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HISTORIOGRAFÍA - CRÓNICAS DE AUTORES PARAGUAYOS

  ESTRUCTURA Y FUNCIÓN DEL PARAGUAY COLONIAL (Autor: HIPÓLITO SÁNCHEZ QUELL)

ESTRUCTURA Y FUNCIÓN DEL PARAGUAY COLONIAL (Autor: HIPÓLITO SÁNCHEZ QUELL)

ESTRUCTURA Y FUNCIÓN DEL PARAGUAY COLONIAL

Autor: HIPÓLITO SÁNCHEZ QUELL

Editorial: CASA AMÉRICA,

Asunción-Paraguay, 1972. 244 pp.

Versión digital:

BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY

 


HIPERVINCULOS (ENLACE A LA BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY)

PRIMERA Y SEGUNDA PARTES (293 Kb.)
TERCERA Y CUARTA PARTES (183 Kb.)
TODO EL LIBRO (477 Kb.)

CONTENIDO del LIBRO
UN MODERNO LIBRO SOBRE EL PARAGUAY COLONIAL
 
PRIMERA PARTE
LOS LITIGIOS HISPANO-LUSITANOS
I. – LA BÚSQUEDA DE ESPECIAS.
II.– BULA DE ALEJANDRO VI Y TRATADO DE TORDESILLAS.
III. – CARABELAS EN EL RÍO DE LA PLATA.
IV. – "TRAYENDO LOS PALOS A CUESTAS"
V. – LA PRIMERA REBELIÓN.
VI. – GANADO, TRIGO Y VINO.
VII. – BANDEIRANTES Y DIPLOMÁTICOS ENSANCHAN EL MAPA.
 
SEGUNDA PARTE
EL PARAGUAY Y BUENOS AIRES
I. – SEGREGACIÓN DE AMAZONAS Y DE CUYO.
II. – SEMBRANDO CIUDADES A LOS CUATRO VIENTOS.
III. – LA PÉRDIDA DEL LITORAL ATLÁNTICO.
IV. – JESUITAS Y COMUNEROS.
V. – LA ERA DE RESURGIMIENTO.
VI. – TRANSFORMACIONES TERRITORIALES DE LAS MISIONES.
VII. – COOPERACIÓN EN LA DEFENSA CONTRA LOS INVASIONES INGLESAS.
 
TERCERA PARTE
EL CHACO EN EL CONTROL ADMINISTRATIVO
I. – FUNDACIÓN DE SANTA CRUZ DE LA SIERRA.
II. – EL RÍO PARAPITÍ EN LOS DOCUMENTOS OFICIALES.
III. – CONFINES DE CHARCAS Y CHIQUITOS.
IV. – EXPEDICIONES Y FUERTES.
V. – LA EVANGELIZACIÓN.
VI. – EL ESFUERZO COLONIZADOR.
VII. – LOS LÍMITES ÉTNICOS, GEOGRÁFICOS Y JURÍDICOS.
 
CUARTA PARTE
LA REVOLUCIÓN
I.– EL ALUD NAPOLEÓNICO RUEDA A LA PENÍNSULA.
II.– INTRIGAS EN RÍO Y REVOLUCIÓN EN BUENOS AIRES.
III.– UNA AMALGAMA DIFÍCIL.
IV.– EXPEDICIÓN DE BELGRANO.
V.– ASUNCIÓN COLONIAL.
VI.– PROPAGACIÓN DEL ESPÍRITU REVOLUCIONARIO.
VII.– ¡ALBOROTO EN LA PLAZA!
FUENTES CONSULTADAS.
BIBLIOGRAFÍA.

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UN MODERNO LIBRO SOBRE
EL PARAGUAY COLONIAL
Por el Dr. J. M. ÁLVAREZ DE TOLEDO

De las naciones que surgieron bajo el impulso del genio hispánico, en las tierras promisorias del nuevo mundo, hay una de ellas, que nace bajo un signo especial y que desarrolla una historia de caracteres profundamente diferenciados: este nación es el Paraguay. Su historia tiene una unidad tal, que para explicar el proceso contemporáneo, es preciso conocer bien su raigambre primera: su vida colonial.
Natalicio González, el magistral autor, de "Proceso y formación de la cultura paraguaya", analiza la forma cómo se desenvuelve el espíritu humano en estas tierras, modificando el medio, perfeccionando los métodos, influenciándose a veces por lo externo, pero progresando siempre. En la forma brillante que su talento y cultura la permiten, González estudia social y psicológicamente el hombre colonial. Su estudio, hecho con criterio moderno y científico, dejaba sin embargo una laguna: el estudio del desenvolvimiento político y diplomático de los hombres de ese período que él tan talentosamente analizara.
El profesor de Historia Diplomática del Paraguay en la Universidad de Asunción, doctor H. Sánchez Quell, ha completado el vacío que dejara el maestro González. En su libro recién aparecido, titulado "Estructura y función del Paraguay Colonial", estudia con agudeza histórica, método, concisión y erudición la realidad de entonces. Así como González hace el "proceso de la cultura", Sánchez Quell realiza el "proceso de la política". Sin embargo, sus páginas presentan suficientemente "lo humano", como pare que lo político y diplomático no salga deshumanizado.
Diversos autores paraguayos, como ser, Moreno, Domínguez, Garay, Báez, para citar sólo algunos, han estudiado eruditamente la historia de la nación. Estos preceden e Sánchez Quell en el tiempo y lo superan muchas veces en la minuciosidad de estudios localizados. Sánchez Quell, con un criterio de síntesis y con el concepto moderno del ensayo histórico, realiza una labor paralela a los autores nombrados, pero pensando y escribiendo en "moderno".
Nuestra época, que lo puede fabricar todo menos el tiempo, necesita para la juventud obras claras, humanes y sintéticas. No olvidemos que la síntesis es la etapa última y más difícil, de la evolución del pensamiento. Por tanto, creemos que este último libro sobre la historie paraguaya, es de importancia excepcional, pues permite a paraguayos y sudamericanos, conocer con exactitud histórica, la historia del Paraguay Colonial. A los primeros les ayudará a explicarse y e amar la evolución de su patria y a los segundos, es decir a los sudamericanos, les servirá para comprender y conocer un emocionante capítulo de la historia de una nación americana, que desde el corazón de un continente, se perfila legendaria, heroica y brumosa.
El profesor Sánchez Quell, haciendo honor a su cátedra, presenta y ubica con claro sentido didáctico el "leít-motiv" de su obra: Paraguay. Comienza por explicar en sus primeros capítulos, las razones que impulsaron a los navegantes europeos a escudriñar los mares. Después de descubierto el continente americano, nos presenta las negociaciones diplomáticas con que Portugal y España se parten el nuevo mundo. Continúa con el estudio de los viajes de exploración y las delimitaciones de las gobernaciones concebidas por los reyes españoles.
Continuando con los capítulos siguientes, nos encontramos con la fundación de la ciudad de Asunción y las primeras rebeliones comuneras. Después se leen las diversas segregaciones del Paraguay y la irradiación de ciudades y de hombres, "a los cuatro vientos" como lo señala el autor, que hace esa capital situada en el plexo cardíaco de la América del Sur. Los problemas que derivan de las misiones jesuíticas y de las actividades económicas y políticas de "la Compañía" y de la revolución de los comuneros, campean bien vívidos en las páginas de estos capítulos.
Llegado a este punto de la lectura, surge la explicación espontánea de un hecho que es esencialmente paraguayo aunque con menor escala se presente en otros países sudamericanos: la manutención del espíritu de los comuneros de Villalar. De los españoles que saltaron el Gran Charco, vinieron de preferencia, en el primer período de la Colonia, hombres salidos de las huestes de Padilla y vencidos en Villalar, por las "banderas" imperiales. En las otras colonias americanas, la sed de oro o de gloria, es decir la miseria y las guerras, hicieron olvidarse al conquistador del ideal comunero, olvido fácil, puesto que la distancia de la Corona permitía mayores libertades que en la Península. Los conquistadores avecindados en el Paraguay, habiendo fracasado en su búsqueda del oro y no teniendo guerras continuadas, mantuvieron vivo el recuerdo de la causa que tal vez los hiciera emigrar. El bergantín construido en Asunción y llamado "Comuneros", comprueba este aserto. Posteriormente la política económica de los jesuitas en combinación con los gobernadores, reavivó fácilmente la llama de este ideal de libertad. Así fue como lo que pudiéramos llamar el espíritu del hombre de la calle de entonces, llega a la etapa de la independencia americana con un criterio perfectamente definido y sentido. Este espíritu, continúa latente en la vida paraguaya.
El "cómo" y el "por qué" de la revolución de la independencia americana, desde las invasiones de los ingleses, pasando por los motines de la Península, hasta el golpe contra el gobernador Velasco encabezado por el capitán Pedro Juan Caballero, son explicados con método y técnica histórica. Las causas inexplicables del fracaso de Belgrano, para un sudamericano, surgen claramente en estos últimos capítulos que concluyen con la declaración de la independencia del Paraguay.
Una parte de su obra el autor la dedica al Chaco. Esta parte la quita unidad a la obra y no tiene relación de continuidad histórica con el Paraguay Colonial. Pero es explicable que un paraguayo que ha vivido los problemas de la guerra del Chaco sienta espiritualmente ese continuidad y la necesidad de explicar los derechos de su nación sobre esa región. [1]
Continuando con el "fondo" diremos, que en lo que tiene relación con la técnica histórica, Sánchez Quell ha abandonado las líneas clásicas. Explicaremos esto.
La historia como ciencia no es el simple estudio erudito y exposición fría de los hechos. El hombre es la base del hecho histórico y los documentos y las otras fuentes de la historia que tienen un valor integral, no son toda la historia. Sobre este material el historiador moderno plasma con los buriles de la psicología, de la biología, de la filosofía, de la economía, de la sociología, la reproducción del pasado, hecha con sentido de unidad y a la que anima con el fuego creador de su talento de artista. El historiador contemporáneo es un zahorí que al soplo mágico de esta creación hace revivir épocas viejas; desfilan audaces por sus páginas hombres de criterio diferente del actual, a veces grandes, a veces pequeños. Con costumbres y sensibilidades diferentes y con un fondo económico distinto del que nosotros podemos concebir. A veces hechos económicos cambian trascendentalmente la faz de los acontecimientos, otras, hombres históricamente grandes doblan los hechos e imponen las actividades de su espíritu por encima de lo económico y lo material. Las pasiones humanas también contribuyen con sus exageraciones e enmarañar el pasado histórico. Todo el que quiere poner a lo humano la ley rígida de lo documental, de lo económico o de lo espiritual, no hace la historia del hombre, puesto que este, profundamente maleable, es movido por todas las posibilidades que la mente contempla. El eminente filósofo Jacques Maritain, en sus clases de la Universidad de Lovaina, planteaba en 1933 este concepto, que es la síntesis del pensamiento actual. Sin interpretar exactamente este criterio, el profesor Sánchez Quell lo usa como ruta y método.
En resumen, la obra "Estructura y función del Paraguay Colonial" es un oportuno y estudioso aporte al acervo cultural del país; que por su método, claridad y síntesis servirá a propios y extraños, especialmente a la juventud paraguaya y sudamericana, a tener un concepto preciso de este periodo de la historia del Paraguay.

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I PARTE

LOS LITIGIOS HISPANO LUSITANOS

 

Capítulo I

LA BUSQUEDA DE ESPECIAS

 

II PARTE

EL PARAGUAY Y BUENOS AIRES

 

Capítulo I

SEGREGACION DE AMAZONAS Y DE CUYO

 

Hemos visto cuáles fueron los primitivos límites de la Provincia del Paraguay o Río de la Plata, según la capitulación tomada con Don Pedro de Mendoza el 21 de Mayo de 1534. Las capitulaciones de Alvar Núñez y de Domingo de Irala, efectuadas posteriormente, se ajustaron a esos mismos límites.

Averigüemos ahora si la capitulación tomada con el Adelantado Juan Ortiz de Zárate el 10 de julio de 1569, confirma o no los límites de referencia.

"Os hacemos merced – dice el documento – de la gobernación del Río de la Plata con el distrito y demarcación que su Majestad el Emperador la dio y concedió al gobernador Don Pedro de Mendoza, y después de él a Alvar Núñez Cabeza de Vaca y a Domingo de Irala..."

Esto pareciera dejar las cosas como estaban. Pero la capitulación agrega: "...sin perjuicio de las otras gobernaciones que tenemos dadas a los capitanes Serpa y Silva".

Hay que tener en cuenta que las fronteras de las posesiones españolas en América eran trazarlas, muchas veces, arbitrariamente, por la voluntad de los monarcas, en Cédulas Reales que las delimitaban con mayor o menor perfección.

La gobernación del Capitán Diego Hernández de Serpa eran las Guayanas, y la del Capitán Pedro Malaver de Silva era Venezuela.

Estas dos gobernaciones fueron creadas con posterioridad a la de Mendoza. El límite meridional de ambas pasaba más al sur del Amazonas, en el paralelo 6º 20' de latitud austral. El Paraguay no se extendía ya, por tanto, hasta la línea del Ecuador, situada al norte del Amazonas. Por eso la capitulación de Ortiz de Zárate, respetando lo adjudicado a Serpa y Silva, segregaba del Paraguay la cuenca del Amazonas, desde la línea del Ecuador hasta el paralelo citado. (Véase Mapa al final).

Por otra parte, al crearse la gobernación de Chile – posterior también a la de Mendoza – se la dio cien leguas de ancho desde la costa del océano Pacífico hacia el este. Con esto, la región de Cuyo – actuales provincias argentinas de San Juan, Mendoza y San Luis –, que pertenecía a la Provincia del Paraguay, pasó a poder de Chile.

Buenos Aires aún no existía. Pero, con el correr de los años, bajo su jurisdicción iría a parar la región cuyana. En cuanto a la hoya amazónica, pasaría en definitiva a manos del Brasil.

La capitulación de Ortiz de Zárate, al no incluir los territorios de Amazonas y Cuyo, constituyó la segunda desmembración que sufrió el Paraguay durante el coloniaje.

 

Capítulo II

SEMBRANDO CIUDADES A LOS CUATRO VIENTOS

 

En el estadio de la historia de Indias, Asunción comenzó por ser una villa aglutinante que atrajo a sí todos los pequeños núcleos existentes en el Río la Plata. A los colonos que con Salazar la fundaron en 1537, agregáronse en 1539 los que trajo Ruiz Galán de Corpus Christi, en 1541 los que despoblaron Buenos Aires por orden de Irala y en 1542 los que con Alvar Núñez viajaron a través de las tupidas selvas del Brasil.

Bien pronto, sin embargo, esa corriente centrípeta varió de dirección. Ya en tiempos de Irala, este Gobernador envió, en 1554, al Capitán García Rodríguez de Vergara a fundar Ontiveros, en la costa oriental del Paraná, una legua más al norte del salto del Guairá. Poco después, en 1556, Ruy Díaz de Melgarejo trasladaba dicha población a tres leguas más al norte, rebautizándola con el nombre de Ciudad Real.

Durante el gobierno de Gonzalo de Mendoza, partiendo de Asunción al frente de numeroso contingente, Nufrio de Chaves remontó el Alto Paraguay, cruzó el Chaco y fundó Nueva Asunción en 1559 y Santa Cruz de la Sierra en 1561.

Siendo gobernador Felipe de Cáceres, se lanzó Ruy Díaz de Melgarejo, en 1570, a fundar Villa Rica del Espíritu Santo. La fundación se realizó – como documentalmente ha demostrado Ramón I. Cardozo – a sesenta leguas más al este del salto del Guairá, en la región de los bosques vírgenes de Cuarajhy-verá [Kuarajy vera] (resplandor del sol), donde los indígenas aseguraban que existían ricas minas de oro y plata. De ahí que la bautizaran con un nombre lleno de promesas y esperanzas: Villa Rica. Desde esa altura se veía el mar lejano, al que llamaban Mbaé-verá-guazú [Mba'e vera guasu] (cosa grande resplandeciente). Acosada constantemente por los bandeirantes paulistas, Villa Rica tuvo que trasladarse cinco veces para no desaparecer. Por eso es llamada la ciudad andariega. Trasladóse a treinta leguas más al este, luego a Curuguaty, después a Itapé, seguidamente a Espinillo y por fin al paraje de Ybytyrusu donde está actualmente enclavada, a treinta y cinco leguas al sudeste de Asunción (1).

Era gobernador Martín Suárez de Toledo, cuando salieron en 1573 de Asunción, con Juan de Garay a la cabeza, 9 españoles y 75 "mancebos de la tierra", o sea jóvenes mestizos paraguayos, para ir a fundar Santa Fe.

El gobierno de Juan de Garay (1578-1583) caracterizóse por el fuerte impulso expansionista que imprimió a la colonia. Después de haber reconocido personalmente la zona oriental del Alto Paraguay, envió a Ruy Díaz de Guzmán – primer historiador paraguayo de la conquista – a fundar Santiago de Xerez en 1579, en la margen derecha del Mbotetey. (Aún hoy, a tanto tiempo de la desaparición de aquella villa, se escucha decir a los paraguayos del norte: "Aha Jere-ñúpe", o sea "Voy a los campos de Jerez").

A Juan Ortiz de Zárate se le ordenaba en la capitulación, fundar "tres pueblos de españoles allende de los que están agora poblados, los cuales haréis entre el distrito de la ciudad de La Plata y la ciudad de Asunción, donde más convenga". La zona que se extiende entre las ciudades de la Platay Asunción es el Chaco. Garay, sucesor de Ortiz de Zárate, quiso dar cumplimiento a esa resolución. Con tal objeto, envió en 1579 a Adame de Olabarriaga a reconocer la costa del Pilcomayo para fundar una ciudad en el Chaco. Debido a lo anegadizo del terreno tuvo que abandonarse el proyecto por entonces. Seis años después se realizó el propósito, con la fundación de Concepción del Bermejo.

Hacía casi cuarenta años que la ciudad de Buenos Aires había desaparecido. Incendiados los últimos ranchos, avanzó el pasto y, cubriendo las cenizas, la borró del mapa. Ante la vista sólo se extendía de nuevo la pampa infinita.

Fue de Asunción que saldrían los fundadores de la segunda Buenos Aires. El Gobernador Juan de Garay decidió establecer en el Río de la Plata un puerto para unir España a Asunción y al Perú. Se realizó, pues, la ceremonia de levantar un estandarte, tocar trompetay tambor, y con voz de pregonero llamar a todos los habitantes de Asunción que quisiesen tomar parte en la jornada. Se alistaron 10 españoles y 56 "nacidos en la tierra", es decir, mestizos paraguayos. Partieron de Asunción acompañados de sus familiares, sus ganados, sus semillas, sus instrumentos de labranza y sus esperanzas. Garay y sus heroicos compañeros "realizaron – dice un escritor – una hazaña que hoy se pierde en el murmullo de los autos y entre las cumbres de los rascacielos".

Algunos de los expedicionarios salieron por tierra, arreando 500 vacas. Años después, el Gobernador del Paraguay, Hernandarias de Saavedra, dispone que 100 vacas sean enviadas de Buenos Aires al Uruguay. Dichos animales fueron desembarcados en el paraje que, desde entonces, se llama de las Vacas. Así fue como el Paraguay introdujo en la Argentina y en el Uruguay el primer ganado vacuno, que ahora puebla en millones las pampas y las cuchillas.

La fundación se realizó el 11 de junio de 1580. El sitio elegido fue la actual Plaza de Mayo. "Todo se efectúa tranquilamente – dice Larreta –. Se acabó la epopeya. Uno es el que mata la fiera, otro el que adereza la piel y aforra el capisayo. No hay por qué omitir la ceremonia de una nueva fundación. Garay corta hierbas y tira cuchilladas, como lo prescribe la antigua costumbre. El escribano ahueca la voz. El buen vizcaíno sonríe para sus adentros. Buenos Aires quedaba fundada definitivamente. Cabildo, rollo, cruz; y su plano, en pergamino de cuero. Como el suelo era llano, sin el menor accidente, no había por qué meterse en gambetas. Se trazaron de norte a sur, "leste ueste", calles perpendiculares. Damero honrado, franco". La planta urbana comprendía 16 cuadras de frente sobre el río por 9 de fondo. Destináronse seis manzanas al Fuerte, Plaza Mayor, tres conventosy un hospital; el resto a las casas y chácaras de los pobladores. Más tarde, repartió otras tierras entre los colonos, desde la ciudad hasta San Fernando, San Isidroy Tigre.

Al año siguiente, fue Juan de Garay quien, acompañado de treinta soldados, realizó la primera incursión por tierras australes. Partiendo de Buenos Aires, marchaba – según lo cuenta él mismo – "unas veces a la vista de la costa, otras metiéndome cinco o seis leguas por la tierra adentro". Así fue a dar a más de sesenta leguas de Buenos Aires, "que si hubiera de ir por el mar entiendo que fueran noventa, porque hace una gran ensenada". Al llegar a las playas de Mar del Plata actual, la costa atrajo su atención por su belleza. "Es muy galana y va corriendo una loma llana de campiña sobre la mar". El término de la excursión fue una punta, probablemente donde levántase hoy, acariciada por los médanos, el faro de Punta Mogotes.

Los sucesores de Garay prosiguieron la obra colonizadora. Juan Torres Navarrete envió en 1585 a Alonso de Vera y Aragón a fundar Concepción del Bermejo, cerca de las orillas de este último. La fundación se hizo en un lugar en que había "mucha leña e pesquería e caza e pasto". Los fundadores llevaron de Asunción 100 bueyes y 300 vacas. Y Juan Torres de Vera y Aragón – el último adelantado – envió en 1587 a Alonso de Vera a fundar San Juan de Vera de las Siete Corrientes. Los pobladores llevaban consigo 1500 vacas y 1500 caballos.

De Asunción irradió – durante todo el siglo XVI – el movimiento centrífugo. De ella partieron españoles y mestizos paraguayos a sembrar ciudades a los cuatro vientos. Germinación de este magno esfuerzo fueron Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes, Villa Rica, Santa Cruz de la Sierra y otro tantos núcleos de civilización. Brillante fue, sin duda, el origen del Paraguay. Pero Asunción, la ciudad madre y fundadora, que aportó los elementos y los medios económicos para su mantenimiento, quedó anémica, desangrada. "Como el pelícano de la fábula – dice Domínguez – se desgarró las entrañas, para alimentar a sus hijos".

 

Capítulo III

LA PERDIDA DEL LITORAL ATLÁNTICO

 

Por el año 1555, llegaba a las costas cálidasy brillantes del Brasil la expedición en que venían Juan de Salazar, los hermanos Goesy otros varios hidalgos españolesy portugueses. Entre ellos venían también el Capitán Hernando de Trejoy doña María de Sanabria.

Estos últimos contrajeron enlace a poco de llegar. En San Francisco, ubicada en la costa brasileña que pertenecía a la Corona de España y formaba parte de la Provincia del Paraguay, tuvieron un niño, el más tarde Fray doctor Hernando de Trejo y Sanabria, que en 1613 fundara en Córdoba la primera Universidad del Río de la Plata.

Don Hernando, military hombre poco hecho para la quietud, no se hallaba a gusto en aquellas soledades. Resuelto a buscar nuevos horizontes, emprende, acompañado de su familia, el camino de Asunción.

Aquí transcurrió la niñez de Trejo y Sanabria. Cuando cumplió 15 años, su madre pensó que convendría hacerle ampliar sus estudios. Por entonces llegaron hasta ella noticias del Colegio Franciscano de Lima. Allá iría, pues, a estudiar el muchacho. El viaje se realizó en menos tiempo que el esperado. Pasan los años, y el recuerdo del mozo se hace cada vez más difuso entre los vecinos. Mientras tanto, el joven Hernando vela en Lima. Cumplidos los 23 años, recibía su título de Doctor en Sagrada Teología. Se le encomienda poco después la dura misión de catequizar a los indios del Perú y de Tucumán. El 19 de junio de 1589 echan a repicar las campanas, más de seiscientos habitantes toman el camino de Tucumbú para recibirlo y Trejo y Sanabria entra triunfante en Asunción. En 1592, Felipe II lo nombra obispo de Tucumán. En 1600 funda en Córdoba un seminario con el nombre de Convictorio de San Francisco Xavier. Dicho establecimiento es declarado, diez años más tarde, Colegio Máximo Jesuítico. Trejo y Sanabria hace un verdadero apostolado de la enseñanza. En 1613 dona por escritura pública todos sus bienes muebles y raícesy sus rentas al citado colegio, que más tarde adquiere el carácter de Universidad. Así levantó un monumento al Derecho y a la libertad en América. Y hoy se levanta la figura del ilustre criollo paraguayo, envuelta en su tosco sayal franciscano, fundida en bronce y sobre base de granito, en el centro del patio de la Universidad de Córdoba.

Fallecido el capitán Hernando de Trejo, doña María de Sanabria contrajo segundas nupcias con Martín Suárez de Toledo. Hijo de esta unión fue Hernandarias de Saavedra, el primer criollo paraguayo que llegó a Gobernador de la Provincia del Paraguay o Río de la Plata.

Desde que tuvo 15 años, Hernandarias de Saavedra acudió a conquistas, correrías y poblaciones. Era uno de los mejores conocedores del país y uno de los capitanes más experimentados. Infatigable para los viajes, era además sumamente desinteresado. Fue un modelo de constancia y de honestidad. Durante cuarenticinco años sirvió a Su Majestad "en esta provincia que es mi patria". Fue cinco veces gobernador de su provincia. El Cabildo de Asunción lo nombró Teniente de Gobernador en 1592, Juan Ramírez de Velasco lo designó su Teniente de Gobernador en 1595, los habitantes de Asunción lo eligieron popularmente Gobernador en 1598, el Rey lo nombró en tal carácter en 1601 y el mismo volvió a designarlo en 1614.

Hernandarias de Saavedra promulgó, en 1603, ordenanzas en defensa de los indios, para que no sean vejados ni molestados. Entre otras disposiciones, contenían las siguientes: "los muchachos hasta la edad de quince años y las muchachas hasta de trece" debían ser libres de todo trabajo, lo mismo que los viejos "que llegaran a sesenta años"; en ningún caso los indios debían trabajar en los días de fiesta; la formay el tiempo en que los indios debían trabajar estaban rigurosamente establecidos; a los caciques se les debía guardar sus preeminencias y no ocuparlos en ningún género de trabajos; los encomenderos debían suministrar vestidos y alimentos a sus indios. Análogas fueron las ordenanzas dictadas en 1611 por el Visitador Francisco de Alfaro. Y para cumplirlas, designóse Protector de los Indios al propio Hernandarias de Saavedra.

Se preocupó también grandemente de los criollosy mestizos. "Aunque los españoles lo tachan – decía un peninsular – de que se inclina siempre a los criollosy mestizos, es muy honrado caballero, aunque criollo". Arbitrando medios para que los hijos de la tierra tuviesen estudio, fue el fundador en 1603 de las primeras escuelas en el Paraguay. Expresa en sus "Cartas y Memoriales al Rey de Españay al Consejo de Indias": "Di orden en la dicha ciudad de la Asunción e hice se pusiesen a estudio en ella más de 30 hijos de vecinos y más de otros 50 a oficios de los que andaban baldíos y perdidos e hice se pusiesen a la escuela más cantidad de 150 muchachos". En 1604 fundó la Casa de Recogidas. "En la ciudad de la Asunción – escribe – están recogidas en casa de una virtuosa mujer, que se dice la Madre Francisca de Bocanegra, más de sesenta mujeres solteras, pobres y huérfanas, hijas de nobles padres que han servirlo mucho a Vuestra Majestad en esta provincia. Muchas de éstas están allí por mi mandato y para el sustento dellas he procurado favorecerles todo lo posible". En 1617, combatió la costumbre que existía entre los mozos del campo de pasarse el día tomando "terere", pues esto los hacía "viciosos, haraganesyabominables ".

Sugestionado con la fantástica Ciudad de los Césares, Hernandarias de Saavedra resolvió organizar una expedición. Dicha leyenda geográfica tuvo su origen en el viaje que el Capitán Francisco César hizo en tiempos de Gaboto desde Sancti Spiritus hasta las pampas de San Luis, donde oyó hablar de la ciudad del Cuzco y de las riquezas del Perú. Posteriormente la leyenda se complicó,y supúsose que la misteriosa población quedaba al sur. El gobernador criollo buscó hombres y elementos en Asunción, Corrientes, Santa Fe y Buenos Aires; reunidos en ésta última, partieron en 1605, rumbo al sur, 130 españoles y criollos, 700 indios, 600 caballos, 600 bueyesy76 carretas. Después de internarse en la Patagonia, la expedición regresó sin haber encontrado rastro alguno de la Ciudad de los Césares. Después, Hernandarias de Saavedra realizó dos expediciones más; una a Entre Ríosy Uruguay en 1607 y otraa Corrientes en 1609.

Con el objeto de evangelizar a los indios, el diligente gobernador envió en 1609 misioneros jesuitas al Guairá, al Paraná,y al Uruguay.

Y – paradojas de la historia – durante la administración de este gran gobernador, el Paraguay sufrió la más grave de sus desmembraciones.

Para comprender mejor la forma en que se produjo esa desmembración, conviene estudiar antes cuáles eran los límites fijados entre Asuncióny las ciudades que de su seno surgieron.

A causa de la imprecisión de los términos de las respectivas ciudades, las mismas encomiendas eran adjudicadas a dos o tres partes distintas, lo que perjudicaba grandemente a Asunción, que hasta entonces había poseído esas tierras. Por tal razón, en 1598 el Procurador de la ciudad, Diego de Olabarrieta, solicitó del Gobernador Hernandarias de Saavedra la fijación precisa de los límites de Asunción. "Esta cibdad – decía la solicitud – ha más de sesenta años está pobladay de los cuarenta años a esta parte se han poblado otros pueblos de españoles, emanados y procedidos de esta cibdad y a mucha costa della, descarnándola como parece al presente pobre. E pues como cabeza e primera e más antigua tomó por jurisdicción e distrito más de cien leguas por todas partes... encomendando indios de repartimientos como aprehendiendo posesión e jurisdicción en dicho término..." Y terminaba pidiendo se dé "a cada cibdad su término con citación de las cibdades".

El Gobernador Hernandarias de Saavedra dictó su resolución, señalando "por término y jurisdicción de la ciudad de Vera de las Siete Corrientes a lo tocante hacia esta ciudad... El Paraná arriba... desde aquella parte donde está la dicha ciudad". La jurisdicción de Santiago de Xeres se fijó en la "loma de la cordillera abajo hacia Mbaracayú, aguas vertientes hacia dicha ciudad de Xerez, y por la parte de la cordillera arriba, tirando al norte, por la misma orden vaya la misma lomada corriendo aguas vertientes a esta parte al río del Paraguay". Como límite de Concepción del Bermejo señaló una línea que iba por "el medio y la mitad de la tierra entre el río de Araguay (Pilcomayo) y el de Bermejo" hasta "ocho leguas antes da llagar al río del Paraguay", donde bajaba, siguiendo paralelamente al río, hasta doblar luego frente a la confluencia con el Paraná. El acto gubernativo estableció así que los límites de Asunción con Santiago de Xerez, Corrientes y Concepción del Bermejo eran la cordillera de Mbaraeayú, el río Paraná y la línea que dividía en dos mitades la mesopotamia existente entre los ríos Pilcomayo y Bermejo.

En 1607, viendo que las ciudades del Guairá – Santiago de Xerez, Villa Rica y Ciudad Real – vivían en una incomunicación casi permanente, completamente apartadas de las corrientes comerciales, Hernandarias de Saavedra escribió al Rey significándole la conveniencia de segregarlas de la provincia y formar con ellas un gobierno aparte. "Tendría por acertado – decía – y creo irían en aumento, y los naturales serían mejor doctrinados, si Vuestra Majestad los dividiese deste gobierno a éstos y a Xerez, a quien tampoco van gobernador y obispo, por estar cien leguas adelante de la ciudad de la Asunción y es pueblo que se pobló de la gente de aquella provincia del Guairá". Habría que nombrarle gobernador, "para que teniendo dueño y quien se duela della, sin cuidado désta, se pueda ensanchar y hacer una buena gobernación".

Como pasaron algunos años sin que el proyecto se resolviera, en 1615 el Procurador Manuel de Irías lo reiteró en la Corte. Los pobladores que bajaban del Guairá a pedir justicia, decía Frías, tenían que atravesar "bosques y montañas, cordilleras muy espesas, bañados y anegadizos", transportando por ellos sus embarcaciones y mercaderías "a fuerza de brazos", para continuar después por ríos de "furiosas corrientes", en que los tripulantes debían bogar perpetuamente de pie, "al sol y al agua y de ninguna manera sentados".

El Rey pidió informe al Virrey del Perú, Marqués de Montes Claros, quien lo envió en éstos términos: "Juzgo muy conveniente hacer una nueva gobernación, pero porque si quedase con solas las tres ciudades de Guairá (Ciudad Real), Villa Rica y Xerez, como Hernandarias escribió a Vuestra Majestad, sería de poca consideración... es mi parecer que se la agregase la de la Asunción... con lo que quedaría cada uno de los dos gobiernos con cuatro ciudades".

Desgraciadamente, el informe del Virrey prevaleció sobre el pedido del Gobernador. Y por Real Cédula del 16 de diciembre de 1617, el Rey dividió la Provincia del Paraguay o Río de la Plata en dos: A la primera, que también se llamó del Guairá, correspondían Asunción, Santiago de Xerez, Villa Rica y Ciudad Real. A la segunda pertenecían Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes y Concepción del Bermejo.

La división se hizo, como dice Moreno, por agregación de ciudades. Cada una ingresaba con su correspondiente distrito. Por tanto, la línea divisoria entre las dos nuevas provincias quedaba establecida por la que separaba la jurisdicción de Asunción de las de Concepción del Bermejo y Corrientes. Poco después, con la despoblación de Concepción del Bermejo, el Paraguay recobró sus antiguas posesiones hasta el río Bermejo. (Véase mapa al final).

La división de 1617 constituyó la tercera desmembración del Paraguay colonial. La forma desacertada en que se efectuó no puede ser achacada a Hernandarias de Saavedra, que sólo proponía la separación de las tres ciudades del Guairá, sino al Marqués de Montes Claros, su verdadero inspirador.

Esa desmembración fue de consecuencias funestas para el Paraguay. En efecto, las ciudades del Guairá, que seguían sin fuerzas propias para defenderse de las malocas paulistas, fueron destruidas. Perdióse el litoral Atlántico – que pasó a depender de Buenos Aires –, el Paraguay quedó aislado y comenzó su decadencia.

 

Capítulo IV

JESUITAS Y COMUNEROS

 

Entre las Misiones Jesuíticas del Paraguay y la Revolución Comunera que estalló en este país, existe una relación más íntima de la que generalmente se cree, ya que la política desarrollada por la primera constituyó en realidad una de las causas que originaron la segunda.

A su arribo al Paraguay, los jesuitas consiguieron atraer a los indios por medio de la mansedumbre, de abalorios y de la música. Mientras descendían en piraguas por los ríos, o abrían picadas en la selva, los misioneros iban tocando instrumentos musicales y entonando cánticos. Los indios acudían para escuchar y quedaban subyugados ante el irresistible atractivo.

Los misioneros erigieron sus reducciones en hermosas lomas, a orillas de frescos arroyos. Los treinta pueblos ofrecían el espectáculo de una edificación uniforme. En cada pueblo se levantaba la Iglesia. A un costado de ésta se hallaban el Colegio y los Talleres para diversos oficios. Al otro costado de la Iglesia estaban el Cementerio y el "Koty guasu" (habitación grande), que venía a ser el asilo-hospital de la reducción. Las cinco reparticiones citadas formaban uno de los cuatro lados de la plaza. Los otros tres lados estaban ocupados por las casas de los indios, todas igualmente blancas, de tejas y rodeadas de grandes corredores. Fuera del cacique, los jesuitas obligaban a todos, hombres y mujeres, a ir vestidos con feos camisones de dormir, como el de las criaturas de un orfanato o internado. Tal supresión de la individualidad, de la autonomía personal o de familia, fue – en opinión de Gilberto Freyre – "un régimen destructor de cuanto en los indígenas era alegría, frescura, espontaneidad, ánimo combativo, potencial de cultura. Dichos indígenas se artificializaron en una población aparte de la colonial, extraña a sus necesidades, a sus intereses y aspiraciones".

Una de las fuentes principales de recursos era la agricultura. Los jesuitas supieron dar a la labranza el carácter de una fiesta. Reunidos en la plaza, los indios se dirigían a las sementeras precedidos de la imagen de la Virgen y al son de violines, guzlasy tambores. Colocada la imagen bajo protectora enramada, los indios rezabany luego se entregaban a sus quehaceres. Entre tanto, en los talleres del pueblo otros indios trabajaban como tejedores, carpinteros, herreros, plateros, pintores, escultores; doradores, etcétera. Los terrenos empleados en la agricultura estaban divididos en tres secciones: "Tava mba'e" (cosa del pueblo, es decir, perteneciente a la comunidad); "Ava mba'e" (cosa del indio o sea propiedad privada); y "Tupâ mba'e" (propiedad de Dios, destinada al sustento de las viudas, huérfanos, enfermos, ancianos y artesanos). "Esta destinación – dice el doctor Blas Garay – sólo era nominaly dirigida a impresionar el ánimo de los indios, pues todo lo que las reducciones producían era aportado a un fondo único, empleado en llevar adelante los planes de la Compañía,y sólo en muy exigua parte en subvenir a las necesidades de aquellos que los ganaban, gracias al sudor de su rostro, al trabajo continuo a que los sujetaron los catequistas".

Se ha dicho de las Misiones Jesuíticas que constituyeron una experiencia del régimen comunista. Esto es un error, pues – como bien lo hace notar el doctor Alberto Rojas – ni la vida en común, bajo un régimen especial de disciplina, ni la universalidad del trabajo, no son lo que caracteriza un verdadero sistema comunista. La nota saliente de esta escuela económica es la comunidad de riqueza. "El indio – agrega dicho autor – estaba sometido a un régimen de verdadera servidumbre. ¿Qué mucho que se la dieran tierras para que las cultivase para sí, estando sujeto a una disciplina rígida que señalaba de antemano el radio de su acción y el destino del fruto de su actividad? Era, en verdad, nada más que un instrumento de producción al servicio de la Compañía. La Orden retribuía su trabajo, es cierto, dándole alimento, vestuarioy vivienda, pero el hecho que marea el carácter específico del sistema es que el remanente de lo que se consumía ingresaba en las arcas de la Compañía allende el mar. No puede darse nada más contradictorio con el comunismo".

Los jesuitas cultivaban en Europa todos los ramos del saber. Descifraban inscripciones latinas, observaban los movimientos de los astros, publicaban bibliotecas enteras, libros de controversia, casuística, historia, tratados de óptica, ediciones de los Padres de la Iglesia, madrigales y sátiras. A ellos se debió la primera imprenta que funcionó en el Río de la Plata; fue la establecida en 1700 en Santa María la Mayor, pueblo de las Misiones del Paraguay situado en la margen occidental del río Uruguay. Ochenta años después se fundó en Buenos Aires la primera imprenta. De la tosca prensa tipográfica de las Misiones, construida con maderas de sus selvas vírgenes, salieron obras voluminosas como elVocabulario del P. Ruiz de Montoya, elFlos Sanctorum del P. Rivadeneira, la Diferencia entre lo temporal y lo eterno del P. Nierenberg, etcétera. Correcta la impresión, limpias y nítidas sus páginas, estaban ilustradas con bellas láminas, viñetas y xilografías, grabadas por los indios Tilcará, Yaparí y otros.

Se colmó de música la vida de los catecúmenos. Los indios despertaban de mañana cantando. Los jesuitas combinaron hábilmente el estilo religioso o católico de letanía con las formas de canto indígenas. En la poética colonial, los padres de la Compañía ensayaban las formas que más se asemejaban a los cantos de los guaraníes, con estribillo y refranes, para atraer así a los indios y convertirlos a la fe católica. De las estrofas escritas por los jesuitas para los neófitos de las reducciones, se conoce hoy la siguiente:

 

¡Oh, Virgen María

Tupâsy eté,

ava pe ara porâ

oikó nendive jave!

 

Que traducida, quiere decir, según Affonso de Taunay: "¡Oh, Virgen María, – madre de Dios verdadero –, los hombres de este mundo – están bien contigo!"

Pero que en realidad significa: ¡"Oh, Virgen María –, verdadera madre da Dios –, para el indio es lindo el día – cuando va en tu compañía!".

Lástima fue que los misioneros descuidaran la educación espiritual de los indígenas, enseñándoles sólo a leery escribir en guaraní, para preocuparse únicamente de hacerlos laboriosos agricultores o hábiles artífices en aquellas artes de que podían obtener más pingües provechos.

Otra fuente de cuantiosas utilidades fue el laboreo de la yerba-mate. Este negocio costaba la vida a millares de guaraníes. Nos lo cuenta un jesuita, el P. Ruiz de Montoya: "Tiene la labor de esta yerba consumido muchos millares de indios... Lastima la vista el verlos... Lleva a cuestas cada uno cinco a seis arrobas, 10, 15, 20 y más leguas, pesando el indio mucho menos que su carga (sin darle cosa alguna para su sustento)... ¡Cuántos se han quedado muertos recostados sobre sus cargas!... ¡Cuántos se despeñaron con el peso por horribles barrancos!"

El desinterés de los jesuitas no fue tan grande como algunos sostienen. Afanáronse por acaparar riquezas materiales en menoscabo de su misión cristiana y civilizadora. "Ejercieron – dice J. Natalicio González – el monopolio de la tierra; de la yerba; de la riqueza ganadera; del comercio de importación y de exportación". La gran masa de indios – 160.000 –, a los que no pagaban salario, les permitían producir mucho y barato. No pagaban flete, pues transportaban sus mercaderías en embarcaciones propias, construidas por los indios. Jamás pagaron impuesto alguno. Aparte de eso, proyectaban su influencia sobre Asunción sobornando a gobernadores indignos,y negaban el derecho de visita a sus reducciones a los gobernadores y obispos que no se les sometían. Todo ello causaba una competencia ruinosa al resto de la provincia.

Los productores libres nada podían frente a esa poderosa empresa organizada, que poseía ricas estancias de ganado en Yarigua'a y otros puntosy que exportaba, sin gravamen alguno, enormes cantidades de yerba-mate, cuero, algodón, etcétera. Por el contrario, obligados a prestar servicio militar cada vez que los guaicurúes del Chaco asaltaban a las poblaciones del litoral o que los bandeirantes avanzaban por el este, careciendo de tiempo para trabajar, sufriendo gabelas y contribuciones de toda clase, los colonos españoles, criollos y mestizos, se empobrecían más y más, sin ninguna esperanza de mejoramiento. Tan pobres estaban, que "apenas tenían moderada decencia los más de ellos, vestidos de pieles de animales silvestres, porque no alcanzaban sus fuerzas a poner a sí, a sus mujeres e hijos, traje y vestuario competente".

Ya veremos luego cómo estos hechos económicos, acumulándose durante largo tiempo, desembocan finalmente en la Revolución Comunera.

Y remontémonos ahora a los antecedentes políticos de dicho movimiento.

Hemos observado detenidamente la forma en que se desarrolló la revolución que Domingo de Irala y los Oficiales Reales, con el nombre de "comuneros", efectuaron en 1544 contra Alvar Núñez, a quien remitieron preso a España a bordo de la carabela "Comuneros". Tal fue el primer jalón.

Entroncando ese suceso en la Revolución Comunera de Castilla, que en 1520 estalló contra Carlos V, escribe el doctor Viriato Díaz Pérez: "Muchos de los conquistadores pertenecían a la época "comunera" española. Algunos fueron testigos, otros actuantes, en aquella contienda. Es natural que trajesen viva a América la tradición de la protesta candente; los recuerdos trágicos de la lucha; el eco de los anhelos sofocados en Villalar. El grito de "¡Libertad!" ya representa un precoz sentimiento de autoridad local, de vida autónoma, en el núcleo originario, que ensaya oponerse al mandatario del exterior. Podría representar el vasco Irala, en el reducidísimo escenario, un aspecto del característico antagonismo íbero entre pequeñas entidades autónomas del terruño, locales, y los representantes del poder absoluto centralista, contrario a todo fuero".

El segundo jalón fue el golpe contra el Gobernador Felipe de Cáceres en 1572. Hallábase éste oyendo misa en la Catedral cuando a un grito del Obispo Fray Pedro Fernández de Latorre, todos se precipitaron sobre él. "Fue cogido por los cabellos – dice Juan Francisco Aguirre –, golpeado y llevado en volandas al Convento de la Merced, donde le encerraron, engrillaron y ataron a una cadena, que remataba en un cepo, cuya llave paraba en poder del Obispo, quien vivía en el cuarto inmediato al de la prisión". Martín Suárez de Toledo, gran amigo del Obispo, lanzóse a la calle con los partidarios de Latorre al grito de "¡Libertad!" y asumió el mando de la Provincia.

Los ecos de estos gritos continuaron repitiéndose en la historia paraguaya. Y así encontramos el tercer jalón. Fray Bernardino de Cárdenas, franciscano, era gran amigo de los indios. Siendo Obispo del Paraguay, comenzó a visitar los pueblos y reducciones del interior. Pero al intentar penetrar en las Misiones Jesuíticas, halló una tenaz resistencia de parte de la Orden. Al llegar a Yaguarón, 800 indios, incitados por los jesuitas y conducidos por el ex-Gobernador Gregorio de Hinestrosa, invadieron el pueblo para apoderarse del Obispo. Esto tuvo que huir a Asunción. Hasta allí le siguió con sus tropas Hinestrosa, que durante su gobierno había sido un dócil instrumento de los jesuitas. Se apoderaron de Cárdenas, "vendáronle los ojos, le sacaron arrastrado desnudo a la calle, y en una mala canoa le desterraron de la ciudad". Después de dos años de exilio, el Obispo Cárdenas regresó a Asunción, donde gozaba de mucho prestigio. En 1649 el pueblo de Asunción lo aclamó como gobernador. Aplicábase así la Real Cédula del 12 de Septiembre de 1537, que autorizaba a elegir popularmente gobernador interino hasta tanto que la Corona designase el titular. Poco después, a pedido del Cabildo, Cárdenas expulsó a los jesuitas, medida radican y temeraria con que se adelantó a la ordenada por Carlos III en 1767. El hecho constituía una verdadera revolución. El Virrey del Perú designó de inmediato gobernador a Andrés de León y Garabito, con un mandato expreso de someter a la rebelde provincia. Garabito, secundado por los jesuitas, armó un ejército de 4.000 indios y se dirigió hacia la capital. Asunción se aprestó a la defensa. Después de reñida batalla, Garabito entró en la ciudad; los indios cometieron crímenes de toda laya. Las familias asuncenas huyeron al Chaco. Apresado Cárdenas, fue nuevamente desterrado. Después de peregrinar muchos años en busca de justicia, la Santa Sede examinó su causa y lo eximió de toda culpa.

Y así llegamos a la época en que va a desarrollarse la Revolución Comunera. He aquí un documento que ilustra con toda precisión sobre las cansas del movimiento:

"Los religiosos de la Compañía de Jesús tienen y han tenido siempre a esta miserable provincia sujeta, abandonada y arruinada. Acosta del sudor, cuidado y desvelo de las armas de los vecinos, usufructúan todo lo pingüe de sus riquezas. Avasallan al pueblo con sus amenazas; lo tienen en suma pobreza, cogiéndose las mejores tierras de la Provincia, por ocupar las cuales pagan arrendamiento los propios que las defienden de los salvajes con su sangre y con su vida. Ocupan propiedades ajenas, quemando las casas de los vecinos. De ese modo, se apropiaron de las tierras que, partiendo del río, al sur de la ciudad, tienen de largo legua y media, y tres de ancho. A éstas siguen las tierras de San Lorenzo el Viejo y San Lorenzo el Nuevo, hasta dar en el Campo Grande; de modo que por ese lado cogen todo lo mejor de la tierra inmediata a la ciudad. De allí a 4 leguas, en el paraje Guayaiví-ty [Guajaivity], tienen otra posesión. En los campos de Pirayú [Piraju] tienen dos posesiones unidas en una, que cada una tiene dos leguas de largo, y de ancho en parte otras dos leguas; las sigue otra que llaman Paraguarí; otra incorporada en la cordillera arriba, que llaman los Naranjos; otra en Yarigua-á-guazú, en Yarigua-á-mí, en Tapytanguá, en Guazutay, hasta las cabezas del río Caañabé [3]. Todas estas últimas, juntas e incorporadas, como lo están, tienen de circunvalación más de 5 leguas, siendo la mejor de toda la Provincia en pastos, aguadas, montañas y abrevaderos, habiendo adquirido todo este dominio por sola su autoridad. Fundando su derecho en una merced, que dicen les hizo don Gregorio de Hinestrosa, mudan sus lindes, como hoy lo han hecho, extendiéndose desde el arroyo Ibembí e [Ivembi'e] hasta el Pirayubí [Pirajuvi], introduciéndose y quitando tierras de su estancia a los indios de Yaguarón, de unas seis leguas de longitud; por otro costado, desde el dicho Ibembiré [Ivembire] hasta Ybytimiré [Ybytumire], se han apropiado de otras cinco leguas; además de unas 16 leguas que pretenden de otros vecinos. Todas estas tierras son para un colegio que nunca mantiene más de 5 ó 6 sujetos, cuando bien pueden acomodarse en ella más de 200 familias que andan vagando, sin tener un palmo de tierra en el Real Servicio, después de haber conquistado esta tierra a costa de sus vidas. No siendo menos perjudicial esto, por el atajo que hacen de los caminos públicos en todo lo que dicen ser suyo, causando a los vecinos de esta Provincia innumerables trabajos, y pérdidas de hacienda y vidas, por los rodeos que les obligan a hacer por los caminos y arroyos crecidos. No es menos el daño que esta Provincia experimenta de dichos religiosos por el modo con que se tienen abarcado el comercio del río y de la tierra a título de Misiones y Bienes Eclesiásticos, sin pagar la Real alcabala, derecho de estanco a la ciudad ni los diezmos a la iglesia, alzándose con los yerbales de que esta ciudad es dueña, enviando a sus indios tapes para que echasen, despojasen y matasen a los beneficiadores españoles de dichos yerbalesy a beneficiar grandísimas cantidades cada y cuando quieren, por su propia autoridad, sin licencia ni noticia de los señores Gobernadores, como lo hacen y ejecutan los españoles y los demás pueblos de indios de esta Provincia". (Arch. Nac., Acta Capitular citada por J. Natalicio González").

Por su parte, Matías Anglés y Gortari dio su informe en los siguientes términos: "Con toda verdad se puede afirmar, que estos pocos sujetos del Colegio tienen excesivamente más en el Terreno del Paraguay, que lo que gozan y les resta a todos los vecinos del Paraguay, y su Provincia, que se compondrá de diez mil españoles capaces de llevar armas, y lo menos cincuenta mil españoles.

A los vecinos no les han quedado, ni tienen más tierras que las de las montañas o fronteras, que están continuamente defendiendo de tanto infiel enemigo, con riesgo de sus vidas, a su costa. Es de ponderar, que aún las más de las tierras que estos soldados españoles ocupan, son también de los padres de dicho Colegio, por las cuales pagan anualmente arrendamiento bien crecido, que cobran los dichos padres con notable rigor.

En el Colegio de la expresada ciudad de Asunción, tienen los padres dos almacenes públicos, en los cuales se venden todos los géneros de Castilla gastables en la ciudad y el país, y ropa de la tierra y paños de Quito. Y como los padres conducen estas memorias de género y ropa de la tierra desde Buenos Aires y Colonia, sin costo alguno, con sus indios y sus embarcaciones,y no pagan fletes ni alcabalas ni otros derechos ni impuestos, aunque sean muy precisos y obligatorios, bajan un poco del precio corriente a que los pueden vender los comerciantes, que pagan y contribuyen con todas estas pensiones y tienen tan crecidos gastos y costos en la conducción, y de esta suerte venden los dichos padres memorias crecidas de géneros y ropa en perjuicio considerable de los haberes Reales, y gran quebranto y atraso de los comerciantes, que se eternizan en lo que llevan.

Los padres de dicho Colegio tienen abarcado todo o la mayor parte del comercio de la Provincia, y recogen la substancia de cuanto produce. Se han adelantado de tal suerte en el manejo de todo lo que puede producir utilidad conveniencia, y son tantasy tan opulentas las estancias que tienen, tan cuantiosas las ventas que hacen, que casi penden todos los vecinos del arbitrio de sus Reverencias".

Compendiemos en lo posible el desarrollo de los acontecimientos.

En 1717 es designado Gobernador del Paraguay Diego de los Reyes Balmaceda, muy vinculado a los jesuitas. Poco después, el vecindario formula contra Reyes las siguientes acusaciones: 1º) Haber asumido la gobernación sin "dispensa de naturaleza", pues estaba casado con la asuncena Francisca Benítez, y las leyes prohibían la provisión de los cargos con vecinos de una provincia. 2º) Haber impuesto en provecho propio el servicio personal a los indios, contra lo dispuesto por las Ordenanzas de Alfaro. 3º) Injusta guerra a los payaguaes. 4º) Haber establecido impuestos nuevos sin autoridad para hacerlo. 5º) Trabas puestas al comercio. 6º) Haber interceptado los caminos a Charcas para impedir la presentación de las denuncias formuladas en contra de él. La Audiencia de Charcas designa entonces Juez Pesquisidor en la Provincia del Paraguay al doctor José de Antequera y Castro, Caballero de la Orden de Alcántaray Protector de los Indios del Perú. Este distinguido jurista panameño comprueba la veracidad de las acusaciones contra Balmaceda. Un pliego cerrado que traía le autorizaba a ejercer la gobernación en caso de resultar culpable Balmaceda. Antequera asume, pues, el gobierno del Paraguay. Balmaceda huye. Pero luego, repuesto en el cargo por el Virrey del Perú y Arzobispo de Lima Fray Diego Morcillo, vuelve a la cabeza de 6.000 indios facilitádosle por el Superior de los Jesuitas. Se detiene, sin embargo, en Tabapy [Tavapy],y luego se retira. El Virrey encarga entonces a Baltasar García Ros la reposición de Balmaceda en el gobierno. Antequera declara ante el Cabildo: "El pueblo reservó en sí una facultad, especialmente en lo que mira a las leyes del gobierno político, a las que tienen su fundamento en el Derecho Natural. El pueblo puede oponerse al Príncipe que no procede "ex acquo et bono". No todos los mandatos del Príncipe deben ejecutarse". Estamos en 1723. Comienza la Revolución Comunera. El Cabildo asunceno acuerda solemnemente no acatar ni a Balmaceda como gobernador, ni a García Ros como enviado del Virrey, y ratificar en el mando a Antequera. García Ros, auxiliado por los jesuitas, parte con 2.000 indios. El Cabildo encarga a Antequera la, jefatura del ejército y expulsa a los jesuitas de Asunción, dándoles el plazo perentorio de 3 horas. (Es la segunda expulsión, pues la primera fue realizada por el Obispo Cárdenas). Antequera marcha al encuentro del ejército invasor y lo derrota a orillas del Tebicuary. A su regreso es recibido triunfalmente por la ciudad. Todos los pueblos envían emisarios y mensajes que demuestran la popularidad de la caunsa por él defendida. Además del apoyo del Cabildo, Antequera cuenta con el de los franciscanos, cuyo espíritu liberal estuvo siempre en oposición al absorbente y dominador de los jesuitas. Pero el Virrey ordena terminantemente a Bruno Mauricio de Zabala, Gobernador de Buenos Aires y fundador de Montevideo, que se dirija al Paraguay contra Antequera. Zabala, al frente de un ejército de 6.000 guaraníes de las Misiones, se dirige a Asunción. En la imposibilidad de resistir, Antequera se ve obligado a dirigirse a Córdoba, donde se refugia en el Convento de los Franciscanos. Ramón de las Llanas, jefe interino, no puede, dada la escasez de armas, organizar la defensa en forma eficaz. Zabala entra en Asunción, repone a los jesuitas en su Colegio y nombra gobernador a Martín de Barúa. Así termina la primera etapa de la Revolución Comunera.

Estando en el Convento de San Francisco, en Córdoba, Antequera oye pregonar un bando del Virrey por el que se ofrece cuatro mil pesos de premio a quien lo entregue vivo o muerto y dos mil al que denuncie su paradero. Esperanzado en la Audiencia de Charcas, que lo había enviado al Paraguay, Antequera intenta presentarse ante ella a rendir cuenta de sus gestiones. Pero la Audiencia le hace apresar y lo envía a Lima ante el Virrey. Lo acompaña Juan de Mena, su fiel compañero de causa. En la cárcel de Lima, Antequera traba amistad con otro panameño: Fernando de Mompós, a quien entusiasma con la causa popular de los asuncenos. Mompós consigue huir de la prisión y se dirige al Paraguay. Elocuente orador, se pone a predicar públicamente en las calles de Asunción. Sostiene que "el poder del Común de cualquier República, ciudad, villa o aldea es más poderoso que el mismo Rey. En manos del Común está admitir la ley o el gobernador que gustase, porque aunque se los diese el Príncipe, si el Común no quiere, puede justamente resistir y dejar de obedecer". Son los mismos conceptos de Antequera, expuestos en diferentes términos. Se produce una honda conmoción política. Alrededor de Mompós se forma el partido "comunero". Allí están el Cabildo, los franciscanos y la inmensa mayoría del pueblo. En el partido "virreynalista" se nuclean los jesuitas y sus escasos partidarios. Los bandos representan dos fuerzas: la impulsora y la retentora. "Ambas fuerzas son – como observa Zum Felde – inherentes a la economía biológica del agregado; todo organismo social necesita de la lucha de elementos dentro de sí para conservarsey evolucionar. Un país sin partidos políticos, sin lucha de tendencias, es un país estancado, esterilizado, inánime. El sueño de la paz perfecta, del perfecto acuerdo, es contrario a la evolución orgánica, que requiere movimiento y lucha. Cuanto más turbulentoy apasionado sea un pueblo joven, tanto más vigorosa y fecunda será su madurez". El gobernador Barúa se hace grato al pueblo asunceno. Pero he aquí que el nuevo Virrey, Marqués de Castelfuerte, designa Gobernador del Paraguay a un pariente suyo, Ignacio Soroeta. Los comuneros declaran que no aceptan otra autoridad que la de Barúa y el Cabildo intima a Soroeta a salir inmediatamente de la Provincia. Como Barúa se niegaa continuar en el mando, los comuneros eligen una Junta Gubernativa y a José Luis Barreiro como Presidente de la misma. Por desgracia, el tal Barreiro resulta un traidor; tiende una celada a Mompós, lo apresa y lo entrega a las autoridades de Buenos Aires. Por vía Colonia do Sacramento, Mompós huye al Brasil. Estalla una revolución contra el traidor Barreiro; los jefes de los pueblos de la Cordillera marchan con gente armada sobre la capital; se apoderan de ella y eligen Presidente de la Junta Gubernativa a Antonio Ruiz de Arellano.

Después de estar en la cárcel durante cinco años, Antequera es condenado a decapitación en el cadalso. El pueblo limeño implora el perdón de la víctima. Esta es muerta camino del suplicio. Poco después es ejecutado Juan de Mena. La llegada de estas noticias causa inmensa indignación en los comuneros asuncenos; el Colegio Jesuítico es asaltado y los miembros dé la Orden expulsados por tercera vez. La hija de Juan de Mena, que llevaba luto por su esposo Ramón de las Llanas, al enterarse del suplicio de su padre, arroja las negras vestiduras y se presenta al pueblo vestida de blanco, "porque no era bien llorar vida con tanta gloria tributadaa la patria".

El Virrey no cede en su pretensión de imponer gobernadores al Paraguay. Es enviado en tal carácter Manuel Agustín de Ruiloba. Éste, apenas llegado, comienza a despotricar contra los comuneros. Estalla contra él una insurrección; la gente cordillerana se concentra en Guayaibity [Guajaivity], cerca de Itá; Ruiloba sale para combatirlos y es muerto en la lucha. Los comuneros proclaman Gobernador al Obispo franciscano Fray Juan de Arregui. Éste deja poco después el gobierno.

El virrey ordena nuevamente a Bruno Mauricio de Zabala apagar la rebelión ejecutando medidas represivas. Al frente de 6.000 indios de las reducciones jesuíticas, Zabala avanza contra los comuneros, venciéndolos en Tabapy [Tavapy]. Es el año 1735. Entra en Asunción, repone a los jesuitas en su colegio, designa Gobernador a Martín José de Echauri, declara abolido el derecho de elegir gobernadores en casos de vacante – privilegio que Asunción tenía desde 1537 –, condena a muerte a los principales jefes comuneros y hace perseguir cruelmente a otros que se habían refugiado en los montes después de Tabapy. Quedaba terminada la última etapa de la Revolución Comunera.

¿En qué consistió, pues, la ideología comunera? Su contenido económico fue éste: extinción del monopolio ejercido por los jesuitas en las riquezas básicas del Paraguay. Y éste su contenido político: defensa de la autonomía regional y de las libertades públicas contra el absolutismo centralista del Virrey.

El pueblo mantuvo – dice Díaz Pérez – "vinculación inmediata, tradicional y natural con la entidad popular democrática y netamente hispana del Cabildo, en oposición a la arbitraria de las jurisdicciones políticas absolutistas representadas en cierto modo por la Audiencia y el Virreynato. Durante este período, hubo batallas en las calles y en los campos, entre comuneros y virreynalistas; vienen de luengas tierras héroes y tribunos populares que levantan en masa el país; se predica ruidosamente en las calles asuncenas la doctrina de la prioridad del Común sobre toda otra autoridad; el puebloy el Cabildo gobernarán autónomamente; se creará con asombro de los tiempos nada menos que una Junta Gubernativa, en pleno siglo XVIII, cuando aún no se había producido la Revolución Francesa (ni la Estadounidense). Los jesuitas tocarán todos los resortes para imponerse. El Papa, el Rey, el Virrey, la Audiencia de Charcas, todas las potestades soberanas entrarán en juego, hasta que la causa de la comunidad, desmayada y agotada, en lucha contra innúmeras adversidades, venga a ser ahogada en sangre, permitiendo el triunfo del absolutismo centralista". Por eso, Díaz Pérez afirma que la causa capitular era la local y había de ser más tarde la nacional, y que los elementos populares que la secundaban anticipáronse a la actitud que, andando el tiempo, habían de asumir los revolucionarios de la Independencia.

"Los jesuitas y los comuneros – dice el doctor Justo Pastor Benítez –, fueron dos sociedades en lucha, dos organizaciones que chocaron. El Cabildo encarnó los intereses de la provincia contra los gobernadores que secundaban el predominio jesuítico y el absolutismo. Hay en el fondo de esa resistencia un fuerte apego a los fueros municipales, una tendencia a conseguir el predominio civil del Cabildo en la naciente sociedad colonial, como expresión de autonomía, de gobierno propio. La revolución compendiaba las quejas y aspiraciones de la provincia contra el absolutismo, el desamparo, los excesivos gravámenes económicos y la desigualdad de situación frente a las opulentas Misiones; la reivindicación de su tradición jurídica y de la primacía de la voluntad del Común".

Antequera fue, sin duda, la figura de mayor relieve de aquel memorable movimiento. "No rompió – dice Benítez – la imparcialidad del juez, sino que puso su autoridad al servicio de la justicia verificada. Entrevió en aquella confusa rebelión un fondo de aspiraciones legítimas; vio la preterición en que vivían los paraguayos y se puso a acaudillarlos para defenderlos. Era elocuente, ejecutivo y contagioso. Llegado del otro extremo del continente, se hizo el vocero del Cabildo, amparo jurídico éste de la sociedad civil del coloniaje. Nunca fue un demagogo. Caudillo sí y vocero eminente de la causa popular. Luchóy sufrió. Sus ideas, sus luchas, su altivez, su martirologio, hacen del doctor José de Antequera y Castro un precursor de la independencia americana".

Los paraguayos celebraban su recuerdo en coplas que cantaban al son del arpa y la guitarra:

 

Ala puerta de mi casa

tengo una losa frontera

con un letrero que dice:

¡Viva José de Antequera!

 

Para que sirviese de escarmiento a la rebelde provincia, la Audiencia de Charcas expidió arbitrariamente un auto, en 1739, por el cual constituía a Santa Fe en "Puerto Preciso" para todas las embarcaciones del Paraguay, prohibiendo que éstas siguieran directamente a Buenos Aires. Los barcos, después de hacer su descarga en Santa Fe y de abonar los ruinosos impuestos de arbitrio, sisa y alcabala, no podían seguir por el río hasta Buenos Aires. El impuesto de arbitrio estaba destinado a costear 200 soldados para la defensa de Santa Fe. El de sisa, a las obras de fortificaciones de Buenos Aires y Montevideo. Y el de alcabala era el impuesto sobre las rentas y transacciones en general. Los comerciantes estaban obligados a seguir el viajepor tierra, conduciendo en carretas los frutos del Paraguay. Además, la conducción no podía ser efectuada por los forasteros, pues los santafecinos tenían por una ley el monopolio del transporte terrestre. Todo ello causaba un perjuicio terrible a la Provincia del Paraguay.

Buenos Aires, abogando "pro domo sua", pidió la revocación de aquella medida inconsulta que la perjudicaba. Alegaba "los perjuicios que de ella se le seguíany aún su total ruina y exterminio, que es forzoso se siga con el abandono de su único comercio, que es la yerba y los efectos del Paraguay". De nada sirvió esta representación, como tampoco la que a su vez hizo el Paraguay en el mismo sentido.

Sofocada la Revolución Comunera, los jesuitas continuaron en el Paraguay treintidós años más. En Europa, la Orden era muy combatida por sus maquinaciones políticas. Especialmente en Francia, Portugal, España, Holanda y Flandes. Se los fue expulsando de todos esos países. En 1767, aconsejado por su Ministro el Conde de Aranda, Carlos III los expulsó de la Península y de sus posesiones ultramarinas. Tuvieron que abandonar, pues, las Misiones del Paraguay. Los indios se dispersaron. La selva tentacular inició su avance. Y de las reducciones se adueñó el silencio. Convertidas en taparas, de ellas sólo quedaron las ruinas de sus iglesias de piedra tallada, sus retablos churriguerismosy sus frescos primorosos.

Diez años más tarde, esto es, en 1776, una Real Cédula creaba el Virreinato del Río de la Plata, con territorios que hasta entonces habían pertenecido al Virreinato del Perú. La nueva jurisdicción abarcaba Argentina, Uruguay, Paraguayy Bolivia actuales, además de Río Grande del Sur (hoy brasileña). Los motivos determinantes de la creación del nuevo virreinato fueron dos: la dificultad de administrar desde Lima tan vasto territorio, y la necesidad. de establecer a orillas del Atlántico un poder capaz de oponerse a las continuas usurpaciones portuguesas. Buenos Aires fue designada capital de la nueva entidad.

El Virreinato del Río de la Plata tuvo su andamiaje político en la Real Ordenanza de Intendentes, promulgada en 1782. Ella dividía el virreinato en 8 Intendencias y 4 Gobernaciones Militares. Así surgieron las Intendencias de Buenos Aires, Córdoba, Salta, Paraguay, La Paz, Potosí, Chuquisaca, y Cochabamba. Y las Gobernaciones Militares de Montevideo, Misiones, Mojos y Chiquitos.

De la larga y enconada lucha entre comunerosy jesuitas, sólo quedaba el recuerdo. Ya no turbaban los primeros las apacibles calles asuncenas con el rumor de sus tumultuosas asambleas. Ya no tocaban a somatén los segundos para lanzar sus indígenas milicias sobre Asunción, la díscola.

 

Capítulo V

LA ERA DE RESURGIMIENTO

 

El destino de los pueblos tiene sus altibajos. Los pueblosEl gozan de días venturosos, sufren luego crisis espirituales y materiales, y después se reponen nuevamente. Si trazásemos un diagrama de la historia paraguaya, desde los días iniciales de la conquista hasta hoy, encontraríamos que ella registra muchos ascensos y descensos sucesivos. Nuestro país ha padecido varios retrocesosy ha disfrutado de otras tantas eras de resurgimiento.

Ahora tócanos ocuparnos sólo del primer renacimiento operado en el transcurso del acaecer nacional.

Al vigoroso período que abarca, el siglo XVI, siguió la decadencia. La división de la provincia al comenzar el siglo XVI, con la consiguiente pérdida del litoral Atlántico; las incesantes luchas contra los terribles guaicurúes al oeste y la arteros bandeirantes al este; el apoderamiento de las riquezas básicas del Paraguay realizado por los jesuitas; los gobernadorcillos mediocres, venales o indolentes que sufrió la Provincia con desgraciada frecuencia; la época gloriosa pero anárquica de la Revolución Comunera; todo eso contribuyó a que el Paraguay, que surgiera tan promisoriamente a la vida civilizada, se abatiera en la más lamentable decadencia durante todo el siglo XVIIy casi todo el XVIII.

¿A qué denominamos, pues, Era de Resurgimiento? Al último cuarto del siglo XVIII, esto es, los años que precedieron al advenimiento de la Revolución de la Independencia. Ese cuarto de siglo se caracteriza porque los destinos del Paraguay estuvieron en manos de gobernantes que tuvieron visión de estadistas de verdad, y muchas de cuyas gestiones constituyen aún hoy ejemplificadoras lecciones de gobierno. Nos referimos a los nombres ilustres y olvidados de Agustín Fernando de Pinedo, Pedro Melo de Portugal, Joaquín Alós y Lázaro de Ribera.

Internémonos con paciente cariño en el Archivo Nacional. Buceando en la penumbra de los viejos anaqueles, hemos de hallar el inexplorado filón que arroje luz sobre esa etapa hasta hoy baldía de la historia paraguaya.

Empecemos con Agustín Fernando de Pinedo. En un informe enviado al Rey el 29 de Enero de 1777, el clarividente gobernador señala las causas del atraso y miseria en que se debate la Provincia y propone las soluciones para remediarlas. Explica que al principio los encomenderos se condujeron bien, tratando humanamente a los indios, pero que sus sucesores, movidos por la codicia y ambición, se mostraron tiranosy crueles. No obedecían las órdenes reales que les desagradaban, ni a los gobernadores que no hacían causa común con ellos. A cambio del derecho de someter a los indios a su servicio, los encomenderos estaban obligados al servicio militar para la defensa de la provincia. Lejos de cumplirlo, eran los agricultores quienes, abandonando su capueras, partían a lejanos fortines – algunos de éstos situados a 20 leguas – debiendo costear de su peculio armas, pólvora, caballosy manutención. Por causa de estos gastos y el servicio militar continuo, se originaba la pobreza del país. En razón de esas calamidades, los paraguayos preferían dedicarse a la navegación, que les prometía ventajas positivas. Por eso muchos emigraban a las provincias vecinas. Y esta emigración era continua, porque cuanto menor era el número de los que quedaban, más apretado y oneroso era el servicio militar.

"Antes – agregaba Pinedo – el Paraguay producía abundancia de vino y trigo, y abastecía de ellos a Corrientes, Santa Fe y Buenos Aires; ahora hay que comprar una y otra cosa de Buenos Aires. Le causan mucho daño las naciones bárbaras que le roban sus ganados y la ponen en inquietud constante, siempre alerta y a la defensiva.

¡Señor, el Paraguay necesita una redención!

Para evitar su pérdida total, propongo a Vuestra Majestad las medidas siguientes:

1º Importa extinguir las encomiendas e incorporarlas todas a vuestra Real Corona.

2º Que para hacer la defensa de la Provincia se organice una milicia de 600 hombres, costeada por la Real Hacienda con los impuestos de capitación.

3º Que se formen poblaciones entre esta Provincia y Santa Cruz de la Sierra, para establecer una comunicación con el Perú. Al presente no se me figura muy ardua ni de exorbitante gasto esta empresa, respecto de las utilidades que concibo en su práctica, mediante a que de la Villa Real de la Concepción, fundada por mí dentro de las tierras que habitan los indios mbayaes, sólo dista el pueblo de indios chiquitos denominado Corazón de Jesús, de la gobernación de Santa Cruz de la Sierra, 80 leguas por el camino que acostumbran dichos indios según sus relaciones,y la del viaje que hizo por los mismos parajes el año l767 el jesuita P. José Sánchez Labrador, siendo cura del pueblo de Belén, de la jurisdicción de este Gobierno, cuyo diario tengo presente. Las conveniencias que resultarán del enlace, unión y comunicación de esta provincia con las del Perú considero utilísimas y ventajosísimas, así a la Real Corona de V. M. como a los habitantes de unay otras provincias" (Arch. Nac., Vol. 1, Nº 15-21).

El interesante documento cayó en el vacío. El Rey de España, rodeado de príncipes preocupados más por las cuestiones peninsulares que por las de las lejanas colonias, se desentendió del asunto. Ni fueron suprimidas las encomiendas que aún restaban, ni se organizó una milicia solventada por el fisco, ni se establecieron poblaciones en el Chaco. Quizá, ese camino de Concepción a Santo Corazón, con que soñaba el Gobernador Pinedo, al abrirnos por Santa Cruz los puertas de lo que constituye la actual Bolivia, habría establecido entre los dos pueblos una intensa corriente espiritual y material y habría evitado la guerra que estalló a causa del recíproco desconocimiento en que ambos vivieron durante tan largo tiempo.

Agustín Fernando de Pinedo fundó varias ciudades y pueblos del Paraguay, entre ellos Concepción y Pilar. Y, enterado de que los portugueses se habían establecido a orillas del Igatimí, cerca de la villa de Curuguaty, los desalojó de inmediato empujándolos hasta la, frontera.

Sigamos ahora con Pedro Melo de Portugal. Después de gobernar seis años, Pinedo la entregó el mando. Melo de Portugal se aplicó de lleno a aumentar la prosperidad del país, manteniendo el orden, asegurando la paz, resistiendo a todas las invasiones que sufría la Provincia y dando gran impulso a la agricultura y al comercio. Aparte de eso, fundó más de una decena de pueblos en la Región Oriental, y en el Chaco las reducciones de Melodía, Tobasy San Francisco Solano de Remolinos.

Pero el acto más trascendental del gobierno de Pedro Melo de Portugal, fue la fundación del Real Colegio Seminario de San Carlos, el primer instituto de enseñanza secundaria con que contó el país, el precursor – podría decirse – de nuestro Colegio Nacional de Bachillerato. En dicho establecimiento se enseñaba Latín, Retórica, Filosofía, Teología dogmático-moral, Matemáticas y Ciencias Naturales.

Accidentada fue la historia del Colegio de San Carlos. Fundado en 1783 por Pedro Melo de Portugal, fue clausurado en 1810 por orden de Velasco, quien lo convirtió en cuartel ante la inminente llegada de la expedición de Belgrano. Reabierto en 1812 por la Junta Superior Gubernativa compuesta de Yegros, Caballero y De la Mora, el Dictador Francia lo hizo desaparecer y dispuso de sus rentas. En 1841 los Cónsules López y Alonso lo restablecieron nuevamente, y desde entonces llevó una vida ininterrumpida y normal, hasta que la Guerra de la Triple Alianza lo cerró para siempre.

Ocho años duró el progresista gobierno de Pedro Melo de Portugal, quien más tarde llegó a ser Virrey del Río de la Plata.

Sucedióle en el mando el Gobernador Joaquín Alós. Durante el gobierno de éste, se realizó la fundación del fuerte Borbón para contener la invasión portuguesa en el norte, y también la expedición dirigida por el coronel José de Espínola que, partiendo de Ñeembucú, se internó en el Chaco, cruzó el Bermejo y llegó hasta Salta.

Que el Gobernador Alós también participaba de las inquietudes de Pinedo, en el sentido de la necesidad de abrir caminos y establecer poblaciones a través del Chaco, lo prueba el siguiente informe al Virrey: "Tengo por asentado y ventajoso a la Provincia – decía Alós – que se pueblen cuando más antes en la extensión posible los terrenos de este continente (el Chaco), se fomente el comercio y se facilite el tránsito a las provincias internas del Perú. Informaba a continuación que, a efecto de reconocer prolijamente los campos del Chaco, dispuso una operación dirigida por los Comandantes José Antonio Yegros y José de Espínola, asistidos del Ing. Geógrafo de la Tercera Partida de Demarcación de Límites Pedro Antonio Cerviño y del Piloto de la Cuarta Partida Pablo Lima. Los expedicionarios se internaron a larga distancia, "siendo de uniforme sentir que realmente son bellas las cualidades y proporciones del Gran Chaco para fundamentar en él diferentes colonias". Y agregaba que "adelantándose otras poblaciones, con el tiempo se abrirá y hallará el tránsito directo al Perú, cuya comunicación es sumamente interesante a la Provincia en la mutua correspondencia de sus frutos y otras ventajas, que aunque por ahora no sean tan ciertas, serán aún más de lo que me imagino con el trato sucesivo". (Bibl. Nac. de Río de Janeiro, documento citado por el doctor Efraím Cardozo).

La plausible gestión del Gobernador Alós tampoco halló la repercusión que merecía.

A su gobierno, cuya duración fue de 10 años, sucedió el de Lázaro de Ribera.

Para fomentar la enseñanza, Ribera propone el 22 de Diciembre de 1797 el establecimiento en Asunción de un seminario o escuela de primeras letras. "El amor vivo e inalterable – dice – de que estoy poseído hacia esta Provincia que la piedad del Rey me ha confiado, no me permite ver con indiferencia el abandono en que están las escuelas de primeras letras de estos pueblos, entregadas por lo general a maestros destituidos de aquellos conocimientos y buenas costumbres que deben ser la herencia de sus alumnos. La enseñanza de la juventud ha debido siempre una distinguida protección a los gobiernos ilustrados". Y a fin de que la instrucción pública se difunda por toda la provincia, "se traerán de cada pueblo seis muchachos, los cuales se volverán después que estén bien instruidos y vengan otros a reemplazarlos. En la escuela serán admitidos, sin estipendio alguno, los hijos de los españoles, para que estos vecinos tengan el consuelo de asegurar la crianza de sus hijos, los cuales contribuirán mucho, con su trato, a que se propague, más brevey con más facilidad, la lengua castellana entre los indios" (Arch. Nac., Vol. 3383 N. E.).

Velando por las buenas costumbres, el 23 de Diciembre de 1796, Ribera lanza un decreto que es publicado en la Plaza y calles de Asunción por voz del pregonero Montiel. Dice, entre otras cosas, el bando de referencia: "Que ninguno juegue truco, barra, volar ni otros juegos antes de misa mayor en día de trabajo ni de fiesta. Que ninguna persona de cualquier estado, calidad y condición que sea, cargue pistolas, trabucos, carabinas, puñales, navaja de muelle con golpe o virola, daga sola, cuchillo de punta chica o grande, aunque sea de cocina o de moda de faltriquera. Que ninguna publique pasquines, ni esparza libelos infamatorios en verso o prosa, de palabra ni por escrito, convirtiéndose así en declamadoresy perturbadores del sosiego público. Que ninguna persona de cualquier estado, calidad o condición que sea, ande por las calles después que se toque la queda, y si lo ejecutare, si siendo conocida sea hasta las once, con farol en noches obscuras. Que ningún pulpero tenga la puerta abierta de las diez de la noche en adelante, y que tocadas las Ave-Marías ponga farol. Que todos los dueños de solares los edifiquen dentro de ocho meses contados desde el día de la publicación de este auto, bajo apercibimiento de que no cumpliéndolo, se mandará justipreciary vender al primero que se obligue a edificarlos, a fin de que se mejore el aspecto de esta ciudad. Que el Alcalde Provincial, sus Tenientes, Alcaldes de la Hermandady Jueces Comisionados de Campaña, salgan personalmente cada tres meses a visitary recorrer las sementeras,y [verificar el] estado en que los moradores y habitantes de los partidos tienen las labranzas, examinando prolijamente si trabajan o no, si los sembrados que cultivan son correspondientes al número de personas de que compónese en la familia, si son capaces de suplir sus alimentos y si los cercados de las chácaras son proporcionados a sus resguardos. Que todas las carretas que entren en esta ciudad traigan el eje retobado de cueroy bien encebado, para evitar el incómodo y molesto ruido que con sus chillidos ocasionan por la omisión de esta fácil diligencia, inquietando a todas horas al vecindario". (Arch. Nac., Vol. 37, Nº 54).

En 1800 ya tuvimos teatro en Asunción. Fue en la Plaza de Armas. A un costado estaba el Cabildo. Al otro la Real Factoría de Tabacos. Al frente, la Casa del Gobernador. Y hacia la barranca, el improvisado escenario, donde se representaría esa noche "ha vida es sueño" de Calderón de la Barca. A todo lo largo de la Plaza esperaba una multitud impaciente y bullanguera. Precedido de un negrito esclavo que portaba un farol, llegó un caballero de tricornio y chorreras de encaje, jubón de raso, calzas cortas y hebillas de plata. Era don Lázaro. Nueve campanadas daba la Catedral cuando comenzó la función. Días después, Ribera narraba en esta forma el jubiloso suceso:

"En obsequio del cumpleaños de nuestro benigno soberano – dice su oficio del 19 de Diciembre de 1800 –, los individuos del comercio de esta ciudad representaron en la noche del 9 del corriente la comedia de Calderón que tiene por título "La vida es sueño", disponiendo y costeando un lucido teatro en 1a Plaza, a donde concurrió todo el pueblo, dando principio por una loa que tuvo por objeto recitar las grandes virtudes de un Rey y de una reina, padres de sus pueblos. El mismo comercio dio de comer aquel día a los pobres de la cárcel, manifestando todos su amor y fidelidad, y yo los deseos que siempre me han acompañado de promovery propagar, a tres mil leguas del trono, unos pensamientos que los considero muy apreciables y dignos de que lleguen a noticia de V. E., cuya vida ruego a Dios guarde muchos y felices años". (Arch. Nac., Vol. 40, Nº 4).

A propósito de artey letras, conviene recordar que Ruy Díaz de Guzmán – soldado y escritor – publicó la crónica histórica titulada "La Argentina", que él consideraba "primera fruta de tierra tan inculta y nueva". Y que durante el coloniaje destacáronse como poetas Juan de Salazar, Luis de Miranda de Villafaña, Gonzalo de Acosta, Martín del Barco Centeneray José de Antequera. Pero la poética colonial no está en esos versos solamente. Está también en las ingeniosas poesías populares ("compuestos", "maravillas, relación, etc.), en las sátiras políticasy sociales, en los panfletosy en los escritos de las paredes callejeras.

Ribera interesóse por la salud del pueblo. En Real Orden de 20 de Mayo último – expresa una nota del 25 de Febrero de 1805 – V. E. se sirvió comunicarme la agradable noticia de haber arribado con felicidad a este continente la expedición marítima destinada a propagar entre estos vasallos el admirable descubrimiento de la vacuna, después de haberlo introducido en las islas Canariasy de Puerto Rico". Y más adelante agrega que "en el caso de que por la distancia no pueda venir ningún individuo de los que acompañan al Director don Francisco Xavier de Balnis, se mande de aquí un cirujano a fin de que, recibiendo del mismo director o de algún comisionado la instruccióny necesarios conocimientos, pueda operar con el acierto que se desea en beneficio de estos remotos vasallos". (Archivo Nacional, Vol. 34).

Pero el activo gobernador no se contentaba con que fuesen vacunados los asuncenos solamente. Quería que los beneficios de la salud pública lleguen también a los pueblos del interior, aún a los más lejanos, como lo prueba este oficio del 30 de Diciembre de 1805: "La inoculación de la vacuna es un maravilloso preservativo de la viruela natural, ya conocida en toda Europa y en América, y para introducirla en esa población, el pueblo de Belén e Ycuamandiyú [Ykuamandyju], me remitirá V. prontamente 6 u 8 muchachos que no hayan tenido viruela, con algún hombre que sepa sangrar aunque sea imperfectamente, pues basta que maneje un poco la lanceta, para que en su presencia se vacunen aquí los dichos muchachos y regresen en estado de que el referido hombre puede vacunar sin dificultad comunicando de brazo en brazo este admirable remedio, que ha salvado la vida a millones de almas". (Arch. Nac., Vol. 127, Nº 12-22).

Con el objeto de desalojar a los portugueses de Coimbra, fortaleza fundada en territorio perteneciente a la Provincia del Paraguay, Ribera organizó y dirigió personalmente una expedición. Escuchemos su narración, escrita a bordo de la sumaca "Nuestra Señora del Carmen" el 17 de Octubre de 1801:

"No cansaré a V. E. con la relación de un viaje que lo hizo penoso la extraordinaria permanencia de los vientos contrarios y tempestuosos, y me ceñiré a decir que a los 42 días de navegación logré ponerme delante del fuerte Coimbra a las 4 de la tarde". Comenzó en seguida un fuerte cañoneo de ambos bandos, hasta que a las 5.45 "empezó a soplar con fuerza el suroeste, obligándome a dar la orden para que todas las embarcaciones se amarrasen a barlovento de Coimbra, con el objeto de cortarle toda comunicación con los establecimientos del norte. La mañana del 17 amainó un poco el viento y requerí al comandante, que es un Teniente Coronel de Ingenieros, para que se rindiese; me contestó con honor, diciendo que él y todos los defensores del fuerte se sepultarían primero debajo de sus ruinas. El 18, 19 y 20 se realizaron varias tentativas de acercamiento, con nutrido fuego de ambos bandos. Pero los portugueses se encontraban bien parapetados. Coimbra ya no es la estacada formada en un comienzo. Es un fuerte de cal y piedra, en cuya construcción trabajaron cuatro años. Está situado en la falda de un cerro elevado, cubierto de árboles y matorrales que forman un impenetrable bosque. En los días 21, 22 y 28 sopló el viento furiosamente. La noche del 22 fue el extremo riguroso de viento, agua y truenos, con unos torbellinos del norte y noreste tan impetuosos que nos ponían a pique de zozobrar. El 24 los capitanes y prácticos de los buques dieron su dictamen, manifestando que no podían detenerse más tiempo en la altura de Coimbra sin correr el riesgo de quedar sin agua para regresar, por ser mucha la rapidez con que bajaba el río. La Junta de oficiales votó por unanimidad la pronta retirada.

En los nueve días que sitié a Coimbra, no tuve ni una hora de tiempo favorable, y puede decirse que más fui a luchar con los elementos que con los enemigos del Rey. A pesar de tanto contratiempo y desgraciadas circunstancias, las armas de S. M. se hicieron respetar constantemente sosteniendo una superioridad decidida. Los portugueses fueron testigos de nuestra dominación, manteniéndose encerrados en los bosques más espesosy detrás de las murallas del fuerte. (Arch. Nac., Vol. 35, Nº 9).

La expedición tuvo, pues, que emprender el regreso. Si ella resultó infructuosa, la culpa no fue por cierto del Gobernador Ribera.

En 1797, el progresista gobernante estableció una fábrica de cables de güembé [guembe] y caraguatá [karaguata]. Estaba convencido de que por "los grandes recursos que tiene esta Provincia para ser rica y feliz, sus muchasy excelentes producciones", había que tomar medidas de esa naturaleza para hacerla prosperar. "Es un establecimiento – decía – que he fomentado venciendo todas las dificultades; él puede ser muy útil a V. M.ya estos vasallos, con no poco perjuicio de las potencias del norte de Europa, cuyo tráfico del cáñamo padecerá un decrecimiento proporcionado a la protección que se dispense a estas provincias". (Arch. Nac., Vol. 40, Nº 4).

La industrialización de esta producción nativa resultó un éxito. La nueva manufactura paraguaya encontró gran aceptación en la armada española, que la utilizó con eficacia durante las guerras napoleónicas. En un oficio del 19 de Diciembre de 1798, Ribera afirma que "habiendo remitido 6 cablesy 12 calabrotes para la Marina Real surta en el apostadero de Montevideo, me pide el Virrey otros que ya se están trabajando, manifestando en dicha carta que la experiencia ha enseñado la excelente calidad de aquellas amarras y que pueden preferirsea las de cáñamo por esta razón, y por la economía que resulta en los precios. La otra planta, llamada caraguatá [karaguata], es en mi concepto de más resistencia que el cáñamo, y la más a propósito para jarcias, por cuyo motivo voy a mandar hacer 1 cabo de labor de 3 pulgadas y 60 brazadas, para que el Virrey mande examinarlo en Montevideo, cuya tentativa me prometo podrá producir ventajas a esta Provincia y ahorros a la Real Hacienda". (id)

Ribera hacía que el Estado comprase la materia prima directamente a los productores. En efecto, una circular suya del 30 de Octubre de 1800 dice: "Puede V. S. publicar inmediatamente en esa Villa que el que quiera traer o remitir a esta Capital 5 ó 6.000 arrobas de güembé [guembe], se la comprará por cuenta de S. M. al precio corriente, pagando el importe sin dilación en sus Reales Cajas". (id.).

Constantemente llegaban urgentes pedidos de nuevas remesas. En nota del 18 de Enero de 1801, informa el Gobernador que el Virrey le ha ordenado hacer 2 cables, l calabrote y 1 guindalera. (id.). Y en otra, del 19 de Octubre de 1802, haber remitido a Montevideo 9 cabos de caraguatá,y estar terminados ya 2 calabrotes. En total, "se han trabajado, tanto de güembé como de caraguatá, 84 piezas, entre cables, calabrotesy guindaleras, desde 3 a 24 pulgadas de gruesoy 120 a 134 brazas de largo". (Arch. Nac., Vol. 928). Un documento, del 19 de Octubre la 1804, expresa que se han embarcado 2 calabrotes de güembé para la Marina Real y 1 cajón de caraguatá para el Gobernador de Montevideo. (id.). Y otro, del 17 de Noviembre del mismo año, informa que se remitieron 8 cables de güembé al Puerto de las Conchas. (id.).

Los cables de güembé y caraguatá, constituían, pues, un apreciable renglón de la exportación paraguaya.

El gobernador Ribera se propuso colonizar el Chaco. Poniéndose en contacto con los indios de Melodía, los payaguaes y otras diversas parcialidades del Chaco, y con sus catequistas, esbozó planes de gran aliento para realizar tal propósito. En un informe del 18 de Julio de 1796, Ribera expresaba que quería "dar a estos establecimientos un impulso cuyo movimiento se comunicase hasta las extremidades del Chaco. Las cosas se han proporcionado de modo que con 4 o 6 poblaciones bien situadas en el Chaco y 3 o 4 fuertecillos, lograríamos fijar para siempre el carácter inconstante de los indios". En su opinión, la conquista del Chaco sólo era factible poblando dicho territorio, y ese objetivo, siempre tan ansiado por la Provincia, no se lograría jamás con expediciones militares. En otra nota proponía los recursos que consideraba necesarios para llevar adelante empresa tan útil. "Con estos apoyos – agregaba – podrá un gobernador inteligente y celoso perpetuar la felicidad de la Provincia en diez o doce años. Estas poblaciones (se refería a las que proponía se fundasen en el Chaco) quedarán enlazadas con las de Tucumán y Perú". (Arch. Gral. de la Nación Argentina, documento citado por el doctor Efraím Cardozo).

Pero estaba escrito que ese grande anhelo no se realizaría. Y el bello proyecto quedó olvidado en las carpetas virreinales.

La benéfica labor desarrollada por Pinedo, Melo de Portugaly Alós, fue superada, si cabe, por Lázaro de Ribera. Su gobierno, que fue de diez años, se caracterizó por la propulsión que dio a la cultura, al arte, a la salud públicay a las industrias nacionales, como también por sus esfuerzos en defender las fronterasy en colonizar el Chaco. Con él termina la era del Resurgimiento.

La "Historia de una pasión argentina", Eduardo Mallea realiza una indagación enderezada a un saber de la realidad argentina. Los conceptos que emite se adecuan perfectamente a nuestros problemas. Por eso conviene meditar sus palabras: "Mientras vivamos durmiendo en ciertos vagos bienestares estaremos olvidando un destino. Algo más: la responsabilidad de un destino. Insertemos esta comprensión viva en el caminar de nuestra nación. Si ciencia es reminiscencia, lo que necesitamos en todo momento es reminiscencia, o sea conocimiento anterior, del origen de nuestro destino. Allí está potencialmente contenido nuestro devenir; si perdemos el recuerdo, o sea la ciencia de nuestro origen anterior, ¿qué podremos ser, más que un optimismo errabundo? Como los hombres, los pueblos que no han sufrido sólo conocen una grandeza pequeña. Y es este dolor lo que confiere a los pueblos y a los hombros un sentimiento heroico de su destinoy un estado de grandeza potencial".

La visión de la patria adquiere corporeidad cuando Mallea dice: "Uno de esos amaneceres, al concluir el trabajo, excedido de insomnio, salí a la calley eché a caminar por el largo paseo que hace un codo en el Retiro y sube hacia el bello golfo vegetal de la plaza San Martín. Me sentía absolutamente a solas con mi tierra caminando en el amanecer de la calle desierta. La hora del alba y la atmósfera me invadían. Al llegar a la plaza vi llegar por una de las calles laterales a una mujer vestida de negro. Su rostro era muy blanco y su cuerpo fino. Instintivamente, caminé unos pasos tras ella. Tal vez estaría materializado el vasto sueño argentino en esos ojos grandes y sufrientes, en ese paso rítmico, rápido, que denotaba un apuro por llegar; lo cierto es que la vi pasar, desaparecer, perderse por la calle Charcas detrás del Plaza. De ese mismo modo a la vez corpóreo y fugaz pasaba ignorando el país nuestro ante los ojos habituales. Esa mujer era tal vez una mujer perdida a fuerza de no haber hallado su destino; o tal vez había encontrado su destino, una vez, viviendo algún minuto con intensidad".

El Paraguay, ha encontrado en ocasiones la ruta de su destino. Pero la perdió de nuevo, ya en el pantano de las dictaduras, ya en las encrucijadas de la anarquía. Nuestros problemas, sin embargo, son simples. Son problemas viejos con modalidades nuevas. Los mismos que planteaban y resolvían los gobernadores Pinedo, Melo de Portugal, Alós y Ribera. Y que pueden resumirse así: Caminos, Higiene, Escuelas, Tierras. Ese plan – ejecutado bajo la égida de la libertad –, será la brújula que señale el derrotero de nuestro destino. Aunando esfuerzos, realicémoslo cuanto antes, que desde los lejanos confines de nuestra historia sigue resonando todavía aquel grito angustiado del Gobernador Pinedo: "¡Señor, el Paraguay necesita una redención!".

 

Capítulo VI

TRANSFORMACIONES TERRITORIALES DE LAS MISIONES

 

Dice un escritor que si dispusiésemos de una serie do mapas políticos antiguos, hallaríamos a Egipto dilatándosey contrayéndose como un zoófito bajo el microscopio.

Algo semejante nos ocurriría con las Misiones, cuyo territorio, encogiéndose y ensanchándose en diversas oportunidades, constituye un logogrifo geográfico difícil de desentrañar. Sabemos que los jesuitas, al llegar en 1609, se establecieron en el Guairá, Paraná y Uruguay. Y que los del primer grupo, al ser más tarde atacados por los bandeirantes, se vieron obligados a trasladarse al sudoeste. Vinieron a engrosar, pues, las reducciones erigidas en la región que, cruzada por el Paraná y el Uruguay, se extendía desde el Tebicuary hasta el Ybycuí.

Los límites de las Misiones Jesuíticas eran los siguientes: río Tebicuary, Estero Neembucú, río Parané, laguna Yberá, ríos Miriñai, Uruguay e Ibycuí, cordillera de los indios Tapes y río Yguazú. En esa superficie estaban comprendidas las 30 reducciones. Todas ellas se hallaban enclavadas en territorio de la Provincia del Paraguay.

Recordemos que en 1617 la Provincia fue dividida en dos. A fin de deslindar jurisdicciones, una Real Cédula del 10 de Noviembre de 1659 declaró que, de los 30, "son 13 señaladamente los pueblos que siempre fueron de la jurisdicción del Paraguay". Es decir que los 17 restantes habían pasado a pertenecer a Buenos Aires.

Como también existía confusión de jurisdicciones eclesiásticas entre los dos Obispados, la Real Cédula del 11 de Febrero de 1724 ordenaba aclararla. Los jueces compromisarios dictaron su fallo expresando que "los términos del Obispado del Paraguay son e incluyen las vertientes todas del río Paraná, y los del Obispado de Buenos Aires las del río Uruguay, que son las divisiones de ambos Obispados".

Las vertientes del río Paraná y las del río Uruguay están divididas por la Sierra Grande de las Misiones, que viene a ser el límite natural, el divortium aquarum entre los dos obispados. (Véase mapa al final). Al norte de dicha sierra estaban situadas las 18 misiones paraguayas y al sur las 17 correspondientes a Buenos Aires. El fallo venía a confirmar, pues, el sentido de la Real Cédula de 1659. De donde se ve, que la jurisdicción política y la jurisdicción eclesiástica coincidían exactamente.

A esta segregación – ya que las 30 reducciones pertenecían originariamente al Paraguay – siguió otra. A causa de los disturbios relacionados con la Revolución Comunera iniciada en Asunción por el doctor José de Antequera, una Real Cédula de 1726 separó los 13 pueblos de las misiones paraguayas incorporándolos a la jurisdicción de Buenos Aires. La frontera paraguaya se replegaba, pues, hasta el Tebicuary.

Esta medida fue anulada en 1784 a pedido del Gobernador Melo de Portugal, reintegrándose por tanto los 18 pueblos al Paraguay. Ahora, el límite era otra vez la Sierra Grande.

Pero un nuevo cambio se produjo en las Misiones en 1803. En efecto, por una Real Cédula del 17 de Mayo de ese año, los 80 pueblos entraron a formar un gobierno "con total independencia de los Gobiernos del Paraguayy Buenos Aires". Es decir que la nueva gobernación fue creada a costa de las 18 misiones paraguayas y de las 17 pertenecientes a Buenos Aires. Su jurisdicción se extendía a todo lo largo de la región jesuítica, esto es, desde el Tebicuary en el noroeste hasta Ybycuí en el sudeste. Gobernador de las Misiones fue nombrado Bernardo de Velasco.

Tres años más tarde, Velasco fue nombrado Gobernador del Paraguay, sin abandono de su otro cargo. Al venir a quedar ambos gobiernos en manos de una misma persona, el título de Velasco fue éste: "Gobernador military político e Intendente de la Provincia del Paraguay y de los treinta pueblos de las Misiones de los indios Guaraníes y Tapes del Paranáy Uruguay". Así, en forma de unión personal, se encontraban ligados el Paraguay y las Misiones cuando sonó la hora de la emancipación hispanoamericana. La cuestión de Misiones no constituyó propiamente una desmembración, pues en el ajuste de límites realizado en 1811 por los nuevos Estados, el Paraguay se reservó la parte que había sido suya hasta 1803.

 

Capítulo VII

COOPERACIÓN EN LA DEFENSA CONTRA LAS INVASIONES INGLESAS

 

Un año hacía de Trafalgar. En ese combate naval, al vencer a las escuadras coligadas de España y Francia, Gran Bretaña había quedado dueña de los mares. Unos marineros ingleses, cumpliendo instrucciones del Gabinete de su país, ultimaban detalles en la ciudad del Cabo de Buena Esperanza, para caer sobre Buenos Aires o Montevideo y adueñarse del Plata agregándolo a la corona del Rey de Inglaterra.

Y poniendo manos a la obra, poco después partían del Cabo, rumbo al Río de la Plata, las fragatas "Diadem", "Raisonable" y "Diomede", las corbetas "Leda", "Narcisusy "Encounter" y cinco transportes más. Venía al mando de la escuadra el Comodoro Sir Home Popham, y como jefe de las tropas el Mayor General William Carr Beresford. Venían también 1200 hombres y 6 piezas de artillería de campaña.

El 25 de junio de 1806 los invasores desembarcaban en Quilmes, al sur de Buenos Aires. Las fuerzas españolas son dispersadas por los ingleses, mientras el Virrey, Marqués de Sobremonte, huye a Córdoba. El enemigo hace alto en Barracas. Un parlamentario llega al galope y se apea en el Fuerte. Trae la intimación de rendirse. La respuesta es afirmativa. Algunas horas después, los regimientos ingleses, a tambor batiente, son de clarines y banderas desplegadas, entran por las calles del sur.

El invasor reunió alrededor de un millón trescientos mil pesos en oro y plata, suma que fue enviada de inmediato a Inglaterra. El vencedor otorgó las condiciones siguientes, expresadas en hojas sueltas repartidas por la ciudad: Entregadas que fuesen las armas, las tropas vencidas se retirarían con todos los honores de la guerra. Toda propiedad sería respetada. Y todo derecho individual, protegido. El cabildo continuará en pleno ejercicio de sus funciones. Nadie será forzado a tomar las armas contra el Rey de España. Se protegerá el libre ejercicio de la religión católica.

Algunos comienzan a resignarse. Existe en el alma de esa gente una especie de conformidad maquinal. Hasta creen que resultará benéfico el nuevo gobierno y que, a la vuelta de pocos años, Buenos Aires podrá llegar a ser un importante emporio.

Arturo Capdevila nos cuenta que por aquellos días se realizaban "saraos de familia, en que los ingleses, verdaderos espejos de urbanidad, ora trataban de enseñar sus danzas a las porteñas, ora de aprender de ellas las suyas. Son los días en que salen de paseo por la Alameda las más distinguidas "señoritas", con los Pack, con los Patrick, con los más gallardos oficiales, y en que las madres se complacen en caminar cerrando la marcha, no sin considerar la idea del posible casamiento de las hijas con los herejes. Y allá van del brazo con los rubios mozos, las Sarratea, las Marcó del Pont, las Escalada...

Súbitamente habían dejado de ser tenidos en cuenta de piratas los ingleses, y eran mirados ahora – por ciertas promesas de independencia que andaban haciendo – como buenos amigos del país. El juicio público, en suma, cabía en esta expresión que todos hacían propia: – Están en guerra con el Rey, pero en paz con la tierra.

Al abrigo de este apotegma hay muchos que pactan; muchos que de algún modo ponen en paz sus escrúpulos y siguen camino adelante. Pero el pueblo, no. El pueblo es el coro insobornable de las tragedias antiguas. Sólo sabe lo que sabe. Hasta su ignorancia es defensa y antemural para él. Mira y comprende. Se explica perfectamente que el señorío ande haciendo buenas migas con los colorados. La cortesía manda así sea. Mas, para no contagiarse también, se vuelve sardónico, suelta cada día su pullay está con el oído aguzado, atento a las voces de la tierra".

El vecindario tiene esperanza de que el invasor sea expulsado. Cautelosamente se hace correr la voz de la resistencia. En la trastienda del librero Valencia se forma una logiay de allí salen diariamente disposiciones. Existe una organización perfecta para echarse a la calle apenas batan marcha los tambores. Santiago Liniers, francés al servicio de España, y por aquel entonces Capitán del Puerto de la Ensenada, se ha dirigido a Montevideo a solicitar algunos refuerzos para retomar Buenos Aires.

Nativos y peninsulares estaban unidos ante la desgracia común. Lo que se tramaba era una guerra de conquista, pero también era una guerra de religión. Los británicos, que paseaban por las calles con sus vistosos uniformes colorados, eran anglicanos. Pero, para el pueblo, al no ser católicos, eran "herejes".

"Entonces – agrega Capdevila – la grey católica, que es toda Buenos Aires, se refugia en al rosario. El prior de los dominicos, Fray Gregorio Torres, que sabe ya de la encendida promesa de Liniers a la Virgen, insta de seguro a los cofrades a secundada con la devoción que les es más grata. Y ella se cumple en cada casa. Y tarde a tarde, a la hora de la salutación angélica, mientras repican las campanas, empieza en todas las casas el "Dios te salve, María". Los oficiales ingleses ya lo saben. Hay una hora en que toda la familia, bajo cuyo techo habitan, se reúne en algún grande aposento a corear una plegaria. Oyen el vocerío de aquel rezo y prefieren salir. Comprenden que están de más. Comprenden que esa plegaria es algo que los separa, y acaso coligen también que se está rezando contra ellos. Lo colijan o no, les parece muy curioso el suceso. La familia entera está reunida. Todos. Los padres, los hijos, los abuelos. Todos. Varones y mujeres, viejosy niños: enteramente todos. Si acaso llega una visita, no se anuncia; entra, se arrodilla el que fuere, y participa de la oración y de aquella devoción impresionante.

Interróganse los ingleses con interés, acaso con íntimo desasosiego:

– Do you know what the rosario is?

– Oh, yes! It is a very curious devotion!

– One of the most curious devotions of the Roman Catholic Church.

Sí. Ya saben algo los ingleses. Van por las calles a la hora del Angelus los señores oficiales británicosy ¿cómo será que no se enteren, si el coro de la unánime plegaria trasciende de las cerradas ventanas de cada casa y derrama por el aire frío su compungido rezongo?"

Cruzando por Colonia, Liniers desembarca el 4 de Agosto, bajo una lluvia torrencial, en la margen opuesta, un poco al norte de Buenos Aires. La lluvia enloda y borra los caminos, lo que impide a Carr Beresford salir a campo abierto, como estaba planeado... Llueve cinco días seguidos. Liniersy sus tropas se ponen en marcha. Llegan hasta el Retiro. La columna inglesa se repliega sobre la Plaza. Y se encierra en el Fuerte. Gran número de ciudadanos se incorpora a las fuerzas de Liniers. La artillería inglesa está barriendo las calles. Los libertadores avanzan corriendo por las aceras. Se repliegan las chaquetillas rojas. Y ya se está peleando en la Plaza Mayor. El Cabildo, la Catedral y la Recova caen en poder de los atacantes. Ya están rodeados los ingleses. Sobre el Fuerte flamea la bandera de parlamento. Y Carr Beresford, al frente de sus diezmadas tropas, se dirige desde el Fuerte hasta el Cabildo a deponer las armas ante Liniers. La Reconquista estaba realizada.

A los pocos días, el Cabildo convoca a Congreso General. El pueblo en muchedumbre reclama el mando militar para el único jefe de verdad, Santiago Liniers. Sobremonte había perdido autoridad moral con su huida a Córdoba. Pero el peligro no había pasado. Era seguro que los británicos traerían una segunda invasión, mucho más poderosa que la anterior. El Virrey Sobremonte solicita, pues, con la mayor urgencia, auxilios al Paraguayy a las otras provincias del Virreinato.

El Paraguay, que siempre había prodigado su ayuda al Río de la Plata, ya en forma de poblaciones, de reducciones, de fuertes, de recursos efectivos, o repeliendo ataques de los indígenas, no podía dejar de prestar su concurso en esta grave emergencia.

"Un primer cuerpo del Regimiento de Voluntarios de Caballería – dice Juan F. Pérez –, distribuido en siete compañías y constante de 534 plazas, al mando del Coronel José de Espínola, teniendo como segundo al Mayor Fulgencio Pereyra y como ayudante de campo al Mayor veterano Juan de la Cuesta, se alistó en Asunción y parte en Pilar. En la oficialidad figuraban el Teniente Fulgencio Yegros como jefe de la segunda compañía; los Capitanes José Fernández Montiel, Cristóbal Insaurralde y Juan Manuel Gamarra, comandantes de la quinta, sexta y novena compañías; el Subteniente Benito Villanueva; los Alféreces Fernando de la Mora y Gervasio Acosta, el entonces cadete Antonio Tomás Yegros y varios más que muy pronto habían de tener importante participación en las acciones militares del año 1811, que a su vez determinaron la independencia del Paraguay.

El contingente paraguayo fue incorporado inmediatamente a las tropas regulares de Buenos Aires, aunque con su mando y oficialidad propios,y debidamente uniformado con la vistosa indumentaria de la época, pasó al poco tiempo como tropa de refresco a la Banda Oriental, donde actuó en la reñida defensa de Montevideo cuando la segunda invasión de 1807. Para reforzar este contingente, vinieron otros dos regimientos de la misma procedencia, con un total de 314 plazas, al mando del teniente Pedro Antonio de Herrera y el Capitán Manuel Antonio Coene".

En total, 850 paraguayos partieron al Uruguay para esperar la segunda invasión británica. También se encaminaron hacia allí las milicias de Córdobay de Santa Fe.

Por su parte, el Cabildo de Asunción envió al de Buenos Aires dos remesas de fondos para cooperar en los gastos de la defensa. La primera remesa, según Pérez, fue de 5.189 pesos de "donativo colectado en aquel vecindario para ayuda de los gastos de este ilustre Cabildo en sus preparativos de defensa", y la segunda fue de 1.550 pesos más. También el Obispo del Paraguay, don Nicolás Videla, envió 500 pesos en una libranza a cargo de Juan Bautista de Otamendi. Estas cantidades hacían un total de 7.239 pesos.

A comienzos del año siguiente, los ingleses aparecieron de nuevo. El ejército y la escuadra de Sir Samuel Auchmutty atacan simultáneamente. Los ingleses desembarcan en la playa del Buceo, contigua al actual Pocitos. Sobremonte huye por segunda vez. Montevideo se defiende tenazmente durante varios días. Allí mueren centenares de paraguayos. Los atacantes consiguen, finalmente, abrir una brecha en el muro del sury Montevideo es tomada el 3 de febrero de 1807.

"No pensé saldría con vida de tanta multitud de balas inglesas que llovía sobre nosotros – dice Antonio Tomás Yegros a su pariente don Juan Tomás en carta fechada en Capilla de Piedras el 22 de Enero de 1807 –. El 16 del corriente se desembarcaron a dos leguas de la ciudad, en el paraje o puerto que llaman de Buceo, más de 6.000 ingleses, donde ocurrimos prontamente los de caballería, que alcanzamos a 2.000, con el tren volante cañones de 8, donde todo el día nos estuvimos batiendo nosotros por tierra, y ellos del mar con las cañoneras pero nunca pudimos impedirles; y la misma tarde mandó el señor Gobernador al Virrey, que estaba acampado con nosotros, casi todos los Regimientos de Infantería, que componen 4.000 hombres, todos con grande valor y ánimo, dando vocesy gritería; pero de noche toditos los volvió Su Excelencia al pueblo,y a los tres días, al rayar el día nos avanzó a nosotros los de caballería, sin poderlos rechazar,y vinimos a parar a una legua de la ciudad, en los Migueletes, donde al día siguiente, por instancias del Cabildo, pidió el señor Gobernador a su Excelencia que nos viniéramos todos por la mañana a abatirlos, que se verificó con quinientos, y tanto por haber los de caballería muerto en el primer combate, donde murieron muchos de unay otra parte, los paraguayos murieron cientoy tantos, entre ellos un Alférez don Romualdo Agüeroy el hijo mayor de don Agustín Recalde, que sacaron la cuenta de muertos y heridos 55 de los nuestros. Fulgencio está con una herida de muerte, muy enfermo en el pueblo, de un tiro que le asestó bajo la espalda y casi le vandeó, y para sacar la bala fue preciso abrirle bajo la tetilla por un cirujano para sacarle con tijeras. Ha habido mucho destrozo por una y otra parte,y muchísimas traiciones que para contarlas todas falta tiempo". (Documento publicado por José A. Moreno González).

Los ingleses comenzaron a publicar poco después un periódico bilingüe:The Southern Star. (La Estrella del Sur). Editábase en la imprenta de la calle San Diego Nº 4. El primer número apareció el 23 de Mayo de 1807.The Southern Star abogaba por la libertad de comercio, además de tratar de asuntos políticosy religiosos. Se repartía profusamente en Montevideo y circulaba también, aunque bajo capa, en Buenos Aires. "En cuanto a vosotros, amigos españoles – incitaba un artículo –, el gobierno inglés desea vuestra felicidad de todo corazón. Vienen los ingleses no como conquistadores sino como defensores. Quieren emanciparos de la servidumbre. Volved los ojos a España. Ofrece una pintura de deshonra, infelicidad y humillación. ¡No hay otro refugio que Inglaterra! La libertad es el fundamento de la Constitución inglesa. Acogidos a Inglaterra, tendréis comercio libre de exacciones injustas y de monopolios onerosos. Inglaterra viene como el ángel de la paz seguido de su séquito natural: la libertad, la toleranciay la justicia".

La caída de Montevideo produjo un revuelo en Buenos Aires. El pueblo se agolpó frente al Cabildo y pidió a gritos que cese el Virrey Sobremonte. El Cabildo, que estaba presidido por don Martín de Alzaga, era de la misma opinión. Suspendió, pues, a Sobremonte y separóle de todo cargo, aparte de ordenar su arresto y la incautación de sus papeles.

Liniers hace un llamado patriótico para la defensa de Buenos Aires, pues ésta no tardaría en ser atacada. Todos concurren. El interior también responde. Llegan milicias de Catamarca, Tucumán, Córdoba, San Luis y Corrientes. Llega también un nuevo y fuerte contingente paraguayo, con el Gobernador Bernardo de Velasco al frente.

En esa oportunidad surgieron, según parece, los colores de la bandera paraguaya. Mientras se organizaba la defensa, hubo que distinguir a las tropas paraguayas que venían a sumarse al ejército. Juan Manuel Sosa Escalada ha encontrado en el Archivo de Buenos Aires un acta del 20 de Julio de 1807, en la que se manda pagar a Ramón Manuel de Pazos el importe de cuatro banderas; una encarnada, que se usó en la defensa para distinguir del ala derecha; una azul turquí para el ala izquierda; una blanca para el centro; y una tricolor (de los tres colores anteriores) para el cuerpo auxiliar. Este documento viene a confirmar una tradición oral. En efecto, a Sosa Escalada aseguraba su abuelo, el venerable maestro Juan Pedro Escalada, que tal fue el origen de los colores de nuestra bandera. Y lo mismo afirmaba Bonifacio Iglesias, vecino de San Pedro, cuyo hijo Pedro Iglesias actuó en el contingente paraguayo que estuvo en el Plata durante las invasiones británicas.

Casi cinco meses transcurrieron entre la toma de Montevideo y el ataque a Buenos Aires. Los ingleses desembarcaron el 30 de Junio en la Ensenada. Llegada la noticia a Buenos Aires, salen los defensores por las calles del sur rumbo a los campos de Barracas. El alcalde, don Martín de Alzaga, constata en aquellos momentos la indefensión casi absoluta en que se halla la ciudad, pues es irrisorio el número de tropas con que cuenta para defenderse en caso de ser invadida. Alzaga protesta y consigue que regrese a Buenos Aires un batallón siquiera para su custodia. Dispone que desde esa noche salgan los cabildantes de dos en dos y cada dos horas hasta el amanecer, a rondar las calles, y ordena la iluminación de éstas por si el ejército se ve obligado a una retirada a la plaza. Llega la noticia de que el ejército inglés – compuesto de 12.000 hombres y comandado por el Teniente General John Whitelocke – ha conseguido, mediante una afortunada estratagema, cruzar el Riachuelo de Barracas. Luego llega otra noticia peor: Liniers ha sido derrotado en los Corrales de Miserere (actual Plaza Once). Alzaga, enérgico y sereno, ordena traer la artillería del Retiro para abocarla a las calles de entrada. Dispone que se instalen parapetos con bolsas de yerbay lana. Y hace conducir desde los almacenes de suburbio víveres para la guarnición. Liniers y su segundo Bernardo de Velasco llegan ilesos a la ciudad. El jefe es aclamado por la multitud. Llegan gentes dispersas de los cuerpos voluntarios.

La Defensa comenzó el 5 de Julio. El enemigo ataca al amanecer. Se apodera del Convento de Santo Domingo, situado a tres cuadras escasas de la Plaza Mayor. Hacia el otro rumbo, se apodera también del Monasterio de Santa Catalina. El pueblo se defiende tenazmente; desde los balcones y azoteas cae sobre los ingleses un diluvio de hierro. Ahora comienza, la segunda fase del combate: la de atacar al inglés en sus reductos. Rueda hacia allí la artillería. Whitelocke y los suyos, al caer la tarde del 7, terminan por rendirse. Se ajustan los términos de la capitulación. Los británicos se comprometen a evacuar no sólo Buenos Aires, sino también Montevideo. Amanece el 8 entre un repique general de campanas y el delirio del júbilo ciudadano.

Poco después, la corte de Madrid nombra Virrey a Liniers y la otorga el título de Conde de Buenos Aires. El audaz intento de los ingleses cohesionó a los criollos americanos. Argentinos, paraguayos y uruguayos, formando un sólido haz, defendieron con fierezay eficacia el suelo del Virreinato.

Además, la fallida conquista sirvió también para dar a los criollos la conciencia de su propio valer, la medida de su capacidad. Fue, de esa manera, uno de los cimientos de su autonomía, la que estalló vigorosa y pujante al correr de pocos años.

Tal fue la colaboración paraguaya a la defensa del Virreinato durante las invasiones inglesas. Como en todo el decorrer del coloniaje, la Provincia tenía que estar presente, y lo estuvo, cuando un peligro común amenazaba. Leal y solidaria, olvidando agravios e injusticias, no escatimaba sacrificios ni eludía deberes, que sacrificios y deberes informaron su historia plena de grandeza.

 

NOTAS

1-A su leyendoso origeny a su azaroso historial, Villa Rica agrega los nombres de los notables escritores que de su seno surgierony la fama de gracia do sus mujeres, sus paisajes y sus costumbres.

Hoy, por la ruta recientemente construida, Villa Rica está a cuatro horas escasas de la capital. Al llegar al río Tebicuary, un abra hermoso se extiende ante la vista, mientras en el horizonte luce la sierra Ybytyrusu su cinta morada. Mbocayaty[Mbocajaty] y su blanco campanario pronto van quedando atrás en el fugaz viaje. Granjas, granjasy granjas. Y en un rápido recodo del camino, protegido de blancas barreras laterales, ya se comienza a andar entre las umbrosas quintas suburbanas. Un lugar de encantamiento. Le llaman Ybaroty. Traducido, significa "lugar de frutas amargas". Quizá abunden allí frutas de esa especie. Pero Ybaroty es recreo de los ojos, goce del espíritu...

Lo que llama la atención de inmediato es el aspecto colonial que en forma casi intacta conserva Villa Rica. Añosasy venerables casonas, con sus plácidos aleros, sus rejas de madera torneaday sus puertas bilaterales formando esquina, aparecen a cada instante. Villa Rica es sumamente evocativa. Y los guaireños tienen gran cariño a la tradición. Mientras nos largamos calle adelante, unos amables amigos nos van informando. "Aquí nació Natalicio Talavera... No lejos de Villa Rica, en Pisadera, vio la luz Delfín Chamorro... Aquí vivió Ramón I. Cadozo... ¿Ven aquella casa? Perteneció al médico Estigarribia... Allí empezó a escribir Natalicio González... Aquella era la casa de Ramos Giménez... Y ahora vamos hacia Ybaroty, el barrio de Ortiz Guerrero... En estos contornos transcurrieron las horas felices de su niñez... En esta casa vivía cuando comenzó a publicar sus poemas en "El Surco"... Este es el Ycuá-Pytá [Ykua Pyta], por cuyas glaucas lomas iba con sus amigos, en las horas vespertinas,a repuntar rebaños de versos... Y aquí, en este humilde rancho lo pajay barro, se encerró después"... Una tácita orden de silencio es acatada por todos. Y quedamos algunos minutos, en respetuoso recogimiento, ante la ermita de aquel santo laico, de aquel maestro de la dignidad y del carácter, de aquel que, atacado por un terrible mal, supo seguir hasta el fin sembrando belleza.

"Este es el Boulevard Interior. Más allá está el Boulevard Exterior", nos informa ufano uno de los cicerones. Esto suena a parisiense, a Boulevard des Italiens, a Boulevard des Capuchines... Pero no hay que extrañarse. Villa Rica sigue siendo andariega. No ya en el sentido físico de traslación, sino en sentido espiritual. Es una ciudad llena de inquietudes, de anhelos, de aspiraciones. Y aspirar es ya andar. Feliz ciudad, que sabe armonizar la tradicióny el cambio, la conservacióny la transformación.

Estamos regresando ya al centro urbano. Llega hasta nosotros un sonido de arpas. Inquirimos la causa. Una señora, comerciante, ha traído a tres muchachas, empleadas suyas, a vivir consigo,y para que se distraigan les ha comprarlo tres arpas. En las horas libres ellas pasan tañendo el dulce instrumento. El consejo do Fariña Núñez no ha caído, pues, en olvido:

"Resuenen siempre las nativas arpas,

cuyas cuerdas heridas por hermosos

dedos cuajados de oro ypedrería

vibran con honda y sugestiva música".

Cruzamos la Plaza Libertad, a la que rodean la Iglesia, el Banco Agrícola, la Delegación Civil y la antigua casa del Dr. Bottrell, confortable "bungalow"de dos pisos en que pone su gracia decorativa la santarrita. A cien metros de la Plaza están la Municipalidad – con un amplio salón de actosy excelente escenario que con justicia podría llamarse Teatro Municipal –, el "Centro Español"y el "Club Porvenir Guaireño". En los bailes de dichas entidades se observa el innegable cachety la justificada fama de sociabilidad que tiene Villa Rica. La distinción de las damasy la sobriedad de los caballeros ponen una nota especial en el ambiente.

Rumbo a la estación del ferrocarril, vamos observando un desfilar de molinos, ingenios, usinas, fábricas, desmotadorasy aserraderos que elevan su humeante tirabuzón azul...

Resultaría interesante y útil realizar un trabajo de seminario que, bajo el título de "Ficha sociológica de Villa Rica", consistiese en una averiguación sobre escuelas públicas, instituciones do beneficencia, instituciones de recreación, iglesias, cooperativas, vida industrial, higiene, arte rural, problemas de la habitacióny la administración de la ciudady de la región, viday trabajo en la granja guaireña, etc.

Bien se merece ese homenaje la segunda ciudad de la República: Villa Rica la andariega, acogedoray romántica.

 

NOTAS DE LA EDICIÓN DIGITAL

3] Yarigua-á-guazú, Yarigua-á-mí, Tapytanguá, Guazutay, Caañabé. Hoy se escribirían: Jarigua'a guasu, Jarigua'a mi, Tapytangua, Guasutay, Ka'añave.

 

 

 

FUENTES CONSULTADAS


Manuscritos del Archivo Nacional
Vol. 1, Nº 15-21.
Vol. 3383, Nueva Encuad.
Vol. 37, Nº 54.
Vol. 40, Nº 4.
Vol. 34
Vol. 127, Nº 12-22.
Vol. 35, Nº 9.
Vol. 928
Vol. 196 Nueva Encuad.
Vol. 44, Nº 4-5.
Vol. 38, Nº 45-46.
Vol. 1, Nº 12.
Vol. 5, Nº 1-7.
Vol. 2, Nº 20.
Vol. 93, Nº 2.
Vol. 45, Nº 8.
Vol. 45, Nº 1.
Vol. 5, Nº 5.
Vol. 37, Nº 49.
Vol. 2, Nº 8-17.
Vol. 59, Nº 18.
Vol. 63, Nº 2.
Vol. 46, Nº 15.
Vol. 2, Nº 3.
Vol. 44, Nº 1.
Vol. 305 Nueva Encuad.
Vol. 63, Nº 5.
Vol. 546 Nueva Encuad.
Vol. 457 Nueva Encuad.
Vol. 95, Nº 7.
Vol. 3380 Nueva Encuad.
Vol. 594 Nueva Encuad.
Vol. 22, Nº 1-8.
Vol. 12, Nº 18.
Vol. 256 Nueva Encuad.
 
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