PortalGuarani.com
Inicio El Portal El Paraguay Contáctos Seguinos: Facebook - PortalGuarani Twitter - PortalGuarani Twitter - PortalGuarani
FRANCISCO PÉREZ MARICEVICH (+)

  LA SALAMANCA - Relato de FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH


LA SALAMANCA - Relato de FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH

LA SALAMANCA

Relato de FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH


El que le conoció fue mi abuelo y un tío, mayor de mamá, de nombre Don Tolentino.

Ellos vivían con mi abuelo, en un paraje cercano a Pirayú, por que allí tenía su casa mi abuelo. Yo nunca conocí ese paraje, pero mamá, mientras vivió, hablaba siempre de él y de lo que allí había pasado. En reali­dad, no es que yo no conocí ese paraje porque no haya vivido allí, sino que ya no recuerdo nada de él. Lo que recuerdo son cosas que pasaron allí y que las recuerdo como cosas contadas. No es lo mismo vivir y acordarse de lo vivido que recordar lo contado. Si a mí me pasa­ron esas cosas no los recuerdo así, como mías, sino que me acuerdo de ellas como palabras sobre mí. No sé si voy diciendo bien lo que digo, porque ya tengo muchas cosas enredadas en la cabeza y a veces ya no sé cuál de ellas está primero y cuál le sigue. Te pido por eso que, como estamos ya de camino, me escuches lo que te voy diciendo, porque, escucharme bien, las cosas al decirlas se aclaran.

Todo lo vivido sigue dentro de nosotros, pero sigue muy a oscuras. Hablar es como encenderlas al alumbrar­las con la llamita de la vela que se encuentra en nuestra memoria. Esto que te digo lo decía mi abuelo, ya viejito. Me decía que no éramos los dueños de lo que cada uno sabía. Que lo que sabía era de todos venia de muy lejos y era necesario contarles a los más chicos para que les sirva de guía para entender la vida. Me decía, por ejemplo, que nadie podía saber lo que es el fuego ni hablar de él antes de quemarse. Lo que nos pasa es lo que sabemos, me decía. Por eso hay que escuchar y aprender de la ex­periencia de los mayores, para tenerlas siempre en cuen­ta, para seguirlas si son ciertas, o para evitarlas si están erradas o porque ya no sirven para vivir.

Suelo a veces, volver a soñar un sueño, me ocurre casi siempre cuando se prepara una tormenta. ¿Me ocurrió o no me ocurrió lo del sueño? No lo sé. Lo que en mi sueño veo es un novillo negro , salvaje, un sagua’a fu­rioso, que atropellando la alambrada viene sobre mí, Al verlo me asusto de tal modo que salgo gritando hasta caerme en un pozo y vienen los cuernos del animal, largos y agudos, claveteándose en el suelo, sin alcanzar a herirme.

Hasta ahí es un sueño y luego todo se borra. Lue­go vuelve a aparecerme mucho después, como esta vez, el pasado miércoles de madrugada que me despertó y me sentí tan perdido, tan desareado, como si estuviera volviendo del pasado. Nunca sé cuándo va a volver a venirme el sueño que ya creo que, por las tantas veces que vino, es porque algo me está queriendo decir. O me está queriendo mostrar. No sé si será por eso por lo que estoy yéndome después de tanto tiempo.

Yo también ya tengo mis años, pero no tanto como tenía mi abuelo cuando contaba sus cosas, El andaría ya por sus noventa años en este mundo, a veces se olvidaba de las cosas que estaba contando, y me preguntaba si sobre qué estaba hablando. Yo le contestaba diciéndole dónde se había quedado en lo que relataba. Y entonces el abuelo se reía un cachito y continuaba. De esa ma­nera yo aprendí muchas cosas y son las que ahora te estoy contando, no todas todavía, porque de todas no puedo acordarme, pero ya te las iré contando a medida que viajemos. Se vive mucho y por mucho tiempo, y se cuenta toda la vida recordada en pocos minutos. Y así nos parece nuestra vida tan corta.

Tío Tolentino era más callado que el abuelo pero también tenía muchas cosas suyas que contarme. Y lo hacía también, como el abuelo, a la tardecita, queman­do bosta de vaca para alejar los mosquitos. Yo vivía con ellos después de la muerte de mamá y había una machú que ayudaba en la casa. Era gorda y no muy vieja y nin­guno de sus muchos hijos vivía con ella. Pero ahora no sé por qué te estoy contando esto. Seguro que ya estoy aburriéndote mucho, sentando sobre nuestra matula es­perando el tren.

Este viaje yo tenía que hacerlo ya hace mucho. Pero no lo hice. ¿Por qué? Ahora pienso que porque uno tiene miedo de volver. El pasado es peligroso. Es un caruguá, esa tierra movediza que traga cuanto se le pone el pie encima, cristiano o animal. O como la salamanaca. ¡La salamanca!

Sí, qué llena de misterio nos pueba. Ahí estaba la sa­lamanca, y el guapo`y de Vitó. Yo quería recordar de eso y contártelo. Y volver a verlos, si es posible. ¿Sabés que yo no conocí a Vitó? Y esperá que te cuento. Era muy chico entonces. El abuelo Josías y tío Tolentino fueron quienes conocieron a ese tipo raro. Parecía ser un capanga de la profetisa del Cerro Verde. Toda la gente de la comarca y de mucho más allá se anotició de la presencia de la profetisa, que Vitó decía que era Santa, porque hacía milagros de muchas clases. La pro­fetisa, vestida toda de negro y con un largo manto que le bajaba de la cabeza, decía que estaba por llegar el fin del mundo y que sus signos o señales eran las pestes, las sequías, las langostas que devoraban lo poco que se sembraba, los grandes temporales, y la extraordinaria nube luminosa que cubría el cielo de horizonte a hori­zonte con una pequeña cabeza que brillaba en lo alto y que la mujer mostraba, decía mi abuelo, como la gran señal del fin del mundo y que con la mano alzada decía que todo estaba en el libro de las profecías de Desiderio y Electo, pero que nadie más pudo volver a ver nunca. Mi abuelo me contó que estuvieron a punto de llevarme en la peregrinación de mujeres y viejos que se juntaron para escucharle decir lo que decía. Y bueno, parece que a la mujer la vinieron a llevar poco después diciendo que estaba loca. Y la verdad que nunca más apareció por allí y nadie escuchó más nada de ella, lo mismo que del gran cometa que se perdió en el cielo de a poco, como apagándose como un candil. Te estaba por decir que viniendo un día tío Tolentino desde Paraguarí por una senda, vio a la izquierda de un cerro del que gotea­ba agua muy fresca, una salamanca abierta en la tosca colorada de la que nunca había oído hablar. Se le acer­có para mirar bien y vio que la salamanca comenzaba como a pique, cerquita de donde se alzaba un enorme guapo`y. Nosotros sabemos que el guapo`y es un árbol que se comió a otro árbol, como la salamanca es un principio que se come a la tierra que hay alrededor.

La salamanca ya había matado mucha gente extra­ña. Era gente que ignoraba que estaba allí, abriendo la boca para tragarse lo que viniera, especialmente cuando había tormenta. La gente se iba hacia el guapo`y para guardarse de la lluvia y el raudal los arrastraba hasta la salamanca que los tragaba. Con la cabeza destrozada por la tosca brava y puntiaguda aparecían después lejos de la boca de ese gran pozo furioso que rezongaba bajo la lluvia.

De chico escuché muchas veces contar lo que se decía podía oírse en la salamanca las noches de viernes o de sábado, ya no me acuerdo bien. Algunas de esas cosas todavía las recuerdo y hasta he soñado con ellas muchas veces, pero no eran como el sueño ese en el que veo al novillo negro; Be esos otros sueños me despertaba su­dando y como de regreso de otro mundo. Sentía como que me recorriese un frío grande todo el cuerpo. Y ya ni podía dormir más. Pero hace mucho tiempo que no las he vuelto a soñar. Esos sueños tenían que ver con las creencias como las que te voy a contar. Ahora po­dés reírte de ellas. Pero antes nos llenábamos de miedo cuando escuchábamos decir que ahí abajo estaba el dia­blo sentado en un tronco negro, dirigiendo o hacién­dose rezar a sí mismo la misa negra. Entonces rezaban el Padrenuestro y el Credo al revés, llenos de groserías, mientras bebían la sangre de un animal, decían que ga­llo negro o un gato, o también la de un niño pequeño robado por una bruja quien lo traía pasada la mediano­che volando en un palo.

¿Te estoy cansando? ¿No? Porque creo que me repito mucho. O si no que salto cosas que es necesario que refiera para entender la razón de lo que después voy di­ciendo. Me olvido, sabés, Doy por sabidas las cosas que después de todo yo solamente sé, porque allí estuve o porque me la contaron hace mucho tiempo. Yo sí creo que lo que contamos, así sea nos hayan ocurrido o que sólo las conocemos por haberlas escuchado a otros, van como dejando partes que se nos pierden del recuerdo pero que después salen como esos pescados que saltan en el río sin que nadie se lo espere y reaparecen de golpe. Y nos dejan pensando extrañados.

Ya te recordé de Vitó, ¿verdad? Vuelvo a decirte que yo nunca le conocí así en persona, pero lo recuerdo como si lo hubiera visto por lo mucho que me contaron de él. Contaban que había peleado en la revolución del 90 y mi abuelo lo volvió a ver con la profetisa, cosa que no le extrañó por lo especial que parecía ser Vitó.

Con la desaparición de la mujer también desapare­ció Vitó, hasta que un día se lo vio que había ocupado el gran agujero que había en el tronco del guapo`y, el que estaba cerca de la salamanca. No hablaba mucho, decían, y de que era un hombre vigoroso, con melena y barba muy crecida, como San Onofre.

Durante la noche Vitó mantenía siempre encendido un lampiu. La luz guiaba en la oscuridad a la gente que, si no se asustaba, podía llegar hasta allí en la noche.

Era lo mismo que la gente que andaba por necesidad por allí viniera a pie o a caballo, porque ponían atención por donde caminaban y no irían a caerse en la salaman­ca, que con cada gran lluvia agrandaba más la boca.

Como la de la gente que no se puede atajar y así se decía que porque Vitó era como un santo cazando y co­miendo las frutas de los árboles para conseguir alimen­to, muchas mujeres de los alrededores le tenían lástima y así le llevaban queso y cecina, además de chipa de al­midón y de maní cuí que coma porque tardó en hacerse de una capuerita. Y decía tío Tolentino, que era tentón, que aparecieron muchos Vitó’í por la comarca después de esas projimidades.

Cuando me contó esto tío Tolentino, el abuelo ya estaba muy viejo y mezclaba muchas cosas en lo que decía. Ya andaba muy caduco, pero aún así yo podía imaginarme muchas cosas de las que contaba. El abuelo miraba fijamente casi sin mover los párpados a un lugar indefinible como si fuera ciego. Y hablaba muy despa­cito. Tío Tolentino, que lo entendía no sé cómo, me decía que el abuelo estaba hablando en Biblia de Vitó y que en ese momento maliciaba que Vitó encendía su lampiu por miedo. Miedo a qué, le pregunté yo enton­ces hablándole muy cerca del oído. Y ahí sí le escuché que respondió en una voz cansada: “a todo”. Y cuando unos días después le pregunte quién era Vitó, el abuelo me respondió que no sabía quién era Vitó. “El barbudo del guapo’y”, le grité al oído, pero el abuelo se quedó ca­llado mirándome como confundido. Tío Tolentino me dijo entonces, retirándome de al lado del abuelo, “Vitó ya se le murió en la cabeza”.

¿Te dije ya que el abuelo habría tenido razón al ma­liciar al miedo de Vitó? Claro que no debió haber sido un miedo cualquiera, como el que tenemos todos. Por ejemplo, no miedo a las víboras, porque esas se matan y cuando uno tiene acostumbrado los ojos a la oscuridad las ve venir arrastrándose con sigilo pero justo para el machetazo. Era otra laya de miedo. ¿Alguna vez fuiste por el monte solo? Ya me parecía. Bueno, entonces no conocés esa clase de miedo, que es el verdadero miedo, porque no sabés en realidad a qué tenés miedo. Es como si de repente te echas encima un poncho frío y peludo que te llena de terror porque hasta la luz del muá o cual­quier palito seco que se cae o se rompe al pisarlo te hace saltar el corazón y te cierra la garganta.

La verdad es que nadie sabe por qué tenemos miedo a lo que ya se sabe que ésta ahí. Algo en uno parece que sin darnos cuenta recuerda lo que ninguno puede decir qué es: si animal, si humano, si espíritu. Yo no tengo miedo para andar de día por cualquier parte. Si, tam­bién por el cementerio y lo hice hace tiempo estando de centinela frente al portón de uno. Pero de noche, no. De noche, y lo digo sin vergüenza, de noche se me llena la cabeza de esos seres peligrosos, como “Lasánima” y eso. Claro, si es que estoy solo, porque en compañía cruzo cualquier lugar a la hora que sea. Y sí, por necesi­dad he entrado en el monte o andado por caminos soli­tarios a cualquier hora de la noche. Pero a pesar de que lo dominaba, me entraba miedo, que es como un tigre: mirándolo de frente se lo amansa. Creo que alguna vez te enseñé las oraciones que hay para superar el miedo cuando estás en un trance difícil como pasar por de­siertos o lugares maléficos, como grandes descampados cubiertos por paja brava o por carrizales desconocidos.

Cómo tarda ese tren. Es extraño que no haya llegado todavía. Nosotros tenemos que ir a Paraguarí. Como a dos o tres kilómetros de la Estación hacia Piribebuy está el lugar a donde quiero ir. Por ahí estuvo, según re­cuerdo que contaba tío Tolentino, el guapo’y de Vitó y el gran viborón de la salamanca. Como te dije, ¿te dije, verdad?, yo no conocí nunca ni el guapo’y, ni a Vitó ni a la salamanca. ¿Y por qué me voy? Acaso sea por muchas razones. O por una sola, no lo sé. ¿Sabe la gente la razón de por qué hace lo que hace, siempre? ¿Lo sabe? ¿Vos sabés? ¿Por qué estás aquí a mi lado, sentado sobre esa matula? ¿Que porque tenés que estar? Yo también, por­que tengo que irme, me voy. ¿Que me lleva? No sé si es el novillo negro del sueño, no sé si la memoria de Vitó, no sé si algo que olvidé y recién lo sabré cuando esté ahí adonde voy. Ahí lo sabré: de eso estoy tan seguro como de que te estoy hablando a la espera del tren que me llevará. Hay una voz muy dentro de mí que me está llamando, y estando adonde me lleva la voz reconoceré para lo que me lleva.

Ya sé que estás pensando que estoy loco. Pero no. No estoy ido como el abuelo parecía estar, sino que estoy en mis cabales y mucho más despierto que de costumbre. Comprendo que te sientas extrañado de lo que me escu­chas decir. ¿No te ocurrió alguna vez que te encontraste caminando hacia un lugar sin saber para qué, como si fuera un sueño? Hay impulsos que uno siente y que lo llevan y que no se pueda explicar lo que eso sea. La vida es rara y el hombre es aún más raro todavía. Eso es lo que siento para venir aquí. Bueno, para irme allá. Te agradezco mucho que me acompañes. Ya verás que alguna vez recordarás esto y acaso le llegues a contar a tus hijos y a tus nietos. Eso es lo que somos: contando las cosas que sabemos pasándoselas a los que nos siguen en la vida como si fuera una piola de la que agarrarse para transponer zanjas o salamancas y pasar adelante. Y lo raro es que a veces lo que contamos a los demás no vi­mos. Hay mucho de sueño y aún pesadillas en todos no­sotros, porque de ellos está hecho el hombre y su vida.

¿Estás escuchando venir al tren? Porque hoy es el día en que tiene que pasar. En realidad, hace mucho tiem­po que no viajo en tren. Como sabés salgo poco y más tiempo paso sentado en el sillón leyendo diarios viejos. Desde él miró el patio y me divierto de lo que allí pasa. Me alegro con los pájaros, a algunos les he puesto nom­ bres, y observo el cuidado que pone el gallo en atender a las gallinas, reuniéndolas a comer de lo que haya encon­trado. Esas cosas me divierten y me hacen pensar. Lo que pasa en el mundo, aunque sea un espacio tan chico como un patio, está lleno de misterio y lleno de ense­ñanzas. De ahí sacamos la sabiduría. Nunca lo olvides. El saber de las cosas es más útil y necesario, pero no nos da paz, nos inquieta, porque siempre necesitamos más cosas. El hombre es voraz y perpetuamente insatisfecho.

Escuchame: Sí que tenés razón, yo no digo que adon­de quiero ir todo esté igual. No puede estarlo. Pero esté como esté, a mí me dirá lo que quiero saber. No te rías, aunque te parezca alocado o cómico lo que digo.Ya lo entenderás, estate seguro. Lo que busco es como regre­sar al fondo de donde se vino. Claro, el guapo’y se ha­brá secado. ¡Hace ya tanto tiempo! Pero no se trata del guapo’y ni de la salamanca que fue rellenada por prisio­neros de guerra para dejar pasar una ruta. Yo sabía esto y sigo sabiéndola. Pero a pesar de los cambios, a pesar de todo, algo tiene que haber ahí que tiene una respuesta para mí. No todo se acaba con el fin de las cosas. En mi memoria, aunque no los vea, están el guapo’y y la sala­manca. Yo quiero ir hasta ellos porque su memoria está en mí tan viva. Por eso quiero ir, para devolverles a su lugar, porque las cosas tienen que volver de otra forma, transfiguradas.

Pero ¿Cuándo va a llegar ese tren? Ni siquiera escu­cho nada. Y ya estamos siendo borrados por la obscuri­dad de la noche.

¿Llegará ese tren, verdad?

 

 

ENLACE INTERNO A ESPACIO INTERNO DEL DOCUMENTO FUENTE


(Hacer click sobre la imagen)


SEP DIGITAL - NÚMERO 6 - AÑO 1 - DICIEMBRE 2014

SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY/ PORTALGUARANI.COM

Asunción - Paraguay

 

 

 

 

ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA


(Hacer click sobre la imagen)






Bibliotecas Virtuales donde se incluyó el Documento:
LIBROS,
LIBROS, ENSAYOS y ANTOLOGÍAS DE LITERATURA P



Leyenda:
Solo en exposición en museos y galerías
Solo en exposición en la web
Colección privada o del Artista
Catalogado en artes visuales o exposiciones realizadas
Venta directa
Obra Robada




Buscador PortalGuarani.com de Artistas y Autores Paraguayos

 

 

Portal Guarani © 2024
Todos los derechos reservados, Asunción - Paraguay
CEO Eduardo Pratt, Desarollador Ing. Gustavo Lezcano, Contenidos Lic.Rosanna López Vera

Logros y Reconocimientos del Portal
- Declarado de Interés Cultural Nacional
- Declarado de Interés Cultural Municipal
- Doble Ganador del WSA