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ADRIANO IRALA

  LOS SUCESOS DEL 23 DE OCTUBRE DE 1931 - Por ADRIANO IRALA


LOS SUCESOS DEL 23 DE OCTUBRE DE 1931 - Por ADRIANO IRALA

LOS SUCESOS DEL 23 DE OCTUBRE DE 1931

Por ADRIANO IRALA


A la Juventud Estudiosa y al Pueblo del Paraguay

 

 

EL RÉGIMEN

Pesa sobre el Paraguay, desde el día trágico, una situación de fuerza sin precedente en su historia institucional. Facultades extraordinarias que, por expresa prohibición constitucional, no pueden ser concedidas al Poder Ejecutivo ni por el propio Congreso de la Nación, han sido otorgadas por el Presidente de la República a un jefe militar bajo cuya autoridad omnipotente se concentra prácticamente la suma del poder público. Con la complicidad de las Cámaras legislativas y de los Tribunales de Justicia, el P.E. ha erigido, sobre sí mismo y sobre el pueblo, abierta y desembozadamente en su forma más cruda, el régimen que el Código fundamental equipara, en la responsabilidad que arroja sobre quienes lo "formulen, consientan o firmen", a la infame traición a la patria". Y ese régimen ha llegado a extremos nunca vistos entre nosotros. La prensa no existe en el Paraguay. El derecho de reunión ha desaparecido. La correspondencia privada es violada sin escrúpulos. La vida, la libertad, el honor de los habitantes están a merced del régimen y de sus secuaces. El silencio reconcentrado y sombrío que gravita sobre los espíritus sólo es interrumpido por las fanfarrias de los bandos supremos y por las estridencias de la prensa del régimen; dedicado a arrojar fango y miseria sobre quienes no pueden defenderse.

El régimen ha dado la consigna de siempre: falsear la verdad, falsearla a sabiendas, cínicamente, mentir, calumniar, arrojar el peso del crimen sobre las propias víctimas de él, llenar de lodo a quienes, hombres ante la barbarie, hicieron suya la causa de los estudiantes, se jugaron por ella, firmes en la convicción de que no era de ciudadanos cruzarse de brazos o desahogarse en líricas declamaciones, mientras los jóvenes morían en las calles por la democracia y por la patria. El régimen reedita ahora lo que intentó con la memoria de Rojas Silva. No pudiendo negar el crimen, persigue a sus víctimas más allá de la tumba, arroja infamias sobre su recuerdo inmarcesible, proyecta sombras sobre la causa radiosa que les levó al sacrificio y a la muerte.

El fallo está pronunciado. La falsedad, la mentira, la infamia, no prevalecerán. Lo sabe el régimen y la certidumbre de su importancia final exacerba la ira de sus desahogos.

Estas palabras, las primeras de verdad y de justicia que se alzan después de la tragedia, no son una vindicación, una defensa. No las necesita la causa que tuvo desde la belleza viril del gesto hasta la nobleza suprema del sacrificio desinteresado por el ideal. Pero el decoro del civismo paraguayo exige que en estos momentos, frente a la ola de cieno de la propaganda oficialista, frente al coro asqueante de los serviles de siempre, se eleve acusadora y vibrante la voz de un hombre libre.

 

LOS SUCESOS DE OCTUBRE

Falta a la verdad, miente deliberadamente el régimen, cuando Atribuye a los últimos movimientos propósitos, orientaciones u objetivos distintos de los públicamente proclamados, Nunca hubo en nuestro país agitaciones tan limpias, tan puramente juveniles, tan desvinculadas de móviles subalternos, como las que se sucedieron en los días trágicos. Surgida espontáneamente de las aulas del Colegio Nacional, la iniciativa fué acogida con entusiasmo por el pueblo, que vio en ella la expresión de sus propios sentimientos e inquietudes. Y luego, consumada la masacre, no hubo ya clases, banderías, agremiaciones, diferencias políticas o doctrinarias. Fué el pueblo todo de la capital el que, como en otras ocasiones memorables, se levantó en un solo grito de indignación y de protesta.

La iniciativa nació -como queda dicho- en el Colegio Nacional. Bien notorias fueron sus causas. La situación angustiosa de la defensa nacional; el retroceso ininterrumpido de nuestras fronteras en el Chaco, paralelo a las derrotas y humillaciones de nuestra Cancillería; el abandono en que se hallan las guarniciones avanzadas; la falta de elementos para hacer valer nuestros derechos; el espíritu revelado, en hechos y palabras, por los prohombres del régimen; todo eso, que día a día se presentaba más claro y evidente, llegó a crear un estado de ánimo, en que predominaban la ansiosa preocupación por el futuro cercano de la nacionalidad y la desconfianza creciente en la acción y, finalmente, hasta en las intenciones del régimen. La ruta sangrienta de Smaklay agravó la tensión de los espíritus. El pueblo ahogó, como de costumbre, su indignación y su dolor. Pero la juventud velaba. Y un día del Colegio Nacional partió la voz de orden. El Centro Estudiantil, de honrosas tradiciones resolvió organizar una manifestación. Se determinó claramente el objetivo: se iba a expresar la protesta del pueblo ante el desarrollo de los sucesos en el Chaco; se iba a pedir, con algunas medidas concretas, la intensificación de los trabajos de la defensa nacional. Nadie fuera de los colegiales, intervino en la iniciación ni en la organización del movimiento.

Pero respondía éste a sentimientos tan vibrantes en el alma colectiva, daba voz a inquietudes y anhelos tan actuales, que el pueblo respondió vigorosamente al llamado. Una manifestación pocas veces igualada en el número y la calidad de sus componentes, cruzó la ciudad, en marcha hacia el Palacio de Gobierno. Con algunos amigos, me incorporé a ella cuando se dirigía hacia el centro de la ciudad. No habiendo sido recibida por el Presidente de la República, la enorme columna se encaminó a la Escuela Militar, a cuyas puertas se detuvo. Hablaron varios estudiantes. Todos pidieron que el Ejército se interesase en la preparación de la defensa del territorio, le incitaron a hacer oír sus votos en ese sentido, a hacer presente al Gobierno su voluntad inquebrantable de defender el Chaco. No se habló de rebelión, no se incitó al motín. Se proclamó, sí, la necesidad de cambiar la política militar y diplomática en la cuestión de límites y se recordó la urgencia de una reacción en el camino que se venía siguiendo. Entonces, y ante la sorpresa de todos el Director de la Escuela se dirigió a los manifestantes, ordenándoles en tono destemplado que se retiraran "a hacer barullo en las plazas públicas". La Escuela Militar, el Ejército, las instituciones que el pueblo mantenía, a costa de inmensos sacrificios, para la defensa de la integridad territorial de la República, respondían en esa forma al gesto patriótica de la juventud estudiosa que iba a llevarles en momentos de ansiedad, la vibración de su entusiasmo ciudadano, el apoyo de su fe nacionalista y a requerirles la promesa solemne de que, al amparo de sus armas, estarían seguros los derechos y los intereses primordiales del país.

Así se contestó a la juventud, que aguardaba impaciente la palabra leal del Director de la Escuela Militar; la promesa salida del corazón, de que el Ejército haría honor a las tradiciones de la estirpe la afirmación rotunda de que jefes y oficiales no consentirían jamás la desmembración del territorio, el voto solemne de que se sostendrían los derechos de la República, a costa de todos los sacrificios. Habíamos llegado a extremos tales que toda invocación al patriotismo, todo llamado al honor nacional, toda exhortación a la defensa integral de nuestros derechos, eran una ofensa, un desacato contra el régimen y sus sostenedores. No se percató, seguramente, el director de la Escuela Militar, de todo lo que significaba su actitud en tales circunstancias. Era la ruptura entre la juventud estudiosa y el Ejército; la extinción de la fe que hasta entonces pudo guardar el pueblo en las instituciones armadas como defensoras de la soberanía nacional, el divorcio entre quienes hablaban en nombre de la patria y los que no sentían sino el régimen.

Los manifestantes recorrieron luego varias calles y, finalmente un compacto grupo llegó hasta la casa del Presidente de la República, donde profirió gritos hostiles y algunos más exaltados lanzaron piedras. Un pelotón de guardia cárceles y un grupo del Escuadrón de Seguridad, llegados sigilosamente, no para detener o disolver a los manifestantes, sino para atacarles y atropellarles, se lanzaron, a una señal convenida, sable en mano, sobre ellos. Los manifestantes se defendieron a pedradas los heridos fueron varios y los soldados persiguieron y sablearon hasta larga distancia a los fugitivos. Todo eso lo supe al día siguiente de labios de actores y espectadores.

 

LA MASACRE

Amaneció el viernes 23 de Octubre. A la hora de iniciarse las clases en el Colegio Nacional, los alumnos, en vez de entrar en las aulas salieron o la calle, en son de protesta contra los atropellos de la noche anterior. Después de visitar la redacción de varios diarios, se dirigieron, en medio de ruidosas demostraciones, hacia el Palacio de Gobierno. Era una columna compuesta, casi exclusivamente de estudiantes, en su inmensa mayoría alumnos del Colegio Nacional y de la Escuela Normal y un numeroso núcleo de estudiantes de medicina.

Con la bandera nacional a la cabeza, los manifestantes llegaron frente a la explanada de la Casa de Gobierno. Hallando el paso obstruido por la policía y el escuadrón de Seguridad, intentaron por un rato, romper la valla. Se luchó a empujones, a codazos, en algunos lugares a puñetazos. De pronto ocurrió lo increíble. Sin una voz de advertencia, sin intimaciones de ningún género, las fuerzas apostadas en el Palacio rompieron el fuego sobre la manifestación. Las ametralladoras, que desde la noche anterior habían sido premeditadamente emplazadas en la terraza, hicieron luego oír su tableteo siniestro. Presa de angustioso pánico, la multitud solo atinó a arrojarse al suelo, para eludir los proyectiles.

Y luego, en el momento de levantarse e iniciar la fuga las máquinas mortíferas prosiguieron su obra. Se hacía fuego por la espalda sobre los que huían; se hacía fuego sobre los que se detenían para intentar socorrer a los muertos y heridos; se hacía fuego sobre los que buscaban refugio en bocacalles y zaguanes. Se disparaba sobre los que intentaban huir hacia el río; se disparaba sobre los que buscaban salvarse por el callejón que va hacia la Avenida República.

Despejado el frente del Palacio, soldados de la guardia de cárceles avanzaron, haciendo siempre fuego sobre los dispersos, abrumando a sablazos y culatazos a los rezagados.

ASÍ SE PRODUJO LA MASACRE DEL 23 DE OCTUBRE. Diecisiete muertos y más de sesenta heridos, individualizados, cayeron en ella. El grupo directamente expuesto al fuego no se compondría de más de cuatrocientos manifestantes.

Me hallaba en el Juzgado de Comercio, en la calle Chile, cuando oí los disparos. Un presentimiento trágico invadió mi espíritu. Corrí a la calle y me lancé hacia el lugar de donde parecían provenir los tiros. En la plaza Independencia tomé un automóvil, en compañía de varias personas y me dirigí a escape hacia el Palacio. Al llegar a la esquina de Buenos Aires y 15 de Agosto, nos encontramos con un grupo de estudiantes, algunos discípulos míos. Venían con el horror y la indignación pintados en los rostros, con las ropas desgarradas, varios cubiertos de sangre.

Al conocerme, se me dirigieron y, con frases entrecortadas, me narraron lo ocurrido. No vacilé. Descendí del vehículo y me uní a los muchachos. Desde ese momento fui uno de ellos. Les acompañé al Colegio, recorrí las calles, concentrando, y arengando a los dispersos, organicé manifestaciones, grité, a todos los vientos, mi anatema contra el crimen. El comité estudiantil se declaró en sesión permanente para organizar el movimiento. Esa tarde fui apresado. A la tarde siguiente, puesto en libertad a exigencia de los directores de la prensa asunceno, asistí, en calidad de director de "La Nación", a la reunión de periodistas convocada por el jefe de la plaza. Mis palabras en esa oportunidad figuran en las crónicas de los diarios.

 

LA PROTESTA DEL PUEBLO

Entre tanto, el Presidente de la República se hacía responsable del atentado, calificándolo de acto de reacción natural, de legítima defensa, y el directorio del Partido liberal proclamaba su solidaridad con el crimen.

Todo era inútil. La protesta estallaba en todas partes. Nacionales, extranjeros, hombres, niños y mujeres, la ciudad entera se descubría al paso de la bandera ensangrentada que iba al frente de las columnas estudiantiles, y gritaba, a cara descubierta, su indignación y su repudio contra el régimen. En cada barrio, en cada bocacalle, surgían, espontáneos grupos enardecidos y vibrantes. El entierro de las víctimas fué una apoteosis. La ciudad comunera vivió en esos días jornadas dignas de su historia.

Explosión genuinamente popular, espontánea, el movimiento se desarrolló sin plan ni dirección de ningún género. Nadie pensó en levantamientos armados, totalmente imposibles cuando se carecía en absoluto de elementos. Nadie pensó en el Ejército, cuyos jefes eran adictos incondicionales al régimen. Nadie pensó en que pudiera arrojarse violentamente del poder a los culpables. Pero, ¿habría, por eso, que guardar silencio, o contentarse con editoriales de protesta o con oraciones compungidas? ¡Nunca! Había que lanzarse a la calle, había que proclamar a la faz de la República la ignominia del régimen, había que arrojar el horror del crimen al rostro de los grandes culpables, había que gritar, a pleno pulmón, a sol abierto, frente a la barbarie prepotente, todo el dolor, la ira, la indignación que mordían los corazones y ponían un nudo de angustia en las gargantas. Así se hizo. Sin jefes, sin directores, sin planes ni objetivos ulteriores, desligado de toda bandería partidaria, pasando por sobre todas las divisiones, el pueblo se, irguió como en los días memorables de diciembre de 1928. La voz infalible del corazón le enseñaba que la causa era esencialmente la misma. Comprendía, en la intuición que no se engaña, que los adolescentes indefensos inmolados el 23 de octubre por el gobierno liberal, habían muerto por la misma causa en cuyas aras derramaron su sangre Rojas Silva y Figari y cayeron, con el máuser en la mano, los conscriptos heroicos de Samoklay!.

 

UN PLAN FRACASADO

Entre otros, un episodio capital ha sido alevosamente desfigurado por la prensa oficialista.

En la mañana del domingo 25, en momentos en que una nutrida columna estudiantil recorría las calles en manifestación preliminar, requiriendo el cierre de los salones de espectáculos públicos en señal de duelo, un oficial del Escuadrón de Seguridad se dirigió a grandes gritos a quienes encabezaban el desfile anunciándole que el jefe de la plaza deseaba conversar con los estudiantes. Y en seguida, el jefe en persona se presentó ratificando su invitación. Quería -dijo- hacer declaraciones sensacionales. Acababa de incorporarme en ese instante a la columna y apenas me hube percatado confusamente de lo que pasaba, tuve la intuición clarísima de que allí se tramaba un engaño siniestro. Era el mismo jefe que dos días antes había despedido violentamente a una manifestación patriótica de estudiantes, el que ahora se dirigía a éstos como amigo y, poniéndose a su frente, marchaba ya en ese instante del brazo de los directores. Grité, entonces, que había que ponerse en guardia. El presidente del Centro Estudiantes de Medicina expresó que se retiraba desde que se quería aún prestar oídos a militares. Desde los balcones del Correo, el jefe de las fuerzas se dirigió a la inmensa muchedumbre que llenaba la explanada, entre el Congreso y la Escuela Militar.

Manifestó que todo estaba satisfactoriamente resuelto. Los culpables de la masacre serían castigados. La justicia ordinaria se encargaría de los delitos de su incumbencia; los militares serían juzgados por los tribunales respectivos. En cuanto a la responsabilidad del Presidente de la República y sus ministros, habría de establecerla el Congreso, en juicio político. "Ustedes, que son universitarios, hombres de derecho -recalcó- no pueden menos que aceptar esa solución".

El plan era demasiado transparente para que pasara inadvertido. Había que calmar al pueblo, había que apagar la indignación del momento, había que poner término a las protestas, y para ello había que echar mano a la vieja simulación, a la farsa de siempre, a la eterna comedia.

Responsabilidad... juicio político... ¡Sumarios ante jueces incondicionalmente instrumentados al régimen, de obsecuencia y servilismo reconocidos! ¡Juicio político ante Cámaras exclusivamente compuesta de elementos del Gobierno, de sus cómplices y paniaguados, de los mismos que acababan de proclamar públicamente su solidaridad con el crimen que habría de sancionarse!.

Intérprete de los sentimientos unánimes del pueblo allí reunido, contesté al jefe de la plaza haciendo resaltar tales circunstancias.

"No hay términos medios -expresé- no hay transacciones, el fallo ha sido ya pronunciado, ha pasado la hora de la farsa. Las líneas están tendidas. A un lado, los grandes culpables, a otro lado, el pueblo; a un lado, el régimen, a otro la patria" Repitiendo las palabras que había pronunciado en la reunión de periodistas, concluí: "que cada cual hable, como corresponda a su situación y cumpla su deber como lo entienda: los militares, como militares; nosotros, como ciudadanos y como universitarios".

Así falló el plan cuidadosamente combinado entre el régimen y sus elementos militares; así abortó la combinación con que los fariseos de siempre creyeron capear la tormenta una vez más.

El jefe de la plaza cambió entonces de frente y se dirigió de nuevo a los manifestantes, pero esta vez en tono muy distinto. "Estoy trabajando -dijo- por una solución definitiva del asunto. No puedo proclamarla aún, porque hasta este momento no sé lo que piensa el Ejército. No podría hablar sino en mi nombre personal. Pero estamos preparando la solución. Sólo les pido que me esperen hasta mañana por la mañana".

 

EL COMITÉ EJECUTIVO

La manifestación se dirigió luego a la Facultad de Derecho. Y allí, en la calle, frente a la Universidad clausurada y ocupada militarmente, la inmensa asamblea popular resolvió declararse en sesión pública y constituir un comité ejecutivo que se encargara de organizar y dirigir el movimiento. Nombrado presidente del comité, acepté, sin hesitaciones la designación, decidido como estaba a acompañar a los estudiantes hasta el fin, afrontando todas las responsabilidades y ateniéndome a todas las consecuencias. Integraban el cuerpo representantes de todos los Centros estudiantiles y dos delegados obreros. A pedido del Comité, el jefe dispuso la evacuación de los locales de la Facultad y del Colegio.

Toda la ciudad desfiló por la Universidad, convertida en cuartel general de los estudiantes. El comité se ocupó en preparar la manifestación de la tarde. Nadie habló -como queda dicho- de movimientos armados, de pronunciamientos en el Ejército. Quimérico, desde luego, hubiera resultado, además una verdadera locura de nuestra parte llevar al sacrificio sin esperanza a lo más florido y generoso de la juventud y del pueblo paraguayo, oponer de nuevo pechos indefensos a las ametralladoras y cañones del régimen. Ya se hallaría sobre la marcha la forma de llevar la protesta a toda la República; ya los acontecimientos señalarían el medio de tender definitivamente las líneas entre el régimen y el pueblo. Lo perentorio en esos momentos era cuadrarse ante el crimen y los culpables. Tal expresé al jefe de la plaza, cuando acompañado del capitán Santiviago, estuvo en la Universidad a entrevistarse con el Comité.

Como reiterara su promesa de resolver la cuestión a la mañana siguiente creí del caso expresarle claramente la situación: "No hay entre nosotros ingenuos ni ilusos", le dije. "No hay en este Comité quienes vean un triunfo próximo o sueñen con acontecimientos providenciales. Pero abrigamos la convicción de estar cumpliendo un alto deber de ciudadanía. Si el pueblo paraguayo no reaccionara en estos instantes, si permaneciera impasible ante el crimen habría que desesperar definitivamente de nuestra patria, habría que dar por perdido hasta el futuro de la nacionalidad. En cambio, con esta reacción que surge de las entrañas mismas del pueblo, con este desafío supremo a la injusticia Y a la opresión, se abre una puerta sobre el porvenir, se deja un resquicio a la esperanza, un poco de luz en la oscuridad sombría de los horizontes nacionales. Ese es el deber que nosotros, con plena conciencia de nuestros actos, estamos ahora cumpliendo".

Así habló, por mis labios, el comité al jefe omnipotente, y no hay infamia que pueda desvirtuar esas palabras, absolutamente corroboradas por los hechos.

 

FRENTE A LAS HUESTES CÍVICAS DEL RÉGIMEN

Entretanto, nos llegaban informes reiterados de que en diversas partes de la ciudad se organizaban cuadrillas de matones y maleantes adictos al régimen, para agredirnos y asaltarnos.

La noche que pasé en la prisión, yo mismo había oído como se repartían revólveres a los elementos de acción del oficialismo. Más tarde supe que varios individuos sospechosos habían sido revisados y desarmados en la Universidad por los estudiantes.

Resueltos a hacer frente a las huestes civiles del régimen, organizamos la defensa de la Universidad. Se rompió una regular cantidad de ladrillos viejos que había en el patio del Colegio; se trasladaron los proyectiles así obtenidos a las azoteas del edificio; se cerró con vigas la entrada descubierta de la calle Presidente Franco, se formaron algunos grupos y se esperó el ataque. Nadie se retiró a pesar de las intimaciones a los de menor edad para que lo hicieran. La consigna era evitar, hasta el último, toda provocación y dejar bien clara nuestra situación de defensa legítima. Si el ataque se hubiese consumado, la lucha hubiera sido encarnizada y mortífera. No iban a ser, ciertamente, un centenar de forajidos los que nos dispersaran. Los maleantes se percataron de ello y no se atrevieron a pasar de los aledaños de la Policía desde donde presenciaron, babeantes de alcohol y de rabia, el desfile de las quince mil personas que recorrieron la calle Palma detrás de nuestras insignias.

Esos fueron los perjuicios causados en la Facultad, tan ruidosamente proclamados por los voceros situacionistas. Y es ridículo aparentar creer que así nos preparásemos para resistir a las fuerzas del Ejército y llevar adelante la revolución.

Esa tarde se constituyó bajo la presidencia del Dr. Juan Stefanich, el frente único de los diarios opositores, de los centros estudiantiles y obreros, para organizar la campaña contra el régimen.

Al oscurecer, tuvimos informes detallados de lo que se tramaba. El día siguiente sería el de la represión sangrienta y sin cuartel.

Listo por fin, el mecanismo de la barbarie militar iba a entrar de nuevo en juego. Reunidos tres miembros del Comité -los otros habían sido ya arrestados u obligados a ocultarse- se resolvió mantenerse a la expectativa.

 

EL TERROR

El lunes, la ciudad amaneció ocupada militarmente, con el terrorífico aparato bélico y el derroche de fuerzas que la población recuerda aún con asombro. Los locales de los diarios estaban en poder de gente armada. Era el terror.

ASÍ SE INICIÓ LA DICTADURA MILITAR EN EL PARAGUAY.

 

DEFENSA IMPOSIBLE

He aquí la verdad absoluta sobre los sucesos de Octubre, la verdad que conocen miles de actores y de espectadores, la verdad que el régimen y sus corifeos tratarán en vano de oscurecer y falsear.

"UN GRUPO DE COMUNISTAS INTENTÓ ASESINAR AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA...", afirmaba el gobierno por intermedio de sus periodistas y corresponsales a sueldo. ¡Comunistas los estudiantes que con la bandera tricolor al frente -la enseña que luego, ensangrentada y con el asta rota, fué guión de las multitudes vibrantes de indignación- y entonando el Himno de la patria, fueron a pedir al Presidente de la República y a los jefes del Ejército la organización eficiente de la defensa nacional!.

"DEFENSA LEGÍTIMA" ... ¡Legítima defensa, barrer a metrallazos a adolescentes inermes, que no llevaban sino sus libros y cuadernos de clase! Defensa legítima, ametrallar por la espalda a la multitud que huía despavorida, matar a mansalva a los que se detenían a socorrer a los muertos y heridos...

 

NI "COMUNISTAS" NI "GUERRERISTAS" ¡PARAGUAYOS!

Para el extranjero, el régimen -que vive de la opinión extraña sujeto a lo que digan y piensen los de afuera- fraguó otro argumento. "SE TRATABA DE UNA MANIFESTACIÓN "GUERRERISTA". "LOS ESTUDIANTES PEDÍAN LA GUERRA Y ATACABAN AL GOBIERNO POR EL ESPÍRITU PACIFISTA QUE ÉSTE DEMOSTRABA". Y no faltaron quienes desde la distancia, por ignorancia o por la cuenta que les tenía, se dirigieron a las juventudes de América e hicieron llegar a los estudiantes paraguayos admoniciones de paz y de concordia.

 ¡Farsa! Salta desde luego a la vista la oposición violenta la incompatibilidad entre los dos pretextos simultáneamente aducidos. Los mismos a quienes se presenta como “comunista”, “izquierdistas”, “extremos”, “enemigos de la sociedad y de la patria”, aparecen también, como “chauvinistas”, como "patrioteros exaltados", como "contrarios a la paz y a la concordia americanas" ¡Farsa! No hay "guerreristas" en el Paraguay. Y menos que nadie puede serlo la juventud estudiosa que por sobre todos los obstáculos comparte las grandes ideas básicas, las inquietudes, los anhelos de su tiempo. Pobre, débil, extenuado por décadas de malos gobiernos, el país quiere la paz. Pero no puede comprarla al preciso de su decoro, de su honor, de su dignidad; no la aceptará nunca si para conseguirla hubiera de renunciar a sus derechos fundamentales y a sus intereses legítimos, hubiera de mutilar de nuevo su ya desmedrado patrimonio territorial, hubiera de condenar definitivamente a la República a la estrechez y a la impotencia. Suena muy bien hablar de la "paz continental" de la "armonía americana" y es muy cómodo propiciarlas sobre la base de la inmolación injusta de los otros.

"El gobierno ha salvado el orden y la seguridad de la nación", graznaron sus corifeos. .. ¿El orden?. En lo interno como en lo externo, no hay orden legítimo, no hay orden duradero, no hay orden en fin, en el concepto jurídico, fuera del que halla sus cimientos en el derecho, en la justicia, en el respeto a las normas primordiales de la convivencia humana. No es orden el que parte de la impunidad del crimen y del abuso, del predominio de la inmoralidad y de la mentira, el que se asienta sobre el desconocimiento de los derechos fundamentales de la colectividad y del individuo, el que autoriza el olvido de parte de los que mandan, de los intereses superiores de la comunidad cuyos destinos les fueron confiados. ¿Desgraciados los pueblos que se doblegan silenciosos ante un orden de tal naturaleza!.

 

MI INTERVENCIÓN PERSONAL

Concluyo. La intervención que tuve en algunos episodios me ha obligado a referirme a mi persona en varios párrafos de la antecedente relación. Y ahora, habré de decir aún dos palabras, frente a la campaña alevosa de que vengo siendo objeto de parte de la prensa asalariada.

Después de diversas andanzas, de cambiar varias veces de refugio, encarnizadamente perseguido -se me notificó en forma que puede calificarse de oficial, que "EL DESTIERRO NO ERA LO PEOR QUE HABRÍA DE OCURRIRME" y que "HABÍA CONSIGNAS MUCHA MÁS GRAVES A MI RESPECTO" -cercado en mi casa, busqué asilo, en la noche del miércoles 28, en la Legación de Chile.

Al amparo de ésta, dejé el país al día siguiente.

Es falso todo lo que a mi respecto dijeron después diarios oficialistas NO PUBLIQUÉ NINGÚN MANIFIESTO. No pedí garantías de ningún género al régimen ni a sus allegados. No hice declaraciones a ningún periodista. MIS PALABRAS DE AHORA SON LAS PRIMERAS QUE DOY A PUBLICIDAD.

Antes de partir, renuncié a mis cátedras en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, en el Colegio Nacional, y en la Escuela Normal de Profesores. Puedo jactarme de que, en diez años de profesorado, no intenté jamás, ni indirectamente, hacer política partidaria o personal. Pueden atestiguarlo muchos miembros del oficialismo e hijos de prohombres del régimen que pasaron por mis clases.

Entretanto, ciertos magnates situacionistas, campeones de la inconsecuencia y de la audacia inescrupulosa, desde la cátedra, desde los ministerios y otras eminencias administrativas, llevaban a la juventud la política en el más bajo sentido del término, buscando corromper a los estudiantes con dávidas, con halagos y promesas. ESE ES, PRECISAMENTE EL PECADO MÁXIMO, EL PECADO IRREDIMIBLE DEL LIBERALISMO.

No me preocupa demasiado la actitud de quienes me denigran. He hecho, hace años, a mis ideales de patria, el sacrificio de mis ambiciones personales, de mi porvenir, hasta de la suerte de los míos. Proscripto, perseguido, calumniado, he ganado el derecho de llevar alta la frente y de pensar en la patria con el corazón sereno. No es ese el caso de los hombres del régimen. El gobierno durará, podrá pesar quien sabe cuánto tiempo aún sobre la República; el Congreso dará un voto de honor al Presidente y a sus ministros; los Tribunales declararán culpables del crimen a las víctimas de él; la Cámara de Comercio felicitará a los que ordenaron la masacre; el Partido liberal proclamará que el régimen ha merecido bien de la patria, salvando el orden y las instituciones. PERO TODO SERA EN VANO. EN LOS SALONES DEL PALACIO DE LOPEZ, EN LOS REFUGIOS DE LA ESCUELA MILITAR O DE LOS CUARTELES, AL AMPARO DE LAS BAYONETAS Y DE LOS CAÑONES, EN LA INTIMIDAD DEL HOGAR, SIEMPRE Y EN TODAS PARTES, SE ABRIRA SOBRE LOS CULPABLES EL OJO FATIDICO QUE PERSIGUIO AL FRATRICIDA HASTA EN LAS ENTRAÑAS DE LA TIERRA, Y RESONARA EN SUS OIDOS EL APOSTROFE IMPLACABLE: CAIN, CAIN, QUE HAS HECHO DE TU HERMANO?. ADRIANO IRALA".

 

 


ENLACE INTERNO AL DOCUMENTO FUENTE

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23 DE OCTUBRE

CAIRELES DE SANGRE EN EL ALMA DE LA PATRIA PARAGUAYA

Por ENRIQUE VOLTA GAONA

Editorial El Arte S.A.

Asunción-Paraguay 1957 (2ª edición)

(301 páginas)





Bibliotecas Virtuales donde se incluyó el Documento:
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HISTORIA DEL PARAGUAY (LIBROS, COMPILACIONES,
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