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Sociedad de Escritores del Paraguay SEP
  SEP DIGITAL - NÚMERO 6 - AÑO 1 - DICIEMBRE 2014 - PORTALGUARANI.COM


SEP DIGITAL - NÚMERO 6 - AÑO 1 - DICIEMBRE 2014 - PORTALGUARANI.COM

SEP DIGITAL - NÚMERO 6 - AÑO 1 - DICIEMBRE 2014

SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY/ PORTALGUARANI.COM

Asunción - Paraguay


Dirección Editorial

Alejandro Hernández y von Eckstein

Diseño y Diagramación

Natalia Domenech

Corrección Castellano

Cintia Cañete

Corrección Guaraní

Feliciano Acosta

Ilustración de portada

Dirma Pardo de Carugati

ISSN: 2311-0570

Edición al cuidado de los autores

 


Edición de la Revista Digital

Diciembre - 2014

Asunción - Paraguay



(Esperar unos segundos para descarga total en el espacio - Libro digital/ PDF)

Biblioteca Virtual del PORTALGUARANI.COM


EDITORIAL

POESÍAS

Delfina Acosta - Central

Amado

Lunar

Estela Asilvera - Central

La cruz

Carlos Benítez del Puerto - Itapúa

Dicen que soy un poeta... ¡Están locos!

Brígido Bogado - Itapúa

Palabras a la libertad

Ramiro Domínguez - Central

Mutismo

El niño de las alojeras

Estela Franco - Central

Poema VIII

Pepa Kostianovsky - Central

Del error

José Monín - Central

Llega la tarde presurosa

Carlos Ríos - Cnel. Oviedo

Pretensiones mías

Tenías que ser tú

Alberto Sisa - Central

Tres visiones de ausencia

Julio Urbina - Central

La vida

Ulisses Viveros - Central

Lujuria encadenada

Los tentáculos del vicio

Costura

Musa espumante

Deseo confundido

Dilema de un desconocido


CUENTOS Y RELATOS

Princesa Aquino - Central

El sobreviviente

María Irma Betzel - Central

Fiesta en el limbo

Lisandro Cardozo - Central

La llave en la puerta

Ricardo de la Vega - Central

El tortolero

Juan de Urraza - Central

Sueño primigenio

Mónica Laneri - Central

Más allá de la muerte

Francisco Pérez-Maricevich - Central

La salamanca

Óscar Pineda - Central

Némesis

Irina Ráfols - Central

La fuerza

Javier Viveros - Central

Algo más sobre Prometeo

TEATRO

Antonio Pecci - Central

Pyapy (Coraje)


ARTÍCULOS Y ENSAYOS

Teresa Méndez-Faith - Central

Soñar y viajar con Karumbita la patriota

José Vicente Peiró Barco - Valencia/España

Se publica si hay donde publicar: el caso de La Novela Paraguaya


CRÍTICAS LITERARIAS

José Vicente Peiró Barco - Valencia/España

Más noveles: sobre “Alma peregrina” de Carla Molinas

Lourdes Talavera - Central

Una taza de sanación con ternura y respeto



Que en el loco mundo de hoy en día, el tiempo parece esca­pársenos de las manos, es un hecho; como también lo es que sin habernos dado cuenta ya estamos de nuevo en diciembre.

Otra vuelta ha dado el mundo y eso nos recuerda que debemos hacer las compras navideñas.

Las ofertas de obsequios, para todas las edades, pululan por do­quier. Joyas, ropas de marca, perfumes, bebidas alcohólicas, equi­pos de telefonía celular, sofisticados juguetes inimaginables hace un par de años, se ofrecen en las vidrieras de centros comerciales, revistas y medios de comunicación. Este bombardeo de ofertas puede llegar a representar para muchos un problema, en especial, para aquellos cuya extensa agenda social le hace llorar por adelanta­do al imaginar la cuenta de la tarjeta de crédito a fin de mes.

Es cuando nos preguntamos ¿Qué comprar?

De entre todas las ofertas ofrecidas existe un obsequio, rara­mente publicitado, de valor económico relativamente accesible y de incalculable valor real. Con él, el beneficiario tendrá segura com­pañía, podrá viajar a diversas partes del mundo sin gastar un solo peso, además de aprender mucho con y de él, con el mínimo de esfuerzo. En fin, un obsequio que si sabemos aprovecharlo, puede llegar a alimentar nuestra alma, cuerpo y espíritu, convirtiéndose en una vía de escape a un mundo que va más allá del simple entre­tenimiento, pudiendo llegar a influenciar la vida de una persona.

Además, algo muy útil para el que debe realizar muchos regalos, no tendremos que preocuparnos de tener que cambiarlo por otro de mayor o menor tamaño.

Este fantástico regalo, y mi preferido entre todos, no es otro que un LIBRO.

Es cierto que el mundo mediático de hoy pretende menospreciar al libro, sea este de papel o digital, sin embargo, como dije antes, no hay nada mejor que disfrutar de un buen libro y hacer volar la ima­ginación, favoreciendo la futura creación del individuo receptor.

Un viejo texto medieval de un códice de la Biblia de Toledo ofrece una de las mejores definiciones descriptivas del libro hasta ahora conocidas.


¿Qué es el libro?


El libro es lumbre del corazón;

espejo del cuerpo;

confusión de vicios;

corona de prudentes;

diadema de sabios;

honra de doctores;

vaso lleno de sabiduría;

compañero de viaje;

criado fiel;

huerto lleno de frutos;

revelador de arcanos;

aclarador de oscuridades.

Preguntado responde,

y mandado anda deprisa,

llamado acude presto,

y obedece con facilidad.


Sin más que decir, ¿qué mejor regalo que este?

Y ahora... después de desearles de parte de la SEP y mía, las me­jores de las dichas para el próximo año, no me queda otra cosa que ir a mi librería amiga y ver lo que en ella puedo encontrar para ob­sequiar en estas fiestas. Desearía que me sigan... no se arrepentirán.

Alejandro Hernández y von Eckstein

Vicepresidente

SEP



POESÍAS

DELFINA ACOSTA


AMADO

Extraído de “Versos de amor y de locura”


Va cayendo la lluvia. No sé dónde

dejé mi corazón. El viento abre

la puerta de mi pecho una vez más.

El corazón no sabe. Nada sabe.

Se enamora. Eso es todo. Se enamora

y va por los jazmines que es su atuendo

y aprende de memoria viejos versos.

Va cayendo la lluvia. Yo no estoy

al lado tuyo y huelo ya a tristeza.

El perro me observa fijamente.

Sus ojos advirtieron mi costado

herido que me duele, que gotea

la negra sangre de la melancolía.

Si te tuviera en frente te diría

lo que mando a callar si a ti te tengo.

No entiendo mis razones. Ah... pecar

contigo amado bajo las estrellas.


LUNAR

Fuera mozuela y me salieran frescas

mejillas y ahí bajara algún lunar.

Oliera a cesta nueva como huelen

las niñas acabadas de peinar.

El cura y el juez me enviaran cartas:

“Como una verde hoguera es el pinar.

Ensaya siempre el lirio a ser la rosa”.

A veces me quisiera enamorar.

Soltara cada tarde mis vestidos,

mis alas nacaradas sin lavar.

Partiera envuelta en luces de un navío.

Volviera atardecida y sin casar.

Callada cual luciérnaga es la noche

que en el espejo suele desmontar.

Fuera mozuela y me salieran frescas

mejillas si me vuelvo a enamorar.



ESTELA ASILVERA



LA CRUZ


La conocí hace tiempo, también en un mes de junio

cuando ella me la hizo conocer entre oraciones a San Antonio;

deduje que fue comprada o regalada hacía más tiempo de

lo que ella estaba en el mundo.

La madera circular, muy fuerte y resistente al paso del tiempo,

de las cavilaciones de la vida,

de las imperfecciones del destino.

Las cadenas que unen cada cuenta en su deambular

proyección de un todo familiar nunca concreto,

caos en el desajuste de la vida,

unión que al final se acaba.

Viste toda tu generación pasar,

le diste todo, te proyectaste en ellos,

anunciaste un día que el final estaba cerca,

cuidaste tus cosas, las amaste no por el sentido material,

sino por el sacrificio que costó cada una de ellas.

Viví contigo tus días de agonía,

me llamaste por mi nombre,

estuvimos juntas el día antes que partieras

me llevaste en tus ojos a ver lo que verías,

el lugar donde me esperarías más adelante,

donde estaríamos juntas,

me darías tus consejos y todo estaría bien.


El 2 de junio llegó y te llevó en un día

en que el Señor resucitó y desde el fondo

de mi corazón al borde de tu ataúd me dije:

esta cruz la quiero para mí, significa que estás,

mirando esa cruz, puedo evocarte

de manera real y que estés a mi lado,

pero otro sería su destino,

las cartas estaban echadas

y en tu herencia no había lugar para mí.


Mba’ére ko mba’e mbyasy

oguahẽ chekorasõ ruguaitépe

ha peicha cheguereko.


Umi chembohérava’ekue pehẽngue,

umíva oikutu che yképe kyse po’i puku,

ndaikatuvéiva osẽ chehegui.


Hasy, hasyeterei ha ndaha’evéima cherete;

che ánga pukukuegui osẽ peteĩ tesay ndaikatúiva opa.


Al final de las cuentas, la cruz, donde un Cristo

con los brazos cruzados,

se abraza a los proyectos de cada uno,

nos mira desde su mirada de dos mil años atrás

y cree nuevamente en nosotros.


Py’aro, ñaña, pochy chepype ndaguerekoséi;

chekorasõjera, aheja oho umi mba’e vai

ha ama’ẽ yvágare, ysyry puku oĩ cherenondépe

ha ome’ẽ chéve pytu’u.


Ndaipotavéima ndekurusu,

reme’ẽma chéve yma mborayhu añetegua

ha upéva, upéva oĩ porã.

Aguyje ndéve chejarýi marangatu.



CARLOS BENÍTEZ DEL PUERTO


DICEN QUE SOY UN POETA...

¡ESTÁN LOCOS!


Dicen que soy un poeta

Porque con un bisturí de letras abrí un corazón lastimado

Sobre la hoja de papel,

Porque corrí la cortina de la ventana y vi pasar a un ángel

En la luz de la medianoche.


Dicen que soy un poeta

Porque con el ojo de la luna

Reposando en la vieja bahía del río verde

Compuse una canción.


Porque armé una enramada de palabras estando

debajo de ella me puse a jugar.


Dicen que soy un poeta

Porque con los marfiles escondidos en tu boca

fabriqué un collar de perlas para adornar

El cuello de una princesa.


Dicen que soy un poeta

Están locos

¡Es absurdo!


Bendita locura

Es amarte

Sin ser amado.



BRÍGIDO BOGADO


PALABRAS A LA LIBERTAD

1º Premio poesía – Premio Literario Grupo General de Seguros S.A. – 2011


Libertad, que busco

en los sueños cargados de esperanzas.


Libertad, que busco

en el fiel reflejo del Dios Sol

de la mañana.


Libertad, que busco

en el corazón desposeído de egoísmo,

capaz de aceptar y valorar

la vida, el sentir y la cosmovisión del diferente.


Ansiedad, de una libertad,

la libertad de los sueños libres…

¡Tupidos montes!

Aguas frescas, puras y cristalinas,

que se tornan en mansa lluvia,

regando perfectas y naturales espigas.


Rumbear hacia un sueño,

hacia la tierra sin mal…

como el corazón del guaraní,

que sueña encontrar otros corazones,

corazones fluyendo

esencias de bondad…


Tantos sembrados ¿para qué?

¿para erigirse palacios vacíos?

con niños y niñas, huérfanos de cariño?

Vacíos los corazones adultos,

con sentimientos cargados de melancolía.


¿Qué pasó con el amor?

¿Tanto se materializó?

ya ni le afecta, ni le enternece

el dolor, la enfermedad ni la tristeza de los otros.


Solo es fuerte el egoísmo

que cercenó el corazón humano

y no escucha el llanto de la tierra,

el susurro triste de la selva,

las lágrimas pálidas de los arroyos

y de los manantiales contaminados.


La utopía de los sueños compartidos

de almas gemelas que sueñan

en defender a la madre tierra,

con el corazón abierto,

abierto a una esperanza

de ver el arco iris

de un pleno sol de la mañana,

sin el etnocentrismo,

sin el egoísmo que llena silos de alimentos,

mientras mujeres, niños y niñas

mueren con los azotes de la hambruna…


Vengo, buscando un sueño

de encontrar seres con ilusión

de ver siempre los floridos tajys silvestres,

regalando bendiciones con sus colores y aroma.


Vengo, buscando una poesía,

la poesía de los manantiales y arroyos,

ronroneo y serpenteo de la vida

cual alma de niño y niña,

que ansían un futuro,

colmado de risas y de alegrías.


Vengo, buscando una poesía,

poesía en seres sinceros,

amando a la naturaleza…

como los sabios y las sabias,

quienes aman cada planta, cada hormiga,

cada flor, cada ser y cada cosa,

comprendiendo con el corazón y el alma,

que todo tiene un porqué, un para qué

y un hacia dónde.


Vengo, buscando la esencia,

la esencia de la poesía verdadera,

que se encarna en los rostros tristes

sin esperanzas de los pueblos,

que nunca tuvieron el derecho a la defensa,

que decidieron morirse,

en el silencio de los inocentes,

pero que hoy piden justicia…

porque se les expulsa de sus tierras,

porque se les acaba la selva,

porque se les mueren sus niños, sus niñas,

sus mujeres y sus madres sin motivo aparente,

porque les tomó la “tristeza de los indios”.


Vengo, buscando el rostro de la verdadera poesía,

que entrelaza sus estrofas entre tiernas y perfectas ri­mas…

pero sobre todo busco aquella que ame y defienda la vida

y encuentre la verdadera libertad.



RAMIRO DOMÍNGUEZ



MUTISMO


La pluma alcanzo a la placiente hoja.

Al alma llamo, llamo al sentimiento,

Y no consigo que mi mente escoja

un verbo que hable de mi sufrimiento.

Morir, si digo, con decirlo miento;

diciendo: quiero, mi alma se sonroja.

Y mientras pugno por decir

qué siento,

el llanto viene y mi razón deshoja.

Qué tiene mi alma, que a la voz rehúye?

Qué el Amor tiene, que mi ser destruye

como la nota que el silencio hiere?

Pues ya que el habla definir no quiere

lo que del alma como lava fluye,

diré que mi alma, sin querer, se muere.



EL NIÑO DE LAS ALOJERAS


Ya no vale la pena.

Díganles que no vuelvan.

Que esta noche me desocupen la iglesia

y que me dejen sólo la ventana entreabierta.


Ya no quiero hacer todos los años

con el maíz y la naranja

para que me preparen el patíbulo

también todas las Pascuas.


—En Villa Rica el Niño Cristaldo

y el Niño de Praga.

Frente por frente,

el Crucificado de Semana Santa.


La mayordoma quiere un pesebre

con pacurí y granadas.


—La caña de Castilla

para el Calvario:

el pesebre sólo ha de ser de ramas.


No hay flor de coco. Traigan un ramo

de resedá.

Si faltan velas,

del Crucificado me las darán.


Y avisen al venir la banda

que el Niño está acá.


No sea que la de enfrenta

saque su Santo en Navidad.


Noche de alojas y de campanas,

qué campanero repicará.

Al Niño Cristaldo

me lo han puesto desnudo sobre el altar.


—Si he de nacer en Villa Rica,

que me dispongan un pañal.


Noche sin noche.

Luna como de día

—el melón y la sandía—


No tenemos nieve ni tenemos pinos

pero, si tienes calor,

te dejaron mosto en el cantarillo.


—Y no me vengan esta noche

con caña de Castilla:

para el Calvario, queda tiempo todavía.


—Que abran todas las puertas,

y díganles que vuelvan.

Hoy naceré en la plaza

con el maíz y la naranja.


Para morir en Villa Rica

volveré a ser Niño Cristaldo

y después, Niño de Praga.



ESTELA FRANCO


POEMA VIII

Extraído de “Infinita y con alas” - Editorial SERVILIBRO


Te busqué en la tribu Gala

fui hija de la Diosa Dana,

me perdí en desiertos de Egipto

y Mesopotamia…

te encontré en Britania

nos embriagamos con sangre de tu copa celta

mi desnudez abrigaste con la tuya

Arturo, te llamabas.

Entre vientos, mar y fuego

busqué tus brazos vikingos

fui una valquiria solo para amarte,

huimos de las guerras nórdicas

para celebrarnos en tierra firme.

Trepé sobre ti, y tú sobre mí.

Durante tiempos malos,

he perdido tu rastro

dicen algunos, sin pruebas

que has pisado el fango

puro y llano, de la tierra sin mal.



PEPA KOSTIANOVSKY



DEL ERROR

Para Adolfo


Era ya el promediar del sexto día

y se detuvo a contemplar lo hecho.

una brisa de fiesta acusó el pecho

ante tanta belleza y armonía.

La inquietud de la mar, el fluir del río,

la fuerza de la rosa, el resplandor

del sol ardiente y el momento umbrío

en que asoma la luna. Y era hermoso

aquel canto del ave. De esa flor

el perfume. En pleno gozo

pensó que su tarea de Creador

podía delegar, en adelante.

Y creó a la pareja semejante.

Fue su error.



JOSÉ ANTONIO MONNÍN


LLEGA LA TARDE PRESUROSA


Llega la tarde presurosa,

callada y algo tenebrosa.

Matando los sueños efímeros,

forzando unas caricias de consuelo.

Llega la tarde presurosa,

con sus propias historias.

Observando así la rutina de

todos los hombres vanos.

Llega la tarde presurosa,

deseando bañar mi cuerpo

en soledades y silencios.

Llega la tarde presurosa,

escupiendo en los archivos

de mi mente y mi frente..



CARLOS RÍOS


PRETENSIONES MÍAS


Juntos tallamos historias sobre mi piel,

a la brisa de un final vespertino,

al viento de una noche sin reproche

y a la melodía de sueño inhóspito.


Juntos marcamos los acordes cotidianos,

los valles arcanos y vehementes,

el cosquilleo oculto en tus ojos oscuros

y la sutil caricia de mis labios complacientes.


Juntos bordamos ilusiones dormidas,

en ocasos mustios de silencios,

en grises fantasías quiméricas

y en endebles recodos de tu cuerpo.


Juntos grabamos arrogantes proverbios

con finos tactos de nuestras almas,

con anhelos tuyos impetuosos

y con pretensiones mías sobre tu vida.


TENÍAS QUE SER TÚ


Tenías que ser tú,

de luz a sombra, inacabada,

quien hiciera de mí, intento,

porque fui alforja de esta espera indefinida

que me dejó escondida la mirada

en la consigna cruel del destino.


Tenías que ser tú,

avalancha de olores y sentidos,

quien hiciera deseo de este letargo mío

que tanto amó sin ser palabra…


Si mañana no estás, no estaré vivo,

ni buscarán mis piedras las hiedras de tu abrazo,

ni tu carmín será ribera de mi frente,

y nada estará igual,

ni mucho menos diferente.


Si mañana no estás,

probablemente el sol será mi abrigo,

y en mi desnudo, habrán brotado espigas

que harán de pan tu gesto y tu sonrisa,

y este canto de brisa bailará tu flequillo

y sabrás que estaré,

donde siempre estuvimos.


Tenías que ser tú,

y fuimos amantes afluentes

de licor y humo y estampida,

y tu sudor fue espejo

donde dejé los restos de esta vida austera

que me mantuvo ausente y naufragado,

y me dejó extramuros de tu sonrisa.


Tenías que arder y ardimos juntos,

y los mundos huyeron sin nosotros,

y la verdad volvió desde la nada.


Tenías que ser tú,

de luz a sombra, inacabada…



ALBERTO SISA



TRES VISIONES DE AUSENCIAS


En la alberca vacía

canta una rana,

no a la luna

sino de sed.

En la calle de la medialuna

amanece una fogata apagada,

—es la de Juancito caminador—,

que ya no camina

de la mano de Tuñón,

tampoco salta, canta, ni

tamborilea junto a una ilusión.

------------------------------------------

En lo alto de un mirador de barrio,

añoranzas por un rabelero ausente;

no muy lejos,

una habitación vacía,

y en un rincón siempre presente,

el anticuario que perpetúa una flor;

el sillón, la alacena de libros,

un estante con portarretrato

y un viejo arcón,

donde yacen vestigios de un amor.

-------------------------------------------

Un balcón siempre desierto

que viste de amaneceres

al despunte del sol,

la misma calle de siempre,

casas pintadas de silencio,

y bajo el centenario árbol

el ojo que resiste y arde

tolvaneras de cenizas

al morir la tarde.



JULIO URBINA


LA VIDA


La vida trae regalos

salud, dinero y amor

la vida trae desgracias

enfermedad, pobreza y tristeza

la vida trae sorpresas

amigos, hijos y nietos

la vida trae indiferencias

enemigos, odio y rencor.


Algún día tu vida se convertirá en muerte

algún día igual que los demás

y si no aprovechaste el beso de tu madre

la bendición de tu padre

el abrazo de tu hermano

o el llamado de un amigo

pronto estarás viejo para lamentar.


La vida es como un crucero

que hay que disfrutar

como tus cumpleaños para festejar

pero existen esencias que cuidar

tu cuerpo, tu alma y tu espíritu

no debes descuidar.


La vida es un suceso

medido en el tiempo,

atrapado en un cuerpo

al que no puedes volar

pero sí puedes soñar.


La vida no tiene vuelta atrás,

la vida se vive de verdad,

la vida eres tú.



ULISSES VIVEROS



LUJURIA ENCADENADA


Quienes dicen que oculto lujuria encadenada,

que develan mi afán, los ojos perversos,

desconocen que ella es sólo la forma humana

y el divino disfraz del diablo al acecho.


LOS TENTÁCULOS DEL VICIO


Cuesta ensordecerse

ante los lúgubres consejos

del ángel desolado.


La tentación

es dulce cáliz de cicuta irrechazable

para cuerpos deshabitados.


COSTURA


Son dedos luminosos

los que trazan con puntadas

mi senda de alfiler.


El hilo del destino

zigzaguea hasta el enigma

y nudo de la piel.


MUSA ESPUMANTE


Fue fría y predecible,

sirena embriagante

de rizos dorados;

fugaz, irreversible,

embrujo espumante

de lazos amargos.


DESEO CONFUNDIDO


Me gustaría morderte… tiernamente,

beber de tu inocencia cual sediento animal,

sentir tus uñas en la espalda

y el eco apasionado de tu alegre palpitar.


Me gustaría… ser tu perro.


DILEMA DE UN DESCONOCIDO


La energía superior me compadece

sin ser solidaria.


¿Servirá de algo el ambicioso empeño

de invertir mortalidad en posteridad?


¿Seré siempre un fantasma?

¿O capaz de fingir la muerte

aun con ella?



<

CUENTOS Y RELATOS


PRINCESA AQUINO AUGSTEN


EL SOBREVIVIENTE


“La patria no es la tierra, los hombres

que la tierra nutre son la patria”


Lo recuerdo ahora con esa sonrisa hecha mueca de dolor, de espanto, de guerra congelada en el rostro. Tanta tragedia le ganó la sonrisa. A menudo inician la discusión diaria con el mismo nombre —Gabriela—, es como un ritual con el que tienen que cumplir como la misa misma, es la comunión diaria entre Ernst y su esposa Erika:

—La culpa fue tuya, no debiste darle permiso.

—Era joven, tenía que divertirse.

—Ya te lo dije muchas veces, yo no estuve de acuerdo en ningún momento.

—Sí, si ya sé.

—Sabía que algo así iba a ocurrir. Desde el accidente de Martín siempre temí que esto sucediera.

—La culpa también fue tuya, pudiste haber dicho que no.

—¿Cómo iba a hacerlo? Hubiera sido restarte autori­dad, si ya le habías concedido el permiso sabiendo que a mí no me gustaba que maneje. ¡Hacía apenas unos días que había obtenido la licencia de conducir!

Una y otra vez, echándose mutuas culpas, culpas que no son tales, porque ¡quién tiene la culpa del destino! ¿Quién puede tan solo prever si mañana habrá paz o guerra?

Esta era hoy la vida de Ernst. Él había nacido por esas incongruencias de la vida en una tierra exuberante, regada con la sangre del nativo, conocido como indio, indígena, aborigen, tierra que recomponía el color de esas entrañas en su paisaje, y hacía que la diversidad de hojas, flores, aromas, embriagaran al hombre con el perfume enérgico de la libertad. Lo convertían en un coloso, valiente y heroico. El Paraguay.

Allí desde pequeño, había visto pasar a los hombres en pos de un ideal, recordaba:

—Cuando veía correr a esos grupos armados, gritan­do “REVOLUCION, REVOLUCION”, mi padre so­lía izar la bandera —por ese entonces todavía era la del Káiser— en nuestra casa, por lo que los revolucionarios creían que era una embajada y no nos molestaban.

Todas esas memorias de niño estaban latentes en el, aún hoy y al recordar ese pasado, el instante de felicidad y gozo que le embargaba el alma, se reflejaba en sus ojos.

Oh, cuán distinto pudo haber sido su pasado. ¿Por qué el destino se ensañó con él convirtiéndole en blanco de tantas tragedias? ¿Quizá no tuvo tiempo de repartir la carga?

Por no sé bien qué motivo, mi padre se separó de mi madre, tengo entendido que ella era una germana de muy mal carácter —seguía recordando—. Volvimos a su tierra natal, Alemania, mi padre también era alemán, y nos instalamos allí, donde una vez finalizada la etapa escolar, ingrese a la WEHRMACHT, donde me prepa­raría para servir a mi patria de sangre. Había completa­do el informe referente a mis antepasados arios.

Era Obertent, y estaba imbuido desde siempre con el espíritu de guerra, de lucha por los ideales, por las con­vicciones, por la falta de temor ante los dolores físicos, aún frescos en mí los recuerdos de los guerreros para­guayos, que se me representaban como sueños, envuel­ tos en nieblas de misterios. Sabía que estaba llegando el momento para el cual nos habíamos formado.

Las cosas no estaban del todo bien. En el ejército se hablaba de la anarquía en que vivíamos, y cada uno se preparó para exaltar a la patria.

1938 —Todo marchaba sobre ruedas. 1941, las cosas tomaban un rumbo distinto del que nos habíamos pro­puesto. En el ejército algunos empezamos a ver desfi­gurarse nuestra meta. Algunos soldados decidimos que el Führer ya no estaba en condiciones de conducir la guerra. En el operativo para eliminarlo éramos bastan­tes, uno de los que debían asistir a la reunión con el “Conductor Führer” llevaría una bomba en su maletín, para dejarla cerca de él. Así lo hizo, pero el plan había fracasado. El Führer resultó ileso, aunque nadie lo sa­bía y se difundió la noticia de su muerte. Al saberlo, comenté en mi grupo que era una buena noticia, dado que las reformas habían adquirido un rumbo distinto. Entre los del grupo había un oficial de las SS infiltrado, quien al oírme saco su arma y me disparó a matar, pero la bala no salió.

¿Fue quizás esta también otra burla del destino? Mis camaradas evitaron que volviera a disparar. Pasé a ser un preso más, comiendo cualquier cosa para sobrevivir. Allí entendí lo que era el ingerir sustancias de cualquier naturaleza para que el cuerpo no perezca. Mi cuerpo, mi contenedor, mi ataúd mientras vivo, el que se desin­tegrará en otro ataúd distinto cuando muera.

Pasó la guerra y fui liberado, traicionado, engañado. El signo de la vergüenza fue moneda corriente con la que nos pagaron a los que sobrevivimos. Porque algu­nos como yo fueron rescatados varias veces de las fauces de la muerte. Yo fui salvado por mis compañeros, varias veces más de que mi cuerpo muriera, ellos se arriesga­ron porque me consideraban un soldado valiente. Pero yo ya no era un soldado, sino el espectro de un soldado al que llamaban “sobreviviente”.

El final lo conocen todos. Fuimos utilizados y cada cual se llevó su parte en un acuerdo secreto en el que se repartieron entrañas. ¡Como si con depositar un feto en un vientre ajeno, su dueña se volviera madre!

¡Yo Ernst, fui un sobreviviente de la guerra! ¡Yo no fui Hitler! Yo solo fui un soldado de mi patria. Patria mía desde el confín de mis antepasados. Patria del hombre no del soldado. Que bastión invencible yo y todos los es­pectros, aquellos soldados a quienes hoy llaman “nazis”.

¿Cómo soportar “este” tiempo, el que debe pasar para que las cosas se vuelvan historia? ¿Cómo soportar esta carga, sumada a todas las otras que me tocaron en el sorteo del destino?

Despues de la guerra conocí a Erika, creí entonces que la vida me prometía un volver a empezar, estaba dispuesto a revivir al muerto. El amor y mi posterior ca­samiento con la hija del Pastor, me dieron la impresión de que esa sí era la respuesta a la orden “alma, levántate y anda”. Pero hoy, al haber atravesado todas las marcas de mi tiempo humano, descubro que no fue así…

Y que tras la alegría que me produjo el nacimiento de Gabriela, me tocaría vivir el nacimiento de Martín, un niño enfermo. Y aún más, que luego de su desapari­ción en el accidente que me dejara maltrecho y del cual mi hermosa Erika aún conserva rastros, me alcanzaría la muerte de lo único que no me hacía sentir del todo inerte. La muerte de Gabriela en ese estúpido acciden­te automovilístico, camino a su reunión de amigos al cumplir sus dieciocho años.

Así que solo nos queda esta tarea repetitiva y monóto­na para saber que aún estamos aquí, en nuestra Alemania nuevamente unificada. Y me pregunto a veces ¿si volvie­ra al sur de América, donde empezó esta historia, quizás vuelvan mi juventud, mi vida y sea otra la historia?



MARÍA IRMA BETZEL


FIESTA EN EL LIMBO


Gran dolor entró en mi corazón al oírlo

pues gente de mucho valor he conocido,

que flotaba en aquel limbo.

El Infierno Canto IV - La Divina Comedia de

Dante Alghieri


HOY GRAN DESFILE Y REMATE DE CONCIENCIAS

Manifiest el cartel sostenido por dos arcángeles.

El público, expectante, se acomoda sobre las nubes fungosas.

Los más jóvenes corean y danzan.

Entre los mayores, algunos tienen expresión libidino­sa (los que hace mucho están detenidos en el limbo y no pueden avanzar hacia el cielo).

HOY GRAN DESFILE

VEA Y ADQUIERA LAS CONCIENCIAS MÁS PURAS Y RADIANTES

Comienza el show. Una agraciada conciencia avanza rodeada de estelas de luz. Sonríe al público y taconea blandamente por la pasarela, hace mohines candorosos y se aleja tras las bambalinas.

El arcángel comenta:

—¡Maravillosa! Señoras y señores, pura y sensible, ni un solo callo a la vista. Y ahora… la conciencia siguien­te. ¡Oh! Pocas veces hemos visto una más diáfana que esta… ¿Cuánto pagan por ella? ¿Quién da más?

Varias siguieron desfilando y la más hermosa, des­pertó la codicia de la mayoría. Alguien pagó el precio más elevado.

Y junto a la admiración surgió la incómoda pregunta:

—¿De dónde viene? ¿Cuál es su curriculum vitae?

—¿De un político? ¡No es posible! ¡Seguramente es una estafa! —aventuró alguien y se despertó el eco.

—¡Estafa! ¡Estafa! ¡Es improbable que sea de un po­lítico!

La muchedumbre avanza y aumenta el clamor, más y más manos se aglomeran, palpita el limbo, crujen las nubes, la ira estalla.

Los arcángeles se quitan las alas de plástico, toman sus portafolios de ejecutivos y apresuradamente cierran el espectáculo evaporándose entre la muchedumbre.

Las conciencias huyen con espanto, pero la más cues­tionada, es detenida. Alguien levanta su túnica de luz y…

—Lo sabíamos! Está hueca, es una armadura tallada, adentro solo tiene una luz artificial… ¡Es falsa, absolu­tamente producida!

—Oh, sí —acotó un anciano—. Yo la conocí en otros tiempos. ¡Estaba llena de callos!

Otros, con más lucidez, afirmaron:

—¡Hipócritas! ¡Saben que las conciencias puras no es­tán acá! Esto es una fiesta carnavalesca. ¿Qué esperaban?

No obstante, las conciencias huyeron en medio de la noche y cada una de ellas fue a ocupar su cuerpo humano en la tierra.

Al día siguiente, personajes encumbrados de la socie­dad las llevaban como corazas internas, mustias y escul­pidas a fuerza de hipocresía, totalmente cauterizadas.

Y otra fiesta, continúa...



LISANDRO CARDOZO


LA LLAVE EN LA PUERTA

Extraído del libro “Noche de pesca y otros cuentos” - 1992 Editorial Servilibro


Se fue hace aproximadamente tres semanas. Tuvimos discusiones acerca de si lo más conveniente era mar­charse de nuevo o quedarse definitivamente conmigo. Con algunas señales vistas y presentidas, tuve la certeza de que volvería en algún momento.

Para mí, lo confieso, él es una necesidad tan vital como las funciones básicas de mi cuerpo. Sin él no tengo capacidad suficiente de movimientos, no puedo pensar y me es difícil coordinar aun los reflejos más insignificantes.

Desde la mañana no hice más que mirar insistente la puerta. Sin darme cuenta, estaba otra vez parado frente a la ventana que daba al amplio parque, al otro lado de la calle. Esperaba verlo sentado en algún banco o cami­nando con las manos en los bolsillos, mirando hacia la casa. Temo por él, tan frágil como es.

La última vez que se marchó fue hace dos años. Re­cuerdo que hacía un calor pegajoso y envolvente con sus treinta y tantos grados. Aquello era muy extraño para esos días de primavera. Dijo que no soportaba más vivir en tales condiciones y le era imposible concentrarse en alguna actividad. En ese tiempo, creo, estaba leyendo un libro de Dostoiesvki; no recuerdo ahora el título, pero estará en algún anaquel de la biblioteca.

Se quejaba de las tibias sábanas y del agua que nun­ca estaba fría a la hora del baño. En fin, le molestaban hasta las cosas más triviales. Por mi parte hice todo lo que estaba a mi alcance, incluso le había propuesto mu­darnos a un piso más confortable.

Una noche, mientras dormía, en sueño vi que él se despojaba de mí como otras veces. Quedé vacío, sin sentido, como un amasijo de carne y huesos, con las ar­ticulaciones doloridas. Sentí una explosión violenta en mi interior y caí tendido en el cuarto en sombras que se diluían de a poco.

Tras un cierto tiempo, ya finalizado el verano, volvió, casi tímidamente. No lo esperaba ese año. Golpeó la puerta y sonó como un susurro. Era más de mediano­che y, extrañado, fui a abrir; él estaba ahí, en el um­bral, con la mirada gris. Creo que de cansancio o de vergüenza. Lo abracé con alegría, aunque parecía un tronco viejo, rugoso y desvalido. Nos integramos casi inmediatamente tras los primeros saludos. Pura fórmu­la, faltos de toda amabilidad en la tensión del regreso.

En aquella oportunidad, tuve algunos indicios, como los de ayer, que no fueron del todo claros. Recién al compararlos pude estar seguro de su regreso.

Esa noche dormimos como si nada hubiera pasado. Es decir: él durmió, si bien hablaba en sueño, decía co­sas incoherentes; nombraba lugares extraños y a veces temblaba un poco. Yo sentía una leve excitación, y el temor me asaltaba más y más.

Por la mañana, ya repuestos del cansancio con un buen desayuno, nos sentamos en la sala. Observé que no había cambiado tanto, como fue mi primera im­presión. Debo advertir que tenemos el mismo nombre, los mismos gestos y calzamos los mismos zapatos. Tal vez la pequeña diferencia consiste en que él siempre fue inquieto, inconforme con nuestras cotidianas costum­bres. Quizás esto provenga de mi madre, que para libe­rarse de la atadura de mi padre, prefirió la muerte. Un largo viaje.

Se mantuvo todo el tiempo tranquilo, casi sonriente; miraba a todos lados, como descubriendo de nuevo lo que ahí había. Fijó sus ojos un momento en el retrato de nuestro abuelo, luego en el rostro impasible de nues­tra madre, que acariciaba un gato siamés. No dejó de palpar con sus dedos ni un momento los pliegues grises de un elefante de porcelana, que era réplica vulgar de alguna misteriosa dinastía oriental.

Por fin reuní fuerzas y le pregunté qué había hecho con su vida transparente en todo ese tiempo. Pareció no escuchar la pregunta, pero fue poniéndose serio gra­dualmente.

(Después de tanto tiempo es natural que haya olvi­dado algo de todo lo que dijo aquella mañana. Esto es parcialmente lo que pude sacar de mi memoria frente a mi vieja Remington.)

"Hice un largo viaje, dijo, que ni puedes imaginar. Recorrí todos los tiempos, todos los continentes, vivien­do intensamente cada minuto. Crucé el Atlántico mu­cho antes que las expediciones. Viajé en un antiguo y extraño barco, y tras casi un mes de porfía, llegué a una agreste bahía de piedra y arena salada. Desde ahí fui adentrándome a pie por un sendero de guijarros hasta un acantilado. El murmullo de mar me llegaba claro desde las rompientes a intervalos regulares y precisos.

Allí conocí a Ulises; él estaba atado al mástil de su barco. Volvía de Troya con sus guerreros todavía san­grantes. Mi voz se transmitió nítidamente sobre las olas y le dije que Penélope aún lo esperaba, a pesar del tiem­po y los príncipes que la acosaban en Itaca. También le advertí sobre lo tortuoso que sería el regreso.

Crucé los Pirineos y fui transitando la península itálica hacia Roma. Ahí escuché a Séneca aconsejando al que más tarde quemaría la ciudad al son de su lira. Luego navegué al noreste, al Asia menor, y en el Ponto conocí a Mitrídates VI, bebiendo sus venenos para mo­rir finalmente en mano de su esclavo, ante el acoso de los romanos.

Después de vagar por Grecia y Palestina, fui a Fran­cia. Eran años iniciales del siglo XII. Con Marcel y Jac­ques de Clermont conversamos acerca de las leyes del equilibrio estático, aplicadas en las inmensas catedrales de París, Reims y Amiens. Con Fulcanelli estudié los símbolos y enigmas ocultos, y fuimos en busca de la piedra filosofal, en varios experimentos.

En Florencia conocí a Leonardo Da Vinci y a Miguel Ángel, que por ese tiempo esculpía La Aurora. Con Da Vinci trabajamos en las teorías sobre las leyes de la hi­dráulica, la velocidad del viento y en la exactitud de los cálculos para la construcción de los engranajes. En uno de esos largos y fructíferos días que tuve con el maes­tro, le hablé del avión, del submarino y del helicóptero. Tomó muchas notas ante un espejo e hizo varios bo­cetos sobre tales descripciones. Aún tengo las costillas doloridas de intentar el vuelo con alas articuladas de madera y lienzo.

En Ravena vi a Dante, que iba camino al infierno, componiendo en el crepúsculo la grandiosidad de su obra, y no quise interrumpirlo. Ya en España, me asocié a algunos navegantes marranos que huían de la Santa Inquisición y avine a la gran aventura de ir hacia las Indias y llegar a América.

Ya en el continente, vine al sur, hasta encontrar el es­tuario del que sería Río de la Plata, y lo remonté peno­samente hacia el Paraguay, con muy poco viento a favor. Después de muchos avatares, en Asunción inició su go­bierno el dictador Francia; hombre parco y de muy poco hablar. En una de las audiencias que me concedió, dis­cutimos sobre el encierro del país, y decía que no estaba de acuerdo con que Paraguay fuera provincia de Buenos Aires, y la sola mención de la idea lo encolerizaba.

Durante toda una fresca tarde nos sentamos en la amplia galería de la Casa de Gobierno. El vestía su acos­tumbrado blusón blanco y ajustada polaina, que gol­peaba constantemente con una fusta de cuero trenzado. Charlamos sobre la teoría heliocéntrica de Copérnico, y me mostró el libro del sabio, “De Revolutionibus Or­bium Coelistium”, que gustaba leer directamente del latín. De Galileo Galilei, hablamos cuando me enseñó su telescopio reflector, un verdadero tesoro, que guar­daba cuidadosamente en una caja de madera preciosa y revestida de paño carmesí, pues era aficionado a la astronomía y pasaba largas horas insomne en las no­ches, observando el cielo. Me explicó el isocronismo del péndulo y probamos la ley de la gravedad. Tradujo con palabras seguras In Nunzio Sidereo, de Galileo. Tam­bién hojeamos la pesada Biblia, que dijo que estaba en­cuadernada con piel humana y que la había hecho traer de Inglaterra, por intermedio de Rengger. La Rueda de Ezequiel era un enigma insondable para el Dictador, que nunca pudo concebir a Dios, como el profeta lo explicaba a través de la visión que tuvo de Él.

El Apocalipsis de Juan, era otro pasaje que lo intriga­ba y decía obsesivamente que estábamos rodeados por los Ángeles de la destrucción, que estaban en cada pun­to cardinal. Temía por el daño que pudieran hacerle a su pueblo, y por ello, el enclaustramiento del país.

Fui pasando posteriormente de guerra en guerra y de revolución en revolución. Tantas muertes, miserias, luego las calles asfaltadas, venenos, torres altas de ce­mento y piedra, sucios charcos y el aroma antiguo de la ciudad...", dijo el visitante y se levantó bruscamente y fue hacia la puerta. Bien, más tarde te contaré otras his­torias con mayor tiempo. Ahora debo retomar mis estu­dios. ¿Estás de acuerdo?, dijo tranquilamente, mientras yo asentía. Me quedé un rato más sentado, pero nunca más me habló de esos viajes.

Pero estaba de nuevo allí en la insoportable espera, de noches insomnes, días de lluvia, humedad pastosa y soles calcinantes. Mientras tanto, mi expectativa crecía con las horas.

Ya era media tarde y miraba insistentemente la puer­ta. Pensé que llegaría pasada la medianoche, como la vez anterior. Fui a la ventana una vez más, miré el cielo que estaba claro, aunque algunas nubes parecían ame­nazar desde el poniente, y había una leve brisa entre los árboles de la plaza.

La tensión iba creciendo en mi interior, estaba con la boca seca y al borde del colapso. Fui de nuevo al baño y revolví el botiquín en busca de mis píldoras. Tomé una con abundante agua desde la canilla, pues mi salud había desmejorado bastante en los últimos tiempos, y el médico me había mandado tomar vitaminas y calman­tes, prohibiéndome alcohol y condimentos fuertes. Es el corazón, estaba seguro, aunque se resistía a decírmelo el doctor. Es cuestión de herencia, creo.

Ya eran casi las seis. ¡Al fin!, dije, casi gritando, y sus­piré hondo al sentir que mi pulso se aceleraba. Miré el picaporte que giraba casi imperceptiblemente. Me acer­qué a la puerta, procurando alejar de mí la impresión y la emoción del momento. El picaporte llegó suavemente a la curva máxima sobre su eje, y sabía que estaba ahí. La hoja de madera comenzaba a moverse e incluso po­día escuchar su respiración entrecortada.

Miré el picaporte y la llave estaba puesta hacia aden­tro. La puerta rebatida se acercaba a mí inexorablemen­te, y ya percibía su característico aroma en el resquicio.

De improviso, como empujado por algo, salté sobre la madera, la empujé con el cuerpo y la hoja chirrió bajo mi peso, en un profundo quejido. Instintivamente busqué la llave y la giré dos vueltas.

Cuando la taquicardia fue cediendo y tuve concien­cia de mis actos, cuando la angustia fue reemplazada por una infinita tranquilidad, me fui a la ventana y lo vi caminando hasta desaparecer en la esquina.

En el cielo había evidencia de lluvia, y me sentí en paz conmigo mismo, desde entonces.



RICARDO DE LA VEGA


EL TORTOLERO


Nadie lo conoce y él está mejor así. Peor es la cárcel.

Camina ahora por Benjamín Costant buscando algo nuevo. Algo que sirva para comer. Su navaja caliente está.

Y como a cincuenta metros lo vio. ¿Lo verá siempre? Un grandulón bajando de un Mercedes nuevito. El grandulón se mira en los vidrios brillantes del automó­vil y se arregla la corbata. “Parece no sé qué”, piensa el Desconocido, quien lo observa midiendo la distancia que los separa. La tarde es gris. El Desconocido cru­za la calle para ganar tiempo, mete las manos en los bolsillos; no deja de observar el auto ni al grandulón. Éste se introduce en el Edificio Mirasoles y medio que resbalan sus zapatos nuevos en el piso encerado, y ve que en un rincón destapa su cabecita loca un envase de desodorante rosado dejado allí y, afeando el lugar, por la limpiadora. “Esa vieja sucia, loca por sucia, esa vieja de mierda... no sé qué pasaría si la rajaran de aquí, nada pasaría, la misma cagada sería”, piensa el grandulón. El Desconocido vuelve de la esquina a la que había llegado como un capitán desorientado. En el instante en que el grandulón ingresó al edificio, regresó el Desconocido, contando los pasos, casi corriendo en dirección al Mer­cedes nuevito. Cuenta las zancadas; respira profunda­mente para aguantar el paso. Diez segundos después, el se deja dormir en algunos ladrillos como si el sol fuera un recuerdo. Ya dentro del edificio el otro se detie­ne y llama al ascensor apretando el botón con la flechita "arriba", se plaguea porque no baja rápido el ascensor pero de pronto se abre la puerta y sale la morochaza del sexto piso y el grandulón la mira y aspira profunda­mente de una vez algo re-bueno, un Chanel de mi flor, “carajo, esa negra divina”, piensa.

Afuera las nubes y los pájaros que regresan.

El Ángel de la Guarda de los tortoleros vigilando des­de arriba. Arriba y a la derecha va el golpe y el vidrio se hace añicos. Cuela la mano para abrir la portezuela —“primero siempre despejar los vidrios con el codo”— se recrimina el Desconocido, porque en el apuro no se percató que ha invertido los papeles y las astillas lo las­timan y comienza un pequeño río de sangre entre sus dedos.

¿Anochece en las paredes y en el aire de octubre? Sí, que anochezca, medita el que apresuradamente seca la sangre con la camisa. Y súbitamente anochece. Y el Mer­cedes se queda solito, como si lo hubiesen abandonado deja que sus mullidos asientos hagan gozar al Descono­cido. Al nuevo dueño temporal. Éste apoya la cabeza en el respaldo del asiento por un segundo, pestañea como despertando de una ensoñación. “Ya debería estar sa­cando el tocacintas”, se dice. Pero esos blandos cueros le acarician las piernas, las nalgas, la cintura. Siente en la nuca la respiración de la felicidad. Se apura de repente. Se halla en el asiento de atrás y el tocacintas está en el tablero como invitándolo al robo cuando de repente vislumbra un maletín escondido debajo del asiento del chofer. Y al abrir la puerta de la oficina el grandulón se percata, extiende las manos como buscando en el aire mas no encuentra nada más que la pérdida. Repasa rá­pidamente los pasos que dio ¡puta madre! Mira en torno suyo e imprime una velocidad que dios me libre a las piernas. Apura el picaporte y deja las luces encendidas y la puerta abierta “qué puerta ni ocho cuartos si el ma­ letín se me quedó abajo”. Aprieta el botón llamando al ascensor mas nunca vino el ascensor y a bajar a pata se ha dicho. El pasamanos tobogán siente sus huellas digitales como si el día exhalara un olor de mil diablos. Así en la muerte como en el dinero se dice el tobogán. Llega a la vereda con los bofes al viento.

Y lo ve.

Redondo el hueco y la piedra en el asiento de atrás. Corre. En su mente se dibuja la pérdida. “Tanto trabajo al pedo... tanto aguantar el caso Kikí del secuestro... cien mil dólares. Qué tendré en la cabeza”.

Y la portezuela que sorpresivamente se abre. La por­tezuela del volante.

“Burro rembó la che volante que no salgo nunca” musita el Desconocido que echa a correr por la vereda hacia 14 de mayo con el maletín bajo el brazo. “Me compro el equipo de sonido y la invito a la pieza a la Anita. Qué manera de bailar esa tetona”, dice el Des­conocido al tiempo que cruza como una exhalación la avenida del Congreso.

El grandulón, que consiguió salir rápidamente del Mercedes nuevito le sigue los pasos, casi oliéndole la espalda. Ya lo toca. En silencio. La lucha es en silencio. Cosa de hombres. Abrir la boca, para qué. “De dónde tanta plata con esta crisis, diría la policía”, medita en su mente el grandulón. El Desconocido busca en el bolsi­llo la navaja. La toca, la aprieta bien. Dobla la esquina hacia la izquierda en la calle que está detrás del Con­greso, una calle prácticamente abandonada por la po­licía ya que ésta solo se ocupa de los coches de los con­gresistas que estacionan enfrente y no le presta mucha atención, convirtiéndola así en un refugio para novios, poetas (hay que decir que la calle en cuestión posee tres magníficos lapachos blancos en su breve extensión y, un poco hacia el norte, algo así como una azotea para mi­rar el río) y desde luego todo tipo de vagabundos. Tam­bién sirve de entrada al populoso barrio de la Chacarita

“Si se mete en la Chacarita estoy perdido”, piensa el grandulón. La Chacarita ya se deja ver con sus casitas de cartón y sus calles delgadas como hilos de agua. Ahí nomás está con su mundo encerrado en sí mismo. A ese mundo le teme el grandulón.

El Desconocido salta por encima de unos tachos de basura vacíos tirados en el medio de la calzada por los empleados municipales. Está por llegar.

“Pero de dónde sale la perrita de Ani que viene a salu­darme, puta carajo ¡sape jagua´i desgraciado!”

Y el Desconocido que cae en la mitad de la calle, y el maletín se le va de las manos.

—¡Vos! ¡Sí vos! El que está mirando al pedo. Y mejor que me escribas con mayúsculas, qué te creés.

El grandulón que se dirige a mí con palabras impe­rativas, rápidas.

—¡Vos! Agarrá ese maletín y rajá de acá. Que yo le arreglo las cuentas a este mierda de tortolero.

Y yo que estaba cerca, como esos relatores siguiendo de cerca la jugada, agarro el maletín y salgo de ahí. Los dos se trenzan en una pelea de aquellas en donde el gran­dulón, digo, el Grandulón lleva las de ganar. Me grita:

—¡Me vas a encontrar!

Al tiempo que de un puñetazo le echa unos dientes al pobre del tortolero, pero se vienen unos tipos, que yo desde la esquina diviso claramente y puedo asegu­rar que son amigos de éste último, porque lo muelen a patadas al Grandulón, pero yo ya estoy tomando un taxi que detuve a la vuelta de la esquina y me dirijo al próximo cuento. Chau. Hasta la vista.



JUAN DE URRAZA


SUEÑO PRIMIGENIO


Benjamín irrumpió en el despacho casi con irreve­rencia. Alejandro Quartz, su jefe, hizo a un lado los papeles que sostenía en ese momento y lo observó, con el claro reflejo del monitor en sus lentes. Benjamín era uno de sus mejores investigadores; ya había desarrolla­do y demostrado numerosas teorías sin alcanzar siquie­ra los cuarenta años. Como todo científico que prioriza las ideas a la realidad, el aspecto de Benjamín dejaba bastante que desear: barba desprolija, despeinado, el guardapolvos mal abrochado... A veces inclusive llevaba puestas medias de diferentes colores sin siquiera perca­tarse...

—Creo que ya está —le anunció Benjamín—. Si bien hace años que podemos monitorear y visualizar lo que sueña un adulto, por fin encontré el patrón de on­das cerebrales y picos de energía que indican el cambio del tipo de sueño en un feto. Y sincronizando nuestros equipos a esos patrones de ondas, al tiempo que anu­lamos las producidas por la madre, creemos que tene­mos la información necesaria para interceptar el sue­ño y capturar la información que se está generando en ese momento. Ahora realizaremos las pruebas finales... ¿Quieres participar?

—Sí, claro —asintió Alejandro, poniéndose de pie y el escritorio—. Los trastornos del sueño no son mi especialidad ni el trabajo más importante que realizamos en este laboratorio, pero sí uno de los temas que más atención está teniendo por parte de nuestras fuentes de financiación. Y debido a que el dinero para este proyecto en gran medida provino de fondos gu­bernamentales que no afectaron a nuestro patrimonio institucional, hemos apoyado tu trabajo, esperando resultados auspiciosos. Pero sigo sin entender por qué tienes ese deseo tan arraigado de estudiar el proceso del sueño en un nonato. Entiendo que queramos compren­der cómo funciona en la gente común, para poder tratar sus diversos trastornos mediante nuevas drogas... ¿pero qué utilidad tiene estudiar a fetos de pocos meses?

Benjamín observó a su jefe con ojos perdidos, no sa­biendo si responder con propiedad o simplemente igno­rar el comentario. Ciertamente Alejandro era un amigo de muchos años, pero no tenía la pasión por la inves­tigación teórica y casi filosófica que Benjamín poseía. Él era más práctico y le interesaban las investigaciones que sirvieran para desarrollar productos concretos que redundaran en beneficios, y no en estudios metafísicos que poco aportaran a un aumento de su patrimonio.

Sin embargo, respondió:

—Yo te pregunto: El ser humano, ¿cuándo empieza a soñar? ¿En qué momento exacto se da el primer sueño?

—No lo sé —respondió Alejandro—. ¿Al nacer? o tal vez antes... En ese caso soñaría con percepciones muy simples, puesto que no tiene desarrollados los sen­tidos... Entiendo que en tus investigaciones intentas de­mostrar que sueñan ya en el vientre materno.

—Exacto. La pregunta entonces se transforma... Si los niños empezaran a soñar recién al nacer, ¿qué soña­rían? ¿Por qué el hecho de abandonar el calor del úte­ro se convertiría en el catalizador del sueño?... Hemos descubierto que en realidad el bebé sueña desde antes de nacer, cuando aún se halla flotando en los tibios lí­quidos amnióticos. Más aún, el sueño en sí mismo, en los adultos, parece siempre transportarnos a ese lugar seguro y tibio, donde no existe nada más que nuestra propia existencia protegida por la eternidad... O sea, tal vez el sueño sea nuestra forma de regresar a ese lugar que nunca quisimos abandonar...

—¿Qué? Esa es sólo una teoría descabellada tuya...

—¿Cuál parte? ¿La de que deseamos regresar al vien­tre materno y olvidarnos de la existencia? Tal vez... O tal vez por ello tantas culturas creen en la reencarna­ción, ya que sería la única forma de volver a experimen­tar la mejor, y de otro modo irrepetible, parte de la vida. Puesto que el hecho de que los niños sueñan antes de nacer, ya lo hemos comprobado científicamente.

Los hombres continuaron caminando por un amplio pasillo hacia el laboratorio donde Benjamín realizaba sus experimentos.

—Y eso nos lleva a las preguntas realmente impor­tantes —insistió el hombre—. Tal vez no para vender un producto, pero sí para avanzar relevantemente en el área científica, e inclusive en la metafísica. Si realmen­te los bebés empiezan a soñar desde que se encuentran dentro del vientre materno, ¿Cuál es el momento exacto en que lo hacen? ¿Será el preciso momento en que se dotan de alma, o espíritu, o como le quieran llamar? Antes eran sólo una cápsula vacía en crecimiento, ¿Pero ocurre un instante significativo donde ésta nueva vida deja de pertenecer a la madre para ser un individuo único en desarrollo, y allí empiezan a soñar también, libremente? ¿O tal vez antes sólo perciben los sueños de la madre como suyos propios? Y si profundizamos más... ¿Qué sueñan? Si ya son seres independientes aunque habiten dentro de su madre, y ya tienen fun­ciones cerebrales básicas, sobre todo en el tramo final del embarazo, ¿Qué imágenes proyecta su mente? ¿Qué mundos habitan? ¿Qué sueñan, puesto que no tienen ningún conocimiento, imagen o sonido adquirido aún del mundo real? ¿Sueñan simplemente con estar flotan­do protegidos en el vientre materno? ¿Sueñan con vidas pasadas? ¿Sueñan los sueños de otros? ¿Sueñan con un vasto y oscuro silencio?

Benjamín se detuvo frente a la puerta de su labora­torio. Pulsó una combinación numérica en un teclado, mientras apoyaba el pulgar izquierdo en un lector dac­tilar, y la puerta se abrió.

—¿No te parece que estas preguntas son algo inmen­samente importante para el desarrollo humano, tanto científico como social? —arremetió una vez más—. Yo creo que sí, y puesto que contamos con los medios para comprobarlas, seríamos unos necios si no lo hiciéramos.

En la habitación se hallaba una mujer embarazada, recostada en una cama y con numerosos dispositivos y cables conectados a ella. Estaba sedada, para que su actividad cerebral no interfiriera con la del niño. Otros científicos tomaban sus datos vitales y corroboraban las conexiones, así como realizaban pruebas en las compu­tadoras cercanas. Sobre ella, en una pantalla enorme, se proyectaba solamente un color celeste, como si el dispo­sitivo de video no recibiera información aún.

—¿Todo listo? —preguntó Benjamín a sus compa­ñeros. Ellos asintieron. Otros monitores a un lado mos­traban una serie de gráficos de ondas y barras super­puestas, que todos observaban con detenimiento—. En cualquier instante se producirá un cambio de estado de sueño, y entonces podremos sincronizar nuestros equi­pos con sus ondas cerebrales, y con ello visualizar lo que el niño está soñando.

Se escuchó en ese momento un leve pitido, y los grá­ficos entraron en sincronía. La pantalla grande, que hasta ese momento estaba apagada, empezó a tornarse blanca, extremadamente brillante, tanto que la luz pa­recía escapar de ella derramándose de manera informe sobre los objetos, y cubriendo todo lo que los rodeaba. Instantáneamente, cada uno de los hombres en la habi­tación se sintió transportado más allá del universo que habitaban, hasta ese blanco y amplio lugar.

A una velocidad que superaba todas las leyes físicas, recorrieron el espacio infinito, hasta que bruscamente se detuvieron. Allí se presentó frente a ellos una mujer hermosa, de larga cabellera, que parecía danzar en el aire sostenida por un viento inexistente. Una túnica va­porosa la cubría en partes y al mismo tiempo la mujer se mostraba amable pero temible.

—Yo soy la primera y la última imagen que un hom­bre ve en su vida —habló—. Su creadora y su destruc­tora. Su artífice y su cuidadora. Yo veo, yo escucho, yo siento. Yo proveo el aire que respiran y soy al mismo tiempo el hálito que llena su cuerpo de vida. Yo me presento ante un ser humano en toda mi plenitud úni­camente en dos ocasiones. Ya sea porque sueña por pri­mera vez, desde el vientre de su madre, dejando de ser parte de ella y convirtiéndose en un individuo único y completo, en un ser divino, fragmento o cristal de mi totalidad. O ya sea porque ha muerto y está esperando que se corte el cordón que lo ata aún al mundo para poder ser libre nuevamente. Ustedes no tienen derecho a verme, no aún, sólo este niño, este fruto de mi ser, esta futura parte de mí. Pero ahora ya no puedo permitir que regresen a su mundo, puesto que hay límites que nunca deben ser superados, y por lo tanto, para ustedes, la vida terminará ahora.

La mujer extendió el brazo convertido en una enor­me hoja de guadaña y cortó los extensos hilos plateados que ataban aún al mundo a cada uno de los presentes. Estos simplemente se diluyeron formando un vapor que se convirtió en parte de la atmósfera que rodeaba a la diosa y que ella misma respiraba. Inmediatamente, re­cuperando su forma original, acarició al bebé frente a ella, acercándosele al oído y susurrándole por horas los grandes secretos del mundo necesarios para poder so­brevivir una vez que naciera...



MÓNICA LANERI


MÁS ALLÁ DE LA MUERTE


Llevábamos quince años juntos cuando un día nos enteramos de que él tenía cáncer. Solamente quien vivió esa situación puede comprender a cabalidad cómo se siente saber que estás condenado o que la persona a la que amás, está condenada.

Todos sabemos que vamos a morir. No sabemos cuándo ni cómo pero cuando un médico te hace el anuncio fatal, sabés que estás condenado y eso es algo así como morirse en vida.

—¿Cuánto le queda de vida? —pregunté.

—No te puedo precisar pero a lo sumo son dos años —me respondió el médico.

Tuve que contarle de qué se trataba, aunque él ya lo presumía. Esa enfermedad que primero diagnosticaron como neumonía era otra cosa; y me lo estaba quitando.

Después de darle la terrible noticia se estrechó el lazo entre nosotros. Era como una complicidad con la muerte. Comenzamos a hablar de lo que sentíamos y pensábamos.

Una cosa es lo que te dicen sobre la muerte, y otra muy distinta, vértela con ella cara a cara, sabiendo que uno siempre lleva las de perder.

Él siempre fue un agnóstico. Consideraba que así como nacíamos sin recordar nada del antes, moriríamos y seríamos nada... nuevamente. Se acababa todo, con la muerte, por más duro que eso pareciera.

La muerte se nos hacía una limitación tan absurda en nuestras vidas. Así que entramos en la vorágine de pensar a través del egoísmo, de desear, de sentir que po­dríamos perpetuarnos en el tiempo; que nuestro amor traspasaría todas las fronteras; incluso las de la muerte.

Comenzamos a creer en el más allá. Queríamos hacer­lo. Discutíamos acerca de todas las teorías religiosas que conocíamos y, a pesar de todo, la realidad era una sola y siempre la misma: la vida de un ser humano, del más importante para mí, se acercaba a sus últimos instantes.

Miguel no se dejaba vencer. Se puso más optimista que nunca. Comenzó a hablarme, a expresarse acerca de la misión del ser humano en este mundo.

—La única misión real en este mundo… la única manera de sentir que nuestra vida no fue vacía… es amar sin límites… sin condiciones ni prejuicios —me dijo un día—. Yo me muero feliz, porque amé plena­mente… estoy en paz.

Asentí, no pude evitar abrazarlo y llorar.

—Prometeme que vas a vivir con intensidad, como si cada día fuese el último —me pidió, y le dije que sí.

Él hablaba muchísimo de la muerte pero también ha­blaba mucho del amor. Ante tanto desconsuelo, en su lecho, no pude evitar rogarle una promesa:

—Mi amor, si por si acaso te vas al "tal más allá", y existe la posibilidad de comunicarse, por favor comuni­cate conmigo.

—Te prometo —respondió casi riendo.

Al principio lo tomó en broma, aunque luego, en la medida en que se acercaba su hora y se le acababa la vida, tomó con más seriedad mi pedido.

—Si existe la forma, yo voy a volver… vas a saber… no vas a dudar… te prometo —me recalcó y así sella­mos un pacto ante lo desconocido.

Esa mañana, desperté y me di cuenta de que Miguel no estaba a mi lado. Se afeitaba delante del espejo del baño y aparentaba buen humor.

—Mi amor, feliz cumpleaños… ¿Por qué no me di­jiste que te levantabas? —le pregunté.

—Andá… andá nomás a acostarte otra vez… Yo voy a hacer mi mate —me respondió.

Regresé a la cama y cerré los ojos hasta que me perca­té de que demoraba demasiado. Volví a buscarlo al baño y no estaba, así llegué a la sala de la casa, y lo vi sentado en el sillón muy quieto.

—¿Por qué mi amor no te acostaste de nuevo? —le pregunté.

Miguel me miró, aparentaba no comprender mis palabras. Lo tomé del brazo y lo ayudé a regresar a la cama. Me di cuenta de que algo estaba mal. Comencé con desesperación a llamar a los médicos, mientras que él, con la mano, me hacía gestos para que no lo hiciera.

—Doctor… Miguel está mal… no puede respirar — casi grité en el teléfono.

Entonces, siguiendo las indicaciones del médico, au­menté la presión del oxígeno de cuatro a diez, pero Mi­guel respiraba cada vez menos, se ahogaba.

En eso lo llamó su madre pero Miguel no pudo aten­derla. También lo llamó su hija. Querían saludarlo por su cumpleaños. Él empeoraba y yo insistía tratando de ubicar a los médicos. Con un último esfuerzo él se in­corporó un poco para lograr mirarme a los ojos:

—Te amo —fueron sus últimas palabras.

Yo no quería reconocer que él estaba muerto, lán­guido y caliente entre mis brazos. Intenté un masaje cardíaco, respiración boca a boca. Todo lo que conocía con tal de devolverlo a este mundo. No obstante, no... Solo su "te amo" resonaba vivo, presente y eterno en mis adentros.

Regresé del entierro. Abrí la puerta y fue un golpe. Entrar al dormitorio fue lo peor. Sentí que toda mi vida estaba entre esas cuatro paredes: la vida que se me había ido. Me senté cerca de las cosas de Miguel. Su aroma me llegaba con fuerza. Busqué el frasco de perfume por si se le hubiese caído pero no apareció. Finalmente lo encontré en la repisa del baño... intacto. Volví al dor­mitorio y nuevamente sentí su aroma y calor. Me acosté pensando en cómo haría para continuar mi vida, para tener ganas de ir al trabajo, para sobrevivir a su pérdida; y nuevamente sentí ese calor extraño y amoroso. Era como una caricia en el antebrazo, así como él acostum­braba consolarme. Entonces le respondí:

—Te amo.

Y me sonó a despedida.



FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH


LA SALAMANCA


El que le conoció fue mi abuelo y un tío, mayor de mamá, de nombre Don Tolentino.

Ellos vivían con mi abuelo, en un paraje cercano a Pirayú, por que allí tenía su casa mi abuelo. Yo nunca conocí ese paraje, pero mamá, mientras vivió, hablaba siempre de él y de lo que allí había pasado. En reali­dad, no es que yo no conocí ese paraje porque no haya vivido allí, sino que ya no recuerdo nada de él. Lo que recuerdo son cosas que pasaron allí y que las recuerdo como cosas contadas. No es lo mismo vivir y acordarse de lo vivido que recordar lo contado. Si a mí me pasa­ron esas cosas no los recuerdo así, como mías, sino que me acuerdo de ellas como palabras sobre mí. No sé si voy diciendo bien lo que digo, porque ya tengo muchas cosas enredadas en la cabeza y a veces ya no sé cuál de ellas está primero y cuál le sigue. Te pido por eso que, como estamos ya de camino, me escuches lo que te voy diciendo, porque, escucharme bien, las cosas al decirlas se aclaran.

Todo lo vivido sigue dentro de nosotros, pero sigue muy a oscuras. Hablar es como encenderlas al alumbrar­las con la llamita de la vela que se encuentra en nuestra memoria. Esto que te digo lo decía mi abuelo, ya viejito. Me decía que no éramos los dueños de lo que cada uno sabía. Que lo que sabía era de todos venia de muy lejos y era necesario contarles a los más chicos para que les sirva de guía para entender la vida. Me decía, por ejemplo, que nadie podía saber lo que es el fuego ni hablar de él antes de quemarse. Lo que nos pasa es lo que sabemos, me decía. Por eso hay que escuchar y aprender de la ex­periencia de los mayores, para tenerlas siempre en cuen­ta, para seguirlas si son ciertas, o para evitarlas si están erradas o porque ya no sirven para vivir.

Suelo a veces, volver a soñar un sueño, me ocurre casi siempre cuando se prepara una tormenta. ¿Me ocurrió o no me ocurrió lo del sueño? No lo sé. Lo que en mi sueño veo es un novillo negro , salvaje, un sagua’a fu­rioso, que atropellando la alambrada viene sobre mí, Al verlo me asusto de tal modo que salgo gritando hasta caerme en un pozo y vienen los cuernos del animal, largos y agudos, claveteándose en el suelo, sin alcanzar a herirme.

Hasta ahí es un sueño y luego todo se borra. Lue­go vuelve a aparecerme mucho después, como esta vez, el pasado miércoles de madrugada que me despertó y me sentí tan perdido, tan desareado, como si estuviera volviendo del pasado. Nunca sé cuándo va a volver a venirme el sueño que ya creo que, por las tantas veces que vino, es porque algo me está queriendo decir. O me está queriendo mostrar. No sé si será por eso por lo que estoy yéndome después de tanto tiempo.

Yo también ya tengo mis años, pero no tanto como tenía mi abuelo cuando contaba sus cosas, El andaría ya por sus noventa años en este mundo, a veces se olvidaba de las cosas que estaba contando, y me preguntaba si sobre qué estaba hablando. Yo le contestaba diciéndole dónde se había quedado en lo que relataba. Y entonces el abuelo se reía un cachito y continuaba. De esa ma­nera yo aprendí muchas cosas y son las que ahora te estoy contando, no todas todavía, porque de todas no puedo acordarme, pero ya te las iré contando a medida que viajemos. Se vive mucho y por mucho tiempo, y se cuenta toda la vida recordada en pocos minutos. Y así nos parece nuestra vida tan corta.

Tío Tolentino era más callado que el abuelo pero también tenía muchas cosas suyas que contarme. Y lo hacía también, como el abuelo, a la tardecita, queman­do bosta de vaca para alejar los mosquitos. Yo vivía con ellos después de la muerte de mamá y había una machú que ayudaba en la casa. Era gorda y no muy vieja y nin­guno de sus muchos hijos vivía con ella. Pero ahora no sé por qué te estoy contando esto. Seguro que ya estoy aburriéndote mucho, sentando sobre nuestra matula es­perando el tren.

Este viaje yo tenía que hacerlo ya hace mucho. Pero no lo hice. ¿Por qué? Ahora pienso que porque uno tiene miedo de volver. El pasado es peligroso. Es un caruguá, esa tierra movediza que traga cuanto se le pone el pie encima, cristiano o animal. O como la salamanaca. ¡La salamanca!

Sí, qué llena de misterio nos pueba. Ahí estaba la sa­lamanca, y el guapo`y de Vitó. Yo quería recordar de eso y contártelo. Y volver a verlos, si es posible. ¿Sabés que yo no conocí a Vitó? Y esperá que te cuento. Era muy chico entonces. El abuelo Josías y tío Tolentino fueron quienes conocieron a ese tipo raro. Parecía ser un capanga de la profetisa del Cerro Verde. Toda la gente de la comarca y de mucho más allá se anotició de la presencia de la profetisa, que Vitó decía que era Santa, porque hacía milagros de muchas clases. La pro­fetisa, vestida toda de negro y con un largo manto que le bajaba de la cabeza, decía que estaba por llegar el fin del mundo y que sus signos o señales eran las pestes, las sequías, las langostas que devoraban lo poco que se sembraba, los grandes temporales, y la extraordinaria nube luminosa que cubría el cielo de horizonte a hori­zonte con una pequeña cabeza que brillaba en lo alto y que la mujer mostraba, decía mi abuelo, como la gran señal del fin del mundo y que con la mano alzada decía que todo estaba en el libro de las profecías de Desiderio y Electo, pero que nadie más pudo volver a ver nunca. Mi abuelo me contó que estuvieron a punto de llevarme en la peregrinación de mujeres y viejos que se juntaron para escucharle decir lo que decía. Y bueno, parece que a la mujer la vinieron a llevar poco después diciendo que estaba loca. Y la verdad que nunca más apareció por allí y nadie escuchó más nada de ella, lo mismo que del gran cometa que se perdió en el cielo de a poco, como apagándose como un candil. Te estaba por decir que viniendo un día tío Tolentino desde Paraguarí por una senda, vio a la izquierda de un cerro del que gotea­ba agua muy fresca, una salamanca abierta en la tosca colorada de la que nunca había oído hablar. Se le acer­có para mirar bien y vio que la salamanca comenzaba como a pique, cerquita de donde se alzaba un enorme guapo`y. Nosotros sabemos que el guapo`y es un árbol que se comió a otro árbol, como la salamanca es un principio que se come a la tierra que hay alrededor.

La salamanca ya había matado mucha gente extra­ña. Era gente que ignoraba que estaba allí, abriendo la boca para tragarse lo que viniera, especialmente cuando había tormenta. La gente se iba hacia el guapo`y para guardarse de la lluvia y el raudal los arrastraba hasta la salamanca que los tragaba. Con la cabeza destrozada por la tosca brava y puntiaguda aparecían después lejos de la boca de ese gran pozo furioso que rezongaba bajo la lluvia.

De chico escuché muchas veces contar lo que se decía podía oírse en la salamanca las noches de viernes o de sábado, ya no me acuerdo bien. Algunas de esas cosas todavía las recuerdo y hasta he soñado con ellas muchas veces, pero no eran como el sueño ese en el que veo al novillo negro; Be esos otros sueños me despertaba su­dando y como de regreso de otro mundo. Sentía como que me recorriese un frío grande todo el cuerpo. Y ya ni podía dormir más. Pero hace mucho tiempo que no las he vuelto a soñar. Esos sueños tenían que ver con las creencias como las que te voy a contar. Ahora po­dés reírte de ellas. Pero antes nos llenábamos de miedo cuando escuchábamos decir que ahí abajo estaba el dia­blo sentado en un tronco negro, dirigiendo o hacién­dose rezar a sí mismo la misa negra. Entonces rezaban el Padrenuestro y el Credo al revés, llenos de groserías, mientras bebían la sangre de un animal, decían que ga­llo negro o un gato, o también la de un niño pequeño robado por una bruja quien lo traía pasada la mediano­che volando en un palo.

¿Te estoy cansando? ¿No? Porque creo que me repito mucho. O si no que salto cosas que es necesario que refiera para entender la razón de lo que después voy di­ciendo. Me olvido, sabés, Doy por sabidas las cosas que después de todo yo solamente sé, porque allí estuve o porque me la contaron hace mucho tiempo. Yo sí creo que lo que contamos, así sea nos hayan ocurrido o que sólo las conocemos por haberlas escuchado a otros, van como dejando partes que se nos pierden del recuerdo pero que después salen como esos pescados que saltan en el río sin que nadie se lo espere y reaparecen de golpe. Y nos dejan pensando extrañados.

Ya te recordé de Vitó, ¿verdad? Vuelvo a decirte que yo nunca le conocí así en persona, pero lo recuerdo como si lo hubiera visto por lo mucho que me contaron de él. Contaban que había peleado en la revolución del 90 y mi abuelo lo volvió a ver con la profetisa, cosa que no le extrañó por lo especial que parecía ser Vitó.

Con la desaparición de la mujer también desapare­ció Vitó, hasta que un día se lo vio que había ocupado el gran agujero que había en el tronco del guapo`y, el que estaba cerca de la salamanca. No hablaba mucho, decían, y de que era un hombre vigoroso, con melena y barba muy crecida, como San Onofre.

Durante la noche Vitó mantenía siempre encendido un lampiu. La luz guiaba en la oscuridad a la gente que, si no se asustaba, podía llegar hasta allí en la noche.

Era lo mismo que la gente que andaba por necesidad por allí viniera a pie o a caballo, porque ponían atención por donde caminaban y no irían a caerse en la salaman­ca, que con cada gran lluvia agrandaba más la boca.

Como la de la gente que no se puede atajar y así se decía que porque Vitó era como un santo cazando y co­miendo las frutas de los árboles para conseguir alimen­to, muchas mujeres de los alrededores le tenían lástima y así le llevaban queso y cecina, además de chipa de al­midón y de maní cuí que coma porque tardó en hacerse de una capuerita. Y decía tío Tolentino, que era tentón, que aparecieron muchos Vitó’í por la comarca después de esas projimidades.

Cuando me contó esto tío Tolentino, el abuelo ya estaba muy viejo y mezclaba muchas cosas en lo que decía. Ya andaba muy caduco, pero aún así yo podía imaginarme muchas cosas de las que contaba. El abuelo miraba fijamente casi sin mover los párpados a un lugar indefinible como si fuera ciego. Y hablaba muy despa­cito. Tío Tolentino, que lo entendía no sé cómo, me decía que el abuelo estaba hablando en Biblia de Vitó y que en ese momento maliciaba que Vitó encendía su lampiu por miedo. Miedo a qué, le pregunté yo enton­ces hablándole muy cerca del oído. Y ahí sí le escuché que respondió en una voz cansada: “a todo”. Y cuando unos días después le pregunte quién era Vitó, el abuelo me respondió que no sabía quién era Vitó. “El barbudo del guapo’y”, le grité al oído, pero el abuelo se quedó ca­llado mirándome como confundido. Tío Tolentino me dijo entonces, retirándome de al lado del abuelo, “Vitó ya se le murió en la cabeza”.

¿Te dije ya que el abuelo habría tenido razón al ma­liciar al miedo de Vitó? Claro que no debió haber sido un miedo cualquiera, como el que tenemos todos. Por ejemplo, no miedo a las víboras, porque esas se matan y cuando uno tiene acostumbrado los ojos a la oscuridad las ve venir arrastrándose con sigilo pero justo para el machetazo. Era otra laya de miedo. ¿Alguna vez fuiste por el monte solo? Ya me parecía. Bueno, entonces no conocés esa clase de miedo, que es el verdadero miedo, porque no sabés en realidad a qué tenés miedo. Es como si de repente te echas encima un poncho frío y peludo que te llena de terror porque hasta la luz del muá o cual­quier palito seco que se cae o se rompe al pisarlo te hace saltar el corazón y te cierra la garganta.

La verdad es que nadie sabe por qué tenemos miedo a lo que ya se sabe que ésta ahí. Algo en uno parece que sin darnos cuenta recuerda lo que ninguno puede decir qué es: si animal, si humano, si espíritu. Yo no tengo miedo para andar de día por cualquier parte. Si, tam­bién por el cementerio y lo hice hace tiempo estando de centinela frente al portón de uno. Pero de noche, no. De noche, y lo digo sin vergüenza, de noche se me llena la cabeza de esos seres peligrosos, como “Lasánima” y eso. Claro, si es que estoy solo, porque en compañía cruzo cualquier lugar a la hora que sea. Y sí, por necesi­dad he entrado en el monte o andado por caminos soli­tarios a cualquier hora de la noche. Pero a pesar de que lo dominaba, me entraba miedo, que es como un tigre: mirándolo de frente se lo amansa. Creo que alguna vez te enseñé las oraciones que hay para superar el miedo cuando estás en un trance difícil como pasar por de­siertos o lugares maléficos, como grandes descampados cubiertos por paja brava o por carrizales desconocidos.

Cómo tarda ese tren. Es extraño que no haya llegado todavía. Nosotros tenemos que ir a Paraguarí. Como a dos o tres kilómetros de la Estación hacia Piribebuy está el lugar a donde quiero ir. Por ahí estuvo, según re­cuerdo que contaba tío Tolentino, el guapo’y de Vitó y el gran viborón de la salamanca. Como te dije, ¿te dije, verdad?, yo no conocí nunca ni el guapo’y, ni a Vitó ni a la salamanca. ¿Y por qué me voy? Acaso sea por muchas razones. O por una sola, no lo sé. ¿Sabe la gente la razón de por qué hace lo que hace, siempre? ¿Lo sabe? ¿Vos sabés? ¿Por qué estás aquí a mi lado, sentado sobre esa matula? ¿Que porque tenés que estar? Yo también, por­que tengo que irme, me voy. ¿Que me lleva? No sé si es el novillo negro del sueño, no sé si la memoria de Vitó, no sé si algo que olvidé y recién lo sabré cuando esté ahí adonde voy. Ahí lo sabré: de eso estoy tan seguro como de que te estoy hablando a la espera del tren que me llevará. Hay una voz muy dentro de mí que me está llamando, y estando adonde me lleva la voz reconoceré para lo que me lleva.

Ya sé que estás pensando que estoy loco. Pero no. No estoy ido como el abuelo parecía estar, sino que estoy en mis cabales y mucho más despierto que de costumbre. Comprendo que te sientas extrañado de lo que me escu­chas decir. ¿No te ocurrió alguna vez que te encontraste caminando hacia un lugar sin saber para qué, como si fuera un sueño? Hay impulsos que uno siente y que lo llevan y que no se pueda explicar lo que eso sea. La vida es rara y el hombre es aún más raro todavía. Eso es lo que siento para venir aquí. Bueno, para irme allá. Te agradezco mucho que me acompañes. Ya verás que alguna vez recordarás esto y acaso le llegues a contar a tus hijos y a tus nietos. Eso es lo que somos: contando las cosas que sabemos pasándoselas a los que nos siguen en la vida como si fuera una piola de la que agarrarse para transponer zanjas o salamancas y pasar adelante. Y lo raro es que a veces lo que contamos a los demás no vi­mos. Hay mucho de sueño y aún pesadillas en todos no­sotros, porque de ellos está hecho el hombre y su vida.

¿Estás escuchando venir al tren? Porque hoy es el día en que tiene que pasar. En realidad, hace mucho tiem­po que no viajo en tren. Como sabés salgo poco y más tiempo paso sentado en el sillón leyendo diarios viejos. Desde él miró el patio y me divierto de lo que allí pasa. Me alegro con los pájaros, a algunos les he puesto nom­ bres, y observo el cuidado que pone el gallo en atender a las gallinas, reuniéndolas a comer de lo que haya encon­trado. Esas cosas me divierten y me hacen pensar. Lo que pasa en el mundo, aunque sea un espacio tan chico como un patio, está lleno de misterio y lleno de ense­ñanzas. De ahí sacamos la sabiduría. Nunca lo olvides. El saber de las cosas es más útil y necesario, pero no nos da paz, nos inquieta, porque siempre necesitamos más cosas. El hombre es voraz y perpetuamente insatisfecho.

Escuchame: Sí que tenés razón, yo no digo que adon­de quiero ir todo esté igual. No puede estarlo. Pero esté como esté, a mí me dirá lo que quiero saber. No te rías, aunque te parezca alocado o cómico lo que digo.Ya lo entenderás, estate seguro. Lo que busco es como regre­sar al fondo de donde se vino. Claro, el guapo’y se ha­brá secado. ¡Hace ya tanto tiempo! Pero no se trata del guapo’y ni de la salamanca que fue rellenada por prisio­neros de guerra para dejar pasar una ruta. Yo sabía esto y sigo sabiéndola. Pero a pesar de los cambios, a pesar de todo, algo tiene que haber ahí que tiene una respuesta para mí. No todo se acaba con el fin de las cosas. En mi memoria, aunque no los vea, están el guapo’y y la sala­manca. Yo quiero ir hasta ellos porque su memoria está en mí tan viva. Por eso quiero ir, para devolverles a su lugar, porque las cosas tienen que volver de otra forma, transfiguradas.

Pero ¿Cuándo va a llegar ese tren? Ni siquiera escu­cho nada. Y ya estamos siendo borrados por la obscuri­dad de la noche.

¿Llegará ese tren, verdad?



OSCAR PINEDA


 

 NÉMESIS



El Gramatel X10, un pequeño aparato gris en forma de cubo, transmisor poderoso de hologramas, comenzó a zumbar insistentemente; señal de que alguien se esta­ba queriendo comunicar con urgencia. El capitán Ju Ra Gi, se tuvo que levantar como un resorte cuando por medio de la pantalla de cristal líquido observó de dónde provenía la llamada. Y pensar que estaba a punto de no contestar —se dijo—, ya que cavilaba que era esa chica, con quien estuvo la noche anterior, la última conquista, mejor, la conquista número cuarenta y siete en lo que va del año. ¡Todo un nuevo record! La llamada prove­nía del Comando en Jefe Estelar, la más alta instancia armada de la Confederación Planetaria. Rápidamente se puso presentable y apretó el botón que liberaba la imagen. Ésta se corporizó y el general Ro Pe Mu, Co­mandante Supremo del sector Ypsilon, se hizo presente en ese instante en medio de una potente luz azulada.

—Buenos días, mi general. Capitán Ju Ra Gi, piloto de combate de la III Flota de Guerra se presenta —se adelantó, haciendo el saludo militar, el hasta hacía poco bello durmiente.

—Buenos días, capitán. Disculpe que lo moleste en su momento de ocio pero se ha presentado una urgencia que requiere que el Comando Estelar pueda contar con su soldado más capacitado para la eventualidad —se expresó el general en una extraña voz electrónica que provenía en realidad de cinco altavoces en miniatura pertenecientes al aparato hologramador y que estaban distribuidas por toda la habitación.

—Soy todo oídos, mi general. Puede usted contar con mis servicios —dijo el capitán, completamente des­pierto ya, y consciente de que cualquier ascenso y su carrera misma dependía en gran medida de su superior, quien a la vez era uno de los miembros más influyentes del Congreso Supremo, la máxima instancia de la Con­federación Planetaria.

—Sólo para confirmar lo que dice su currículum, capitán, es usted uno de nuestros oficiales más infor­mados acerca de la historia militar del siglo XIX en la Tierra, ¿verdad? —preguntó el general con esa claridad sin rodeos que lo caracterizaba.

—Tengo tres maestrías en el tema, mi general. Apar­te de que mi tesis versó sobre el mismo...

—Sí, ya me parecía…

—Ahora bien, mi general, en justicia, el mayor Ki Ni Ga tiene mis mismos puntajes en cuanto a lo referido.

—Sí, pero el mayor se estrelló ayer con su nave, la Anacoreta, en Deimos, una de las lunas de Marte, por lo que no podrá ayudarnos por el momento —dijo el general dando a sus palabras la gravedad requerida para el caso.

—Lo siento mucho por el mayor, mi general.

—Además Madre, nuestra supercomputadora, lo se­leccionó a usted entre 153 329 prospectos posibles.

—Me siento halagado, mi general. —Sintió que se le inflaba el pecho y se le volaba el ego.

—Tal vez no lo esté tanto cuando sepa de qué se tra­ta. Lo espero mañana a primera hora en el Nivel 5 del Cuartel General del Comando Estelar. Allí Madre le comunicará su delicada misión y exactamente lo que debe hacer y en qué momento debe hacerlo. Demás está decirle que su misión tiene una clasificación Alfa 1 o sea Súper Secreto, por lo que tiene absolutamente prohibi­do comentar con alguien sobre esto.

—Allí estaré, mi general, y no se preocupe por mi dis­creción, creo que mi legajo habla a las claras de todo ello.

—Así lo espero y prepárese para hacer un largo viaje, capitán —dijo el general Ro Pa Mu a modo de despedi­da mientras la imagen desaparecía en un destello silen­cioso y el capitán se cuadraba frente al Gramatel X10.

Quien diría —se dijo Ju Ra Gi—, el propio “cas­carrabias dog Ra” vino a ordenarme algo de suma im­portancia “para todo el Comando Estelar”, y se trata ni más ni menos que un Alfa 1 o sea altamente secreto, singularmente confidencial, de suma discreción.

Mientras pensaba esto y su ego crecía, el Gramatel X10 comenzó a zumbar de nuevo. Se trataba de su con­quista número treinta y dos del presente año. Era la lla­mada número ciento veintidós en las últimas semanas. Una más que cayó en mis brazos —pensó Ju Ra Gi. Y es que sus rizos rubios, sus casi dos metros de altura, sus ojos celestes, un buen sueldo, un físico envidiable y el uniforme azul con presillas doradas de capitán y piloto de la Flota de Guerra Estelar lo convertían en un muy buen prospecto para todas las niñas casaderas del Siste­ma Solar que se derretían en su presencia. Él lo sabía y lo explotaba al máximo. ¡Para algo soy el hombre! ¡Para tenerlas como quiero!, solía jactarse ante sus camara­das. Más de una vez defendió la supremacía del macho frente a la hembra, quien —según pensaba— nunca tenía que haber salido de la cocina. ¡Maldito el día que se inventaron los robots que podían cocinar! Todos los que le conocían decían que era a su madre la única mu­jer que respetaba y como no tenía hermanas, ni tías y sus abuelas ya habían muerto hacía rato, no había en realidad muchas polleras que respetar. Alguna que otra hasta había sugerido una suerte de acoso sexual y otra casi había llegado a la acusación formal de violación. ¡Mujeres! ¡Mujeres! ¡Sólo las bestias son peores! Muchas veces lo habían escuchado decir y absolutamente nadie dudaba de que fuera esa su forma de pensar.

Era la primera vez que estaba en el Nivel 5 del Cuar­tel General del Comando Estelar. Muchos ya le habían dicho que allí todo era gigantesco y no se equivocaban. Enormes paneles de luces, acompañados de poderosos sensores de alarma, custodiaban la puerta principal que medía cinco metros por dos y pesaba treinta y dos to­neladas de puro acero quirquesiano, fundido al vacío y endurecido en frío de 10 000 grados bajo cero, una de las aleaciones más fuertes y resistentes que se cono­cía en el siglo XXIX. Seis registros completos: de los líquidos del cuerpo, del iris, de la retina, del ADN, de las huellas digitales y del mapa del genoma, confirma­ron su identidad y le permitieron acceder a la sala ultra secreta Magenta 1, un recinto circular donde cualquier mortal podía comunicarse directamente con Madre V, la mayor supercomputadora creada por el hombre y con capacidad suficiente como para interrelacionarse y accionar conjuntamente con las otras 13,4 trillones de computadoras distribuidas por todo el Sistema Solar. Un enorme cubo negro de diez pisos de alto y quinien­tas toneladas de peso, con millones de pequeñas luces multicolores que se prendían y apagaban intermitente­mente representaba la presencia física de Madre. Cuan­do el capitán estuvo frente a este fenómeno de la tec­nología se sintió realmente “el elegido”, no pudo evitar el mortal estremecimiento, ni el fino sudor frío que le corrió por la espalda. La sensación —pensó— era como estar frente a Dios, sin reparar en el hecho indudable de que nunca había estado frente al creador. Tomó asiento en un sillón ergonómico que le ofrecieron los guardias armados que cuidaban el perímetro e inmediatamente veinte aparatos hologramadores Gramatel X10 se en­cendieron al mismo tiempo y otras tantas figuras se de­jaron ver rodeados de sus halos azules. Era el Supremo Consejo que se reunía mediante la comunicación por holograma múltiple simultáneo que funcionaba dentro del recinto principal de Madre.

—Capitán —habló la Primera Ministra Is Lu Cal, una venerable anciana de algo así como cien años—, no queremos perder tiempo en esto que es de suma impor­tancia para toda nuestra civilización, así que dejaremos que Madre lo ponga al tanto de su misión y el justifica­tivo del mismo. Principalmente hemos decidido expli­carle absolutamente todo porque ya no acostumbramos a enviar a nuestros soldados a una muerte segura, por lo menos no sin el conocimiento completo y la aceptación en pleno uso de sus facultades, de los mismos.

—Sí. A su orden, excelencia —dijo algo temeroso el capitán. Se encontraba en medio de todo el Supremo Consejo y a punto de escuchar por primera vez en su vida a Madre, una especie de oráculo tecnológico de la humanidad.

—Buenos días, capitán —tronó Madre, una voz de mujer carente completamente de la emoción y de las in­flexiones de sonido que caracterizaba a la de los huma­nos. Era difícil pensar en ella como la mente artificial más portentosa nunca jamás creada y que en un solo segundo podía realizar tantos cálculos como todos los humanos juntos en un periodo de mil años.

—Buenos días —dijo el capitán, solo un hilo de voz, aunque lamentando internamente que hasta la voz que pusieron a ese ingenio del pensamiento humano fuera la de una fémina.

—Capitán, ¿está familiarizado con la tecnología de­nominada FMC o Flujo Magnético Criogénico?

—No, Madre.

—Flujo Magnético Criogénico es, capitán, el último eslabón de la humanidad en su búsqueda de una fuente de energía poderosa, limpia y completamente libre de desperdicios, o sea sin consecuencias indeseables de im­portancia. Los científicos se hallan muy avanzados en sus investigaciones, y según los estudios de Prospectiva, nuestra ciencia exacta de futurología, esto tiene todas las probabilidades de conseguirse en la próxima década, lo que sería en la práctica la única forma de que nuestra civilización siga existiendo y expandiéndose por el uni­verso conocido.

—Qué bien —dijo el capitán, mientras varias perso­nas del Supremo Consejo lo miraban con la gravedad de un velorio.

—Pero existe un problema —prosiguió monótona­mente Madre—, nuestros cómputos registran un error de primera magnitud en el estadio temporal del proble­ma presentado, por lo que se corre un serio riesgo de que nunca lleguemos a tener ese elemento, desde todo punto de vista imprescindible. Esta tecnología está sien­do lograda gracias a investigaciones que se remontan a cuatrocientos años atrás, más específicamente al año 2453, durante el gobierno de la Quinta República Fe­deral de los Planetas, cuando el profesor doctor Juan Francisco González Ledesma —en aquel tiempo toda­vía usaban nombres y apellidos completos— esbozó la primera teoría sobre esto que nos ocupa. Desde entonces hasta nuestros días han contribuido con diversos descu­brimientos, a través de más de cuatro siglos, un total de treinta y dos mil cuatrocientos setenta y siete cien­tíficos de las más diversas ramas, que nos han dejado a un paso de conseguir el anhelado recurso energético que permitirá que la humanidad pueda subsistir por los próximos cinco milenios y que es cuando, seguramen­te, recién se descubrirán sustitutos viables. Ahí viene el problema, hace cincuenta años que yo Madre V y mi antecesora Madre IV, hemos estado haciendo compli­cados cálculos en el espacio-tiempo, en realidad unas 1.391.892.786.002.4995484 ecuaciones fisicotempora­les, que nos han permitido saber con certeza que dicha tecnología no se conseguirá a menos que modifiquemos uno de los infinitos elementos de los cuales se compone el pasado. Hace unos doscientos años tenía que haber nacido una persona a quién se le tenía que haber puesto el nombre de Ram Yo Du, y quien debía haber inven­ tado un motor protónico de primera generación que es uno de los componentes principales e imprescindibles del cañón criogénico que es, a la vez, la antesala inme­diata a la consecución del Flujo Magnético Criogénico que tanto nos preocupa. Como esta persona no ha naci­do, tampoco tenemos ese elemento imprescindible.

—¿Qué sugiere Madre que yo haga? —habló el ca­pitán, que hasta el momento estaba escuchando aten­tamente todo lo que decía la supercomputadora, muy atento para no perder alguna parte de la exposición.

—La solución está en el pasado —prosiguió Madre, como si no hubiera escuchado la pregunta—. A par­tir de Madre I, hasta quien le habla, Madre V, hemos estado realizando una serie de investigaciones, desde hace casi trescientos años, acerca de las posibilidades que nos abre una riesgosa incursión a la que llamamos Distorsión Temporal Natural. Hemos descubierto, de eso hace ya medio siglo, que cada vez que el cometa Serbla II hace su aparición en este extremo del Sistema Solar, el campo magnético que genera junto con el del Sol en el ángulo 45, cuadrante 6321,671 provoca la apa­rición de pequeñas ventanas fluctuantes que permiten el desplazamiento temporal controlado, en un tiempo muy reducido, aproximadamente unos 20 minutos, del equivalente a un cuerpo humano, de hasta 100 kilos de peso. Esto sucede cada 1545 años y 4 meses, que es el tiempo que transcurre entre una y otra visita de este peculiar cuerpo celeste, que viene de más allá de la nube de Orf, y eso será exactamente pasado maña­na, capitán. Hemos encontrado la forma de controlar el tiempo, mediante rayos termodinámicos, durante ese pequeño lapso, y hasta fijar en qué espacio físico y en qué tiempo queremos enviar un cuerpo de ese peso que será evidentemente el suyo, capitán.

—¿Me quieren enviar al pasado? —preguntó algo asustado el capitán.

—Exactamente. —Esta vez Madre si escuchó la pre­gunta—. Queremos enviarle al pasado.

—¿Me enviaran doscientos años atrás?

—En realidad no, vamos a enviarlo mucho más atrás —contestó Madre.

—¿Cuántos más atrás?

—Precisamente, más de mil años atrás, a 1815. Por eso es que queríamos su concurso capitán, porque usted es especialista en historia del siglo XIX y siempre ayuda más una persona que sepa bien todo lo de ese tiempo que una que no sepa nada de nada.

—¿Y por qué tan atrás?

—Porque el futuro depende en casi su totalidad de lo que ha acontecido en el pasado. Muy raramente —una posibilidad entre trillones y trillones— se da un caso que no tiene consecuencias de algún tipo, la mayoría graves o nefastas, sobre todo lo que ocurre con poste­rioridad. Hemos encontrado un elemento así luego de cincuenta años de cálculos y más cálculos y se trata pre­cisamente de un antecesor del inventor Ram Yo Du, que se llamaba Jean Marie Dupont, un campesino fran­cés que murió víctima de las esquirlas de la bala de un cañón inglés en las proximidades de la batalla de Water­loo, esa en la que Napoleón fue vencido por Wellington con ayuda de Blucher, el 18 de junio de dicho año.

—Sé de cuál se trata, Madre —puntualizó algo in­quieto y nervioso el capitán.

—Necesitamos que usted salve la vida de ese cam­pesino, capitán, y para eso sólo dispone de 20 minutos con 35 segundos y 533 milisegundos. Si usted une ese hilo umbilical en el siglo XIX, tenemos la seguridad de que Ram Yo Du, su descendiente número 1324, na­cerá más de quinientos años después; por lo tanto, en nuestro tiempo, un meticuloso y diligente investigador del pasado, un historiador, encontrará fortuitamente los planos del elemento que nos está faltando para comple­tar nuestra tecnología de Flujo Magnético Criogénico.

—En parte parece muy simple —dijo el capitán como queriendo darse valor, mientras que los demás miembros del Consejo Supremo solo permanecían ca­llados y escuchando atentamente todo lo que se decía.

—No se engañe, capitán, jugar con el tiempo no es cosa de niños —respondió Madre—. Conseguir un acontecimiento en el pasado que transformándolo no tenga consecuencias nefastas para el futuro, es casi un imposible. Le digo, es una posibilidad entre trillones de trillones.

—Pero en este momento, Madre, sus medio siglo de cálculos han asegurado que salvando la vida de ese hombre, el resultado será positivo para la humanidad en nuestro tiempo, ¿verdad?

—Verdad. Pero es nuestro deber y obligación infor­marle y advertirle que en los veinte minutos que esté us­ted ahí no debe modificar absolutamente más nada de lo que hemos programado, porque de lo contrario, cuando usted vuelva a su tiempo todo puede estar cambiado de manera sustancial a un nivel que ni la más imaginativa mente podrá recrear jamás. Por lo que le repito su orden de manera terminante: USTED SALVARÁ LA VIDA DE JEAN MARIE DUPONT Y ABSOLUTAMEN­TE NADA MÁS. CUALQUIER OTRA COSA QUE HAGA EN EL TIEMPO EN EL CUAL VA A ESTAR PUEDE TENER NEFASTAS CONSECUENCIAS SOBRE EL FUTURO DE TODA LA HUMANI­DAD. INCLUSIVE USTED MISMO PUEDE MO­RIR EN ESTE PROCESO PORQUE AL VOLVER A NUESTRO ÉPOCA PUEDE OCURRIR QUE NO HAYA NACIDO O QUE USTED O CUAL­QUIERA DE LOS QUE ESTAMOS AQUÍ AHORA TENGAMOS UN CAMBIO RADICAL INIMA­GINABLE. NUESTROS TRILLONES Y TRILLO­NES DE ESTUDIOS SOLO GARANTIZAN QUE NADA SE MODIFICARÁ DE FORMA NEGATIVA SI SOLO SALVA LA VIDA DE ESE CAMPESINO FRANCÉS.

El rayo se disparó dentro de la cápsula especial ro­deada de espejos cuadrangulares de la nave Alisos III, Cuentos y Relatos 80 Némesis Óscar Pineda PORTAL GUARANÍ

orbitando a gran velocidad alrededor del cometa Serbla II; y el capitán, luego de apreciar por última vez su mo­numental figura, que tanto ego engendraba en él, fue disparado de modo estrepitoso al pasado remoto.

El viaje intertemporal lo atontó algo. Se despertó exactamente a las 15:05 del 18 de junio de 1815, en un bosquecito ubicado a mitad de camino entre La Belle Aliance y Ter-haie, al sureste de Waterloo, en las cer­canías de Bruselas. Lo primero que sintió fue mucho calor, calor húmedo porque había llovido la noche an­terior y el terreno estaba en algunas partes todavía mo­jado. También había pequeños baches de agua estan­cada dentro del bosque con su consecuente enjambre de mosquitos. Se puso rápidamente de pie y procedió a palparse, se encontraba bien y entero. Estaba disfra­zado de campesino belga del siglo XIX pero debajo de esa ropa llevaba una serie de poderosos artefactos que lo convertían en una especie de súper hombre para el tiempo en el que se encontraba. Primero se fijó en su Computadora Multifunción Portátil que estaba funcio­nando a plenitud y que le informó inmediatamente que el viaje había sido todo un éxito y que su organismo se encontraba en perfecto estado. Luego le enseñó su posición, que era Latitud 50°43’N y Longitud 4°23’E, mediante un sofisticado holograma que se proyectó en su frente y que mostraba de forma bastante nítida su entorno hasta unos diez kilómetros a la redonda. Ha­bían pasado sólo unos segundos cuando el estruendo de cañones y de fusilería le sobresaltó. Había recuperado su audición y el sonido de la batalla que se libraba allí cerca le llegó de pleno. El camino por donde debía pa­sar Jean Marie Dupont estaba a solo cincuenta metros de donde se encontraba y más allá se alzaba una colina de dónde venían los ruidos de armas, gritos, órdenes, maldiciones y lamentos. Se dirigió hacia allí y llegó a la cima. Lo que vio le pareció algo fantástico: en una serie de verdes colinas suaves, varias decenas de miles de soldados, con casacas rojas, azules, verdes y blancas, se encontraban peleando a muerte. Apenas se distinguían los combatientes debido al humo negro que despedían las armas cada vez que se disparaban. Mediante unos prismáticos electrónicos, provistos de rayos X, pudo re­conocer a su izquierda a la famosa guardia veterana de Napoleón atacando a unas líneas más adelante, donde se encontraban fuertemente parapetadas las unidades galesas de la corona inglesa. A lo lejos vio a las unida­des escocesas mientras disparaban sus largos fusiles de chispa. Si pudiera llevarme unos cuantos de ellos, en mi tiempo me pagarían su peso en diamante plutóni­co, pensó. Luego observó a su derecha que una serie de baterías abrían también fuego. Eran los franceses que seguían presionando lanzando hierro y fuego sobre la colina cercana. El olor a pólvora quemada era comple­tamente perceptible en el aire. La batalla se encontraba en un perfecto empate, pero las cosas ya estaban a un paso de definirse del lado de los aliados, porque a lo lejos por su derecha ya se veía que la polvareda se levantaba de un modo nada natural. En ese momento, Napoleón, que se encontraba un kilómetro a su izquierda, estaba pensando que era el mariscal Ney quien venía a ayudar­lo, sin embargo se trataba del general prusiano Blucher que iba, a la postre, a desempatar la batalla. El capitán se quedó un momento más mirando cómo una de los encuentros bélicos más impresionantes y decisivos de la historia se desarrollaba afanosamente alrededor de él. ¡Son los hombres los que escriben la historia, no las mujeres!, se dijo. ¡Podría quedarme todo el día mirando esto! Pero tenía una misión que cumplir y no iba a dejar que la emoción del momento le arrebatase su propio triunfo. De todas formas era perfectamente consciente de que él era la única persona de su tiempo que podría presumir de que estuvo en Waterloo, el día de la de­rrota definitiva de Napoleón. Volvió sobre sus pasos y miró por la senda que corría paralela por el borde del bosquecito donde lo había transportado el rayo termo magnético. Unos cien metros más allá había un cruce de caminos. Exactamente a las 15:22, sólo dos metros antes del cruce mismo, explotaría una granada de ca­ñón, que pasaría encima de la colina más cercana. Para eso aún faltaba siete minutos pero a lo lejos por la senda, ya se veía una carreta que iba avanzando raudamente por la misma. Es él, pensó el capitán, y para confirmar disparó hacia la persona que se veía conduciendo un rayo identificador totalmente invisible. Dos segundos después tuvo la respuesta de la computadora: identifi­cación positiva. Bueno, llegó el momento, se dijo y se ubicó en el medio de la senda. Debía dispararle un rayo inmovilizador que paralizaría tanto a los caballos como al campesino que los conducía durante una fracción de tiempo suficiente como para que la bala de cañón ex­plote en el lugar previsto pocos segundos antes de que la carreta pase por el punto. Cuando estaba a menos de veinte metros disparó el rayo y el campesino y su carreta y la lona que llevaba atrás se quedaron totalmente quie­tos como si fueran un conjunto estatuario. La demora fue de unos treinta segundos, al final de los cuales se volvieron a mover y pasaron raudamente por el costado del capitán que para el efecto se había hecho de lado. En ese momento se escuchó un extraño silbido y luego una explosión bastante fuerte sacudió la vegetación que ro­deaba la zona del cruce, justo antes de que la carreta pa­sara por allí. ¡Misión cumplida!, se ufanó Ju Ra Gi, una condecoración más para mi legajo y un posible ascenso al grado inmediato superior, dijo mientras observaba que el campesino se alejaba por la senda como alma que lleva el diablo. De pronto, la lona que llevaba en la parte de atrás la carreta se movió de un modo raro, no por efecto del viento. ¿Qué es eso?, se preguntó el capitán alarmado. Unas manitos de niño levantaron la lona y miraron hacia atrás, hacia donde él se encontraba. ¿Qué hice? ¡Salvé dos vidas en vez de una!, se contestó. Auto­máticamente se puso a correr detrás de la carreta para tratar de remediar el fallo garrafal que había cometido, pero en ese momento un poderoso rayo, que no se sabía de dónde había salido le dio de lleno. Se trataba de su poderoso medio de viaje temporal. Se habían cumplido los 20 minutos y 35 segundos que tenía.

Una vez más estaba completamente atontado. Se le fue aclarando la mente a medida que recobraba pleno uso de sus facultades en la cámara especial dentro de la nave Alisos III, pero de pronto se sobresaltó porque le pareció ver algunas cosas cambiadas. Los espejos de la cámara ya no eran circulares sino rectangulares y el cartel de situación ubicado en la parte superior repetía intermitentemente un único mensaje en letras rojas bri­llantes: ¡GRAVE ERROR EN EL ESPACIO TIEM­PO! ¡DISTORSIÓN DE FUTURO IRREVERSIBLE!

—¡Oh no! ¿Qué he hecho? —se dijo Ju Ra Gi.

De pronto consiguió fijar su vista en el espejo que tenía enfrente. Un grito de horror salió de su boca:

—¡No! ¡No! ¡Dios mío! ¡¡¡NO PUEDE SER!!!

En su mente sonaba las estrictas órdenes de Madre acerca de las graves consecuencias que tenía el jugar con el tiempo. El espejo le devolvía una imagen de mujer….

FIN



IRINA RÁFOLS


LA FUERZA



Der Fuchs geht um

Der Fuchs geht um

Es gibt ein schlaues Tier herum

Schau dich um!1


Antigua canción de cuna alemana


Tuvo que ser fuerte de entrada porque todo se com­plotó para exterminarlo. Aún no tenía manos ni pies cuando ya tuvo el presentimiento de que fuerzas exter­nas lo iban a combatir. Cuando percibió por primera vez el sol desde el vientre de su madre, se tensó. Dio una débil patada que alertó a la madre, pobre campesina sin medios para vivir. Y escuchó rezos… Los de la madre pidiendo que no naciera. Pero una multitud de elfos se conglomeraron a la noche y a la mañana alrededor de su cuna para protegerlo. Era visto por fuerzas ocultas, mientras las enfermedades atormentaron a la madre, y las dudas, y el arrepentimiento de dar vida.

En su etapa de hombre-pez se limitó a escuchar y a esperar con la certidumbre de que su mundo era una

1El zorro está dando vueltas,

El zorro está dando vueltas,

Hay un animal astuto por aquí,

¡Mira detrás de ti!


lucha, su propia lucha, pobre pez sin escamas, pobre bebé-hombre. Al avanzar la gestación creció la angustia de ella. Un día, la madre, habló contra su voluntad lo suficientemente fuerte en su corazón como para que él escuchara sus pensamientos. ¿Mamá…? Y ella, presa de su propio dolor hizo como que no lo escuchaba. Una vez tomó una sustancia toxica. Él la sintió retorcerse. ¿Todo esto es por mí? Pero un doctor salvó a la madre.

Otro día, al borde de un puente, la madre con ojos apagados mira el fondo turbio del río. El bebé, cons­ciente de que algo anda mal, se mueve inquieto. Pero alguien, algo, las energías de la luz o de la oscuridad, los duendecillos de los árboles —quién sabe qué—, hicie­ron que el pie trastabillara y la madre por inercia bajara del bordecito del puente.

En el atardecer del invierno, cuando todo el paisa­je se vuelve gris y la nieve cubre el camino, la madre canturrea... der fuchs geht um… der fuchs geth um… No está contenta. Canturrea por desesperación, para no escuchar sus pensamientos oscuros. Él escucha por primera vez la melodía y siente el balance del vientre de ella en la silla de mimbre… Es gibt ein schlaues Tier herum… ¿Mamá?... Schau dich um… La madre deja de hamacarse y mira hacia la ventana. Le parece que el ruido viene de afuera, del viento de los Alpes jugando con los ecos. Mientras ella se distrae, los entes que lo cuidan le permiten ver el pensamiento de ella. Hay de todo, pero todo es ella. Los miedos de ella, las alegrías de ella, el pasado de ella y el futuro. Pero no hay un solo pensamiento sobre él, como si no existiera, como si ella pudiera negar el acontecimiento que se venía.

Y así, en los últimos meses él fantaseó con la vida. Se imaginó salir del búnker aquel y mirarla a los ojos, saber el color de sus ojos, tocarle el pelo, sentir su calor, su piel, el dulce pezón en la pequeña boca. ¿Mamá? ¿Me vas a querer cuando me veas? ¿Vas a cantar para mí?... Shhhhh… le chistaban los elfos. Shhhhh…. Y soñaba con la belleza y el amor de la madre. Y en sus sueños se estiraba feliz. Se ponía de pie, se caía, y cuando eso, al­zaba los ojos y la madre le daba la mano y lo levantaba. Y le sonreía. Juntos de la mano caminaban, corrían, ju­gaban. ¿Mamá? Hasta se imaginó la mirada dulce de la madre. Todavía fue feliz hasta que algo diferente suce­dió. El búnker tambaleó. Temblaron las paredes tibias, se escuchó el grito desgarrador de la madre. ¿Mamá, qué pasa? Tengo miedo, mamá… Tengo miedo. Tengo mie­do… Entonces ve una luz al final del túnel. Una fuerza le hace bajar. De golpe se ve inmerso en un chorro de luz. Se siente débil. Cansado. No, no, no quiero que nos separen, mamá…

Muchas manos aparecieron. Sintió una calidez in­concebible. Apenas levantó la cabeza, la vio. La madre lo miró a los ojos, le latió el corazón de golpe y los ojos se le aguaron. Ella se quedó mirándolo por espacio de unos segundos hasta que la boca se le colmó de una son­risa… Mi bebé… Mi bebé, dijo entonces, en un murmu­llo de emoción. La ayudaron a incorporarse y él se sintió deliciosamente satisfecho en los brazos de un enemigo más, vencido.

—Tu hijo es fuerte, todo lo que resistió el pobreci­to. ¿Qué nombre tendrá? —pregunta la matrona. Y ella amorosamente arrobada, responde:

—Adolf. Adolf Hitler.



JAVIER VIVEROS


ALGO MÁS SOBRE PROMETEO


Eran tan numerosos los trabajos de Hesíodo y tan pesados sus días que pudo narrar tan sólo una parte de la historia del más noble de los titanes.

Por robar el fuego de los dioses, Zeus ordenó que encadenaran a Prometeo al monte Cáucaso, y que un águila le devorara el hígado cada mañana. El hígado se reconstruía durante el día y con el alba regresaba el ave a empapar de sangre titánica el imperial y blanco plumaje de su cabeza.

La primera vez que su poderoso pico rompió la piel de Prometeo y se comió su hígado fue la mejor. Defini­tivamente. El hígado más puro y exquisito. Muy supe­rior a los renacidos.

El águila también había sido castigada por el colérico y quisquilloso Zeus, por alguna peccata minuta. Debía desayunarse con el hígado del titán, pero no comía con fruición, era su penitencia.

Con el tiempo, el águila aprendió a identificar, por el sabor, los hígados que se formaban. El hígado de los lu­nes era amargo, construido con magia displicente. Los hígados de los martes tenían una sequedad característi­ca y un innegable sabor a tierra. Los miércoles y jueves Prometeo se esmeraba y servía un hígado regordete y sanguinolento, de sabor muy amistoso para con el pico.

El resto de los días, el menú hepático no pasaba de una mediocridad espantosa.

A fuerza de convivencia, Prometeo y el águila habían labrado un sucedáneo de la amistad, conscientes de que estaban condenados a repetir esa escena ad nauseum.

Una mañana el ave comentó al titán que el oráculo decía que Hércules lo liberaría de sus cadenas. Prome­teo se puso feliz, su hígado nunca supo mejor.

—¿Sabes algo de Hércules? —preguntaba cada ma­ñana, ya sin hígado.

He oído que anda por su quinto trabajo, está por ahí limpiando establos, contestaba el ave unas veces. Anda matando pájaros, decía el águila en otras ocasiones y luego callaba y en sus ojos se podía leer un sentimiento ambiguo, porque sabía que se acercaba, cifrada en los brazos de Hércules, la libertad para ambos. Prometeo sería liberado de sus cadenas y ella recibiría un flechazo que le rompería la vida pero que significaría también el final de ese infame castigo.



ANTONIO V. PECCI


PYAPY (CORAJE)

TEATRO POR LA MEMORIA - Coautora NATALY VALENZUELA


La obra se basa en un texto inspirado en torno a la vida de militantes y luchadoras contra la dictadura como Carmen Soler, doña Coca Lara Castro, Julia Pe­rruchino y Esther Ballestrino. Carmen Soler fue ade­más de militante política, una destacada poetisa. Y uno de sus poemas se titula precisamente "La alondra heri­da" que da título a su libro de versos, al cual apelamos

La pieza intentará que el espectador se apropie de conceptos claves como 'tortura', 'detenidos-desapareci­dos', 'pyrague', 'víctima', 'represor', 'dictadura', 'demo­cracia', 'justicia social', 'derechos humanos', etc.

La técnica dramática está basada en el 'distancia­miento' brechtiano y apelará al uso de carteles, música, máscaras y otros elementos y recursos escénicos.

Y el concepto general es de "Teatro portátil", fácil­mente transportable de un lugar a otro y adaptable a distintos espacios lo que será definido por el grupo tea­tral.

Se inscribe dentro de una corriente relativamente nueva de Teatro y Memoria que aborda hechos y perso­najes de la época stronista (1954-1989).


PERSONAJES

El Narrador

Un hombre

Una mujer.

ACTO ÚNICO


ESCENA I

NARRADOR. —Esta obra es una mirada y un mensaje sobre un tiempo histórico de oprobio y de ver­güenza, pero también de lucha y de ideales que alimen­taron la fe de muchos compatriotas. Que afrontaron persecución, prisiones, exilio en su lucha por librar al país de una dictadura que hizo de la violación a los de­rechos humanos una práctica sistemática. Desde 1954 a 1989 un hombre dirigió con mano de hierro el país pretendiendo acallar las ansias de libertad de un pueblo y aplastar toda crítica. Ese hombre fue el general Alfre­do Stroessner.

(MUJER TARAREA PRIMEROS COMPASES DE PATRIA QUERIDA.)

De cómo se vivía y la suerte que corrieron los jóvenes y adultos, los hombres y mujeres, gente de la ciudad y del campo reflejados en un hombre y una mujer, quie­nes representan genéricamente los padecimientos de los luchadores por la libertad.

(HOMBRE TARAREA OTROS COMPASES Y CANTA ESTROFA DE "PATRIA QUERIDA", MARCHA CANTADA EN LAS MOVILIZACIO­NES CIUDADANAS DE LA ÉPOCA. LUEGO AL­GUNOS VERSOS DE CARMEN SOLER.)

Esta obra está vestida con los versos de una gran lu­ chadora y militante por la libertad, cuya pluma captó y expresó su dolor y sobre todo el de sus compatriotas. Fue la voz de una poetisa que no calló, sino que sintió el impulso de cantar sobre esos años sombríos y las ga­nas de libertad de todo un pueblo. Carmen Soler sufrió prisión, tortura y exilio, pero jamás perdió la esperanza de que su patria alcanzaría la libertad y su pueblo el bienestar y la igualdad.

VOCES.—“Madrina… madrina…”

Doña Coca fue la madrina de muchos presos aban­donados a su suerte en los calabozos policiales, a quie­nes ella hacía llegar alimentos, ropa, medicamentos y daba noticia de sus familiares y a los organismos de de­rechos humanos del exterior. Así incansablemente año tras año, pese a los maltratos de los jefes policiales. Por eso se ganó el apelativo de “madrina” de los presos po­líticos.

MUJER.—Este es el ombligo de mi hijo. Demasiado lindo era… Esos sus ojos lo que siempre me gustaron… grandes. Ternura había adentro… Esos ventanales ne­gros y profundos... ahí yo me pierdo… Viajo parece…. Volvéke che memby, cuidate… portatekena bien… (LE PONE EL SEA.). Callados, refugiados en el silencio…. así las cosas son mejores… (EL TREN SE VA.). Yo no sé para que lo que la gente quiere cambiar las cosas… si así podemos vivir también, no nos falta ko nada, no pa­samos ko hambre. En silencio son mejores las cosas… Luchar?, yo también lucho... Para vivir lucho… Sabe lo difícil que es el día a día. Pero en mi casa procuro mejorar mi vida y la de mis hijo... (MIRA EL OMBLI­GO.). Pensar que apenas y se le escuchaba llorar cuando era bebe’i, pero a los dos años ya volaba. Corría por todos lados como esas máquinas y hablaba como esos loros, Pancho le decíamos por eso (SE RÍE.) Su juego preferido eran las escondidas (LO BUSCA CON LA MIRADA.). Todos los mitã’i del barrio andaban tras de él, porque era el más inteligente... Le dirigía luego a todo su grupo… Esos sus ojos ko le brillaban cuando se acercaba para tocar tambo, como esas balas le pasa­ba al que se quedaba en el árbol para llegar hasta ahí, acusado Ramoncito detrás del árbol.. tamboooooooo… sus carcajadas se escuchaba en toda la cuadra (HACE SONIDO DEL LATIDO DEL CORAZÓN CON LAS MANOS.). Pero ya es tarde… y no llega del co­legio, ¿será que le paso algo? Este mi hijo desde el día que empezó a caminar no paro más… Cuántas tardes me quedé en lo de González planchando esperando que vuelva… Demasiado enamorado está de su novia me dijo, y por eso tarda tanto. Está grande ya y no le pue­do pues prohibir que ande por ahí con esa chica. Ya tiene diecisiete, tiene que probar, tiene que convertirse en hombre.

Las madres nacimos para esperar… en silencio… con paciencia.

Cada vez viene menos, está medio rejuntado con ella parece. Me visita dos veces por semana. Con tal que no deje su estudio y la chica no se embarace… Yo ko con mi trabajo en el mercado le ayudo si es que puedo, vendo aloja ro’ysã porã.

(ESPERA.)

Pero ahora sí que no le veo más (LO BUSCA CON LA MIRADA.). Se me perdió ite. En qué será que anda… No me gusta nada si que esto. Apurado siempre está, con unos libros medio escondidos… Esos sus ojos le brillan como cuando quería tocar tambo…

(SE ESCUCHA UN GRITO.)


ESCENA II

SE QUEDA ELLA EN PENUMBRAS. INTE­RROGATORIO.

MUJER.—No sé, hace rato que no le veo... No me diga eso por favor… Bueno es... inteligente…tres tengo. Diecisiete, sí, treinta y cinco… No sé yo. Ese no es... No puede ser... En el colegio todavía… un mes por ahí… ¿Falta mucho?... No les conozco… Lindos ojos tiene... ¿Foto?... Yo no sé… Tres ya le dije…sí, diecisiete, pero no les conozco. Ese no es él. Un mes. ¿Él está bien? ¿Cómo está? Hace rato que no le veo. Lléveme, no im­porta, igual nomás. Eso no es cierto. No, le digo, ¿cómo no voy a saber si yo le parí? Confusión seguro es. ¿Está bien? ¿Dónde? No sé nada yo. ¿Él dónde está? No le creo, lléveme, quiero ver esos sus ojos para saber si es él. Lléveme, no importa, no me suelte, lléveme, no quiero la calle, lléveme. ¿Ese pasillo? ¿Al fondo? No me suelte, quiero verle, por favor. Diecisiete tiene, esos sus ojos, no quiero, basta ya, esos sus ojos, a las escondidas no, por favor, no, lléveme, cámbieme por él, no quiero salir, ya basta, no quiero, ¿por qué?, eso no es cierto. ¡Yo le parí! ¡Cállese, cállese, cámbieme, no me suelte, llévemeeeeee! (GRITA.).


ESCENA III

NARRADOR.—Y así permanecían detenidos “por orden superior”, eso valía más que una ley. Y si los pe­riodistas o los extranjeros preguntaban mucho entonces decían que estaba detenido bajo el artículo 79 del Esta­do de Sitio. Y así por meses y años: Antonio Maidana, Margarita Báez, Julio Rojas, Capitán Ortigoza.

ACTOR (GESTICULANDO Y HABLANDO POMPOSAMENTE COMO SI ESTUVIERA EN UNA RUEDA DE PRENSA.).— Señores periodistas extranjeros, es absolutamente falso que en nuestro país existan detenidos políticos, lo que sí pueden decir y les exijo… perdón, les pido que transmitan, es que en el país sí tenemos tras las rejas a delincuentes políticos. (SE PASEA GESTICULANDO.) ¡Bandidos! que per­turban el orden público y crean la división de la familia paraguaya, siguiendo las consignas moscovitas y cuba­nas, pero aquí han sido juzgados y condenados en los tribunales. (POMPOSO) Ejem, gracias al gobierno del líder de la Segunda Reconstrucción disfrutamos de paz y progreso y tenemos una democracia sin comunismo.


ESCENA IV

VUELVE LA LUZ ANTERIOR

MUJER.—Siempre le gustó jugar a las escondidas... Rápido corrió para tocar tambo… Se perdieron mis ventanales negros y ya no puedo viajar más… Este es su ombligo... En silencio es mejor, callados nomás…. (TREN QUE PASA.).

Cartel: La alojera

¡Aloja! ¡Ro’ysã porã la aloja!

Por las calles sube el grito que a la indiferencia baja.

El sol resbala en las piedras y va a dormir en el agua.

Sobre la mancha que hace un naranjo en la vereda,

Mientras se tuesta los pies en la parrilla de piedra

—flor morena, fruto amargo—, pide su pan la alojera.

¡Aloja! ¡Ro’ysã porã la aloja!

Bailan las trenzas esclavas

sobre el balde cuando el jarro

rebosa de agua dorada.

Y me araña la garganta

la aloja de miel de caña

que se prepara en mi patria.

Es dulce y fresca la aloja

y la alojera ¡qué amarga!

Sus doce años de niña,

sus doce años amargos,

sus doce años de vieja

sangran en su grito largo:

¡Aloja! ¡Ro’ysã porã la aloja!

Aloja dulce, ¡bien dulce!

¡Vende la alojera amarga!


ESCENA V

NARRADOR.—Stronismo. Régimen implantado en el Paraguay mediante un golpe de Estado el 4 de mayo de 1954 donde fue derrocado por las armas el presidente Federico Chaves y se dio vía libre a la pose­sión del poder a un joven y ambicioso general, Alfredo Stroessner. Comenzaba así una nueva época de persecu­ciones y represión arbitraria contra cualquier ciudadano que osara criticar alguna medida del nuevo régimen. Las cárceles comenzaron a llenarse de jóvenes idealistas, de opositores conocidos y hasta de sacerdotes que estu­vieron junto al pueblo.

Estaba prohibido el derecho la reunión, hasta tal punto que en la calle tres personas no podían estar jun­tas. Eso ‘violaba’ el Estado de Sitio o la ley 209. Había que respetar la paz… de los sepulcros.

ACTOR.—‘Usté y usté está violando la ley, no pue­de estar reunido tre persona. (EL PYRAGUE ENOJA­DO.) ‘Y yo qué é… siga pue, subversivo’.

NARRADOR.—Y esos eran los famosos ‘pyrague’, los espías de pies peludos, contratados muchas veces, o ‘colaboradores’ como taxistas, mozos, funcionarios.


ESCENA VI

Cartel: Bandos

Se prohíbe:

al hambre comer

a la boca hablar

al oído oír

a la sed beber

al fuego calentar

al miedo correr

al frío tiritar

a la alegría reír

al amor querer

al poeta cantar

al herido gemir

a la primavera florecer

a la pólvora explotar

(UN BAILE EN PANTOMIMA DE LAS PROHI­BICIONES: HABLAR, ESCUCHAR, MOVERSE FUERTE, GRITAR, SALTAR, MIRAR.)


ESCENA VII

NARRADOR (SE PASEA MIENTRAS LEE.).— “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Artículo primero, Declaración Universal de los Derechos Humanos”.

¿Se respetaba eso en Paraguay?… mamópio

ACTOR (RISOTADAS DE FONDO.).—“Oipota ndaje la Constitución oje aplika hese, aipo derecho hu­manos…. Mba’e derecho humano katu piko…” (RI­SOTADAS.). (‘Quiere que se le aplique la Constitución dice…. Qué derechos humanos ni ocho cuartos… (RI­SOTADAS.).

NARRADOR.—Tipos de torturas que se daban en el Paraguay: maltratos verbales, golpes, trompadas, sablazos, o verdaderas palizas en las primeras horas de detención.

El Plantón, simple y aparentemente inocuo, a veces con la cabeza tapada, se transformaba por acción del cansancio, el miedo ante lo desconocido y la permanen­te hostilización de los captores en un verdadero marti­rio físico que se interrumpía brevemente con la caída del prisionero por agotamiento.

El colgamiento o suspensión del preso de las manos, de los pulgares o de los pies.

En las comisarías del interior era muy común el cas­tigo denominado Ñakyrã (cigarra), consistente en dejar largas horas al preso atado por las muñecas, colgado de un árbol de cara al tronco.

Y estaba la famosa ‘pileta’.


ESCENA VIII

Cartel: Sitio de la pileta.

(HOMBRE SENTADO EN UNA SILLA)

ACTOR.—Me llevaron a un cuarto pequeño donde había una bañera con agua marrón, hasta la mitad.

Me hicieron desnudar; quedé en calzoncillos

Me ataron las manos a la espalda y los tobillos en­tre sí. Instantáneamente alguien me tomó de los pelos y con un movimiento seco y violento me tumbó a la pileta. Un pyrague torturador me sostenía de los pies, el otro subió a horcajadas sobre mi pecho… tenía expe­riencia, no era fácil zafarme, me sujetaban la cabeza del cabello manteniéndola fuera del agua... todos gritaban …comenzó la pileteada.

VOCES.— ACÁ TE VAMOS A ENSEÑAR LO QUE ES LA LEY, AQUÍ VAS A APRENDER LA CONSTITUCIÓN NDE SUBVERSIVO. (LLA­MANDO.) ‘KURURU’ E APLICA CHUPE LA CONSTITUCION JA JA JA… ¡VIVA MI GE­NERAL STROESSNER AÑARAKÓPE GUARE! JAJUKAPÁTA KO’Ã COMUNISTAPE. EÑE’ẼPY CARAJO, QUIÉNES SON TUS COMPINCHES QUIERE SABER EL JEFE. (‘PIEL DE SAPO’, apli­cale pues la Constitución a este tipo, jajaja… ¡Viva mi general Stroessner carajo digo!. Vamos a matar a todos estos comunistas… Hablá pues carajo, quiénes son tus compinches quiere saber el jefe).

ACTOR.—Eran largas e interminable inmersiones. El pulmón me estallaba, todo el cuerpo se tensaba, sal­taba hacia Adelante pugnando por catapultar al subofi­cial que se sentaba sobre mi pecho.

Uno de ellos apretaba los pies hacia fuera de la pileta. El griterío de las acusaciones y puteadas se mezclaba con el creciente ruido interior, una especie de zumbido con convulsiones. Todo se confundía. Con el repetir de las zambullidas yo comencé a reaccionar con una fuer­za instintiva incontrolable buscando mantenerme fuera del agua. Cuando me permitían respirar, me tiraban agua a la cara, haciéndomela tragar en medio de toses y arcadas.

A veces se detenían un rato y yo lograba entender que estaban preguntándose si iba a declarar o no. Uno asomaba el rostro, me CONTROLABA, desaparecía, tomaba instrucciones en algún teléfono que estaba muy próximo, pues yo oía el murmullo de sus respuestas. Entre tanto los presentes se secaban el sudor. Alguien me sostenía la cabeza fuera del agua, yo bufaba y tenía arcadas.

VOCES.—TE GUSTAPA EL BAÑO, EMBO­JAHU KATU… TE CREES MUY GALLITO AJÉPA… NE AÑAMEMBY. HABLÁ O SINO NO LE VAS A VER MÁS A TU MUJERCITA NI A TUS FAMILIARES.

ACTOR.— El silencio era una mezcla de suspiros, arcadas, escupidas, comentarios banales de los tortura­dores. Había que reconocer que la mano era un poco cansadora también para ellos.

El zumbido y las convulsiones internas fueron cre­ciendo. Cuando me sacaban la cara del agua, las arca­das eran incontenibles…

Fue creciendo de a poco la sensación de que todo iba siendo distante…

El zumbido interior iba creciendo, el pecho parecía que me explotaba. Cada vez era más fácil para ellos piletearme… CADA VEZ TENÍA MENOS OXÍGE­NO, LA CABEZA PARECÍA QUE ME IBA A ES­TALLAR.

Perdí el control de los esfínteres, era un signo peli­groso.

Comencé a sentir temor a la muerte, comencé a sen­tir temor a la muerte, comencé a sentir temor a la muer­te…

(RONDA DE FIGURAS EN TORNO AL HOM­BRE: UNA MUJER MADRE EN GESTO SUPLI­CANTE, UNA MÁSCARA MALVADA DANZA, UN HOMBRE QUE LE TIENDE LOS BRAZOS.

JUEGO DE LUCES. MÚSICA A TODO VOLU­MEN “INDIA”.)

Por favor, ¡bastaaaaaaaa! (SE TIRA AL SUELO Y RUEDA CON LOS BRAZOS EXTENDIDOS HA­CIA UN RINCÓN Y OTRO DEL ESCENARIO ABSOLUTAMENTE DESAMPARADO Y DESES­PERADO.) ¡Bastaaaaa!

¡Cobardes…!


ESCENA IX

MUJER.—Yo le acompañé hasta el bote… Le hicie­ron cruzar el río y le tiraron en Clorinda. “aquí le de­jamos un subversivo” le dijeron a los gendarmes. Mba’e subversivo piko, él luchó por lo que creía.

Gracias a la Virgencita de Caacupé le largaron esos policías malvados, amigos de los robacoches y los trafi­cantes de cualquier cosa. Ahora el 8 de diciembre tengo que ir a pagar mi promesa desde el cerro Caacupé de rodilla hasta la Basílica.

HOMBRE (EN PRISIÓN).—Yo sé que algún día acabará Este calvario. Yo sé que algún día seremos li­bres, que iremos adonde nos plazca sin que nadie se in­terponga; que visitaremos a los amigos sin ser espiados; que tendremos muchos libros en la casa sin que uno se convierta en sospechoso. Lo sé como que todos los días sale el sol y se filtra por el techo y me toca, me ilumina, me da vida. (SE CONTORSIONA UN POCO DEL DOLOR.). Sé que he sufrido, pero sé también que otros han sufrido mucho más los golpes y las torturas, en In­vestigaciones, en la Técnica, en la Comisaría Tercera. Y hasta perdieron la vida, asesinados cobardemente en Caaguazú, en Chararã, en Alto Paraná, en Itapúa por las fuerzas de seguridad y la Guardia Urbana. Pero sé que el sacrificio de ellos no será en vano. Que un día el sol de la libertad alumbrará a nuestro pueblo. Y volve­remos a ser hermanos y retornarán nuestros exiliados y nos abrazaremos. (RUEDA POR EL PISO HACIA UN EXTREMO Y OTRO LOS BRAZOS EXTEN­DIDOS, ESPERANZADO.)


ESCENA X (FINAL)

NARRADOR.—El 2 y 3 de febrero de 1989, en lo que se daría en llamar la "Noche de la Candelaria", sería derrocado el régimen del general Alfredo Stroessner. Se abría para el país un nuevo periodo de libertades: de reunión, de palabra, de libre tránsito por la Republica y de retorno de los exiliados.

MUJER.—¡Opáma la dictadura! ¡Por fin volvió mi hijo! Pudimos encontrarnos en nuestra casa, abrazar­nos... Le esperé con una jarra de tereré bien helado y una fuente de sopa paraguaya. Él me trajo para mi ves­tido nuevo y para mi zapato taco alto, argentino para má. Todos los vecinos vinieron a verle. Sus compañeros de colegio también. Y después se fueron a jugar futbol. ¡Demasiado me hallé!

HOMBRE.—Con la caída del tirano se inició la transición a la democracia. Pude volver a reunirme con mis amigos. A asistir a los mitines en la plaza Italia y frente al Panteón, sin que ningún policía te apaleara. De a poco fuimos dejando el miedo a hablar, a mar­char, a viajar, a escribir y decir lo que pensamos, a leer el diario que nos gusta a cada uno, a tener un libro en la mano. Pudimos actuar como personas normales, pen­sar incluso que había un futuro para nosotros y nuestros hijos.

NARRADOR.—Y se cerraba el periodo de la más larga y cruel dictadura que soportó el país, por casi treinta y cinco años. Y todo GRACIAS A LA LUCHA DE GENTE COMO CARMEN SOLER, DOÑA COCA DE LARA CASTRO, Margarita Báez, Julia Perruchino, ESTHER BALLESTRINO Y TANTOS LUCHADORES Y LUCHADORAS.

(MIENTRAS DICEN SU PARLAMENTO HOMBRE Y MUJER CAMINAN Y SE ENTRE­CRUZAN. SE PARAN, CAMINAN. PARECIE­RA POR MOMENTOS QUE UNO HABLA A LA OTRA Y VICEVERSA. O QUE SE HABLAN A SÍ MISMOS.)

MUJER.—¿Valió la pena Esta lucha de tantas muje­res y tantos hombres?

HOMBRE.—Muchos hombres y muchas mujeres que lucharon tanto… ¿Será que esta libertad la tendre­mos por mucho tiempo?

MUJER.—¿Será que habrá justicia social?

HOMBRE.—¿Será que habrá paz verdadera?

MUJER.—¿Otra dictadura vendrá?

HOMBRE.—¿Nuestros hijos podrán estudiar?

MUJER.—¿La tortura se acabará?

HOMBRE.—¿La ley se respetará?

NARRADOR.—Dejamos a ustedes las respuestas y por mi parte termino convocando a un hombre y a una mujer, y a los versos de Carmen Soler.

HOMBRE.—Alguien hendió y abrió el surco rojo  y sembró y se fue.

MUJER.—Y allí en el surco rojo nació el niño

sucio de sangre y tierra.

HOMBRE.—Sangre y tierra

Sangre suya y tierra ajena.

MUJER.—En el surco crece el niño

en el surco se hará grande.

HOMBRE.—Y la tierra será suya.

AMBOS.—¡Y la sangre será ajena!

(BAILAN UN “PATRIA QUERIDA” SIN TO­MARSE LAS MANOS, TOREÁNDOSE, DESPLE­GANDO SU ALEGRÍA.)

OPA (FIN)



ARTÍCULOS Y ENSAYOS

TERESA MÉNDEZ-FAITH


SOÑAR Y VIAJAR CON KARUMBITA LA PATRIOTA

Ensayo TERESA MÉNDEZ-FAITH


 —Señor, ¿usted es oriental o argentino?

—Argentino, pero desde el catorce vivo en Ginebra — fue la contestación.

Hubo un silencio largo. Le pregunté:

—¿En el número diecisiete de Malagnou, frente a la iglesia rusa?

Me contestó que sí.

—En tal caso —le dije resueltamente—, usted se llama Jorge Luis Borges. Yo también soy Jorge Luis Borges. Esta­mos en 1969, en la ciudad de Cambridge.

—No —me respondió con mi propia voz un poco lejana.

Al cabo de un tiempo insistió:

—Yo estoy aquí en Ginebra [1918], en un banco, a unos pasos del Ródano. Lo raro es que nos parecemos, pero usted es mucho mayor, con la cabeza gris.

[. . .]

—Puedo probarte que no miento. Voy a decirte cosas que no puede saber un desconocido. En casa hay un mate de plata con un pie de serpientes, que trajo de Perú nues­tro bisabuelo. También hay una palangana de plata, que pendía del arzón. En el armario de tu cuarto hay dos filas de libros. Los tres de volúmenes de Las mil y una noches de Lane, con grabados en acero y notas en cuerpo menor entre capítulo, [. . .] un Don Quijote de la casa Garnier, [. . .]

No he olvidado tampoco un atardecer en un primer piso en la plaza Dubourg.

—Dufour —corrigió.

—Está bien. Dufour. ¿Te basta con todo eso?

—No —respondió—. Esas pruebas no prueban nada. Si yo lo estoy soñando, es natural que sepa lo que yo sé. Su catálogo prolijo es del todo vano.

Este diálogo está entresacado de las primeras dos pá­ginas de “El otro”, cuento de Borges incluido en El libro de arena (1975) donde se encuentran dos Borges: uno mayor de 70 años y uno joven de 19. El encuentro se produce en el contexto de un sueño que para el Bor­ges mayor tiene lugar en Cambridge, Massachusetts, en 1969, y para el joven sucede en Ginebra, Suiza, en 1918. ¿Quién sueña a quién y cuándo…? Aunque los detalles del relato permiten ambas posibilidades, que el joven Borges sueñe con su versión futura o que el Borges ma­yor sueñe con un momento vivido en el pasado, nos pa­rece más realista esta segunda interpretación ya que es más lógica y posible soñar con algo del pasado, vivido o recordado, que con algo futuro que aún no ha sucedido. En este caso, entonces, el Borges de 70 años, situado en Cambridge, MA, en 1969, sueña que se encuentra con “el otro” Borges en Ginebra en 1918. Es decir que el relato “El otro” es la narración de un sueño que tiene lugar en el pasado, 51 años atrás, y en el que convergen dos tiempos: 1969, el presente del soñador que sueña, y 1918, el pasado con el que sueña el soñador.

Karumbita la patriota1, el segundo relato de la saga “Karumbita” de Nelson Aguilera, es también la na­rración de un sueño que tiene lugar en el pasado, dos siglos atrás, y en el que igualmente convergen dos tiem­pos: 2011, el presente de la ya famosa tortuga-niña Ka­rumbita, y 1811, el pasado histórico con el que sueña Karumbita. Hasta aquí las similitudes con el cuento de Borges. Pero realmente, más interesantes que estas coincidencias —el uso del sueño y el de la convergencia de dos tiempos en el mismo relato— son las divergen­cias de estilo y estructura, porque son éstos los aspectos que dan originalidad a una obra literaria y reflejan las características individuales de la escritura y personali­dad de un(a) autor(a). A diferencia de “El otro”, cuento fantástico, filosófico, matizado de alusiones literarias, referencias intertextuales y más, de múltiples lecturas, para lectores cultos…, Karumbita… es un relato para niños, sencillo, directo, didáctico, de fácil lectura, len­guaje coloquial, gráfico y muy bien ilustrado. Es una novelita (o cuento largo) que desde la portada —título e ilustración— invita a la lectura y promete una expe­riencia de aventura histórica.


EL SUEÑO DE KARUMBITA

La acción de Karumbita la patriota tiene lugar dentro de un sueño que se sitúa en el momento histórico de la independencia de Paraguay, entre el 14 y 15 de mayo de 1811, y está enmarcada entre dos escenas paralelas y prácticamente idénticas que marcan el principio y el final del relato. Este se abre al principio del primer capí­tulo (“Viaje a 1811”) con el siguiente diálogo:

—¡Despierta, Karumbita, despierta!

—¡Déjame dormir un poco más, Anahí! Estoy can­sada.

—¿Anahí? ¿Quién es Anahí? Yo soy tu abuelita Jua­na María. (9)

La presencia de doña Juana María de Lara, personaje clave de la independencia y aquí ‘abuelita’ de Karum­bita, ubica este diálogo en 1811, dentro del sueño de la tortuguita-niña, indudablemente causado porque en la escuela están estudiando los eventos relacionados con la emancipación patria: “… en el colegio estamos estu­diando la época de la Independencia y a mí me gustaría ir a mayo de 1811” (23). Al final del relato se repite la misma escena del principio, aunque ahora el diálogo tiene lugar en el presente de la acción, ya no entre Ka­rumbita y su ‘abuelita’ Juana María sino entre Karum­bita y su ‘amiga-hermana’ Anahí:

—¡Despertate, Karumbita, despertate!

—Dejame dormir un poco más, abuelita.

—¿Abuelita? ¿Quién es tu abuelita? (93)

Este último segmento de Karumbita la patriota con que se cierra el relato, no solo pone fin al sueño de la tortuguita-niña, sus experiencias y participación en la víspera del 15 de mayo patriótico, sino que reafirma y deja en claro el carácter onírico de la narración y, al mismo tiempo, el por qué probable de dicho sueño, como se refleja en el diálogo posterior entre las dos ami­gas, Karumbita y Anahí:

—Karumbita, ¡no seas perezosa! Tenemos mucho que hacer.

—¿Qué tenemos que hacer? —preguntó, con los ojos aún cerrados y estirando las suaves puntas de su edre­dón azul. Sus manos lo reconocieron de inmediato.

—Tenemos exposición de historia en el colegio.

—¿Qué exposición?

—¡Sobre la Independencia! ¿Acaso ya te olvidaste? (93)

Es interesante constatar la presencia de algunos as­pectos relacionados con el uso de la lengua y la realidad cultural y social que caracterizan y diferencian cada uno de los dos contextos temporales en que se desarro­lla el relato: el de 1811, donde se sitúa la mayor parte de la acción, y el de 2011, donde se ubica el presente de los personajes: Karumbita y sus amigos-hermanos Anahí y Manuel. En el diálogo inicial entre la tortuguita huma­nizada y su abuelita, por ejemplo, se usa un lenguaje in­formal de tuteo más castizo y tradicional (“Despierta”, “Déjame dormir…”), reflejo del lenguaje familiar de la época, hace doscientos años, mientras que en el mismo diálogo paralelo ya situado en el presente de la ficción y año del bicentenario, se usa un lenguaje informal de voseo, cotidiano y coloquial, característico de esta épo­ca contemporánea (“Despertate”, “Dejame dormir…”).

Además de la diferencia lingüística entre el uso del tuteo o del voseo según el relato se sitúe en la realidad de 1811 o en la de 2011, hay elementos de vocabulario, costumbres, realidad social, etc., asociados con cada uno de los dos niveles temporales en que se mueve la ac­ción, y que apuntan al carácter esencialmente didáctico de esta obra, en particular porque en cada caso —pa­labras, costumbres, conceptos antes existentes o usados pero ya no ahora; o viceversa, vocabulario, ideas, obje­tos nuevos no existente antes pero corrientes ahora— dichos elementos quedan explicados y comentados por los mismos personajes en la narración. Así, personajes y lectores aprenden el uso y la definición de palabras y conceptos comunes relacionados con los dos siglos en que se mueven, entre ellos, en la época de la Indepen­dencia (1811): “boticario” (16), “recinto” (18) y “cirios” (42), y la realidad de que “en el siglo diecinueve la gente tenía esclavos en el Paraguay” (50); y “okay” (18), “cale­facción” (15), “control remoto” (15), “electricidad” (16), “asfalto” (26) y “championes” (51), y la realidad de la televisión y las computadoras (70) en el futuro-presente en que se sitúa la acción (2011).


KARUMBITA VIAJA AL 14 DE MAYO DE 1811

El viaje en el tiempo es un motivo temático recurren­te en la literatura de todos los tiempos2 y en particular muy usado en obras contemporáneas dirigidas a un pú­blico infanto-juvenil. Tanto en la literatura como en el cine abundan los niños y adolescentes que viajan a tra­vés del tiempo y algunos con destino específico a algún momento histórico pasado3. Similar al viaje de Karum­bita y Manuel al 14 de mayo de 1811, por ejemplo, es el del Sr. Peabody, un perro muy inteligente, y su niño-mascota Sherman, que viajan al 19 de octubre de 1781 en un episodio de la serie televisiva de dibujos animados La Improbable Historia de Peabody. Allí también ellos, como Karumbita y Manuel, son testigos del nacimiento de una nación independiente ya que llegan a ese pasado, en Yorktown, el día de la firma del acuerdo de rendición británica que marca el final de la lucha independentista de las colonias y el principio de la independencia de los Estados Unidos. Como Karumbita y Manuel conocen personalmente al capitán Pedro Juan Cavallero y otros patriotas de la independencia paraguaya, el Sr. Peabo­dy y Sherman conocen al general George Washington y otros líderes de la independencia estadounidense. Igualmente ambos, como Karumbita y Manuel, ayu­dan y participan en el momento de emancipación de su país, aunque sin cambiar ni modificar nada, ya que cualquier cambio o modificación del pasado tendría o podría tener consecuencias en el futuro, que en el caso de Karumbita la patriota —o de cualquier obra ficticia de contenido histórico real—, no se podría hacer por­que la historia está fija y no se puede cambiar; para eso no hay licencia poética y los autores que incluyen datos históricos en sus obras, como Nelson Aguilera en este caso, deben respetar la historia reflejada en su ficción.

En el caso de Karumbita la patriota, el viaje en el tiempo se sitúa dentro del sueño y está prefigurado o anunciado en las primeras páginas del relato, en la men­ción del túnel del tiempo que hace Karumbita. Ella se había despertado en casa de su abuelita Juana María y todavía no entendía lo que estaba pasando, se pregun­taba si estaba realmente en 1811, y por lo tanto la má­quina del tiempo operada por Anahí realmente había funcionado, o si estaba soñando: “¿Qué es esto? ¿Dónde estoy? ¿Quién es esta señora? Su rostro me parece cono­cido… Y su nombre lo escuché en las clases de la pro­fesora Simona. ¿Será que me estoy volviendo loca? ¿O será que el túnel del tiempo me llevó a otra época?” (12). Este recurso del viaje a través del tiempo estructura la narración en dos planos temporales que alternan, en forma de contrapunto, entre pasado y presente-futuro. El relato se inicia en el pasado, con Karumbita situada en el escenario de la víspera de la Independencia, y se cierra con Karumbita instalada en el presente-futuro, despertándose en su espacio vivencial de mayo del 2011 (93). La obra está estructurada en un zig-zag temporal de va-y-viene en contrapunto de pasado a presente a pa­sado a presente a pasado [...] a presente. Ese zig-zag con­trapuntístico se mantiene igualmente dentro del sueño que termina inmediatamente antes de que Karumbita se despierte a su mundo ‘real’ de rutina escolar. En efecto, una página antes y en el segmento anterior, ya después de la rendición del gobernador Velasco, de las salvas de los veintiún cañonazos que anunciaron el nacimiento de una nueva nación y de los festejos de ese domingo, 15 de mayo de 1811 en las calles (90), “Karumbita y Manuel se encontraron tomados de la mano dentro del túnel del tiempo” (92) y de esa manera, felices de ha­ber presenciado la independencia de su país, pudieron regresar al futuro que, todavía dentro del sueño, resultó ser un despertar glorioso y festivo:

Todos los canales de televisión transmitían en directo para el mundo la gran hazaña de estos niños paraguayos y de su valiente tortuga. En el centro de la ciudad, se es­cucharon veintiún salvas de cañones, y fuegos artificiales iluminaron el cielo aquel 15 de mayo de 2011. (92)


ENSEÑAR Y ENTRETENER O ENSEÑAR DIVIRTIENDO

La lectura de este relato de Nelson Aguilera revela, si uno se sitúa en el momento de la escritura (2010, un año antes del Bicentenario de la Independencia), una intencionalidad obvia y puntual: llevar la historia patria a los niños y niñas (paraguayos en particular), hacerles conocer los eventos del 14 y 15 de mayo de 1811 y así hacerlos partícipes —siguiendo las vivencias y aventu­ras de la tortuga-niña Karumbita y su amigo-hermano Manuel— de la significación histórica del 14 y 15 de mayo de ese año del Bicentenario; a través de un relato relativamente breve, fácil de leer, ágil y divertido. Un detalle muy acertado de este relato, que refleja sensibi­lidad por parte del autor respecto al tema ‘género’, es el dar participación activa a ambos sexos, niños y niñas, rompiendo así con la presentación tradicional de género reflejada aún en muchas obras infanto-juveniles donde los niños varones son los protagonistas activos de la ac­ción mientras que las niñas se caracterizan por ser pasi­vas y aceptar el liderazgo de los niños. En Karumbita la patriota, los personajes femeninos (Karumbita y Anahí) colaboran con Manuel en la construcción del túnel del tiempo y los tres participan activamente en el experi­mento: Karumbita y Manuel como “viajeros” y Anahí como la “técnica” encargada de traerlos de vuelta a casa a ambos: a su hermano y a Karumbita. Como en otras obras del autor, en Karumbita la patriota, dedicada “A todos los niños y las niñas del Paraguay que siguen so­ñando con un país mejor”, se propone y practica no solo la igualdad de ‘género’, entre niños y niñas, sino tam­bién se valora la amistad y se estimula la participación y colaboración en equipo, como se ve en el siguiente diálogo entre Manuel y Anahí:

—Un momentito, hermanito. El dispositivo para atrapar la nube lo hicimos Karumbita, vos y yo. No quieras llevarte toda la gloria. Tenés que reconocer a los que trabajan contigo.

—¡Pero yo soy el cerebro de todo lo que hacemos1

—¡Ah, sí! Y Karumbita y yo, ¿qué somos? ¿Adornos? No, mi hijito. Aquí todos valemos y todos hemos apor­tado para construir este túnel del tiempo. ¿Quién te tra­jo las telas del viejo baúl de mamá? ¡Yo! ¿Quién cargó sobre sus espaldas los cartones que los supermercados desecharon? ¡Karumbita! ¿Y las tuercas, bulones, pa­lancas, cronómetros, chips, arandelas, botones, cables y pedazos de metales encontrados en cualquier esquina? ¿Quiénes los consiguieron? ¡Nosotras!

—Bueno, bueno, está bien. Ganaste. Todo fue pro­ducto de un trabajo en equipo.

—¿Y quién te guió para la conexión exacta de los ca­bles? ¡Nosotras!

—Bueno, perdoname, hermanita. Ahora, dejémonos de discusiones y manos a la obra. (35-36)

A través de las aventuras y experiencias de sus perso­najes, en Karumbita la patriota, Nelson Aguilera practi­ca la regla de oro de todos los tiempos de “enseñar y en­tretener”, y sus lectores, grandes y chicos, siguiendo los pasos de Karumbita, Manuel y Anahí, aprenden (algo de la historia, costumbres y vida en 1811), se divierten y disfrutan al mismo tiempo.


LAS HUELLAS DEL AUTOR

En la nota bio-bibliográfica del autor, que se encuentra al final de la novelita, leemos que a Nelson Aguilera…

De pequeño, su madre le contaba historias sobre la Guerra contra la Triple Alianza. Así fue como surgió su interés por la literatura. Es profesor de Lengua, Litera­tura e Inglés. También hace teatro y escribe poesía. (95)

De la misma manera como los hijos heredamos ca­racterísticas físicas y mentales de nuestros padres, somos reflejos de ellos, las obras que escribimos, nuestros “hijos textuales”, heredan o reflejan rasgos, incluyen huellas relacionadas con nuestras vivencias, experiencias e inte­reses o con nuestras actividades profesionales. No es de extrañar entonces que tanto el estilo como la estructura de Karumbita la patriota —como el resto de las obras de este autor— reflejen elementos, aspectos, huellas que provienen del contexto vivencial, de experiencias y pro­fesional de Nelson Aguilera, en particular de su interés en la historia, la lengua, la literatura y el teatro.

Pueblan el espacio temporal del 14 y 15 de mayo de 1811, donde se sitúa la mayor parte del relato, los pro­tagonistas y testigos de los eventos que culminaron con la Independencia del Paraguay. Allí están doña Juana María de Lara (abuelita de Karumbita en la ficción), los patriotas Pedro Juan Caballero, Vicente Ignacio Iturbe, Juan Manuel Iturbe, el doctor Fernando de la Mora, Mauricio José Troche, y también están el Doctor Fran­cia, el gobernador Velasco… Reconocemos los nombres y las acciones y eventos narrados por haberlos apren­dido en la escuela y en los libros de historia patria. En la obra de Aguilera, Karumbita y Manuel conocen y ayudan a esos patriotas, viven ese momento histórico de independencia patria y a través de ellos, los lectores de Karumbita la patriota también participan de los eventos y aventuras protagonizados por la tortuguita-niña Ka­rumbita y su amigo-hermano Manuel.

El interés en la lengua se ve reflejado desde las pri­meras páginas en las secciones situadas en 1811 espe­cialmente, y se detecta en las preguntas y respuestas que se dan a menudo entre Karumbita y su abuelita, sobre palabras y conceptos específicos, algunos de las cuales ya incluimos aquí en una sección anterior (“El sueño de Karumbita”). También la estructuración del relato en dos niveles temporales, la separación gráfica con tres estrellitas para indicar el cambio de un nivel temporal a otro, los capítulos con títulos descriptivos que anuncian su contenido y las atractivas ilustraciones que resumen o recrean lo narrado en esa parte, revelan la mano-guía de Nelson Aguilera, el profesor de literatura que quiere ayudar —y ayuda— a sus lectores niños a entender me­jor lo que leen y así aprender y disfrutar algo de historia y realidad captadas en un texto literario.

Con algunos cambios, Karumbita la patriota podría fácilmente adaptarse al teatro. En la obra se cumplen las tres unidades: a) unidad de lugar (entorno de la casa de doña Juana María de Lara y la actual Casa de la Inde­pendencia), b) unidad de tiempo (las aproximadamente 24 horas que dura el sueño: 14-15 de mayo de 1811) y c) unidad de acción (eventos de la víspera y mañana del día de la Independencia). Y en cuanto a escenificación, se necesitarían básicamente sólo dos espacios en el esce­nario: uno para reflejar la Asunción del 14 y 15 de mayo de 1811 y otro para mostrar la Asunción de doscientos años después (14 y 15 de mayo de 2011), aniversario del bicentenario de la Independencia de Paraguay.


CONCLUSIÓN

Karumbita la patriota refleja su característica de obra de ficción desde el título, que anuncia a Karumbita, una tortuguita-niña, como la protagonista “patriota” del re­lato. Incluso los lectores que no entienden guaraní —y por lo tanto no saben que “karumbé” significa tortu­ga— pueden deducir, al ver la ilustración de la tapa, de que Karumbita la patriota probablemente cuenta la historia de una tortuguita y de lo que hizo para ganarse el calificativo de “patriota”.

Haciendo uso de dos recursos recurrentes en la lite­ratura, y también en el cine —el sueño y el viaje en el tiempo—, Nelson Aguilera escribe un relato que des­pierta la imaginación y atrapa el interés de sus lectores desde el principio. Como Dorothy en El sabio de Oz (de L. Frank Baum) o Alicia en Alicia en el país de las ma­ravillas (de Lewis Carroll), Karumbita sueña que vive y protagoniza una aventura maravillosa. En el caso de Karumbita, la aventura consiste en viajar en el tiempo, doscientos años atrás, ayudar a los patriotas y ser partí­cipe y testigo de la Independencia de su país. ¿Y cómo moverse por el tiempo? Como el Sr. Peabody (de la serie televisiva La Improbable Historia de Peabody), el prota­gonista de Doctor Who (de la serie televisiva de la BBC) o el de la película Regreso al futuro, Karumbita también viaja a través del tiempo en una máquina de tiempo. Leer estas obras y ver estas películas transporta a sus lectores y espectadores a mundos fascinantes y maravi­llosos que los divierten y entretienen.

Karumbita la patriota no solo divierte y entretiene sino que también enseña de una manera amena y vívi­da, con un lenguaje sencillo, frases cortas, diálogo ágil, un capítulo importante de la historia paraguaya —su nacimiento como nación independiente—, recreado en su contexto económico, cultural, social y político. Sin darnos cuenta, niños y adultos, lectores de esta obra de Nelson Aguilera, y de otras como Madame Lynch: Una reina sin corona o Pedro Juan Cavallero: el Patriota de la libertad, estamos aprendiendo historia desde la lite­ratura. Y para algunas personas a quienes no les atrae la historia, como es mi caso, creo que la mejor manera de aprender historia es a través de la literatura o el cine. Después de leer Karumbita la patriota y pasarlo tan bien con Karumbita, Manuel y Anahí, me di cuenta que en el poco tiempo que me llevó leer esta obrita aprendí (o reaprendí) mucho más sobre la independencia de mi país que en todas las lecciones de historia de mi época de escuela en Paraguay. La pregunta lógica es ¿por qué? Y la respuesta, que también ahora me resulta muy lógica está en la manera en que antes se enseñaba historia, o mejor dicho, en la forma en que a mí me enseñaron historia: memorizando nombres, hechos, fechas… y luego expo­niendo en clase, de memoria, la lección de historia asig­nada para tal o cual día. Si en mi época de alumna de tercer o cuarto grado en la Escuela Manuel Amarilla de Barrio Obrero o en la Escuela de San Pedro del Paraná, yo hubiera tenido la oportunidad de aprender historia paraguaya de los relatos y novelas históricas de Nelson Aguilera, estoy segura de que mi actitud hacia la historia sería muy diferente, porque lo que se aprende con placer no se olvida nunca. Y en las obras de carácter histórico de Nelson Aguilera, particularmente en Karumbita la patriota, se sueña, se viaja y se aprende con placer.


Nota de la autora: Este texto es uno de los 19 incluidos y pu­blicados en el libro “Sobre Karumbita la patriota y otras obras de Nelson Aguilera”, compilación de Teresa Méndez-Faith (Asunción: Criterio Ediciones, 2014), pp. 25-39.


REFERENCIAS

1- En este trabajo, todas las referencias y citas —incorporadas al texto con paginación entre paréntesis— corresponden a la siguiente edición: Karumbita la patriota (Asunción: Alfaguara, Editorial Santillana S. A., 2010).

2- El viaje en el tiempo está presente en la literatura desde tiem­pos muy remotos y ya aparece en las leyendas persas y árabes que luego influyen obras medievales como El Conde Lucanor del Infante Juan Manuel. En obras modernas y contemporá­neas está en La máquina del tiempo (1895) de H. C. Wells, probablemente la obra más conocida de viaje en el tiempo, en Un yanqui en la corte del rey Arturo (1888) de Mark Twain, Puerta al verano (1957) de Robert A. Heinlein, Cita en el pa­sado (1980; película con guión) de Richard Matheson, y en El mapa del tiempo (2008) del español Félix J. Palma, para dar solo algunos ejemplos.

3- En literatura infanto-juvenil abundan las obras donde niños y adolescentes viajan a través del tiempo, entre ellas: Alicia en el país de las maravillas (1865) de Lewis Carroll y El sabio de Oz (1900) de L. Frank Baum; y en cine: El niño invisible, la serie de Regreso al futuro, Time Bandits, Bill and Ted’s Excellent Adventure, Mr. Peabody and Sherman (de la serie televisiva de la BBC: Peabody’s Improbable History) y muchas más…



JOSÉ VICENTE PEIRÓ BARCO


SE PUBLICA SI HAY DONDE PUBLICAR: EL CASO DE LA NOVELA PARAGUAYA

Por JOSÉ VICENTE PEIRÓ BARCO


En 1922 nació en Asunción la revista La Novela Pa­raguaya. Significó un aliento para la ficción en prosa ante la carencia de editoriales y de una industria del libro cimentada. Estos números demuestran que había obras, pero no soportes de publicación, lo que obliga a reformular el cliché de la inexistencia del género en el país hasta bien entrado el siglo XX. Había inquietudes. Eran iniciativas individuales. Pero había obras. Lo de­muestra esta publicación1.

Señala Pérez-Maricevich que La Novela Paraguaya fue “la única empresa de su género en nuestro país” du­rante aquellos años, lo cual es cierto aunque también Juventud incluyó un buen número de narraciones pocos años después. Su primer número es de fecha 15 de di­ciembre de 1922. De salida quincenal, se editó ininte­rrumpidamente hasta la segunda quincena de octubre de 1923 por la editorial Aurora. Estableció un sistema de suscripciones y sus primeros directores fueron ar­ gentinos residentes en Paraguay: Silvio B. Mondazzi y Casimiro González Trilla. Dieron a la luz un total de dieciocho números de narraciones que marcan el naci­miento de la conciencia narrativa en el Paraguay y se distribuyó en Buenos Aires también.

Normalmente, el primer número de las revistas o co­lecciones editoriales contiene casi siempre una declara­ción programáticas y de intenciones. Un fragmento de esta proclama inicial de La novela paraguaya nos acla­rará su sentido:

“LA NOVELA PARAGUAYA, pequeña como todas las semillas, abre generosamente sus páginas a todos los escritores.

Queremos que el pueblo vaya al pueblo. Que se siem­bren las ideas y la belleza cultivando nuestros jardines y, sobre todo, que en los sanos corazones de los sud­americanos, viva siempre latente la idea de que América del Sud ha de ser, en un futuro no muy lejano, el crisol donde ha de plasmarse la Humanidad del porvenir con el aporte de todas las razas y pueblos del planeta” (Nº 1, p. 5 de La novela paraguaya, Asunción, Editorial Auro­ra, 15 de diciembre de 1922).

Los editores parten del panamericanismo, la volun­tad de pervivencia con planificación, enraizamiento y alineamiento de los autores paraguayos con el resto de América, carácter abierto, semillas literarias para un pueblo lector (expansión literaria y función pedagógi­ca), y cosmopolitismo. ¿No suena en cierta medida a los deseos de los modernistas? Pero dado que la refe­rencia es específica en el género narrativo, supone un salto cualitativo para la literatura paraguaya. Por tanto, el examen nos debe conducir a una pregunta: ¿sería una revista anacrónica o al menos de corrientes tardías? Si examinamos las obras paraguayas escritas durante esos años, como Aurora (1920) de Juan Stefanich o Don Inca de Ercilia López de Blomberg, las novelas publicadas en La novela paraguaya pertenecen al modelo de lecturas habituales de la población. Responden al realismo po­pular en boga, a veces reivindicativo dado el carácter iz­quierdista de los directores, con aires heredados del fo­lletín en la mayor parte de los casos, pero también con un deseo, a veces conseguido, de actualización y mo­dernización no siempre evasiva o catártica. Paraguay no posee en esos momentos, renovadores como los argenti­nos Macedonio Fernández u Oliverio Girondo, pero los escasos lectores medio paraguayos no leían creaciones tan alejadas de las preferencias editoriales de sus países vecinos. Y a ellos iba dirigida La novela paraguaya.

La Novela Paraguaya adquiere la condición de im­pulsora de la lectura; no es solo un contenedor de crea­ciones. Su contenido se sujeta a varias vertientes:

1) Tragedias paraguayas y herencias del folletín. El dolor guaraní de José D. Miranda, Una noble ven­ganza y Las vidas truncas de Milner R. Torres, “La niña que murió por una muñeca”, firmado por las siglas E. L., el drama narrativizado “El mal en su propia llaga” de Augusto F. Salomoni, “El que no pudo olvidar” de Antonio Laconich (hijo), “Por una y otra eternidad” de Silvio B. Mondazzi, Todo un hombre de O. L. Trespail­hie, Un amor como muchos de Severino Quidiello, Ma­ría Antonia de Dionisio Cantié, “¡Lágrimas!” de Carlos Daumás, Flor de Zarzal de F. Martínez Benítez y Un hombre de R. Candia de la Mora. De esta índole son la mayor parte de los relatos publicados en la vida de la revista. Muchas de ellas son historias románticas de amores desdichados y perturbado por turbulencias y obstáculos de otros hombres, aunque los sucesos se olvi­den porque son moralmente “incorrectos. Sin embargo, algunas comos las de Milner Torres tienen su interés.

2) Regionalismo: folclorismo, paisajismo e histo­ricismo. La virtud de la selva de J. V. Navarro, novela corta, el cuento “El Mosquito” de Rosicrán, el conocido Narciso R. Colmán, y “La caída de Yacy-Yateré” de Eu­doro Acosta. La narración histórica legendaria continúa su camino en el número dieciséis con la novela Entre dos fuegos de J.B. Otaño (hijo). Subtitulada “Leyenda gua­raní” es la típica historia de los amores del conquistador español con la indígena. También se publicó la primera parte de la novela Veinte años en un calabozo, escrita por el federalista argentino Ramón Gill Navarro, editada en 1863, dedicada a la dictadura de Francia.

3) Sátira social. Relatos llenos de humor crítico son El saco nuevo del joven paraguayo Luis Álvarez, Doña del Rosario Garcete. Viuda de Sampayo da Silva Carneiro de J. V. Navarro.

4) Relato social y político. Es este relato la mejor aportación de la revista. De Rafael Barrett, incluye su artículo antimilitarista “Revoluciones”. El uruguayo Leoncio Laso de la Vega publicó “El martillo”. Más des­tacable es la ridiculización de la vida pública paraguaya de El loco de la celda nº 6 de Miguel González Medina y, sobre todo, la alegoría política. Los cuervos de Icaria de Carlos Frutos. Otros relatos son La linterna de Diógenes de F. D. Rodríguez y “Venganza” de Rafael Oddone.

La novela corta sobre el emigrante Gavilanes o pa­lomas de David de Valladares, incluida en el número nueve, resume la estética de la mayor parte de novelas cortas publicadas en La Novela Paraguaya: trama local y costumbrismo ambiental, sencillez temática, argu­mental y estilística para permitir la comprensión de la vida social, protagonistas esquemáticos y sin compleji­dad, determinismo, moralismo (profilaxis social) y uti­litarismo (servicio social).

Estos breves apuntes esperemos que permitan el res­cate para la historiografía literaria paraguaya e incluso la publicación facsimilar de esta revista que nos ofrece un vigor más sólido de lo que en principio podría pare­cer. Me apunto a su rescate facsimilar.


1- Sobre esta revista hemos publicado el texto “LAS REVISTAS EN EL DESARROLLO DE LA NARRATIVA EN PARAGUAY: LA NOVELA PARAGUAYA (1922-23)”, en las actas del con­greso sobre “Historia de la Traducción en Hispanoamérica”, celebrado en octubre de 2011 en la Universidad de Barcelona.



MÁS NOVELES: SOBRE “ALMA PEREGRINA” DE CARLA MOLINAS

Por JOSÉ VICENTE PEIRÓ BARCO


Alma peregrina de Carla Molinas es una de esas sor­presas que uno encuentra en la literatura paraguaya. Hija de una autora capital dentro del progreso de la lite­ratura escrita por mujeres durante los años noventa del pasado siglo, Yula Riquelme, comparece con una novela atractiva por su tema y su desarrollo. Pero tengamos la precaución suficiente de no valorar a Carla Molinas como la hija de quien escribiera obras reconocidas como Puerta, Bazar de cuentos, Palabras en juego y De barro somos. Nunca se sabe si ser hija de una escritora puede ser beneficioso o perjudicial.

Alma peregrina (Asunción; Servilibro, 2014) es una novela ambiciosa, sobre todo por la imbricación herma­nada entre un plano fantástico y otro real. El presente del relato se sitúa en un mundo fantástico, para par­tir desde él a la búsqueda de una historia real. Con el cervantinismo como estrategia, incluye historias dentro de la narración principal; sucesos del pasado partiendo del presente, con medios retrospectivos para construir acontecimientos en los que se penetra en un espacio y un tiempo pasados. Enfrenta así la lógica espacial me­tafísica con la realidad y un tiempo imperecedero a otro concreto y mensurable.

Sus más de treinta episodios lineales desembocan en un desenlace aglutinador de todas las historias. Es una compleja estructura de cruces, tensiones y distensiones entre los mundos de las Áureas y las almas terrenales. Comienza en un martes con un diálogo entre Mayn Dumas y Ofelia York, donde esta última le manifiesta no encontrar la manera de ayudar a Ani, una persona angustiada. Ignora las causas de su mal y ello le obse­siona, y finaliza ocho días después, un miércoles. Mayn comprende su frustración pues ambas se dedican a ayu­dar a mujeres, a aliviar sus penas, a atenuar el dolor de sus pasados difíciles. Para ello, han de darles confianza y fortalecer su autoestima, vapuleada generalmente por las circunstancias adversas de la vida que les ha tocado en suerte. A partir de ahí, se despliega la imaginación de la autora desde la Aureolada, ese espacio minúsculo habitado por seres bondadosos, pacíficos, instruidos, sanos y fuertes, y de sosegadas vidas. Pero será la bús­queda de la salvación del alma de Ani el leit motiv del conflicto de la propia Ofelia al encontrarse frente a la realidad terrenal y al pasado, a las causas.

La historia se vuelve cada vez más interesante, con unos personajes fuertes, profundos y muy bien dibuja­dos. De forma ambiciosa, Molinas va situando acciones relacionadas en paralelo, entre las que destaca la ma­nifestación de Ofelia ante Adrián donde le cuenta su deseo de ayudar a Ani, su madre. La historia se va com­plicando y se va desgajando la procedencia del tormen­to de Ani. La actitud de Ofelia es una reivindicación humanista de la valentía y de la necesidad de escapar de la norma establecida cuando resulte necesario ejercer la filantropía.

Ante estos cruces de historias que desembocan en la del alma de Ani, los discursos adoptarán distintas formas. Incluso la poesía está presente cuando se expre­san los sentimientos, pero también de manera formal en unas cartas encontradas. Sin embargo, es el diálogo el predominante: el tratamiento dialógico da vigor al texto, porque no sólo establece las relaciones entre los personajes sino también los cruces espaciales y tempo­rales. De hecho, uno de los aspectos más destacables de la novela es el descubrimiento de los personajes y de las situaciones en sus conversaciones. No espere el lector enormes descripciones, aunque la necesidad obligue a hacerlo en algunos capítulos, sino sincronizadas con­frontaciones verbales en cascada y dispuestos de manera dinámica. Estamos ante una historia interesante, bien planteada y con una firme estructura, lineal, en apenas una semana, pero con retrospecciones y avances capaces de transportarnos de la fantasía a la realidad y viceversa. Molinas confronta el bien y el mal como dos espacios complementarios a los que separa una débil línea.

Pero las vidas cambian, todo evoluciona, incluso para la Aureolada. El progreso personal de Ofelia se forja con su intervención reveladora del pasado del alma de Ani; las causas de su desasosiego. Como áurea redento­ra, vindicará la necesidad de una vida pacífica y libre de penas. Ese vitalismo que transmite Ofelia, es, haciendo gala del simbolismo de su nombre (en griego significa “la que socorre a los demás”), una necesidad: los seres humanos hemos de recuperar el sentido de la ayuda al prójimo y la solvencia en las cuestiones vitales. Es un personaje impulsivo que gracias a su osadía logrará sal­var los obstáculos aparentemente imposibles, aunque ello suponga contravenir las normas establecidas. En el fondo, Molinas reivindica la necesidad de crear un mundo donde la convivencia sea posible y, sobre todo, la satisfacción del deber cumplido en el socorro a los semejantes, y así lo sentirán Ofelia y Mayn.

No estamos ante un lenguaje complejo a pesar del empleo de términos y acrónimos en el mundo fantásti­co creado. Los diálogos son perfectamente cotidianos, lo que los hace creíbles y, sobre todo cuando hablamos en términos literarios, verosímiles. Si en determinados momentos la historia puede derivar en lugares comunes o situaciones excesivamente románticas, las palabras pronunciadas los devuelven a ese marco llamado credi­bilidad. Molinas busca su propio estilo, su sello, y para ello no dudará en subrayar los motivos de la ruptura de la felicidad con un lenguaje preciso y sin barroquismos fútiles.

Una novela llena de virtudes. Un trabajo primerizo que no es sencillo pero Molinas lo ha resuelto muy bien y de manera imaginativa, al hilvanar distintos espacios, espaciales y reales, en diferentes temporalidades, ade­más de dotar de vida a unos personajes enriquecidos por su expresión. Molinas solventa con habilidad el cruce de las historias desplegadas, mantiene la tensión con dominio innato de la gradación del suspense, lo cual demuestra su habilidad y su perfecta penetración en el universo literario paraguayo.



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ALMA PEREGRINA.. Novela de CARLA MOLINAS RIQUELME.

Editorial SERVILIBRO.

Fotografía de tapa: GABRIELA ALVARADO.

Retoque digital y diseño de tapa: MARÍA EMILIA VIDAL.

Asunción, julio 2014 (302 páginas)



LOURDES TALAVERA

UNA TAZA DE SANACIÓN CON TERNURA Y RESPETO


La escritora Milia Gayoso Manzur nos obsequia a los lectores Horchata para el mal de amor. Se trata de un volumen de relatos cortos con una mirada renovada a las cosas sencillas y que nos conducen por un sendero al amor por el ser humano. Estas historias cortas conmue­ven las fibras íntimas del lector y aluden a lo cotidiano de la existencia.

Apreciamos en “El beso en la taza” cómo la fatali­dad trunca el sueño de felicidad de una quinceañera y muestra la agobiante necesidad de algunas personas de emigrar del país en la búsqueda de mejores condiciones de vida o para acceder a las metas anheladas por ellas.

El título de la obra, Horchata para el mal de amor, es un relato donde el protagonista asume que este breba­je, popular en nuestro medio para tratar la fiebre, pue­de curar todo; es innegable que también ayuda como cuidado o asistencia, a potenciar el espíritu de servicio y la ayuda incondicional a favor de los otros para que se sanen. Esta situación actúa abriendo en nosotros un caudal de frecuencias positivas y el sistema energético del organismo se vuelve más eficaz para potenciar el aprendizaje y neutralizar la imaginería negativa y trans­mutarla en positiva. Armonizarse con la vibración de sentimientos positivos nos libera mental y físicamente de los prejuicios. El misterio de la vida se abre ante no­sotros y nos invita a adentrarnos en él.

Si tomamos el relato “Volver el tiempo atrás” nos encontramos con la importancia de conectarse con las emociones negativas porque esa acción permite la auto­compasión y la autocomprensión. Reconducir la envi­dia, la ira, el enojo y la tristeza con creatividad ayuda a ser conscientes de dichos sentimientos y de uno mismo. Solamente al ser capaz de sentir compasión con el pro­pio dolor se llega a ser comprensivos con uno mismo y los demás. Cualquier emoción, aunque sea negati­va, forma parte de la experiencia humana. Alcanzar la comprensión de la propia identidad es una experiencia liberadora y curativa.

Este libro de historias cortas está destinado a la po­blación infanto juvenil —aunque sería beneficioso que también lo leyeran los adultos—, y desarrolla una te­mática actual variada que aborda el embarazo en ado­lescentes (“Somos dos”), por ejemplo, y nos muestra la reacción amorosa incondicional, contenedora y nutriti­va de un padre ante la noticia del embarazo de su hija adolescente. Esta ficción nos lleva a la conclusión de que cuanto más personas sean capaces de abrir su corazón, más sanaciones ocurrirán. Nadie está solo. Vivir y sanar desde la perspectiva del amor trasciende cualquier pa­radigma curativo. La ternura y el respeto se identifican con ese amor.

La sanación no significa ausencia de enfermedad, sino el despertar de la energía del amor; y todos sin excepción tenemos el potencial de despertar a ella. La ficción es un medio que nos facilita, como seres humanos, superar la enfermedad o el estado de depresión que emerge a con­secuencia del desencanto. Leer las historias de Horchata para el mal de amor armoniza el cuerpo, la mente, y el espíritu, porque nos conectan con los poderes superiores del cielo y la tierra, para que con la práctica iniciemos el camino que conduce a la sanación integral.



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HORCHATA PARA EL MAL DE AMOR, 2014. Relatos de MILIA GAYOSO MANSUR

Editorial SERVILIBRO

N° de páginas: 83. Asunción - Paraguay, 2014





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