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ANDRÉS ROLÓN CARDOZO

  TRATADO SOSA-TEJEDOR (20 DE MAYO DE 1875) - GUERRA CONTRA LA TRIPLE ALIANZA - Ensayo de ANDRÉS ROLÓN CARDOZO


TRATADO SOSA-TEJEDOR (20 DE MAYO DE 1875) - GUERRA CONTRA LA TRIPLE ALIANZA - Ensayo de ANDRÉS ROLÓN CARDOZO

GUERRA CONTRA LA TRIPLE ALIANZA

TRATADO SOSA-TEJEDOR (20 DE MAYO DE 1875)

Ensayo de ANDRÉS ROLÓN CARDOZO




LA LEGIÓN Y LOS LÓPEZ



“Maldito el soldado

que levanta su arma

contra su pueblo”.


Esta frase de Simón Bolivar golpea con dureza la imagen de quienes fundaron y conformaron la “Legión Paraguaya” con el fin de combatir, en filas de la triple alianza, a la tiranía que asolaba al Paraguay. Tiranía paternalista, cuya política, basada en una supuesta salvaguarda de la independencia patria, mantuvo al Paraguay aislado por mucho tiempo. Tiranía que persiguió y exilió a todo espíritu libre que osaba oponérsele o que simplemente despertaba sospechas de oposición.


Para los de la Legión, los López no eran otra cosa que la prolongación, in aeternum, de esa tiranía. Para ellos la perla del sud seguía aún oculta cual Febo entre nubes y la aurora de la libertad no ha clareado venciendo las tinieblas de la ignorancia y del servilismo.

Así como Francia (el Supremo Dictador), don Carlos y Francisco Solano se han aferrado al poder presentándose como los únicos capaces e iluminados de regir los destinos de una nación a la que dieron el título de república, con una constitución elaborada por el propio don Carlos y aprobada por una asamblea constituyente subordinada a su arbitrio.

El 10 de setiembre de 1862 moría el “Primer Presidente Constitucional” de la “República del Paraguay” dejando un testamento con su voluntad de entronar al hijo en la “Silla Presidencial”, afianzando así un nepotismo que será ratificado por un congreso sumiso e ignorante. Las palabras entre comillas resaltan la percepción irónica que del Paraguay tenían los de la Legión.

 

EL PARAGUAY DE LOS LÓPEZ

Sin embargo, a la muerte de don Carlos, el Paraguay ,“desolado por la tiranía”, presentaba el siguiente aspecto: el de un país riquísimo, cuyos inmensos yerbales y tabacales abastecían a todo el cono sur, cuyas maderas valiosas se exportaban a Europa donde alcanzaban una altísima cotización. Un país donde la propiedad particular era escasa, puesto que la mayor parte de la tierra era pública arrendada en lotes (estancias de la patria), donde los pocos propietarios eran paraguayos nativos dado que la ley impedía a los extranjeros el dominio del suelo. Un país en cuyas arcas estatales entraba - por el rubro de comercio exterior- oro por setecientos mil pesos anuales. Inmensa riqueza para un país que pasaba el medio millón de habitantes. Riqueza que se traducía en mejoras públicas como el ferrocarril, el telégrafo, la flota mercante, granjas de cría y agrícolas, calles bien delineadas, edificios públicos de belleza exclusiva como el Teatro, el Oratorio de la Virgen o el Palacio Nacional. Un país en el que no había pobres y que carecía de deuda exterior, cuya riqueza posibilitó la emisión de doscientos mil pesos en papel, siendo este (el peso) la moneda circulante.

Pero tal vez la “desolación” se daba en otro campo. En el campo intelectual quizá, dado que toda buena tiranía se funda y crece robusta sobre el cruel cimiento de la ignorancia, el cretinismo y la mediocridad. Sin embargo, con don Carlos, la instrucción media y superior ha crecido y se ha desarrollado sobremanera. La escuela normal del maestro Bermejo era un modelo en Latinoamérica. En la escuela de matemáticas de Dupuy se profundizaban las ciencias exactas. En el Colegio Seminario del Padre Maíz se impartían lecciones de Filosofía y Teología. Juan Andrés Gelly creó el Aula de Derecho, Zenón Rodríguez la Academia Forense, Carlos Rivière la escuela de impresores y litógrafos y  Dorotea Duprat la escuela de niñas. Con el ingeniero Thompson, el alemán Trinfeldt, el inglés Taylor y el italiano Ravizza, numerosos compatriotas se formaron y se convirtieron en mano de obra calificada, en grado de afrontar cualquier desafío exigido por la era industrial y los tiempos modernos, sosteniendo con ingenio y laboriosidad las producciones del Astillero Nacional, del Arsenal y de la Fundición de Hierro de Ybycui, como ejemplos. Y si lo expuesto resultara poco, en 1858 se promulgó una Ley por la que 16 jóvenes sobresalientes (al año) optaban por una beca en el extranjero (Europa) para perfeccionar sus estudios en derecho, medicina, ingeniería, humanidades, etc. (1)

 

LA LEGIÓN, VISIÓN Y FUNDACIÓN

En sus albores la Legión se denominó “Sociedad Libertadora de la República del Paraguay” fundada el 2 de Agosto de 1858, en Buenos Aires y se propuso, ante todo, atacar el poder bárbaro del tirano López que imposibilitaba la regeneración de todo un pueblo y, en este sentido, la guerra era un medio plenamente justificado. Ellos sostenían que la regeneración, portadora de libertad e ilustración, tenía un alto precio en sangre que el pueblo paraguayo debía pagar si realmente quería merecerla.

Y la ocasión de combatir al tirano finalmente se dio cuando en 1864 la situación uruguaya empujó al Paraguay a enfrentar al Imperio del Brasil. En diciembre del citado año la “Sociedad Libertadora de la República del Paraguay” cambió de nombre por el de “Asociación Paraguaya” y sus miembros solicitaron al emperador Pedro II (del Brasil) combatir al Paraguay en filas brasileras. Esta petición fue negada por el emperador, pero luego, en marzo de 1865, tras la declaración de guerra del congreso paraguayo a la Argentina y, sobre todo, tras la ocupación paraguaya de Corrientes en abril del 65, la Asociación Paraguaya se presenta ante Mitre (Presidente de la Argentina) y este sí, asiente la petición quedando entonces conformada la Legión Paraguaya según el artículo 7mo del tratado secreto de la Triple Alianza suscrita el 1 de mayo de 1865.

He aquí, a continuación, las personas que firmaron el acta fundacional de la Asociación Paraguaya el 19 de diciembre de 1864: Carlos Loizaga, Gregorio Machaín, Luciano Recalde, Fernando Iturburu, José T. Iturburu, Juan Francisco Decoud, Federico Alonso, Manuel Pedro de la Peña, Cayetano Iturburu, Frenando Iturburu, Segundo Decoud, Evaristo Machaín, Carlos Luis Loizaga, Juan José Decoud y un joven de aproximadamente 18 años, Jaime Sosa Escalada. Posteriormente lo hicieron 18 personas más. (2)

 

UNA GUERRA QUE DURÓ MÁS DE LO ESPERADO

La guerra que -según Bartolomé Mitre- duraría solo tres meses, asoló el suelo patrio por cinco largos y penosos años. Se estima la muerte de aproximadamente 300 mil compatriotas y con ellos la muerte de la esencia misma que caracterizó al Paraguay de antes de la guerra, descripta más arriba en el presente artículo. Entendemos por esencia el factor humano que convirtió al Paraguay en una de las naciones más pujantes del nuevo mundo. Dicho factor, indispensable en la trasmisión cultural, garantizador de evolución y progreso, estaba muerto y sepultado en campos, bosques y esterales de escenarios bélicos como: Estero Bellaco, Tuyutí, Sauce, Boquerón, Pikysyry, Ytororo, Ava’y, Ita Yvaté, Lomas Valentinas, Piribebuy, Acosta Ñu y muchos, muchos otros escenarios de la contienda.

Alto fue el precio pagado en sangre en aras de la libertad y la ilustración, tan alto que hasta hoy, después de 143 años, el Paraguay aun no se ha repuesto.

En la memoria colectiva del resto sobreviviente de aquella hecatombe se ha cincelado, a sangre y fuego, el estigma indeleble de la humillación, la desolación, el despojo y el exterminio.

No se puede cancelar de las páginas dolorosas de nuestra historia la capitulación paraguaya en Uruguayana hecha tras recibir vivas garantías, de parte de los aliados,  de un trato decoroso a los casi 10 mil paraguayos que se rendirían. Estos fueron, sin más, vendidos como esclavos en el Brasil y obligados a combatir contra su bandera en filas orientales y argentinas.

No podemos olvidar el saqueo de Asunción y ciudades circunvecinas (Luque, Itá, Yaguarón, Itaguá, Capiatá) bajo la cómplice pasividad del alto mando imperial. No podemos olvidar la masacre autorizada por el conde D’Eu, sucesor de Caxias en la conducción de los ejércitos de la alianza, tras la batalla de Piribebuy (a la sazón tercera capital del Paraguay) descripta como una orgía de sangre en la que un hospital fue incendiado con enfermos y heridos adentro (en su mayoría ancianos y niños) y cómo fueron rematados a bayonetazos quienes intentaban huir de las llamas.

Tampoco se puede olvidar lo sucedido en Acosta Ñu, más allá o más acá de todo heroísmo sublime, la pragmática realidad histórica nos muestra cómo 20 mil hombres del ejército aliado acometieron contra “batallones” conformados por 3 mil quinientos niños. Relata un testigo de esa masacre que en el fragor de la batalla los niñitos de 6 a 8 años se aferraban a las piernas de los soldados aliados llorando despavoridos, suplicando por sus vidas siendo, sin embargo, degollados en el acto pues esa era la orden. Después de la batalla, o mejor, después de “aquello”…las madres de los combatientes, o mejor… de las víctimas, salían de los bosques aledaños a rescatar los cuerpecitos; entonces el conde D’Eu ordenó la quema de los campos de Acosta Ñu para envolver en las llamas, según sus propias declaraciones, hasta a los fetos dentro de las mujeres. Decimos, entre paréntesis y con amarga ironía, “menos mal que la guerra no era contra los paraguayos sino contra…”

En 1869 y 1870 ya no había estancias de la patria, ya no había exportaciones de maderas y yerba mate, ya no había flota mercante, ya no había ferrocarril, ni ingenieros, ni técnicos ni maquinistas, ni estaciones, ya no había astillero, ya no había arsenal ni fundición de hierro en Ybycui, ya no había escuelas ni jóvenes que iban a formarse al extranjero, no había archivo nacional (matriz de nuestra memoria como nación).

En medio de aquella abominable desolación los de la legión consiguieron que los aliados y sobre todo los brasileros, consintieran la creación de un gobierno paraguayo con quien después se diligenciaría las cuestiones de límites y los gastos de guerra y otras cosas… Los brasileros, con una presencia militar importante y con hábiles hombres de política, intervinieron, desde el primer momento, en la conformación de dicho gobierno en 1869, siendo el mismo un títere cuyos hilos ellos manejaban con suspicacia y fuego. Pero qué pretendía el “amigo de los paraguayos” (así se hacía llamar el Brasil tras la finalización de la guerra). ¿Anexar al Paraguay quizá? Pero ¿Por qué anexar a un país en ruinas, qué ganaría con ello? Y además ¿Qué diría la comunidad internacional? ¿Que fue a la guerra con oscuros intereses expansionistas, atropellando la soberanía de una nación cuya proclama de independencia apoyó y alentó en 1842?

 

PARAGUAY SERÁ ANEXADO

Paraguay en ruinas sí, esto para todos resultaba evidente, pero con un inmenso río que desde el corazón de América del Sur serpenteaba generoso hacia los mercados internacionales. Mucho han intentado y bogado en vano los brasileros, conjugando caballeresca política con fuertes amenazas militares, en pos de la libre navegabilidad de los ríos, ya en época de Francia y Don Carlos, de manera a conectar, sin muchos gravámenes ni contratiempos, las incalculables riquezas del Matto Grosso con los puertos comerciales más importantes.  Esto por un lado, porque no ha de olvidarse que, con el tratado Loizaga-Cotegipe de 1872 anexando territorios del Amambay y del Mbaracayu, los brasileros tomaron el monopolio de la Yerba Mate hasta antes de la guerra en manos del Paraguay, sin mencionar los recursos naturales intactos  que pasivamente esperaban ser explotados.

Paraguay en ruinas nunca dejó de ser atractivo, sobre todo para un imperio que mucho dinero prestó y, naturalmente, gastó en un conflicto que duró más de lo esperado. Que el Paraguay pague los gastos de guerra, según lo establecido en el tratado secreto de la triple alianza, era un imposible pregonado a los cuatro vientos por el sentido común. Las arcas del estado paraguayo estaban prácticamente vacías. Pero cómo anexar al Paraguay sin que la Argentina ni el Uruguay (sus aliados)  reaccionaran o la comunidad internacional mostrase su oposición y aberración. Uruguay no representaba problema alguno y era prácticamente dominio brasilero, la Argentina en 1874-75 atravesaba por una crisis producida por un conflicto político entre mitristas y autonomistas y se encontraba imposibilitada a una reacción armada contra el Brasil. En lo referente a la comunidad internacional, pues bastaba con dar ciertas ventajas comerciales a Inglaterra y el resto maquillarlo con hábiles artilugios diplomáticos.

La suerte estaba echada, el Brasil anexaría  al Paraguay; pero, por supuesto, dicha anexión se presentaría, oficialmente, bajo los paños de un protectorado otorgado ante la “insistencia” del pueblo paraguayo, expresada por su gobierno (títere de los brasileros), de ampararse bajo el seguro manto de Pedro II y así hacer frente a los argentinos que, petulantes, hacían flamear su bandera al otro lado del río reclamando territorios sobre los cuales no tenían derechos.

A tal propósito el gabinete en negocios extranjeros del Brasil encabezado por Rio Branco envió al Paraguay, en 1874, al Barón de Gondim con la misión de buscar entre los paraguayos a personas que sintieran particular simpatía por el Brasil, a quienes ofrecería, naturalmente, un futuro diplomático brillante en la corte de Rio de Janeiro. Gondim creyó encontrar en Juan Bautista Gill, presidente del Senado y en el joven diputado Jaime Sosa Escalada a las personas indicadas. Al mismo tiempo la prensa paraguaya, solventada por el imperio, promovía la animadversión contra los argentinos que injustamente ocuparon y pretendían anexar Villa Occidental. Este hecho representaba la excusa perfecta para mantener la fuerza de ocupación imperial en Asunción de modo a “proteger” los “intereses” de los paraguayos ante la desenfrenada codicia de los argentinos. Destacamos, entre paréntesis, que cuando las tropas brasileras se apoderaron del archivo nacional, probablemente después de la batalla de Piribebuy, sólo devolvieron los documentos que atestaban el legítimo derecho del Paraguay sobre Villa Occidental. (3)

 

EL LEGIONARIO PARAGUAYO

Jaime Sosa Escalada tenía entonces 28 años y al igual que Juan Bautista Gill era un hombre cultivado y muy inteligente. Con toda seguridad sabía que como paraguayo su carrera política no tendría la trascendencia que alcanzaría, como “brasiguayo”, ante la corte de su majestad en Río. Él admiraba de los brasileros la refinada inteligencia con la que se conducían en el difícil campo diplomático movidos por un profundo patriotismo y aprecio leal a su emperador y a los intereses de este. Para Gondim no habrá resultado difícil convencerlo de formar parte de una empresa que radicalmente cambiaría su vida para bien. Es que, desde donde se lo mire, lo que Brasil ofrecía a este joven era algo irrechazable.

Gondim, moviendo los hilos del gobierno paraguayo, hizo que se nombrara al joven Sosa ministro de Hacienda por un tiempo y después Encargado Plenipotenciario de Negocios en Río de Janeiro con facultad de firmar cualquier cosa. A Juan Bautista Gill le tenía preparada la presidencia de la república dado que en noviembre de 1874 Jovellanos terminaba su mandato. Recordemos que Jovellanos fue “sugerido” por los brasileros como presidente de la república en diciembre de 1871 en reemplazo de Rivarola, pues este se había negado a las pretensiones brasileras alcanzadas, de todos modos, con el tratado Loizaga-Cotegipe del 72. Rivarola entonces trató de entenderse con el enviado argentino, un tal Quintana, develándole el ardid brasilero. Quintana sin embargo, privo de discernimiento y sin un ápice de inteligencia, delató a Rivarola ante los brasileros y la suerte de este quedó marcada.

Cuando en 1873 Mitre se encontraba en Asunción para tratar con los brasileros la cuestión de límites paraguayo-argentino y el retiro de las tropas brasileras del territorio paraguayo, el Presidente Jovellanos, con desesperados gestos, con muecas y, en un descuido de los brasileros, de frete y francamente, trató de advertirlo que la intensión brasilera estaba lejos de un tratado de límites y del retiro de las tropas de ocupación y que esta apuntaba, más bien, a la anexión del Paraguay. Mitre, emulando el discernimiento y la inteligencia de Quintana, prefirió confiar en los brasileros dejando mal parado a Jovellanos ante sus “patrones”.

En 1874 las cosas estaban bien para el imperio, al “traidor” de Jovellanos le quedaban pocos meses de gobierno por lo que resultaba innecesario hacerle una revolución, además, entre él y los que intentaban hacerle un golpe de estado los brasileros lo preferían puesto que los insurrectos (Cándido Bareiro, Bernardino Caballero, Rivarola entre otros) se apoyaban abiertamente en los argentinos. Gill como ministro de Relaciones Exteriores pasó en limpio las instrucciones dirigidas al Plenipotenciario Sosa redactadas por el barón de Gondim en la legación brasilera y firmadas, a regañadientes, por Jovellanos. Según estas instrucciones Sosa debía seguir en todo a Rio Branco en un futuro encuentro a celebrarse en Río con el plenipotenciario argentino, en cuyo contexto Paraguay pediría, como un favor, la anexión al Brasil. Según el libreto de la pantomima, Brasil negaría la anexión y contentaría al pueblo paraguayo con un protectorado. (4)

Si este golpe resultaba para el Brasil, pues entonces el grito del Mariscal en Cerro Corá, más acorde a la situación, hubiera sido “Muero Con Mi Patria” antes que “Por Mi Patria”, pues el Paraguay como tal se hubiera encaminado hacia su extinción.

Sin embargo, los brasileros subestimaron una cuestión aparentemente fútil pero que en el momento de la verdad se reveló devastadora: Jaime Sosa Escalada, admirador del patriotismo brasilero, era, a pesar de todo, paraguayo. A pesar de llevar en su frente la marca de Caín y la maldición del gran Libertador de las Américas -por su participación en la legión- estaba dispuesto al sacrificio.

 

VERDUGO DEL PARAGUAY, PERO PARAGUAYO AL FIN

El presidente Jovellanos llegó a saber el sentimiento que albergaba el joven Sosa con respecto al plan brasilero de anexión y, a espaldas del imperio, le proporciona otras instrucciones diametralmente opuestas a las impartidas por el Brasil. Jovellanos escribe a Sosa el 23 de agosto de 1874:

“…En el deseo de remediar en algo los males que aquejan al país, invocando su patriotismo le autorizo a efectuar los tratados con la República Argentina bajo la base de la desocupación inmediata brasilera por más que a ello se opongan las instrucciones oficiales que, como Ud. sabe, han sido redactadas en la legación brasilera. Este paso, por insólito que sea, lo doy Señor Sosa como ciudadano y magistrado, con la conciencia tranquila, pues Ud. no ignora el peligro inminente que corre la independencia del Paraguay” (5)

Sosa a su vez escribe a Jovellanos desde Río:

“…por mi parte, siempre trato de inspirar confianza a estos señores (los brasileros): proceder de otra manera fuera la conducta más inhábil del mundo…Los hombres del imperio están íntimamente persuadidos de que harán de mí lo que quieran, y tan cierto es que ni siquiera me hacen caso y conceden importancia alguna, creyéndome persona de la familia…Ellos son muy patriotas, como buenos brasileros, y todo eso lo hacen en bien de su país. Paguémosle nosotros en la misma moneda conspirando contra ellos y contra sus propias conspiraciones. Como paraguayos habremos cumplido con nuestro deber y no tienen por qué reprocharnos esta conducta, desde que no hacemos con ellos sino exactamente lo que hacen con nosotros.” (6)

En Paraguay, los bandos que aspiraban hacerse con el poder usaron la tirantez existente entre el imperio del Brasil y la república Argentina desde el final de la guerra. La usaron para solventar sus conspiraciones y golpes de estado, la usaron para aferrarse al poder y desplazar a sus adversarios políticos. Dependiendo de sus tendencias estos eran considerados “brasileñistas” o “argentinistas”, pero en realidad no eran tales. Según el historiador José María Rosa no había en Paraguay “brasileñistas” o “argentinistas” sino paraguayos que, si bien se disputaban a muerte el poder político, tenían una aspiración común: desembarazarse de la presencia militar brasilera dado que ella olía mal, olía a anexión; pero para que esto se diera habría que finiquitar la cuestión de límites con la Argentina. (7)

La Argentina pretendía muchísimo, y de hecho, muchísimo se llevó. Pero era eso o nada, pues si esta cuestión se dilataba caía el Brasil con su “protectorado” a fin de “salvaguardar” los “intereses” de los paraguayos y, como dijimos antes, Paraguay como nación se extinguiría.

Los argentinos estaban ofendidísimos por como el Paraguay resolvió su cuestión de límites con el Brasil en 1872, haciéndolo sin su participación. Los brasileros se excusaron diciendo que solo respetaron la voluntad del pueblo paraguayo tratando de potencia a potencia la cuestión de límites. Tal cosa no sucedió; el senado paraguayo aprobó las clausulas del tratado Cotegipe-Loizaga  a libro cerrado.

 

EL ARDID DEL IMPERIO

Ahora bien, el Brasil pretendía que la Argentina resuelva su cuestión de límites con el Paraguay, de potencia a potencia, pero en Río de Janeiro. Ya el lugar era un insulto para los argentinos, pero esto formaba parte del ardid imperial. El imperio esperaba la negativa de los argentinos que se presentaría después como una actitud hostil hacia el Paraguay, actitud que justificaba el plan que tan minuciosamente estaban preparando. Jovellanos hace saber a los argentinos la intención brasilera de finiquitar la cuestión de límites en Río. Como era de esperarse, los argentinos pegan el grito al cielo y piden explicaciones a la legación brasilera en Buenos Aires. Esta actitud, poco prudente, desacredita a Jovellanos ante los brasileros y en consecuencia Jovellanos es invitado a realizar un viaje al Brasil convirtiéndose Juan Bautista Gill (presidente del senado) en el presidente de facto hasta su asunción en noviembre de 1874.

Jovellanos de camino al Brasil toca puerto en Buenos Aires y allí se queda rehusándose a proseguir el viaje. Estando aquí va donde las autoridades argentinas a fin de aclarar el estado de cosas. Habla con el ministro de relaciones exteriores Tejedor; el presidente Sarmiento terminaba en octubre de ese año (1874) su mandato. Tejedor era uno de los hombres más intransigentes en el momento de exigir para la Argentina territorios paraguayos sobre los que la Argentina no tenía documentación alguna. En este afán, él había exigido a Mitre en 1873 que se imponga sobre quien fuera a fin de anexar para la argentina Las Misiones y los territorios que van desde el Bermejo (al sur) hasta Bahía Negra (al norte). Hasta a Mitre le resultó exagerada esta pretensión y escribe una carta a Tejedor diciéndole que es perjudicial para la Argentina reclamar territorios que legalmente corresponden al Paraguay. Esta carta fue publicada en un periódico porteño afín a Tejedor en un contexto de puja política, hasta si se quiere, ajeno a los problemas territoriales paraguayo-argentino, pero que después resultara de vital importancia para el Paraguay.

En plena guerra civil argentina, Avellaneda asume la presidencia y Tejedor, antes de entregar el ministerio de relaciones exteriores, lo pone al tanto del supuesto plan de anexión que maduraba el imperio del Brasil. Ante esto Avellaneda decide nombrar al mismo Tejedor como encargado plenipotenciario de modo a tratar en Río las cuestiones de límites con Paraguay. A Tejedor no le quedaba otra que fiarse de lo manifestado por Jovellanos e ir a Río; allí hablaría secretamente con Sosa sobre los términos del tratado. (8)

 

EL TRATADO SOSA-TEJEDOR

En abril del año 1875 Tejedor llega a la capital del imperio (Río de Janeiro) y percibe en el ambiente el aire confiado del gabinete brasilero encabezado por Rio Branco. Los brasileros saben que las pretensiones argentinas son exageradas y al ver a Tejedor, máximo exponente de dichas exageraciones, creían que el margen de una segura victoria se ampliaba. En el imaginario brasilero se dibujaba, sin dudas, un Tejedor pertinaz, no dando brazo a torcer en ningún punto y, con aire alzado, reclamando lo que él consideraba irrenunciable. Se lo imaginaban seguramente furibundo, lanzando miradas desdeñosas, gestos amenazadores, alzando desmesuradamente la voz a su tímido y joven interlocutor que achicado por tal despliegue de intransigencia y altanería correría buscando refugio bajo el manto de Rio Branco suplicándole, en nombre del pueblo paraguayo, ser protegido de la codicia argentina. Entonces, “el mejor amigo de los paraguayos”, una vez más, contentaría a sus “amigos” protegiéndolos y defendiéndolos hasta las últimas consecuencias, incluso si estas desembocaran luego en un conflicto armado contra los argentinos.

Sin embargo, Sosa y Tejedor ya se han encontrado secretamente y las cartas fueron echadas de ante mano. Paraguay perderá mucho pero ganará su independencia. Esta era la única carta que le quedaba y por eso escribe Sosa al presidente Gill el 17 de mayo de 1875:

“El tratado que está a punto de celebrarse no será de la aprobación de los hombres de estado del imperio, pero a no dudarlo lo aprobará el pueblo paraguayo y también su gobierno si tiene el coraje de independizarse de la fatal influencia que pesa sobre él como una atmósfera de fuego…influencia que prepara una guerra tremenda y la absorción de nuestro país”. (9)

Llegó finalmente el día de las negociaciones y los brasileros, confiados de otra sonada victoria diplomática, reciben a las partes. Tejedor, ciñéndose a la altura de las circunstancias, se muestra ceremonioso y Sosa, a pesar de su juventud y de su aparente postergado sitial en las negociaciones, se convertirá, sorpresivamente, ante los estupefactos ojos de sus amos, en piedra fundamental del tratado. Como esperaban los brasileros, con Río Branco a la cabeza, las condiciones expuestas por Tejedor suenan extremadamente injustas y exageradas. Estos Intervienen, de hecho, en defensa del Paraguay acotando que tales reclamos nunca podrán ser aprobados por el pueblo paraguayo. Entonces Sosa toma la ocasión y requiere a los anfitriones si ellos apoyarían la postura paraguaya sin importar cual fuera su naturaleza. El rol jugado por el imperio en esa circunstancia arranca de Río Branco un “sí” instintivo. Tras este asentimiento Jaime Sosa asesta el golpe que empalidece a los dueños de casa; Jaime acepta la propuesta de Tejedor con la tácita condición del inmediato retiro de las tropas de ocupación brasilera del territorio paraguayo. Tejedor, sonriendo socarronamente, responde de manera afirmativa  y Sosa con aire distraído se pone a  dibujar en un papel los futuros límites paraguayo-argentino.

El secretario de Río Branco no puede creer la escena y piensa que Sosa se ha equivocado. Se levanta impetuosamente de su silla para llamarle la atención pero Sosa, absorto como estaba dibujando los límites, no le presta atención. El secretario sonrojado, tose nerviosamente componiendo la voz y, como el resto de sus compañeros de causa, se sienta con aire resignado. Se firma así el 20 de mayo de 1875 el tratado Sosa-Tejedor.

 

UN GOLPE MORTAL

Los brasileros, naturalmente, intentan reaccionar. El gabinete de Río Branco es obligado a dimitir tras la derrota y en su reemplazo se encumbran Cotegipe y Caxias en la cartera de relaciones exteriores. En Asunción los brasileros presionan a través de Pereyra Leal y logran arrancar del gobierno paraguayo el castigo para Sosa Escalada; el joven es declarado “traidor a la patria” solicitándose, en consecuencia, su inmediata extradición. Jaime Sosa, sin embargo, logra huir a la Argentina y toma residencia en ese país.

Uno imaginaría que lo ocurrido en Río entre Sosa y Tejedor podría haber sido fácilmente resulto por el imperio presentando a Sosa como traidor, dado que este actuó en contra de sus instrucciones diplomáticas, dilatando el tiempo mediante la entrega “errónea” de los ejemplares del tratado (El de Asunción fue a Buenos Aires y el de Buenos Aires a Asunción) para así resolver este menester. De hecho así lo hicieron, porque cuando el enviado argentino un tal Rocha, llegó a Asunción con el ejemplar paraguayo del tratado, el presidente Juan Bautista Gill ni siquiera quiso recibirlo, pues en el ínterin los brasileros ya habían arrancado de los paraguayos la invalidez de dicho tratado y el carácter forajido de Sosa.     

Sin embargo, en 1875-76 la situación del Brasil no era como la de años anteriores. Una crisis financiera tremenda zarandeó al imperio ocasionándole el cierre de uno de sus principales bancos, el de Mauá, acreedor arquetipo de la maquinaria expansionista de Pedro II. Además, la Argentina se reponía financieramente después de la guerra civil. En tales circunstancias Brasil no podía oponerse diplomática y militarmente a los términos del tratado Sosa Tejedor, términos largamente aceptados por los argentinos. En Paraguay, como dijimos antes, no había “brasileñistas” y apenas Gill pudo zafarse de la presión imperial facultó a Facundo Machaín, ministro de relaciones exteriores del Paraguay, a ratificar con Bernardo de Irigoyen su homólogo argentino, lo que Sosa y Tejedor habían fraguado en Río mese atrás.

En otras palabras, el Brasil nunca se pudo reponer del oportuno mazazo que le propinara Jaime Sosa Escalada a expensas de su buen nombre y de una “brillante carrera política”. 

Se firmó así, el 3 de febrero de 1876 el tratado definitivo de límites entre el Paraguay y la Argentina adjudicándose el país del Plata las Misiones, los territorios desde el Bermejo al Pilcomayo, quedando Villa Occidental sometido al arbitraje del presidente de los Estados Unidos (R. Hayes), y los brasileros abandonaron finalmente el país el 22 de junio de 1876 después de 7 años de ocupación militar. (10)

Mucho territorio perdió el Paraguay, pero gracias a esta pérdida evitó otro conflicto internacional que probablemente hubiera terminado con la absorción de nuestro país. Sin embargo, la independencia ganada, lastimosamente, no significó la recuperación económica y, sobre todo, moral del Paraguay. La lucha por el trono de los López dividió a los actores políticos que se desangraron en interminables luchas. Los pocos paraguayos que quedaron deambulaban huérfanos, sumidos en la más absoluta miseria, viendo como después eran desalojados de las tierras que labraron toda la vida cuando la política de Bernardino Caballero, avalada por la constitución liberal del 10 de diciembre de 1870, vendió, al mejor postor, las tierras públicas; pero esta es otra historia, como tantas otras que deberán ser tratadas si como paraguayos sentimos el deseo de evolucionar hacia el modelo ideal de una sociedad civilizada y sobre todo humana.



NOTAS

Cf. ROSA J.M., “La Guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas”, Hyspamérica Ediciones Argentinas, Buenos Aires 1986. Pag. 20-22

Cf. CRISTALDO DOMINGUEZ C., “La Guerra Contra la Triple Alianza 1864-1870 1ra parte”, El Lector – ABC Color, Asunción Paraguay. Pag. 76-84

Cf. ROSA J.M., “La Guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas”, Hyspamérica Ediciones Argentinas, Buenos Aires 1986. Pag. 287 ss

Cf. Idem

Cf. ROSA J.M., “La Guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas”, Hyspamérica Ediciones Argentinas, Buenos Aires 1986. Pag. 291.

Cf. ROSA J.M., “La Guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas”, Hyspamérica Ediciones Argentinas, Buenos Aires 1986. Pag. 293.

Cf. ROSA J.M., “La Guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas”, Hyspamérica Ediciones Argentinas, Buenos Aires 1986. Pag. 291 y GOMEZ FLORENTIN C., “El Paraguay de la Post Guerra 1870-1900”, El Lector – ABC Color, Asunción Paraguay. Pag 31

Cf. ROSA J.M., “La Guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas”, Hyspamérica Ediciones Argentinas, Buenos Aires 1986. Pag. 292

ROSA J.M., “La Guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas”, Hyspamérica Ediciones Argentinas, Buenos Aires 1986. Pag. 293

Cf. ROSA J.M., “La Guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas”, Hyspamérica Ediciones Argentinas, Buenos Aires 1986. Pag. 295 ss






BIBLIOGRAFIA DE APOYO

ROSA J.M., “La Guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas”, Hyspamérica Ediciones Argentinas, Buenos Aires 1986.

CRISTALDO DOMINGUEZ C., “La Guerra Contra la Triple Alianza 1864-1870 1ra parte”, El Lector – ABC Color, Asunción Paraguay.                                                                     

MENDOZA H., “La Guerra Contra la Triple Alianza 1864-1870 2da parte”, El Lector – ABC Color, Asunción Paraguay.

GOMEZ FLORENTIN C., “El Paraguay de la Post Guerra 1870-1900”, El Lector – ABC Color, Asunción Paraguay.

 

Fuente: Documento facilitado por el Autor

Registro de obra en Portalguarani.com: Julio 2013

 

 

 

 

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HISTORIA
HISTORIA DEL PARAGUAY (LIBROS, COMPILACIONES,
GUERRA
GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA (BRASIL - ARGENTI



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Catalogado en artes visuales o exposiciones realizadas
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