LEYENDA DE LA PAJA BRAVA
Versión de GIRALA YAMPEY
La Paja Brava se llama kap’i-ñarô, en guaraní. También se le dice kapi'i pochy (paja iracunda) y "cortadera", por el filo que tienen sus alargadas hojas, parecidas a delgados sables que forman tupidos pajonales casi impenetrables.
Esta leyenda cuenta que en una región de la tierra guaraní, vivía una tribu extremadamente belicosa. Vivían como los guaikuru kuéra, solamente de la caza y la recolección de frutos, de la pesca y de los requechos obtenidos a costa ajena, apropiándose de las siembras de otros o robando animales y alimentos. Así mismo, cautivaban a las mujeres llevándolas para formar parte de su tribu. Aunque eran bizarros y valientes luchadores, habían olvidado las antiguas buenas costumbres. Se habían habituado a asaltar a sus vecinos. Esas circunstancias molestaban a Ñanderu Tupâ, quién, se dispuso a corregirlos. Un buen día, en que la tribu celebraba en forma desmedida la sangrienta victoria que se anotaron, en el centro mismo del lugar de danzas, se hizo presente Ñanderu Tupâ. El festín, que ya no era la danza Paje que practicaban los verdaderos hijos del Gran Padre, se suspendió ante la inesperada aparición. Entonces, Tupâ, les habló y les dijo que estaba disgustado por la vida que estaban llevando. Estaban destruyendo los táva kuéra de otros hermanos, por el solo afán de guerrear que tenían metidos en el pensamiento y el corazón. Les recordó las enseñanzas tradicionales que recomendaban cómo tenían que formar sus familias, cómo debían trabajar sus sementeras y cómo debían buscar la buena vida, en armonía con los demás.
Así, estos valientes guerreros que habían perdido el rumbo de sus buenas costumbres, volvieron a recordar la voluntad de Ñanderuguasu, y reconocieron los beneficios que dan la Paz y la solidaridad. Por lo tanto volvieron a sus antiguas costumbres, convertidos en agricultores y cazadores. Vivieron en concordia con los vecinos y fueron buenos hijos, servidores de Tupâ.
Pero sucedió que Aña, había quedado envidioso por el gesto de Tupâ, y viendo la tranquilidad y felicidad en que vivían, quiso buscar la forma de enturbiar las cosas. En un ataque de celos y de maldad, encontró la manera de desquitarse. Ciego de rabia, fue a sembrar en los alrededores de las casas, numerosas matas de Kapi'i-ñarô (paja brava). Estas crecieron rápidamente, como todo yuyo dañino, y poco después, una tupida maciega, rodeaba y encerraba a los ranchos dentro de un cerco casi imposible de transponer. Resultaba muy difícil salir o entrar al poblado debido a lo tupido del malezal y por la altura de las largas hojas, filosas como navajas, que tapó completamente la vista de las casas con las familias adentro.
Esa noche, en que Aña consumaba su mala acción, un pequeño indígena del pueblo había estado vagando por el bosque. Cuando volvió, con la claridad del alba, sólo encontró el tupido pajonal impenetrable. Lloró a gritos pidiendo socorro pero nadie escuchó sus llantos ni sus llamados. Quienes estaban encerrados, ni siquiera oían sus lamentos y tampoco podrían salir a ayudarlo. Ante tan lastimeros pedidos de auxilio, Tupâ, preguntó sobre el motivo de su pena. El pequeño narró lo sucedido sin poder explicar dónde estarían sus familiares, pues en ése lugar estaba antes el poblado y ahora sólo se veía ese alto y tupido pajonal, imposible de cruzar. Tupâ, adivinó enseguida lo que había ocurrido, y al mirar aquellos mazos de pastos, altos y filosos como guadañas, hizo bambolear su tembeta (barbote). Se escucharon violentos truenos que asustaron a todos los vivientes y también sobrecogió a Aña, luego dijo. "Porque fueron buenos y regresaron a las buenas costumbres, yo les recompensaré convirtiendo el mal en algo beneficioso para los hombres de toda la región. Esas terribles cortaderas inventadas por Aña, servirán para cubrir el sueño de mis hijos y los protegerán de los vientos y del frío. Yo enseñaré a mis hijos a usar esas ásperas hojas en la construcción de sus ranchos, para que sean útiles en quinchados y techados, resistentes y duraderos. Esas pajas bravas, en el lugar de perjudicar, serán beneficiosas".
De inmediato los altos y tupidos matorrales se separaron formando pequeños mogotes entre los que se podía pasar.
Es la historia del origen del kapi'i-ñarô.
Fuente: MITOS Y LEYENDAS GUARANÍES por GIRALA YAMPEY. Editorial Manuel Ortiz Guerrero, Patronato de Leprosos del Paraguay. Tapa: Búho, fotografía de una cerámica indígena. Asunción - Paraguay, 2003. 177 páginas.
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