DE LA REBELIÓN DE LOS [GUARANIES] DEL URUGUAY,
AL TENER QUE CEDER SUS SIETE PUEBLOS A LOS PORTUGUESES
Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER
Interin se expandió el rumor que el gobernador de Río de Janeiro en el Brasil, Gómez Freyre de Andrade, autor de toda la tragedia, había invadido con sus hombres el territorio del Uruguay. A esto, todos tomaron las armas de modo que en el primer momento unos y otros como un río, fueron arrastrados al cauce de un torrente. Se hubiera creído que estuviera a las puertas un nuevo Aníbal. Como ahora los guaraníes para defender su hogar y sus iglesias rechazaron con violencia la violencia, fueron declarados rebeldes. Pero en el fondo ellos merecían más la compasión que el castigo. Unicamente su odio innato contra los Portugueses y su furor patrio los indujeron a todos los desórdenes a que se lanzaron/28 ciegamente. Ninguno de ellos pensó jamás librarse del dominio español o hacer un perjuicio a las reducciones españolas vecinas como estuvo, sin embargo, en sus alcances. Su anterior amor al monarca estaba lejos de haberse extinguido en sus pechos, pero no pudieron vencer su añoranza por su lugar natal. Es muy cabal la observación de Ovidio cuando dice: Nescio quo natale solum dulcedine cunctos ducit, et immemores non finit esse sui (2t). Cuán grande era la fama conquistada por Ulises por su sapiencia, tan vehemente sería, según se escribe, su añoranza por su patria. Después que hubo viajado por todas partes, deseó ver el humo de un hogar patrio. Hanc maris Ionii exilem insulam in asperrimis saxulis, tanquam nidulum, affixam, (3t) dice Cicerón (I de orat.). Quién extrañaría entonces si los indios poco instruidos no han omitido nada para no ser expulsados de su patria, de situación amena, de aire sano y de considerable extensión, y con iglesias y edificios que emulan hasta con las mismas españolas; provista de bosques hasta la abundancia, ríos, los campos más ubérrimos y con todas las oportunidades necesarias para la vida.
Joaquín de la Viana, gobernador en Montevideo, que para reconocer la región, fue enviado con un escuadrón de jinetes desde el campamento español, se apeó del caballo en una colina al ver S. Miguel, una localidad de siete mil habitantes, con un anteojo de larga vista, y contempló sus magníficos templos y las hermosas filas de sus casas. Asombrado ante la amplitud /29 de este lugar, exclamó ante los jinetes circunstantes las siguientes palabras: Escuchen. En las cabezas de nuestros madrileños debe haber insensatez si quieren ceder a los portugueses estas localidades.
Tal cosa dijo este hombre que otras veces, para hacerse grato a la reina D. Bárbara de España, apoyaba con toda fuerza el interés de Portugal. Las restantes seis localidades, como ser de los Santos Angeles, San Juan Bautista, San Luis, San Borja, San Nicolás y San Lorenzo, no carecían tampoco de una población numerosa, de iglesias elegantes y de otras comodidades de la vida doméstica. Pero ellas no tenían murallas, portones, fosas o palizadas sino que estaban siempre abiertas para cualquiera.
Ahora para defenderlas se reunieron de todos lados los indios del Uruguay. Pero este conglomerado no era otra cosa que un montón desordenado e inexperto, formado menos para la victoria que para la derrota, ya que carecía de un jefe mediocremente perito en la guerra, y los indios entraron al campo de batalla con armas inferiores. Ellos parecieron a las tropas europeas más ridículos que temibles. Un soldado portugués me dijo: "Yo creí ver una cantidad de hormigas tironeando de una hoja de naranja cuando vi marchar los indios con sus flechas y lanzas de madera". Sin embargo, nosotros sabemos que muchas veces la caballería de los Guaraníes ha inspirado miedo a los portugueses y en no pocas ocasiones les ha dado mucho qué hacer. Los temieron siempre y en todas partes, cada vez que llegaban cabalgantes en escuadrones, y a causa de su decisión que no hubieran emprendido, si un jefe experto hubiera combatido al frente de ellos./30
Así leí yo frecuentemente en Corrientes en el Diario que desde el campamento de Gómez Freyre se enviaba a los portugueses nombrados para fijar los límites. A veces los animalitos más minúsculos, si son bastantes numerosos, hacen temblar al león. Después de marchar por acá, y acullá ambas facciones, y tras diversas escaramuzas, en que habían combatido con suerte varia, el destino de los combatientes se decidió y se terminó la guerra. De cierto por ambas partes se ha hecho más ruido que vertido sangre; y también aquí ocurre lo que Livio dice en el 7 libro De Bello Macedónico: Erant, qui fama id majus bellum, quam difficultate rei fuisse, interpretantur (4t)(5e).
Pero todos concuerdan en esto que los Europeos jamás hubieran atravesado hasta las siete localidades por tantas selvas y angostos pasos rocosos donde un pequeño destacamento puede impedir el cruce a una gran cantidad, si los Guaraníes de todas las treinta reducciones hubieran prestado ayuda a los del Uruguay. Pero los esfuerzos de los Jesuitas lograron mantener en orden a los habitantes de las costas del Paraná, aunque éstos estaban muy inclinados a socorrer a sus hermanos del Uruguay, y evitar felizmente su reunión con los rebeldes. De allí dedúzcase lo que debe pensarse de aquellos que audaz e imprudentemente nos presentan ante el mundo como autores de la rebelión y jefes de los rebeldes. Sus libros son tan peligrosos cuan numerosos, porque si bien en ellos sólo se encuentran invenciones y calumnias, tratan sin embargo por la fingida evidencia de sus argumentos, y por la autoridad de los testigos cuyos testimonios alegan de convencer al lector y lograr solapadamente su asentimiento. De seguro serían silbados por la Europa entera si todos supieran tan bien como/31 nosotros quienes eran los testigos indicados por ellos. Ya no es ningún secreto que muchos han escrito muchas cosas entre nosotros contra la verdad, diciendo habladurías en parte por temor a una u otra Corte, en parte por la esperanza de obtener alguna dignidad cortesana y por el deseo de complacer a aquéllos de quienes suplican una gracia. Yo podría indicar aquí sus nombres, carácter, sus artimañas y las mil celadas que nos tendieron, pero es más seguro fiarlo al tiempo que lo descubre todo.
DEL FABULOSO REY NICOLAS, Y DEL ORIGEN DE ESTA FÁBULA
Sin embargo, quiero susurrar algo a los oídos de mis lectores. Si los Guaraníes rebeldes hubieran sido incitados o apoyados por los Jesuitas, hubieran dado indudablemente más trabajos a las tropas reales, pero como carecieron del consejo y apoyo de estos Padres han realizado con impericia este asunto e infelizmente, para manifiesto provecho de los Españoles y Portugueses, cuya victoria debe atribuirse a la estulticia de aquellos. En el mismo comienzo de su rebelión eligieron como su jefe contra los Portugueses a un cierto José (no conozco su apellido) jefe del pueblo de S. Miguel, que los Españoles denominan corregidor o capitán. El poseía mucha agilidad, e intrepidez y en todas las ocasiones se portó como un buen soldado pero fue mal general por conocer tan poco la estrategia, como yo la nigromancia. Pero después de su muerte en una escaramuza los indios eligieron en su lugar al corregidor de Concepción, Nicolás Neenguirú, pero él entendía mejor la música que la guerra, y no condujo ésta muy hábilmente. Por ello, poco a poco decayó el ánimo y su causa se tornó/32 más grave. Las siete localidades fueron entregadas finalmente a las tropas reales. Pero tú, quienquiera que fueres, cuando lees esto, descubre tu cabeza y pronuncia el nombre Nicolás sólo con las rodillas dobladas, o si eres sensato, ríete con todas tus fuerzas. Pues éste es el celebérrimo Nicolás que los Europeos han dado como rey a los paracuarios sin que éstos supieran la menor cosa de ello. Todos nosotros hemos reído a garganta plena cuando en Paracuaria vimos los diarios europeos. En este mismo tiempo en que todos hablaban y escribían del ficticio rey de Paracuaria, he visto en la localidad de Concepción a Nicolás Neenguirú descalzo como todos los indios, ya cabalgando, ya arreando una tropa de vacunos al matadero de la localidad y también hachando leña en la plaza: lo he contemplado y me he reído. El se acercó a mí para besarme la mano, como era costumbre de los indios. También me instó que le diera las músicas y sinfonías para copiar para el violín, que él tocaba muy bien. ¡Oh, bendito suceso! El no se imaginaba ni soñando la dignidad de rey que los pueblos allende el mar le adjudicaban. Si él lo hubiera concebido, no se habría rebajado al trabajo de un peón sino que me hubiera tendido a mi la mano para besarla.
Permítaseme decir sin reservas cómo era el asunto. El rey Nicolás fue incubado en el cerebro de aquel que desde hace mucho tiempo ha deseado vernos expulsados de Paracuaria entera como los defensores más celosos del dominio español,/33 para poder incorporar toda la gran región de Uruguay al vecino Brasil. Los Portugueses, después de haber agredido sorpresivamente a los Españoles en el Río Grande, y haberlos hecho retroceder, avanzaron en realidad hasta la región de Montevideo porque no encontraron resistencia en ninguna parte, y devastaron todo en el camino. A tal cosa no se atrevieron los Portugueses mientras los Guaraníes estuvieron bajo nuestro cuidado; tampoco debieron jamás pensar en ello. Nuestra ausencia los ha envalentonando tanto hasta que al fin Pedro Zevallos acudió con las tropas españolas y los rechazó. En cuanto a la elevación del rey Nicolás al trono ocurrió como sigue: Para disimular el fraude y revestir con un brillo de verdad la malévola invención, un maestro monedero real de Quito, fue inducido mediante premios extraordinarios a acuñar moneda en nombre y con el cuño de rey Nicolás. Esta moneda falsa se repartió en el viejo y nuevo mundo (aunque confieso sinceramente que yo no he visto ninguna). Nadie dudaba que no fueron acuñadas en Paracuaria por el pretendido rey Nicolás, ya que el rey de España en la misma Paracuaria no tiene casa de moneda porque este país no produce metal. Pero al fin el fraude quedó manifiesto y el falso acuñador I. C. escribió él mismo en el nño 1.760, a veinte de marzo al rey. Me veo forzado – fueron las palabras del español – por unos secretos remordimientos de Conciencia a descubrir esta iniquidad, etc. Por esta confesión se descubre ahora al hombre de venal conciencia y escasa probidad por el cual fue seducido aquél a acuñar moneda en nombre del rey Nicolás. Su nombre y apellido/34 P. F. M. M., omitiré en silencio, aunque son conocidos en toda España, para no macular a sus compañeros de clase. En el año 1768 se hollaba en Cádiz cuando yo, de vuelta de América, con mis cofrades, me encontraba por algún tiempo en el vecino puerto de S. María.
La fama del Rey Nicolás y su moneda infundió temor en la corte madrileña, pero Pedro de Zevallos vio con sus propios ojos que este terror pánico había sido producido adrede para apropiarse del Paraguay y así lo manifestó en cartas dirigidas al Rey. Pero si aún se dudara de mi veracidad en este punto, léase la Gazeta de Madrid (si estoy seguro) de octubre de 1768. Allí se verán las palabras: Ahora se sabe que todo lo propalado acerca del Nicolás fue une conseja y une fábula. ¡Cómo puede expresarse más breve y claramente y refutar más enérgicamente la mentira! Yo he leído con mis propios ojos esta hoja que se revisa por la censura áulica de Madrid y aparece con su aprobación. Si se desean algunos argumentos aún más fuertes, hé ahí algunos. Después que los tumultos se apaciguaron en el Uruguay y las localidades exigidas habían sido entregadas, Nicolás Ñeenguirú se trasladó él mismo al campamento español y se presentó por su propia voluntad ante el gobernador real, José de Andonaegui para rendir cuento de todo lo ocurrido. El fue oído amistosamente y despedido sin el menor castigo sino que se le confirmó en el cargo de corregidor que él/35 había desempeñado desde mucho tiempo en la localidad de Concepción. Sin duda se le hubiera puesto en grillos y echado en la cárcel más profunda, se le hubiera atormentado con los más atroces suplicios y tal vez destrozado en cien pedazos, si él hubiera dado motivo a la sospecha de haber pretendido el reino de Paracuaria o el título de rey. Por más extraño y poco versado que uno fuera en la historia de América, se sabe sin embargo cuán severamente solían proceder los Españoles contra los reos de lesa majestad. Sin duda, se recordará de los tristes destinos de Atahualpa o como escriben otros de Atabaliba, inca de Perú; de Moctezuma, monarca de México y de otros que los españoles, por serles sospechosa su lealtad, hicieron asesinar o ajusticiar mediante otros suplicios. ¿Será entonces probable que se hubiera perdonado a Nicolás Neenguirú, un mísero indio, si hubieran caído sobre él las sospechas de pretender la corona de rey, de acuñar moneda y de otros peligrosos propósitos contra el rey de España? Debe ser extraordinariamente embotado quien después de todo esto no encontrara ridícula esta fábula del rey Nicolás. Pero, voy a referirme al primer origen de la fábula.
Es muy común entre los Españoles el proverbio: La mentira es hija de algo. Los rumores más falsos, que cual peste vagan por ciudades y países, nacen a veces de los motivos más insignificantes. De tal especie era la invención del rey Nicolás cuyo primer origen debe buscarse en el desconocimiento de la lengua guaraní, y su esparcimiento en cambio, en la malevolencia de ciertos hombres. Quiero exponer todo en su orden. La voz/36 Tubichá denota "grande" entre los Guaraníes; Mburubicha denota "rey", cacique, capitán, en algunos casos también un sobrestante. Entre los indios es uso que a cada grupo enviado por la localidad sea para arar el campo, hachar o conducir leña, o remar en los barcos se le da un sobrestante que ordena todo y a cuyas órdenes deben obedecer los demás. Los indios llaman a este Ñanderubichá, nuestro comandante o capitán, a modo de los Españoles que en los bancos de guerra llaman a los encargados de las gallinas capitán de las gallinas, y al sobrestante de los limpiadores de los barcos, capitán de las escobas. De un modo parecido los Guaraníes del Uruguay llamaron a su jefe Nicolás Neenguirú: Ñanderubichá, su capitán. Cuando entonces oyeron esto, los españoles de Asunción y Corrientes, los cuales componen a su albedrío su lengua del español y guaraní y no comprenden bien ninguna, afirmaron tan torpe cuan falsamente que los indios honraban a Nicolás con el título de su rey. De seguro entre los Guaraníes era ya costumbre desde mucho tiempo de dar al rey de España el nombre Mburubichabere o Mburubichá guazú o Carayrubichabere, eso es el magno capitán o el sumo monarca de España. Pero los más, cuantas veces hablaban del rey [y] para demostrar su tierna veneración hacia él, solían usar esta expresión semi - hispánica: Ñande Rey marangatu, nuestro bueno y santo Rey, pues Ñande en guaraní denota nuestro. La voz marangatu significa bueno o santo, por esto suelen agregar a todos los santos a que imploran, el epíteto marangatu. De ahí fluye que la falta de suficiente conocimiento de la lengua guaraní ha sido la culpa de la fantasía,/37 que elevó al trono a Nicolás Neenguirú. No debo pasar en silencio en esta ocasión que las opiniones más erróneas y calumnias peores referentes a nosotros tienen su fuente en la ignorancia de los intérpretes españoles y portugueses. Estos hombres muy rudos y hasta impíos, poco impregnados de la lengua latina o guaraní, sólo conocedores de la española, interpretan falsamente nuestras cartas delante de los gobernadores; por lo que suele ocurrir que acciones y locuciones completamente inocuas son tenidas por infamias. De este modo las interpretaciones más inadecuadas, de las que tengo en este momento no pocos ejemplos, nos produjeron a veces risa y a veces lágrimas a causa de que tantos inocentes debieron pagar los errores de un solo intérprete alucinante porque sus testimonios valían ante el tribunal como certificados legales y se introdujeron como oráculos de la verdad en los libros históricos sin la menor sospecha de una falsedad. Pero volvamos a nuestro Nicolás al cual, en parte por error, en parte por malevolencia, se le hizo desempeñar el papel de un rey.
Sin controversia sus padres, abuelos y bisabuelos del lado paterno y materno fueron todos Guaraníes de la localidad de Concepción. Allí mismo vivió por muchos años con su mujer, igualmente Guaraní, y desempeñó varios cargos públicos. El viejo P. Ignacio Zierhaim se gloriaba que él, cuando aún era párroco, había hecho castigar públicamente al célebre rey Nicolás en su juventud, a causa de no sé qué falta. Su anciana esposa, cubierta ya de arrugas, canosa, de cabeza extraordinariamente grande, era una mujer de terrible aspecto. Si recuerdo bien, jamás dio a luz. La he visto con estos ojos/38 y no faltó mucho que no la tuviera por Megera. Su marido Nicolás, en cambio, era alto y macilento, de una fisonomía muy honesta, y de una mirada muy seria. El hablaba poco y llevaba una gran cicatriz en la cara. Por esto júzguese que absurdo agregado han hecho a la primera fábula los que han declarado que el fingido rey Nicolás era un hermano lego nuestro. En todas nuestras reducciones de los Guaraníes se encontraban entonces sólo cinco hermanos laicos; dos de ellos atendían como médicos cirujanos a los enfermos; el tercero nuestras ropas, el cuarto se ocupaba en pintar los templos, y el quinto estaba completamente consumido por la edad y las enfermedades y ejercitaba en ello su paciencia y la nuestra. Pero todos eran europeos y ninguno se llamó Nicolás, ni de nombre ni de apellido. Por otra parte, nosotros no aceptábamos en Paracuaria en nuestra sociedad, ni como sacerdote, ni hermano laico, a nadie que descendiera de padres indios. Yo no niego que los indios no son justamente cabezas sagaces, pero no hubieran procedido tan bárbaramente que al elegirse un rey, hubieran preferido un lego para ellos antes que un sacerdote, ellos que atribuyen tanta sabiduría a los sacerdotes y veneran tan hondamente su dignidad. Supongamos que el vértigo hubiera atacado también a los Jesuitas de aspirar alguna vez a una corona real, y entonces no hubieran impuesto un hermano laico, sino un sacerdote, que por su probidad, prudencia y méritos ante los demás se hubiera mostrado digno de ella, como un francés anónimo anota sabiamente en un libro editado en 1759, página 18: Nouvelles pieces interesantes necessaires, etc. Acerca de la ridícula invención del hermano lego y rey Nicolás voy a indicar otra fuente igualmente ridícula./39
Ocurrió una vez que algunos españoles para hacer pasar el tiempo, conversaban de diferentes asuntos, tales cuales se les vinieron a la memoria o a la boca. Por casualidad uno mencionó las turbulencias que hacía poco habían estallado en la orilla del Uruguay. Si los Jesuitas fueran sabios, dijo otro, pondrían al frente de los indios su hermano lego José Fernandez y le darían el mando. A más de ser un español de nacimiento, ha servido también como teniente entre los dragones reales y adquirido estima por sus conocimientos de la guerra. Del mismo modo como todos los rumores aumentan al esparcirse, corrió también de oídos a oídos el más casual pensamiento y la más insignificante ocurrencia del hermano lego que debería darse a los rebeldes para general y acreció tanto que, lo que los unos se imaginaban factible, los otros ya dieron por hecho; lo afirmaban pública y atrevidamente y los demás lo creyeron confiados. Así de una nada nace la máxima historia. Los más la tuvieron por una verdad cierta, pero en realidad fue solo una fábula insulsa y muy peligrosa para nosotros, por la cual el jefe indio Nicolás Neenguirú fue transformado en rey de los Paracuarios y José Fernandez nuestro hermano lego que vivía a lo menos a cuatrocientas leguas del Uruguay en rey Nicolás por la más ridícula metamorfosis. Conozco muy bien al mencionado hermano lego Fernandez; él dirigía en Córdoba del Tucumán una escuela pública de leer y escribir para los niños españoles durante la rebelión en el Uruguay, y de seguro se le hubiera echado de menos si en esa populosa ciudad no hubiera concurrido algún día a la escuela. Después de haber desempeñado su oficio de pedagogo, se hizo cargo por un tiempo del cuidado de la/40 estancia Jesús María situada cerca de la ciudad de modo que desde el momento de su ingreso en la sociedad, él no ha visto ni siquiera de lejos el territorio de los Guaraníes de quienes fue propalado rey. He ahí el origen de una fábula que ha sido propagada por tantos libros infames, pero que en sí es tan insulsa y absurda que sus autores más bien merecen ser silbados, que seriamente refutados. Yo me asombro muchos veces y apenas puedo convencerme, que aun en nuestro siglo, que pretende ser tan sabio, hayan existido tantos y tan grandes hombres que, cual niños que gozan de las fábulas y cuentitos de sus nodrizas y estiran alegres las manos a todos los sonajeros y juguetes, hayan tragado ávidamente, como una historia digna de crédito, ésta tan torpemente inventada fábula del hermano lego y rey Nicolás. Permítaseme decir del escritor francés cuando él ataca en este punto la infantil credulidad de tantos europeos, que estas creencias se han apoderado del entendimiento, no por razones de la verosimilitud, sino por el odio contra nosotros. Apenas dudo que muchos han de morir con su creencia en el rey Nicolás, pero éstos son únicamente aquellos que ya sea por costumbre aceptan todo como moneda corriente, o por pertinaz constancia en el error, cierran voluntariamente sus ojos y no quieren ver aún en el medio día claro lo que por otra parte no puede parecer ni obscuro ni dudoso a ningún observador sagaz. Después de mi retorno desde América he tratado en los diversos países de Europa con gentes de todas las clases y he encontrado que los rumores infundados del rey Nicolás han merecido el desprecio de todos a quienes su nacimiento, sus conocimientos, dignidad y virtud conceden un rango más eminente/41 entre los hombres. Al contrario, he observado siempre que los que aún se hallan posesionados por la rancia farsa del rey Nicolás pertenecen a las gentes insignificantes y de ningún renombre, cuyo ingenio es tan escaso como su entendimiento, y que en todo se dejan enceguecer por la parcialidad y la malevolencia. Pero ¿quién se preocupa del juicio de tales personas?
Para que nuestros lectores no se agreguen a la gran cantidad de los equivocados, añadiré aquí con su permiso algunas otras líneas que contribuyen muchísimo a la confirmación de todo cuanto he dicho con referencia a esta materia. De las siete localidades del Uruguay, en las cuales tras la ocupación se colocó una guarnición española, salieron más de treinta mil indios. La visión de tantos inocentes expulsados, de tantos ancianos y menores, arrancaba lágrimas a todos. Quince mil de los emigrantes fueron aceptados en las localidades sitas sobre el río Paraná y colocados en chozas de paja, después que ellos habían abandonado en su patria sus cómodas casas de piedra. Casi otros tantos millares se dispersaron en los campos más remotos sobre el Uruguay, para tener pronto su alimento, porque allí abunda el ganado. Ni por pedidos ni por mandatos, pudieron ser inducidos a atravesar el Uruguay y dar las espaldas a su patria para vivir de la merced de otros en ajenas localidades; ellos que antes tenían tanta abundancia; y que por años socorrieron con ganado y algodón a los habitantes del Paraná! Después de haber salido los habitantes de las siete localidades, el gobernador español, de acuerdo con el convenio concertado las ofreció a los portugueses,/42 los que, sin embargo, no las aceptaron. La excusa con que estos últimos eludieron el cumplimiento del pacto se indica entre otras como la siguiente: los portugueses, a causa de fiarse de suposiciones inciertas y rumores se habrían formado un concepto extraordinario de las minas de oro y plata, que esperaban encontrar en la tierra del Uruguay, pero después de haber inspeccionado prolijamente y revisado todo se convencieron que no existía ni el menor vestigio de todas estas minas en la gran región. Mientras ocurrió todo esto, la reina española Bárbara de Portugal, que por especial amor a su patria había tramitado con la mayor urgencia esta permuta de tierras, falleció tras una enfermedad larga y dolorosa en la flor de su edad. Poco después, Fernando VI, rey muy piadoso, exhausto por una enfermedad de igual larga duración, siguió al sepulcro a su muy querida esposa. ¡Cuántas consideraciones no se podrían formar aquí sobre las sabias disposiciones de la Providencia y sobre las vías que ella toma! El actual rey Carlos III heredó los Estados de su hermano. Ya como rey de ambas Sicilias, desaprobó con mucha cautela el convenio que Fernando había concertado con los portugueses; por ello, en cuanto pasó desde el trono napolitano al español, no tardó en rescindirlo y abolirlo por los muchos perjuicios y peligros que causaban a su monarquía. Por un decreto real llamó a los guaraníes expulsados a volver a sus localidades. Pero ellos las encontraron en un estado casi tan desolado como los judíos, después de su regreso del cautiverio babilónico, habían encontrado su Jerusalem. Consternadas hallaron sin ganados sus estancias, sus campos de cultivos cubiertos por las espinas y sus casas asoladas por las sabandijas,/43 o completamente descuidadas por las tropas de la guarnición española y o por donde quiera habitadas por serpientes. Carlos confirmó a los jesuitas la administración de las reducciones de los Guaraníes sin cambiar la menor cosa en ello, ni cumplir el deseo del partido portugués que de buen grado hubiera visto su destitución o expulsión. Pero, si nosotros en la opinión del rey hubiéramos iniciado la guerra anterior, de que nos inculparon algunos malignamente, no hubiera confiado sin duda la numerosa nación de los Guaraníes a nuestro cuidado y lealtad. En este mismo tiempo, Zenón [de Somodevilla], marqués de la Ensenada fue llamado por una carta real, desde el lugar de su exilio a Madrid. Este primer ministro había adquirido fama por sus talentos y experiencias de muchos años y había conquistado especiales méritos en bien de la España entera y por esto había obtenido en alto grado la benevolencia del rey Fernando. Pero el no dio jamás su asenso a la permuta de tierras convenida con los portugueses, que siempre fue desaconsejada y desechada por todos los consejeros de sentimientos patrióticos del reino y gobernadores de América. Hasta escribió por ello a Carlos, rey de Nápoles, como futuro heredero de la corona, porque más amaba él bienestar de la Monarquía que el favor de la reina Bárbara. Por esto, según se dice, si se debe dar crédito al rumor general en toda España, se inculpó al Marqués de la Ensenada y por ello fue preso, privado de sus dignidades y desterrado de la Corte. Pues entonces no se era tan feliz en España, que uno pudiera pensar como quisiera y hablar como pensaba.
DEL GOBERNADOR DE BUENOS AIRES, EL PRECLARO GENERAL PEDRO ZEVALLOS
Tras la muerte de Fernando, Carlos no solo [no] consintió en el convenio que su hermano había/44 concertado con los portugueses, sino que renovó la guerra contra ellos, en la cual seis mil guaraníes prestaron recios servicios en el ejército real, y bajo el mando de Pedro Zevallos. Este ocupó al principio la Colonia portuguesa, y penetró luego como vencedor en el Brasil y solo la nueva de que la paz se había concertado en Europa, interrumpió el curso de sus victorias. Que los guaraníes han contribuirlo no poco al feliz éxito de sus empresas, lo confirmó Zevallos mismo en varias de sus cartas, pues el fue siempre de espíritu equitativo. Pero por esto la envidia y la codicia no cesaron en creerle enemigo. ¡Con cuanto placer quisiera expresar al gran hombre mi alabanza para la cual su memoria me brinda una materia tan inagotable! Por un tiempo he gozado de su trato amistoso. Jamás he podido contemplarlo sin admirarle y venerarlo íntimamente; con tantas y tan grandes dotes le había provisto la naturaleza. No se me tome a mal si sigo a la inclinación de mi corazón y en esta ocasión expongo al pasar los rasgos característicos para la inmortal imagen de este hombre. Un pincel más feliz lo termine en España. Pedro de Zevallos desciende de una estirpe noble de España. Su padre fue gobernador real en las Islas Canarias y en una sedición promovida por los habitantes, tuvo hace mucho la muerte de los héroes. Zevallos tenía una figura tan cautivante y una talla tan esbelta que yo, sin titubear, lo cuento entre los hombres más hermosos que jamás he visto. El embellecía extraordinariamente su agradable constitución personal por la elegancia y suavidad de su conducta y por ello aumentaba su valimiento como un brillante el valor de un anillo. El lujo, la jactancia y el orgullo jamás le fueron propios./45 El sabía suavizar la severidad militar de un capitán general por su especial llaneza y complacencia. Cuantas veces hablaba con sus amigos, fue el hombre más amable y en cuanto tenía que hacer con los soldados, el hombre más grave. Su voz semejaba al trueno, pero sin indicar por ello una conmoción anímica, ni una aspereza. Su solo aspecto imponía a todas clases de gente, tanto al más encumbrado como al más humille, afecto y respeto hacia él. Donde quiera que él anduviera en la ciudad, en el campamento o en viaje, cumplía siempre los deberes de un probo cristiano, de un excelente general, de un juez justo y si las circunstancias se lo exigían, de un intrépido soldado. Cuando sus asuntos se lo permitían, se le veía Frecuentemente hincado de rodillas en el templo por dos horas rezando, con los ojos inmóviles, espectáculo raro y edificante para los circunstantes. Todos los años solía dedicar ocho días a meditaciones espirituales. Vivió soltero, y sus actos eran todos tan impecables e íntegros que aún el más sagaz, si le mirara con ojos de Argos, no hubiera podido descubrir en él algún lado flaco. Demostró con su ejemplo que la piedad no es irreconciliable con el estado militar, ni éste con aquella, sino que mutuamente se elevan y adornan. En el ejército despreciaba a todos los burladores de la religión y procedía, inexorablemente severo, contra los que sin vergüenza ni conciencia, se entregaban a todos los vilezas considerando al campamento como lugar de franquicia para las picardías, donde es el más excelente, aquel que más las usa. Las ilustres victorias que el héroe hispano con aplauso de los españoles ha reportado sobre los portugueses, las debe, no a la buena suerte, sino a su sincera piedad por la cual la Providencia siempre bendijo sus empresas y suplió la debilidad/46 de su ejército. Por su especial amor a Dios, reunía por el vínculo más noble todas las grandes virtudes que deseamos a todo general, pero solo percibimos en los menos. De seguro, él no ha sido superado por nadie en fuerza del entendimiento, juicio sagaz, decisión, incansable diligencia, experiencia de muchos años en la guerra, lealtad inquebrantable a su patria y su monarca. Siempre trató más bien de ser útil al rey, que placerle. Obtuvo ambos fines, aunque sus adversarios lograron a veces quitarle por ciertos artificios la gracia del rey. Esto no es ni insólito ni sorprendente, y él tiene esta suerte en común con todos los patriotas meritorios. ¿Acaso el sol, esta estrella tan benéfica, no queda obscurecido por un rato ante el paso de la luna, aunque pronto vuelve a brillar en su plena luz, que escondió ante nosotros pero que no perdió? Cuando al fin se comprendieron en Madrid las maquinaciones que la envidia había forjado contra el mérito y la capacidad de Zevallos, fue enviado por el rey Carlos a las Cortes de Nápoles y Parma para los más importantes negocios. Igualmente elocuente, manejaba con la misma habilidad la pluma y la espada. Sin disputa poseía en el modo más perfecto, según el testimonio de los ingleses y portugueses, todas las partes de la ciencia militar. Jamás emprendió algo sin haberlo meditado maduramente desde mucho antes. Para ver coronados de un éxito feliz sus planes supo hacer los más selectos preparativos, elegir los jefes más hábiles en cuya lealtad y conocimientos militares podía fiar, remover los impedimentos vencer las dificultades, prever los peligros y desviarlos en parte por la astucia y en parte por la fuerza. Jamás postergó/47 para el día siguiente algo que podía hacerse hoy; tampoco dejó pasar sin aprovecharla ninguna ocasión de ventaja. Cuando debía cruzar las inmensas llanuras, donde no se encuentra ni agua, ni leña y atravesar pantanos y ríos, procuraba a tiempo la seguridad y comodidad de sus tropas. Jamás emprendió algo atropelladamente, sino que emprendió todo tras reflexión. Fue en verdad cauto en sus planes y nunca audaz en el ataque; igualmente pertinaz en combates y asedios. En sucesos adversos, nunca temió, ni se jactó en los favorables, ni llegó a la crueldad en las victorias. Siempre fue el mismo. Para obligar a sus tropas a la debida obediencia, trató de hacérseles bienquisto por benevolencia y buenos ejemplos. Y estimo que ésta fue la causa, por la cual, con tan pocos hombres pudo realizar siempre felizmente tantas y tan grandes cosas. No contento con haber dado órdenes, revisaba en propia persona si se cumplía en debida forma. Yo admiré frecuentemente su solicitud con la cual no perdió de vista las nimiedades aparentemente más insignificantes; por ejemplo, antes de la marcha observaba él mismo los vehículos y revisaba cada uno si estaban cargados con el bastimento preciso y avío de guerra y bien defendidos por los centinelas. Jamás se fió de rumores volantes, de respuestas ambiguas, de ojos ajenos; donde era posible, quería verlo todo con sus ojos, y tocarlo, por así decirlo; y sobre los asuntos importantes tener informes ciertos para asegurar y guardar su ejército contra los ataques sorpresivos de los enemigos. A media noche visitaba muchas veces a caballo los avanzados puestos y destacamentos en el campo abierto y se olvidaba o más bien despreciaba el sueño lo mismo que todos los demás deleites. El solía decir/48 que la vigilancia del general y la obediencia de los soldados, eran la mejor protección del ejército y la madre de las victorias. De que él decía la verdad, lo hemos experimentado complacidos.
Como él ahora entraba al campamento con este séquito de las virtudes de los generales, no es ningún milagro que generalmente todo ocurriera según su deseo. Decíamos siempre que la buena suerte, esta dádiva del cielo, se había alistado bajo sus banderas. En la última guerra que los Españoles hicieron en Italia, había servido ya con gloria, ignoro si como capitán o coronel. Lo glorioso que él ha realizado allá fue un preludio de lo que más tarde, en las dos guerras contra los portugueses, ha realizado en la América Meridional. La corte tampoco escatimó los premios a los importantes servicios de Zeballos. Así recibió la cruz de comendador de la orden de caballeros de Santiago, fue caballero de la orden de S. Genaro y gobernador militar de Madrid. Algunos años después, el rey Carlos le otorgó la llave de oro, un especial índice de prerrogativa en la Corte. Cuando se esparció en España el rumor de las perturbaciones en Paracuaria, se reconoció recién cuánta estima tenía Zevallos ante el Rey y qué confianza depositaba éste en sus talentos. El lo nombró gobernador de Buenos Aires y para sofocar las perturbaciones entre los Guaraníes y acelerar la entrega de las siete localidades, hízole embarcarse con quinientos soldados de caballería, que se habían sacado de todos los regimientos de dragones españoles, hacia Paracuaria. A ellos se agregarán, si no me equivoco, siete compañías de soldados de infantería que un coronel español poco antes había alistado en Parma a grandes costos entre los tránsfugas alemanes, franceses, italianos, algunos polacos y ¡quién creería! también rusos. Los más de/49 éstos eran soldados veteranos, de un fiero ánimo militar, que ya habían combatido en Europa en diversos combates. Ellos se defendieron también en Paracuaria con todas sus fuerzas toda vez que se combatía con el enemigo. En lo demás la inclinación de desertar, consecuencia de un hábito adquirido en Europa, ejerció tanto poder sobre ellos, aún entre los antípodas, que toda vez en que se ofrecía una ocasión, se escapaban en grupos para casarse o poder llevar una vida más cómoda. Es irrefutablemente cierto que los que cruzan el mar, mudan de clima pero no de carácter.
Tras una larga y difícil travesía en que Zevallos tuvo que padecer mucho por las tempestades, pensó seriamente en restablecer la tranquilidad en Paracuaria, porque seguía creyendo que la guerra aún ardía ni el interior de este país y que todo había pasado al rey Nicolás según corría el rumor. Cuando él vio la costa de Buenos Aires envió adelante, para no exponer sus tropas en un súbito desembarco, algunos exploradores en un bote, los que debían gritar desde lejos al pueblo que se había reunido en la margen del Río de la Plata, la contraseña habitual entre los centinelas españoles: ¿Quién vive? ¿a quién reconocían por rey? A esto se produjo en vez de una contestación, una risa general. Todos gritaron al unísono que Fernando sexto, a quien el cielo conserve por muchos años, era su rey y lo sería mientras viviera. Esto bastó para quitarles a los llegados su desconfianza. Los Europeos, engañados por los falsos rumores creyeron que el rey Nicolás, apenas o a lo menos sin mucho derrame de sangre/50 podría ser destronado, y el mismo Zevallos se sorprendió cuando se enteró que en Paracuaria reinaba tranquilidad completa, y que los Guaraníes habían vuelto a la obediencia desde hacía mucho. Tampoco tuvo ya discrepancia con los Indios. Pero tanto mayor trabajo le dieron los jefes españoles del partido portugués, entre los cuales se destacaba el marqués [de] Valdelirios. Este se hallaba provisto de un poder real para transigir a su albedrío con los Portugueses sobre todo cuanto se refería a la permuta de tierras concertada. Por cierto él era un hombre bueno sólo que, demasiado obsecuente para con el deseo favorito de la reina Bárbara, y alucinado por las dignidades que ella le prometió, se inclinaba demasiado hacia el lado de Portugal. Pero a ello se oponía con todas sus fuerzas Pedro Zevallos, que prefería la salud de España al favor de la reina. Después que él mismo hubo inspeccionado todo y revisado detenidamente, con plena imparcialidad, todo lo que había ocurrido antes de su llegada durante los disturbios, halló que una gran cantidad de cosas contra los Guaraníes y sus misioneros habían sido escritas ciegamente, y exageradas malévolamente. El comunicó también genuinamente el verdadero estado del asunto a la Corte, y hasta disculpó y alabó a los Guaraníes como su más acérrimo defensor, por los cuales había venido desde Europa para domeñarlos y castigarlos. Es cierto, que por su amor a la verdad y la justicia se creó el odio de algunos malevolentes, pero al fin se descubrieron las falacias de sus émulos, su mérito venció y él adquirió una memoria eterna entre todos los probos.
A la muerte de la reina Bárbara y de su esposo Fernando Sexto, cambió la escena y/51 todo adquirió una forma completamente diferente. Pues después que Carlos, sucesor de su hermano, declaró de nuevo la guerra a los Portugueses, Zevallos empleó a los Guaraníes que él debía haber combatido, como los instrumentos más aptos para humillar a los portugueses. Por su orden, seis mil guaraníes acudieron al campamento real y lo proveyeron desde sus pueblos con muchos miles de vacunos y con todos los bastimentos necesarios, ofrecidos con la mejor buena voluntad. Si los guaraníes han manchado su nombre por falta de un pleno convencimiento respecto a la orden real de ceder a los Portugueses sus localidades y se opusieron por un tiempo, y hasta tomaron las armas para su defensa, han ratificado y expiado su falta, según el testimonio de Zevallos dando manifiestos testimonios de su inquebrantable lealtad al rey de España. He creído deber exponer esto en mi historia sobre los sucesos entre los Guaraníes para ilustrar la verdad. Si tantos otros pueden escribir para el mundo tan insolente e impunemente sus mentiras, ¿porqué no me será permitido a mí a traer a luz hechos ciertos e indudables? Yo habría tratado este tema aún más claro y explícitamente, si no creyera deber cuidar el honor de los complicados en él. Ahora será asunto del lector imparcial discernir si debe prestar mayor fe a los libelos que el afán de difamar y la cobarde complacencia de adular a ciertas personas han forjado, o a mí, que lo he visto todo por mis ojos. Pero aún cuando merezco crédito,/52 tampoco me atrevo a esperarlo de todos, porque la mentira, según el testimonio de un filósofo, parece a muchos más creíble que la misma verdad. La razón, que debe dirigir y gobernar a la voluntad, desgraciadamente se rebaja para ser su esclava, de modo que nos inclinamos por naturaleza a creer los defectos de aquellos que envidiamos u odiamos. Que cada uno crea lo que le plazca, ya que yo no tengo qué ganar ni perder en ello. Si prejuicios arraigados impiden a mis contemporáneos prestarme el aplauso, legaré, sin embargo, a los posteriores pocas razones para dudar de lo que ha sido escrito y esparcido sin fundamento contra los Guaraníes, este pueblo tan ponderado oralmente y por escrito y jamás ponderado lo bastante. Las victorias y demás hechos preclaros de Zevallos, cuyas virtudes quise referir sólo brevemente, se encontrarán descriptos en su lugar correspondiente.
Fuente (Enlace Interno):
HISTORIA DE LOS ABIPONES - VOLUMEN I
Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER,
Traducción de EDMUNDO WERNICKE
Advertencia editorial del Profesor ERNESTO J. A. MAEDER
Noticia biográfica y bibliográfica del Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER,
por el Académico R. P. GUILLERMO FURLONG, S. J.
UNIVERSIDAD NACIONAL DEL NORDESTE
FACULTAD DE HUMANIDADES - DEPARTAMENTO DE HISTORIA
RESISTENCIA (CHACO) , ARGENTINA - AÑO 1967