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TEODORO ROJAS (+)
23 de Septiembre de 1877 - 03 de Septiembre de 1954
 
TEODORO ROJAS (+)


Biografía

TEODORO ROJAS, EL INSIGNE BOTÁNICO PARAGUAYO

En Asunción, el 23 de setiembre de 1877, en el inicio de la estación prometedora —augurio luego certificado por su existencia—, nace Teodoro Rojas, presumiblemente, de los pocos paraguayos que aportaron a la ciencia actual, una original y genuina contribución en sus dilatados registros. Hombre y factura son, el nominado y su Paspalum Rojasii

(Hack).

No tuvo que esperar demasiado para tomar contacto con la cercanía lacerante de la pobreza y desazón colectivas que por época padecía el país luego de la gran tragedia. No tuvo niñez. Jamás tuvieron los pobres. Nutrió y vistió su endeblez con los modestos deshechos ajenos.

Fue uno más de aquellos inocentes que, enfundados en zurcidos y mal acomodados calzones, tinta la cara de tierra, en la mano la mil veces bendita mandioca, deambulaban por la patria, transportando vermes en las entrañas escuálidas y, en la mirada, el silencio suplicante de los olvidados. Generación trágica, como pocas de nuestra América. Como premio de ello, tal vez Dios la hizo tan grávida de opulentos frutos.

Ingresa en escuelas públicas por fines de la década del ochenta. Aquellos hombres —niños no fueron nunca—, se inician con débiles dedos dibujando letras con trozos de carbón sobre trozos de madera apresuradamente alisadas, aposentando sobre la tierra mal apisonada, la lombricera de sus cuerpecillos a los que, ¡falta les hacía la vecindad...!

Pocos años transcurren y el adolescente se decide, en determinación que de nadie es influencia, por el estudio de nuestra flora. Así, navega nadando al garete en un medio sin posibilidades ni probabilidades de prebendas o fantaseos, opta por una especialidad que aún en nuestros días, sin justicia y menos razón, se considera descolocada, confinable y confinada.

De cuantas sendas el estudio pueda elegir para campo de sus investigaciones, indudablemente, la botánica es de las que ofrecen más apasionantes estímulos. Ese contacto constante con la naturaleza pareciera que nos hiciese más humanos. No en balde hemos definido con justeza con aquello de color de la esperanza. El fresco del verdor, húmedo, a nuestro alcance, sin más condiciones que el deseo, es cifra y de las abultadas, de la bondadosa infinitud del Hacedor. Sólo en el ámbito vegetal es ley sin exclusiones el rebrote constante que sigue a mutilaciones alevosas, tal sucede en el animal. Sin la Hosquedad de lo geológico, que puede admirarse pero que no se ama, ella, en su vastedad humbría, se nos ofrece en un mensaje perpetuo de acercamiento y alienta nuestras luchas. Ora acoge nuestros despojos y nos devuelve a los tiempos, luego de procesar nuestra deleznable materia.

El verde reino, bondad sin claroscuros, purifica y dignifica en su silencio augusto, el terceto definitorio clásico. Su vida no tiene, ni apareja, las fragocidades de uno ni las cambiantes especulaciones del otro. Ni agita ni sanciona nunca, sólo ayuda a sostenerse a ambos, en la coadyuvante misión a la que parece destinada. Acaso por ello, su contacto sedifica nuestras aspiraciones y entona nuestra voluntad, haciéndola menos egoísta. Por ello, también, el hombre que su vocación tenga a su reino destinada, es bueno, humilde, callado, y en tono quedo, confesional, busca, no la totalidad de verdad alguna, sino tienta perderse de la vastedad de una búsqueda interminable, sin más ambicionar que la satisfacción del deseo satisfecho.

Para condigno ejemplo, recordemos los paraguayos lo que hicieron y eligieron para queda de sus individualidades Moisés S. Bertoni, en su edén del Alto Paraná; Emilio Hassler, en Villarrica y San Bernardino; los Bertoni, Fiebrig y Rojas en el Jardín Botánico de Santísima Trinidad. No más y no menos se nos permita evocar.

Rojas prosigue una constante que no nació en él y esperamos, tampoco ahí se detenga. El natural —fuerte, repulsivo e inadecuado nos parece el marchamo de indio—, mucho, demasiado hizo en antelarlo. Franciscanos y jesuitas dieron difusión a esta experiencia, aquí no primicial. Suizos, desde los albores de nuestra época independiente la continuaron sistematizando y dándole publicidad, y también helvéticos fueron los que ya, contemporáneamente, buscaron y consiguieron darle actualidad a conocimientos y experiencias que, luego de las dos lenguas madres, el griego y el latín, más denominaciones dieron a esta línea de las ciencias. Valórese, pues, lo que significa dentro de tan anchuroso panorama, la contribución paraguaya por imperio de la acción de nuestro Teodoro Rojas, persistente lucero de nuestra protociencia.

De necios sería y de injustos pecaríamos, si desconociéramos el aporte foráneo para este verter de la vieja sabiduría guaraní. Pero, se nos antoja que culpa mayor constituiría el persistir en este olvido nuestro, que ya otros, poderosos, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, lo han venido reparando y, nosotros ¡siempre en blancas!

El no haber podido optar una beca para la prosecución de sus estudios en el Colegio Nacional ni torció su vocación ni desalentó sus esperanzas. El Dr. Hassler lo trae como meritorio junto a sí en 1896 y, desde entonces, por el decurso de más de sesenta años, Rojas dedica toda su energía y capacidad al inmenso laboratorio que es la madre naturaleza. Dotado de una lúcida inteligencia y de un espíritu observante, casi lindando con lo prodigioso, ajustándonos al testar de los que fueron sus maestros, se convirtió en autoridad indiscutida para la recolección, identificación y subsiguiente catalogación de los ejemplares de nuestra flora.

Iniciado por la enjundia de tan hábil preceptor en el ordenamiento metódico que la ejercitancia de toda ciencia impone, se lanza por las rutas de la patria en pro de la consecución de sus bien definidos propósitos. Todo el nordeste de las adyacencias de la sierra del Mbaracayú recorre y estudia durante el año 1898.

Al siguiente, los prosigue en las zonas de Paraguarí, Piribebuy y Valenzuela. En 1900 recorre el curso del río Apa, hasta la zona de Bella Vista. Hace su primera entrada a la zona del Chaco, frente a Concepción, en 1902. Los hirvientes contecimientos políticos de años siguientes lo afincan en Asunción, hasta 1905, en que parte nuevamente para las zonas del Caaguazú e Yhú, donde continúa sin treguas ni desmayos, su ingente obra.

En 1906, los gobiernos de Paraguay y Argentina, ansiosos de encontrar soluciones que no fueran salomónicas a un viejo diferencio, aúnan sus intenciones y nominan una comisión cuyas jefaturas ejercían en el mismo orden, Ayala y Krause, productores, a su culminación, de un informe, notable en cualquier época, no tan solo por lo que de validez jurídica pudiera encerrar, sino por la gama de aportación científica que el mismo significó para ambas naciones. Merced a la idoneidad de aquella comisión, originales aportaciones surgieron para pluralidad de beneficios, como se verá más adelante.

Nuestra cancillería, al igual que su similar argentina, adita a su representante una misión técnica. Rojas es nombrado naturalista de la misma, y se lo destina al estudio de la flora del río vagabundo. Fruto de sus afanes resulta la recolección de 573 especies, de las que resultaron 217 desconocidas para la región y, de éstas, 16 eran absolutamente nuevas para la ciencia!

Para justa valoración conviene destacar que por ese no lejano entonces, en los anales científicos de la especialidad, estaban precisadas la existencia de sólo 701 especies de plantas vasculares conocidas en la región, lo que hace, en mal apresurado cálculo, que la Colección Rojas representaba el 80% de ese total.

Por la época, frisando en la treintena, alcanza el apogeo de su conocimiento. Si bien su natural opaco, silencioso, lo apartaba de toda publicidad, sus antiguos maestros devenidos a colegas suyos, no hesitaban en dar primacía a su autoridad en la materia. Y, por boca de los mismos, particularmente del patriarcal Dr. Bertoni, ya se sabía de su erudición. El sabio suizo afirmaba: “. . .el caso es que hoy por hoy, de todos los botánicos que estudiamos la flora del Paraguay, el que tiene más práctica para una rápida determinación de todas las plantas, el que está en mejores condiciones de costumbres y ejercicio para reconocer inmediatamente una especie paraguaya y asignarle con prontitud su verdadero nombre científico, en los campos y selvas, así como en el herbario o museo, es fuera de toda duda para mí, Teodoro Rojas”. Excúlpesenos, en atención a los sabidos méritos del profiriente, un más acotar a juicio tan encomiástico.

Más, lo trascendental de su vida y dedicación se produce entonces. En enero de 1908, en una de sus giras de estudio hacia el norte, descubre un pasto, de origen nativo, conveniente rusticidad y muy resistente al corte; abundante de masa verde y buen resistidor del pisoteo de los animales, agregando a todo lo anterior, probada perennidad, lo que prometía gran adaptabilidad a nuestras praderas. Sumaba a estas extraordinarias características, su admirable resistencia a las épocas de sequía y su adaptabilidad era tal, que lo mismo se daba en tierra pobre que fértil.

El Dr. E. Hackel, en “Novitates paraguarienses III. Fade, Repert. Nov. spec. regni vegt. T. 7: 369. Graminae, 1909” lo describe y adjudica a la especie del nombre del botánico paraguayo que lo descubriera. Desde esa natividad, es mundialmente conocido corno PASPALUM ROJASII (Hack.).

El Dr. Juan Daniel Anisits, profesor emérito de la Universidad de Berlín y miembro del Patronato del Museo de la capital alemana, en su extensa permanencia en nuestro país, intentó, en varias oportunidades y con idéntica falta de suerte, incorporarlo a la docencia. Nada pudo vencer la casi enfermiza vocación de aislamiento de nuestro maravilloso botánico. No se imaginaba dictando una cátedra; posiblemente, ni siquiera hablando en público. Su timidez en eso rayaba en lo inconcebible. No había nacido para eso y no eran halagos de ningún color —sensibilidad para eso no tenía—, los que lo obligarían a cambiar de paso. La investigación pura, eso sí, era de su agrado, pero aún con esta exigencia: Que ella se le diera en amplios escenarios naturales, sin los límites siempre opresivos de un higiénico pero enclaustrante laboratorio. Su mente y pulmones, ansiosos están del aire refrescante de las agrestes soledades.

En los callados atardeceres o en las madrugadas, poseso de su modestísima casa de Santísima Trinidad, plateadas de rocío, hacía, primitivamente si se quiere, ciencia; memorando especies, buscando paralelismos, y, quizás, obteniendo conclusiones que, a nadie eran traspasadas si ellas no fueren pedidas. Vivía en un perpetuo monologar, y de ese hábito, era fama y de las ciertas, jamás pudieron rescatarle. A todos por igual desesperaba con su silencio pétreo, desdicente de la contagiosa bondad, que en él se hallaba, en cuanto la demanda fuera individual. Infatigable buscador de penumbras —tal sucede con muchos grandes—, acaso se encontrara íntimamente más cerca del gran arquitecto, mostrándose sin rebusques, degustando el zumo que apuntala nuestras valías y proyectos, que tentando explayar lo tan árduamente aprendido o atesorado. Ello queda en lo conjetural.

Ingresa, en 1916, en el Jardín Botánico de Asunción, como jefe de su Herbario y desempeña la sub-dirección del mismo. De aquí arranca el ordenamiento de sus trabajos que los iría dando a publicidad posteriormente. Gozábamos entonces de los estudios sistematizados, comenzados a fines del pasado siglo, de nuestra flora. Se sucedían y complementaban auténticos sabios a nosotros venidos, en pos de un ideal de cultura, al que no hemos dado aún el valor trascendente que merecieran y merecen. Eran voluntades que, de sí, constituían verdaderos equipos, por su remarcable eficiencia y saber. Pasma el comprobar lo que pudieron hacer con tan poca ayuda material, y, demasiado entristece la constatación de que esa tarea, tan auspiciosamente iniciada, no haya tenido seguidores.

Bertoni, Hassler, Anisits, Fiebrigs, son nombres que ni siquiera nuestra caudalosa ingratitud han podido borrar de un evoque perplejamente esquivo. La cultura nuestra por ese entonces —casi medio siglos atrás—, muy alto rayó en las ciencias naturales. Pasados dos siglos, retornábamos a disputar nuestra preeminencia en el rubro, que la sabiduría nativa, por las hábiles interposiciones de los jesuitas, nos habían ganado en el cientificismo del siglo XVII. Y esto mucho cuenta y mejor dice a cualquier estimativa.

La fama de Rojas había ya rebasado nuestras fronteras arcificnias. Montevideo, La Plata, Tucumán, Sao Paulo, Washington, centros entonces y ahora, cruciales de la especialidad, lo acribillaban a requerimientos, en cuantas dudas se presentaban, en el estudio de los ejemplares característicos de nuestra zona. No por vía de cómodos desvíos sus superiores, hacia él, dirigían constantemente la evacuación de innúmeras consultas. Lo reconocían habilitado excepcionalmente para lo botánico, y no era cauto desperdiciar su experiencia y autoridad. Y así, sin que ello tuviera transcendecia interna, Rojas fue modelando en vida el bronce imperecedero que hoy lo perpetúa, en estratos más espectables de los que por aquí estamos habituados a perseguir.

En 1921 se adentra en las regiones del Salto del Guairá, donde prosigue su acopio y aumenta su herbario. Retorna a la capital y, al año siguiente, da a la estampa su estudio sobre “LAS PTERIDOFITAS” determinadas en nuestro Jardín Botánico para, en 1923, publicar su estudio sobre “LAS MONOCOTILÉDONEAS

En este decenio (1920-30), Rojas, como todo paraguayo auténticamente grande de la época constitucional, se convierte en algo que no por mucho decantar, deja de tener validez: No fue de los primeros, pero sí de los más útiles soldados del Chaco. Esto no lo ha escrito aún nadie, presumiblemente, porque su memoria ilustre no puede ser administrada con beneficio de inventario.

En el entonces “infierno verde”, hizo innumerables entradas, sin más ayuda que su decidida vocación científica, un magrísimo apoyo estatal y el acucio, ideal, no más, de grandes instituciones culturales del orbe. Allá iba nuestro hombre, acompañado de una mediadocenilla de naturales, cargando en raídas cangallas, tasajos, galleta, yerba y azúcar, bastimentos únicos. Mas, eso sí, libretas, muchas libretas de apuntes, las que portarían en su pequeña y desigual grafía, lo que trabajosamente sus ojos de anciano irían percatando.

Y el Parapití, ese río de nuestras entretelas, devenido muy luego a legendario, fue testigo mudo pero fehaciente de la primera llegada de un paraguayo, que a él no arribó superando bélicas jornadas, sino que, manso, callado e indefenso, sólo buscó en sus aguas escasas, refrescante contacto para sus pies incansables de peregrino de las ciencias. Penoso se hace de aceptar esto, verdad? Tan otra es la versión que de ello tenemos, como si la reconquista del territorio patrio necesitare de deformaciones innecesarias o adiciones que relación no tienen, y menos dicen, con verdades comprobadas, de idéntica raigambre nacional.

Así, para 1933, Rojas puede ofrecer ya el resultado de sus trabajos efectuados en las vastedades chaqueñas durante en anterior decenio. Con efecto, con la colaboración del Dr. Fiebrigs, publica su “FITOGEOGRAFIA DEL CHACO BOREAL”, resumen de su añeja experiencia en el disputado territorio, por la fecha, teatro de otro tipo de expediciones a las que él estaba engolosinado.

En el mismo año, es designado botánico adjunto a la Comisión de Límites Paraguayo-Brasileña que realizaba estudios en la meseta del Aquidabán y zona del Ypané, menester al que va nuevamente habilitado con la representación del Jardín Botánico de Asunción.

Completa en esta gira anteriores estudios de la zona, y, en 1935, publica su “FLORA Y GEA DEL NORDESTE DEL PARAGUAY”, en contigüidad de colaboración con el Dr. Fiebrigs. Posteriormente, en espaciosa inminencia, contando con la generosa ayuda nuestro único filántropo —el excelso Andrés Barbero—, entrega a las prensas su “LAS UTRICULARIAS DEL PARAGUAY”, en la que se anota la prestación de ayuda de Guillermo Schouten (h), terminando la etapa edita de sus trabajos, con la aparición —resultado de las insistencias de colegas argentinos—, en 1941, de su “LOS ALGARROBOS DEL PARAGUAY”.

En 1944, publica un “CATALOGO DE GRAMINEAS” y una “BREVE RESEÑA DE LA VEGETACION PARAGUAYA”, obras postreras, efectuadas en colaboración con J. P. Carabia, que merecieron una segunda edición norteamericana, en 1945, bajo la nominación de “PLANTS AND SCIENCE IN LATIN AMERICAN”, Waltham, Mass.

Rojas fue constante colaborador de los equipos técnicos de los más altos centros de su especialidad como la Smith- sonian Institution, de Washington; la Fundación Lillo, de Tucumán; Darwiniana, de Buenos Aires; Instituto Botánico de Sao Paulo; Museo de Historia de Montevideo, e innumerables otras instituciones europeas, estadounidenses y americanas, habiéndosenos informado —sin haber podido constatarlo aún—, que la Smithsonian Institution, de Washington, ha designado una de sus salas afectadas a la botánica, con el nombre de nuestro ilustre compatriota, en reconocimientos a sus méritos excepcionales.

Más, el fin de la jornada no se hallaba lejano. Pero antes, le cupo usufructuar una merecida satisfacción. Una mañana de 1954, cuatro ancianos llegaban, con el paso tardo de los viejos, al Palacio de Gobierno: Teodoro Rojas, Genaro Romero, Narciso R. Colmán y Juan Francisco Giménez acercaban sus cansinas humanidades para serles ofrendado un reconocimiento nacional, a instancias de Ezequiel González Alsina, entonces secretario de estado.

Instantes después, la Orden Nacional del Mérito era prendida —pocas veces distinción nacional tan justamente acordada!— en los pechos de aquellos varones ejemplares. Aquel día raro, muy raro, que grande esplendió el lucero tutelar de nuestro patria!

Pero su viejo y gastado corazón muy poco resistió ya. Una mañana primaveral, el 3 de setiembre de 1954, su vida se apagó silenciosamente, acunado con los rumores de la estación juvenil, con frescor de fontana, como si la naturaleza quisiese dar marco adecuado a su conjunción con el hijo pródigo. Su recuerdo pervive en nosotros, como un mensaje eterno de fe en la tierra umbría que tanto amara, y su ejemplo, es aleccionante para las generaciones presentes y por venir.

Fuente: CIENTÍFICOS PARAGUAYOS I - LUIS S. MIGONE – TEODORO ROJAS – ANDRÉS BARBERO. Ensayo de BENIGNO RIQUELME GARCÍA. CUADERNOS REPUBLICANOS. Año 1975 (35 páginas)

 

 

TEODORO ROJAS

Nació en Asunción en 1877; fueron sus padres José M. Rojas y Dolores Vera. En 1896 fue iniciado en el estudio de la Botánica por el Dr. Emilio Hassler, y realizó importantes estudios y clasificaciones en diversas regiones del país: en Paraguarí, Piribebuy, Valenzuela, Caaguazú, Yhú y el Chaco... Asimismo, por las regiones limítrofes, a lo largo de los ríos Pilcomayo, Parapití, Apa y Aquidaban, la región del Amambay-Mbaracayú y el Guairá. Apenas  algunos años llevaba, aunque de intensa dedicación a la investigación botánica, cuando en 1906 es incluido como miembro de la Delegación paraguayo-argentina Ayala-Krause, para el estudio del curso del Pilcomayo.

La cosecha científica fue óptima; recogió 573 especies; no pocas desconocidas en la nomenclatura científica. Años más tarde, integrando la Comisión de Límites Paraguayo-Brasileña, Rojas exploraba y clasificaba la flora de la extendida y agreste región noreste del país. Precisamente en esa región había logrado uno de sus descubrimientos más resonantes, una gramínea nativa de notables características, clasificada en los anales científicos como Paspalum Rojassi. Y fue de por vida el insustituible consultor botánico de las más acreditadas instituciones continentales: la Fundación Lillo, de Tucumán; la Darwiniana de Buenos Aires; el Instituto Botánico, de Sao Paulo; el Museo de Historia Natural, de Montevideo; el Instituto Smithsoniano, de Washington.

Sus publicaciones más importantes son: Las Pteridófitas, Las Monocotiledóneas, Fitogeografía del Chaco Boreal y Flora y Gea del Nordeste del Paraguay, en colaboración con el Dr. Carlos Fiebrig; Las Utricularias del Paraguay, en colaboración con Guillermo Schouten; los Algarrobos del Paraguay; Catálogo de Gramíneas y Breve Reseña de la Vegetación Paraguaya, en colaboración con JP Carbia. B. Riquelme García, en quien nos apoyamos, anota el sgte. juicio del Dr. MS Bertoni: "...de todos los botánicos que estudiamos la flora del Paraguay, el que tiene más práctica para una rápida determinación de todas las plantas, el que está en mejores condiciones de costumbres y ejercicio para reconocer inmediatamente una especie paraguaya y asignarle con prontitud su verdadero nombre científico, en los campos y selvas, así como en el herbario o museo, es fuera de toda duda para mí, Teodoro Rojas".

Galardonado con el título de Dr. HC por la Universidad Nacional, fue condecorado con la Orden Nacional del Mérito por iniciativa del Ministro de Educación, Dr. Ezequiel González Alsina. En setiembre de 1954, falleció el más eximio botánico paraguayo.

Fuente: BREVE HISTORIA DE GRANDES HOMBRES. Obra de LUIS G. BENÍTEZ. Ilustraciones de LUIS MENDOZA, RAÚL BECKELMANN, MIRIAM LEZCANO, SATURNINO SOTELO, PEDRO ARMOA. Industrial Gráfica Comuneros, Asunción – Paraguay. 1986 (390 páginas).

 

 

ROJAS, TEODORO : Botánico. Nació en Asunción el 23 de setiembre de 1877. Fueron sus padres José M. Rojas y Dolores Vera. Hizo sus primeros estudios en escuelas públicas a fines de la década de 1880 y alrededor de los veinte años se inició en el estudio de la botánica, junto con el Dr. Emilio Hassler. Desde entonces dedicó toda su inteligencia y esfuerzo al estudio y conocimiento de la flora paraguaya.

En 1898 recorre las sierras del Mbaracayú. Luego las zonas de Paraguarí, Valenzuela y Piribebuy. En el año 1900 estudia la flora del curso del río Apa, hasta Bella Vista. Prosigue luego sus investigaciones en el Chaco, Yhu y Caaguazú. De todas estas regiones colecta gran cantidad de ejemplares, hasta que en 1908 descubre una gramínea que lleva su nombre, el Paspalum rojasii (Hack.), Descrito por el Dr. Hackel en Novitates paraguariensis III, 1909.

En 1916 se incorpora al Jardín Botánico como responsable del Herbario, y comienza a sistematizar y organizar sus trabajos; toman contacto con él autoridades extranjeras dedicadas a la botánica, especialmente de Montevideo, La Plata, Washington, Tucumán, São Paulo. En 1921 estudia y colecta en las regiones del Salto del Guairá e inicia otras exploraciones en el Chaco. En 1922 publica "LAS PTERIDÓFITAS" y en 1923 "LAS MONOCOTILEDÓNEAS". En colaboración con el Dr. Fiebrig publica “FITOGEOGRAFÍA DEL CHACO BOREAF”, en 1933 y "FLORA Y GEA DEL NORESTE DEL PARAGUAY"; en 1935. Luego “LAS UTRICULARIAS DEL PARAGUAY”, con apoyo del Dr. Andrés Barbero y en 1941, "LOS ALGARROBOS DEL PARAGUAY”. “CATÁLOGO DE GRAMÍNEAS” y “BREVE RESEÑA DE LA VEGETACIÓN PARAGUAYA”, que son sus obras  postreras, publicadas, incluso en “PLANTS AND SCIENCE IN LATIN AMÉRICAN”, en 1945. Teodoro Rojas falleció en Asunción, el 3 de Setiembre de 1954.

Fuente: FORJADORES DEL PARAGUAY – DICCIONARIO BIOGRÁFICO. Realización y producción gráfica: ARAMÍ GRUPO EMPRESARIAL. Coordinación General: Ricardo Servín Gauto. Dirección de la obra: Oscar del Carmen Quevedo. Tel.: 595-21 373.594 – correo: arami@rieder.net.py– Asunción-Paraguay 2001 (716 páginas).



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