LEYENDA DE LA NUTRIA
Versión: GIRALA YAMPEY
Sucedió en un tiempo en que se produjo gran desorden entre los animales. El Jaguareté, se creyó con el deber de reencauzar las conductas para volver a la armonía. Dictó terminantes órdenes, declarando la guerra a quienes no la cumplieran. Su enojo era grande y su poder tremendo. Todos fueron ganados por el miedo.
En un apartado rincón del estero, se reunieron: el Carpincho, la Nutria y el Jakaré, para estudiar como defenderse de las terribles amenazas. El bigotudo Carpincho de pelo ralo opinó que habría que unir las fuerzas para oponerse a las terribles garras del dictador de ordenanzas; el prudente Jakaré, abrió su bocaza para decir con indolencia: -"Es bueno precaverse del felino capaz de destrozar mi rugoso y encallecido cuero duro, de un zarpazo. Tal vez sea mejor sumergirse bajo el agua de los camalotes". La Nutria, en cambio, se puso de pie luciendo su ropaje de finísimo pelo y paseándose oronda, fanfarroneó, engreída, sobre su bravura para la pelea. Al final, decidieron contratar al Teteú y al Chahä como vigilantes, para evitar una sorpresa.
Pasaron unos días hasta que un atardecer se oyeron ruidos en el pajonal. El Teteú fue el primero en alertar: -¡Cháke!... Ahí viene... ¡Cháke!... Ahí viene..., sobrevolando la reunión. El Chahä, remontó vuelo lanzando el conocido grito: -Jaha... Jaha... (vamos... vamos...).
Ante el imprevisto aviso, el Jakaré optó por una rápida zambullida que lo alejó de la costa. A buena distancia apareció apenas su hocico y dos brillantes ojitos. El Carpincho, lanzó unos gruñidos como ladridos de perro y se echó violentamente al agua. Desapareció del lugar, pero sus huellas se notaban en burbujitas y agitar del pirizal. La Nutria los miró alejarse y dijo: -¡Qué flojos!
Al momento apareció el Jaguareté, lanzó un tremendo rugido que la dejó enervada. Temblando de miedo, había perdido toda su valentía. Sin fuerzas ya, cayó desmayada. Luego de olisquearla, el gran felino, se alejó alegremente diciendo: -"Esta ya tiene su castigo".
Cuando volvió en sí, había quedado transformada. Ahora era un tímido animalito, manso e incapaz de bravatas. Era un sumiso y obediente poblador de los esteros del que todos se aprovechaban. Hasta los hombres que buscan su piel y su carne. ,
Así fue, cómo el fuerte rugido cercano a sus orejas, junto al fétido aliento de la fiera, produjo el soberano susto de la Nutria que la transformó, de vanidoso animal, a sumiso, inofensivo y tierno morador de los esterales.
Fuente: MITOS Y LEYENDAS DEL PARAGUAY. Compilación y selección de FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH. Editorial EL LECTOR - www.ellector.com.py . Tapa: ROBERTO GOIRIZ. Asunción-Paraguay. 1998 (187 páginas)
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