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Compilación de Mitos y Leyendas del Paraguay - Bibliografía Recomendada

  TACUARÍ - Versión: JAVIER DE VIANA

TACUARÍ - Versión: JAVIER DE VIANA

TACUARÍ

Versión: JAVIER DE VIANA.

 

Era hace más de mil años. El inmenso imperio guaranítico había llegado al apogeo de su grandeza.

Las diversas tribus diseminadas por el continente en miles de leguas de territorio, en comarcas de topografía y clima distintos, manteníanse unidas por el vínculo poderoso del idioma, el más bello y armonioso de los hablados en la América precolombina. Una de esas familias poblaba las márgenes del río Tacuarí – río de las tacuaras-, origen de una hermosa leyenda.

Ñandeyara -el Dios guaranítico-, castigaba, como el mayor de los delitos, la mentira.

Ahora bien: cierto día apareció en la comarca un doncel tan hermoso, gallardo y fuerte, como nunca fue visto en el largo vivir de aquel pueblo; y era tan claro su ingenio y tan sorprendentes sus habilidades y tan misteriosa su aparición en la comarca, que muchos cayeron en cavilosidades y desconfianzas.

Sin embargo, la dulzura del mozo, su intrepidez en la caza y en la guerra, su modestia y su conducta intachable, ahuyentaron los recelos.

Prendáronse de él las más lindas doncellas, pero él sólo tenía ojos para Eiré, suspiro del aire, flor de sensitiva, perfume de arrayán.

Eiré, cautivada por la belleza y el encanto del extranjero, resistía a sus ruegos, incendiada en celos anticipados.

Una noche, a la margen del Tacuarí, bajo el domo imponente de un higuerón centenario, Araré imploraba ardientemente a la moza esquiva.

-Mi amor—decíale – es  grande como el cielo, ardiente como el sol, blanco como la luna y eterno como el correr de las aguas del río.

Eiré bajó la vista y guardó silencio. El mancebo prosiguió:

-Tú no acertarás a calcular cuánto te quiero. Cuenta si puedes, las lunas que han transcurrido desde que Dios hizo el mundo; imagina las lunas que han de pasar antes de que muera el mundo... y ni aún así tendrás idea de la extensión de mi cariño!...

-Quisiera creerte, pero no puedo. El "payé" que adivina todos los pensamientos, aun cuando los escondan en el corazón de una roca o en el fondo de una laguna, me dijo que no confíe; "¡Nde yapuba carai!...". Hombre embustero eres tú.

-No te mentiré: hablándote a ti es como si hablara a Dios.

-Me mentirás. Hay hombres capaces de mentir a Dios y al diablo.

-Tú eres mi Dios y mi diablo, tú estás dentro de mi corazón como el agua en el manantial.

-El payé me dijo que tu corazón estaba vacío como el tronco de un ceibo viejo.

-¡Lo estuvo hasta el momento en que te conocí!

Durante ocho lunas, Araré y Eiré vivieron en perpetuo idilio. Pero de allí en adelante el cariño del mozo empezó a entibiarse y no tardó en cometer la primera infidelidad, a la cual siguieron otras muchas.

Eiré, desesperada, medio muerta de pena, fue a prosternarse a los pies del cacique implorando su ayuda para obligar al veleidoso mainumby a que cumpliese su palabra, contentándose con la flor que había elegido y que le daba todo el almíbar de su cáliz.

-Ve tranquila, Eiré -dijo el gran jefe-. Ñandeyara, que tiene tantos ojos como estrellas hay en el cielo, no perdona jamás la mentira, no perdona jamás al "caraí yapú"...

Por orden de Dios, Araré fue transformado en tacuara. Miles de tacuaras poblaron de súbito los labios del río, y en cada planta anidaba una partícula del alma del traidor.

Al mismo tiempo, Eiré fue matamorfoseada en "mainumby", el picaflor divinamente hermoso.

Todos los inviernos el alma de Araré, fragmentada en los miles de tacuaras sufría la tortura de las ratas que incesantemente le roían las raíces.

Y llegada la primavera empezaba para él otro tormento mayor.

Eiré, convertida por decisión de Dios en "mainumby", la suprema belleza alada, después de haber sido la suprema belleza femenina, revoloteaba alegremente distribuyendo sus besos y las caricias de sus alas de seda entre todas las flores del bosque, pasaba de largo frente a las tacuaras, las ásperas gramíneas, en cuyas feas flores esponjosas y sin perfume desdeñaba posarse la catadora de miel.

Y esa tortura de los celos era infinitamente mayor que la producida en sus raíces por los dientes de los roedores.

Fuente: MITOS Y LEYENDAS DEL PARAGUAY. Compilación y selección de FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH. Editorial EL LECTOR - www.ellector.com.py . Tapa: ROBERTO GOIRIZ. Asunción-Paraguay. 1998 (187 páginas)

 

 

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