HOMBRE SECRETO
	(1950-1953)
	Poesías de
	(Enlace a datos biográficos y obras
	en la GALERÍA DE LETRAS del
	
	.
	PALABRAS DEL HOMBRE SECRETO 
	     
	   Hay un grito de muros hostiles y sin término;
	          
	hay un lamento ciego de músicas perdidas;
	hay un cansado abismo de ventanas abiertas
	hacia un cielo de pájaros;
	hay un reloj sonámbulo
	que desteje sin pausa sus horas amarillas,
	llamando a penitencia y confesión.
	 
	Todo cae a lo largo de la sangre y el duelo:
	mueren las mariposas y los gritos se van.
	 
	¡Y yo, de pie y mirando la mañana de abril!
	¡Mirando cómo crece la construcción del tiempo:
	sintiendo que a empujones
	me voy hacía el cariño de la sal marinera,
	donde en los doce tímpanos del caracol celeste
	gotean eternamente los caldos de la sed!
	 
	¡Dios mío! -Si no quiero otra cosa
	que aquello que ya tuve y he dejado,
	esas cuatro paredes desnudas y absolutas;
	esa manera inmensa de estar solo, royendo
	la madera de mi propio silencio
	o labrando los clavos de mi cruz.
	 
	¡Ay, Dios mío!
	 
	Estoy caído en álgidos agujeros de brumas.
	Estoy como un ladrón que se roba a sí mismo;
	sin lágrimas; sin nada que signifique nada;
	muriendo de la muerte que no tengo;
	desenterrando larvas, maderas y palabras
	y papeles vencidos;
	cayendo de la altura de mi nombre,
	como una destrozada bandera que no tiene soldados;
	muerto de estar viviendo de día y en otoño,
	esta desmemoriada cosecha de naufragios.
	 
	Y sé que al fin de cuentas se me trasluce el pecho,
	hasta verse el jadeo de los huesos, mordidos
	por los agrios metales de frías herramientas.
	Sé que toda la arena que levanta mi mano
	se vuelve, de puntillas, irremisiblemente,
	a las bodegas últimas
	donde yacen los vinos inservibles
	y se engendran las heces del vinagre final.
	 
	¡Cuánto mejor sería no haber llegado a tanto!
	No haber subido nunca por el aire de Abril,
	o haber adivinado que este llevar los ojos
	como una piedra helada fuera lo irremediable
	para un hombre tan triste como yo!
	 
	Dios mío: ¡si creyeras que blasfemo,
	ponme una mano tuya sobre un hombro
	y déjame que caiga de este amor sin sosiego,
	hacia el aire de pájaros y la pared desnuda
	de mi desamparada soledad! 
	.
	(En Buenos Aires, 
	a 29 de diciembre de 1951)
	
	.
	TU NOMBRE SOBRE EL MURO 
	.
	Para el nombre y el hombre Paul
	Eluard. Para el hombre infinito que
	vivió en él. Para la vida sin término
	que vive en su nombre.
	.
	I
	 
	   ¿Cómo hacer para verte
	acostado en la tierra, desde hoy y para siempre?
	¿Desde qué primavera de flores infinitas
	nos estarás mirando con tus ojos de luz
	y tu pecho
	de capital altura?
	Ayer nomás estaba moviéndose entre vértigos
	de lutos y vejámenes, todo el aire de Francia;
	estaba todo lleno de ángeles transparentes,
	todo lleno de Pablos luchadores.
	Estaba allí el de España, vestido de rocío,
	con su pólvora amarga, con sus limones verdes;
	con sus rostros divididos
	y sus metales hondamente fundidos en la arcilla.
	Estaba allí el de América, nuestro Pablo más alto,
	todo crucificado de mineral y Chile;
	y estabas tú, Paul Eluard,
	el hombre total, francés del universo,
	el más Pablo de todos.
	Y hablabas y cada uno de tus pequeños pájaros
	cruzaba el horizonte y encendía una estrella
	y la noche del hombre se arrodillaba y moría,
	frente al fuego magnético de tu luz boreal.
	 
	II
	 
	Estaban floreciendo los naranjos de España,
	flores de antigua sangre;
	y tú, desde la dulce medida de tu pecho,
	te arrancaste un duro fusil de miliciano;
	un fusil infinito de balas infinitas,
	que mataba a la muerte.
	Y otro día, cuando los verdes prados
	granaban en furiosas cosechas de ensangrentados cereales;
	cuando el gas y las bombas y el humo y el uranio
	quemaban todo el polen y las hojas y el tallo
	de la definitiva madera de los hijos de Dios,
	tú, Paul Eluard,
	con tu mirada-Eluard y con tu voz-Eluard,
	te asomaste al estrago.
	Y cuando los ángeles de la venganza
	te pidieron tu cuota;
	cuando te reclamaron los ojos y las frentes
	y las gargantas mudas,
	y las pobres garras calcinadas,
	y las ametralladoras y los gritos
	de los ajusticiados por tu mano,
	tú señalaste el muro; mil muros;
	todos los muros de París y de Francia
	y del mundo.
	Y allí estaba tu firma: ese día te llamabas:
	«Eluard-la liberté».
	 
	III
	 
	Ayer, una criatura, hija clara del alba,
	te buscaba, Paul Eluard:
	te buscaba, para hablarte de amor.
	Era un día de flor perenne, de perfumes ciegos,
	en que nadie debería morir.
	Te golpeaba la puerta, sacudiendo los arcos de tu jardinería;
	probaba con ingenuas ganzúas tus firmes cerraduras
	y escudriñaba las rendijas de tus paredes,
	buscándote, preguntando por ti.
	Alguien le había pasado
	una pequeña esquela con un mensaje tuyo,
	escrito con minúsculas azules y con pulso de fiebre:
	«si buscas al Amor, buscas a Paul Eluar...»
	Recuerdo, hace unos años, cuando desde mi patria,
	mi Paraguay de sueños, azúcar y agonía,
	veíamos volverse tinieblas la mañana...
	Recuerdo cuando el aire oreaba la sangre
	recién desparramada sobre la tierra ardida,
	de Oradour y de Lídice...
	Recuerdo lo que estabas haciendo,
	porque cuando llevábamos la cabeza a la almohada,
	llegaba a nosotros los confundidos ecos
	de las crepitaciones de leños y esqueletos
	estallando entre el fuego...
	Pero en la noche ciega,
	alguien que no dormía levantaba su lámpara,
	y la luz cariñosa del aceite prohibido
	alumbraba las palabras inmensas:
	«Allons, enfants de la Patrie,
	le jour de gloire est arrivé...»
	Ese pastor nocturno de la libertad,
	80
	era la dignidad del hombre y se llamaba:
	Paul Eluard.
	. 
	(En Buenos Aires, 
	a 3 de agosto de 1953)
	
	.
	ASÍ...
	 
	   Dejo aquí, en tus umbrales,
	mi corazón inaugurado; mi voz incompatible;
	mi máscara y mi grito y mi desvelo;
	todos los carozos desnudos, roídos de intemperie;
	todo lo que decae como un pétalo seco
	en los vencidos días de otoño.
	 
	Hoy quiero verlo todo desde dentro;
	todo el hilván y el esqueleto de sostén;
	toda la utilería;
	los telones y relieves prolijos del sueño.
	Hoy recorro los acontecimientos
	como quien navegara a lo largo de la miga cariñosa
	de un pan
	y saliera, de golpe, a flor de costra,
	en llegando a la ciega corteza
	apoyado en carbones de próximos diamantes.
	Así, ejecutado y prolijo,
	con la corbata puesta y los zapatos en su sitio:
	como un muerto que espera el turno de su leño.
	 
	Así.
	Porque es hora ya de irse preguntando:
	¿A qué tanto jadeo y tanto andar a pie,
	con la corbata puesta al revés,
	y el corazón al aire, allí,
	justo sobre las coyunturas desangradas
	y los dedos haciéndole señas al Dios de nadie?
	¿A qué los ojos cayéndose de tanto ver osamentas [216]
	y los párpados, ardiendo
	sobre el aire podrido de un tiempo miserable?
	 
	Bueno: dejo aquí, en tus umbrales,
	mi corazón de arena; mi voz toda desecha
	y mi máscara rota y mi mano sin horóscopos,
	sin huellas saturnales de lunas muertas;
	todo aquello que amé;
	todo aquello que pudo ser un canto y es solamente
	desprendido terrón de cementerio.
	 
	Tómalos todavía: colócalos
	en un hondo nivel de marineros descansos;
	ponles un grano de sal sobre las órbitas;
	ponles una flor marchita en los ojales...
	Llámalos a esa muerte que tú no desconoces
	y entrégalos a la dulce vocación de los pájaros
	que emigran hacia el Sur...
	Y no los nombres nunca, si no es para amarlos
	en recuerdo, en piedad, en dulzura de tarde quieta
	-como quien acunara la cabeza de un infante sin madre-,
	Así. 
	.
	(1953).
	 
	 
	.
	Edición, introducción,
	bibliografía y hemerografía 
	Editorial EL LECTOR, 1999 
	Amplio resumen de autores y obras
	de la Literatura Paraguaya.
	Poesía, Novela, Cuento, Ensayo, Teatro y mucho más.