lo más perentorio y prioritario: Salud, Educación, trabajo productivo y Agua potable. No pensábamos en un continuador de una nefasta tradición heredada del único legado de Stroessner: la “guardia presidencial”, y mucho menos para los ex presidentes, que con lo que sisaron del erario público bien podrían pagar a Wackenhut o cualquier otra, especializada en guardar a quienes tienen colas de paja, que por el tiempo que están en el candelero deben ser muchos.
En cuanto a nosotros, los civiles, ¿que nos parta un rayo? ¡Basta de despilfarros en esta nueva era civilizada!
ALGUNAS SUGERENCIAS PARA LA TRANSICIÓN.
Luque, mayo 28 de 2008
Si bien es cierto que una gran parte del plan de gobierno de Fernando Lugo ha surgido de los “Ñemonguetaguazu” llevados a cabo en todos los rincones del país y de los trabajos de sus equipos de Educación, Energía, Salud, Vivienda, Soberanía Alimentaria, Economía y otros aspectos de la problemática social, hay algunos puntos aún pendientes de resolución y mucho dependerán de la voluntad política de la administración entrante.
En primer lugar, el muy conflictivo tema de la Reforma Agraria, que sugiero, se lleve a cabo con tierras malhabidas por generales y otros jerarcas de la tiranía stronista, generosamente “regaladas” por el nunca bien ponderado Papacito Frutos. Casi todos los militares de aquella nefasta era, iniciaron sus carreras como subtenientes y la culminaron como terratenientes, una jerarquía extraordinaria para premiar a los más pícaros, crueles y corruptos de su entorno. Y estas tierras, una vez localizadas en el catastro, deben ser recuperadas sin indemnización alguna, ya que sus espurios tenedores han hecho fortunas a costa de las mismas en estos años de infamia.
Otra propuesta es que los beneficiarios las reciban colectivamente para evitar que algunos vendan sus derecheras y sean organizados al estilo menonita o kibbutz, en cooperativas de producción y consumo. De esta manera la tierra indivisa deberá ser trabajada con bajo impacto ambiental y alta productividad, con asesoramiento de técnicos calificados y ayuda para infraestructura.
No confundir esto con una suerte de koljosismo soviético, como muchos desinformados temen. La figura de la “propiedad social” está en nuestra ley, y a ella me remito.
Hay que reconocer que muchos viejos campesinos han sido desplazados en los años sesenta de sus chacras por militares, como el coronel Teófilo Bento de Paraguarí (Yo viví en persona esos casos), el entonces mayor Otello Carpinelli y otros canallas que, al no tener registradas las tierras los campesinos, los despojaban de ellas a la fuerza. Recuérdese a Doroteo Grandel, asesinado por Carpinelli.
El nuevo gobierno debe rastrillar, desde 1956, todos los registros públicos y las sucesivas transferencias de esas tierras para luego rescatarlas y redistribuirlas. También se debe hacer un plan para reeducar a los campesinos en nuevas técnicas de producción de bajo impacto ambiental, de tal manera que se cuide la tierra, rehabilitándola para devolverle su feracidad fecunda.
También debería prohibirse por ley la quema de campos y bosques y fomentar con incentivos la reforestación. Esto devolverá la normalidad a los ciclos de lluvias, que últimamente se han alterado en demasía. Muchos países han apostado a la alta productividad agrícola, pero el precio pagado es alto, al degradar el valioso mantillo de humus por un puñado de dólares en declive.
Creo sinceramente que una parte de las tareas organizativas deben manejarla los creativos, no sólo los tecnócratas. Éstos se limitan a aplicar fórmulas aprendidas o simplemente a hacer experimentos de ingeniería social copiados de extramuros.
Los creativos, en cambio, buscan soluciones nuevas e inéditas, adecuadas a su entorno, y, además, son capaces de extrapolar dentro de un problema, porque no están sujetos a ideas preconcebidas ni se habitúan a recorrer caminos trillados.
El primer y urgente problema social a resolver es la redistribución de la tierra para hacerla producir racionalmente. Luego lograr el incremento de impuestos inmobiliarios a latifundistas y, finalmente, lograr una reeducación alimentaria de la población a fin de tener un pueblo más sano, creativo, educado, respetuoso e inteligente, consumiendo productos nacionales, orgánicos y de buena calidad, desechando las importaciones alimentarias (de dudosa calidad) de nuestro perverso vecino del noreste.
El resto nos será dado por añadiduras.
¿QUIÉNES SON LOS “INVASORES”?
Luque, junio 1 de 2008
Mucha tinta se está derramando últimamente con el tema de las “invasiones a la Propiedad Privada”, y ello es muy natural. A la propiedad privada hay que defenderla, como sea, con todas las armas de la ley… y de la trampa que contiene toda ley que se precie de tal. Pero como me gusta buscar pelos en la leche y moscas en la sopa, además de escupir en uno que otro asado ajeno y en la sopa del Rey, me permito plantear algunos interrogantes que me ratonean en el cacumen desde los años sesenta; si mal no recuerdo, desde la era en que éramos felices y no lo sabíamos.
En primer lugar, hace más de cinco centurias que hemos sido invadidos por unos señores que bajaron, envueltos en latas, de extraños bergantines. Al principio fueron acogidos los forasteros con hospitalidad por nuestros ingenuos antepasados, que no dudaron en compartir alimentos y hasta sus mujeres con los recién llegados, sin contrato previo de locación. Hasta que éstos desenfundaron sables y arcabuces para quedarse con todo: tierras, hombres, mujeres y frutos del país. Muchos muertos lo testimonian, pese a que la historia la escribieron los mismos que insisten en habernos civilizado, cristianizado, y ahora nos niegan la visa para ingresar a su país.
Posteriormente, el forzado connubio en absurdos serrallos del subdesarrollo, produjo un gentilicio híbrido y bastardo llamado “criollo” o “mancebo de la tierra”… o, peyorativamente: “mestizo”. Una suerte de parachoques cultural indeciso y dubitativo que duró hasta 1811, más o menos. Pero la tierra, seguía siendo ajena y cada vez más lejana del pobre, salvo para su democrática sepultura. Tras la gesta libertadora, un hombre, honesto, austero, sabio… pero intolerante al disenso, nacionalizó toda la tierra del naciente país, aunque permitió las ocupaciones a condición de que se la trabajara a conciencia con la sola obligación de abonar un modesto emolumento en aparcería al estado.
Nacieron las “estancias de la Patria” que daban de comer y vestir al incipiente ejército nacional, que era —pese a su exigüidad numérica— un celoso defensor de nuestra soberanía. No hacía falta invadir tierras que eran de todos y de nadie, como el aire, como el agua y las flores del campo. Nadie pasaba hambre y las necesidades estaban cubiertas por un estado autoritario y paternalista, pero honesto y austero, además de organizado. Claro, entonces la palabra era el documento más preciado.
Luego, tras el primer intento de autogestión tecnológica de los López, nuestro modelo autárquico incomodó a los vecinos y a su patrón: el imperio británico. Ésta vez la invasión llegó de nuevo, bajo tres aspectos: el económico, el militar y el cultural. No contentos con arrasar y pasar a saco a un país civilizado pero incomprendido y, encima incómodamente mediterráneo, la infame tríplice nos impuso la prohibición de nuestra lengua materna y mantiene su nefando tutelaje hasta los días de hoy, cipayos y traidores mediante.
La invasión prosigue, con prisa y sin pausa, despojándonos de bosques y campos con todo y fauna, contaminando nuestras aguas y envenenando a poblaciones nativas con abortos de la química Monsanto y dioxina; bastardizando nuestra cultura con sus voces extrañas impregnadas de cachaça y risotadas altivas; robándonos nuestra riqueza energética y, encima, burlándose de nuestra ingenuidad provinciana que los acogiera como a los peninsulares.
Nuestros depauperados hombres de la tierra —que de suyo han sido desarraigados durante la tiranía, por militares prepotentes, funcionarios corruptos, jueces venales, acopiadores, persecuciones políticas, deudas y puebleros tramposos—, ahora resolvieron dejar de dar la otra mejilla y tomar en sus manos lo que la injusticia les ha negado por tanto tiempo. Ahora resolvieron motu proprio dejar de dar la otra mejilla al sistema que los acorrala en la miseria; que para la ley, diseñada y legislada por los propios invasores, se santifica al capital por encima del ser humano, cada vez más desvalorizado como dólar del subdesarrollo.
¿Podría usted, estimado lector, animarse a señalar con el dedo a los verdaderos in-vasores? ¿Qué no? Entonces quizá sea, usted, uno de ellos… y aún no lo sabe.
DE LIBERALES Y DE-LIBERADOS.
Luque, junio 5 de 2008
En esta coyuntura, extraña si las hubo, como monje cisterciense en un burdel, el pueblo aceptó (y eligió a contrapelo) una alianza que parece un pacto contra natura: el matrimonio concubinario y de conveniencias —casi un braguetazo afortunado— del P.L.R.A. teñido de azul prusiano y las variopintas izquierdas del espectro cromático, desde el rojo radical marxista-leninista, al rosado centrisquierdizmo filizzoliano, contemporizador y acomodaticio, capaz de pactar con dios y el otro si se frunce la ocasión. Que si a ésta no la pintan calva, le ponen peluquín.
Por una parte, es alentador que todo este abanico cromático se haya unido en torno a un proyecto político progresista de cambios, antes que a una bandera del color de hemorragia mal curada; es decir, lo mismo de siempre. Es altamente auspicioso que las fuerzas populares, quizá movidas por la bronca y el hartazgo, se hayan agrupado en torno a la figura de un hombre ajeno a todo lo que siempre fue la política criolla: declamaciones huecas, insultos fanfarrones, matonismo callejero, fanfarrias triunfalistas y prepotente lenguaje de taberna, incluidos tragos largos a la carta.
Realmente pude constatar que finalmente, y escarbando un poco en la historia de los partidos llamados “liberales”, las diferencias entre éstos y las izquierdas descafeinadas e intelectuales de nuestro heterogéneo parnaso, no son tan abismales como pareciera al principio.
El liberalismo ilustrado, antimonárquico, burgués y anticlerical, surgió en la turbulenta Europa del Kultürkampf del siglo XVIII, cuando ya el feudalismo se llamaba a cuarteles de invierno y la burguesía snob (sinæ nóbilis) reclamaba sus fueros a las decadentes monarquías. Especialmente en la Francia de los Capetos. Es decir, como un partido de izquierdas. Claro que, con el tiempo y una vez consolidado en el poder, guillotina mediante, el liberalismo comenzó a coquetear como quien no quiere la cosa, hacia la derecha de Dios patrón que no padre, aunque quizá no en busca de alguna salvación ultrasepulcral y metafísica, sino de sus fueros bancarios terrenales. Es que también el ateísmo masónico francés estaba de moda, gracias a dios, y a su contraparte que prefiero no nombrar.
Hoy por hoy, muchos liberales ultras ignoran los orígenes izquierdosos y progres del liberalismo radical y piensan que éste siempre ha sido el ariete del capitalismo salvaje y “reformista” (no existe otro, que yo sepa). Pero nada más erróneo. Las divisas de “Liberté, Egalité, Fraternité” y Les Droits de l’Homme, no fueron fruto de las derechas ni mucho menos. Recién años más tarde, el liberalismo comienza a ramificarse, gracias a muchos teóricos y filósofos, como Heidegger, Hegel, Marx, Engels, Bakunín, Kropotkin y otros, algunos de ellos conspiradores profesionales, y quisiéramos creer que bienintencionados.
Al contemplar la miseria a que se sometía a los asalariados del boom manchesteriano de la Revolución Industrial británica (ajeno al liberalismo, por otra parte), muchos liberales de verdad hicieron reclamos reivindicativos de mejoras salariales y reducciones horarias, con dispar resultado. Algunos utópicos como Robert Owen, anarquista cristiano, propuso la tesis de la revolución cooperativa. Otros optarían por la revolu-ción armada o por las huelgas, como la de Chicago o Ludlow —donde fuero ametrallados ciento de operarios a instancias de John D. Rockefeller—, y las luchas sindicales de los wooblies de la confederación mundial de trabajadores (WWO en inglés), ferozmente combatidas hasta con linchamientos y prisión a sus miembros, irónicamente en los “libérrimos” Estados Unidos.
El abanico del espectro fue haciéndose cada vez más amplio y ahora, a causa de la división, el primitivo ideario liberal ya es casi irreconocible por su viraje a la ultraderecha fascistoide. Pero ello también ha ocurrido con el cristianismo, con el judaísmo y el Islam, y quisiera creer que ha afectado también al budismo e hinduísmo. ¿Por qué no a las ideologías?
Pero ahora, el liberalismo criollo clama a los cielos porque alguien sale del libreto pactado en la Alianza, y se rasca (sic) las vestiduras. Nada más, porque SU candidato presidencial —que finalmente es de todos—, legitimara ocupaciones de tierras de algunos financistas de la campaña electoral (No creo en ellos, pero que los hay, los hay). Campaña reñida como pocas que ahora los catapultara al poder, aunque más bien como condóminos que no como titulares, ojo.
Creo, que es el momento de reflexionar y me atrevo a exhortar a los metilenos a que hagan un autocrítico examen de conciencia y se atrevan a tomar al toro por las astas. Es decir, a revisar la política de “reforma agraria” implementada desde 1957 en adelante. Y que recuperen, como alianza —en este período de cogobierno— las tierras que nunca debieron enajenarse a esos tipos que sabemos, y se dignifiquen de una buena vez, apostando por su país y su gente, antes que por intereses exógenos, que defendieran denodadamente desde su creación en el siglo XIX.
Y creo que, en esta coyuntura actual, no es pedir mucho. Salvo que deseen retornar a la llanura (a la que, según parece, ya se estaban acostumbrando, hasta encariñarse con ella) en el próximo período electoral, que cinco años pasan volando y el tiempo no es eterno. Los desaciertos, tampoco.
IMPRESENTABLE REPRESENTATIVIDAD.
Luque, junio 13 de 2008
He resuelto poner en tela de juicio el tema de la representatividad, especialmente en el ámbito socio político que, mal que nos pese, soporta nuestra atroz demografía contaminante y contradictoria. Las veces que me ha tocado decir algo, cantar o simplemente guardar silencio, lo he hecho por mí mismo. No en representación de un pueblo al que por treinta y cinco años —cuando éramos felices y no lo sabíamos—, no tuve el gusto de conocer.
La conquista de la palabra ha de liberar al ser humano —al animal político, si se prefiere, que todos llevamos adentro—, de espurias representatividades colectivas de larga data. Este engendro enajenante y delegador, heredado de algunas sociedades cautivas estructuradas jerárquicamente, no debería tener vigencia —salvo puntuales excep-ciones de incapacidad, minoridad o ausencia—, en una sociedad libre, igualitaria ante la ley. Y sobre todo, en una organización horizontal de ciudadanos, responsables por sí y ante sí, y también ante los demás.
En esta vuelta de la rueda de la historia, al menos en el Paraguay, debemos pensar en el acatamiento a la Ley como única matriz ética de la sociedad, pero no renunciar a la Palabra. A nuestra palabra. El modelo “democrático” de la culta pero corrupta Atenas podrá servir como hito referencial de una época conflictiva (realmente todas lo son), pero dado su carácter clasista y esclavista, poco ha aportado a su propia historia, salvo engendrar tiranos que se erigieron en “representantes” de una clase determinada. Llámese nobleza, plebeyos o periecos e ilotas, irredentos e irresponsables por hallarse en exclusión y al margen.
Nuestros antepasados guaraníes tenían un modelo social en el que mujeres y varones mantenían una cierta separación de roles. Su ley era la costumbre (ley consuetudinaria) y el caudillo era electivo en tiempo de guerra o conflictos con tribus limítrofes, pero su mando fenecía con el conflicto resuelto. Las dos “instituciones” consuetudinarias eran en tiempo de paz, a saber, el consejo de ancianos y el consenso, algo que requiere sentido común y algo más.
Sin embargo, el sistema llamado “democrático” no permite el consenso, sino la representación de los más numerosos, aunque sólo se imponía la cantidad sobre la calidad. Es decir la fuerza del número, que no siempre se obtenía con justicia y sin trampa. El buen sentido queda sepultado bajo la turbamulta “mayoritaria”, que no siempre actúa con equidad respecto de los demás. Es decir: la “minoría.
Supongo que algo debemos aprender de nuestros ancestros guaraníes. Especialmente con estas crisis de representatividad a que nos han llevado períodos largos de dictadura militar, transición (en base a la transacción) y, finalmente, el veredicto popular que ha roto esquemas perimidos de fidelidad cromática al color primario y una estructura basada en el caudillismo. El pueblo paraguayo debe ser educado, a partir de ahora en más, en la libertad uncida a la responsabilidad ética y el respeto a la Ley.
Digo esto porque, de tanto soportar estafas políticas y de las otras, la palabra ha perdido el valor de antaño; ha sido devaluada como papel mojado de una coproteca pública; ha sido cautivada, secuestrada, por el documento y encerrada en las burocráticas celdas de los fedatarios, para garantizar su cumplimiento forzado.
El nuevo gobierno deberá desarmar, clavo por clavo, ese esperpento poco feliz denominado “Reforma Educativa”, que sólo ha servido para hacer descender el nivel del rasero cultural de la sociedad. Una educación realmente humanista, laica y ética quizá pueda, poco a poco, liberar a la palabra ciudadana, para que cada individuo pueda ser eminentemente un sujeto participativo, asumiendo su responsabilidad social, sin representantes espurios, salvo para contadas excepciones, que no serán una regla absoluta.
Pero para ello, son precisas tres cosas: educación, educación y educación.
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