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CARLOS GÓMEZ FLORENTÍN

  LA GUERRA CIVIL DE 1947, 2013 - Por CARLOS GÓMEZ FLORENTIN


LA GUERRA CIVIL DE 1947, 2013 - Por CARLOS GÓMEZ FLORENTIN

LA GUERRA CIVIL DE 1947

Por CARLOS GÓMEZ FLORENTIN 

COLECCIÓN GUERRAS Y VIOLENCIA POLÍTICA EN EL PARAGUAY

NÚMERO 14

© El Lector (de esta edición)

Director Editorial: Pablo León Burián

Coordinador Editorial: Bernardo Neri Farina

Director de la Colección: Herib Caballero Campos

Diseño de Tapa y Diagramación: Jorge Miranda Estigarribia

Corrección: Rodolfo Insaurralde

I.S.B.N. 978-99953-1-352-4

Hecho el depósito que marca la Ley 1328/98

Esta edición consta de 15 mil ejemplares

Asunción – Paraguay

Marzo 2013 (113 páginas)

 


 

 

CONTENIDO

 

Prólogo

Introducción

Capítulo I

El Origen de la Guerra Civil

El asalto al Cuartel de Policía

El levantamiento de Concepción

Capítulo II

La Guerra en el Norte

La revolución en marzo

La revolución en abril

Capítulo III

Otros Focos Revolucionarios

La rebelión de la Marina

La ola represiva en Asunción

La insurrección en las cañoneras

Capítulo IV

La dimensión internacional

Capítulo V

La Segunda Etapa

La guerra civil en mayo

La vida bajo el gobierno de Morínigo

La revolución en junio

La Batalla de Tacuatí

La Revolución en julio

El Discurso Durante la Guerra Civil

Capítulo VI

El Final de la Guerra

El desprendimiento sobre Asunción

Heridas de guerra

Cronología

Fuentes Consultadas

Bibliografía

El autor

 

 

PRÓLOGO

 

         LA GUERRA CIVIL DE 1947, fue el último conflicto armado de gran magnitud que vivió el Paraguay, hace más de sesenta y cinco años, y cuyas consecuencias han dejado una profunda secuela en la sociedad paraguaya durante la segunda mitad del siglo XX. La sociedad quedó dividida entre vencedores y vencidos, situación que fue profundizada cuando el partido vencedor fue el único habilitado para ejercer públicamente sus funciones y los derrotados tomaron el camino del exilio. Las actividades de los sectores opositores fueron proscriptas, y por lo tanto sólo el partido de gobierno era el único legalmente habilitado para realizar actos públicos.

         Carlos Gómez Florentín, uno de los destacados miembros de la nueva generación de historiadores, analizó las diversas variables que intervinieron en un conflicto que duró en el campo de batalla cinco meses y muchos años más en la tribuna y en la concepción sobre cómo debía funcionar la República, para lo cual ha recurrido a fuentes inéditas que le aportan elementos novedosos a su trabajo.

         El libro se inicia contextualizando la situación del país en lo político y da informaciones sobre la situación económica y social en la que se encontraba el Paraguay y la región tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial, y como dichos factores contribuyen a comprender un conflicto armado en el cual se enfrentaron el 70% del ejército con el apoyo de los partidos opositores, frente al gobierno y el 30% de las Fuerzas Armadas.

         El autor describe los acontecimientos acaecidos durante los combates en forma cronológica de manera que se pueda comprender como fueron sucediendo los mismos, para luego realizar un alto y explicar el contexto internacional y las influencias de los países de la Región en el conflicto, además         de analizar el        discurso utilizado en la contienda por sobre todo el uso del elemento radial tanto por el gobierno de Morínigo como por los rebeldes.

         Esta obra aporta una visión actual sobre los acontecimientos vinculados a la Guerra Civil de 1947, de manera que el lector pueda tener una visión amplia sobre los mismos y pueda comprender los acontecimientos posteriores que jalonaron la historia paraguaya hasta el presente.

 

         Asunción, marzo de 2013

         Herib Caballero Campos

 

 

 

INTRODUCCIÓN

 

         El general Emilio Díaz de Vivar, en su carácter de jefe del Estado Mayor General, escribió al coronel argentino Emilio Loza el 15 de setiembre de 1947 pidiéndole autorización para trasladar a los conscriptos paraguayos refugiados en Formosa desde el final de la guerra civil que tuvo lugar entre el 7 de marzo y el 20 de agosto del mismo año. Díaz de Vivar manifestó a su par militar que tras la amnistía declarada por el triunfante gobierno del general paraguayo Higinio Morínigo, los conscriptos tenían vía libre para regresar al país sin juicios o persecuciones pendientes. La embarcación paraguaya que tenía la misión de transportar a los conscriptos tenía el nombre de DESARROLLO. El navío resultaría extrañamente familiar a los rebeldes teniendo en cuenta que el mismo sirvió a la causa revolucionaria durante el conflicto. Los mismos rebeldes que recurrieron a las armas para defender una visión del Paraguay que buscaba la participación política de las masas regresaban a un país donde, como la denominación de la propia embarcación apuntaba, el desarrollo económico primaría sobre lo político.

         Como señalaron los historiadores Leslie Bethell y Ian Roxborough, en un trabajo sobre la década de 1940 y el comienzo de la Guerra Fría, el ingreso tumultuoso de las masas -trabajadores, campesinos y estudiantes- a la arena política, que ocurrió en el contexto de la creación de frentes políticos democráticos para detener la marcha fascista y nazista durante la Segunda Guerra Mundial fue seguido por un rápido reacomodamiento del orden político bajo la hegemonía del gobierno de los Estados Unidos de América y la entonces nueva doctrina Truman de contención al avance del comunismo de la Unión Soviética.

         Lanzada en 1947, la política de contención al avance desordenado de las masas democráticas implicó una ruptura con la política exterior de los Estados Unidos que previamente había dado luz verde a iniciativas democráticas amplias. De cierta forma, la guerra civil de 1947 encarnó esta transición desde la experiencia paraguaya, cuando entre 1946 y 1947 el país pasó de un régimen semidemocrático propio de la Segunda Guerra Mundial a un régimen autoritario más acorde a lo que dictaban las necesidades de la Guerra Fría. Esta dimensión internacional del conflicto paraguayo fue señalada por el historiador Michael Grow en su trabajo sobre la influencia del gobierno de los Estados Unidos en la apertura de un frente democrático, lo que se dio a conocer como la "Primavera Democrática" de 1946, cuando Higinio Morínigo puso fin a su gobierno militar -si bien con participación calificada de ciertos sectores de la sociedad civil y con un guiño cómplice al Partido Colorado- e invitó a otros sectores políticos, colorados y febreristas -con la exclusión de liberales y comunistas- a participar del gobierno de coalición cívico-militar.

         A destiempo, los vientos de cambio democrático se insinuaron sobre el Paraguay justo en el contexto de reacomodamientos autoritarios regionales que se avecinaban desde la época de la inestable coalición internacional que frenó el avance de los países fascistas. Tras los cambios al interior de los cuadros militares ocurridos el 9 de junio de 1946, cuando los bloques fascistas fueron removidos de la esfera castrense para dejar lugar a una línea más institucionalista, el gobierno de coalición se constituyó en lo que sería un año fundacional en la construcción del Paraguay moderno.

         La primavera democrática marcó un semestre de gobierno conflictivo entre grupos políticos con proyectos distintos, que dio lugar a la participación política amplia y que se produjo también como consecuencia directa de un proceso más largo de transformaciones internas en el Paraguay que arrancaron con la Guerra del Chaco y que permitieron la entrada de las masas en la política criolla. Aquellos campesinos tornados guerreros en la fórmula de Natalicio González buscaron retribución por su participación militar tras la guerra forzando su reconocimiento como actores políticos con voz propia. El movimiento febrerista de 1936 encapsuló estas demandas, poniendo en evidencia el principio del fin de los gobiernos liberales; un proceso más largo todavía en el cual los liberales se vieron forzados a contradecir sus principios filosóficos para adaptarse a la era del crecimiento de los estados nacionales. Si bien fallida en su conclusión, la experiencia popular febrerista abrió paso a un ciclo de gobiernos -primero liberales y luego abiertamente militares- que intentaron poner límites a un ciclo revolucionario de participación popular.

         La apertura de 1946 significó el reconocimiento de un momento internacional propicio para el cambio. Esta coincidencia interna y externa, ansias de participación doméstica y exportación del modelo democrático en la región, dio lugar al experimento de democratización que apuntaba hacia un horizonte de libertades políticas y económicas dentro de la promesa colectiva del Estado-Nación. Este proceso, sin embargo, tropezó con la falta de pulso político de los actores del gobierno de coalición, algo que derivó rápidamente en el reacomodo del gobierno de Morínigo. El corrosivo cogobierno entre febreristas, colorados y militares sirvió para confirmar las interpretaciones del ala dura del coloradismo en cuanto a dos cosas, primero, la supuesta incapacidad de gobernar democráticamente con la oposición, una suerte de "incapacidad genética" de los febreristas en el poder y una tendencia consuetudinaria a la conspiración de los liberales y comunistas; y, segundo, la necesidad de retornar a un régimen militar sin partidos políticos, o al menos con partidos políticos que renuncien a su vocación democrática.

         Estas dos conclusiones explican el encuentro entre Morínigo y los "guiones rojos", el ala autoritaria del Partido Colorado, algo gestado anticipadamente y que encontró estabilidad y exclusividad recién en 1947. Así, la revolución democrática, o por lo menos la revolucionaria intención que vino con el giro democratizador, fue contrarrestada por un gobierno militar-colorado "cocinado entre gallos y medianoche" el 13 de enero de 1947. Así, a pesar de la moción contraria del ala institucionalista castrense de establecer un gobierno militar transicional, Morínigo y el ala dura del coloradismo, representado por Natalicio González y los guiones rojos, decidieron comenzar la era colorada más larga en el poder, un ciclo ininterrumpido de gobiernos colorados que solo tuvo punto final en el 2008, tras la elección de Fernando Lugo.

         Con esto un proceso político revolucionario que incluyó al gobierno de coalición febrerista-colorado-militar con garantías políticas amplias para los demás partidos políticos fue contrarrestado por un proceso contrarrevolucionario encabezado por un gobierno colorado-militar que, además de enfrentar a los enemigos políticos de siempre, fracturó la propia institución militar con el desplazamiento del bloque institucionalista que había dado origen a la primavera democrática.

         Este volumen, si bien excesivamente breve para la magnitud de tal proceso histórico, trata de este conflicto entre un movimiento democrático que encarnó la revolución política posible y otro proyecto, contrarrevolucionario, que el Gobierno combatió para permanecer en el poder y contener el cambio. Con esta historia, fundacional del Paraguay moderno, la violencia política ocupa el lugar central que le corresponde en la creación del orden político dictatorial del siglo veinte. Violencia que incluyó la participación directa de las masas, las mismas que habían buscado primero un régimen democrático pero que terminaron batallando en una guerra fratricida con gravosas consecuencias para el futuro del país.

         Sin pretender clausurar los debates sobre una guerra interior que todavía enfrenta las líneas de pertenencia política más claras de nuestro presente, este trabajo busca establecer dos hechos: en primer lugar, la guerra civil opuso dos formas políticas, revolucionaria y contrarrevolucionaria, en puja por el poder; y, como segundo punto, la violencia política de la guerra civil fue fundacional para el Paraguay moderno. En un parpadeo de tiempo histórico la iniciativa democrática fue desplazada del orden político paraguayo donde viviría, a lo sumo, como experiencia política marginal, a veces apenas como expresión fugaz. Igualmente, el mecanismo para frenar las intenciones democráticas sería a partir de 1947 la violencia política.

         Por último, esta confrontación -calificada en ocasiones como rebelión, revolución, guerra civil, o simplemente bandolerismo- refleja en cada registro histórico las filiaciones políticas, las convicciones más elementales de los distintos autores, participantes o no. En mi caso, yo llamo al conflicto "guerra civil", porque las líneas de combate trascendieron la esfera castrense lo que hace del conflicto una guerra civil propiamente dicha. Esta categorización suena extraña considerando que el ejército rebelde hizo el esfuerzo por reducir su movimiento a una expresión militar entendida desde la perspectiva institucionalista como algo apartidario o apolítico. Algo que encontró eco en el gobierno de Morínigo, que siempre se refirió al levantamiento como militares indisciplinados apegados al bandolerismo puro. Sin embargo, tanto ejército rebelde como tropas leales tuvieron en claro que el conflicto era una guerra civil.

         En segundo término -y esto hace a mis propias convicciones políticas-, yo llamo al conflicto una "revolución"; al menos una revolución posible o la revolución que no fue. Y esto en el sentido de que la revolución de Concepción supuso, al menos, un intento de ruptura radical que reflejaba las ganas de los actores políticos por proseguir la ruta iniciada con la primavera democrática de 1946. Una ruta incierta entonces pero que prometía una agenda de futuro distinta al orden conservador garantizado por el gobierno de Morínigo.

         Finalmente, antes de ingresar a la narrativa que busca combinar trabajos establecidos sobre el caso con una lectura diferente de las mismas fuentes o con el énfasis en hechos previamente descartados como irrelevantes en las interpretaciones anteriores, esta pequeña monografía busca también deconstruir el rol de lo popular en el contexto de la guerra civil. El caso paraguayo genera preguntas en torno al papel de los campesinos y campesinas en el conflicto y en cuanto a quiénes pudieron embanderarse con su causa. El Partido Colorado y el gobierno de Morínigo buscaron -y consiguieron- monopolizar la representación de la participación campesina en sus filas y convirtieron al pynandí, al campesino de pies descalzos con pañoleta colorada, en la expresión singular de la experiencia campesina durante la guerra civil. Con esto la contrarrevolución liderada por Morínigo consiguió camuflarse como expresión modernizadora de las causas populares, secuestrando el discurso liberador de los revolucionarios al reducirlos a expresión "extranjerizante" de la causa trabajadora soviética sin lazos con la experiencia campesina de tierra adentro.

         Las lecturas en torno a este último factor han fluctuado entre la manipulación de los campesinos ignorantes -una expresión común dentro de los bloques elitistas que manejaban la revolución que tenía eco también entre los dirigentes del gobierno colorado de Morínigo- o su falta de convicción como agentes de cambio.

         Mi lectura de la guerra civil apunta a la capacidad de articular una modernización conservadora -algo que ha caracterizado al Paraguay moderno- bajo la idea siempre elusiva de la liberación campesina. Desde esta perspectiva, la promesa de desarrollo vinculada a la experiencia campesina que encontró expresión en el nombre de la embarcación que trajo a los revolucionarios tras la amnistía política de setiembre tiene mucho más sentido y explica la decisión de muchos actores campesinos por optar por el orden y lo que con el tiempo se demostraría como el más esquivo desarrollo económico.

         Este libro fue posible gracias a la generosidad extraordinaria del editor, colega y amigo Herib Caballero Campos que me facilitó su colección de documentos sobre la Guerra Civil. También quiero agradecer a los responsables de la Biblioteca Nacional de Asunción y del Archivo Nacional de College Park, en Maryland quienes a través de su trabajo cotidiano hicieron mi investigación posible.

         Este volumen defraudará a los interesados en una historia militar. Su objetivo es abrir múltiples líneas de investigación que nos ayuden a comprender mejor un hecho fundacional en la construcción del Paraguay moderno. Lejos de pretender ser una historia total, esta monografía aspira sí a mirar el conflicto desde diversos lugares. Así, el medioambiente, los regímenes energéticos, la economía, la diplomacia, la política de partidos, el uso de los medios de comunicación masiva, el análisis del lenguaje político, la guerra, la institución militar y la creación del estado, entre otros factores, van entretejidos buscando la construcción de una causalidad múltiple.

 

 

 

 

 

 

CAPITULO I

 

EL ORIGEN DE LA GUERRA CIVIL

 

EL ASALTO AL CUARTEL DE POLICÍA

 

         El periódico EL COLORADO definió el pacto cívico-militar que puso al Partido Colorado en el poder el 13 de enero de 1947 como:

         "El reencuentro del hombre del agro, de los pynandí que aran la tierra y mascan tabaco, con el soldado, que es el brazo armado de la revolución (...) Fue la osmosis armonizadora, que marcó ayer, bajo los gobiernos patriotas, el punto más alto de nuestro paraguayo destino."

         La publicación buscaba conectar la movilización colorada de la mañana de aquel día, ante las amenazas de reacción dentro de la esfera militar, con el legado del general Bernardino Caballero y el mariscal Francisco Solano López.

         Esta conexión entre el Partido Colorado, el Gobierno y el Ejército derivó en la creciente inestabilidad de la esfera militar, un ámbito en el cual además de grupos afectos al Partido Colorado existían grupos afines al Liberal y a la Concentración Febrerista, un sector minoritario cercano al Partido Comunista y otro bloque todavía más notorio partidario de la institucionalización de las Fuerzas Armadas y de su separación completa del poder político. Esta situación de incertidumbre causó molestias a los sectores políticos no colorados, además de crear creciente irritabilidad al interior de las fuerzas militares. El primer ejemplo de la creciente inestabilidad militar se produjo con el intento fallido de insurrección de oficiales liberales a fines de enero de 1947.

         Según el político colorado Enrique Volta Gaona -participante de los eventos igual que Washington Ashwell-, el ataque ya era inminente durante el mes de febrero, lo que motivó un aumento en la guardia de la ciudad. A pesar de los aportes de la inteligencia del orden público en Asunción, el mayor Rogelio Benítez, Comandante de la Policía Nacional, desechó la denuncia días antes del ataque.

         En la esfera castrense, si bien la molestia era generalizada, faltaba decisión para poner punto final al régimen del presidente Higinio Morínigo. Esta indecisión radicaba en la falta de consenso sobre su hipotético reemplazante. En medio de esta incertidumbre, un sector militar perteneciente al movimiento febrerista decidió atacar primero ante el temor generalizado de la coloradización de las Fuerzas Armadas. Así, el mayor Elide Báez y el teniente René Speratti lideraron un operativo comando con el objetivo de tomar el Cuartel de Policía en la convicción de que un ataque simultáneo a la Escuela Militar, y el apresamiento del Morínigo y su Ministro del Interior, Víctor Morínigo, sumados a un levantamiento en la Marina, precipitarían el fin de su mandato.

         La mañana del 7 de marzo de 1947 un grupo de poco más de treinta oficiales ingresó al Cuartel de Policía con ametralladoras livianas y pistolas automáticas. El ataque comenzó por el despacho del Jefe del Orden Público, capitán Antonio Oddone Sarubbi, en simultáneo con la irrupción en la oficina del Jefe de Policía, mayor Rogelio Benítez, mientras ambos grupos eran cubiertos por un tercer comando que esperaba en la División de Investigaciones. La primera refriega alertó al mayor Rogelio Benítez quien se refugió en el despacho junto con dos asistentes y una mujer. Unos disparos dieron en el brazo de Benítez. Según el relato de Volta Gaona, la mujer con su propia bufanda de jersey le hizo un torniquete en el brazo izquierdo herido.

         Los atacantes cometieron el error de no cortar las comunicaciones del edificio permitiendo que Benítez llamara por teléfono al teniente coronel Carlos Montanaro, de la Escuela Militar, pidiéndole refuerzos. Benítez también avisó al Presidente y ordenó al jefe del Escuadrón de Seguridad que creara un frente sobre la calle Eligio Ayala y las calles laterales Chile y 25 de noviembre (hoy Nuestra Señora de la Asunción).

         Cuando otro grupo comando atacó la sede del Ministerio del Interior, el secretario Edmundo Prieto cerró con llave la puerta de ingreso al despacho ministerial cuando escuchó los disparos, así como la entrada a la antesala, donde estaban los atacantes dejándolos encerrados en el lugar. El ministro Víctor Morínigo salió por una puerta trasera del edificio y caminó por la avenida Costanera hasta llegar al Palacio. El teniente Montanaro cerró las puertas de la Escuela Militar y permitió el rápido apresamiento de los oficiales que intentaban controlar el local.

         El presidente Morínigo recibió la llamada de Rogelio Benítez, mientras conversaba con el Dr. César Vasconsellos, quien guío al mandatario al Comando de la Armada para refugiarse del ataque.

         El edecán naval los traslado en automóvil por la puerta lateral del Palacio. El Comandante de la Armada dispuso refuerzos de la Prefectura y del Cuerpo de Defensa Fluvial.

         En menos de una hora el ataque, calificado luego por el propio teniente Speratti como "operación suicida", estaba controlado. Morínigo reemplazó a Rogelio Benítez por el general Raimundo Rolón quien estableció un toque de queda a partir de las veinte horas suspendiendo todo tipo de espectáculo público en la capital. Además el Gobierno prohibió el traslado de embarcaciones nocturnas para mejorar el control del movimiento de personas en la capital. En el ámbito de la propaganda del gobierno, el programa Treinta Minutos de Verdad transmitido por la Z.P.1 Radio Nacional del Paraguay comenzó a transmitir desde ese día bajo la conducción del periodista colorado Volta Gaona con el fin de defender la posición oficialista tras los sucesos de marzo.

         Según reportes de la diplomacia de los Estados Unidos en Asunción el intento fue el resultado del fanatismo de oficiales pertenecientes a la causa febrerista que habrían ingresado al Cuartel de Policía al grito de "Viva el Coronel Franco".

         Éstos se adelantaron a conspiraciones programadas por militares pertenecientes al Partido Liberal y al Partido Comunista. La publicación oficialista LA RAZÓN se hizo eco de las consignas febreristas en su edición del día siguiente enfatizando contradictoriamente al mismo tiempo el carácter "comunista" de la movida "gangsteril".

         Independientemente del resultado fallido de la conspiración, el ataque estableció la directa relación entre el 13 de enero y el régimen de gobierno de Higinio Morínigo. El plan contemplaba ataques simultáneos al Presidente, a su Ministro del Interior, Víctor Morínigo, y al Jefe de Policía, mayor Rogelio Benítez, precisamente los tres arquitectos del gobierno de coalición colorado-militar. Con esto, el desafío al poder establecido se tornó posible. El mensaje fue retomado al día siguiente por militares en Concepción dando apertura a la última sangrienta guerra civil de la historia del Paraguay.

 

         EL LEVANTAMIENTO DE CONCEPCIÓN

 

         El capitán Juan Bartolomé Araujo escribiría en sus memorias que no pudo descansar un sueño la noche previa al 8 de marzo de 1947. En conocimiento del ataque fallido al Cuartel de Policía, Araujo dudaba sobre las posibilidades de hacer un levantamiento armado y las consecuencias posibles de una nueva postergación ya que, según él, "si no nos sublevábamos esa noche, al día siguiente estaríamos todos detenidos para ser posteriormente reemplazados por oficiales colorados, como decían ellos, y por estudiantes secundarios y/o universitarios".

         Bajo el santo y seña de "yacaré yurú" los complotados iniciaron un levantamiento que contemplaba tomar el control del cuartel de Concepción asegurándose de que la insurrección se lleve a cabo sin el conocimiento de las autoridades políticas y militares en Asunción. Con la incorporación de todas las unidades del Ejército ubicadas al norte, incluyendo las divisiones del Chaco paraguayo, los rebeldes esperaban encontrar apoyo en las unidades de la capital, lo que derivaría en un cambio de mando rápido.

         Mientras los complotados tomaron el Regimiento de Infantería 2 de Mayo tras detener al teniente coronel Carlos Domaniczky, Jefe de Estado Mayor de la División, Araujo apresó personalmente al coronel Miguel Ángel Yegros, Comandante de División. El Regimiento 3 Corrales lo apoyó y aseguró el control de la División. Araujo comunicó lo sucedido al mayor César Aguirre en Belén, quien, de acuerdo a lo planeado previamente, tomó control de su unidad. Aguirre asumió la Comandancia en Jefe de la División y el capitán Araujo asumió la Jefatura de las tropas y de las operaciones.

         El plan tropezó con el retraso en el levantamiento de las unidades militares del Chaco donde el entonces coronel Augusto Guggiari siguió fiel al comando del presidente Higinio Morínigo. La idea era utilizar el barco TORO para enviar un comando de rescate a Peña Hermosa para liberar a los camaradas apresados tras los últimos movimientos al interior del ejército. En su camino al Norte, se fugó la información entre los tripulantes del navío, lo que empeoró las cosas para los sublevados cuando un informante del gobierno de paso por Concepción se enteró de lo ocurrido y puso en conocimiento del hecho a Asunción. La noticia viajó con tal velocidad que Morínigo estaba al tanto del levantamiento en el Chaco antes que el propio comandante de la región. El levantamiento del Chaco finalmente ocurrió cuando el mayor Alcibíades Varela tomó control del cuartel a expensas de Guggiari y el teniente coronel Fabián Saldívar Villagra se puso a cargo del Comando del Territorio Militar del Chaco. Con la liberación de los presos de Peña Hermosa el teniente coronel Alfredo Galeano se sumó a la causa rebelde.

         Una vez sublevado el Chaco, el coronel retirado Antonio Ramos, liberal, quien trabajaba en un establecimiento de la zona y todavía contaba con gran prestigio en filas militares y en su partido, hizo un llamado a sus correligionarios a sumarse a la causa revolucionaria. Los complotados previamente le habían ofrecido la dirección de la operación en base a su experiencia como táctico militar durante la contienda chaqueña. Ramos se negó identificando problemas de inventario, ubicación y situación en el movimiento. Para Ramos, primero, los sublevados carecían de suficientes armas y municiones para los potenciales cuatro mil hombres que podían ser reclutados. Segundo, el gobierno estaba mejor ubicado al situar sus fuerzas sobre el Río Paraguay aguas abajo en Asunción y contaba con posibilidades de abastecimiento continuo del exterior. Por último, Ramos adujo que su condición de liberal inhibiría la participación de otros militares disconformes que carecían de partido político en una revolución que precisamente se alzaba contra la politización de la esfera castrense.

         Al decir de Ramos, las insurrecciones venidas desde el Norte carecían de posibilidades de éxito, algo refutado por el suceso de la rebelión de 1937 comandada por el coronel Ramón Paredes que puso fin a la experiencia febrerista en el poder. Reviendo sus posturas previas, Ramos se sumó al levantamiento.

         La toma de la delegación del Amambay por parte de las fuerzas rebeldes encabezadas por el capitán Belisario Doria le dio nuevo ímpetu a la rebelión completándose el eje revolucionario norte que controlaba las unidades militares del Chaco, Concepción, Belén, Horqueta, Bella Vista, y Pedro Juan Caballero. A esto siguieron otras adhesiones de peso como la del mayor Hermes Saguier y el propio coronel Rafael Franco. Previamente un operativo comando había ingresado a la sede de la empresa petrolera UNION OIL COMPANY OF CALIFORNIA en Asunción, sometiendo a los guardias con el objetivo de robar el equipo radiofónico de la empresa. Según el gobierno de Morínigo varios destacados dirigentes comunistas, Oscar Creydt, Augusto Cañete, Luis Centurión y Cantalicio Mazacote, fueron los responsables del asalto. El equipo radiofónico apareció en Concepción y se puso a disposición de la campaña radiofónica de la rebelión que había comenzado a transmitir como emisora llamada "La Voz de la Victoria".

         Con esto la insurgencia ganó intensidad mientras el gobierno central trataba de reducir el hecho a indisciplina cuartelera y buscaba afanosamente tomar control de las agrupaciones militares de la capital donde los rumores de conspiración eran algo cotidiano.

         El manifiesto revolucionario incluía cinco puntos:

         1) libertades amplias y legalidad para todos los partidos, incluyendo el Colorado;

         2) constitución de una Junta Electoral Central con participación de los cuatro partidos políticos;

         3) limpieza de la corrupción dictatorial en la Policía y en el Ejército;

         4) elecciones libres; y

         5) "medidas contra la carestía para mejorar la situación afligente (sic.) del pueblo".

         Supuestamente, los dirigentes comunistas Obdulio Barthe, Marcos Zeida y Augusto Cañete escribieron la proclama a pedido del capitán Araujo. El punto quinto que refería a la crisis económica puso en alerta a los bloques más conservadores, locales e internacionales, que reaccionaron asociando el levantamiento con la causa comunista.

         Curiosamente, la palabra afligente significa angustiante en portugués, lo que vincula al mayor César Albino Aguirre a la escritura del texto, dado su paso previo por la Escuela Técnica Militar del Brasil, donde aprendió dicho idioma.

         Los comunicadores del gobierno como Enrique Volta Gaona se asegurarían de que el apoyo de sectores comunistas no pase desapercibido recalcando en múltiples repeticiones radiales diarias que: "Al malón ruso de Concepción oponemos: Dios, Patria, Libertad y Familia".

         Como lo señalaría después el propio Araujo, más allá de las disputas partidistas, la insurrección era también un levantamiento contra la cúpula institucionalista, quienes no fueron incluidos en el movimiento. Araujo criticó a la cúpula militar por su indecisión desde la crisis de junio de 1946, indecisión que derivó en la continuidad en el cargo de Morínigo y en la coloradización de las Fuerzas Armadas que ocurrió desde enero de 1947.

         Según la interpretación de la inteligencia de los EE.UU. en Asunción, el origen de lo que consideraron una "refriega cuartelera" en Concepción fue el nombramiento del coronel Miguel Ángel Yegros al frente del batallón, algo considerado ofensivo para los mandos medios debido a su condición de colorado y a repetidos maltratos a los subordinados.

         De acuerdo al perfil trazado por los funcionarios de la embajada norteamericana en Asunción, los líderes de la insurrección tenían conexiones políticas muy claras: el capitán Bartolomé Araujo tenía lazos con los comunistas debido a que su hermano militaba en ese partido; el teniente coronel Alfredo Galeano pertenecía al "Grupo de Caballería", fue uno de los líderes del reacomodo militar del 9 de junio de 1946 y había permanecido preso en la cárcel de Peña Hermosa desde setiembre del año anterior cuando estuvo involucrado en un levantamiento franquista antes de ser rescatado por las tropas rebeldes. Así también, el teniente coronel Fabián Saldívar Villagra, quien había sido acusado de alcoholismo y de "baja moral" por el presidente Morínigo, ocupó los cargos de miembro primero y luego Jefe de Estado Mayor de Concepción donde era el oficial de mayor antigüedad. Los guiones rojos además acusaron al propio mayor César Aguirre de pertenecer a la célula comunista del Ejército.

         En respuesta a las acusaciones del carácter político de la insurrección los rebeldes manifestarían que sus acciones respondían a un "Movimiento apolítico de renovación democrática", es decir, una reacción nacionalista e institucionalista a la "coloradización" de la esfera castrense decretada por el gobierno de Morínigo. Su objetivo era poner fin a la dictadura actual y reivindicar los valores ciudadanos pisoteados con las persecuciones a la oposición.

         Si bien no existía conexión directa entre el ataque al Cuartel de Policía y la sublevación de Concepción, el objetivo en ambos casos era el mismo: desafiar a la autoridad constituida, considerada ilegítima, con el fin de obtener respaldo instantáneo de otras armas para conseguir el fin del gobierno de Morínigo sin mayor derramamiento de sangre.

         La respuesta del Gobierno apuntó primero exclusivamente a los comunistas y febreristas detrás de la insurgencia. Su argumento principal para justificar sus percepciones del fanatismo de la oposición cuartelera se basaba en la previa convocatoria a elecciones para agosto de 1947 publicadas el 5 de marzo y comunicadas primero a los partidos de oposición quienes habían manifestado su acuerdo con la propuesta.

         Supuestamente, a pesar de la decisión gubernamental de normalizar las instituciones políticas, los sublevados insistían en remover del cargo a Morínigo sin pensar en las consecuencias para el futuro del país.

         Previamente el presidente Higinio Morínigo había organizado un acto político en el cual llamó a unos diez mil adeptos a defender la legitimidad de su mandato. En su mayoría campesinos colorados, muchos de la zona de Ypacaraí, donde Silvio Becker era el principal dirigente partidario. Estos militantes pasarían a engrosar las filas de la organización paramilitar de los guiones rojos de Natalicio González y el Ministro del Interior, Víctor Morínigo.

         Denominados "pynandís" por los voceros del Partido Colorado, los celebrados campesinos de pies descalzos presentados por el gobierno de Morínigo como los verdaderos herederos del Paraguay profundo, eran extrañamente similares a los "descamisados" peronistas de la República Argentina. Su utilización política buscaba dotar de popularidad al gobierno, al cual se le asignaba el verdadero rótulo de "revolucionario" en base a su arraigo en las masas campesinas olvidadas por los gobiernos liberales y falsamente representadas por los movimientos de izquierda, febreristas o comunistas.

         La respuesta del Partido Colorado, donde todavía sanaban las heridas de la convención previa del 24 de enero que volvió a enfrentar a los demócratas de Federico Chávez con los guiones rojos de Natalicio González, fue apoyar decididamente al gobierno de Morínigo. En los meses previos el tono del discurso político de los colorados fue gradualmente subiendo de tono, radicalizando las diferencias entre colorados y no colorados, afirmando lo paraguayo como exclusivamente colorado, de todo lo demás, extranjerizante y vendepatria (liberal); ateo y apátrida (comunista); y fanático y totalitario (febrerista).

         Morínigo había perseguido efectivamente a la oposición desde el 14 de enero de 1947 con el resultado de la superpoblación en la cárcel de Asunción, donde los presos políticos, entre los que se contaban miembros del comité directivo del Partido Comunista y del Consejo Obrero del Paraguay, superaban ampliamente la capacidad del establecimiento creando un ambiente de crispación política permanente.

         La persecución y el control de posibles enemigos se acentúo con el pedido de las autoridades de remitir listas de extranjeros, tanto a los hoteles como a las líneas de transporte internacional, con el objetivo de capturar a "agitadores profesionales con misiones de inquietar a nuestras juventudes para conducirlos hacia el comunismo internacional".

         El gobierno también lanzó una campaña de propaganda destinada a defender sus interpretaciones del conflicto en radio y prensa escrita. Enrique Volta Gaona encabezó el operativo propagandístico desde la Radio Nacional donde regularmente definiría su programa: "al servicio de la Libertad y de la Democracia. Al malón líbero-franco-comunista de Concepción, oponemos Dios, Patria, Hogar (...) El que no está con nosotros, está contra nosotros". Las plumas de Juan O'Leary, Natalicio González y Víctor Morínigo jugaron un rol clave en la defensa escrita del Gobierno.

         Todavía más importante sería el trabajo de inteligencia realizado por el Servicio Civil a cargo de la telefonía nacional y por los militares que interceptaban comunicados radiales del ejército rebelde. Estas oficinas entregaban detallados partes diarios donde también se incluían resúmenes de las reacciones de la prensa internacional al conflicto paraguayo. Con este objetivo el Gobierno adquirió equipamientos radiofónicos en Argentina y en los Estados Unidos. También jugó un papel importante la propaganda itinerante con altoparlantes que se hacía por la capital.

         Además, Morínigo, a propuesta del coronel Enrique Jiménez, había encomendado a los dirigentes colorados Fabio Da Silva y Rigoberto Caballero contactar con el comandante Federico Smith, "el jefe más respetado del Ejército", para que asumiese el cargo de Comandante en jefe del ejército nacional. Smith aceptaría el cargo el 18 de marzo dando comienzo a su controversial gestión al frente del ejército leal. Al anunciar el nombramiento de Smith, el Presidente hizo pública su declaración del estado de guerra en el país generando una confusión mayor sobre el estado legal de las fuerzas rebeldes y sus consecuencias para el orden político internacional que sería objeto de largas disputas entre el Gobierno y los sublevados durante la contienda.

         Mientras tanto, el Jefe de Policía, general Raimundo Rolón, en su intento de prevenir la participación de los liberales exigiéndoles una posición clara de oposición al levantamiento, precipitó su apoyo a la insurrección. Los liberales, previamente indecisos, resolvieron unirse a los revolucionarios ante el amedrentamiento de la Policía por su supuesta posición ambigua con respecto a la rebelión. Esto le costó el cargo a Rolón, y causó la incorporación de un poderoso sector político al conflicto armado, entonces cargado de resentimiento ante la persecución sufrida durante el gobierno de Morínigo, agregando a la contienda otro grupo mayoritario con capacidad de movilización y convicción política para hacer de la rebelión cuartelera una guerra civil.

         Con este panorama político el levantamiento de Concepción presentaba un horizonte sombrío para el país. Por un lado, las fuerzas políticas domésticas se veían enfrentadas con una coyuntura que privilegiaba a los actores políticos radicalizados. Dentro del gobierno el resultado de la interna entre los democráticos de Federico Chávez y los guiones rojos de Natalicio González se había definido en favor de los últimos. La audaz maniobra de González de participar en un gobierno que los demás sectores de su partido consideraban autoritario ganó validez al significar la participación exclusiva del Partido Colorado en el poder de espaldas a las demás fuerzas políticas.

         En la esfera militar de alguna manera se había producido lo que Víctor Jacinto Flecha denominó "el empate catastrófico", pues consideró que tanto fuerzas militares partidizadas como oficiales institucionalistas carecían del poder suficiente para definir la interna cuartelera. Esta imposibilidad de definir la interna rebozaría el conflicto militar a la sociedad civil.

         En realidad la interna militar se había partidizado en ambos bandos y la frontera con lo civil se había comprobado porosa mucho antes de 1947. En este sentido, más crucial fue lo que el coronel Antonio Ramos llamó "la progresiva militarización de la sociedad paraguaya" que se produjo desde la Guerra del Chaco y que proveyó el entrenamiento militar a una amplia mayoría de la ciudadanía con resultados catastróficos durante el conflicto civil. Así, las pulsiones revolucionarias y contrarrevolucionarias encontraron en el conflicto de 1947 un espacio de resolución a las ansias de mayor participación política en las masas, pero en sentido opuesto al afán de establecer un orden político estable.

         En la oposición, la audacia de los militares febreristas y de los comunistas dejó a los liberales en una incómoda posición. Si bien el Partido Liberal permanecía como la fuerza mayoritaria a consecuencia de un largo dominio de la política paraguaya, tanto febreristas como comunistas les ganaron de mano y las posibilidades de un reordenamiento político les favorecían ampliamente. Ante esta situación los liberales también se vieron divididos entre los deseos de participar en la revuelta y la timidez especuladora de la élite partidaria que al no golpear primero prefirió esperar con paciencia. Finalmente, la hostilidad de las fuerzas públicas simplificó la decisión privilegiando las opciones radicales que defendían la vía armada para ganar el poder.

         Por último, el conflicto coincidió con el comienzo de la Guerra Fría, lo que hizo a la región extremadamente sensible a la supuesta amenaza comunista, con lo que el gobierno de los Estados Unidos y su aliado regional más importante, Brasil, vieron con malos ojos la participación de miembros del Partido Comunista en la rebelión. Con esto los actores Internacionales preferirían esperar antes de actuar, con la secreta esperanza de que Morínigo obtuviera una victoria rápida, o que alternativamente presente su renuncia indeclinable de modo a terminar con la vergüenza pública internacional generada por los excesos autoritarios que habían caracterizado a su régimen frente a los sectores democráticos en toda la región.

 

Afiche utilizado por el Gobierno Revolucionario de Concepción

en el que está un voluntario y un soldado

 

 

CAPÍTULO IV

 

LA DIMENSIÓN INTERNACIONAL

 

         Los intentos de mediación en la comunidad internacional tropezaron con la falta de apoyo de los actores regionales más importantes, excepción hecha del gobierno brasileño, y con el veto del de los Estados Unidos. A principios de mayo autoridades del Brasil y Uruguay sondearon la posibilidad de una salida concertada que ponga fin al conflicto civil.

         Según las autoridades uruguayas, el gobierno de Higinio Morínigo era autoritario y antidemocrático. Como tal se oponía a las transformaciones sociales necesarias tras la segunda guerra mundial para la obtención de una democracia participativa donde los sectores populares jueguen un rol importante en la materialización de su futuro. Por el contrario, para los diplomáticos de los EE.UU., aliados del gobierno durante los años más autoritarios del ciclo dictatorial de la década de 1940, se "entendía que el presidente Morínigo había realizado esfuerzos para hacer que su gobierno pase de una dictadura militar a una democracia, pero que a raíz de los hechos acaecidos en enero de este año, y los meses subsiguientes, ellos disiparon por entero la prosecución de estos esfuerzos".

         El gobierno brasileño tenía mucho que ganar apoyando a las fuerzas rebeldes en una lucha de poderes en la cual se enfrentaban con lo que el diario NEW YORK TIMES denominó el "Bloque Ibérico" por el control del cono sur. El bloque liderado por el presidente argentino Juan Domingo Perón, por su parte, tenía mucho que perder con la salida de Morínigo, un antiguo aliado. En este contexto el Brasil intentó ayudar a los rebeldes en su lucha contra un aliado de la Argentina.

         En este contexto, el embajador brasileño Francisco Negrao de Lima inició conversaciones con ambas partes sobre una salida negociada al conflicto. Las negociaciones chocaron con la intransigencia de Morínigo, quien puso como condición la rendición incondicional de las fuerzas rebeldes considerando que el gobierno decía estar próximo a la victoria. Negrao de Lima intentó convencerlo señalándole la rampante crisis económica, la polarización política excesiva, el exilio de ciudadanos capaces para la producción económica y la mala imagen internacional del gobierno. Morínigo, a su vez, justificó el rechazo siguiendo un libreto proveído por el embajador norteamericano: la amnistía garantizaría más problemas como ocurrió con anterioridad al conflicto armado cuando el Gobierno no pudo lograr armonía política o tolerancia durante la "Primavera Democrática".

         El Partido Colorado, por su parte, apoyaba la continuidad de Morínigo si bien se oponía a su potencial reelección. Según manifestara el Ministro de Relaciones Exteriores del Paraguay, Federico Chávez, ante autoridades diplomáticas de los EE.UU., una salida negociada era impensable debido a la intransigencia de los liberales que exigían la salida del Presidente para sentarse a conversar.

         Hablar de una Convención Nacional Constituyente, como prometió Morínigo, también era quimérico, inclusive para los colorados en el poder, considerando que no existía un registro electoral actualizado que garantice una elección democrática. Por otro lado, las posibilidades de obtener una tregua tropezaban con la falta de homogeneidad entre las fuerzas rebeldes, algo que también afectaba a los colorados entre quienes no se podría esperar un frente común democrático.

         Los rebeldes, en tanto, comenzaron exigiendo la renuncia de Morínigo, amnistía total para los insurgentes y libertad para todos los partidos políticos. Sin embargo, el embajador Negrao de Lima manifestó que los revolucionarios, en su afán de poner fin a la lucha, renunciaron a su condición de exigir la salida del Presidente del cargo. La única condición de los rebeldes después era conseguir su reinserción a las fuerzas armadas al concluir el conflicto. El Gobierno por su parte rechazó este pedido sosteniendo que el retorno a las fuerzas armadas de oficiales insurgentes constituiría una garantía de nuevos levantamientos en un plazo próximo. Ante esta ola de ataques diplomáticos, los representantes norteamericanos sugirieron a Morínigo que haga un llamado a observadores internacionales para que fiscalicen las próximas elecciones. Reflejando la influencia de los Estados Unidos en el Gobierno, esta medida fue comunicada primero a la revista NEWSWEEK, en carácter de exclusiva durante una entrevista concedida al periodista Henry Bunkley, nota que fue luego recogida por el diario NEW YORK HERALD TRIBUNE.

         Según el embajador de los Estados Unidos en Asunción, Willard Beaulac, con la invitación a los observadores internacionales la rebelión quedaba en evidencia como lo que era: "un intento egoísta de tomar el poder en el Paraguay, por parte de un grupo heterogéneo de militares y políticos que además incluye a comunistas internacionales", solicitando una vez más apoyo al gobierno paraguayo.

         Todo esto confirma la hipótesis del autor Fernando Masi sobre las relaciones entre los gobiernos de norteamericano y paraguayo durante la guerra civil. Según Masi, para la potencia hemisférica "el gobierno de Morínigo era un aliado, y como tal debía ser protegido". En este sentido el caso paraguayo constituye una coyuntura clave en la transformación de la política exterior de los Estados Unidos cuando el giro hacia la doctrina Truman se hizo evidente durante el conflicto de 1947.

         Esta consideración es todavía más relevante teniendo en cuenta la actuación de su aliado regional más importante, el Brasil, durante el conflicto del 1947. El gobierno brasileño, primero más receptivo a la causa rebelde, se distanció gradualmente de las fuerzas del norte inclusive en contra de sus propios intereses. El "cuco comunista" y la doctrina Truman jugaron un rol clave en este movimiento de la diplomacia del vecino país.

         Precisamente en mayo de 1947, al mismo tiempo que Negrao de Lima negociaba un arreglo pacífico entre fuerzas rebeldes -entre las que se contaba el Partido Comunista- y el ejército leal, en Brasil se desataba una persecución abierta al Partido Comunista Brasileño en consonancia con el giro de la doctrina Truman. Tanto políticos como militares paraguayos en ambos bandos de la disputa interna estaban al tanto de estos procesos que fueron seguidos en detallados reportes durante el mes de mayo.

         La persecución y la proscripción del Partido Comunista en el Brasil tuvo como resultado la pérdida de protagonismo de las fuerzas comunistas en la rebelión de Concepción, ya que los comunistas se volvieron los parias de la política hemisférica. Muchos de ellos fueron purgados de las fuerzas rebeldes, entre las que primaban ahora febreristas y hasta cierto punto, liberales. El gobierno brasileño reaccionó a esto y perdió de vista las posibilidades que se le abrirían ante un eventual triunfo revolucionario en la política regional sacrificando sus intereses cortoplacistas en la espera de nuevas oportunidades para incorporar al Paraguay a su área de influencia. La resistencia del Brasil a colaborar con las fuerzas insurrectas los dejó prácticamente sin chances de obtener la victoria final durante el conflicto civil.

 

 

Oficial del ejécito revolucionario

junto a la población civil en Concepción

 

 

CAPÍTULO V

 

LA SEGUNDA ETAPA

 

LA GUERRA CIVIL EN MAYO

 

         El mes de mayo resultó favorable para las fuerzas gubernamentales. El avance sobre territorio rebelde se volvió constante al tiempo de los bombardeos sobre Concepción se hacían más frecuentes. Las posibilidades de reabastecimiento comenzaron a inclinar la balanza a favor del Gobierno y los revolucionarios quedaron cada vez más aislados.

         Un hecho resaltante constituyó el bombardeo de la Plaza Libertad en Concepción durante los festejos de la Independencia del Paraguay, el 14 de mayo de 1947. Según RADIO ARIEL de Montevideo los festejos patrios de los escolares de Concepción fueron interrumpidos a las nueve y media de la mañana por cuatro aviones que bombardearon la ciudad "dejando un trágico saldo de muertos y heridos", además de bombardear embarcaciones argentinas que estaban recostadas en el puerto de la ciudad. Esto motivó la ira de la prensa internacional, además de la propia de las fuerzas rebeldes. Desde RADIO LA VICTORIA de Concepción esa tarde un emocionado conductor radial dijo que Morínigo requería "tres condenatorias palabras: Maldito seas Morínigo".

         El Gobierno en su intento de desautorizar las acciones de los principales defensores jurídicos de la rebelión, acusó al abogado liberal Justo P. Prieto de encarnar una nueva expresión del "legionarismo" al publicar una carta en la cual el político opositor pedía a la comunidad internacional intervenir en el Paraguay para defender la democracia frente a la dictadura de Morínigo. Según la publicación, la acción constituía "la repetición del pedido de los porteñistas a Juan Manuel Rosas" antes de la Guerra de la Triple Alianza, por parte de los mismos hombres que luego lucharían en contra del gobierno del Paraguay durante la contienda, señalando el hilo de continuidad entre los legionarios del siglo XIX y los liberales de la década del 40.

         Un parte diplomático resumió la situación en el frente militar norte:

         "La campaña militar del Norte, por parte de las fuerzas del Gobierno se encuentra momentáneamente paralizada a la altura del río Ypané, debido a las lluvias recientes que provocaron crecidas. El Gobierno debe esperar lo baja del río, pero de cualquier manera, este tiempo será utilizado para el reagrupamiento de sus fuerzas."

         Dados los impedimentos climáticos, el Gobierno se limitó a realizar un bombardeo aéreo para inutilizar pistas de aterrizaje en Concepción que podrían ser potencialmente útiles para los rebeldes.

         El río Ypané, que corre de Este a Oeste desembocando en el río Paraguay, conecta las aguas de una cuenca de 10.266 kilómetros cuadrados que unificaba toda la zona de combate de la guerra civil por medio de arroyos que unen Pedro Juan Caballero, Capitán Bado, Tacuatí, Belén y Horqueta, completando una barrera ambiental al avance de las fuerzas oficiales que atacaban desde el Sur. En 1947 el río carecía de puentes y el paso a pie con equipos de guerra pesados solamente podía hacerse cruzando pasos naturales que el ejército revolucionario protegía estratégicamente. Con esto las fuerzas del Gobierno estaban obligadas a buscar un paso hacia el Norte rebasando el río Ypané por el Este o quebrando el cerco rebelde por el Oeste sobre el río Paraguay. Esta segunda opción también se complicaría durante 1947 debido a las inundaciones y la expansión de las aguas del río Paraguay al sur del río Ypané.

         Sixto Duré Franco, teniente de caballería de las fuerzas leales durante la revolución bajo el mando de Enrique Jiménez, hizo énfasis en sus memorias en el factor climatológico durante la guerra civil. Según Duré Franco, las lluvias, el frío, las inundaciones, los esterales y arroyos -cuyas aguas estaban heladas-, el viento, el barro y el agua hicieron imposible cualquier avance de las fuerzas leales en mayo. Además de los terrenos fangosos había que agregar los matorrales y la espesura del bosque que hacía el trabajo militar mucho más complicado y lento de lo que podría esperarse en territorio plano y abierto. Por ejemplo, Duré Franco menciona que el telémetro no se podía utilizar debido a que el terreno era plano y cubierto de arbustos, además de que por su peso y volumen dificultaba su movimiento. Tampoco se podía anotar debido a la intensa lluvia cuando se dificultaba obtener los gráficos: "Apenas daba tiempo para anotar las estaciones, las distancias y los ángulos".

         A esto había que agregar la presencia de tigres y serpientes que hacían la vida cotidiana extremadamente difícil. Muchas veces los soldados para romper el estado de tensión en que se encontraban hacían juegos macabros con víboras muertas que depositaban a espaldas de los camaradas para asustarlos generando el entretenimiento, lúgubre como podría ser, entre los militares de las trincheras leales al sur del río Ypané.

         La espesura del bosque en el que se encontraban hacía que las balas se incrustasen en las plantas de caraguatá y en los árboles tras cada intercambio de fuego con las tropas rebeldes. Abrirse paso en el bosque derivó en el incremento del pedido de hachas en filas rebeldes. El hecho de que ambos ejércitos vistan el mismo uniforme verde olivo hacía difícil distinguir fuerzas amigas de enemigas.

         Los soldados de las patrullas contaban con una ración diaria que incluía galletas y carne en conserva. Cuando tenían suerte daban con plantaciones de mandioca o naranjales, situación que aprovechaban para cocinar en casas abandonadas con el objetivo de matar el hambre. Había rachas negativas en las cuales un soldado podía pasar hasta dos días sin comer. Era también común cruzarse con familias fugitivas que huían de los enfrentamientos bélicos refugiándose en el bosque, viviendo de los frutos naturales del campo para evitar ser arrasados por el fuego de las tropas en combate.

         Del lado de las fuerzas rebeldes, mayo fue un mes de reclutamiento. Según el coronel Alfredo Ramos, los insurgentes recién hicieron una movilización y conscripción general en aquel mes de 1947, tras la deserción en masa del R.I.2 "Ytororó", un error estratégico ya que esto ocurrió justo cuando el entusiasmo inicial había desaparecido.

         A principios de mayo las fuerzas gubernamentales atacaron las defensas rebeldes en Colonia Nueva Germania ocupando la margen izquierda del Aguaray-mí. Esto obligó a los revolucionarios a crear una nueva división, la D.C. 1, para remplazar a la R.C. 1 "Cantero", con el fin de defender la región donde las tropas del Gobierno atacaban con mayor intensidad.

         Las tropas insurrectas se vieron obligadas a retroceder desde Punta Rieles hasta Nueva Germania. El asedio oficial obligó un nuevo desplazamiento hacia Puesto Naranjito para acortar las líneas de defensa enemigas. La movilización no se hizo a tiempo y las fuerzas leales a Morínigo ocuparon Puesto Naranjito. Esto obligó a un nuevo repliegue, desde Puesto Bella Vista hacia la zona de Tacuatí camino a Ybapobó. Las líneas de defensa insurgente se harían fuertes solamente sobre el Tacuatí, hasta donde avanzarían las tropas enemigas sin poder romper el cerco de los revolucionarios. En tanto que los revolucionarios se asentaban al margen norte del Estero Piripucú cubriendo Agüerito, puesto clave en el cruce de caminos hacia Tacuatí, Belén, Punta Rieles e Ybapobó, un temporal detuvo las movilizaciones obligando a ambos bandos a aminorar la marcha. La lluvia, que duró cinco días entre el 12 y el 16 de mayo, dio protección oportuna a la retirada rebelde al paralizar la ofensiva del Gobierno.

         Entrando a los últimos días de mayo las tropas insurrectas se habían afirmado al norte del Ypané, sacrificando sus posibilidades de seguir buscando romper el cerco de las fuerzas leales en dirección al Sur. En su retirada, los rebeldes perdieron al baqueano Venancio Chávez, un hombre clave en el reconocimiento de la región quien murió durante los combates de mayo. Según el mismo Ramos, el fracaso de la avanzada revolucionaria en mayo obligó a reconsiderar la dirección de los cuadro militares. Demostrada la falta de capacidad de los mandos jóvenes. Oficiales de mayor antigüedad, despreciados primero por el comando rebelde, tomaron control.

         Bajo el mando de oficiales como coronel Rafael Franco, el mencionado coronel Ramos, y el teniente coronel Antonio Granada, las tropas rebeldes reconfiguraron sus fuerzas con el objetivo de defender mejor sus posiciones al norte del Ypané.

         El nuevo frente de defensa, según el mismo Ramos, corría de Oeste a Este con la D.2 cubriendo desde Caída sobre el río Paraguay hasta diez kilómetros al Este de Belén, con los Regimientos 1 "2 de mayo" y 4 "Curupayty", con cabecera de puente en Belén. La D.1 completaba la línea de defensa desde el Este de Belén hasta Paso Itá con los Regimientos 2 "Ytororó" y 3 "Corrales", con cabecera de puente en Capitán Sosa. La D.C. 1 se encargaba de la defensa desde Paso Itá cubriendo el resto del curso del río Ypané hacia el Este con el R.C. 1 "Valois Rivarola" escalonando grupos de combate ubicados estratégicamente sobre los vados del río Ypané, salvo frente a Tacuatí, que tenía un escuadrón completo.

         Las tropas leales, por su parte, se prestaban a embestir a la D.C. 1. Comandadas por el general Feliciano Morales, cuatro Regimientos: R.C. 2 . Coronel Toledo; R.C. 3 Coronel Mongelós; R.C. 5 Acá Verá y R.Z. 4, más una Batería de Artillería con dos piezas de 75 y dos piezas de 105 SCHNEIDER apuntando a Tacuatí, se prestaban a arremeter, buscaban el desbordamiento por el flanco este para atacar Horqueta, despojar a los rebeldes de su zona de abastecimiento y cortar sus comunicaciones con Pedro Juan Caballero, desde donde también se proveían de armas y alimentos aprovechando la conexión al Brasil. Al ocupar territorio anteriormente bajo control revolucionario, los comandos leales se lamentaron el uso criminal de la técnica del "campo arrasado" que hacían los rebeldes en retirada generando la completa devastación de las zonas liberadas, incendiando granjas y robando ganado, según el gobierno de Morínigo "al estilo comunista", dejando una estela de "destrucción y despojo".

         Dos factores fueron denunciados por las fuerzas insurgentes como claves en el avance de las tropas oficiales. Por un lado, estas últimas recibieron un decisivo cargamento de combustible enviado por el gobierno argentino a mediados de mayo, con lo que pudieron reabastecerse para resistir la embestida enemiga y después proceder a la persecución obligando a las fuerzas revolucionarias a retroceder al norte del Ypané. Por otro lado, las fuerzas revolucionarias denunciaron a la prensa internacional el uso de granadas fabricadas por el ejército argentino tras capturar armamento enemigo y proceder a un peritaje por parte del experto en municiones Pedro Oscar Fassimna, con lo que establecieron de forma concluyente el apoyo del gobierno Argentino a Morínigo, en acto claro de violación a las leyes de neutralidad vigentes en casos de conflictos internos.

 

         LA VIDA BAJO EL GOBIERNO DE MORÍNIGO

 

         Las denuncias de abusos cometidos por las milicias urbanas del Gobierno -los guiones rojos- aumentaron durante el mes de mayo. Además de las tropelías cometidas contra personas, opositores en Asunción también denunciaron que destruyeron un monumento al prócer paraguayo Fulgencio Yegros por la simple razón de que bajo su busto figuraba su fecha de nacimiento, 17 de febrero, la fecha del inicio de la revolución febrerista. El propio Partido Colorado llamó a sus partidarios a mostrar buena conducta, so pena de expulsión en caso contrario: "el buen colorado debe honrar a su partido respetando la persona, los intereses y el honor de todos nuestros semejantes, aún de los mismos adversarios no sorprendidos en la perpetración de delitos".

         Los ataques de partidarios del febrerismo también mencionaban el elevadísimo costo de vida en Asunción generado por la inflación galopante. La galleta costaba 1,20 guaraníes por kilo, a pesar de ser fabricada con harina de mala calidad, entonces a 1,50 el kilo, a consecuencia de los problemas de aprovisionamiento que existían también en la capital. El fideo estaba a 1,80 el kilo y la cebolla a 1,40 guaraníes por kilo.

         Las sacudidas producidas por la revolución habían afectado negativamente a la economía paraguaya en 1947. Un índice del costo de vida reportó una suba de 238 a 281 entre 1946 y 1947. Según el encargado comercial de la embajada de los Estados Unidos en Paraguay, Ellis M. Goodwin, la economía paraguaya experimentó una sensible baja en el número de transacciones a partir del mes de marzo, reflejando una significativa merma en la actividad productiva con relación a 1946. Sin embargo, a pesar de que las fuerzas rebeldes controlaban aproximadamente el 10% de la economía paraguaya, una buena cosecha y el alto valor del algodón mantuvo en alza el poder adquisitivo de los consumidores en Asunción facilitando la gestión del gobierno de Morínigo.

         La inflación era un problema serio agravado durante la contienda, pero en realidad creado por el incremento en el gasto público a consecuencia del pago de aguinaldos correspondientes al año 1946 a funcionarios del Estado recién en enero de 1947. A esto había que agregar la decisión del Gobierno de incrementar los salarios de los funcionarios públicos para hacerlos más competitivos en relación a los salarios del ámbito privado, esto puso más presión sobre la ola inflacionaria que ya en marzo auguraba un considerable déficit en el presupuesto de la Nación.

         El costo de vida aumentó en un 12 % entre diciembre de 1946 y febrero de 1947. Tras la rebelión, el Gobierno dejó de publicar índices oficiales de precios con lo que la situación económica no pudo seguir siendo observada de la misma forma. El costo de vida, de todas maneras, debió haber seguido en alza. Algo comprobado con el aumento salarial otorgado por las dos empresas frigoríficas el 17 de mayo de 1947 justificado en base a fluctuaciones extremas en el costo de vida, la situación económica anormal e innumerables factores incontrolables que intervinieron en el proceso productivo durante los tiempos de la guerra. El aumento de la carga impositiva a las exportaciones que buscaba paliar el déficit del gobierno se encontró con los problemas de un comercio casi parado entre marzo y abril, bloqueados los servicios de distribución comercial interna a causa de la rebelión, tropezando además con la escasez de gasolina, constantes cierres de rutas en intersecciones comerciales importantes, y la imposibilidad de descargar mercaderías en el puerto de Asunción.

         El nivel del río, tradicionalmente bajo durante los primeros meses del año que obligaba a hacer transbordo de mercaderías en Corrientes, con considerable sobrecosto en el flete, no fue un obstáculo durante los primeros meses de 1947. Dada la incertidumbre reinante en la capital, las mercaderías que llegaban desde Argentina se descargaban a seis kilómetros de Asunción, cerca del Pilcomayo, lo que generaba costos extras para el comercio.

         Desde abril el tráfico fluvial comenzó a llegar directamente hasta el puerto de Asunción, sin que se registraran sensibles bajas en el volumen comercial. Los retrasos comerciales, cruciales en el caso de la materia prima para la industria textil, se debieron principalmente a la sobrecarga de actividad portuaria en Buenos Aires y Montevideo.

         El tráfico del ferrocarril fue afectado, especialmente en fletes y cargas aunque no en lo que se refiere a pasajeros, más allá de ligeros cambios en el calendario de viajes. En general el costo operativo, materias primas y salarios, aumentó considerablemente afectando al servicio del ferrocarril.

         El acuerdo para operar rutas aéreas con BRANIFF, firmado el 28 de febrero de 1947, quedó sin efecto por falta de interés de la aerolínea norteamericana que pensaba inicialmente operar una línea entre Asunción y los Estados Unidos con conexiones por la costa pacífica sudamericana. La suspensión de la línea comercial Miami-Buenos Aires-Asunción en setiembre de 1946 operada por PAN AMERICAN AIRWAYS había afectado la conectividad aérea del país.

         La suspensión de la conexión Asunción-Buenos Aires proveída por las LÍNEAS AÉREAS NORESTE en febrero de 1947 agravó la crisis de comunicación aérea que sufría el Paraguay.

         La línea ALFA, anteriormente del Grupo Dodero, era la única conectando Asunción y Buenos Aires por aerobotes (aviones de 4 motores) con frecuencia semi semanal. PAN AMERICAN AIRWAYS proveía un servicio semanal entre Buenos Aires y Asunción. La crisis de conectividad aérea contrastaba con la creciente calidad de aeropuertos y aeronaves en toda la región.

         El tráfico terrestre también tropezó con problemas. Desde marzo la provisión de gasoil se restringió a buses y camiones del gobierno, restándoles a los particulares obtener gasoil a precios inflados -más de dos dólares por galón- en el mercado negro.

         El comercio exterior registró una caída del 6% en las importaciones con relación al primer trimestre de 1946, atribuible a la caída del 14% del ingreso de mercaderías importadas solamente en marzo. La razón fue la incertidumbre política y la decisión de los comerciantes de retener las exportaciones al Paraguay. Si bien no existían datos confiables, por falta de buena gestión en el Gobierno -así como también para evitar reportar negativamente sobre la economía del país en tiempos de guerra- la caída de las exportaciones estaba estimada en el 26% durante el primer trimestre de 1947, el 46% considerando solamente los meses de febrero y marzo.

         El movimiento de exiliados y refugiados a través de las fronteras, sin embargo, generó un volumen significativo de comercio de contrabando no cuantificado que podría haber compensado la caída del movimiento legal.

         Los números de la exportación argentina al Paraguay, por ejemplo, más fiable al incluir contrabando no considerado por la aduana paraguaya, reflejaba un incremento considerable de 1946 a 1947, de 3.400.000 a 5.500.000 pesos argentinos en el primer trimestre. Lo mismo en cuanto a las exportaciones paraguayas a la Argentina que reflejaban un aumento del 29% en el bimestre febrero-marzo de 1947 con relación a 1946, de 4.900.000 de 3.800.000 pesos argentinos.

         El comerció exterior con los Estados Unidos cayó dramáticamente. Esto se debió principalmente a que el rubro dominante era el extracto de quebracho, ahora en control de los rebeldes. En los primeros cinco meses de 1947 el comparativo cayó de 818.000 dólares a apenas 242.000, la mitad aproximadamente generada por el comercio de aceite de petit-grain de principios de 1947.

         La crisis fiscal preocupaba a los funcionarios del Gobierno mucho antes del inicio de la guerra. El gobierno estaba viviendo por encima de sus medios mucho antes de que se desate la crisis militar y ni siquiera publicó el presupuesto anual, finalmente anunciado para julio de 1947. Los gustos aproximados estaban en el orden de los 56.129.000 guaraníes, con ingresos por 46.930.000 Gs, un déficit de 9.200.000 Gs. Los gastos del año anterior fueron 41.049.000 Gs, con lo que el aumento estuvo en el orden del 37%. El aumento en ingresos con relación al año anterior estaba cerca del 15%, 40.949.000 Gs en 1946.

         Para cubrir los gastos militares, el Gobierno sancionó un impuesto del 2% a las exportaciones, a la renta y las hipotecas en abril de 1947. Una tasa consular que comprimía un 5% del valor de las mercaderías negociadas, originalmente creada en setiembre de 1946 pero paralizada luego por el "lobby" de los intereses comerciales, fue implementada en marzo de 1947. Además, el gobierno prestó 6.000.000 Gs del BANCO DEL PARAGUAY en abril de 1947 para cubrir los costos de la guerra. Estos préstamos aumentaron con la continuidad de la guerra civil. El aumento en la renta empresarial rindió los frutos esperados por la administración estatal, la recaudación subió en un 35%; de 1.288.000 Gs en 1946 a 1.740.000 Gs en 1947, diferencia de 452.000 guaraníes.

         Otros ingresos impositivos totalizaron 3.753.000 Gs, un aumento del 6% o 210.000 guaraníes sobre los ingresos previos de 3.543.000 Gs, del período enero-mayo. Esto se originó principalmente gracias al "impuesto al consumo", acompañado por la suba en los precios durante 1947 como consecuencia de los cambios políticos. Impuestos aduaneros esperaban alcanzar un incremento del 25% en 1947, algo frustrado por el contrabando al registrar una caída del 6% con relación al impuesto aduanero de 1946. El rubro de exportaciones experimentó una caída todavía mayor del 8%.

         El déficit presupuestario del Gobierno tenía algunos factores de compensación:

         1) las tropas gubernamentales eran voluntarias y no recibían compensación alguna, lo que explica su tendencia al saqueo para resarcir el "sacrificio" realizado;

         2) con este subsidio en fuerza laboral el aumento presupuestario registrado en impuestos creados para financiar el esfuerzo bélico se transformó en ingresos netos;

         3) los costos militares del Gobierno estaban reducidos por la práctica de absorber insumos compulsivamente de los actores privados sin el beneficio de la negación.

         La Comisión Nacional de Insumos fue creada en marzo con el objeto de proveer a las fuerzas oficiales de provisiones relacionadas con la acción bélica, en la cual solo una mínima parte de lo intercambiado incluía transacciones en efectivo.

         Con el agudo incremento de precios, la moneda circulante subió considerablemente (10% de diciembre de 1946 a abril de 1947), de 46 millones a 50.3 millones. La contraparte en moneda extranjera para el efectivo circulante cayó del 85% en diciembre de 1946 al 75% en abril de 1947, además los bancos no otorgaron créditos después del 7 de marzo.     

         Ante esta debacle impositiva y la explosiva crisis fiscal, el Gobierno se valió de otros actores para financiar la rebelión. Apuntó la mira entonces hacia las industrias nacionales. Según un informe del Banco del Paraguay, el capital invertido en la industria nacional en 1947 estaba distribuido de la siguiente forma: extracto de quebracho, 30,1 millones de guaraníes; carnes y curtiembres, 23,1 millones; textiles, 16,6 millones; maderas, 14 millones; aceites, 8,9 millones; energía eléctrica, 7,2 millones; azúcar, 5,1 millones; molinos harineros, 4,8 millones; cerveza, 3,8 millones; cigarrillos, 2,2 millones; petit-grain, 1,7 millones y arroz, 1,3 millones; totalizando 130,9 millones de guaraníes.

         De todas las industrias, que en general cerraron filas detrás del gobierno de Morínigo, la que prestó más apoyo fue la Asociación Rural del Paraguay (ARP) que proveyó de ganado para las tropas durante el conflicto, al igual que los dos frigoríficos mayores de Asunción que si bien comenzaron a trabajar con retraso recién a comienzos de mayo -dos meses después de lo habitual-, proveyeron de abundante carne de conserva al Ejército.

         La ganadería fue particularmente afectada por la rebelión teniendo en cuenta que ambas fuerzas beligerantes se abastecieron de ganado nacional para mantener alimentadas a sus tropas. El consumo de carne en 1947 fue estimado en 74.560 kilos para consumo interno y 75.000 para exportación. La inestabilidad rural también repercutió en la preparación de cultivos que quedaron sin efecto como consecuencia de la guerra civil.

         El daño a la propiedad privada, si bien evidente, era difícil de calcular a mediados de 1947. Los dos frigoríficos extranjeros no pudieron operar hasta principios de mayo debido a falta de materia prima, incluyendo ganado vacuno que venía del Norte. También la fuerza laboral escaseó debido a la conscripción militar, lo que obligó a una suba en el salario a principios de mayo, lo que mantuvo contento al personal laboral -no se registraron huelgas como en 1946-. La falta de provisión se debió, además de que las fuerzas rebeldes controlaban fuentes de insumo cárnico importantes, a la decisión del gobierno de Morínigo fue proveer carne fresca en cantidades a las fuerzas militares y a la región de Asunción con el objetivo de tranquilizar a la población en guerra. Así, toda la producción frigorífica que comenzó en mayo fue provista por la Argentina, que en 1946 había proveído apenas la mitad de ella.

         Las medidas de control de precio fueron exitosas; la carne, conservó su precio oficial establecido en setiembre de 1946. Más fundamentalmente, el precio subsidiado de la carne, entre veinticuatro y ochenta céntimos de dólar por kilo, compensó los precios elevados en otros productos de consumo alimenticio.

         La pequeña INDUSTRIAL PARAGUAYA DE CARNE, frigorífico cooperativo que operaba al norte de Asunción, se mantuvo abierto durante el primer trimestre de 1947 produciendo carne enlatada de exportación pero se cerró cuando los dos gigantes frigoríficos comenzaron a operar en mayo de 1947. La razón del cierre fue la falta de combustible y materia prima.

         El precio oficial de cueros fue ajustado a principios de mayo, derivando en la caída del precio original a tan solo un cuarto del valor inicial en coincidencia con la dramática caída de precios en el mercado internacional. Otro tanto ocurrió con otros productos derivados de la carne.

         La situación de incertidumbre provocó un aumento en inversiones en el rubro de construcciones, desatándose un boom inmobiliario en la capital, a pesar de la falta de fuerza laboral disponible y la escasez de materiales de construcción. La construcción de viviendas se disparó a principios de 1947. Los ingresos del buen año económico 1946 se tradujeron en inversión privada en viviendas. El aumento en este rubro anduvo en el margen del 60% sobre la producción del año previo. Las obras públicas, sin embargo, se suspendieron en marzo. Esto ocurrió debido a que el gobierno ingresó en cesación de pago de la deuda externa al EXPORT-IMPORT BANK, principal financista de las obras ruteras del país, con lo que se cortó el financiamiento para obras programadas y futuras. La ruta I Asunción-Encarnación continuó a ritmo reducido con fondos de las arcas nacionales. Hasta ese momento había llegado hasta la zona de Coronel Bogado. Otros fondos estatales permitieron el mejoramiento de caminos, y el mantenimiento de edificios públicos y rutas. La construcción de silos graneleros en Asunción, Villarrica, Paraguarí y Encarnación había avanzado exitosamente en los meses previos a la rebelión.

         La situación de la provisión del agua se consideraba crítica, en tanto los propietarios de nuevas viviendas construían pozos artesianos más profundos que privaban de agua a los pozos artesianos previos qué eran de menor profundidad. En tanto el concurso público para el establecimiento del servicio de agua para la ciudad de Asunción fracasó en repetidas ocasiones debido a problemas de financiamiento.

         El "semibloqueo" económico producido por la incertidumbre existente en el Paraguay derivó en otro tipo de problemas. Por ejemplo, un depósito refrigerado financiado por el Banco Agrícola bajo el asesoramiento del Servicio Técnico Interamericano de Cooperación Agrícola no podía funcionar debido a que los fabricantes de los compresores se negaron a enviar los equipos al Paraguay debido a la incertidumbre en relación a los pagos.

         El hecho de que la región de Concepción no fuera una zona de provisión de alimentos de consumos internos disminuyó su efecto directo en la suba de los productos de consumo interno. Otro producto en control de los rebeldes fue la cal que escaseó en el mercado. Así también cayó la exportación de extracto de quebracho, cuya área de producción estaba en control de las líneas rebeldes. Este rubro había representado el 13% de las exportaciones del país en 1946.

         La producción de algodón, un rubro clave para el campesinado paraguayo, experimentó una importante suba en 1947, cubriendo la merma generada por la pérdida del 5% del territorio cultivado en posesión de las fuerzas rebeldes. La sobreproducción de algodón, los altos precios, y el incremento del área cultivada paliaron en gran medida la crisis económica producida por la rebelión.

         Otros rubros que experimentaron incrementos tanto en producción como en los precios fueron el tabaco, el azúcar, la canola, el poroto, la batata, la mandioca, la papa, el trigo en la zona de Encarnación, y el arroz. La producción de maíz cayó como consecuencia del aumento de la superficie cultivada de algodón, y si bien la cosecha alcanzó a abastecer el consumo interno, los silos inaugurados en mayo de 1947 no fueron utilizados. Similar caída ocurrió con el maní.

         Los cultivos en la segunda mitad del daño experimentarían sensibles bajas en el área cultivada. Esto se agravó a consecuencia de la falta de mano de obra laboral en las granjas debido al reclutamiento del personal para el frente bélico, lo que a mediados de junio generaba preocupación en el Gobierno ante la inminente necesidad de importar alimentos en la medida en que el conflicto continúe.

         Los productos lácteos también registraron picos de escasez entre marzo y abril, en el caso de los quesos a consecuencia de la estación más que como resultado directo del conflicto, generando una aumento considerable del precio en marzo. La producción de leche en polvo también fue reducida al igual que la producción de leche pasteurizada.

         La crisis productiva del Paraguay fue atendida por el gobierno argentino que ante la crisis aumentó la cuota de trigo para el Paraguay de cincuenta mil toneladas métricas a sesenta mil, evidenciando la buena voluntad del presidente Juan Domingo Perón hacia su colega Morínigo. Lo mismo ocurrió con la harina de trigo aunque la cuota no fue especificada.

         Toda la producción forestal cayó en el primer semestre de 1947, salvo por el extracto de quebracho. La falta de mano de obra fue crucial en este sentido. Además buena parte del núcleo productivo forestal se encontraba en territorio rebelde o en zona de actividad bélica.

         Las aceiteras estaban funcionando y garantizaban la producción de jabón para el consumo doméstico. Inclusive hubo un exceso para la exportación de aceite de palma y nuez de palmera. La producción de aceite de petit-grain tampoco se vio afectada por la revolución debido a que su ciclo productivo corría de noviembre a marzo en territorio controlado por el Gobierno.

         Las textiles de algodón y de lana trabajaron a niveles normales aunque fueron afectadas por la escasez de mano de obra. Una cantidad importante de empleados de las textiles se sumaron a las fuerzas gubernamentales. Además, las industrias del rubro estaban dentro del territorio gubernamental. Las dos mayores textiles recibieron maquinarias para aumentar su capacidad de hilados y tejidos aunque el aumento todavía no se produjo. Si se produjo el ingreso de máquinas desmotadoras de algodón a pesar de la rebelión.

         Una industria algodonera y un depósito avanzaron en su construcción durante la guerra civil aunque las maquinarias demorarían en llegar debido a la crisis. Otros proyectos en marcha a pesar del conflicto incluían fábricas de carbón, fábricas de aceites, fábrica de clavos, y un frustrado plan de traer una compañía láctea suiza al Paraguay.

         Inclusive la industria mayor había producido diez vagones de tranvía en una fábrica local durante el conflicto. Este hecho resultaba de todas maneras marginal, dados los límites de la industrialización generados por la pequeña población y la falta de provisión doméstica de materia prima. El capital encontraba incentivo solamente en producción de alimentos, textiles, aceite vegetal y aserraderos. Salvo en estos rubros, ningún paso fue dado hacia la industrialización del país durante 1947 a pesar de ser una de las promesas del gobierno de Morínigo.

         La situación laboral, que no registró huelgas significativas en 1947 -como ocurrió el año anterior-, se mantuvo bajo el control gracias a la concesión de un aumento salarial del 20 % en 1946, además de la creación de un aguinaldo de 6% a principios de enero. También existía la promesa de un bono a ser pagado en diciembre de 1947 que alcanzaba el 12% del salario total del año, con lo que se instaló un clima relativamente armónico en el ámbito de las relaciones laborales, aplicadas tanto para el sector privado como público. La falta de huelgas se puede explicar por la utilización de fuerza laboral en el frente de guerra, que a su vez derivó en escasez de mano de obra y, en consecuencia, obligó a la patronal a pagar mejores salarios para reclutar la disminuida población de trabajadores. Al mismo tiempo, el rol del Departamento Nacional del Trabajo haciendo cumplir las nuevas disposiciones laborales pudo haber tranquilizado a amplios sectores obreros.

         Otro factor a ser considerado para explicar la falta de actividad sindical es que los empleadores subieron sensiblemente los salarios por encima de las exigencias del gobierno para asistir a los empleados en el contexto de subas de precios básicos; algo que puede ser explicado por la escasez de mano de obra. Además, la falta de actividad gremial se debió a la falta de liderazgo -los líderes estaban rebelados o fuera del país- y a la creciente ola represiva del Gobierno que se volvió mucho más obvia por la falta de libertades civiles y temor de arresto. Muchos trabajadores, a juicio de observadores internacionales, se alistaron en las fuerzas oficialistas.

         Los mayores conflictos laborales se dieron al interior del Banco del Paraguay y del Banco Agrícola del Paraguay donde hubo huelgas laborales durante el mes de mayo. La razón del levantamiento, según la versión oficial, fue política ya que miembros de ambos bancos simpatizaban con los rebeldes y buscaron bloquear el funcionamiento del sistema bancario nacional. El Gobierno acusó a los empleados bancarios de fugar información a los rebeldes en Uruguay, para justificar el despido de varios acusados de subversivos. Los empleados dijeron que la huelga respondió a la coloradización del funcionariado precedido por el injustificado despido de funcionarios que no comulgaban con el partido republicano.

         En otro esfuerzo por controlar los sindicatos el Departamento Nacional del Trabajo exigió a estas organizaciones que depositen sus fondos en el Banco Central con el objetivo de fiscalizar el movimiento de capitales en atención a las acusaciones de malversaciones y la vinculación de líderes laborales, especialmente comunistas, con la causa rebelde.

         El control del trabajo, algo recogido por numerosos autores, se hizo bajo el liderazgo del "Movimiento ORO", conducido por militantes colorados como Enrique Volta Gaona, cooptando el movimiento sindical libre, suprimiendo la disidencia, y coloradizando las agrupaciones gremiales de la misma forma que se había hecho previamente con las instituciones del Estado.

         En cuanto a la situación rural, en 1947 según el STICA el 48,5% de los lotes eran de menos de cinco hectáreas. Apenas el 0,2% de las propiedades cubrían el 35,8% de la superficie cultivada (546.925 hectáreas). Existían unos 94.498 productores agropecuarios pero solo 15.080 eran propietarios; 6.130 arrendatarios; y 70.247 eran ocupantes ilegales. Apenas el 3,8% del territorio paraguayo, del total de cuarenta millones de hectáreas, era cultivado, el resto eran bosques y praderas.

         Entre los productores rurales el 71,8% del total no tenía arados de hierro; algunos contaban con instrumentos de trabajo primitivos tales como machetes, hachas y rastrillos; y casi la mitad, el 48,6% no tenían arado de ningún tipo, ni carretas. La población paraguaya sumaba unos 1.191.000 habitantes, de éstos 541.000 vivían en chacras (pueblos 2.748; compañías 63.713, colonias oficiales y privadas 25.547). Existía un 6% de casas edificadas, el resto eran ranchos de estacas, alambre y barro, con piso de tierra y techo de paja proclive a la influenza y neumonía durante la temporada de lluvias y heladas. Aproximadamente el 75% de los campesinos no sabía leer ni escribir; el 40% hablaba solamente guaraní y un 54% hablaba guaraní y español.

         Estas pésimas condiciones de vida resultantes de la concentración de los medios de producción provocaban considerables incentivos a los campesinos para participar del conflicto civil en la expectativa de mejorar con ello su paupérrima situación económica.

 

Tropas de la Caballería Revolucionaria

 

 

 

CAPÍTULO VI

 

EL FINAL DE LA GUERRA

 

EL DESPRENDIMIENTO SOBRE ASUNCIÓN

 

         El ataque de tropas leales sobre Concepción había creado la ocasión ideal para poner en marcha el plan denominado el Desprendimiento sobre Asunción. La vía fluvial entonces era la única posible para los rebeldes considerando la falta de combustible para movilizarse por la vía terrestre y la facilidad de obtención de leña y carbón para movilizarse en embarcaciones.

         El único problema con el que tropezaba el plan era la buena ubicación del Puerto Milagro donde el paso angosto estaba fortificado y las tropas del Gobierno tenían amplio margen para destruir a las naves insurgentes en tránsito hacia Asunción.

         La alteración más sensible al plan original fue la disposición de un ataque disuasivo a la retaguardia enemiga para prevenir que las mismas siguiesen el avance revolucionario. Las maniobras incluían ataques por parte del Regimiento de Infantería 2 de mayo del capitán Bartolomé Araujo sobre la batería de artillería en Puerto Milagro; la toma de los barcos leales por el Regimiento de Caballería 1 Valois Rivarola del capitán de Navío Néstor Martínez Fretes; el ataque al comando enemigo del general Francisco Caballero Álvarez en Ybapobó; y el de la Primera División a Antequera, San Pedro y Rosario.

         El movimiento disuasivo hacia el norte se inició a las 16 horas cuando el barco Ytuzaingó se desplazó en dirección a Toldo-Cué con el objetivo de despistar a las tropas gubernamentales con un falso repliegue hacia el Chaco. El barco fue seguido por un avión que comió el anzuelo reportando a los comandos leales de la retirada de las tropas rebeldes. Previamente los rebeldes habían mandado un mensaje en el cual anunciaban el movimiento al norte, solo para engañar a sus contrarios. Finalmente con un retraso de dos horas los revolucionarios dejaron Concepción el 1 de agosto a las dos de la madrugada. Enseguida llegaron a Puerto Milagro donde fueron recibidos por cañones, ametralladoras y armas de Infantería. Las respuestas desde las embarcaciones no se hicieron esperar con ametralladoras, granadas y armas automáticas. En poco menos de una hora las fuerzas rebeldes estaban en control del puerto.

         El desprendimiento siguió raudamente y antes que amanezca llegaron a Puerto Ybapobó, donde recibieron ataques de la artillería. Encabezados por la embarcación POLLUX, las tropas rebeldes tomaron este puerto tras una breve pero intensa balacera.

         La parada en Ybapobó registró excesos de parte de las tropas rebeldes, reconocidos por el propio coronel Alfredo Ramos. Los soldados comieron y bebieron opíparamente tras largos meses de vida sacrificada al tener acceso a las generosas provisiones del ejército leal. Además hubo excesos de violencia que no pudieron ser controlados por los mandos insurgentes. En esta larga parada perdieron aproximadamente doce horas, la marcha siguió con la toma de los bastiones enemigos de Antequera, San Pedro y Rosario.

         Recién el 3 de agosto los rebeldes bajaron a la caballería en Barranca Mercedes. A esto siguió el choque con las tropas gubernamentales en Olivares, un puesto bien defendido por un grupo de jóvenes reclutas que dieron batalla por una hora.

         El gobierno había preparado defensas cerradas en Emboscada, Limpio y Luque. Los rebeldes se habían dividido con ataque de diferentes divisiones, la División de Caballería a cargo del mayor Hermes Saguier a Emboscada; la División 2 del teniente coronel Antonio Granada a Piquete-Cué; y la División 1 del coronel Rafael Franco a Limpio.

         La marcha se había hecho excesivamente lenta. Recién el lunes 4 de agosto llegaron a Puerto Bello y cruzaron el río Manduvirá y al día siguiente alcanzaron el río Piribebuy. Cargadores del puerto Concepción filtraron información del barco que trasladaba los explosivos. Un ataque aéreo combinado, que incluyó un avión volando alto para distraer y otro volando bajo que bombardeó la chata Río VERDE, hundió buena parte de la artillería rebelde. A la altura del río Salado encontraron las costas artilladas y el aviso de guerra HELEN GUNTHER, armado hasta los dientes, bloqueaba el canal principal. El mando rebelde decidió no forzar el paso y desembarcar en Arecutacuá. Finalmente el miércoles 6 de agosto se cruzaron con tropas leales en Arecutacuá, a cuarenta kilómetros de Asunción camino a Emboscada, tomando también Piquete-Cué y Limpio. La ruta de la D.1 a Asunción comprendía: Altos, San Bernardino, Ypacaraí, Itauguá y Asunción. El R.I. 3 Corrales con el Comandante de la D.1 fue por la ruta Emboscada, Altos, San Bernardino, Ypacaraí, Itauguá, Capiatá, San Lorenzo, Zavala Cué y, finalmente, Asunción. En tanto el teniente coronel Aureliano Mendoza instaló el comando en el barco Ytuzaingó, lejos de las tropas.

         El retorno del Primer Cuerpo de Ejército, que recorrió trescientos sesenta kilómetros entre Ybapobó y Asunción, tomó apenas trece días. Las tropas leales superaron rápidamente el río Manduvirá y acabaron formando un frente de lucha en la retaguardia sobre el río Salado con la misión de detener al R.I. 4 Curupayty. El 13 de agosto comenzaron a llegar a Asunción por la calle General Santos. Esto sin embargo fue rechazado por las tropas rebeldes que señalaron que muchos militares del gobierno llegaron a Asunción por vía aérea aprovechando las inmensas reservas de nafta que poseía la aviación leal.

         Las tropas gubernamentales, tras la creación del Segundo Cuerpo de Ejército al mando del general Mutsuhito Villasboa, establecieron dos líneas de defensa para responder al avance de las tropas rebeldes. La línea de defensa uno se extendía desde el ala izquierda de Piquete Cué y recorría: la margen izquierda del río Salado, Limpio, Comisaría Policial de Tarumandy, norte de Luque, Capiatá, Posta Ybycuá, Posta Leiva, Guarambaré, Ypané, Ñemby, hasta conectar con San Antonio. La segunda línea de defensa incluía Luque, Areguá, Patiño, Ypacaraí, y el lago.

         El grueso del ejército rebelde avanzó por la línea Arroyos y Esteros, Emboscada, Caacupé, Ypacaraí, Luque, Zeballos Cué, Campo Grande, Asunción hasta la calle General Santos. La columna menor avanzó por Itauguá, Capiatá, San Lorenzo, Fernando de la Mora hasta Eusebio Ayala y Morquio, hoy Policía Seccional Séptima.

         El plan de defensa leal contemplaba que al sur tropas del comandante Vidal Pineda Rodas y el teniente coronel Gregorio Morínigo atacarían a los revolucionarios ubicados desde el río Paraguay hasta Cuatro Mojones; la Escuela Militar y la Organización Republicana Obrera atacarían desde Cuatro Mojones hasta ruta Mariscal Estigarribia, comandados por el teniente coronel Marcial Samaniego. Sobre la ruta atacarían las tropas de Caballería y Zapadores 1 (al mando del capitán Aníbal Clavell); el mayor Mario Ferrario estaría a cargo de los ataques al oeste de la ruta hasta el hipódromo; y desde el hipódromo hasta el río Paraguay atacaría la Primera División de Caballería del coronel Enrique Jiménez.

         Los combates se intensificaron cuando la Segunda División de Infantería rebelde, a cargo del teniente coronel Antonio Granada, atacó en Viñas-Cué y en los cuarteles de Caballería de Campo Grande. La Primera División de Caballería liderada por el mayor Hermes Saguier siguió su paso a Luque y la Aviación Militar. Por su parte la Primera División de Infantería del coronel Rafael Franco tomó Zavala-Cué, mientras que la Caballería hizo un ataque por el este de Campo Grande, pasando por Manorá y Villa Morra para llegar por la avenida Colombia hasta el Estado Mayor General.

         Al final la Caballería perdió el rumbo terminando en Zavala-Cué sumándose a la división de Franco. Según testigos, la mayor carnicería se produjo en Fernando de la Mora donde los intercambios derivaron en muchos muertos y heridos, generando pánico en la población capitalina que en muchos casos optaron con desesperación por el exilio.

         La situación en Asunción era caótica. Las embajadas extranjeras en Asunción montaron un plan de contingencia para evacuar a sus ciudadanos. El GRAN HOTEL DEL PARAGUAY funcionaba como un asilo de extranjeros ante inminentes ataques a la ciudad. El comercio estaba paralizado, los alimentos escaseaban, no había pan, manteca y leche, solamente carnes y algunas verduras, se había establecido el toque de queda a las seis de la tarde, y los servicios públicos estaban suspendidos. Las embajadas argentina y brasileña estaban superpobladas con pedidos de asilos principalmente de funcionarios del gobierno de Morínigo temerosos de la derrota.

         El 14 de agosto la situación no fue favorable para las fuerzas insurgentes. Sus unidades estaban demasiado dispersas en un inmenso frente de la siguiente manera: R.Z. 2 del mayor Nardi, en Luque, cubriendo la retaguardia de la Primera División de Caballería; R.I. 4 Curupayty del mayor Maidana, de la primera división de Infantería cubriendo el río Salado; Regimiento 2 de mayo del capitán Bartolomé Araujo atacando la Caballería en Campo Grande; el R.I. 2 Ytororó del mayor Alfredo Amarilla, en Viñas- Cué. La flota fue resguardaba en Villa Hayes, tras evacuar heridos, junto con el Gran Cuartel General, la Aviación, y el parque de municiones y prisioneros. Por último el flanco oeste de las tropas rebeldes estaba compuesto por 150 jinetes al mando del mayor Juan Moreno Sartorio.

         Ya en las puertas de Asunción, se agravaron la falta de comunicación y la abierta indisciplina entre las fuerzas rebeldes. El 15 de agosto un ataque programado de dos escuadrones -los dirigidos por Parra y Riquelme- no se produjo debido a que se negaron a seguir las órdenes del coronel Rafael Franco. El mayor Américo Villagra, quien los reemplazara, también se negó a seguir las órdenes de Franco. Finalmente Franco lo relevó y remplazó por el teniente coronel Juan Martincich.

         También ese día se reportó la llegada de armas automáticas, ametralladoras livianas y pesadas, así como morteros de fabricación argentina que le permitieron al Gobierno renovar el ataque sobre las fuerzas rebeldes. Con esto los insurrectos perdieron gradualmente sus posiciones sin poder avanzar sobre Asunción. Por último, ante la imposibilidad de seguir avanzando, se programó un retiro coordinado a Villeta para reagruparse y volver a atacar. La acción sin embargo careció de planeamiento y se dio en el medio de la desmoralización de las tropas revolucionarias con lo que la retirada se transformó en estampida.

         La retirada hizo frente a la brutal persecución de las tropas leales que atacaron soldados sanos, heridos y rendidos por igual. Los ajusticiamientos se produjeron en Villa Hayes y en Villeta, los dos puntos de salida por los cuales los insurgentes trataron de huir. El hecho más trágico se produjo en la retirada en Villeta donde soldados gubernistas acribillaron a balazos a rebeldes rendidos. Muchos fueron asesinados por la espalda mientras se escapaban cruzando el río Paraguay a nado ante la certeza de la muerte que les ofrecían las tropas leales. La furia se había desatado al ponerse punto final al conflicto civil.

         El 18 de agosto el Ejército leal al Gobierno comunicó que habían recuperado Luque, San Lorenzo, Fernando de la Mora, Compañía Puerto Pabla, aeropuertos Panair y Aviación Militar. Al día siguiente una multitud se agolpó en el centro de Asunción para recibir a la flota rebelde que ingresaba al puerto de Asunción rendida a las fuerzas oficiales. Después comunicarían el final de la guerra civil. A esto seguiría la búsqueda rapaz de los revolucionarios casa por casa, calle por calle, la creación de campos de concentración en canchas de fútbol, las ejecuciones masivas, los apresamientos en el Chaco, y el exilio forzoso para miles de paraguayos y paraguayas.

         Los números de la revolución permanecen esquivos. Oscar Peyrou habló de cinco mil muertos durante los combates de Asunción y sus alrededores. Otros autores hablan de treinta mil muertos, incluso treinta y seis mil, con lo que el conflicto resultaría igual de trágico que la Guerra del Chaco. Además, se menciona la sangría de cuatrocientos mil habitantes que fueron al exilio, aproximadamente un tercio de la población de entonces. Por su parte, el ejército sufrió la baja de un 80% de sus cuadros. Con esto tuvo que ser reconstruido, ahora ya bajo el signo colorado. En las cárceles se hablaba de cuatro mil detenidos, quienes en los improvisados campos de concentración llevarían en su cuerpo las marcas de un hecho de violencia política trascendental para el Paraguay moderno.

         El presidente Higinio Morínigo alguna vez criticó a los gobiernos liberales responsabilizándolos por quince mil vidas, trescientas mil familias exiliadas, y cuarenta y siete millones de pesos oro generados durante las cuatro guerras civiles que les endilgaba: las de 1904; 1908; 1911-1912; y 1922-1923. Francisco Gaona hizo un cálculo similar y estableció que la revolución de 1904 costó 1.181.000 guaraníes; la de 1911-1912, 1.370.000 guaraníes; y la de 1922-1923, 2.450.000 guaraníes. La revolución de 1947, según Gaona, costó 31.000.000 guaraníes, sin contar materiales y pertrechos, con lo cual se puede atribuir a Morínigo la sangría económica y social más grande del Paraguay moderno, superando ampliamente todas las guerras civiles liberales juntas.

         Exultante, Higinio Morínigo dijo al pueblo el 8 de setiembre de 1947:

         "La sublevación fracasó en primer término por su trágica impopularidad, en segundo lugar por la incapacidad de sus jefes y promotores, y luego porque frente a ellos se alzaba grandioso el valor indómito de la raza, que rechaza las concepciones comunistas y tiene identificados a los falsos apóstoles de reivindicaciones utópicas y abstractas."

         Rechazando la tesis de la ayuda extranjera, algo que mantendría con absoluto cinismo hasta el fin de sus días, Morínigo reconoció el rol de los heroicos pynandies, entonces ya confundidos con los supuestos ciento ochenta mil colorados que le dieron el triunfo.

         A la purga militar que se hizo con los soldados rebeldes siguió la búsqueda de las razones de la derrota. Alfredo Ramos encapsuló una tendencia entre las fuerzas derrotadas, la opción por el mea culpa negando la agencia de las fuerzas del Gobierno: "la revolución la perdimos nosotros, no la ganó Morínigo".

         El mayor Eustacio Rojas, uno de los comandantes de las fuerzas rebeldes en los ataques sobre Asunción resaltó el error de ejecutar una acción militar que contradice los principios básicos de la estrategia de guerra. Según Rojas, en una guerra las fuerzas se trasladan por separado para evitar ser atacados en conjunto por las fuerzas enemigas. El ataque, por el contrario, se hace con todas las fuerzas en conjunto para hacer mayor daño al enemigo. En el caso del desprendimiento a Asunción se hizo exactamente lo contrario.

         Otro error de mando destacado por el coronel Ramos apuntó a que el teniente coronel Aureliano Mendoza, comandante en jefe del ejército rebelde, estableció su puesto de mando en el barco YTUZAINGÓ demasiado lejos del teatro de guerra. Sin comunicación efectiva, el mando carecía de información fluida sobre lo que ocurría en los combates. Con esto se perdió unidad de mando y las diferentes unidades tuvieron que tomar decisiones individuales que conspiraron contra un ataque conjunto.

         Quizá el mayor error estratégico inicial del movimiento fue esperar por un levantamiento en alguna unidad militar en Asunción al comienzo de la guerra civil, como lo señaló el politólogo Paul Lewis. Al apostar por un levantamiento simultáneo perdieron tiempo dando ventajas al Gobierno que al controlar los mejores recursos podía ganar una guerra por atrición, un lujo que los rebeldes no tenían.

         Washington Ashwell enfatizó la falta de entendimiento de la sociedad civil como otro causal importante de la derrota de los rebeldes. El efecto más dañino de declarar el militarismo exclusivo del levantamiento fue levantar una señal de alarma en los sectores civiles que al sentirse excluidos del movimiento revolucionario temieron la posibilidad de un retorno militar al poder inclusive tras la victoria de los revolucionarios. Las nítidas separaciones que intentaron hacer entre lo militar y lo civil derivaron en el inexplicable rechazo de tres mil obreros madereros que se quisieron sumar a las fuerzas revolucionarias. También se rechazó la participación de liberales y excombatientes del Chaco que intentaron sumarse a la causa insurgente.

         Uno de los más destacados combatientes de las fuerzas rebeldes, Luis Parra Insfrán, refirió al factor motivacional como la principal causa de la derrota de los revolucionarios. Según el mismo: "la gente en la revolución no es como en la guerra; el individuo no asimila el concepto de patria en una revolución", en referencia a los errores de conducción del coronel Rafael Franco, que perdió a muchos de sus subalternos al exigir demasiado de sus hombres durante la revolución. En este sentido Parra Insfrán apunta a la mayor simpleza con la cual los colorados hicieron de la nación paraguaya un equivalente directo de su identidad política, con lo cual obtuvieron mayor sacrificio militante durante la guerra civil. Esto no operó de la misma manera entre las fuerzas revolucionarias que no podían superponer las afiliaciones políticas con la nación, ser liberal no podía ser lo mismo que ser paraguayo, ya que esta presuposición invalidaba el carácter de paraguayo de un comunista o un febrerista. Así, lo paraguayo se reveló demasiado abstracto para movilizar el mismo tipo de sacrificio obtenido por el campesino colorado para quien la guerra civil era la prueba de la nacionalidad. Para el colorado la guerra civil se presentó, al decir de Juan Natalicio González, como la instancia de resolución de la antítesis; en referencia a la necesidad de suprimir lo liberal para hacer renacer al Paraguay.

         El factor internacional también fue decisivo. La intervención del gobierno argentino fue crucial al proveer de armas al ejército de Morínigo en los días finales del conflicto. En el juego geopolítico regional el gobierno de la Argentina emergió como el gran ganador de la guerra civil al ayudar a Morínigo, tras flirtear brevemente con las fuerzas rebeldes. La ambigüedad del gobierno argentino se mantuvo hasta el ataque fallido de la Marina en abril cuando se decidió definitivamente a apoyar al Gobierno.

         En contraparte, el gran perdedor de la contienda, además de las fuerzas rebeldes, fue el gobierno del Brasil que insistió en la mediación sin éxito, en última instancia apoyando a medias a las fuerzas rebeldes. Con esto dejó escapar una oportunidad importante para romper el cerco geopolítico que tenía el gobierno argentino sobre su par paraguayo.

         La historiadora Mary Monte de López Moreira considera que la guerra civil fue el resultado de cambios en la política exterior norteamericana imperialista, aunque no está claro de qué manera intereses contradictorios como eran entonces los del gobierno de los Estados Unidos y los de Argentina coincidieron en el apoyo a Morínigo. Lo mismo puede decirse del gobierno brasileño, que en contra de sus propios intereses terminó apoyando al mandatario. La versión más sencilla de esta interpretación que si resulta menos controversial es la teoría del imperialismo argentino, defendida por Francisco Gaona, quien señaló que el resultado de la revolución reflejaba la continuidad del predominio de los intereses argentinos en el Paraguay.

         Por su parte, la visión del Partido Comunista enfatizó la falta de material bélico y el limitado apoyo logístico como los dos grandes problemas internos del movimiento revolucionario. La burguesía, en esta visión, no se comprometió con la revolución retaceando apoyo económico para revertir la situación de dictadura en que vivía el país. Lo mismo ocurrió con los terratenientes, demasiado temerosos de perder sus beneficios. Además faltó coraje entre los jefes militares. El Partido Comunista en sí, haciendo un ejercicio de mea culpa, resaltó su falta de capacidad de movilización para impulsar la rebelión en la dirección revolucionaria.

         A todos estos factores habría que agregar el diferencial enorme que existía entre ambos bandos contendientes en términos de recursos energéticos, lo mismo va para la capacidad de reabastecimiento de piezas claves para reemplazar equipamiento de guerra durante la contienda. En ambos aspectos la ayuda internacional y las buenas comunicaciones al exterior que poseía el gobierno se comprobaron decisivas frente a un ejército rebelde que estaba diplomática y geográficamente aislado.

 

         HERIDAS DE GUERRA

 

         El horror que siguió al desenlace de la guerra civil plantea el rol de la violencia política en la construcción del Paraguay moderno. Los abusos, violaciones, robos, torturas, asesinatos, ejecuciones sumarias que siguieron escandalizaron a la propia Iglesia Católica que tras reconocer la gloria del gobierno de "haber proclamado guerra sin cuartel al comunismo" lo acuso de cometer una "degeneración cristiana" contra revolucionarios y no revolucionarios por igual.

         Los excesos tuvieron lugar en el campo y en la ciudad, en el espacio privado y en el público, en las cárceles de Asunción o Emboscada y en los improvisados campos de concentración como el de la Cancha Corrales. Estos escalofriantes hechos, reproducidos en detalle en el trabajo testimonial de Zenón Jiménez, ilustran la centralidad de la violencia en el Paraguay moderno.

         Los abusos, la implementación de la técnica de la pileta, los latigazos, la tortura sicológica, llevaron a la creación de un frente de guerra permanente donde la delación era el único mecanismo de supervivencia para los opositores al régimen de gobierno.

         Pero la violencia política, instrumental en su carácter para construir el Paraguay moderno, puede visualizarse mejor en las consecuencias políticas del orden nuevo. Ante los abusos, la normalización económica de     la república tras la devastación de la guerra se impuso sin condiciones sobre los sectores débiles de la sociedad paraguaya. En muchos casos la libertad se consiguió solamente a expensas de vínculos con afiliados colorados que utilizaron sus conexiones políticas para establecer una cadena de favores que determinaron asimetrías de poder fundacionales del Paraguay moderno.

         El poder económico también resultó clave para determinar la libertad de los presos -políticos y comunes- tras la guerra civil. En este sentido muchos empresarios llegaron a las cárceles para negociar la libertad de sus empleados más valiosos. Con esto la libertad se convirtió en una nueva forma de conscripción laboral al facilitar mano de obra barata y servil a intereses económicos poderosos.

         Los procesos judiciales posteriores al conflicto del 47 privilegiaron una categoría distinta en los registros públicos: los "antecedentes políticos y policiales".

         La "Constancia Política" se volvió obligatoria para obtener la liberación de los prisioneros de guerra. Cualquier vinculación con los rebeldes durante la guerra civil se traducía en manchas políticas al prontuario del procesado con lo cual su libertad era revocada u obtenida solo de forma precaria.

         De la misma manera que los antecedentes de vinculación con el ejército rebelde hipotecaban las chances de progreso de los militantes revolucionarios, el "Certificado de Servicio" emitido por el Gobierno para probar la participación en tropas leales durante la contienda abría puertas al progreso y la rápida movilidad social en desmedro de los perdedores.

         En este contexto, a mediados de setiembre de 1947, llegó la amnistía del Gobierno que facilitó el retorno de los rebeldes a bordo de la embarcación DESARROLLO que sirvió de anécdota para comenzar este relato. La amnistía era una concesión de ejercicio de una ciudadanía de segunda clase, sometida al régimen político con la promesa de guardar silencio sobre un pasado violento, doloroso, fundacional del Paraguay moderno. En estas condiciones de inequidad el Paraguay comenzaría de nuevo tras la guerra, profundamente dividido pero aferrado a un dramático proceso de modernización conservadora que seguiría los lineamientos definidos en 1947 cuando Gobierno, Ejército y el Partido Colorado formaron un trinomio inextricable, todavía central para el Paraguay de hoy. 

 

 

La mayor parte de la población paraguaya vivía en el campo

en un estado de extrema pobreza.

 

FUENTES CONSULTADAS

 

ARCHIVOS

 

- Archivo del II Departamento del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, Asunción, Paraguay.

- Biblioteca Nacional, Asunción, Paraguay.

- Archivo Nacional, College Park, Maryland, Estados Unidos.

 

 

 

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EL AUTOR

 

         Carlos Gómez Florentín es estudiante de Doctorado en la Carrera de Historia Latinoamericana en la Universidad del Estado de Nueva York, Stony Brook, donde es becario de la Fundación Evan Frankel. Obtuvo una Maestría en Ciencias Políticas con énfasis en Teoría Política por la Universidad de Nueva York (2009) a través de una beca Fulbright.

         Anteriormente obtuvo la Licenciatura en Ciencias Políticas por la Facultad de Filosofía y Ciencias Sociales de la Universidad Católica de Asunción (2006). Fue miembro del Seminario "Hacia Una Crítica Cultural" del CAV/Museo del Barrio organizado con el apoyo de la AECI (2005-2006). Obtuvo el primer premio en el concurso de ensayos "Construyendo Gobernabilidad Democrática en Paraguay" del PNUD (2003).

         Publicó artículos en la revista Estudios Paraguayos de la Universidad Católica; en los textos del Seminario "Hacia Una Crítica Cultural"; en la publicación del PNUD; y en la revista Novapolis. Recientemente presentó artículos en varias conferencias en los Estados Unidos.

 

 

 

ARTÍCULOS PUBLICADOS EN EL DIARIO ABC COLOR SOBRE EL LIBRO 

 

 

LIBRO DE LA GUERRA DEL 47 APARECE HOY (24 de Marzo de 2013)

En la guerra civil de 1947, que duró cinco meses, murieron tantos paraguayos como en la guerra del Chaco, que se extendió por tres años. Así afirma el historiador Carlos Gómez Florentín, quien presenta hoy, con el ejemplar de nuestro diario, su libro sobre esa contienda fratricida.

Esta obra es la decimocuarta de la Colección Guerras y violencia política en el Paraguay, de ABC Color y El Lector. Florentín se refiere en esta entrevista sobre la guerra que enfrentó a los paraguayos.

-¿Cuántos muertos hubo en la guerra civil de 1947?

-Se estima entre 30 mil y 36 mil muertos, con lo cual la pérdida en vidas paraguayas iguala a lo ocurrido en la Guerra del Chaco.

-¿Y cuáles fueron las consecuencias de la contienda para el país?

-Se habla de treinta y seis mil muertos y cuatrocientos mil exiliados. Mucho del potencial del Paraguay se perdió con la guerra. Más importante fue el daño causado por la creación de un gobierno militar-colorado, que, a pesar de algunos desajustes en el periodo posterior inmediato, terminó estabilizándose durante la dictadura de Alfredo Stroessner.

-El clima político posterior fue atroz.

-La guerra civil estableció un gobierno intolerante, monopartidista, autoritario y potencialmente dictatorial que eliminaría la disidencia por vía de la violencia política. Con esto la democracia tuvo pocas chances en el país. Por último, la magnitud de la violencia en la guerra civil y su eficacia para fortalecer el entonces todavía en crecimiento Estado moderno paraguayo marcaron al Paraguay del siglo veinte.

-¿Qué fuerzas se coaligaron en el sector revolucionario?

-El sector revolucionario estuvo encabezado por militares y civiles pertenecientes a los partidos Liberal, Comunista y Febrerista, bajo el liderazgo del grupo institucionalista militar más joven. Entre el 70 y el 80% del ejército combatió por el bando rebelde.

-¿Hubo también combatientes civiles?

-Hubo problemas para incorporar a civiles en la lucha armada a lo largo de la contienda, lo que terminó favoreciendo a las fuerzas leales que hicieron ese trabajo de puentear tropas militares con tropas civiles mucho más efectivamente.

-¿Cuál fue la posición de los países de la región?

-En general los gobiernos progresistas se plegaron al esfuerzo rebelde, y los gobiernos conservadores respaldaron al gobierno de Morínigo. Hablando más específicamente, al comienzo hubo especulación sobre todo por parte del gobierno argentino de Juan Domingo Perón que flirteó con el ejército rebelde.

-¿Y Brasil?

-El gobierno del Brasil se mostró neutral al inicio, si bien ciertos diplomáticos fueron más proclives a apoyar a los rebeldes. Había coincidencia en que el gobierno de Morínigo, por sus antecedentes autoritarios, era mala propaganda para cualquier aliado.

-¿Qué otros países marcaron tendencia?

-Uruguay apoyó desde el inicio a los revolucionarios y Estados Unidos estuvo con Morínigo. La guerra civil se dio en el contexto de la Guerra Fría, y los norteamericanos priorizaban la contención al avance comunista.

-Y aquí el comunismo estuvo con los rebeldes.

-Eso derivó en la hostilidad de Estados Unidos, lo que disminuyó las posibilidades de éxito de la insurrección.

-¿Cuáles fueron los discursos desplegados por ambos bandos en disputa?
-El Partido Colorado desplegó un discurso nacionalista señalando que la continuidad histórica de la nación paraguaya pendía del éxito de las fuerzas leales. Vinculó a liberales, febreristas y comunistas con lo extranjerizante, ateo, legionario y conspirador.

-¿Y los rebeldes?

-Tropezaron con el problema de estructurar un discurso efectivo que pudiera movilizar a los insurgentes en una delicada alianza sin sacrificar sus identidades individuales. En algunos casos se redujo a atacar el supuesto barbarismo de los colorados.

Publicado en fecha 24/marzo/2013

Fuente: ABC COLOR DIGITAL/ PARAGUAY

 

 La población civil sufrió horrores durante la terrible guerra civil de 1947

que dejó alrededor de 30 mil muertos./ ABC Color

 

 

UN PAÍS POBRE SUMIDO EN LA GUERRA CIVIL DEL 47

Mañana domingo aparecerá, con el ejemplar de nuestro diario, el volumen número 14 de la Colección Guerras y violencia política en el Paraguay: “La guerra civil de 1947”, de Carlos Gómez Florentín. El libro da una cruda visión de aquel país pobrísimo y casi analfabeto que fue arrastrado a una lucha fratricida que dejó consecuencias aún más nefastas.

El autor de la obra se refiere a la misma y a las condiciones políticas, económicas y sociales que imperaban en aquellos duros años finales de la década del 40.

-¿Cuál era la situación política del Paraguay en 1947?

-El país vivía bajo incertidumbre. El gobierno de coalición febrerista-colorado-militar colapsó en enero cuando fue reemplazado por un gobierno militar-colorado. Esto derivó en persecuciones políticas a los sectores de la oposición. Lo mismo ocurrió en el ejército donde militares de afiliación colorada ascendieron.

-¿Hubo una coloradización del país?

-La coloradización también afectó a otras instituciones estatales. El bloque institucionalista del ejército buscó desplazar del poder a Higinio Morínigo, pero faltó decisión para un levantamiento militar. Con esto la insurrección era inminente sin que el gobierno o la oposición dieran señales de algún arreglo que evite el enfrentamiento.

Publicado en fecha 23/Marzo/2013

Fuente en Internet: ABC COLOR DIGITAL/ PARAGUAY

 

 

Tropas gubernamentales, durante la guerra civil de 1947,

que terminó con el triunfo de los leales al régimen del general Higinio Morínigo./ ABC Color

 

UNA GUERRA INTERNA CRUEL QUE DESMEMBRÓ AL PAÍS

“La guerra civil de 1947”, del joven y riguroso historiador Carlos Gómez Florentín, es el próximo título de la Colección Guerras y violencia política en el Paraguay, de ABC Color y la editorial El Lector. Aparecerá el domingo 24 con el ejemplar de nuestro diario y describe un proceso histórico cruel que dejó quebrada a la sociedad paraguaya por mucho tiempo.

Tropas gubernamentales, durante la guerra civil de 1947, que terminó con el triunfo de los leales al régimen del general Higinio Morínigo./ ABC Color

El libro se inicia con un contexto de la situación del país en lo político e informa sobre la situación económica y social en la que se encontraban el Paraguay y la región tras la Segunda Guerra Mundial.

Según el prólogo de Herib Caballero Campos, la exposición de esos factores contribuye a que se comprenda el cúmulo de hechos que llevaron a aquel conflicto armado en el cual se enfrentaron el 70% del Ejército, con el apoyo de los partidos opositores, y el gobierno de Higinio Morínigo sostenido por el 30% de las Fuerzas Armadas.

Carlos Gómez Florentín, un estudioso formado en los Estados Unidos, describe los acontecimientos acaecidos durante los combates en forma cronológica de manera que se pueda comprender cómo fueron sucediendo, para luego hacer un alto y explicar el contexto internacional y las influencias de los países de la región en el conflicto, además de analizar el discurso utilizado en la contienda, por sobre todo el uso del elemento radial tanto por el gobierno de Morínigo como por los rebeldes.

La obra aporta una visión actual sobre los acontecimientos vinculados a la guerra civil de 1947, de manera que el lector pueda tener una visión amplia sobre los mismos y pueda comprender los acontecimientos posteriores que jalonaron la historia paraguaya hasta el presente.

En una parte de su libro, Gómez Florentín manifiesta que, tras los cambios en el interior de los cuadros militares ocurridos el 9 de junio de 1946, cuando los bloques fascistas fueron removidos de la esfera castrense para dejar lugar a una línea más institucionalista, el gobierno de coalición se constituyó en lo que sería un año fundacional en la construcción del Paraguay moderno.

La primavera democrática –agrega el historiador– marcó un semestre de gobierno conflictivo entre grupos políticos con proyectos distintos, que dio lugar a la participación política amplia y que se produjo también como consecuencia directa de un proceso más largo de transformaciones internas en el Paraguay que arrancaron con la Guerra del Chaco y que permitieron la entrada de las masas en la política criolla.

Carlos Gómez Florentín es estudiante de doctorado en Historia Latinoamericana en la Universidad del Estado de Nueva York, Stony Brook, donde es becario de la Fundación Evan Frankel. Obtuvo una maestría en Ciencias Políticas con énfasis en Teoría Política por la Universidad de Nueva York (2009) a través de una beca Fulbright.

Es licenciado en Ciencias Políticas por la Facultad de Filosofía y Ciencias Sociales de la Universidad Católica de Asunción (2006).

Publicado en fecha 22/Marzo/2013

Fuente en Internet: ABC COLOR DIGITAL/ PARAGUAY

 

 

 

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