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OSCAR PINEDA

  VILLETA TRICENTENARIA - Ensayo de OSCAR PINEDA


VILLETA TRICENTENARIA - Ensayo de OSCAR PINEDA

VILLETA  TRICENTENARIA

Ensayo de OSCAR PINEDA


Era la fresca mañana del lunes 5 de marzo de 1714 cuando en una saliente de tierra con forma generosa de pecho de mujer, en la margen izquierda del río Para­guay, a sólo cuarenta kilómetros al sur de Asunción, se presentó el gobernador maestre de campo Juan Grego­rio Bazán de Pedraza con toda su comitiva compuesta de los principales hombres de la provincia y los coman­dantes del ejército. El lugar era inmejorable. Por un lado la punta del saliente otorgaba a las actividades comer­ciales del hombre un puerto natural de gran calado, mientras que las tierras que lo rodeaban estaban confor­madas de pequeños bosques frondosos y campos fértiles con suaves ondulaciones que hacían recordar a los espa­ñoles las olas del mar. En algunas partes, pequeñas ve­tas de rocas sobresalían sobre la uniformidad del terre­no. Los estandartes reales de la poderosa casa de Borbón volaban al viento y los tonos marciales sonaban a solem­nidad cuanto el gobernador clavó en tierra su toledana y junto con los sacerdotes que impartieron la bendición y los escribanos que documentaron el acto, dejó funda­da San Felipe de Borbón en el Valle del Bastán en los Campos del Guarnipitán. Con esto se daba el primer paso del imperativo provincial que ordenaba poblar el valle del Guarnipitán. Se lo llamó San Felipe en honor al santo de Felipe V, apodado el “Animoso”, primer mo­narca español de la casa de Borbón que había sustituido a los Habsburgo, también conocidos como los Austria. El Valle del Bastán (Baztán en euskera) era un paraje grato de la geografía de Navarra de donde eran oriun­dos varios de los principales hombres de la provincia, y Guarnipitán era el modo con que los íberos, incapaces de pronunciar “pytá”, llamaban a los guaraní pytas que habitaban desde tiempo inmemorial la zona. Los guara­ní pyta eran en extremo belicosos y asolaban la región. Su característica principal era que se pintaban el cuerpo con urucú, lo que les daba la tonalidad carmín de don­de viene su nombre, y que les confería un aspecto sinies­tro que intimidaba a sus ocasionales adversarios. Por eso las primeras funciones de la nueva fundación eran las de ser un fortín avanzado de alerta temprana y de­fensa en vanguardia contra cualquier amenaza de in­cursión que Asunción pudiera sufrir desde el sur. Los primeros pobladores fueron cuarenta y tres hombres y mujeres donde destacaban los militares que guardaban noche y día el fortín. A estos se los unieron indios que venían de otros pueblos. La primera edificación de im­portancia fue la iglesia que se comenzó a levantar ape­nas fundado el fortín con recursos reunidos por el go­bernador, los vecinos, ocasionales visitantes y las donaciones en tejas de Itá, Ypané, Guarambaré y Ya­guarón. La imagen y patrona desde entonces es la de la Virgen del Rosario, con su manto rosado y sus alhajas donadas por el capitán Diego de Aguirre de Piribebuy y aceptada como tal por el gobernador Bazán de Pedraza el 4 de abril de 1715. Para 1729 el templo estaba termi­nado y era de buena dimensión para los parámetros de la época. En ella habían trabajado indios carpinteros de Yuty y Caazapá y su frente al poniente sobresalía sobre el caserío que bordeaba una única plaza central. Los malones de los guaraníes se suceden y hacen peligrar todo el fortín, tanto así que en 1738 el cura párroco, ante la amenaza de saqueo, recomienda llevar las imá­ genes y el sagrario del templo a otro lugar más protegi­do. Como consecuencia de estos constantes choques con los indios, en 1744 la fundación está casi desierta y con riesgo de ser abandonada definitivamente. Rafael de la Moneda, gobernador provincial de los mejores que tuvo el Paraguay, y completamente ciego a esta altura de la historia, interviene entonces y vuelve a repoblar la fundación y hasta hace llover recursos para convertirla en su baluarte de defensa de río abajo y amparo coloni­zador en la zona. A partir de allí la población vuelve a crecer, el indio va amansándose y las escamaruzas se vuelven más esporádicas. En este ambiente más propi­cio, la fundación fue adquiriendo notoriedad y el kilo­métrico nombre quedó reducido a Villeta, que quiere decir villa pequeña. A fines del siglo XVIII ya no era un fortín y pasó a convertirse en un poblado agropecuario y portuario netamente comercial. Félix de Azara men­ciona que por ese tiempo la población llega a las 3814 almas pero que el templo que poco después se incendió estaba en pésimas condiciones. En 1803 se juntaban li­mosnas para volver a reconstruirlo. La independencia del Paraguay en 1811 encuentra a Villeta en plena efer­vescencia mercantil pero plegada a la causa de los Pró­ceres de Mayo. La subida de José Gaspar Rodríguez de Francia, primero como dictador temporal y luego como dictador perpetuo hace que el comercio languidezca hasta casi la inanición en todo el Paraguay, cuando cie­rra herméticamente y con mano de hierro las fronteras de la patria. Villeta por aquel entonces es uno de los pocos puntos por donde el tirano permite la entrada al país de ciertos productos esenciales. Y siendo Francia un gobernante que perjudicó mucho a la religión en Pa­raguay, es sin embargo el que consiente que Villeta re­nueve completamente su templo que cuando termina de construirse es uno de los mejores y más amplios de la región. Cuando sube don Carlos Antonio López al po­der, lleva a cabo una política completamente opuesta a la de Francia y abre todos los puertos al comercio inter­ no y externo. Villeta entonces participa activamente del progreso de la nación que da pasos agigantados hacia el modernismo del siglo XIX. Aparte de puerto también se nutre de astilleros, construye pequeños navíos de todo tipo, calafatea las naves y contribuye a la vigilancia del río. Ya en tiempos de Francisco Solano López se instala el telégrafo y Villeta es la primera localidad en estar unida a la capital por el entonces innovador medio de comunicación. El primer parte telegráfico se trans­mite a las siete y cuarto de la mañana del día domingo 16 de octubre de 1864, cuando ya los negros nubarro­nes del imperio de Marte se cernían aviesos sobre el país. Y ya dando rienda suelta a las pasiones, ese año se desata furibunda la Guerra de la Triple Alianza que cu­bre de sangre y luto a todo el Paraguay. Villeta contri­buye a la guerra enviando recursos al gobierno central y aportando una ingente cantidad de hijos mozos que descuellan por valor guerrero en los diversos escenarios en los que les toca pelear. Así llegan las fatídicas fechas de la Campaña del Pykysyry a fines de 1868 y princi­pios de 1869, que tuvo por dantesco escenario las cam­piñas y arroyos del distrito de Villeta y las cercanías de su radio urbano. Por primera vez en su historia Villeta no pudo proteger a Asunción de las amenazas que ve­nían del sur. Los sangrientos combates de Ytororó, Avay, y la batalla de los siete días de Lomas Valentinas en la que fue destruido el ejército paraguayo ante fuer­zas infinitamente superiores, dejaron abiertos los cami­nos a la Madre de Ciudades que fue vilmente bombar­deada, violada y saqueada por los aliados. El templo de Villeta fue convertido en hospital de sangre y la torre bombardeada por la artillería imperial que creía que es­taba siendo ocupada por vigías que informaban sobre el movimiento enemigo. El Mariscal López, con puño de titán, levantó un nuevo ejército de niños y ancianos en las estribaciones de los cerros de Azcurra y comenzó así el vía crucis de la Campaña de las Cordilleras que cul­minó el 1.º de Marzo de 1870 en el escenario elegido de Cerro Corá donde se consumó para recuerdo y loas per­petuas el máximo sacrificio que los hijos pueden brin­dar a su nación. Al finalizar la guerra el Paraguay está devastado, y el tercio de población que queda está con­formada mayoritariamente por ancianos, niños, lisiados y mujeres que son las que con esfuerzos indecibles vuel­ven a levantar la nación. Villeta, al igual que el resto del país, resiente la falta de mozos para trabajar la tierra y aportar al comercio, pero poco a poco por su privilegia­da posición costera vuelve a adquirir notoriedad. El 16 de mayo de 1884, conforme a la Ley Orgánica Munici­pal del 7 de junio de 1882 se crea el municipio de Ville­ta, siendo el primer intendente municipal el Sr. Miguel Antonio Alvarenga. Nuevas familias van poblando la ciudad portuaria y el lustre de algunas de ellas se puede equiparar con las de más alto abolengo de todo el país. Para 1886 la población ascendía a 3311 personas que realizaban trabajos de campo y comercio. Al finalizar el siglo XIX, Villeta es nuevamente uno de los puertos más importantes del país. A principios del 1900 es des­de hace rato un puerto naranjero y así lo reconocen to­dos. Tanto, que hasta en un cuaderno de caligrafía po­pular en la época, una de las frases impresas para repetir en las líneas paralelas hasta el cansancio era: “Villeta exporta naranja”. En 1903 se terminó de construir la emblemática casa Navarro en la que era por aquel en­tonces, y en cierto sentido lo es hasta ahora, la entrada a la ciudad. En 1904 el país está envuelto en una guerra civil de grandes proporciones, donde los liberales tratan de tumbar del poder a los colorados que se hallan divi­didos a tal punto que muchos de ellos apoyan la rebe­lión. Los revolucionarios pronto toman Villeta y la con­vierten en su cuartel general de donde envían tropas a ocupar otros puntos del país. El “Sajonia”, barco insig­nia de la rebelión, se instala en el puerto de Villeta y el 15 de agosto los principales jefes lanzan un manifiesto donde defienden su causa y exponen sus reivindicacio­nes. Entre los jefes sobresale el villetano Manuel Gon­ dra, uno de los más connotados intelectuales paragua­yos de la época y que llegaría a ser en dos ocasiones presidente de la república. Hasta Villeta llega Rafael Barret que con brillante pluma e ímpetu desbocado vive y siente las peripecias revolucionarias. Las batallas se suceden y a pesar de los éxitos liberales, el gobierno en Asunción no termina de caer, por lo que los jefes se reúnen en los caserones del centro de Villeta a discutir las diferentes opciones. Allí se cuaja lo que sería el Pacto del Pilcomayo, firmado el 12 de diciembre y por el que los colorados se retiran del poder y se inicia la era de los gobiernos liberales. Las diversas revoluciones que se su­ceden hasta 1923 dejan a Villeta sin el protagonismo de la de 1904.

Villeta siguió creciendo aunque a un ritmo lento. Comerciantes de varias nacionalidades se hacen pre­sentes y consulados de países vecinos abren oficinas permanentes en la ciudad. Llegan los sirios, la mayo­ría de ellos comerciantes, y algunos de sus vástagos se casan con villetanas dando nueva vida a las antiguas y tradicionales familias. En los años veinte y treinta lo más llamativo que tenía Villeta era su actividad como puerto naranjero. Todos los días sus muelles se llenaban de naranjeras que con canastos llenos hacían malaba­rismo sobre endebles tablones puestos sobre el río para descargar los preciados cítricos en las bodegas de los barcos surtos en el puerto. Por aquel entonces Paraguay inundaba las ciudades argentinas con las naranjas que producía su rico suelo, y era en Villeta donde a fuerza de carretadas se concentraba lo cosechado y donde lue­go era puntillosamente embarcado en montones: lo de menor calidad y en cajas selladas lo de alta calidad. Los más antiguos y más memoriosos pobladores recuerdan nítidamente cómo se escuchaba, desde varias cuadras a la redonda, las voces de las naranjeras contando en voz alta las unidades que iban descargando. Villeta no solo acopiaba la naranja sino que también en sus alrededo­res la producía en grandes cantidades y los campos se inundan de colores amarillo-rojizos. Tanto es así que una de sus compañías, Naranjaisý, lleva hasta ahora un nombre evocativo de dicha actividad agrícola. Naran­jaisý es también muy conocida porque allí se encuentra la imagen de la Virgen de los Remedios, muy venerada en todo el Paraguay. Cada 12 de octubre, miles de fieles acuden a venerarla y luego de Caacupé, San Blas y Ma­ría Auxiliadora es probablemente la fiesta religiosa más popular de toda la república. Según se cuenta la imagen fue hallada en una casa destruida justo después de la Guerra Grande y conservada en el sector por varias ge­neraciones de familias devotas.

En 1932 se desencadenó la guerra con Bolivia, y Vi­lleta, al igual que las otras poblaciones del Paraguay, contribuyó con ingente cantidad de jóvenes que luego de encomendarse a la Virgen de los Remedios y a la Virgen del Rosario iban a los campos de combate. Los principales edificios se convirtieron en hospitales de sangre, puntos de refugio de prisioneros, centros de re­clutamiento y almacenes de provisiones. Muchos ville­tanos murieron en la contienda chaqueña y sus cuerpos reposan en los cañadones sin nombre del enorme Cha­co Boreal, territorio paraguayo de horizontes infinitos. En 1933, en pleno desarrollo de la Guerra del Chaco, se instaló en Villeta la fábrica de Anderson Clayton y Cía., que luego se convirtió en la Algodonera S.A. Esta planta fabril es la primera industria que se emplaza en Villeta, y hoy en día sus instalaciones, ya abandonadas y derruidas, en especial su tanque de agua que se per­fila nítidamente en la silueta urbana, son algunas de las edificaciones más emblemáticas de la ciudad. De los generadores de las primeras fábricas es que Villeta se nutre de luz eléctrica hasta que más adelante se conecta a la red nacional. En 1942 abrió sus puertas el que sería Colegio Nacional Carlos Antonio López, institución educativa de gestión oficial, cabecera en la localidad.

En 1947 estalla una revolución de primera magni­tud que abarca gran parte del país. Varias unidades del ejército y la marina de guerra se han rebelado contra el gobierno del Gral. Higinio Morínigo y éste se apresta a combatirlos con la ayuda de los colorados que aportan a la guerra civil sus combativos pynandy. Los rebeldes se hacen fuertes en el norte, en especial en Concepción, donde va a batallarles el ejército gubernista. Luego de varias batallas, en un desprendimiento notable, el ejér­cito rebelde baja en todo tipo de embarcaciones por el río Paraguay, deja engañado y atrás al ejército leal al gobierno y en menos de cuarenta y ocho horas está atosigando la capital con bombardeos y la ocupación de muchos de sus barrios. Sin embargo, no consiguen capitalizar el brillante movimiento y las pocas fuerzas de Morínigo resisten en los puntos claves mientras que el ejército gubernista del norte a grandes trancos hace hasta lo imposible por llegar a tiempo a Asunción. A medida que van llegando las unidades leales a Moríni­go los rebeldes comienzan a ser rechazados hacia el sur tras fuertes combates. Y es así como Villeta vuelve a te­ner triste preponderancia en la última fase de la terrible guerra civil. El ejército rebelde se retira hacia Guaram­baré, Ñemby e Ypané y cuando la causa está perdida se dirige a Villeta para hacerse fuerte allí, combatir hasta el final o surtirse de barcos para huir. Apenas comien­za a entrar el ejército rebelde en la ciudad, gran parte de los villetanos son evacuados mediante barcos que la Argentina pone a disposición en medio del río para evi­tarles el encontronazo entre dos fuegos. Muchas casas son saqueadas por la soldadesca y las montoneras que atropellaban los hogares. La batalla final se da en la ciu­dad, especialmente en la playa y en el puerto. El ejérci­to gubernamental lanza una ofensiva y en un golpe de mano se apodera del centro y encajona en la playa a las pocas unidades rebeldes que no habían podido sortear el río. Allí se libra el último combate donde el gobierno aplasta la rebelión a sangre y fuego contra el río Para­guay. La Guerra Civil del 47, si bien no fue la más larga de la historia paraguaya, sí se inscribe entre las más vio­ lentas por la que haya pasado alguna vez nuestro país. Hay quienes aseguran que el número de muertos es tan alto como el que tuvo el Paraguay en tres años de guerra con Bolivia. Aparte de esto, los desplazados sumaron miles que fueron a parar en su mayoría a la Argentina. Muchos de ellos nunca volvieron al país. Muchos de ellos eran villetanos.

En 1957 comenzó a funcionar la Escuela Parroquial Virgen del Rosario y en 1964 llegan a la ciudad las Hi­jas de María Auxiliadora, de la gran familia salesiana, e instalan en la propiedad de la familia Miers, donada por Sor Mónica Miers, su obra social conocida como Casa de los Hermanas que se caracteriza por ser fecun­da formadora de jóvenes.

A nivel vial, en este tiempo se asfalta el desvío de la Ruta N.º 1, que pasando por Guarambaré termina en Villeta, conectando el Guarnipitán con el resto del país. Sin embargo, a fines de los años sesenta y principios de los setenta, Villeta ya no era el próspero puerto naran­jero de antaño y la planta fabril de la Algodonera S.A. estaba decayendo en sus actividades rápidamente, lo que generaba en la ciudad una aguda crisis económica y social de grandes proporciones ante la falta ostensible de empleo. Muchos jóvenes parten a Asunción y otros puntos del país y del extranjero en busca de sustento para sus familias. La población decae rápidamente y es cuando los líderes comunales se alarman y comienzan a generar proyectos para revitalizar la alicaída ciudad. Así surge en 1973 la idea de convertirla en una ciudad industrial y rápidamente se procede a inaugurar el pri­mer parque industrial, que luego se replicaría en el lado opuesto del casco urbano y que hoy son en conjunto las zonas industriales norte y sur. Ayudadas por el go­bierno que da facilidades y por el Centro de Villeta­nos residentes en Asunción que no cejan en gritar a los cuatro vientos las muchas ventajas que Villeta ofrecía, poco a poco se instalan nuevas industrias y la situación comienza a revertirse; y ya son jóvenes de otras locali­ dades los que vienen a Villeta a conseguir empleo. La población vuelve a crecer sostenidamente y se comien­zan a poblar nuevos sectores como el que sería el barrio 3 de noviembre. En 1974, como una forma de colabo­rar con el esfuerzo comunal, un grupo de personas se unen y forman la Cooperativa Multiactiva de Ahorro y Crédito, más conocida hoy en día como Credivil Ltda. Después del Golpe de Estado del 89 que trajo la tran­sición democrática, se aceleraron los proyectos viales y se asfaltó el llamado Acceso Sur que comunica median­te un desvío a Villeta con el resto del país, ya siendo entonces dos los accesos camineros todo tiempo que se juntan cerca de la entrada a la ciudad. En 1993 el puerto es ampliado y mejorada toda su infraestructu­ra con amplios depósitos de almacenaje y maquinarias para movimientos de carga pesada. Ya en el siglo XXI se habilitaron las reformas del puerto de Angostura que es uno de los más modernos de todo el país. Y mientras que el puerto de Asunción va mermando en sus acti­vidades debido principalmente a la implementación de políticas descentralizadoras, Villeta, con sus dos puer­tos completamente equipados, comienza a absorber a pasos acelerados el movimiento portuario de la capital para convertirse en la terminal de este tipo más impor­tante de toda la república.

Villeta hoy en día y a pesar de las sucesivas desmem­braciones, como la de Nueva Italia en los ochenta, es el distrito más extenso de todo el departamento Cen­tral. En su territorio que posee 72 km de costa sobre el río Paraguay y que abarca 995 km2, están ubicadas una decena de compañías. La más cercana está a solo 4 kilómetros de distancia del casco urbano principal, mientras que la más lejana se ubica a 60 kilómetros. La población total del distrito se acerca a las 40 000 personas, de las cuales la mayoría, por pequeño mar­gen, corresponde a los varones. Villeta, a la fecha, so­bresale por sus industrias, su potencia manufacturera y con justa razón se la llama Ciudad Industrial. Me­ dio centenar de firmas tienen allí su planta fabril o su centro de producción. Aún así, esta agitada actividad fabril concentrada en las zonas industriales, no roba la calma que reina en la ciudad a casi toda hora del día. Tanto es así, que es sitio ideal para el descanso, el re­lax y ya desde hace décadas se han ido trazando planes para proyectarla también como destino turístico, explo­tando su extensa costa, sus playas, sus áreas de pesca y sus sitios y edificaciones históricas. Sin embargo, estas ideas hasta ahora no han tenido el suficiente estímulo y no han despegado del papel, por lo que la actividad económica más importante de la ciudad sigue siendo la industrial. La abundancia de energía eléctrica que le llega de las binacionales, el río y sus puertos de gran ca­lado e inmejorable infraestructura, los caminos de todo tiempo, la cercanía al área metropolitana de Asunción que es la más poblada del Paraguay, y las facilidades fis­cales tanto gubernamentales como municipales, hacen de Villeta el punto ideal para la instalación de cualquier industria. Por lo que no es difícil profetizar que Villeta en un futuro, casi con seguridad, seguirá siendo el ho­gar de muchas de las firmas más importantes del país y continuará contribuyendo al Paraguay con su trabajo, su esfuerzo y su producción industrial de calidad que maravilla a propios y extraños.

Las sombras de la noche y el silencio del descanso reinan en la ciudad. A lo lejos se ven las luces de seguridad de las fábricas, de los puertos y de los barcos que impertérritos sesgan la negrura del horizonte, mientras el río rumoroso fluye eterno e inmutable en su lento transitar. Arriba en el cielo estrellado, hileras interminables de blancas nubes avanzan lentamente imitando las columnas de carretas de tiempos que se fueron, mientras que abajo los lánguidos faroles de las esquinas perdidas dan luz a la monotonía de la madrugada. Bajo las arcadas de antiguos caserones de planta ciclópea y en los jardines perfumados de enreja­dos lindes, el suelo revive viejos recuerdos que trae consigo la insomne brisa nocturna... Un caballero de yelmo, gola, armadura y daga florentina, Bazán de Pedraza, sonríe mientras contempla satisfecho la primera empalizada de su novel fortín, a pasos del manso curso de agua... Temibles y feroces indios teñidos de rojo y armados de macanas, arcos y flechas se aproximan sigilosos en la espesura de la floresta para ver curiosos el movimiento de los hombres pálidos y barbados venidos de lejanas tierras y que ostentan la cruz y la espada... Un sacerdote esconde presuroso y desesperado las imágenes sagradas en un cofre hermético porque afuera vocifera blasfemo el malón... De la Moneda reflexiona, sopesa en soledad los pros y los contras y luego en su infinita ceguera ve con nitidez profética el futuro promisorio del puerto y procurando recursos no lo deja morir... Un grupo de patriotas acaban de cortar las cadenas que nos ataban a España. Se gritó el basta dijo y el cetro rompió. Muchos festejan la buena nueva y resuenan en la plaza los vivas... Francia muestra insolente su larga y negra trenza, y de espalda a la cruz da los recursos para levantar un templo magnífico... Y luego el fuego, la noche se llena de gritos de horror y el río se vuelve rojo sangre. Los cañones trepi­dan su lúgubre acento y el mariscal eterno espada en mano pasa al galope en su blanco Mandiyú, perdiéndose en la noche rumbo a su sino inevitable. Luego del paroxismo viene la calma y el silencio absoluto, todo está quieto, todo está muerto, solo la parca vaga nefanda en los campos... Alguien enciende la luz de las velas en un salón colonial de alto techo, travesaños geométricos y muebles rústicos. Polí­ticos de levita y militares con entorchados levantan la voz, golpean la mesa y discuten acaloradamente. Uno de ellos con ceño fruncido se soba el mostacho, se aclara la garganta e impulsivo toma la palabra. Es Manuel Gondra, quien argumenta, reflexiona y tumba el rumbo de los alegatos que le siguen. Son liberales que deciden la suerte del Pa­raguay... Mucho ruido y ajetreo, martillazos y andamios, soldaduras y chapas. Obreros construyen una fábrica con un alto tanque de agua cerca del rí,o mientras los más za­fados piropean a las naranjeras de ojos cándidos y risas de perla que se dirigen al puerto con sus canastos llenos. Más allá se ven los barcos, como una armada naranja lista para bombardear de frutas el mercado argentino... De pronto el puerto cambia de ambiente y se llena de familias que despiden a jóvenes vestidos de verde olivo. Algunos ríen nerviosos, muchos lloran. Hay tantos que no retornarán y que por hogar eterno tendrán un frío cañadón en medio de la desolación chaqueña... Carretillas, espátulas, nivel, regla, martillo, tenazas, clavos, tejas, piedras, ladrillos, andamios y un tozudo don Emiliano Benítez repartien­do las indicaciones apropiadas a sus peones y aprendices mientras que construye las casas señoriales de Villeta… Un taller lleno de cuadros, un niño morocho sentado en un taburete, unos pomos esparcidos de colores, un lienzo y un maestro de manos mágicas pintando un retrato. Mo­desto Delgado Rodas lanza los pinceles como estoques y los matices bullen como cascadas para formar figuras sobre la tela blanca... Una familia se alarma. A lo lejos se escu­chan los cañones y el tableteo incesante de la ametrallado­ra. La hija menor quita la tranca y abre la ventana. Por el oriente se ven columnas de soldados y montoneras con banderolas azules que van entrando a la ciudad del lado del cementerio. Humo negro cubre el cielo y fuerzas de rojo vienen detrás pisándoles los talones, se producen encontro­nazos y la batalla arrecia en pleno puerto. La madre cie­rra bruscamente la ventana, es un capítulo para olvidar... Mucha gente aplaude, se pone de pie y grita de alegría, ríen hasta llorar. Arriba del escenario una dicharachera Máxima Lugo gesticula graciosa, hace muecas, guiña un ojo, contorsiona su rostro, suelta una sentencia y enciende de vida al teatro guaraní... Una imagen de la reina de los cielos María Auxiliadora. A sus pies un ramo de rosas almizcla el ambiente y una hermana está dando la lección de catecismo a las niñas. A la más aplicada le regala un relicario conteniendo un pedacito de la ropa de Laura Vi­cuña. Sor Mónica Miers no se cansa de enseñar con el estilo de Don Bosco... Otra vez el silencio, rumores corren de que un general de apellido alemán ha tomado el poder en Asunción. Poco después un larguirucho Gregorio Gómez, desde cerca, y un hirsuto Rubén Bareiro Saguier, desde lejos, desgañitan contra el gobierno represor, y más que nunca un soñador Víctor Montórfano grita a los cuatro vientos su Tetaguá Sapucai... El puerto está sin barcos, la algodonera abandonada y en el campo los naranjos “mue­ren de tristeza”. Un colectivo de colores amarillo y marrón espera en la esquina. Un joven parte en un súper pulman de La Villetana para buscar trabajo... Suenan los arpegios de una guitarra, un maestro está enseñando una nueva música a una pléyade de jóvenes. Rudy Heyn rasguea la brisa y puntea las pasiones del sonido con forma de mujer... Un grupo de notables se reúne y con marcadores hacen grandes trazos sobre los extremos norte y sur de la ciudad. A uno de los sectores definidos le llaman Parque Industrial Avay y un nuevo barrio comienza a brotar más allá de los límites históricos... Dos idealistas pergueñan por el camino anchuroso del río del patrio nombre y con voz de oro y bronce de la gente villetana buscan honrar al Paraguay. Jorge Frachi y Blas Fretes lanzan un mensaje de patria que va diciendo a los pueblos, que bajo el nativo cielo, ya no caben los rencores... La noche se vuelve incierta, los cañones suenan en Asunción, ha caído la dictadura y la transición democrática está en puertas. La incertidumbre reina en la ciudad. Una nueva era comienza... Una mujer inquieta se pasea, hurga en los recovecos de las casas, en las rendijas de los muros donde se esconden los secretos, y va desgranando historia de vivos y leyendas de muertos. En el Romancero de mi Pueblo y tantos otros escritos, Delfina Acosta con pluma magistral desvela los arcanos de la casa de los Navarro, los chismes de las burreras y hasta los enig­mas del cementerio...

Ha pasado la noche, la luz rasga el velo negro sedoso y la alborada asoma con borbotones de matices naranja que inundan todo el horizonte. El río refleja los colores y le da un tono azulado. Los primeros rayos del sol dan de lleno en el tanque de agua de La Algodonera y luego los silos y las torres de las fábricas y el campanario de la iglesia, testigo mudo de tantos acontecimientos y la casa embrujada que silba misterio... Los gritos de los niños inundan las escuelas y los jóvenes con sus flirteos susurran en las plazas mientras que el rumor de máquinas sacude las fábricas... Hay alga­rabía en las calles, los jardines rebosan de flores y las casas se visten de fiesta. Hay sonrisas en los rostros, ilusión en los ojos y esperanza en los corazones. La antigua San Felipe de Bordón del Valle del Bastán en los campos del Guarnipi­tán está cumpliendo un año más de vida... ¡VILLETA ya es TRICENTENARIA!

 

 

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SEP DIGITAL - NÚMERO 4 - AÑO 1 - JUNIO 2014

SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY/ PORTALGUARANI.COM

Asunción - Paraguay

 

 

 

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