ITÔCLÔNAJ, EL HOMBRE DE LA CUERDA
ETNOLITERATURA NIVACLÉ
TEXTO: MIGUEL CHASE-SARDI
ITÔCLÔNAJ, EL HOMBRE DE LA CUERDA
Cuentan que aquel hombre llamado Itôclônaj, vivía solo con su mujer y también con sus hijos. Cierta vez pidió a su esposa que trenzara una larga cuerda. Muchos días buscó cháguar para hacerla. Cuando estaba muy larga, formó una bola con las cenizas de su hogar y la untó con ella.
- Cuerda mía -ordenó el hombre al día siguiente- ¡rápido! ¡ponte en marcha!
Así ocurrió. De repente se desenrolló comenzando a andar. Entró en la selva, yendo hacia donde ella quería. Cuando tocaba algún animal, bruscamente se arrollaba en él, adhiriéndose fuertemente. Al caer una presa, sola volvía a la choza, volvía con lo que atrapaba, al lugar donde se encontraba su dueño. Durante aquel tiempo, este conseguía gratuitamente la comida. Todos los días hacía lo mismo, y por ello no eran pobres, no eran pobres en carne. Siempre la tenían en cantidad, asando mucho.
Un día, cazó a un hombre que se llamaba C'.ô, el pájaro batará listado. Se había encontrado con la cuerda cuando iba de caza y buscando miel. La vio venir, saliendo lentamente. Se acercó con intenciones de clavarle una flecha. Al hacerlo, en el acto se enroscó en torno a él. Y se prendió. ¡Naturalmente! ¡Yo lo sé, aunque no lo vi!
Comenzó a estirarse, regresando a su dueño. C'.ô, luchó mucho, resistiendo, hasta que por fin cayó. Procuró tomarse de los árboles; pero no podía porque la cuerda era muy fuerte.
- ¿Qué será lo que mi cuerda atrapó? -decía, mientras tanto el dueño-parece que es un animal muy grande.
Y, sin embargo, era un hombre.
- ¡Oh! ¡ Es un hombre lo que atrapó mi cuerda!, decía al verlo venir desde lejos.
- Mira lo que me pasa, clamaba C'.ô. He quedado preso en tu cuerda.
- ¿Qué has hecho?
- Hace un rato me encontré con ella, le clavé con mi flecha e inmediatamente me envolvió. ¿No podrías hacerme una igual para poder cazar también yo? Porque somos demasiado pobres. Voy siempre a cazar, sin éxito. En la forma que lo haces tú, con la cuerda, es mucho mejor.
- Sí, va a ser mucho mejor que yo vaya de aquí y tu le quedas en mi choza a reemplazarme. Aquí está mi ceniza. Dile a tu mujer que refuerza el cháguar y haga también una cuerda, así como la mía. Cuando la leí mine, formas una bola de mi ceniza, y después úntala que se irá también igual que mi cuerda.
Y así, Itôclônaj y su familia, salieron del lugar; mientras, C'.ô, fue a buscar a su mujer y a sus hijos, ocupando la choza del anterior. La otra choza de Itôclônaj, quedaba en su aldea lejana. En cambio, C'.ô, ocupó esta.
- Ahora te vas a buscar cháguar -le ordenó a su esposa al llegar y torcerás una cuerda para nosotros.
Así hizo la mujer. Torció la cuerda y cuando terminó, la untó con ceniza.
- Cuerda mía -¡búscame carne!
E inmediatamente la cuerda de C’.ô, comenzó a caminar igual que la de Itôclônaj.
Diariamente sacó provecho de ella, con toda clase de animales. Venado, monito, jabalí, conejo, oso hormiguero y tapir. Todo tipo de animal que tocaba, se adhería a ella.
- Ten mucho cuidado con la ceniza -le había dicho Itôclônaj que no vayan a orinar encima.
Pero ellos se descuidaron. La mujer se puso a orinar encima de la ceniza y se perdió el poder, no pudiendo mandar más a la cuerda C'.ô, quedó muy triste porque ya no podía sacar ningún provecho de ella. No sabía tampoco dónde se encontraba Itôclônaj.
- Voy a tratar de encontrar otro poder para mí -pensaba C'.ô. Se fue a otra selva y allí se acostó en un claro, haciéndose el muerto ante los caranchos y los cuervos. Se acostó en el claro todo el día. Cuando el sol estaba a la mitad del cielo, vio a Jutsaj, el carancho, que observaba con miedo. Dudaba que estuviera muerto. El carancho fue a avisar a C'afoc, el cuervo, y juntos vinieron para observarlo. Temían tocarlo. Mientras tanto se habían juntado muchos pájaros; de todas las especies de pájaros que comen la carroña,
- ¿Por qué no buscan al hombre -dijeron entre ellos que llene diferentes tipos de cuchillos para distintas clases de carne?
Enseguida fue, Jutsaj en busca de Stavuun, el cuervo real. Este vino escondido, por arriba del mundo. Cuando estuvo justamente encima, se dejó caer en picada y al pasar sobre C'.ô, le clavó las garras en el vientre. ¡Casi le asustó! Pero se quedó tieso.
- Para saber cómo está nuestra carne -dijo Stavuun, mientras observaba a C'.ô, sería conveniente que le pruebe Fisincataj, la mosquita, y dirigiéndose a este:
- ¡Fisincataj! Métete en sus narices.
Se metió por ellas y salió por el ano. ¡Casi le hizo estornudar!
- Ya murió - dijo Fisincataj- La comida está hedionda.
- Ahora entra por el ano y sale por la nariz. ¡Casi le hizo estornudar! Al salir, Fisincataj, dijo lo mismo y agregó:
- Vuestra carne no tiene nada. Está muerta ya.
- Es verdad -dijo Stavuun y nombró sus cuchillos- Este es para una presa recién muerta. Este otro para la que está agonizando. Este otro es para la que recién se está pudriendo. Y éste para la que está hedionda.
Tenía diferentes cuchillos, para usarlos de acuerdo al estado de la carne, sacó el que servía para el que recién había muerto, acercándose a C'.ô. Este estaba prevenido. En el preciso momento en el que iba a cortarlo, le arrebató el cuchillo. Se dispersaron los pájaros, caranchos y cuervos, haciendo una algarabía con sus risas.
- ¡A Stavuun, le quitaron el cuchillo!
- ¡Qué lamentable! -decía Stavuun- Compañero, haz el bien de entregarme mi cuchillo.
- No, no te lo voy a entregar. Lo usaré para cortar un pedazo de carne. Porque no tengo nada cuando voy de caza.
- Cambiemos los cuchillos -dice que le dijo Stavuun- Mejor sería que te dé este que es para el animal que está por morirse.
- Enseguida, -dijo C'.ô- cómo no.
Le dio su cuchillo y recibió aquel que era para un animal que, al verlo, está por morirse.
- Mira, mi compañero, -le recomendó Stavuun- no te descuides de mi cuchillo. No vayas a tirarlo nunca. Porque si lo tiras, pasará de largo y volverá conmigo.
- Cierto. Sí -contestó C'.ô- Así lo haré.
Y por largos días, C'.ô, aprovechó el cuchillo. Pero su mujer se equivocó. ¡Así son las mujeres! Se olvidó.
- Dame un momento el cuchillo -le había pedido a él. Tíramelo. Y cuando le tiró el cuchillo, este pasó de largo volando a su dueño. Esto, no más. Hasta aquí. Terminó.
Fuente: MITOS INDÍGENAS DEL PARAGUAY. Edición, compilación, traducción de FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH. Editorial EL LECTOR. Director editorial: PABLO LEÓN BURIÁN. Diseño gráfico: RAFAEL VILLALBA, Asunción – Paraguay 2011 (151 páginas).
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