FOLKLORE, TRADICIONES, MITOS Y LEYENDAS DEL PARAGUAY - COMPILACIÓN Y BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA

Compilación de Mitos y Leyendas del Paraguay - Bibliografía Recomendada

YNAMBÚ TATAUPÁ - Versión: LEÓN CADOGAN

YNAMBÚ TATAUPÁ - Versión: LEÓN CADOGAN

YNAMBÚ TATAUPÁ

Versión: LEÓN CADOGAN

 

Ynambú Tataupá es el nombre con el que designan nuestros campesinos a la pequeña perdiz de los bosques de color grisáceo, cuyo canto, comenzando con un silbido agudo y prolongado, como si pidiera perentoriamente atención a todos los que se hallan dentro del alcance de su llamado, va aumentando en intensidad y ritmo hasta alcanzar su nota culminante, para luego decrecer en volumen hasta terminar en una serie de gorgojeos suaves, a los que debe el nombre con el que la conocen los mbyá, o sea "ynambú tororo'i" -la pequeña perdiz que gorgojea.

Poco tiene el ynambú tataupá (designación que equivale a "perdiz que devoró toda la lumbre") que justifique el nombre que se le ha dado y que hasta hoy lo utilizamos: su color no tiene semejanza alguna con el del fuego; y, si exceptuamos un pequeño mechón de plumas de color grisáceo, menos con el de las cenizas. Y en cuanto a la onomatopeya, salta a la vista que debe descartarse para el estudio del vocablo, siendo, en cambio, voz onomatopéyica el sobrenombre que le dan los mbyá.

Tampoco entre los cuentos y leyendas de nuestros campesinos he hallado nada que arroje luz sobre el origen de la palabra, pues aunque con singular ingenio describen las características y virtudes de un sinnúmero de pájaros y aves, entro ellos varias especies de Ynambú o perdices, no he dado con ninguno que explique por qué se le atribuye a la especie que me ocupa, la virtud de ser portadora o dueña del fuego.

Pero así como las tradiciones guaraníes, olvidadas por la inmensa mayoría de nosotros, han dado origen a giros y figuras que empleamos cotidianamente en el lenguaje íntimo, así también tiene que ser una de estas tradiciones la que encierra la explicación del nombre que encabeza estas líneas, ante cuya etimología debe de haberse sentido perplejo más de un aficionado a nuestra ornitología. Y si la parábola que transcribo (que muchos calificarán de insulsa debido a sus defectos literarios, pues ha sido vertida literalmente al castellano sin ornato alguno), no explica en forma amplia y satisfactoria el origen de la palabra "tataupá", al menos nos enseña que está entre las tradiciones guaraníes que debemos buscar su génesis.

Dice textualmente la parábola, narradme hace poco por mi buen amigo el cacique Emeterio:

"Érase una señora que vivía en compañía de su único hijo y un huérfano adolescente a quien había adoptado.

"Al llegar el hijo a la edad viril, se marchó en compañía de sus superiores a una incursión a tierras lejanas.

"Una noche, meses después de haberse ausentado, oyóse en las cercanías del tapyi, el canto del urujere'á (lechuza) y al escucharlo, exclamó la mujer:

"¡Oh, Urujere'á! ¿Me dices que mi pi'á (hijito) está sano y salvo o qué noticias me traes de él?

"Al anochecer del día siguiente, volvió a cantar el avecilla nocturna, exclamando otra vez la mujer:

"O, pajarito que resguardaste de los rayos del sol a Ñande Ru (1) Dime que mi hijito está sano y salvo, y que lo volveré a ver".

"Aquella noche, en su sueño, se le apareció su hijo, diciéndole: "Si aprecias tu vida, no vuelvas a preguntar por mí a quien abrigó a Ñande Ru”

"Pero al caer la noche al día siguiente, cuando se escuchó por tercera vez en las cercanías del tapyi, el canto del urukere'á, la mujer, presa de irrefrenable emoción, volvió a gritar: "O, pajarito bienaventurado! Tráeme noticias de mi pi'á, a quien amo más que la vida!

"Apenas hubo pronunciado estas palabras, llamaron a la puerta: había vuelto su hijo, pero de los reinos de Tupá, pues había caído en combate. La madre le miró y, al darse cuenta de que se hallaba en presencia de un espíritu, cayó muerta al suelo.

"El huérfano, atemorizado, huyó, internándose en la selva. Hacía un frío intenso y no tenía ni abrigo ni fuego, pero en el camino se lo presentó un Ynambú Tororo diciéndole que él tenía lumbre; mas, siendo inseparable de su cuerpo, no debía atizársela sino, una vez encendido el fuego, dejar que los tizones fueran consumiéndose solos.

"Recogieron leña, la que, puesta en contacto con la brasa que llevaba la perdiz, se encendió.

"Después del primer sueño profundo, se despertó el niño, tiritando; se olvidó de la advertencia que había recibido y, en su afán de avivar lo más pronto posible el fuego, atizó la lumbre sagrada contenida en el cuerpo de la perdiz; ésta, despertándose asustada, se alejó volando; el fuego se apagó, y el niño murió de frío.

"Volvió al amanecer Ynambú Tororo y, encontrando muerto al niño, cubrió el cuerpecillo lo mejor que pudo con hojarasca y pronunció sobre él un soliloquio fúnebre, preguntándose por qué no habría seguido los consejos desinteresados de un benefactor que le había demostrado caridad y amor".

Más interesado en la etimología de la palabra "tataupá" que en los preceptos contenidos en la parábola, pregunté a mi interlocutor si entro las tradiciones que conocía, figuraba alguna que explicaba por qué el Ynambú tataupá (o, como ellos le llaman: ynambú tororo) era considerado como tata yara o dueña de la lumbre, informándome que él ignoraba tal tradición o leyenda, pero que sabía de boca de su padre, mburuvichá de fama, ya desaparecido, que Ynambú Tororo era considerado desde tiempo inmemorial como tatá yaya o dueña del fuego.

Y de esta tradición, olvidada no sólo por nosotros, sino mismo, al parecer, por los propios indios, conservamos el recuerdo en el vocablo que empleamos para designar a la pequeña perdiz de nuestros kokueré que con su alegre silbido y arrullador "to-ro-ro" ameniza los crepúsculos estivales de las campiñas...

 

 

Notas

1 Ñande Ru (Ñande Ru Papá Tenondé) el Creador. Según la tradición, urukere'á le abrigaba de los rayos solares mientras él creaba la tierra.

Fuente: MITOS Y LEYENDAS DEL PARAGUAY. Compilación y selección de FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH. Editorial EL LECTOR - www.ellector.com.py . Tapa: ROBERTO GOIRIZ. Asunción-Paraguay. 1998 (187 páginas)



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