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NATHALIA MARÍA ECHAURI

  SE CASA EL DIABLO - Cuento de NATHALIA ECHAURI


SE CASA EL DIABLO - Cuento de NATHALIA ECHAURI

SE CASA EL DIABLO

Cuento de NATHALIA ECHAURI


 

Una vez fui al infierno. Dicen que ocurre después que te manden ahí con la expresión “andate al infier­no” unas cuarenta y nueve veces. Por fortuna, llegué temprano y no tuve que formar la fila larguísima que dicen llega hasta China, a medida que pasan las horas. Por el contrario de lo que la gente piensa, el infierno es un cilindro transparente, y donde sí, el calor supera al verano asunceno.

Satanás en persona accedió a darnos una visita guia­da, éramos un grupo de diecisiete personas (el máximo del cupo) y todas estaban curiosas por conocer las ins­talaciones del averno.

Estaban prohibidas las fotografías, así que forcé a mi memoria a retener cada detalle de lo que pudimos dis­tinguir.

—El infierno se modernizó —afirmó el demonio mientras señalaba una vidriera donde estaban expues­tos los gamers, y su castigo consistía en jugar el mismo juego de la víbora, condenados al mismo nivel y a los mismos obstáculos por toda la eternidad. Aún así algu­nos se tomaban el juego muy en serio, según me comen­tó uno de ellos, y los miércoles se organizaban torneos. Apenas alcancé a comprar un boleto para el próximo miércoles, cuando el príncipe de las tinieblas nos dirigió hacia otra vidriera, donde estaban expuestos los golosos, atados por los pies como cerdos sacrificados, sus cabezas rozando una mesa atestada de manjares.

Uno de los turistas se acercó a la mesa y probó un ca­marón. Enseguida comenzó a hincharse como un globo aerostático y su piel empezó a llagarse en eternos furún­culos liliáceos supurando y reventándose una y otra vez, y permaneció así durante todo el viaje, hasta que Luci­fer se cansó de escuchar el plis-plis de las explosiones y le dio un ungüento que lo volvió a la normalidad.

De pronto, se escuchó un estallido. Una parte de las instalaciones infernales estaba cayendo como una ava­lancha hacia nosotros. Nos apresuramos a apartarnos y nos rozaron cientos de toneladas de piedra aplastando todo a su paso.

—Antes ocurría cada milenio. Ahora cada diez mi­nutos, este lugar está lleno. Estamos tomando las me­didas necesarias para la ampliación de nuestras insta­laciones —comentó Satanás algo embarazado por el bochorno—. Estos son los tontos que piensan escapar —señaló nuestro anfitrión mostrándonos a un grupo de hombres y mujeres que llegaron al techo del cilindro y lo golpeaban para salir—. No porque sea transparente significa que sea más frágil.

Al acercarme a ellos me di cuenta que desde el techo se podía ver el suelo de los que habitaban la tierra. Mi­les de hombres y mujeres caminando por las calles sin percatarse de las súplicas de los condenados al fuego eterno. Me dio un poco de escalofríos pensar en eso, y pensar que nunca más caminaría con naturalidad pues recordaría enseguida a los pecadores. En ese momento me percaté que llevábamos mucho tiempo en el infierno y ya quería regresar a la superficie, así que me acerqué al grupo donde unos cuantos hacían una entrevista a un hombre haraposo.

—Yo era mendigo. Era un holgazán. Así que cuando morí vine directamente aquí. Él me obligó a no hacer nada, es que es infinitamente aburrido este lugar. Hay días en que no soporto, porque lo único que hago es observar y charlar de vez en cuando con los castigados. Tengo prohibido hacer nada.

—Pero en la Biblia dice que los mendigos irán al cielo.

—Eso no dice en la Biblia.

El mendigo se encogió de hombros y regaló a un tu­rista una piedra de su bolsillo.

Antes de despedirse, Satanás nos condujo a la tien­da de regalos, donde también podíamos comprar pos­tales, remeras con ilustraciones y lava congelada, una ganga según él. Necesitaba dinero para su boda del día siguiente. Muchos no le creyeron en absoluto, pero compraron algunos souvenirs para regalar entre la pa­rentela, y otros nos preguntábamos quién podía ser la afortunada que se haya atrevido a unirse en sagrado matrimonio con el Adversario. Sin embargo, fue gran­de nuestra sorpresa cuando el demonio nos presentó a un ángel caído, seducido querubín por la maldad, quien estaba seguro que tendría un papel más preponderante como novio-esposo del Supremo Jefe del Infierno, que como uno más del montón entre las miríadas del Altí­simo. Algunos de los turistas accedimos a hospedarnos un día más para asistir a la primera boda gay de los abismos y durante la ceremonia pensé en todas las per­sonas homofóbicas del mundo y cuán irónica sería esta situación para ellos.

Esa tarde, cuando regresé a la superficie terrestre, co­menzó a llover a cántaros; sin embargo el sol brillaba impoluto en las alturas.

—Se casa el diablo —acertó mi abuela—. Llueve y sale el sol.

—Mentira, mamá —le calló mi mamá—. No les di­gas fantasías a las criaturas.

 

 

 

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SEP DIGITAL - NÚMERO 3 - AÑO 1 - ABRIL 2014

SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY/ PORTALGUARANI.COM

Asunción - Paraguay. Mayo- 2014

 

 

 

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