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Compilación de Mitos y Leyendas del Paraguay - Bibliografía Recomendada

EL POMBERO - Versión: ARNALDO VALDOVINOS

EL POMBERO - Versión: ARNALDO VALDOVINOS

EL POMBERO

FRAGMENTO

Versión: ARNALDO VALDOVINOS

 

El Pombero es todavía un personaje mítico familiar a las creencias y a los temores supersticiosos del nativo de las campiñas paraguayas. Su nombre está entre los primeros balbuceos temblorosos del niño a quien se le amenaza con su invocación de acuerdo con una equívoca práctica para acallar sus naturales impertinencias.

El Pombero adquiere figura humana, de animal o de planta. Habita las taperas, los zanjones solitarios, los rozados abandonados y las limpiadas del monte o de la selva. Trajina durante las siestas cálidas por la orilla de los bosques o de los palmares, y merodea por las noches la choza de los labriegos. Silba como el ave. Palmotea igual que el hombre cuando manifiesta su algazara. Remeda el ruido que hace el perro cuando se sacude las orejas e imita el quejido angustioso de los enfermos. Se alimenta con miel silvestre y, sobre todo, como buen trasnochador que es, con huevos de gallina. Gusta sobremanera del tabaco y acuerda protección y amistad a quien se lo deja normalmente en lugares especiales. Puede achicarse como la hormiga y penetra por el ojo de la cerradura para visitar, con fines eróticos, a la doncella de su predilección. Zumba en los alambrados o danza, hecho polvo, en el vértigo fugaz y alocado de los torbellinos bajo el empuje de los vientos estivales durante el período de las sequías.

Pero es en su forma humana donde el Pombero adquiere una figura más simpática aunque inocentemente terrorífica. Las versiones que se propalan acerca de su singular estampa difieren en detalle. Todas ellas coinciden, sin embargo, en atribuirle la apariencia de un hombre alto, con los cabellos desgreñados. Es barbudo. Cala sombrero deteriorado de paja. Lleva el traje andrajoso y una bolsa al hombro.

Fuente: MITOS Y LEYENDAS DEL PARAGUAY. Compilación y selección de FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH. Editorial EL LECTOR - www.ellector.com.py . Tapa: ROBERTO GOIRIZ. Asunción-Paraguay. 1998 (187 páginas)



EL POMBERO

 

BAH, es del Batallón Pombero! . . .

Tal, o parecida, era la frase de descalificación ciudadana muy empleada entonces. Y es que el campo de operaciones de aquella unidad de ser vicios auxiliares no era el frente sino la retaguardia de la región oriental del país.

La fama adquirida por ese batallón no fué, por consiguiente, en virtud de su heroicidad guerrera. Su misión consistía en perseguir y atrapar a una parte de los emboscados, esa original plaga de guerra que se sirve de las cosechas de los sacrificios ajenos durante y después de la guerra.

Por supuesto que la tarea del Batallón Pombero, a más de odiosa, era ardua y difícil. Porque cazar hombres para la guerra es un deporte no exento de riesgos. Ya que en la guerra se le coloca al individuo en el trance de matar, con peligro de morir, optaban algunos por ensayar ese temerario juego en la retaguardia. Era aquello una especie de guerra individual, por cuenta propia. Y es claro que quienes a tal cosa se dedicaban, tenían más probabilidades allí, que en el frente, de salvar su estimado pellejo.

La táctica empleada por el famoso batallón, para cumplir con éxito su cometido, consistía en operar, generalmente, de noche, de acuerdo con la más severa consigna de discreción y de silencio en sus desplazamientos sobre el terreno. Los Pomberos tenían que moverse como sombras y ser poco menos que invisibles. Vivían perennemente agazapados por todas partes; en los matorrales, en las chacras, en los senderos solitarios, en las picadas lúgubres, en la orilla de los montes, de los bañados y de los esteros. Caían de improviso sobre los poblados, bajo tormenta o lluvia. Y así cazaban a los emboscados carentes de padrinos políticos, de a uno o en pandillas.

Esa misión y esa forma de acción son las que motivaron el nombre del aludido batallón. Con ello se probaba una vez más que el genio popular siempre tiene acierto en esta clase de denominaciones.

Sólo el Pombero, en efecto (nombre que significa agazapado), ese duende proteico de la mitología guaraní, gozaba, hasta entonces, de la facultad legendaria del más hábil mimetismo para asustar o secuestrar a las personas y llegar hasta el mismo rancho campesino con sigilo capaz de burlar la insomne vigilancia de los perros.

El Pombero es todavía un personaje mítico familiar a las creencias y a los temores supersticiosos del nativo de las campiñas paraguayas. Su nombre está entre los primeros balbuceos temblorosos del niño a quien se le amenaza con su invocación de acuerdo con una equívoca práctica para acallar sus naturales impertinencias.

El Pombero adquiere figura humana, de animal o de planta. Habita las taperas, los zanjones solitarios, los rozados abandonados o las limpiadas del monte o de la selva. Trajina durante las siestas cálidas por la orilla de los bosques o de los palmares, y merodea por las noches la choza de los labriegos. Silba como el ave. Palmotea igual que el hombre cuando manifiesta su algazara. Remeda el ruido que hace el perro cuando se sacude las orejas e imita el quejido angustioso de los enfermos. Se alimenta con miel silvestre y, sobre todo, como buen trasnochador que es, con huevos de gallina. Gusta sobremanera del tabaco y acuerda protección y amistad a quien se lo deja normalmente en lugares especiales. Puede achicarse como la hormiga y penetra por el ojo de la cerradura para visitar, con fines eróticos, a la doncella de su predilección. Zumba en los alambrados o danza, hecho polvo, en el vértigo fugaz y alocado de los torbellinos bajo el empuje de los vientos estivales durante el período de las sequías.

Pero es en su forma humana donde el Pombero adquiere una figura más simpática aunque inocentemente terrorífica. Las versiones que se propalan acerca de su singular estampa difieren en detalle. Todas ellas coinciden, sin embargo, en atribuirle la apariencia de un hombre alto, con los cabellos desgreñados. Es barbudo. Cala sombrero deteriorado de paja. Lleva el traje andrajoso y una bolsa al hombro

Es notorio que la pintura del Pombero ha sufrido, a través del tiempo, algunos retoques. El traje, la bolsa y el sombrero que constituyen su indumentaria actual son ya un agregado de la fantasía mestiza y criolla. Esta transformación obedece, sin duda, a aquella tendencia muy peculiar del hombre a concebir los entes mitológicos a su imagen y semejanza. No cabe pensar que el auténtico Pombero de la concepción mítica aborigen haya poseído semejante indumentaria, desconocida por el indio. Pero, de cualquier manera, el

Pombero de hoy sigue siendo, esencialmente, el mismo Pombero de ayer. Y tanto ahora, como en el pasado, vive en íntima comunidad con el nativo de las tierras guaraníes. El sigue siendo ese extraño personaje a quien nadie ha visto, pero en cuya existencia cree la mayoría de la gente. Creencia arraigada en la convicción de que no sólo existe aquello que se ve. En todo caso, el Pombero se hace ver y sentir en las múltiples formas ya descriptas. Y sus secretas relaciones con el campesino continúan y continuarán hasta que la irreverente luz que irradia la ilustración ahuyente los últimos vestigios de la sombra en que todos los mitos arropan su existencia clandestina.

Será sensible, sin embargo, que el Pombero sea desterrado de nuestros campos antes de que algún genio artístico tratara de sorprenderlo en su virginal realidad mítica para inmortalizarlo en el lienzo o en el mármol. Quien esto lograra tendría gloria imperecedera. Porque es por este y análogos caminos por donde debe transitarse para poder encontrar una expresión original y autóctona del arte pictórico y plástico americano. ¡Ah, si el artista y el intelectual americanos fueran más fieles a la tierra que pisan y a las exigencias de la cultura del Nuevo Mundo! Entonces hasta los personajes de las historietas periodísticas dejarían de ser extranjeros. En su lugar, daríase vida, acción y movimiento, no a mitos arbitrariamente creados o propios de medios sociales más evolucionados que el nuestro, sino a aquellos que, como el Pombero, viven en la fantasía del hombre sudamericano y poseen el sello de su autenticidad autóctona. Estos pueden servir a las más caprichosas aventuras en el mundo imaginado de los seres irreales por donde el espíritu del hombre moderno frecuenta en busca de un fugaz pero necesario olvido de su propia realidad.

Fuente: LA INCOGNITA DEL PARAGUAY. Por ARNALDO VALDOVINOS. Editorial ATLÁNTIDA S.A. Buenos Aires – Argentina 1945 (159 páginas)


 

 

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