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Sociedad de Escritores del Paraguay SEP

  SEP DIGITAL - NÚMERO 4 - AÑO 1 - JUNIO 2014 - PORTALGUARANI.COM


SEP DIGITAL - NÚMERO 4 - AÑO 1 - JUNIO 2014 - PORTALGUARANI.COM

SEP DIGITAL - NÚMERO 4 - AÑO 1 - JUNIO 2014

SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY/ PORTALGUARANI.COM

Asunción - Paraguay


Dirección Editorial

Lisandro Cardozo

Diseño y Diagramación

Natalia Domenech

Corrección Castellano

Cintia Cañete

Corrección Guaraní

Feliciano Acosta

Ilustración de portada

Carlos Roa - Aparece en la portada la escritora Gladys Carmagnola

ISSN: 2311-0570

Edición al cuidado de los autores


 



ISBN: 2311 - 0570

Edición al cuidado de los autores.

Edición de la Revista Digital

Junio- 2014

Asunción - Paraguay

 

 

 

 

ÍNDICE

Prólogo de la SEP

Prólogo Portal Guaraní

 

POESÍAS

Moncho Azuaga - Central

Ñane retã árape

Ideologías

Biera Cubilla - Central

Desasosiego

Susy Delgado - Central

Ryrýi

Temblor

Ramiro Domínguez - Central

Canción de las manos que emigran

Estela Franco - Central

Yo loba y tú león

Claroscuro

Mónica Laneri - Central

¿A quién le llora el cantinero?

Cenicienta de barrio

El vestido

Deletrear mi alma

Miguelángel Meza - Central

Río Grande de Loíza

Río Grande, Loíza gua

Albys Paredes - Cnel. Oviedo

Verdades y mentiras

Genaro Riera - Central

Reiteración de la cadena alimenticia

Medio ambiente

Brío por el decorado

Lo que no está en las manos

Victorio Suárez - Central

Sin regreso

Lino Trinidad - Central

Ha llegado setiembre

Sofía Valenzuela - Itapúa

Ofrenda

Ulisses Viveros - Central

Sincronía de latidos

La mano estéril

Conspiración

Lo irrepetible

Fugaz intervalo

Caso extremo

Síntesis

 

CUENTOS Y RELATOS

Feliciano Acosta - Central

Mi hijo

Che ra’y

Nelson Aguilera - Central

Yo quiero ser doctora

Lisandro Cardozo - Central

Jarabe de sapo

Juan de Urraza - Central

Asteroides

Milia Gayoso Manzur - Central

A Julio

Alejandro Hernández y von Eckstein - Central

El secreto de la biblioteca

José Pérez Reyes - Central

Chadicto

Genaro Riera Hunter - Central

Movimiento de hojas (Microcuentos)

Un buen adiós es necesario

Explíqueme bien los efectos de las drogas que tengo que enseñar

¿Quién silencia?

Augusto Roa Bastos - Central

El incendio de la muerte - Fragmento Yo El Supremo

Javier Yubi - Central

Las naranjas de la tía Aghata

 

TEATRO

Rubén Sapena Brugada - Central

Un empleo para el ahijado

 

ARTÍCULOS Y ENSAYOS

José Vicente Peiró - Valencia/España

Las revistas en el desarrollo de la narrativa en Paraguay:

La novela paraguaya (1922-23)

Óscar Pineda - Central

Villeta Tricentenaria

Genaro Riera - Central

La virilidad anda sin norte

Lourdes Talavera - Central

Espacio que habita

Tadeo Zarratea - Central

Augusto Roa Bastos, el mayor escritor paraguayo en lengua castellana

 

CRÍTICAS LITERARIAS

José Vicente Peiró Barco - Valencia/España

Estela Franco: Camaleónica y El vuelo del Pykasú

Una narradora impactante: Olga Dios


 


CUMPLIENDO UN CICLO MÁS

En medio de los conocidos conflictos judiciales que atañen a dos escritores de nuestro medio (Nelson Aguilera, demandado y María Eugenia Garay, demandante), esta Comisión Directiva va cerrando un ciclo para dar paso a otra gente que sin duda seguirá bregando por el bien de nuestra literatura. Pero como nunca faltan, y creo que eso también es cíclico; hay espíritus revanchistas, destructivos y que parece, viven solamente para perjudicar con sus malas accio­nes o con su lengua. Sin embargo nosotros, bien o mal, procuramos en estos años de presidencia, conjuntamente con la Comisión Di­rectiva, hacer lo que debíamos hacer para enaltecer el bien común. Siempre primó en nuestro espíritu bregar por la literatura nacional, la defensa de los miembros, no importa de qué lado estén. Pero, sin duda, nos ha sorprendido sobremanera la persistencia de esta persona en hacer el mal a nuestra endeble literatura y perseguir con saña a un hombre, un escritor, que procura vivir de su arte y así mantener a una familia y su honorabilidad. Pero como dije antes, hay espíritus revanchistas y sus defensores y los que los azuzan.

Lo lamentable es que los jueces se prestaron a esta farsa, permi­tiendo los despropósitos de la parte demandante y no permitiendo que se arrimen las pruebas de descargo del acusado. Ni siquiera la Inquisición en su peor momento habrá obrado así, aunque no de­bería extrañarnos, puesto que los involucrados, tanto demandante como la justicia (¿?), al parecer siguen en el oscurantismo de la época stronista.

Pero la condena a treinta meses de cárcel de Nelson Aguilera tomó estado público no solamente en nuestro país, sino a nivel in­ternacional, y en consecuencia, la diputada argentina Julia Argenti­na Perié, en su condición de Presidenta de la Comisión de Derechos Humanos del Parlasur, presentará el caso en la Audiencia Pública a realizarse el próximo 9 de julio en Asunción. En la misma, ex­pondrá los argumentos literarios el perito Lino Trinidad Sanabria, quien fundamentó la inocencia del escritor condenado, a través de un exhaustivo estudio de ambas obras, Karumbita la patriota, de Aguilera, y El túnel del tiempo, de Garay.

Pese a todo, a la gran tristeza que nos causa este absurdo, este fue un semestre muy productivo, en especial para la Sociedad de Escri­tores del Paraguay, que cumplió cabalmente con su cometido de la promoción de la literatura con varias actividades culturales, como son los concursos literarios del Grupo General, el Hérib Campos Cervera y el Roque Gaona. Escritores nacionales también partici­paron en ferias nacionales e internacionales de libros y en la edición de la Revista Digital que nos pone a un clic de distancia del lector virtual. Además, fruto de este proyecto, salió el libro impreso con las obras de los participantes. En total, hemos tenido la respuesta de casi sesenta escritores asociados al gremio para la edición digital e impresa, merced al invalorable apoyo del Portal Guaraní. ¡Van nuestros agradecimientos sinceros a su propietario, Eduardo Pratt!

Por otra parte, este año hemos tenido una pérdida muy sensi­ble para el ámbito cultural y en especial para la literatura, como fue el fallecimiento del maestro Rubén Bareiro Saguier, gran es­critor y poeta. También hemos homenajeado a prohombres, como a nuestro Premio Cervantes, Augusto Roa Bastos, precisamente en el aniversario de la obtención del mencionado premio y por la pu­blicación de su obra maestra Yo el Supremo, que marcó y puso en la vidriera a nuestro país. También recordamos al gran artista y escri­tor Carlos Colombino en el primer aniversario de su fallecimiento. El mismo firmaba sus obras literarias como Esteban Cabañas y fue merecedor de importantes premios.

La edición última de la Libroferia Asunción resultó muy exitosa en cuanto a exposición de novedades y actividades culturales que involucraron a autores de nuestro medio. Se presentaron varios li­bros nacionales que amplían el acervo de nuestra literatura.

Este es el último prólogo, el que cierra mi ciclo al frente de la SEP y el que cierra esta primera etapa de publicación virtual de la SEP. Pero este proyecto seguirá, pues hay material humano y las condiciones están dadas para ir siempre adelante.

Lisandro Cardozo

PRESIDENTE

SEP


PRÓLOGO PORTAL GUARANÍ

Estimados miembros de la SEP, son ustedes dignos represen­tantes de la literatura paraguaya. A través de esta primera etapa de la REVISTA SEP DIGITAL, han compartido y gracias a Internet seguirán compartiendo, una minúscula muestra de su enorme crea­tividad.

Como sabrán, la REVISTA SEP DIGITAL/ PORTALGUA­RANI.COM, cierra con este número una etapa experimental, que servirá de ejemplo para próximas iniciativas. La serie consta de un número PRIMICIA (febrero 2014), y cuatro números que van desde marzo a junio del 2014. Contando hasta marzo calculamos 2000 descargas y 3500 visitas únicas al espacio de las revistas den­tro del Portalguarani.com.

Debo destacar y agradecer la participación de más de 50 auto­res, miembros de la SEP que facilitaron la inclusión de sus poesías, cuentos, relatos y ensayos. Así también debo mencionar la valiosa colaboración del crítico literario español José Vicente Peiró Barco, embajador de las letras paraguayas en el mundo. Cabe destacar que en cada edición digital se incluyeron obras de artistas paraguayos, como ser, fotografías de Rossana López Vera, obras de Adriana Vi­llagra, Diana Rossi, Fidel Fernández, Raquel Rojas Peña y Alberto Miltos.

El Portalguarani.com, se enorgullece de haber participado del emprendimiento y de ser el medio, para mostrar nuestra cultura en este mundo globalizado que nos toca vivir. Estamos realizando nuestro mayor esfuerzo para terminar también la impresión de los cinco números y tenemos planificado invitarlos a un acto de cierre, donde el Portal obsequiará un juego de la revista a cada miembro de la SEP que haya colaborado en la misma.

La aventura cultural del Portalguarani.com es un proyecto am­plio e interactivo, necesita de la ayuda de todos, y su único objetivo es maximizar la difusión de sus obras y pensamientos. Los espacios creados para cada autor son un humilde tributo en retribución a lo que ustedes aportan a la sociedad. Pueden ser modificados, amplia­dos, actualizados, sustituidos o dados de baja mediante el simple pedido de los autores.

Agradezco a los miembros de la Comisión Directiva de la SEP por permitirnos ser parte de su día a día y espero seamos partícipes de nuevos y positivos emprendimientos, siempre en base a un obje­tivo de utilidad general.

Gracias a todos.

Eduardo Pratt

Portalguarani.com


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SEP DIGITAL - JUNIO 2014 - EDICION Nº 4 AÑO I - PORTALGUARANI by PortalGuaraniSEP

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RÍO GRANDE, LOÍZA GUA

Autora: JULIA DE BURGOS, Puerto Rico 1.914 - Nueva York 1.953

Traducción de MIGUELÁNGEL MEZA


¡Río Grande, Loíza-gua!... Eñembopukúna che ángare

ha topyta che ã tokañy ndeysyry mimíre

oheka hagua mba’yru oñomiva’ekue imitãmíme

ha ñemyaña tarova reheve ome’ẽjey ndéve tape.


Ejepokána che rembére ha tove toromboy’u,

roñandu hagua che mba’érõ sapy’ami,

ha toromokañy yvóragui ha nde pype voi toroñomi,

ha tahendu yvytu jurúpe ñe’ẽ ñane mondýiva.


Eguejýna sapy’ami yvy árigui,

ha eheka che ñe’ã rekotevẽme iñungatupýva mba’eñemi;

ejehe’ána che angapýpegua guyra vevére,

ha che kevýre eheja chéve ypoty yguigua.


¡Río Grande, Loíza-gua!... Che ysyrymi, che yguasu,

che rupi guive yvy ári che sy poty rembe;

oguejy nendive, opopo, tape yvatéguio,

ohekávo hape pyahu, che angapota kangy;

ha che mitãrõ, che, ñe’ẽyvoty yguasúpe,

ha che, yguasu, che kerayvoty ñe’ẽyvotýpe guarã.


Chakãmbuku miẽ. Osẽmbaite chéve che rekove

ha chejuhu ajapokói nde syry tuichaveháre;

ha che pyhy hetaiterei jey, ha iporãitéva juayhúpe

remombáy che ánga ha rehetũ che rete.


Moõ reguereha umi nde y ombojahuva’ekue

che rete, avati’ýva háĩmbiti kuarahýva.


¡Oimeva’erã mba’éichagua tetã yvymbytépepa

oiméva tymba yrembe’ýpe che pyhynehína!


¡Oimeva’erã mba’éichagua ama’akúpepa yvy mombyrý-

­pe añehẽnehína ambovo hagua yvy pyahu;

térãne, kane’õgui aisu’uhague korasõita,

cheretãmane ahávo hatã hesakãva y’atãme!


¡Río Grande, Loíza-gua!... Hovy. Pirehũ. Pytã.

Jehechaha hovy, yvága hovy kuigue;

so’o morotĩ opívo hũjepiva ndehegui

pyhare oikejave nde rupápe;

tuguy syry pe, ama guýrupi

oue’ẽ chororo jave ituju’yku umi yvyty.


Yguasu kuimba’e, katu kuimba’e nepotĩ’yguasúva,

reme’ẽgui ne ánga hovy reme’ẽvo ne ñehetũ hovy.


Karaiete yguasu. Yguasu kuimba’e. Ko kuimba’e añónte

ohetũ che ánga ohetũnguévo che rete.


¡Río Grande, Loíza-gua!... Yguasu nde tuicháva. Tasẽ nde tuicháva.

Tuichavéva opaite ñande ilagua rasẽ,

ramo’ã, tuichavérire chehegui osẽvagui

che ánga resárupi che retã isãso’ỹvape guarã.


Traducido al guaraní paraguayo por Miguelángel Meza


 

RÍO GRANDE DE LOÍZA

Autora: Julia de Burgos, Puerto Rico 1.914 - Nueva York 1.953


¡Río Grande de Loíza!... Alárgate en mi espíritu

y deja que mi alma se pierda en tus riachuelos

para buscar la fuente que te robó de niño

y en un ímpetu loco te devolvió al sendero.


Enróscate en mis labios y deja que te beba,

para sentirte mío por un breve momento,

y esconderte del mundo y en ti mismo esconderte,

y oír voces de asombro en la boca del viento.


Apéate un instante del lomo de la tierra,

y busca de mis ansias el íntimo secreto;

confúndete en el vuelo de mi ave fantasía,

y déjame una rosa de agua en mis ensueños.


¡Río Grande de Loíza!... Mi manantial, mi río,

desde que alzome al mundo el pétalo materno;

contigo se bajaron desde las rudas cuestas,

a buscar nuevos surcos, mis pálidos anhelos;

y mi niñez fue toda un poema en el río,

y un río en el poema de mis primeros sueños.


Llegó la adolescencia. Me sorprendió la vida

prendida en lo más ancho de tu viajar eterno;

y fui tuya mil veces, y en un bello romance

me despertaste el alma y me besaste el cuerpo.


¿Adónde te llevaste las aguas que bañaron

mis formas, en espiga de sol recién abierto?


¡Quién sabe en qué remoto país mediterráneo

algún fauno en la playa me estará poseyendo!


¡Quién sabe en qué aguacero de qué tierra lejana

me estaré derramando para abrir surcos nuevos;

o si acaso, cansada de morder corazones,

me estaré congelando en cristales de hielo!


¡Río Grande de Loíza!... Azul. Moreno. Rojo.

Espejo azul, caído pedazo azul de cielo;

desnuda carne blanca que se te vuelve negra

cada vez que la noche se te mete en el lecho;

roja franja de sangre, cuando bajo la lluvia

a torrentes su barro te vomitan los cerros.


Río hombre, pero hombre con pureza de río,

porque das tu azul alma cuando das tu azul beso.


Muy señor río mío. Río hombre. Único hombre

que ha besado mi alma al besar en mi cuerpo.

¡Río Grande de Loíza!... Río grande. Llanto grande.

El más grande de todos nuestros llantos isleños,

si no fuera más grande el que de mí se sale

por los ojos del alma para mi esclavo pueblo.

 

 

 

 

POESÍA DE ALBYS PAREDES

 

VERDADES Y MENTIRAS

Extraído de “Pretéritos Temporales”


Presencias arrugadas de distancia.

Pasiones abrumadas de nostalgia.

Bocas rojas de deseo.

Palabras que huyen a parajes…

Presencias.

Pasiones.

Bocas.

Palabras.

Todas dislocadas.

Todas bizarras.

Todas teñidas de verdades.

Verdades ocultas de abriles.

Abriles trasnochados y alocados.

Julios escarchados de sentires.

Sentires huérfanos de rebozos.

Rebozos curiosos que ocultan rostros.

Rostros que esconden muecas.

Muecas que rezuman culpas.

Culpas muertas de sonidos.

Sonidos que se pierden tras unos pasos.

Pasos que huyen de prisa.

Prisa que tropieza con mentiras.

Mentiras disfrazadas de verdades.


Verdades.

Rebozos.

Rostros.

Muecas.

Sonidos.

Pasos.

Prisa.

Mentiras.


 

 

POESÍAS DE GENARO RIERA

 

REITERACIÓN DE LA CADENA ALIMENTICIA

Un pez come a otro pez.

Una ley que sigue otra ley,

ley que sigue a otra

y ésta a otra ley,

que sigue a otra ley,

que quiere ésta seguir a otra,

a otra ley ya insondable,

lejana… por eso regresa.


MEDIO AMBIENTE

Cuerpo de agua desembocada

Lagos de oratoria de muerte

Aguante amargo del prójimo

Demonio smog sin elevación

Basural del ganadero vano

Arraigo móvil de la ilusión

Ídolos de metales pesados

Minerías a cielo abierto

Rentas del delincuente pálido

Peste, matador de vida, dardo.

 

BRÍO POR EL DECORADO

Nos llamamos ciudadanos

por la publicidad que soportamos.

Fidelidad sin discreción…

es lo que no nos falta.

 

LO QUE NO ESTÁ EN LAS MANOS

Libros, libros, libros.

libros sin franqueza,

libros juntos a los mismos libros.

Libros lejos de mi propio libro.


 

POESÍA DE VICTORIO SUÁREZ


SIN REGRESO


En el instante crucial donde convergen el vacío y el silencio

el cuerpo se vuelve un hueco con huellas de sangre reseca.

Por ese espacio aclimatado de adversidades

alguna vez pasó el eco de una tarde cargada

de rendidas cavidades.

Las extremidades soldaron su peso

en las tormentas de arena que ahogaron el paisaje.

Bajo la tierra ya no parpadearon los ojos

aunque siguieron fermentando

los destellos de células que se resistieron a morir.

Toda la materia se pudre como una hoja

ante el cabildeo senil de aquellos que lloran.

Pero los difuntos quemaron el alba.

Yo los encontré en un pedazo de sueño.

Toqué sus cabelleras crecidas en el viaje

y posé mi boca en cada transparencia nacida

para aquietar el diluvio.

Mis dedos cruzaron la línea de los fuegos apagados.

Inmensos caballos sin jinetes se evaporaron

delante de una cruz que cortó el aire.


Nos confundimos entre tantas miradas,

estuvimos todos muertos

con la gran alegría de haber olvidado el mundo.

Desde entonces no hemos regresado.


 

 

POESÍA DE LINO TRINIDAD SANABRIA


HA LLEGADO SETIEMBRE

Escrita en Lima (Granja Azul) – Perú 1975


Ha llegado setiembre

con su carga multicolor.

Las hojas no caídas

más verdes todavía,

han llenado las copas renovadas.


Hay flores por doquier:

por aquí las rojas,

blancas y azules,

por allá las lilas,

celestes y amarillas.

Más allá las sin colores vivos.


Van y vienen las alondras,

calandrias y zorzales,

que ríen su contento inigualable

en desaforados trinos mañaneros.


El sol y la luna columpian

en los valles y campos,

montes y prados,

para que todo sea luz en el día,

y todo sea claro en la noche.


Hay brisa perfumada

de un verdor inmenso;

hay agrestes melodías,

hay murmullo de aguas cristalinas;

hay brotes que suceden

y hasta los juncos echan flores.


Ha llegado setiembre;

su carga multicolor es luminosa,

vivificante y aromada,

y tiene color de fiesta.

¡Qué bella debe estar

mi Asunción del Paraguay!


 

POESÍA DE SOFÍA VALENZUELA  

 

OFRENDA

Hoy te ofrendo

mis manos vacías

colmadas de caricias,

la saciedad sedienta

de mis deseos

y el bélico sosiego

de mi cansancio.

Hoy te ofrendo

los pétalos claros

de una noche sin luna,

la premura de la lentitud

de mis pasos

y los pensamientos

de mis sueños encarcelados.

Hoy te ofrendo

las cautivas odas

de mi voz enmudecida,

la sonora canción

de mi silencio

y el olvido manifiesto

de mis tácitos recuerdos.

Hoy te ofrendo

la sombra ausente

de mi presencia,

la osadía de mis vacilaciones,

la mirada despabilada

de mis ojos dormidos

y la eternidad de este

efímero momento.


 

 

POESÍAS DE ULISSES VIVEROS


SINCRONÍA DE LATIDOS

No es solamente un intercambio de salivas.


Es un instante eternizado

de dos corazones sincronizados.


 

LA MANO ESTÉRIL

No se descose la pupila

ni percibo cósmica señal alguna.


La mano estéril

aún no consigue descoagular su luz.


 

CONSPIRACIÓN

Exiliado en mi libertad,

busco alguien de confianza

para el golpe sentimental.


 

LO IRREPETIBLE

No hallaré plenitud de oasis comparable

ni una pizca del júbilo alcanzado

con la absorción de ese beso inextirpable

de las páginas latentes del pasado.


 

FUGAZ INTERVALO

Del polvo emergiste

y en él mutarás.


Procura no acortar

el fugaz intervalo.


 

CASO EXTREMO

Que la verdad se apiade de mentirosos

que la buscan.


 

SÍNTESIS

Carece de metáforas,

es libre,

no tiene rimas.


Aun así

sigue siendo poesía.

 

 

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MI HIJO - CHE RA'Y

Relato de FELICIANO ACOSTA

 

 

HIJO

 

A Fredy Benegas

 

¡Papá! Me dijiste. Caía la noche entonces y yo me quedé sonriendo ¿Recuerdas?

Esa noche no pude conciliar el sueño. Tu nombre se agigantaba en mi mente, porque ibas a ser el hijo que esperábamos con mi mujer, que aguardábamos que el benteveo nos anunciara con su canto, pero que no llegaba nunca.
Desde entonces creciste a mi lado como crecía mi amor por ti.

Con frecuencia te ubicabas a mi lado para medir tu altura. Eras bajo.

Cuando salíamos al campo conversábamos animadamente, hasta el cansancio.

Hablábamos de todas las cosas, de tu futuro, de tus sueños, de tus pequeños errores . Yo te escuchaba  atento y en su momento te aconsejaba como si fueras mi verdadero hijo.

Ya más crecido, te enamoraste terriblemente y me contaste tus sentimientos

- Yo feliz por ti, te animé abrazándote.

Esos tiempos fueron los más hermosos de mi vida.

Luego creciste, aún así no me olvidaste, me buscabas, me acompañabas, te acompañaba.

Llegué a quererte como a un verdadero hijo. Cuando caminábamos juntos echaba mi brazo sobre tu hombro porque quería que sintiera el amor de tu padre. Entonces olvidaba el canto del benteveo.

Después,  una mañana, cuando empezaba el verano, día aciaga, mis compañeros rodeándome y con mucha congoja me dieron la noticia.

-Dicen que tu hijo falleció a noche. Cuentan que lo mataron.

Quedé atontado, mudo y mis lágrimas corrían a borbotones sin poder contenerlas.

Con la rapidez que pude fui a verte. Te miré largamente. Tu gélido silencio se anudó en mi garganta, enmudeció mi voz.

Allí lentamente amarré a mi vida tu antigua risa y regresé cargado de tristeza. Hasta hoy Fredy, hijo mío, vives sonriente  como un resplandor en mi recuerdo.

 

 

CHE RA'Y

 

Fredy Benegasre chemandu'ávo

 

-          ¡Che ru¡  Ere pako chéve. Ka'arupytü'akue upérö ha che chejuruvy rei apytávo

-          Nemandu'ápa.

-          Upe pyhare ndakéi. Okakuaa che apytu'üme nde réra, nde ha'etagui gua'u pe pitogue ñe'ëme che rembirekóndi roha'arö tapiáva ha noguahëmo'äi vaichava voi araka'eve.

-          Upete guive che ykére rekakuaa che mborayhu nde rehe okakuaháicha.

-          Py'ÿinte pako reñemoïmi che ykére reikuaaségui nde pukukue. Ndekarape'akue niko.

-          Jaharamo okaháre jaguata, ñañomongetamiva'erä ñandekuerái peve. Ñañe'ëmi pako opa mba'ére. Nde kakuaa raperäre, nerembipotáre, nde rekoavy'imíre. Che rohendúmi ha ijamivove añemoñe'ëmi ndéve che ra'ýröguáicha.

-          Nde karaia'y potávo ha ne akävaietérö mitäkuñáre, remombe'u otï vai chéve ne remiandu ha che katu chejuruvy rei nde rehe, roañuä ha romokyre'ÿ.

-          Umi ára hína, umi iporävéva'ekue che rekovépe.

 

-          Upéi ndekaria'y, upevére nanderesaráiri chehegui, chereka, chemoirü, ñañomoirü ha che katu che ra'y teéicha rohayhu, roguerohory.

-          Jaguata ramo ñaína ojoykére aitými che po nde ati'y ári aipotágui reñandu nde ru mborayhu. Upérö pitogue ñe'ë naha'aröveimava'ekue, nde ha'égui che ra'y che korasögui heñoiva'ekue.

 

Upéi, pyhareve peteï , kuarahy aku guahëme, ára panéme, che irünguéra mba'embyasýpe chemongora ha chemomarandu- Nde ra'y ndajeko omano ange pyhare. Ojejuka ndajeko.

Apyta yvate, cheñe'ëngu ha ysapy pororó okapu che reságui, ysyry tororö ndaikatuvéi ajoko.

Pya'e pya'eháicha aha rohecha. Ama'ë nde rehe puku porä. Ne kirirï ro'ysä cheahy'o juvy, che ñe'ë joko.

Upépe ajokua mbeguekatu che rekovére nde puka yma ha mba'embyasýpe ajevy. Ko'ágä meve Fredy, che ra'y, pukavýpe reikove che mandu'a rorýpe.

 

ENLACE INTERNO A DOCUMENTO DE VISITA RECOMENDADA

(Hacer click sobre la imagen)

CUENTOS POPULARES PARAGUAYOS - TETÃGUA REMIMOMBE’U - TOMO III

Recogidos y adaptados por:NATALIA KRIVOSHEIN DE CANESE ,

CARLOS MARTÍNEZ GAMBA , FELICIANO ACOSTA ALCARAZ

Traducción al castellano: NATALIA KRIVOSHEIN DE CANESE

Tapa e ilustraciones: ANY UGHELLI

Editorial SERVILIBRO,

Asunción – Paraguay. 2005 (98 páginas)

 

 

 

 

 

YO QUIERO SER DOCTORA

Relato de NELSON AGUILERA

 

Extraído de "CUENTIRRELATOS PARA JÓVENES",

Edición del autor, Asunción 2009


Nde tarováningo nde! ¿De dónde sacaste esa estúpida idea? Nosotros somos pobres, che rajy y jamás vamos a poder pagar tus estudios en Asunción. Si vos querés estudiar Medicina vas a tener que ver qué vas a hacer porque la enfermedad de tu hermano ya nos dejó en la lona, mi hija. Vos sabés bien que el precio del takuare'ẽ ya no es el mismo que antes y que la azucarera nos explo­ta a todos los campesinos. Apenas ningo tenemos para comer y vos katu querés ser doctora, ndaje. No, mi hija. Pensá bien y después vamos a hablar otra vez.

Gabriela se sintió desmoronada pero no destruida. Presentía que esa iba a ser la respuesta de su padre y era como un dejavu para ella. Ya lo había vivido antes sin saber cuándo ni dónde, pero esas palabras ya las conocía de memoria.

Se fue hacia los cañaverales con sus pensamientos bai­lando en su mente. La idea de ser médica había sido su sueño desde niña. Siempre se vio a sí misma en la sala de un hospital ayudando a los niños a recuperarse; y su gran deseo era ver a su hermano Aníbal levantarse de la cama a saltar, cantar y jugar otra vez con sus otros her­manitos. ¡Cuánto quería ser ella la que lo ayudara con sus conocimientos y habilidades de pediatra!

No voy a retroceder. Yo voy a ser médica. No me que­ daré en este pueblo para ser la sirvienta de otro campesi­no. Yo nací para triunfar. No de balde me esforcé tanto para estudiar Química, Física, Matemáticas y Biología como una condenada estos tres años. Claro que le debo mucho a la profesora Esther, pero un día se lo voy a pa­gar todo. Mis ahorros me ayudarán a instalarme en al­guna pensión para comenzar, pero ¿y después? Después ya veremos. Lo que realmente importa es ingresar a la universidad, sea como sea. Menos mal que la profesora Ana María ya me inscribió para los exámenes de ingreso. Papá se muere si sabe que ya estoy inscripta. Más vale no decirle nada. En dos semanas debo estar en Asunción.

Las azules pendientes del Ybytyrusu se divisaban en la distancia. Gabriela amaba aquellos cerros entraña­blemente. Desde niña los había visto cada mañana al ponerse su blanco guardapolvo para ir a la escuela y al beber su cocido con leche sin las tres galletas, que ella guardaba en sus amplios bolsillos para el recreo y no las comía hasta sonar la campanilla de las nueve.

Amaba también la vida del campo: apacible y tran­quila. La sencillez de la gente era tan ingenua que mu­chas veces se confundía con la ignorancia. Quizás el no saber crea menos complicaciones en la vida de la gente, cavilaba Gabriela. Ella era una chica vivaz, ávida lectora de todo lo que cayera en sus manos, y si era una revista o un libro sobre el cuerpo humano Gabriela devoraba con sus ojos hasta la última letra de cada artículo, de cada párrafo.

Al llegar a la adolescencia, su fama de sabionda ya había traspasado las fronteras de Valle-pe. Todo el de­partamento del Guairá sabía de sus ganas de leer y de adquirir conocimientos. Su decisión de ser médica no fue sorpresa para nadie, excepto para sus padres, que escépticos ante la decisión de Gabriela, se preocupaban por la enfermedad de Aníbal y por lo único que tenían para sobrevivir: unas cincuenta hectáreas de caña dulce.

El calor de marzo seguía ardiendo en las casas pa­raguayas. En Valle-pe, el calor se desplazaba como lla­ maradas por los cañaverales, por los ranchos y por los calcinados cultivos de los lugareños. Los rayos del sol no perdonaban a nadie ni a nada. El suelo estaba árido y se­diento. De cuando en cuando caía una tardía tormenta estival que refrescaba los campos por unas horas hasta que el vapor, cálido y sofocante, comenzará a subir de nuevo desde la húmeda tierra.

En medio de olores y sudores veraniegos, Gabriela se despidió de sus hermanitos, de Aníbal que no entendía mucho lo que estaba pasando pero que aun así dejó ro­dar dos gruesas lágrimas por sus mejillas. La madre rom­pió en sollozos y entre bendiciones y buenos deseos abra­zó a su hija por última vez. Su padre, soplándose con el sombrero piri toscamente, se acercó, la abrazó y le dio en un sobre unos cien mil guaraníes. Gabriela se contuvo fuertemente para no lanzarse a llorar sin consuelo en sus brazos. Debo ser fuerte, pensó para sí. Él necesita verme segura de mi decisión. No debo retroceder. Mi decisión está hecha.

En la calle la esperaba la profesora Ana María con el motor del auto encendido. Ella la llevaría hasta Vi­llarrica, donde Gabriela tomaría el ómnibus rumbo a Asunción. Subió al coche casi en forma solemne. Movió la mano derecha en señal de otro adiós y fue alejándose lentamente de su pueblo, de su casa, de su familia. A lo lejos seguía divisando a su padre abanicándose con el sombrero y a su madre secarse las lágrimas con un blanco pañuelo.

Gabriela había estado en Asunción un par de veces cuando niña, pero nunca sola. Llegó a la terminal de ómnibus con algunas indicaciones escritas en una hoja en blanco en su mano derecha y su raída maleta en la iz­quierda. Tomó la línea 8 y fue hasta el barrio Dr. Francia a la pensión "Los estudiantes" ubicada sobre la calle Dr. Mazzei, muy cerca de la facultad de Medicina. Entró a un cuarto pelado donde había una cama elástica de una plaza, una mesita con dos sillas y un roperito de un cuerpo, ya gastado y con los espejos rotos. Se acomodó como pudo, pagó un mes adelantado por el cuartucho y se dispuso a repasar sus lecciones de inmediato. El exa­men de Matemáticas sería el primero y lo debería tomar al día siguiente de su llegada.

Las evaluaciones se sucedieron unas tras otras. Ga­briela estaba feliz con cada experiencia en las aulas de la universidad. Se sentía importante y desafiada. La acti­tud de los profesores arrogantes la intimidaba un poco, pero se sobreponía respirando profundamente y conven­ciéndose a sí misma de que ellos no la vencerían

El día deseado llegó. Grupos de estudiantes apretu­jándose para ver la lista de ingresantes con sus respecti­vos puntajes. Había llantos, desmayos, gritos de alegría. Padres y madres que abrazaban el fracaso de sus hijos, otros que los besaban y saltaban con ellos por el logro obtenido. Gabriela fue acercándose lentamente a la gran pizarra verde. Las piernas le comenzaron a temblar, el corazón le palpitaba apresuradamente, sintió que los la­bios se le secaron súbitamente y que la lengua se le había pegado al paladar. Cuando estuvo bien enfrente de la larga lista, levantó su dedo índice y fue recorriendo los apellidos uno a uno hasta llegar a la letra S. No pudo contener su grito ni sus lágrimas cuando vio su nom­bre: SALDÍVAR FRETES, GABRIELA MARíA con el puntaje total requerido para el ingreso. Había hecho el 100 % en todos los exámenes.

Salió corriendo a buscar una cabina telefónica. La profesora Esther debía ser la primera en enterarse de su triunfo. Ella se lo comunicaría a sus padres, ya que los mismos no contaban con un aparato telefónico. La pro­fesora se gozó en gran manera con su discípula y lloró en forma entrecortada al relatarle lo sucedido con su familia:

—Gabriela, esta mañana sucedió algo terrible. Como la sequía sigue azotando a Valle-pe incesantemente, cada hoja de caña de azúcar es combustible potencial para un incendio. Y alguien que pasó fumando por los cañave­rales de tu padre arrojó la colilla de su cigarrillo. Luego todo se redujo a cenizas. Tu papá está por el suelo. Tu mamá está lamentándose.

—¿Qué le pasó a mis hermanos?

—Gracias a Dios, a ellos no les pasó nada, pero la vaca lechera quedó carbonizada. Nadie pudo rescatarla del fuego.

—¿Y Aníbal?

—Él está bien. Yo creo que tenés que venir de vuelta. Tu familia te necesita aquí.

—No puedo profesora, no puedo.

—Pero, mi hija...

—No puedo… no puedo

Y colgó el auricular para salir corriendo hacia la pen­sión. Ya en su en su cuarto se tiró a la cama y lloró amar­gamente. La soledad se acercó para hacerle compañía y para ser su consejera y amiga por largo tiempo.

Las clases comenzaron y la poca plata que le queda­ba la invirtió en comprarse unos championes chinos y el tradicional guardapolvo blanco de los estudiantes de Medicina. Estaba feliz y triste. ¡Cuánto le hubiera gusta­do ayudar a su familia a levantarse de la tragedia!, pero ¡cuánto deseaba que sus sueños comenzaran a despegar el vuelo hacia el futuro! Gabriela se sentó en primera fila. Su actitud tímida y meditabunda hizo que las chu­chis de la clase la ignoraran por su facha de campesina y de pobre. Los profesores, sin embargo, la observaban bien de cerca. Especialmente al ver los resultados de los primeros exámenes. ¿Quién era esta chica que obtenía puntaje sobre puntaje en todas las materias? ¿De qué co­legio viene? ¿Dónde la prepararon tan bien? ¿Quiénes son sus padres? Ella era diferente de los recomendados por los políticos de turno o de los que ingresaron porque sus padres ostentaban tres apellidos rimbombantes. Ella era ella, y nadie más.

A mediados de julio, la dueña de la pensión la echó a la calle poniendo todas sus pocas pertenencias en la ve­reda. A Gabriela se le agotó la plata y ya no pudo pagar el alquiler del cuartucho. Tomó sus bártulos que no eran tantos, y se fue arrastrándolos por las calles de Asun­ción. Hacía frío, lloviznaba y la noche comenzaba a caer. Llegó a la calle Cuarta y Ayolas. Se quedó enfrente a una casa derruida y abandonada. Empujó el portoncito y entró casi con miedo. Pasó al patio trasero, subió unos cinco peldaños, dio un breve golpe a la puerta y ésta se abrió chirriando, lentamente. Gabriela estaba ingresan­do a su nuevo hogar.

En el interior encontró una mesa herrumbrada, cuatro sillas viejas, algunos cubiertos oxidados y lo que alguna vez fue una cama matrimonial, sin colchón. Algunas ra­tas corrieron al verla y otras cucarachas las imitaron. La madera de la cama era maciza a pesar de haber sido ya devorada parcialmente por los insectos y roedores. Abrió su maleta, sacó unos periódicos viejos y tendió las hojas de los mismos en su nuevo lecho.

Se echó a dormir tratando de olvidar el hambre de horas que no pudo ser aplacado con las dos empanadas del almuerzo. Lloró en silencio, pensó en su familia, en Aníbal y se quedó dormida profundamente. Gabriela ya no pudo escuchar el correr de las ratas ni la carrera de las cucarachas.

Al día siguiente se preparó como pudo y fue a la facul­tad con el estómago vacío y una lividez casi cadavérica en el rostro. Dos chicas de Caazapá: Mima y Nelly, se le acercaron con interés. Le preguntaron si podía ayudarlas con algunas materias que no entendían muy bien. Ella aceptó la oferta. En agradecimiento, las nuevas amigas la invitaron con un café en la cantina. Así Gabriela se consiguió un desayuno, y mientras sorbía su café con leche pensó: ¿Y qué voy a comer en el almuerzo?

Pasaron dos semanas de su mudanza a la casa abando­nada. Siempre lograba acercarse a alguien que necesitara su ayuda y que le convidara con algo que comer; pero una mañana se desmayó en plena clase de Anatomía. Los profesores la asistieron. Mirna y Nelly estaban junto a ella cuando volvió en sí. Gabriela comenzó a llorar y a relatar sus penurias. Las caazapeñas la tranquilizaron ofreciéndole vivir con ellas en la casa que habitaban en Barrio Herrera. Gabriela sonrió asintiendo mudarse ese mismo día.

Las caazapeñas eran hijas de unos hacendados rica­chones que tenían miles de ganados en las zonas de Yuty, y generosas compartieron techo, cama y comida con la compañera guaireña. Gabriela retornó los favores ense­ñándoles todo aquello que no comprendían. Los millo­nes de sus padres no habían podido comprar las neuro­nas que les faltaban, pero que a Gabriela le sobraban.

Así pasaron días, semanas, meses y años devolviéndo­se finezas unas a otras hasta terminar la carrera. Las caa­zapeñas optaron por especializarse en oftalmología, Ga­briela en pediatría. Fue así que una noche de setiembre, haciendo su residencia en la Sala de Niños del Hospital de Clínicas, apareció Timothy Jemkins con un niño ac­cidentado en sus brazos. Gabriela desplegó sus conoci­mientos y destrezas para salvar al pobre niño. Pensó que era su hermanito Aníbal. Luchó una y otra hora para no perderlo pero el pobre niño se fue a mejor vida. Gabriela salió de la sala de urgencias con lágrimas en los ojos para darle la noticia al americano compasivo. Él también la­grimeó y le relató lo sucedido:

Iba yo caminando por la calle Carlos Antonio López y Colón cuando vi que este niño saltaba de un colectivo a otro ofreciendo estampitas; pero al querer subir a la línea 21, perdió el paso y fue a parar debajo de las ruedas del bus. Yo grité y grité al chofer. Luego lo retiré de de­bajo del ómnibus, tomé un taxi y lo traje, y...

La voz de Timothy se quebró en un llanto silencioso. Gabriela le puso las manos al hombro y le dio algunas palmadas.

—Usted hizo lo que pudo, y yo también. Tranquilí­cese.

Timothy agradeció a la doctora, se secó la nariz con un pañuelo azul oscuro y fue hacia los policías que le to­maron la declaración sobre el suceso. Gabriela se quedó impresionada al ver a semejante hombre llorar por un niño de la calle.

Después de unos meses de ese incidente, Gabriela se presentó a un examen de inglés en el Centro Cultural Paraguayo Americano con miras a obtener una beca para los Estados Unidos, y cuán grande fue su sorpresa al ver que el profesor que le tomaría la prueba oral era nada más y nada menos que Timothy Jemkins. Ella lo reconoció de inmediato. Él fingió no conocerla, pero sus sentimientos lo traicionaron al terminar de evaluarla.

—Doctora, ¿le gustaría tomar un café en la esquina?

—Claro.

—Espéreme en El Molino, ¿le parece bien?

—Sí, cómo no.

Gabriela se asustó de sí misma, pero accedió a esta invitación, y a otra, y a otra hasta terminar con él en un altar en la iglesia de Valle-pe. Todo el pueblo fue a ver a Gabriela, al yanqui y su familia, a los Saldívar Fre­tes; pero no al pequeño Aníbal que no pudo ser salvado de la leucemia por su hermana la pediatra. La profesora Esther fue la madrina de la boda, y las caazapeñas hicie­ron de damas de honor. El casamiento fue el gran acon­tecimiento del año para el pequeño pueblo guaireño.

Gabriela se casó y se fue a vivir con su marido en Nueva York, donde él sigue enseñando inglés y ella aten­diendo a niños de todos los colores, en su clínica priva­da. Gabriela ayudó a sus padres a adquirir más tierras donde plantar caña de azúcar y criar vacas lecheras, y a sus hermanos a continuar estudiando. De cuando en cuando, su mirada se pierde en la lontananza y recuerda cuando sus pensamientos de ser doctora bailoteaban en su mente por los cañaverales de su padre; y sus labios pronunciaban: Yo quiero ser doctora.

 

 

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MADAME LYNCH - UNA REINA SIN CORONA

Novela de NELSON AGUILERA

© Nelson Aguilera, Poetas Paraguayos y Matías Ferreira Díaz

Loma Pytâ-Las Colinas-Paraguay 2009

 

 

 

 

JARABE DE SAPO

Cuento de LISANDRO CARDOZO


Sara Morínigo estaba sentada en la sala de su depar­tamento tomando café con unas tostadas. Su caniche saltaba de un sofá a otro y ladraba endemoniada mi­rando por la ventana al gran manto negro del vecino. Era viernes y ella salió temprano de su trabajo, que era una oficina de inmobiliaria en la que lidiaba diaria­mente con todo tipo de personas para poder sobrevivir, vendiendo bienes raíces. Sara tiene treinta años, soltera, muy bien parecida, elegante y por decirlo, distinguida, aunque prematuramente aparecieron las patas de gallo, que trata de corregir matinalmente con unas cremas, que a las modelos que las promocionan las dejan es­pléndidas.

Sabía que esa noche no pasaría por ahí su novio, pues su madre anunció que vendría a visitarla y a quedarse dos o tres días, lo necesario para un pequeño tratamien­to en que le harían una punción lumbar para confirmar o descartar un cáncer. Ella no quería evidenciar que su novio era algo más que simple novio, y que algunas no­ches se quedaba a dormir con ella.

Llegó su madre en un taxi, desde la Terminal, bajó su pequeña maleta en la que traía lo estrictamente ne­cesario. Tras hablar un rato, ambas mujeres fueron a la cocina a ayudarse para preparar una sencilla cena que consistió en un bife con huevo y arroz blanco, que era la perdición de Sara. Vieron el noticiero, comentaron sobre los accidentes cotidianos de motociclistas, vio­laciones, desalojos, y sobre la lucha de los campesinos sin tierra, vecinos de ña Tila en San Pedro. Dijo que si podía averiguaría algo sobre don Quintero, esposo de una vecina, quien le encargó que se comunique con su abogada, una doctora de apellido Speranza.

Se acostaron temprano en la misma cama y ña Tila se durmió enseguida porque estaba exhausta por su estado de salud y el viaje. Sara se entretuvo comunicándose con su novio y algunas amigas por messenger y revi­sando su facebook. Alzó la foto de su madre de visita, para que la vean algunos parientes. Comentó su estado y enseguida recibió algunas respuestas.

A la mañana temprano, Sara acompañó a su madre al laboratorio de análisis donde le harían la punción. Se tomó el día para estar con ella y apoyarla en todo lo ne­cesario. Roberto, el novio de Sara, vino hacia la media mañana y se encontraron en la sala de espera y tomaron tereré mientras aguardaban. Él ya conocía el caso de su suegra, pues era algo parecido a lo que le había pasado a su madre y a una tía. Se mostró algo preocupado, pero no manifestó nada y trató de que Sara no detecte nada en su semblante, y se puso a contarle algunas anécdotas gastadas de oficina y otras nimiedades con tal de entre­tenerla.

Luego de una hora, ya los tres, fueron a almorzar a un bar de la zona. El resultado de la punción estaría en cinco días, le dijo la secretaria que cobró la millonaria suma por el trabajo, cosa que descalabró los fondos que tenía ahorrados doña Tila. Ella debía quedarse en el de­partamento de su hija, en reposo todo ese día y parte del otro, en el que ya debía abordar de nuevo el bus que la llevaría a su valle. Estaba débil, pues le habían aplicado unas inyecciones para realizar la microcirugía, en lo que consistió la punción.

Cómo te sentís últimamente, le preguntó Roberto a doña Tila. Y no muy bien, Roberto, dijo ella. Hay días en que me siento muy débil, dolorida, toda hinchada. ¿Y tu medicación? ¿La hacés normalmente? Sí, religiosa­mente, según me indicó el doctor. Con decirte que has­ta el jarabe de sapo que prepara una médica de Coronel Oviedo, que se dice es muy lindo para curar el cáncer, tomo de mañana y de tarde. Es muy desagradable, te puedo asegurar, pero lo tomo porque el papá de Sara es el que me controla para que haga bien mi medicación. Rio Tila, tristemente. ¡¿Ahh, jarabe de sapo decís?! Sí, la médica que prepara, se dice, que tiene un criadero de sapos especialmente para preparar el remedio. No se saben los detalles de su preparación, pero dicen que lo único que les saca a los sapos son sus tripas y al resto lo hierve toda la noche con otros yuyos. No es rico, Roberto, pero bueno, todo sea para que me alivie por lo menos. Muy bien y ojalá sea así y seguro que va salir bien esto, doña Tila. Ya escuché hablar de ese jarabe y se dice que es muy bueno, y que ya le curó a mucha gente.

Doña Tila descansó toda la tarde y estuvo un poco inquieta por el dolor, al pasarse los efectos de la anes­tesia. Sara le aplicó hielo en la zona lumbar y eso le mejoró la sensación de dolor, pues contrarrestó la infla­mación y enrojecimiento. En fin, esa noche cenaron los tres, bife con huevo y arroz blanco, con abundante que­so paraguay que ella misma había traído. Al otro día ya se sintió mejor y dijo que quería volver a su casa, ver que no le falte nada a su marido y volvería un día antes de retirar los resultados e ir a la consulta con el oncólogo.

La llevaron a la Terminal esa tardecita y esperaron hasta que llegó la hora de abordar el colectivo. Comie­ron chipa, tomaron tereré, Roberto compró una revista, que hojeó rápidamente y le dio a su suegra para que se entretenga en el viaje. Ella rechazó amablemente el ofrecimiento, pues dijo que iba a dormir todo el viaje. Sara guardó la revista en su cartera, retocó su maquilla­je mirándose al espejo y de paso observó a su madre que estaba a su lado y vio que súbitamente se ponía pálida.

Se dio vuelta para verla mejor. ¿Te pasa algo mamá?, le preguntó al ver que le temblaba un poco la mano al tratar de llevar a la boca un trozo de la chipa. Doña Tila minimizó el hecho, pero unos minutos después ya no pudo disimular su malestar. Se levantaron los tres al ver que el bus entraba en la dársena. Otras personas también se movilizaron para abordar. La señora se afe­rró con fuerza a los brazos de Sara y Roberto, quienes al ver la mueca de dolor que hizo con la boca la tomaron de la cintura. Ella está mal, le dijo Roberto a su novia, así no va a poder viajar mi amor. Tenemos que llevarla a algún sanatorio porque evidentemente se siente mal Robert. Acá cerca hay uno, sobre la misma avenida. Voy a buscar el auto y nos vamos urgente.

Consultó doña Tila en la parte de urgencias de la clí­nica y le recetaron un ansiolítico y un analgésico fuerte. Volvieron al departamento y la observaron toda la no­che, ambos. Hicieron una cena liviana, le dieron un té de tilo y su analgésico que debía tomar cada seis horas. Decidieron que ella se quedaría hasta el día de consulta con el oncólogo. Sara pidió permiso en su trabajo, Ro­berto se acomodó en el sofá y vivieron en familia por esos días. El viernes, temprano retiraron los resultados y después fueron a la clínica. Ni abrieron el sobre porque consideraron que el médico lo haría en su momento.

La paciente pasó al consultorio y el médico cerró la puerta tras ella. Tomó el sobre y lo abrió, miró dete­nidamente lo que decía, casi todo en clave, y mantu­vo su rostro inexpresivo, que la mujer observaba con atención y gesto sumiso. Qué dice doctor, preguntó, doña Tila. Sacó sus anteojos el médico y dijo que al parecer todo estaba bien. Eso qué significa doctor, que no tengo cáncer. Según los resultados que estoy viendo no hay rastro de nada señora. Pero qué raro esto, dijo el doctor, rascándose la cabeza y volvió a leer el informe. Consultó su computadora, hizo una llamada y habló un lenguaje técnico médico que ella no entendió nada. Puso el informe de laboratorio en el sobre y lo cerró cuidadosamente. Al cabo de casi una hora salió la mujer seguida por el Dr. Ortellado. Sara y Roberto se acer­caron a una señal del doctor: Vamos a necesitar una segunda opinión o tal vez repetir la punción. Qué pasó doctor, preguntó Sara. Me sorprenden los resultados, porque al parecer no hay nada malo, por suerte. Pero según los síntomas, evidentemente ella tiene leucemia, señorita. Quiero verla de nuevo en ocho días, a menos que se presente alguna complicación.

Ña Tila se quedó sola en el departamento, aunque monitoreada permanentemente por su hija, y para ma­tar el tiempo se dedicó a los quehaceres, lavando ropa, cocinando y limpiando. También cumplió con su rito de sentarse a ver sus novelas y los noticieros. Tuvo tiempo también para averiguar sobre su vecino don Quintero, llamando a la doctora Speranza, encargada del expediente del líder campesino. Se enteró por ella, que el mismo —componente del grupo de carperos que invadió Campos Morombí donde murieron diecisiete personas entre policías y campesinos—, saldría en li­bertad cuando prestara declaración.

Seguían los malestares de la señora, que calmaba con los analgésicos y los medicamentos específicos para su mal. Para tener una mejor expectativa de vida, ella de­bía hacerse un trasplante de médula, y para ello su hija estaba dispuesta a donarle.

Tres días después desmejoró visiblemente, y vencida por el cansancio ni pudo llamar a su hija. Se acostó a descansar en el sofá y se durmió profundamente. Cuan­do llegó Sara la encontró inconsciente y llamó a Ro­berto para que venga a llevarlas a algún lugar. No tenía idea dónde podían atenderla en ese estado. La llevaron a una clínica donde la reanimaron y después la pasaron directamente a terapia intensiva. Le hicieron los análisis de urgencia y encontraron que en su sangre los glóbulos rojos estaban casi ausentes. Ordenaron transfusión de litros y litros de sangre a ver si no recuperaba su estabi­lidad hemodinámica. Vino con urgencia el Dr. Ortella­do, se informó del estado de la paciente y se puso a dis­posición. Revisó de nuevo los resultados de la punción que le hicieron y comparó con otro informe que él había recibido esa mañana del laboratorio.

Miró a Sara y Roberto: “Evidentemente acá hubo una confusión imperdonable”.

 

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ASTEROIDES

Cuento de JUAN DE URRAZA


La nave de exploración galáctica OHM-AHM, pro­veniente de un rincón alejado de nuestra galaxia, por fin llegó a los límites del sistema solar. El viaje había sido largo (unos cuatro años terrestres), a pesar de la veloci­dad inaudita que el enorme aparato podía alcanzar. Los exploradores decidieron viajar hasta ese lugar tan remo­to cuando detectaron la presencia de vida inteligente, a través de señales de radio enviadas por civilizaciones que habitaban sus planetas. Tenían dos lugares claves para buscar: el tercero y el quinto planeta del sistema, de los cuales el quinto parecía tener la civilización más antigua, ya que su señal se empezó a escuchar mucho antes y con mayor potencia, aunque esa transmisión ha­bía terminado tiempo atrás, mientras que la del tercer planeta aún se seguía escuchando. La gigantesca nave llevaba tecnología, gente y conocimiento, para estable­cer contacto y relaciones con los seres de estos planetas, quienes estaban menos desarrollados tecnológicamente pero constituirían un gran avance en la expansión de su raza, la cual ya tenía puestos de comando, control y abastecimiento en cientos de lugares diseminados por toda la galaxia.

—¡Este debería ser el mundo que buscamos! —ex­clamó alguien observando desde un panel el planeta al cual se estaban acercando. Los viajeros tenían reminis­cencias morfológicas humanas, si bien técnicamente no lo eran. De todos modos, para provenir de tan lejos, las similitudes eran más que asombrosas.

Korg, el capitán de la nave, abandonó su sillón de mando y abrió uno de los paneles protectores, para poder ver directamente el espacio exterior. Sí, efectiva­mente allí estaba el planeta. Una gran masa de colores, con innumerables anillos a su alrededor. Era hermoso.

—¡Señor! —lo llamó el segundo al mando, Frebert, luego de unos instantes. Korg volteó para prestarle ma­yor atención—. No creo que este sea el planeta —infor­mó el subcomandante.

—¿Por qué? —le preguntó Korg.

—Primero porque la descripción del mundo, según los registros que tenemos, no coincide con uno tan grande y con anillos en su derredor. Además, el análisis atmosférico indica que no es respirable, por lo menos para seres con la estructura biológica que recibimos como dato. Y de hecho, no hay señales de ningún tipo de vida en su superficie.

—Vayamos al siguiente planeta, entonces —dirigió el comandante al personal.

—Pero en ese caso no coincidiría con la descripción que recibimos —le explicó Frebert.

—No importa. Tal vez el orden de recorrido o la cuenta que estamos haciendo son incorrectos.

La nave se dirigió velozmente hacia el siguiente pla­neta. El más grande de todo el sistema solar, con una tormenta tan inmensa en su superficie que formaba una mancha de miles de kilómetros en su superficie, visible desde grandes distancias.

—Evidentemente éste tampoco es, no coincide en nada con la descripción de lo que buscamos —dijo el se­gundo al mando, una vez que se acercaron lo suficiente.

—¿Qué hay más adelante? —preguntó el capitán.

Por unos segundos las computadoras trabajaron y analizaron los datos de sus sensores, hasta proveer una respuesta.

—Hay un cinturón de Asteroides —respondió uno de los acompañantes en la cabina—. Polvo, rocas, y nada más. Más allá hay un planeta rojo, que tampoco coin­cide con las descripciones de los lugares que buscamos.

—El planeta de los Atlantes, el quinto, ya no existe —sentenció el capitán—. Se desvaneció por algún acci­dente natural, o por una guerra global.

—Eso es imposible —negó Frebert, viejo amigo y compañero por años del capitán—, porque ese cinturón en todo caso estaría representando al cuarto planeta, y no al quinto, como tú dices.

—Salvo que hubiera desaparecido algún planeta más —insistió el capitán, fiel a su pálpito.

—Nunca en la historia de la conquista espacial nos encontramos con algo así —le replicó el subcapitán.

—Siempre hay una primera vez para todo. Confec­cióname un mapa total de este sistema en base a los datos que estamos obteniendo ahora, y a los datos que nos enviaron los seres habitantes de estos planetas.

En menos de un minuto se pudo observar comparati­vamente el diseño de tres sistemas planetarios en forma de holograma, sobre la mesa de comando. Los tres eran diferentes. El primero, enviado por los Atlantes, indica­ba un total de diez planetas rodeando al sol, y entre ellos el de los Atlantes, el quinto, que no fue encontrado. Por debajo se observaba el mapa solar enviado por los Terres­tres, que tenía tan sólo nueve planetas, y un cinturón de asteroides entre el cuarto y el quinto planeta.

—¿Ven? —indicó el capitán—. Según los Terrestres eran nueve planetas, y falta justamente el planeta que estábamos buscando, reemplazado por un cinturón de asteroides. Estoy seguro que la civilización de los Atlan­tes se extinguió junto con su planeta antes de que los Terrestres siquiera pudieran saber que existía.

—Pero, según entendemos, los Atlantes poseían tec­nología lo suficientemente avanzada como para realizar un viaje corto entre dos planetas con naves construidas por ellos mismos —aseguró Frebert.

—Quién sabe, tal vez hayan migrado a la Tierra. Puesto que la información que recibimos por radio de ambos lugares indica seres terriblemente semejantes en su estructura biológica... Pero que no se conocían en­tre sí. Tal vez... —pensó el capitán—. Es posible que los Atlantes llegaran a la Tierra escapando del fin de su mundo, y que, a lo largo de miles de años en este otro planeta hayan perdido el contacto o el conocimiento de sus ancestros, olvidando todo con el tiempo. Inclusive, al estar en un lugar inhóspito, pueden haber retrocedi­do cultural y tecnológicamente, hasta que a lo largo de siglos fueron dominando su nuevo ambiente.

—Es una teoría interesante —reflexionó Frebert.

Luego el grupo se puso a estudiar la situación actual del sistema solar. Evidentemente, donde debía estar la Tierra también había un cinturón de asteroides girando de forma impasible. Es por eso que los primeros cálcu­los fallaron en el recuento de planetas.

—¿Ven? —indicó Korg—. Ya no está. La Tierra ha desaparecido ¿Existe algún otro planeta habitable por este tipo de estructura biológica dentro del sistema solar?

—El segundo tal vez —respondió luego de unos ins­tantes uno de los científicos que los acompañaban—. Tiene cambios de temperatura muy bruscos entre el día y la noche, pero su atmósfera puede ser modificada sin mucho esfuerzo para ser habitada por Atlantes o Te­rrestres.

—Vamos allí —indicó el capitán—, tal vez rescate­mos los restos de esta civilización, que, si se ha compor­tado de la misma manera, habrá logrado escapar a la hecatombe nuevamente, e iniciará su trabajo de recons­trucción en algún lugar cercano.

La nave cambió de rumbo otra vez, y se dirigió ha­cia el segundo planeta del sistema solar. Korg y Frebert estaban juntos de pie, observando la profundidad del cosmos a través de un ventanal, absortos.

—No sé si es buena idea continuar con esta misión —dijo el segundo luego de un rato de reflexionar sobre el tema.

—¿Por qué? —le preguntó el capitán.

—Piénsalo bien. Una civilización que es capaz de destruir su propio planeta dos veces, porque no se pue­de atribuir a un accidente casual lo que ocurrió en me­nos de diez mil años, y huir antes del final... No sé, tal vez en cinco mil años hagan explotar su nuevo planeta y huyan nuevamente...

—Y bueno, nuestra misión es salvarlos entonces, an­tes que se extingan.

—A eso me refiero. No creo que sea una idea acer­tada —insistió Frebert—. ¿No será que en su esencia está la destrucción, como parte integral de su vida, de su ser? Imagínate que los rescatemos y tengan acceso a nuestra tecnología, a nuestro conocimiento... En vez de explosionar mundos, terminarían con galaxias enteras, se harían incontrolables, como una plaga...

—¿Y qué sugieres? —le preguntó el capitán preocu­pado—. ¿Que regresemos con las manos vacías, luego de una expedición de semejante importancia? ¿Qué di­remos a los líderes?

—Que ambas civilizaciones se extinguieron, y pun­to, que sus planetas ya no existen, lo cual es cierto. El peligro para el universo es demasiado grande. Ya hemos tenido malas experiencias con civilizaciones violentas o conquistadoras, poco avanzadas en la escala de la inte­ligencia universal, y que tanto daño nos han causado. Creo que es mejor que demos media vuelta y volvamos por donde vinimos, sin investigar más.

Korg estaba nervioso, sudando. Cerró los ojos por un momento y asintió.

—Tienes razón. Si algún día llegan a un estado men­tal positivo, a una tecnología adecuada, y sobreviven todo el tiempo necesario, esperaremos que escuchen nuestras señales de radio, y sean ellos los que nos bus­quen a nosotros.

El capitán dio la orden, y de inmediato la nave tomó rumbo de regreso a su planeta natal. La humanidad quedó sola nuevamente, librada a su eterno destino.

 

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VERDADES FUTURAS Y MENTIRAS ANTIGUAS

(ESCRITAS EN UN PRESENTE INCIERTO)

Por JEU AZARRU

Arandurã Editorial,

Asunción-Paraguay. 2003 (200 páginas)

 

 

 

 

 

 

EN LLAMAS SOBRE EL GANGES

Cuento de MILIA GAYOSO

 

A Julio

 

Extraído de "Fuego que no se apaga - Relatos de amor y desamor"

En la querida memoria de Berta "Toti" Medina

 

Agua, flores, sollozos… y luego el fuego. Una balsa de varas largas, muy largas, ¿Cuántas pilas de ellas esta­rían encimadas? Abajo, el Ganges corría más despacio, menos impetuoso que nunca. Abajo, el Ganges se lleva­ba restos de siglos... y me llevaba despacio, suavemente, mecida por el viento y el aroma embriagante de millo­nes de pétalos que me envolvían entera.

Vi los pétalos esparcidos sobre el agua, y los a vi a ellos arrojarlos sobre la corriente sinuosa. Arrojaron las flores, sus lágrimas y un trozo de sus corazones. Una sensación, entre dulce y triste me invadía. ¿Pero, a qué parte de mí? ¿A la que navegaba en esa balsa envuelta en un sari bordado en oro y púrpura? ¿O a la mujer sin cuerpo que flotaba en un espacio indefinido sobre el oscuro río, entre toda esa gente y bajo nubes semigrises? ¿Era dos personas o sólo una desprendida y dividida?

Los vi enjugarse las lágrimas y apretarse las manos temblorosas, unas a otras. Algo dolía en mí, hacia mi vientre; algo peleaba por salir desde mis pechos: la leche endurecida entre mis senos se truncó en sus vías cuando empezaba a manar por los pezones. ¿Qué era ese vacío inmenso en mis entrañas? ¿Qué ese dolor allí… y en el medio del alma?

Pude adivinar su mirada entristecida, su rostro taci­turno, sus hombros encorvados por el peso de los días velando esa angustia larga e interminable. Vi a mis pe­queños ángeles tomados de las manos, con los ojitos en­rojecidos y la desazón inmensa de no entender por qué el río me llevaba en su corriente imparable. Allí faltaba alguien: pequeño, dulce, nuevo… A él le di mi último suspiro, mi agonía final, mis latidos. Le regalé mi vida a cambio de la suya, le dejé el legado de mi amor, en ese abril con brisas demasiado extrañas.

Las flores que él tiró para que flotaran sobre el agua del Ganges navegaron conmigo y me llevaron su amor envuelto en pétalos amarillos. Quise saltar, desatar mis ataduras, nadar hasta la orilla; pero mi cuerpo estaba sellado entre esas varas convertidas en balsa que se iban perdiendo ya lejos de la orilla.

Yo quería otro beso de sus labios delgados, sentir su abrazo dulce, la presión de sus brazos, su olor, su esen­cia. Quería sentir mi rostro sobre su pecho; rozar mi cara, una y otra vez, casi hasta lastimarme, por su barba tupida, por su mentón perfecto. Pero estaba allí, sujeta en mi lecho de ramas y flores, para siempre. Aquella que flotaba ya no tenía forma, cuerpo ni mirada.

Los vi lejanos, casi convertidos en un punto. Los vi entrar al agua. ¿Correría, nadaría hacia mí? ¡Si sólo me tocara una vez más, si sólo me mirara otra vez con el negro profundo de sus ojos! quizás terminaría el hechi­zo de la muerte, como ocurre en los cuentos de hadas…

La antorcha cayó hacia mis pies, donde las flores amarillas formaban una manta esplendorosa como un sol de verano. No sentí nada. La enorme fogata iluminó la tarde y el Ganges silencioso acalló su correntada para acunar mi cuerpo, envuelto en llamas.

………………………..

Cenizas, sólo cenizas. Carne quemada, pétalos, va­rillas, agua. La que flotaba allí se ha ido. Se fueron las dos, con el recuerdo de sus ojos negros en el corazón y sus manos acariciando suavemente…

…………………………

Siglos después, puedo sentir su cuerpo fuerte y ti­bio junto al mío. En la quietud nocturna nuestros hijos dormidos sonríen en sus sueños, reviviendo tal vez los juegos de la siesta. Lo siento respirar pausado, en paz. Lo siento respirar cerca, cerca…

Varios siglos después, volvimos a encontrarnos y re­tomamos juntos nuestra historia inconclusa.

 

 

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DONDE EL RÍO ME LLEVE. Narrativa de MILIA GAYOSO MANZUR

Editorial SERVILIBRO

COLECCIÓN BIBLIOTECA PARA JÓVENES

Asunción, Agosto. 2012 (97 páginas)

 

 

 

 

 

EL SECRETO DE LA BIBLIOTECA

Cuento de ALEJANDRO HERNÁNDEZ Y VON ECKSTEIN


A pesar que el sol brillaba esplendoroso sobre el cielo azul intenso, la plaza estaba casi desierta y el frío del repentino otoño se hacía sentir en el rostro.

Los árboles habían sido despojados de su vegetal ropa­je, dejando a sus pies y en los serpenteantes camineros, adornados con arbustos de rosas salvajes, una multicolor alfombra que contrastaba con el blanco y helado pasto.

Jorge, cruzó la plaza pedaleando en su bicicleta azul con todas sus fuerzas, resoplando como si de una hu­meante locomotora se tratase, levantando algunas de aquellas hojas que el prematuro invierno había despoja­do de los robles y plátanos del vecindario.

Al llegar a la calle se detuvo, miró a ambos lados y cruzó a la vereda de enfrente donde se encontraba como si estuviese preservado en una cápsula del tiempo, el antiguo edificio de la biblioteca. Las paredes de ladrillo del centenario edificio estaban cubiertas casi en su tota­lidad por hiedra prolijamente podada.

Jorge cruzó el portón de hierro forjado que daba ac­ceso al patio y se dirigió al lugar donde los escolares dejaban las bicicletas mientras investigaban dentro del edificio.

Abrió la pesada puerta de roble de doble hoja con he­rrajes de bronce, aspiró el característico aroma de papel antiguo que tanto le fascinaba, y avanzó por el encerado piso de madera hasta el mostrador donde se encontraba una campanilla de bronce sujeta por medio de una larga cadena al mismo.

Tras hacer sonar la campanilla como lo hiciera tantas veces antes que sus padres le compraran su moderna computadora, se presentó una mujer de unos treinta años, de baja estatura, regordeta, aunque no obesa.

—Buenos días Jorge —dijo la mujer—. ¿Qué te trae por aquí tan temprano?

—La profe Margarita me pidió que hiciera una in­vestigación sobre el Día del libro.

—¿Todavía da clases la profesora Margarita?... Debe tener...

—Como mil años... lo sé... Tanto, que pudiendo in­vestigar sobre el tema por Internet, me dijo que me lo prohibía y que antes de hacer la tarea lea cada una de las palabras de estos libros —dijo el niño entregando un papel con los códigos de tres libros.

La bibliotecaria sonriendo respondió:

—Todavía recuerdo cuando era estudiante y estos salones se llenaban de alumnos haciendo sus tareas. La­mentablemente Internet ha convertido a esta y a mu­chas bibliotecas en museos. Tu profesora es de la vieja escuela y tengo la seguridad que conoce el código de cada libro de este lugar... Si te diera el nombre, de segu­ro podrías hacer el trabajo por Internet. Déjame ver que libros te ha asignado...

La mujer tecleó los códigos en su computadora y al ver a que títulos correspondían dijo con el rostro serio:

—¿Estás seguro que son estos los códigos?

—Sí, claro, ella misma escribió en ese papel.

—Son libros muy antiguos y no están en Internet... Muy pocas personas tienen acceso a ellos... pero si la profesora Margarita te autorizó a trabajar sobre ellos... Ven, sígueme.

La bibliotecaria, seguida por Jorge, ascendió las esca­ leras de mármol que llevaban a la planta alta, custodiada por varias cámaras de seguridad. Se acercó a uno de los estantes, y al mover uno de los libros se abrió una puerta oculta que daba acceso a una pequeña habitación.

—¡Guau! ¡Como en las películas! —dijo Jorge asom­brado.

Las paredes de la habitación secreta, del piso al te­cho, estaban cubiertas por completo de libros, quedan­do apenas espacio para un pequeño escritorio con una lámpara, una silla y una escalera con la cual acceder a los volúmenes de los estantes más altos.

—Aquí tienes —dijo la mujer luego de apartar tres grandes volúmenes encuadernados en tela—. Ten mu­cho cuidado que son muy antiguos y el papel se ha vuel­to frágil.

Jorge colocó los libros sobre el escritorio, se sentó y abrió al azar uno de los volúmenes.

—Pero... esto es un diccionario... un muy viejo dic­cionario. Estoy seguro que aquí faltan muchas palabras que podría encontrar en Internet. ¿Para qué debo leer todo un diccionario?

—Tal vez sea para entender algunos términos de los otros dos libros. Solamente leyendo lo sabrás. Si lo ne­cesitas, puedes utilizar cualquier libro de la habitación menos aquel gran volumen azul que se encuentra allí arriba —recomendó la bibliotecaria con una misteriosa sonrisa mientras salía de la diminuta habitación.

La profesora Margarita, mujer de edad indefinida, cabellos blancos y penetrantes ojos azules, era extrema­damente estricta en sus clases; tanto, que algunos alum­nos la habían apodado la Gorgona debido a que como aquel ser de la mitología griega, cuando los miraba al rostro y pedía que pasen al frente a exponer la lección, estos, creían transformarse en piedra.

En toda la escuela no había alguien tan exigente, lo que disgustaba a la mayoría de los adolescentes ya que nunca parecía estar conforme con el esfuerzo que ha­cían.

El día anterior, luego de clases, la profesora Margarita se había acercado a Jorge para devolverle corregido un examen que había realizado hacia unos días y decirle:

—Mañana se conmemora el Día del libro y quiero que prepares un discurso para leerlo delante de todo el alumnado.

—Pero profe… ¿por qué yo? No soy bueno con los discursos… ni las redacciones… Si no me cree pregún­tele a la profesora de Castellano…

—No necesito preguntarle a nadie… Soy tu profeso­ra y debes obedecer. Entrégale a la señorita Sandra, de la biblioteca pública, estos códigos que corresponden a los libros que quiero que estudies para hacer tu trabajo.

—¿Biblioteca?... ¿Por qué no me da los títulos y los busco en Internet?

—¡Nada de Internet! Sé que puedo parecer dictato­rial y que los psicólogos podrían decir que esto te causa­rá serios traumas cuando crezcas, lo que no creo… sin embargo, como dijeron unos viejos amigos, si realmen­te quieres tener una experiencia que te cambiará la vida, lee un libro, y tú no leerás uno... sino que cada una de las palabras de tres libros que te estoy asignando. Luego de terminar de hacerlo escribirás el discurso del que de­penderá la nota de este mes.

—Y bueno empecemos... Todo sea para no hacer enojar a la Gorgona. Cuanto antes termine de leer todo esto, antes estaré en casa viendo televisión —dijo el niño mientras abría otro de los volúmenes.

El segundo volumen no era otra cosa que una en­ciclopedia universal que contenía fragmentos de obras literarias de famosos escritores de la historia de la hu­manidad. Decepcionado, decidió abrir el tercer libro que no era otra cosa que un libro de gramática.

—¡Qué aburrido! ¿Qué tienen estos libros de intere­sante que no pueda encontrarse en Internet? Y lo peor de todo es que tendré que transcribir a mano toda la información en vez de hacer un simple “copie y pegue”.

Contrariado abrió su cuaderno, cuando se le ocurrió lo que creía sería una brillante idea.

¿Qué sentido tendría hacer la tarea en la biblioteca si la podía hacer cómodamente en su casa? Ya sabía de qué se trataban los libros y nadie notaría la diferencia de si su trabajo había sido realizado a base de estos o por medio de la información proporcionada por la red. Sólo debía copiar la ficha técnica de cada libro para que todos, y en especial su profesora, creyeran que había cumplido con las exigencias de la catedrática.

—Me quedaré un rato para que nadie sospeche y lue­go volveré a casa y haré la tarea con mi computadora.

Para no aburrirse mientras esperaba, abrió su cua­derno y comenzó a escribir una historia de alienígenas y platillos voladores, similar a las que tanto detestaba su antigua profesora de literatura. Tal vez haya sido ese rechazo el motivo por el cual las escribía.

Una vez que finalizó su historia, miró la hora y se percató que solo habían transcurrido quince minutos.

—Nadie me creerá si digo que ya terminé mis ano­taciones. ¿Qué puedo hacer para matar el tiempo? —se preguntó mirando la parte superior de uno de los estan­tes, donde se encontraba aquel misterioso libro que la bibliotecaria prohibió que tocara.

Sin dudarlo un instante, colocó la escalera contra el estante y subió por ella tomando el pesado y volumino­so libro cuya tapa desgastada por el tiempo había sido forrada con una tela azul.

—¡Esto sí que es interesante! —exclamó.

Sin embargo, su sorpresa fue mucho mayor cuando descubrió que se trataba de un ejemplar manuscrito del Quijote de la Mancha.

Aunque escrito en castellano, al principio Jorge tuvo dificultad en leerlo debido a algunos términos extraños para él y tachones hechos por el mismo autor. ¿Sería aquel libro el original de Cervantes? Sea como fuera al poco tiempo estaba disfrutando de aquella verdadera joya literaria.

De pronto notó que la claridad que provenía de la habitación había desaparecido, por lo que decidió salir a investigar.

Para su sorpresa había oscurecido y la bibliotecaria se había olvidado de él, dejándolo encerrado dentro del edificio.

Luego de comprobar que todas las salidas estaban cerradas y que debía esperar al próximo día para ser liberado de aquella “culta prisión”, decidió volver a la habitación secreta, donde al poco tiempo quedo pro­fundamente dormido.

—Despertad joven caballero —dijo alguien a las es­paldas de Jorge.

Sorprendido, ya que creía que no había nadie más en la biblioteca, volteó y vio a un hombre de larga cabelle­ra, bigotes y barba recortada en forma triangular.

—Sé que estaréis extrañado al verme, como todos aquellos que son enviados por el guardián de este recin­to sagrado.

—No sé de qué guardián me habla, ni mucho menos por qué el sereno está vestido como un noble español del mil quinientos. A mí me envió a hacer una tarea mi profesora de castellano y lo único que quiero es que me abra la puerta para poder irme a casa.

—Tú has sido enviado por el guardián para que el secreto de la palabra te sea revelado y eso haremos — insistió el personaje.

—Si no se aleja de mí, le juro que le partiré la cabeza con este libro —dijo asustado el joven, amenazando al sujeto con uno de los libros que se encontraban sobre el escritorio.

—Curiosa manera tenéis de partir una cabeza... un hacha... tal vez... pero ¿un libro? —dijo rascándose la barbilla el sujeto—. Sin embargo... no debéis temerme No soy una amenaza para ti, sino alguien que te en­señará a utilizar el arma más poderosa del mundo. Es por ello que el guardián te ha enviado a nosotros. Una vez que sepas cómo utilizarla nadie podrá dañarte ni doblegarte.

—¿En este libro hay un arma?

—En tus manos no sólo tenéis una sino miles de ar­mas, las cuales combinadas pueden ser tan destructivas como beneficiosas para la humanidad.

Aunque en ese momento no sabía si aquel sujeto le estaba haciendo una broma o estaba loco, con curiosi­dad abrió el libro que había tomado y vio que se trataba del diccionario.

—Mire señor… no sé quién es usted. Debo hacer un discurso por el Día del libro. Si no lo hago, no habrá arma en el universo que pueda contra mi profe.

—Pero que descortés he sido… no me he presenta­do. Mi nombre es Miguel de Cervantes Saavedra, para servirle…

—Está bien don Miki, si realmente quiere servirme, me gustaría que me ayude con el discurso —dijo burlo­namente, entregándole el cuaderno y un bolígrafo.

—Lo veo decepcionado, caballero.

—¿Y no debería estarlo? Estoy encerrado en la biblio­teca, no sé ni por dónde empezar con mi tarea y usted me viene con el cuento de que este simple diccionario es un arma súper secreta.

—¿Simple diccionario? El mayor poder del mundo se encuentra encerrado en estas hojas… No comprendo cómo el guardián le ha permitido la entrada a este re­cinto si no se da cuenta de la diferencia.

—Vuelvo a decirle por milésima vez: no sé de qué guardián me está hablando. Me han enviado a este lu­gar a hacer mi tarea. Si en realidad es quien dice ser, creo que no le costaría nada escribir mi discurso por el Día del libro, ¿no lo cree? Después de todo, el autor del Quijote no tendrá dificultad en escribir una tarea escolar —dijo con disgusto.

—Decidme joven caballero, ya que ha tocado el pun­to. ¿Usted cree que si los sabios de esta época no hubie­ ran considerado la peligrosidad de la utilización de las combinaciones de las palabras le habrían dedicado un Día al libro?

Cuando se habla de armas de destrucción masiva, la mayoría piensa en arcabuces, ballestas, cañones o los modernos submarinos, gases tóxicos y tantos otros arte­factos inventados por personas que, estoy seguro, si hu­bieran sabido en qué terminaron sus estudios, hubieran quemado todo y se hubieran ido a pescar. Sin embargo, si analizamos cuál de todas ellas es la peor de todas sólo podemos llegar a la conclusión que esta es “la combina­ción de palabras”.

Una simple palabra dicha con la entonación apropia­da en el momento indicado puede destruir más que una de sus modernas bombas atómicas.

¿Cuántas relaciones, tratos comerciales, internacio­nales, o amistades, han terminado por culpa de una palabra dicha, tal vez, al descuido?

Hay un viejo dicho que reza: “Antes de poner la lengua en movimiento ponga su cerebro en funcionamiento”.

Una vez que la palabra fue articulada no hay vuelta atrás. Aunque con el tiempo nos retractemos, la cicatriz quedará marcada a fuego en el corazón de la persona herida.

—¿No cree que es ser un poco rencoroso hablar de ese modo? ¿Dónde queda el perdón?

—Lo que digo no tiene que ver con el rencor. Del mismo modo que cuando un vaso de vidrio se rompe al caerse al suelo, este puede ser pegado con algún pe­gamento para vidrio, pero aunque vuelva a servir para contener líquidos podrán verse sin dificultad las cicatri­ces de la caída.

Podemos “pegar el cristal” que hemos quebrado con nuestras palabras, disculpándonos, pero nunca la rela­ción quebrada volverá a ser la de antes.

El poder que emana de las palabras y su articulación, debe ser manejado con sumo cuidado. Esto es un he­ cho. Apenas escritas o pronunciadas, las palabras tienen un efecto, un impacto, que puede ser tan beneficioso como un medicamento tomado a tiempo o tan dañinas como uno que ha sobrepasado su fecha de vencimiento. Todo depende de cómo se digan y la intención al pro­nunciarlas o escribirlas. Si no me cree, lea cómo fueron utilizadas por un indio llamado Gandhi y por un aus­tríaco llamado Hitler.

—Es muy cierto lo que usted dice caballero —dijo un individuo de rojizos bigotes y barba bien recortados.

El nuevo interlocutor, aparecido de la nada como el anterior, poseía una amplia frente, aumentada por la calvicie que trataba de ocultar con los rojizos cabellos que crecían abundantemente sobre las sienes y parte trasera del cráneo, vestido con un traje gris y cuello ne­gro de finales del siglo XIX.

—Si prosigue con su plática señor, acobardará a nuestro novel escritor.

—¿Escritor? Pero si yo no soy escritor... Apenas escri­bo locas historias para divertirme, divertir a mis com­pañeros y fastidiar a la vieja de literatura del año pasa­do—respondió Jorge riendo de buena gana.

—Cuando tenía su edad pensaba igual que usted, sin embargo, hoy mis libros se leen en todo el mundo... ¿Ha leído David Copperfield?

—He leído ese libro una decena de veces... Espere un momento... si aquel sujeto dice ser Cervantes entonces usted me dirá que es...

—Charles Dickens, para servirle caballero. Pero no hemos venido a hablar de nosotros sino de ti mi joven escritor.

—No comprendo que me está ocurriendo ni cómo puedo estar hablando con ustedes... pero lo que sí tengo bien en claro es que no soy un escritor. Me gusta inven­tar historias pero tengo muy mala ortografía. Nunca podré ser un escritor. ¡Jamás podré ser como ustedes!

Cervantes sonrió y sin abandonar su hidalga postura, dijo:

—El guardián de este sagrado recinto te ha enviado porque sabe que tienes en tu interior el germen del es­critor aguardando hacer eclosión.

—Ah, ahora recuerdo cuando me abdujeron los alie­nígenas y me insertaron el chip del escritor —respondió el joven cínicamente.

—Cada individuo nace con la habilidad de hacer “algo” determinado, un don que lo diferencia de los de­más —interrumpió Dickens haciendo caso omiso a las palabras de Jorge.

—Ese don puede dejarse dormido y desaprovechar­lo o puede ser canalizado en favor de la comunidad. De usted depende qué hará con ese don, pero una vez que decida no habrá paso atrás —acotó el escritor espa­ñol—. En todos estos años he visto muchos como us­ted, que por vergüenza debido a sus faltas ortográficas, sintácticas o simplemente por temor de lo que se dirá de ellos, privan al mundo de maravillosos textos, relatos o poemas. Muchos de ellos verdaderas joyas en cuanto a la expresión de sentimientos y originalidad. Relatos que a más de uno nos ha sacado una sonrisa pícara debido a su sensualidad o, tal vez, han hecho que una lágrima ruede por nuestra mejilla debido a los sentimientos ex­presados.

—Pero la profesora de literatura del año pasado me decía que mis cuentos eran demasiado fantasiosos, pla­gados de faltas ortográficas y carentes de estructura. Que era mejor que dejara de “hacerme el escritor”.

—Lamentablemente ese es el problema de muchos que están de profesores pero no lo son. El verdadero profesor debe transmitir sus conocimientos, guiar e in­clusive exigir como lo ha hecho contigo el guardián de este recinto sagrado; pero nunca cercenar o destruir por completo el germen latente de su alumno. Por otro lado, lo que expresó esa mujer es simplemente su opinión.

¿Cuál es la suya mi joven amigo? ¿Cree justo privar al lector de sus textos, cuyas fallas se deben a que al escri­birlos primó el arrebato y la pasión antes que el culto al idioma castellano? ¿Cree acaso que un escritor debe dejar de escribir hasta el momento en que lo haga con la gracia, estilo y pulcritud de un Premio Nobel de lite­ratura? ¿Cree acaso que nosotros u otros como Shakes­peare, Neruda, Borges, Storni, Cortázar, Ibarbourou, Roa Bastos, Benedetti y tantos otros genios de la litera­tura, jamás tuvimos, como diría usted, alguna metida de pata ortográfica, sintáctica o morfológica? Le puedo asegurar que sí las tuvimos... Nadie es infalible.

—¿Entonces ustedes dicen que debo olvidarme de las reglas de gramática, sintaxis, etcétera y escribir como se me dé la gana?

—¡De ninguna manera! —dijo indignado Cervan­tes—. Nunca debéis dejar de esforzaros, recurrir a la capacitación y tratar siempre de dar lo máximo, no por los demás sino por vos mismo, ya que con el tiempo os daréis cuenta que la peor crítica al trabajo que hagáis vendrá de vuestro interior.

—Es que yo trato y leo mucho... de verdad... pero cuando escribo es como si se hubiera caído un tarro de cloro en la tinta de mi cerebro.

—Mira muchacho —dijo Dickens—, generalmente cuando escribimos no lo hacemos con el cerebro, cuya estructura matemática y lógica repite, archiva y desar­chiva toda la información recibida en las tediosas clases de gramática, sino que lo hacemos con el alma, la cual al parecer bloquea esta rigidez puntillosa en los arreba­tados momentos de inspiración. ¿El resultado? El lector lo juzgará. Tal vez, un manto de invisibilidad emanado de la ingeniosidad del relato caiga sobre sus imperfec­ciones y haga que el lector quede atrapado en un mundo perdido en las brumas del espacio y el tiempo, haciendo que pueda emocionarse, divertirse y por qué no com­partir conceptos.

También puede ocurrir que el lector, como la pro­fesora que nos comentaste, al ver las imperfecciones simplemente se rasgue las vestiduras y se aleje de este y otros tantos, según su criterio, sacrílegos textos.

—Un escritor dijo una vez: “Para el que tiene el don de la escritura, escribir es obligatorio, mientras que la lectura del texto escrito es una decisión que el lector debe tomar”. Esto quiere decir que no debemos repri­mirnos y mucho menos dejar de expresarnos, privando a las personas que lo deseen, leer una obra que aunque con algunas fallas puede llegar a emocionar, divertir y también deleitar.

—¿Y si mis escritos realmente fueran malos como dice mi profesora?

—Una vez, mientras estaba en el mundo de los mor­tales dije: “Nunca sabe un hombre de lo que es capaz hasta que lo intenta” —sentenció el escritor inglés—. Además no debes quedarte con la primera opinión, tan­to si fuera positiva o negativa. Si no me crees, averigua cuántas veces las editoriales han rechazado obras que tiempo después se convirtieron en célebres.

—También debéis recordar que aunque todos digan que vuestra obra es mala, hasta del texto más malo del mundo se puede obtener alguna conclusión positiva — acotó Cervantes.

—¡Despierta dormilón! —dijo la bibliotecaria quien se encontraba de pie junto a Jorge leyendo su cuaderno.

—Ya es tarde. Casi me olvido que estabas aquí arri­ba... pero por lo que veo has hecho un excelente discur­so... En especial, lo que se refiere al valor de las pala­bras y el derecho a utilizarlas con responsabilidad para el bien de la comunidad. La profe Margarita quedará encantada. De seguro tendrás la mejor nota y te lucirás ante tus compañeros y el profesorado.

—Pero... si todavía no hice nada... estuve conversan­do con... unos amigos sobre el valor de las palabras — dijo Jorge desperezándose.

—Tienes una fértil imaginación Jorge, y eso se nota en tu escrito... Pero estuviste solo toda la tarde. Nadie entró ni salió de este cuarto. Los hubiera visto por el monitor de seguridad.

Desconcertado y sin recordar cómo había realizado la tarea y mucho menos cómo se había quedado dormido, dirigió su mirada hacia la parte superior de la estantería y al descubrir que el misterioso manuscrito se hallaba en su lugar, cerró los tres libros que se hallaban abiertos sobre el escritorio y los devolvió a la bibliotecaria.

La mujer luego de guardar los volúmenes, acompañó al joven a la salida y se despidió diciendo:

—Espero verte pronto por aquí de nuevo. Envíale muchos saludos a la profesora Margarita.

El sol comenzaba a caer sobre el pueblo y la tempera­tura comenzaba a bajar, aunque Jorge era ajeno a todo ello, ya que ocupaba su mente en aquel fantástico sueño y en particular en las palabras que le dijera el fantasma de Dickens: “Escribir es obligatorio, mientras que la lec­tura es una decisión que el lector debe tomar”.

Un terrible deseo de expresarse se apoderó de él. Mi­les de historias, como un torrente incontenible, busca­ban impetuosas salir a la luz. El germen guardado en el interior de Jorge había hecho eclosión y ya nadie lo podría detener jamás.

 

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LA PRINCESA SIN ROSTRO

Cuento de ALEJANDRO HERNÁNDEZ Y VON ECKSTEIN

FAUSTO EDICIONES

Asunción -Paraguay

 

 

 

 

 

CHADICTO

Extraído de "CLOSONANTE"

Cuento de JOSÉ PÉREZ REYES


Ese dilema mañanero de qué prender primero: la ca­fetera o la PC a mí no me afecta. La tengo conectada todo el día. La PC, claro. La cafetera también acompa­ña este calentamiento de equipos, con mucha frecuen­cia una taza de café humea al costado de la pantalla. Duermo poco y chateo mucho.

Y no se trata de la oficina, porque estoy en mi pro­pia casa. Desde aquí trabajo. Qué sería de mí sin la co­nexión full time a internet.

Esta es mi ventana máxima, la ventana al mundo, qué otra ventana se puede necesitar si todo lo que uno busca está allá en la pantalla.

Creo que debo descansar un momento. Estoy aturdi­do, con dolor de cabeza. Llevo mucho tiempo frente a la pantalla de la computadora. Hoy recorrí las galerías de fotos y archivos de video de un nuevo sitio erótico al que accedí gracias a un password que cloné, y sí, algo hay que hacer para matar las horas que siempre llegan solas.

Siempre estoy navegando como un tiburón al acecho, listo para atacar con mensajes a quien entra al chat des­prevenidamente al conectarse, aún bajo la forma invisible.

Sí, el nickname de Tiburón me hace justicia.

Pero no es el único que uso. Hay algunos en otros idiomas entremezclados. Tengo varios user names por­ que soy miembro de muchos foros, y con el tiempo al dejar algunos de esos foros, se transforman quizás en used names. Con tanta membresía suelta se hace difícil saber cuál es cuál porque siempre se va algo de identi­dad en la configuración de usuario y contraseña. Toda esa diversidad de nicknames y passwords la debo rete­ner en mi mente, porque anotar esos datos en agendas sería muy peligroso.

Me levanto de la silla muy a mi pesar, porque esta­ba en pleno chat con un montón de gente. Estábamos tocando tantos temas diversos e inconexos que me in­comoda dejar la sesión ahora, aunque figure conectado. Pero no me queda otra, o si no mi cabeza va a estallar.

Al ir hacia la heladera para prepararme un desayuno, veo un sobre que seguramente alguien ha deslizado bajo la puerta de entrada. Qué raro, hace rato que ya no me cursan invitaciones por escrito, porque casi no salgo y todo lo hago por mensajes, incluso los pedidos, las com­pras y saludos de cumple.

En esta era digital cuando la conexión es cada vez más veloz, banda ancha, fibra óptica, full time, whate­ver... pero ya ven, todavía hay gente que tira sobres del correo bajo la puerta.

Me acerco a recoger el sobre y veo que lleva una cu­riosa estampilla donde aparece mi rostro, mi nombre y las cifras de 1989-2014, como si ellas enmarcasen mi vida. Pero estamos lejos del 2014 y estoy con mucha vida. Vaya broma. Así que según esto, estoy muerto. Una estampilla bien hecha, parece venir del futuro. No puede ser una estampilla del futuro. Debe ser falsa. ¿Cuál es el mensaje? ¿Que me han pillado estampillado?

Hay quien todavía usa esta forma caduca de correo, yo envío todo por email. Es más fácil, económico, direc­to, todo es un plus, pero por correo electrónico no me pueden enviar cosas así para hacer el chiste. Nada dice salvo mi nombre y las fechas, nada más ni nada menos que mi rostro encabeza esos datos. Al menos hubiesen puesto, quien quiera que haya sido el remitente, algo más que nombres y fechas para que la broma sea más creativa. No convence, no asusta. Para colmo, dentro del sobre nada, ni siquiera un chiste ingenioso o una tarjeta.

La heladera semivacía no inspira nada, mejor vuelvo al chat, pero primero buscaré datos sobre mi nombre y esta estampilla. No puedo resistir la tentación de saber si esta broma también está en la red. Sí, allí está. Decía que yo era el primer internauta mártir, la víctima inicial de haber llevado a la práctica una vida virtual en desmé­rito de la vida real, con vida en internet solamente, aca­rreando disociación de personalidad y un largo bla bla.

Bueno, parece que se ingeniaron más en la red para este caso; hasta montaron una estructura en algunos sitios en internet para convencer. A mí no me convence. Vaya broma pesada. Quien sea que esté detrás de esto, se le fue la mano, qué mala onda, está jugando con mi vida. Se me pasó el hambre y me entró una bronca. Vol­veré a conectarme a los chat rooms a ver si pillo quién armó todo esto.

En ese momento llegaba un chiste a su buzón de co­rreo electrónico, en internet nada es más viejo que un chiste supuestamente nuevo cuando empieza a repartirse en los correos, así que esta vez uno de sus contactos eligió uno bastante viejo, una adivinanza infantil o un traba­lenguas, más bien un trabateclas pues jamás llega la obvia respuesta a la fácil pregunta. Es que para volverse chato sólo basta un rato, acotó y tipeó: "Chadicto y chatito se fueron a chatear, chadicto se ahogó ¿y quién se quedó?".

El remitente sonrió al ver que no llegaba respuesta y no estaba prendido el enlace con Tiburón, se imaginó que el Tiburón quedó descolgado como uno de esos es­pejos que ya no sirven en el fondo de una sala.

En esos instantes, en las numerosas salas de chat que siempre frecuentaba alguien conocido bajo el apodo de Tiburón, los demás usuarios se sorprenden de que por primera vez aparece desconectado y sin titilar.

 

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CLONSONANTE - Cuentos de JOSÉ PÉREZ REYES

Arandurã Editorial,

Asunción-Paraguay 2007 (117 páginas)

 

 

 

 

MOVIMIENTO DE HOJAS

Microcuentos de GENARO RIERA HUNTER


UN BUEN ADIÓS ES NECESARIO

Al salir del velorio pensó en el divorcio de Elena. Re­cordó que pronto se casaría Silvia. Tomó su auto y a una velocidad no acostumbrada se dirigió al hotel. No sabía porque aceleraba, pero estaba apurado por volver. Debo tener déficit de memoria, pensó mientras se desvestía. ¿Quién me dijo que se casaría en estos días? Trató de olvidar su olvido, pero se escuchó murmurar: puedo afirmar que las mujeres recuerdan mejor que los hom­bres. No entendió su sentencia. Se iba intranquilizando y sintiendo a la vez un impulso de volver al velorio. Sí, eso es, debo de despedirme mejor de Elena antes de vol­ver junto a Silvia.


EXPLÍQUEME BIEN LOS EFECTOS DE LAS DROGAS QUE TENGO QUE ENSEÑAR

Era un terapeuta, pedagogo o tal vez psicopedagogo o quizá psicólogo o psiquiatra, incluso un cura podría ser, el asunto es que era un terapeuta que quería saber. Lo que más anhelaba era aprender. El curador buscó un profesor, un especialista mejor, eso le ajustaba amplia­mente. Encontró en la calle, como se encuentra cual­quier cosa, un adicto a la cola de zapatero. Lo sigo, dijo, este será mi maestro.


¿QUIÉN SILENCIA?

Mientras cruzaba la calle preguntaba, ¿por qué recién mañana dices que responderás? Hace días te ruego me lo digas. No comprendo tu dilación. Creo que no es tan difícil decir algo. Ya pasó bastante el tiempo de la espera, no escucharé mas ningún silencio. Al llegar al otro lado de la calle, ya en la vereda, tomo un taxi. A los veinte minutos suena un celular. Hola, hola, ¿estás todavía ahí? Sí, respondió el silencio, mientras el taxi regresaba.

 

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GUARAN

Letras de GENARO RIERA

 

 

 

 

EL INCENDIO DE LA MUERTE

Fragmento de YO EL SUPREMO

Novela de AUGUSTO ROA BASTOS

 


“El 24 de agosto de 1840, día de San Bartolomé, a influjo de su doméstico infernal, el Dictador prendió fuego antes de morir a todos los documentos importan­tes de sus comunicaciones y condenas, sin precaver que la voracidad del elemento podía ser tanta, que llegase a abrasarle la cama. Desesperado y ahogado de humo llamó en su socorro a sus sirvientes y guardias. Se abrie­ron puertas y ventanas y, en medio de la combustión, se arrojaron a la vía pública colchones, cobijas, ropas y pa­peles en llamas. ¡Oh aviso claro de las llamas que al mes siguiente principiarían a abrasar eternamente su alma! Entretanto lo único cierto fue que en esta ocasión los viandantes que pudieron sobreponerse a su pavor vieron por primera vez los interiores de la tétrica Casa de Go­bierno. Algunos se detuvieron inclusive a examinar los chamuscados retazos de bombasí, tela desconocida en el país, de la que se hacían las sábanas de El Supremo.

“Para los católicos, el 24 de agosto es el día en que el diablo sale solo. Mucha gente unió esa circunstancia al color de la capa que usaba el Dictador, deduciendo que su fin estaba próximo”. (Manuel Pedro de Peña, Cartas.)

El fuego se amodorra sin saber muy bien por dón­de atacar. Chisporrotea sobre los papeles que va cha­ muscando y convirtiendo en humo, en cenizas. Pren­de regueros de chispas por los rincones. No se atreve a llegar hasta mí; tal vez no puede atravesar el lodazal que rodea el lecho. El agua y el fuego, de los que me formé, se complotan ahora para entregarme a la sole­dad final. Solo, en un país extraño de pura gente idiota. Solo. Sin origen. Sin destino. Encerrado en perpetuo cautiverio. Solo. Sin apoyo. Sin defensa. Condenado a errar sin descanso. Expulsado sucesivamente de todos los asilos que escojo. Imposibilitado de bajar al sepul­cro... ¡Vamos, no es para tanto! No logrará la muerte ahora hundirte en la autocompasión que no melló tu vida. Los muertos son muy débiles. Mas el muerto vivo en la muerte, tres veces fuerte.

Acorde estoy en que esta lucha ad astra per áspera ha hecho de mí un mestizo de dos almas. Una, mi al­ma-fría, mira ya desde la otra orilla donde el tiempo se arremansa y empieza a acangrejarse. La otra, el alma-caliente, vigila aún en mí. Adepto de la duda absoluta, puedo avanzar todavía apoyando mi derecha diurna, la pierna demasiado hinchada que ya no puede sostener­me, en la izquierda-nocturna. Ésta resiste aún. Carga con mi peso. Voy a levantarme un rato. Debo avivar el fuego. Es ÉL quien sale de YO, volteándome de nue­vo en el impulso de la retrocarga. Da una palmada. El fuego se reaviva en el acto. Vuelve a bailar alegremente, con mayor energía que antes. Sus lumbraradas meten en la habitación una especie de amanecer. ÉL pega otra palmada. Suena a cañonazo. Acuden en tropel drago­nes, húsares, granaderos con baldes de agua y carretillas de arena. Todos los efectivos con todos los elementos. Como cuando mandé quemar a José Tomás Isasi en la hoguera de pólvora, y el fuego de lava amarilla se propagó hasta mi propia cámara. El incendio es ahora sofocado una vez más bajo verdaderas trombas de agua y arena. Un diluvio de barro cae en la habitación a tra­vés de puertas, ventanas, claraboyas, ojos de buey, de las rajaduras del techo. Goterones. Goterones. Gotas de plomo derretido, ardiendo y a la vez helado; chaparrón más que sólido, fuerte, haciéndome sonar los huesos. Las trombas de cieno se disparan en todas direcciones. Empapan, queman, agujerean, manchan, hielan, derri­ten todo lo que encuentran en mi cubil. Lo convierten en un albañal desbordado donde flotan témpanos vis­cosos, islotes de llamas. En medio, ÉL, erguido, con su brío de siempre, la potencia soberana del primer día. Una mano atrás, la otra metida en la solapa de la levita. No le tocan las rachas de viento y de agua. Hago que reviente el último aneurisma de voz que me reservaba bajo la lengua. Le escupo un sangriento insulto. Quiero exasperarlo: ¡Aunque nos entierren en extremos opues­tos de la tierra, el mismo perro nos encontrará a los dos! No reconozco mi voz: Ese soplo que sale de los pulmo­nes y pone en movimiento todo el aparato de fonación. Cuerdas, tubos, alvéolos, ventrículos, paladar, lengua, dientes, labios, no forman más en mí el efímero ruido que llamamos voz. ¡Hace tanto tiempo que no grito! Acordar la palabra con el sonido del pensamiento. ¡Lo más difícil del mundo! Pasóme la mano por la cara en la obscuridad. No la reconozco. Ver en una lámpara dos focos de luz. Una negra, otra blanca. En un hombre, dos rostros. Uno vivo, otro muerto. ÉL se desinteresa. Se desentiende. Abre la puerta. Se dirige al zaguán. Sale al exterior. Veo su silueta en el corredor, nimbada de ese filamento de luz blanca y negra, veteando fosfóri­camente la obscuridad. Oigo que da el santo y seña al jefe de la guardia: ¡PATRIA O MUERTE! Su voz llena toda la noche. La última consigna que he de oír. Queda cosida al forro del destino de los conciudadanos. Trepi­da la tierra bajo la vibración de ese clamor. Se propaga de un centinela a otro por todos los confines de la no­che. YO es ÉL, definitivamente. YO-ÉL-SUPREMO. Inmemorial. Imperecedero. A mí no me queda sino tragarme mi vieja piel. Muda. Mudo. Sólo el silencio me escucha ahora paciente, callado, sentado junto a mí, sobre mí. Únicamente la mano continúa escribiendo sin cesar. Animal con vida propia agitándose, retorciéndo­se sin cesar. Escribe, escribe, impelida, estremecida por el ansia convulsa de los convulsionarios. Ultima ratio, última rata escapada del naufragio. Entronizada en la tramoya del Poder Absoluto, la Suprema Persona cons­truye su propio patíbulo. Es ahorcada con la cuerda que sus manos hilaron. Deus ex machina. Farsa. Parodia. Pipirijaina del Supremo-Payaso. Sobre el tabladillo, sólo la mano escribe. Mano que sueña que escribe. Sueña que está despierta. Únicamente despierto el durmiente puede relatar su sueño. La mano-rata-náufraga escribe: Me siento caer entre los pájaros ciegos que caen a la caí­da del sol en la tarde de la caída. Sus ojos reventados me empapan de sangre. Guardan la imagen de mi caída en medio de la tormenta. ¡Esos pájaros están locos! ¡Esos pájaros soy YO! ¡Atención! ¡Me esperan! Si no voy con la maleta de la justicia no los reconoceré nunca...

 

nunca...

                 nunca...

                                 nunca...

                                                  nunca...

                                                                  nunca...

                                                                                  NUNCA MÁS!!!

 

Está regresando. Veo crecer su sombra. Oigo resonar sus pasos. Extraño que una sombra avance a trancos tan fuertes. Bastón y borceguíes ferrados. Sube marcial­mente. Hace crujir el maderamen de los escalones. Se detiene en el último. El más resistente. El escalón de la Constancia, del Poder, del Mando. Aparece el halo de su erguida presencia. Aureola al rojo vivo en torno a la oscura silueta. Continúa avanzando. Por un ins­tante lo oculta un pilar. Reaparece. ÉL está ahí. Vuel­ca sobre el hombro el ruedo de su capa y entra en la recámara inundándola de una fosforescencia escarlata. La sombra de una espada se proyecta en la pared: La uña del índice me apunta. Me atraviesa. ÉL sonríe. Du­rante doscientos siete años me escruta en un soplo al pasar. Ojos de fuego. YO, haciéndome el muerto. Echa llave a las puertas. Encaja en los bornes las trancas de cinco arrobas. Le oigo recorrer con el mismo paso y efectuar la misma operación de atrancar, inspeccionar y revisar prolijamente las trece dependencias restantes de la Casa de Gobierno; desde la sala de armas hasta los almacenes de ramos generales, pasando por los retretes. Sé que no ha dejado sin registrar un solo resquicio en la inmensa mole paralelopipedónica, babilónica, de la Fortaleza Suprema. El humo del incendio extinguido en la tarde se arremolina y arremansa en la antecámara, en la recámara, en la cámara donde yazgo. ¡Por qué no se desplomará de una vez el viejo caserón en medio de tanta humedad!, pienso con fastidio, acordándome de aquellas mañanas en que después de misa iba a observar la excavación para los cimientos. Escondido entre los montículos de tierra roja, disimulado por mi capillo-monaguillo, volcaba carretadas de sal en las fosas, en lugar del pedregullo que echaban los obreros. Los mira­ba fijamente hacer su trabajo, mientras yo hacía el mío. ¡Ojalá que la primera lluvia derrita la sal y te hunda, maldito caserón!, gritaba mi pensamiento viéndolo cre­cer pesado, cuadrangular, piramidal. ¡Desmorónate de una vez! De seguro la sal pensada es más resistente que la grava de granito, que el asperón de los cerros, que la piedra de la desgracia. La sal de mi cuerpo empapado resiste intacta la viscosidad del Tercer Diluvio.

Pese a los vapores, al hermético emparedamiento, entra la primera curtonebra. Probablemente se ha co­lado por alguna hendija o grieta del altar mayor. Las curtonebras son atraídas por la fascinación de la muer­te. Ciertas emanaciones anuncian su inminencia a las pequeñas moscas. Apenas ha cesado la vida, afluyen otras especies de moscas. Las migraciones se suceden. Desde el momento en que el soplo de la corrupción se ha hecho sensible instalando sus reales en la reali­dad cadavérica, llega la primera: la mosca verde cuyo nombre científico es Lucilia Caesar; la mosca azul, la Azura Passimflorata, y la mosca grande de tórax rayado en blanco y negro, llamada Gran Sarcófaga, espolón de esta primera invasión migratoria. La primera colonia de moscas que acuden a la sabrosa señal puede formar en los cadáveres hasta siete y ocho generaciones de larvas que se amontonan y proliferan durante unos seis meses. Todos los días las larvas de la Gran Sarcófaga aumentan doscientas veces su peso. La piel de los cadáveres se vuel­ve entonces de un amarillo que tira ligeramente a rosa; el vientre a verdeclaro; la espalda a verdeoscuro. Por lo menos, tales serían los colores si todo ello no ocurriera en la obscuridad. He aquí el siguiente escuadrón de gra­naderas cadaverófilas: Las piófilas que dan sus gusanos al queso. Vienen después la cornietas, las longueas, las ofiras y las foras. Forman sus crisálidas como el pan rallado sobre los jamoncitos o la sopa de porotos que a mí tanto me gustaba saborear. Luego la descomposición cambia de naturaleza. Una nueva fermentación, más rica que las anteriores, más viva y dinámica también, produce ácidos grasos denominados vulgarmente grasa de cadáver. Es la estación de los dermestos capricorniles que producen larvas provistas de largos pelos, y de las orugas que florecerán luego en bellas mariposas deno­minadas aglossas o Coronas Borealis. Algunas de estas materias cristalizarán y brillarán más tarde como lente­juelas o pepitas metálicas en el polvo definitivo. Llegan más contingentes de inmigrantes. A la descomposición deliciosamente negra acuden las ávidas sílfides de ojos diamantinos y tornasolados; las nueve especies de ne­cróforos, horneros liróforos de esta epopeya funeraria. El escuadrón de acuarios redondos y ganchudos inicia el proceso de la desecación y momificación. A los acua­rios (que se llaman en realidad ácaros, aunque prefie­ro de-nominarlos acuarios) suceden los aradores. Éstos roen, sierran, desmigajan los tejidos apergaminados, los ligamentos y tendones transformados en materia re­sinosa, lo mismo que las callosidades, las substancias córneas, los pelos y las uñas. Ha llegado el momento en que éstos dejan de crecer en los cadáveres, como vulgar y acertadamente se cree. A mí no me crecerán más las uñas de los pies, y mi forzada calvicie es sin remedio. Por fin al cabo de tres años, el último gran migrante, un coleóptero negro, inmenso, más grande que la Casa de Gobierno, llamado Tenebrio Obscurus, llega y dicta el decreto de la disolución completa. Todo se ha acabado. La hediondez, última señal de vida, ha desaparecido. Se ha fundido y esfumado todo. Ya ni siquiera hay duelo. El Tenebrio Obscurus tiene la mágica cualidad de ser ubicuo e invisible. Aparece y desaparece. Se halla en varias partes al mismo tiempo. Sus ojos de millones de facetas me miran pero yo no los veo. Devoran mi ima­gen, mas ya no distingo la suya envuelta en la negra capa de forro carmesí... (petrificado el plasto de los diez folios siguientes).

(Quemado el comienzo del folio)... y ya no puedes obrar. Dices que no quieres asistir al desastre de tu Patria, que tú mismo le has preparado. Morirás antes. Morirá esa parte de ti que ve lo mortal. No podrás esca­par de ver lo que no muere. Porque lo peor de todo, gro­tesco Arquí-loco, es que el muerto siempre y en todas partes sufre, por muy muerto que esté con mucha tierra y el olvido encima. Creíste que la Patria que ayudaste a nacer, que la Revolución que salió armada de tu cráneo, empezaban-acababan en ti. Tu propia soberbia te hizo decir que eras hijo de un parto terrible y de un princi­pio de mezcla. Te alucinaste y alucinaste a los demás fabulando que tu poder era absoluto. ¡Perdiste tu aceite, viejo ex teólogo metido a repúblico! Creíste jugar tu pa­sión absoluta a todo o nada. Oleum perdidiste. Dejaste de creer en Dios pero tampoco creíste en el pueblo con la verdadera mística de la Revolución; única que lleva a un verdadero conductor a identificarse con su causa; no a usarla como escondrijo de su absoluta vertical Perso­na, en la que ahora pastan horizontalmente los gusanos.

Con grandes palabras, con grandes dogmas aparente­mente justos, cuando ya la llama de la Revolución se ha­bía apagado en ti, seguiste engañando a tus conciuda­danos con las mayores bajezas, con la astucia más ruin y perversa, la de la enfermedad y la senectud. Enfermo de ambición y de orgullo, de cobardía y de miedo, te ence­rraste en ti mismo y convertiste el necesario aislamiento de tu país en el bastión-escondite de tu propia persona. Te rodeaste de rufianes que medraban en tu nombre; mantuviste a distancia al pueblo de quien recibiste la soberanía y el mando, bien comido, protegido, educa­do en el temor y la veneración, porque tú también en el fondo lo temías pero no lo venerabas. Te convertiste para la gente-muchedumbre en una Gran Obscuridad; en el gran Don-Amo que exige la docilidad a cambio del estómago lleno y la cabeza vacía. Ignorancia de un tiempo de encrucijada. Mejor que nadie, tú sabías que mientras la ciudad y sus privilegios dominan sobre la totalidad del Común, la Revolución no es tal sino su caricatura. Todo movimiento verdaderamente revolu­cionario, en los actuales tiempos de nuestras Repúbli­cas, única y manifiestamente comienza con la soberanía como un todo real en acto. Un siglo atrás, la Revolu­ción Comunera se perdió cuando el poder del pueblo fue traicionado por los patricios de la capital. Quisiste evitar esto. Te quedaste a mitad de camino y no for­maste verdaderos dirigentes revolucionarios sino una plaga de secuaces atraillados a tu sombra. Leíste mal la voluntad del Común y en consecuencia obraste mal, mientras tus chocheras de geróntropo giraban en el va­cío de tu omnímoda voluntad. No, pequeña momia; la verdadera Revolución no devora a sus hijos. Únicamen­te a sus bastardos; a los que no son capaces de llevarla hasta sus últimas consecuencias. Hasta más allá de sus límites si es necesario. Lo absoluto no tiembla en llevar hasta el fin su pensamiento. Lo sabías. Lo copiaste en estos papeles sin destino ni destinatario. Tú vacilaste. Estás igualmente condenado. Tu pena es mayor que la de los otros. Para ti no hay rescate posible. A los otros se los comerá el olvido. Tú, ex Supremo, eres quien debe dar cuenta de todo y pagar hasta el último cuadrante... (apelmazado, ilegible lo que sigue).

...a media noche, bajarás a las mazmorras. Te pasea­rás entre las hileras de hamacas que cuelgan unas enci­ma de otras, podridas por veinte años de obscuridad, sufrimiento y sudor. No te reconocerán. No te verán siquiera. No te verán ni oirán. Si aún hubieras tenido voz, te habría gustado insultarlos, hacer mucho ruido según tu costumbre; tomarte desquite de esos espectros que osarán ignorarte. ¡Escúchenme, malditos collones!, te habría gustado apostrofarlos, repitiendo por última vez lo que has barbotado millares de veces. Lo bueno, lo mejor de todo es que nadie te escucha ya. Inútil que te desgañites en el absoluto silencio. Recorrerás las fi­las de los prisioneros. Los mirarás a cada uno en los ojos lagañudos, cataratudos. No parpadearán. ¿Sabrás si sueñan y te sueñan como a un animal desconocido, como a un monstruo sin nombre? Sueño. Un sueño. Lo más secreto de un hombre y de una bestia. Serás para ellos simplemente la forma del olvido. Un vacío. Una obscuridad en esa obscuridad. Te tenderás por fin en una hamaca vacía. La última. La más baja entre las hileras de hamacas que oscilan levemente bajo arrobas de fierros cien veces más pesados que sus osamentas de espectros. Deshecha de moho y vejez, la hamaca dará contigo en el suelo. Nadie reirá. Silencio de tumba. Toda la noche pasarás ahí, tendido entre los pestilentes despojos. Los ojos cerrados, las manos cruzadas sobre el pecho. El sudor de esos miserables, sus cacas, sus ori­nes, chorreando de hamaca en hamaca babearán sobre ti, lloverán gotas, gotas de cieno sepulcral. Te aplasta­rán hacia abajo cada vez más. Apuntalarán tu inmo­vilidad con esos pilares al revés. Estalactitas creciendo sobre tu suprema impotencia. Cuando los ácaros, las sílfides, las curtonebras, las sarcófagas y todas las otras migraciones de larvas y orugas, de diminutos roedores y aradores necrófagos, acaben con lo que resta de tu estimada no-persona, en ese momento te asaltarán tam­bién unas ganas tremendas de comer. Terrible apetito. Tan terrible, que comerte el mundo, el universo entero, todavía sería poco para calmar tu hambre. Te acorda­rás del huevo que mandaste poner bajo las cenizas ca­lientes para tu último desayuno, el que no alcanzaste a tomar. Harás un sobrehumano esfuerzo tratando de incorporarte bajo la mole de tiniebla que te aplasta. No podrás. Se te caerán los últimos pelos. Las larvas segui­rán pastando en tus despojos tranquilamente. Con sus largos pelos tejerán una peluca a tu calvicie, de modo que tu mondo cráneo no sufra mucho frío. Mientras te estén comiendo a toda mandolina al son de sus laúdes y laudes, afónico, afásico, en catarrosa mudez agravada por la humedad, implorarás que te traigan tu huevo, el huevo embrionado, el huevo olvidado en la ceniza, el huevo que otros más astutos y menos olvidadizos ya habrán comido o arrojado al tacho de los desperdicios. Las cosas suceden de este modo. ¿Qué tal, Supremo Fi­nado, si te dejamos así, condenado al hambre perpetua de comerte un güevo, por no haber sabido... (empastado, ilegible el resto, inhallables los restos, desparramadas las carcomidas letras del Libro).

Fundación Augusto Roa Bastos

Conmemoración de los 40 años de la 1.ª Edición de Yo El Supremo

y los 25 años del Premio Cervantes


 

 

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YO EL SUPREMO. Novela de AUGUSTO ROA BASTOS

Prólogo: ANTONIO CARMONA

Colección AUGUSTO ROA BASTOS Nº 5

Editorial Servilibro, Asunción-Paraguay,

2007 (461 páginas)

 

 

 

 

LAS NARANJAS DE LA TÍA AGHATA

Cuento de JAVIER YUBI


Era una mujer solitaria, viuda sin hijos. Desde que el tío Felipe murió corneado por un toro furioso, la tía Aghata nunca más volvió a vestir ropa de colores.

Vivía en San Juan Bautista de las Misiones, en un antiguo caserón casi cubierto por tupidas enramadas y árboles de naranjo, tajy, apepú y mangos. Un verde in­tenso que apenas filtraba la luz del sol.

Lo único que superaba la altura del murallón peri­metral y se veía desde afuera, era la planta del naranjo que todos los años, en los meses de junio y julio, se lle­naba de frutas. Al verlas, nadie podía creer que esas na­ranjas fueran naturales. Eran tan grandes, sanas, jugo­sas, con un color naranja intenso que permitía adivinar su dulzura. Ningún mortal que caminaba por esa calle podía resistir la tentación de echar, aunque sea una, a pedradas. Pero los vecinos sabían que nunca nadie pudo probar el sabor de esas frutas. La tía Aghata jamás per­mitió que se arranque una sola.

Cuando pensaban que ella dormía la siesta, los niños en ingenuo intento apuntaban con sus honditas aque­llas naranjas que se veían exquisitas. Con un oído en­vidiable, inmediatamente salía afuera a espantar a los mita'i con su amenazante garrote.

Las naranjas se caían de tan maduras, se pudrían en el suelo sin que nadie pudiera aprovecharlas o tan solo descubrir su sabor.

Un día de intenso calor llegó al pueblo una mujer abandonada por su concubino. El hombre se había mar­chado con una quinceañera y la dejó con nueve hijos. Eran todos pequeños, el mayor tenía diez años y el me­nor dos meses. Elena se llamaba la visitante. Venía a San Juan en busca de refugio. Quería encontrar la casa de una prima a quien no veía desde la infancia. Con pocas referencias, pasó la mañana deambulando por las calles sin que nadie pudiera ayudarla a ubicar el hogar de Porfiria, su prima.

Acalorados y cansados, los niños estaban agotados. Empezaban a lloriquear de sed, era un día caluroso, de esos muy húmedos amenazando lluvia. Y ya las proba­bilidades de obtener pistas de la tía Porfi estaban casi perdidas. “¡Qué barbaridad, dónde lo que vive!”, excla­mó con signos de preocupación la atormentada mamá, que seguía en los últimos intentos.

Al doblar una esquina, los niños vieron como una aparición mágica aquellas naranjas, tan maduras, tan jugosas, tan tentadoras.

Pidieron a su mamá. Elena intentó explicarles que no tenían dinero para comprarlas. No había razón valede­ra, empezaron a llorar, a gritar en coro.

Perturbada por tanto alboroto, ella decidió golpear las manos en la puerta del silencioso caserón. Tomó el coraje de pedir algunas de esas frutas que tanto recla­maban sus hijos.

Luego de insistir con los palmoteos, la tía Aghata se asomó al portón con cara de pocos amigos, tosiendo incontroladamente. Elena la saludó y explicó la razón de su visita, pero la insensible vieja, en verdad no era tanto, tenía sesenta y cinco años, se negó rotundamente a ceder sus frutas prohibidas. La madre trató de conven­cerla por todos los medios, hasta ofreciéndole parte de su escaso dinero reservado para el pasaje de regreso. No hubo caso. Presa de la ira y perturbada por el llanto y griterío de los sedientos niños, Elena dijo a la insensible mujer vestida de negro una maldición: “Habrás de mo­rir de sed”, gritó y se marchó desconsolada. Prosiguió su búsqueda hasta que al final de la tarde, una pareja de ancianos le dio una ingrata noticia: Porfiria había muer­to calcinada junto con su esposo Juan hacía tres años, en una noche de Navidad. Una estrellita lanzada por juguetones niños había iniciado el fuego en el techo de paja del precario rancho que la pareja habitaba. Se los encontró abrazados entre los escombros, carbonizados.

Con tan mala experiencia, Elena decidió salir de esa misma tarde de San Juan. Tomó un camión de pasaje­ros y se marchó sin rumbo.

Pasaron dos años... Un viernes espléndido, la tía Aghata debía salir de viaje con el propósito de recibir la herencia que le había dejado su hermana Luisa, también soltera sin hijos, quien había muerto el año anterior en un pueblito no muy alejado. Con la idea de que na­die tome en su ausencia alguna de sus naranjas, la tía Aghata se aseguró de arrancarlas una por una, cargarlas en bolsas y llevarlas consigo. Subió a una carreta sus maletas, las bolsas de naranja y emprendió el viaje sola. El sol radiante de la media mañana iluminaba el paisaje de lo que era un paseo placentero, sin contratiempos. Repentinamente, una extraña aparición asustó a los bueyes. Los animales exaltados perdieron orientación y la carreta fue a parar a un profundo barranco. Muda del susto, la tía Aghata no pudo pedir auxilio a unos leñadores que iban silbando a los lejos. Las bolsas de naranja habían amortiguado los golpes pero sus piernas quedaron atrapadas por las ruedas de la carreta. El calor se volvió intenso y el cielo perdía su color azul radiante con la rápida aparición de nubes negras que anunciaban una tormenta. La temperatura se volvía insoportable y la sed aumentaba. Aquellas naranjas estaban esparcidas alrededor de la tía Aghata, pero ninguna quedó al al­cance de su mano. Rodeada de sus frutas prohibidas, murió de sed. Se la rescató tres días después, cuando escamparon las lluvias.

Con el correr de los meses, las semillas de esas naran­jas tan maduras germinaron por todo el lugar. Hoy, los viajeros se detienen a arrancar algunas para tomarlas y aliviar la sed.

 

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LA GUERRA GRANDE. IMÁGENES DE UNA EPOPEYA

Colección de JAVIER YUBI

© 2010, El Lector - Primera edición. Febrero de 2010

Asunción, Paraguay.

 

 

 

 

 

 

UN EMPLEO PARA EL AHIJADO

Teatro breve en un solo acto

RUBÉN SAPENA BRUGADA


 

Se abre el telón y el escenario representa un despacho oficial, grande y lujoso, con una inmensa mesa escrito­rio, un sillón ejecutivo giratorio tapizado en cuero legí­timo, en el cual está sentado un señor de traje y corbata, el Jefe, y sentado frente a él, en una silla más baja para marcar la diferencia, otro señor, el Visitante, vestido modesta pero decentemente.

Visitante.— ¡Gracias por recibirme, che compai, y felicitacione mía y de la comadre por tu nombramiento!

Jefe.— De nada compadre, para eso pue estamo losa­migo. Y mi ahijadito, ¿cómo pio anda ese pendejo yuky?

Visitante.— De él ko yo te vengo a hablarte. Vasa a tener que ayudarno, chera’a, es muy haragán y ato­rrante, abandonó susetudio ¡y se pasa farreando toda las noche!

Jefe.— Y yo qué pa lo que puedo hacer? Decime na que con gusto le viayudar. ¡Vo sabé cómo lo que yo le quiero a ese mita’i!

Visitante.— Y bueno, le podrías pué conseguir un empleo, para que aprenda a ganarse la vida y a ser res­ponsaule.

Jefe.— ¡¿Pero cómo no?! ¡Inmediatamente! Mirá, yo ko le puedo nombrar mi asesor, cargo de confianza nio es, con un sueldo de más de veinte palos más viáticos y bonificacione, unos treinta en total. ¿Qué te parece?

Visitante.— ¡No nde bárbaro! Le vasa a terminar de estropear todo, con ese sueldazo se va a poner a farrear más todavía, dale na algo más modesto.

Jefe.— Asesor adjunto, entonce, con unos doce a tre­ce milloncito.

Visitante.— ¡Es mucho todavía, compai! Es casi lo que yo gano rompiéndome el culo con dos empleos! Dale na algo más modesto, un sueldito de entre dos y tres millone.¡Eso nomás ko é lo que yo te pido!

Jefe.— ¡Imposiule mi querido compadre! Para ese nivel de sueldo tiene que ser nombrado y no contrata­do, tiene que tener título universitario autenticado por escribano, con postgrado o doctorado si posible, certi­ficado de empleo anterior en el mismo ramo con por lo meno dos año de antigüedá, RUC al día, certificado de antecedente policiale y judiciale, libre de inforcom, presentación de declaración jurada de biene ante la Contraloría y ademá ¡tiene que ganar en el concurso de mérito y actitude!

(¡PLOP! El visitante se desmaya mientras cae el telón.)

 

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LA DIFUNTA APARECIDA - Novela de RUBÉN SAPENA BRUGADA

UNIVERSIDAD DEL NORTE (UNINORTE)

 CRITERIO EDICIONES

Asunción – Paraguay - Setiembre 2012 (183 páginas)

 

 

 

 

 

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SEP DIGITAL - JUNIO 2014 - EDICION Nº 4 AÑO I - PORTALGUARANI by PortalGuaraniSEP

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LAS REVISTAS EN EL DESARROLLO DE LA NARRATIVA EN PARAGUAY:

LA NOVELA PARAGUAYA (1922-23)

Ensayo de JOSÉ VICENTE PEIRÓ

 

Durante los últimos veinte años se ha avanzado en la historiografía literaria paraguaya hasta ir completando progresivamente aspectos no tratados, y autores y obras soslayados a pesar de tener al menos una relevancia semejante a los estudiados en los trabajos clásicos de Hugo Rodríguez-Alcalá, Francisco Pérez-Maricevich, Roque Vallejos y Raúl Amaral (Las referencias se encuentran al final del artículo, pág. 126). Sus obras críticas si­guen siendo una referencia para los estudios posteriores, pero han venido ampliándose sucesivamente2.

Sin embargo, por regla general, las investigaciones sobre narrativa paraguaya han elegido el libro publicado como único objeto de estudio, obviando la revista como medio de publicación literaria. Mientras en poesía se han editado obras y antologías partiendo de las crea­ciones de un autor aparecidas en revistas periódicas, en narrativa no se han tomado en cuenta, lo cual ha dejado una laguna importante. Solamente algunas antologías han dado a la luz relatos publicados en revistas, como es el caso de “El abogado” de Vicente Lamas, publicado en la revista argentina Leoplán en 1934 (Pérez-Maricevich, 1988, 45-56). Por esta razón, este trabajo trazará una visión concreta del tema para fijar la importancia de la revista en la difusión y edición de las narraciones para­guayas, fijándose de manera peculiar en el primer tercio del siglo XX.

 

LA NARRATIVA EN LAS PRIMERAS PUBLICACIONES LITERA­RIAS PARAGUAYAS

Con la creación de la Imprenta Nacional en 1845 surgieron las primeras publicaciones paraguayas, to­das ellas periódicas, desde la independencia del país en 1811. Los primeros testimonios narrativos paraguayos se hallan en la revista La Aurora (1860-61). Durante el gobierno de Carlos Antonio López (1842-1862) la instrucción pública se convirtió en un objetivo para el progreso de la nación, semejante al tecnológico. La Au­rora surgió de la mano del maestro español Ildefonso A. Bermejo, contratado en 1853 por el gobierno, y en ella hallamos los primigenios testimonios de la litera­tura nacional. De hecho, para Raúl Amaral, su impor­tancia radica en que “representa el punto de partida del romanticismo paraguayo” (1984, 37). Su impulso permitió la edición de la primera novela corta paragua­ya, Prima noche de una familia de Eugenio Bogado. Y en la propia revista, además de las crónicas larrescas, periodismo de costumbres, impulsadas por el propio Bermejo en la columna “El pobrecito censor”, hay algu­nos relatos extranjeros. El filogalicismo de los alumnos, importado desde Buenos Aires, frente al hispanismo de Bermejo, se manifiesta en el número 4, donde hallamos la traducción de un cuento francés folletinesco de autor desconocido titulado “Magdalena”, realizada por J. B. González, que más bien parece el resumen de otro rela­to más extenso. Pero hay un relato original, publicado en dos partes: “Dos horas en compañía de un loco” (nº 11 y 12). Su autor firmó con las siglas DLT, y hasta la fe­cha no se ha podido determinar cuál es su nombre real; ni siquiera sabemos si se trata de un relato escrito por un autor paraguayo. En él se emplean términos poco habituales en el español paraguayo, pero ello no signi­ fica que Bermejo no pudiera haberlos incorporado al léxico de sus alumnos: palabras como hacienda o cortijo no se utilizan en Paraguay, pero sí en regiones españolas como Andalucía. Así, se podría pensar en una posible autoría española, o del propio Bermejo, hecho que se verifica aún más cuando se observa que el léxico y la sintaxis empleados se acercan a otros artículos suyos. Lo cierto es que “Dos horas en compañía de un loco” es un relato fantástico simbolista puramente decimonónico, y uno de los primeros cuentos de la literatura paraguaya que se conocen.

A La Aurora le seguirán cuatro revistas propagandís­ticas de la guerra de la Triple Alianza (1864-1870): Ca­bichuí, El Cacique Lambaré, La Estrella y El Centinela. Junto a la soflama bélica, muestras de literatura patrió­tica de aliento para la batalla, hay pequeñas narracio­nes de sucesos e invenciones, la mayor parte anónimas, para aumentar la moral de los soldados y de la nación. Una publicada en Cabichu’ í se ha considerado relato de ficción: “Ramona Martínez”. Sin embargo, es una lar­ga noticia, cuya inverosimilitud bien podría hacernos pensar en una ficción, donde el redactor contaba un episodio ocurrido en la realidad durante la guerra con el fin de animar a los paraguayos e infundirles un valor que en esos momentos de huida a Cerro Corá, último refugio de las tropas paraguayas en 1870. Ramona era una heroína quinceañera superviviente de la contienda que peleó hasta llegar al lugar donde murió el mariscal López.

A partir de 1870, después de la contienda, la prensa fue el medio de publicación de algunas narraciones pa­raguayas. Así, Diógenes Decoud publicó el primer rela­to que se conoce tras la guerra de la Triple Alianza, “El Indio Errante”, en el periódico La Reforma en 1882 (nº 289) y José de la Cruz Ayala su relato “Leyenda Gua­raní” en el diario La Democracia (4 de septiembre de 1885) así hasta llegar al gran impulsor de la narrativa social en Paraguay, Rafael Barrett, con sus escritos y relatos publicados en Germinal en la primera década del siglo XX. La creación del Ateneo Paraguayo en 1883 supuso un impulso para la creación con su Revista del Ateneo Paraguayo3, así como los suplementos y separatas editadas. Por citar un ejemplo, en el segundo número se publicó la “Leyenda Guaraní” de José de la Cruz Ayala, dos años antes que en el periódico La Democracia4. La Revista del Instituto Paraguayo publicó algunas narra­ciones, e incluso por entregas la traducción de la novela americana Camire de Florian, en traducción de Gaspar Zavakt de Zamora de 1811, entre una multitud de cró­nicas históricas sobre la guerra de la Triple Alianza.

Desde 1910 la publicación literaria se incrementa. Vi­riato Díaz Pérez llega en 1906 a Paraguay y en 1913 crea La Revista Paraguaya, donde publica reseñas de obras. Aquí incluirá en 1927 “Los dos creyentes de Hieraim”, una ficción sobre la religión y la diferencia ideológica con la hipocresía del poder. Otra revista con algunos relatos fue Crónica (1913), enclavada dentro de las co­rrientes modernistas. De esta forma, Fortunato Toran­zos Bardel se considera primer gran creador del cuento modernista paraguayo dentro del país desde la revista Los Sucesos, con relatos como “La odalisca” y “Rollinat”, ambos publicados en 1907, y más tarde en la susodi­cha Crónica, que no fue una revista donde destacara la publicación de narraciones, pero sí encontramos en sus números fragmentos o relatos de Leopoldo Centurión (1893-1922) —quien tenía novelas proyectadas con los títulos de El árbol muerto y La ciudad gris, que no sabe­mos si llegó a terminar, ni siquiera a escribir— y Roque Capece Faraone (1894-1928), quien publicó en 1913 un fragmento de una novela posiblemente inacabada que tituló La residenta y el relato fantástico “La máscara del Boulevard”. Ambos intentaron un desapego temático del americanismo y el mundonovismo literario en auge acercándose al estilo europeo de la época.

Los años veinte supusieron un impulso para la cultu­ra paraguaya, como demuestra Rubén Bareiro Saguier (1987, 65-75). Entre las manifestaciones literarias es decisiva la aportación de la revista Juventud (1923-27), considerada pieza clave para un segundo momento del Modernismo paraguayo por Raúl Amaral (1982, 7-25). Su diversidad de contenidos y su atención preferente ha­cia la poesía y el artículo ensayístico, no deben solapar la existencia de un nutrido núcleo de cuentos breves. Eudoro Acosta publicó en ella cuatro de sus mejores cuentos: “El desquite (cuento nacional)” (nº 22), “El hombre de honor” (31), “El desquite de Guaicurú” (37), y “Cigarro-Mí (cuento nacional)” (44-45). Son relatos legendarios, costumbristas o históricos recogidos con posterioridad en sus dos libros publicados, Cuentos na­cionales y Corazón de raído. El autor argentino Leopoldo Díaz incluyó una recreación del pasado titulada “Vio­letas a la memoria de Pancha Garmendia” (nº 41), Jor­ge Báez el relato histórico “La leyenda. Un banquete homérico en el último vivac” (47-48-49) y el legenda­rio “El guardián de su tesoro” (54) y Milner R. Torres rememoró la trágica historia de un mito paraguayo, el pombero5, con “La tristeza del pombero (cuento nacio­nal)”. Darío Gómez Serrato incluyó el relato poético “Leyenda de los ojos negros” (41), mientras Natalicio González seguía recordándonos la vida nacional en “Los elementos” (66). El drama cotidiano estuvo pre­sente en Arturo Alsina, “La herencia de los inmortales” (71), cargando de fuerza dramática en los diálogos, “La vida del recuerdo” (60) de Juan Felipe Bazán, y “La pa­rábola del anciano” de Hérib Campos Cervera (padre, 82). También está presente en la revista el folletín de Lucio. F. Mendonça, con “Horas breves” (nº 33), un relato sobre las desdichas de una vida adversa. La parte social está visible en Rafael Oddone (“Misterios”, 41; “Visiones trágicas”, 69). Muy interesantes son “Del yer­mo de mi alma” de Manuel Barrios (34) y “Cosas de domingo” (66) de Carlos Codas, donde el costumbris­mo da paso a la dicotomía entre campo y ciudad.

Las historias sentimentales tuvieron cabida con “El último amor de la pecadora” (40) de Rafael Almei­da, “La vuelta” (57-58) y “A través de un alma” (61) de Leopoldo Centurión, Juan Manuel Frutos Pane con “Prosas románticas” (40), J. B. Otaño (hijo) (“Mª de la Cruz”, 25), Juan Carlos Moreno (“Flores asesinas”, 66), y Rafael Frontaura (“La leona. Relato chileno”, 50). Una muy destacable fue “Lentamente…” de Andrés La­brano (nº 29), donde trata la frustración de una mujer ambiciosa tras su matrimonio. Ese sentimiento mora­lista reaparece en Miguel González Medina, con “Eva” (32), “El poema imposible, cuento que fue una historia” (51), “La pálida” (55), “El accidente de Chamberí” (59) y “Otros párrafos de carta” (66). También pervive la sátira, en el cuento “El señor diablo” de Vicente Cabrera Cardús (nº 1).

Muy importante es la aparición como narradora de Josefina Pla, con sus relatos “El arbolito” (69) y “La sombra del maestro” (71). Representa la adopción de un realismo más crudo junto al de Carlos Zubizarre­ta (“El sacrificio”, 22; “El diez y nueve colorado”, 26). Sumamos a ellos un autor con renombre dentro de la literatura paraguaya como es José Rodríguez Alcalá con el cuento titulado “Un sollozo en el crepúsculo”, publi­cado en dos partes en los números 44 y 45 de Juventud, y “La arrogancia del Supremo” (nº 57-58), relato sobre la dictadura de Francia.

Juventud, con el conjunto de autores cuya labor se interrumpió con la preguerra del Chaco, consolidó el intento narrativo más importante del Paraguay. Sin em­bargo, unos meses antes de su aparición en 1923 surgió la única publicación anterior a 1930 dedicada exclusiva­mente a este género: La Novela Paraguaya.

 

LA NOVELA PARAGUAYA

En 1922 nació esta revista como vehículo de publi­cación y promoción de la narrativa paraguaya. Significó un aliento para la ficción en prosa ante la carencia de editoriales y de una industria del libro, incluyendo la artesanal. Sin embargo, esta revista demuestra que se escribían historias de ficción en prosa, aunque tuvieran o no la oportunidad de ver la luz, lo que implica la caída de una idea preconcebida sobre el género en Paraguay: la inexistencia de trabajos. La Novela Paraguaya abrió la puerta a la posibilidad de que algunas narraciones escritas salieran de los cajones de los autores y se hi­cieran públicas. Sin embargo, sigue siendo un misterio las razones por las que no se han valorado sus conte­nidos de autores borrados de las historias literarias pa­raguayas, que, sin embargo, existieron y hasta algunos resultaron interesantes a pesar de no lograr influir en la producción paraguaya del momento y menos aún en la posterior a la revista. Las únicas referencias existentes en la historiografía literaria del país, apuntes de Pérez- Maricevich, le restan importancia y hacen mención a sus argumentos variopintos, folletinescos y de calidad desigual (1983, 163). La omisión de su cita por parte de Hugo Rodríguez Alcalá y de Teresa Méndez-Faith en su historia y su diccionario respectivamente, nos abrían un interrogante: ¿las narraciones publicadas merecían la pena realmente o su ausencia se debe a la falta de localización de sus ejemplares?

Señala Pérez-Maricevich que La Novela Paraguaya fue “la única empresa de su género en nuestro país” durante aquellos años. Su primer número es de fecha 15 de diciembre de 1922. De salida quincenal, se editó ininterrumpidamente hasta la segunda quincena de oc­tubre de 1923 por la editorial Aurora. Estableció un sis­tema de suscripciones y sus primeros directores fueron argentinos residentes en Paraguay: Silvio B. Mondazzi y Casimiro González Trilla. Dieron a la luz un total de dieciocho números de narraciones que marcan el naci­miento de la conciencia narrativa en el Paraguay.

La novela paraguaya demuestra la existencia de in­quietudes literarias en Paraguay como para acoger en su seno el desarrollo de la narrativa de manera semejante a sus países vecinos. Eran iniciativas individuales, pero en cierta medida existía un problema previo en el país: la narrativa de ficción se concebía como un arte secun­dario, mientras que la poesía y el ensayo, casi siempre historiográfico, ocupaban un lugar preferencial. Señala Pérez-Maricevich que los relatos publicados eran cuen­tos más o menos extensos y de corte folletinesco. Añade que muchos de los autores de la revista eran extranjeros, como lo eran también sus directores, lo cual apoya la tesis de Hugo Rodríguez-Alcalá acerca de que el alum­bramiento de la narrativa en Paraguay estuvo en manos de autores extranjeros, aunque él restringiera los nom­bres a José Rodríguez Alcalá, Martín de Goycoechea Menéndez (ambos argentinos) y Rafael Barrett (espa­ñol). Señala el crítico que su paisaje estético es “deso­ladoramente escueto y de una mediocridad irritante” (1983, 186-87). En realidad, según él, los cuentos de esta publicación presentan una clara influencia del fo­lletín de Eugene Sué y del colombiano José María Var­gas Vila, con una temática de amores desgraciados y un moralismo crítico de la conducta social, a lo que añadi­mos que ambos eran autores de moda por aquellos años. Pérez-Maricevich rubrica su examen indicando la falta de algún autor de relieve y que solamente Rafael Oddo­ne, Miguel González Medina y David de Valladares, lo­gran construir algunos relatos medianamente legibles, aunque con rigidez argumental y desorden estructural. Esta opinión crítica negativa nos obliga al examen ínte­gro de toda la colección para responder a una pregunta que va más allá de cualquier valoración cualitativa: ¿qué narrativa escribían y leían los paraguayos a principios de la década de los años veinte del siglo pasado?


CONTENIDO DE LA NOVELA PARAGUAYA

Normalmente, el primer número de las revistas o co­lecciones editoriales contiene casi siempre una declara­ción programática y de intenciones. En La novela para­guaya nos aclarará su sentido en la sociedad paraguaya de la época: “Un anhelo desde mucho tiempo atrás gestado nos trajo a este generoso país hermano lleno de belle­zas.

Es así como hoy, después de una breve estadía, te entregamos la primera de nuestras obras con la edición de LA NOVELA PARAGUAYA, princi­pio ésta de un plan de acción que con el tiempo, iremos realizando poco a poco.

No contamos con más estímulo que nuestro pro­pio esfuerzo y la benevolencia de aquellos espíritus que no viven solo de pan, para llevar adelante esta empresa de vinculación espiritual entre el PARA­GUAY y todos los demás países sudamericanos, haciendo, que sus intelectuales, los que escriben, piensan y sueñan sean conocidos y apreciados por sus hermanos de América, creando así, los verda­deros fuertes vínculos de sana amistad que han de unir a nuestros pueblos, vínculos sinceros éstos que en vano pretenden crear las pomposas embajadas diplomáticas.

LA NOVELA PARAGUAYA, pequeña como to­das las semillas, abre generosamente sus páginas a todos los escritores.

Queremos que el pueblo vaya al pueblo. Que se siembren las ideas y la belleza cultivando nuestros jardines y, sobre todo, que en los sanos corazones de los sudamericanos, viva siempre latente la idea de que América del Sud ha de ser, en un futuro no muy lejano, el crisol donde ha de plasmarse la Humanidad del porvenir con el aporte de todas las razas y pueblos del planeta” (Nº 1, p. 5 de La novela paraguaya, Asunción, Editorial Aurora, 15 de diciembre de 1922).

Los editores parten de un planteamiento: paname­ricanismo literario, voluntad de pervivencia con plani­ficación, enraizamiento y alineamiento de los autores paraguayos con el resto de América, carácter abierto, semillas literarias para un pueblo lector (expansión li­teraria y función pedagógica), y cosmopolitismo. ¿No suena en cierta medida a los deseos de los modernistas? Pero dado que la referencia es específica en el género na­rrativo, supone un salto cualitativo para la literatura pa­raguaya. Por tanto, el examen nos debe conducir a una pregunta: ¿sería una revista anacrónica o al menos de corrientes tardías? Si examinamos las obras paraguayas escritas durante esos años, como Aurora (1920) de Juan Stefanich o Don Inca de Ercilia López de Blomberg (según Raúl Amaral, novela de 1920 escrita en Buenos Aires), cabe afirmar que las novelas publicadas en La novela paraguaya pertenecen al modelo de lecturas ha­bituales de la población. Responden al realismo popular en boga, a veces reivindicativos dado el carácter izquier­dista de los directores, con aires heredados del folletín en la mayor parte de los casos, pero también con un deseo, a veces conseguido, de actualización y moderni­zación o de expresión ficcional pura no siempre evasiva o catártica. Paraguay no posee en esos momentos re­novadores como los argentinos Macedonio Fernández u Oliverio Girando, pero los escasos lectores medio paraguayos no leían creaciones tan alejadas de las pre­ferencias editoriales de sus países vecinos. Y a ellos iba dirigida La novela paraguaya. Cabe también añadir un dato que demuestra un sentimiento nada endogámico en su distribución: se vendía en Buenos Aires, lo que da cuenta del deseo de apertura de sus directores, alejados de la autocomplacencia onfálica del periodismo cultu­ral paraguayo sin deseos de expansión.

Los editores informaron en el segundo número de la distribución de cinco mil ejemplares, lo cual resulta di­fícil de creer. No eran pocos y podrían haber exagerado el total de la tirada. Agradecían la acogida de la revista, y anunciaban la venta en el exterior del país, con precio incluido, lo cual da cuenta de la voluntad panamerica­na argüida en la declaración de principios. También se advertía, siguiendo a un poema de Evaristo Carriego, la aparición de un semanario ilustrado de actualidad, Aurora.

A pesar de estar dedicada a la narración, en la pu­blicación se incluyeron poemas de manera aislada. Es el caso del número tres, donde aparecen composicio­nes de Emilio Prats Gill y Alejandro Guanes de carác­ter modernista, y en otros posteriores, de Pablo Max Ynsfrán (6). El número cinco se retrasó dos meses, y no vio la luz hasta la primera quincena de abril por la enfermedad del director. También se anunciaba en él que el nuevo editor de la revista iba a ser Manuel Blin­der. Sabemos que el sistema preferente de ventas era la suscripción, como revela un recuadro de este número donde se avisa a los “agentes” morosos para que acudan a administración a regularizar sus cuotas para evitar fi­gurar en la lista que aparecerá en el siguiente número, lo que da indicios de los problemas económicos que pudo arrastrar la revista o simplemente de la informalidad de sus suscriptores. Sin embargo, posee una amplitud de miras literarias subrayada por la convocatoria en la revista de un concurso de cuentos infantiles, cuyo gana­dor será publicado de manera bimensual, estableciendo dotaciones en metálico para los tres primeros premios. No era la única atención a los niños, porque también se incluye un concurso de una viñeta para colorear. Objetivos claros pedagógicos para atraer a la infancia hacia las letras. También se añade un artículo, “Cola­boración femenina”, que ensalza a la mujer: la dirección de la revista sabía que a la espera estaban las numerosas lectoras potenciales. Así, La Novela Paraguaya adquiere la condición de impulsora de la lectura; no es solo un contenedor de creaciones.

Veamos su contenido dividiéndolo en virtud de sus vertientes narrativas.

 

TRAGEDIAS PARAGUAYAS Y HERENCIAS DEL FOLLETÍN

La primera obra publicada es El dolor guaraní de José D. Miranda (1). Este trabajo se abre, como otros de los publicados, con una referencia biobibliográfica del au­tor, por lo que conocemos así su dedicación literaria. Miranda era paraguayo, de la localidad de Caraguatay, y en el momento de la publicación tenía veinticinco años. Corresponsal del diario La Prensa en Concep­ción y luego jefe de redacción del mismo, fue víctima de un intento de homicidio por parte de dos tenientes del ejército justificándose en que les había agraviado en sus artículos. A cambio, tras el hecho frustrado, obtu­vo el apoyo de la intelectualidad local por su defensa de la libertad de pensamiento. La novela se ambienta al final de la guerra de la Triple Alianza, aunque no conste directamente el dato pero el lector lo adivina. El protagonista, José María, regresa a Concepción des­pués de haber luchado con crudeza en las batallas de Humaitá y Paraguarí. Espera reencontrar a su amada Mercedes, la cual ha sufrido desdichas a manos de los crueles montoneros. Una vieja le vaticina un mal agüe­ro: ella le ha olvidado desde ese episodio y ahora “farrea con todos los que le dan plata” (p. 11). Como advierte el narrador al principio de la tercera parte, “poco tiempo duraron aquellos amores”, modo habitual anticipador de la estrategia narrativa del folletín trágico, además de la estructura tripartita, los amoríos no correspondidos, ambientes oscuros entre la pureza de los sentimientos, los daños morales, y la tragedia permanente, sobre todo en el desenlace. Es el tema del retorno dramático del héroe a su hogar después de la guerra, signo odiseico, para contemplar la pérdida de la amada. Sin embargo, es muy interesante y barrettiana la referencia social a la explotación en los yerbales: el universo de la esclavitud y la violencia de donde resulta imposible escapar. “¡Es el destino!”, exclama Zacarías, el compañero de José Ma­ría, en la última frase del texto.

En el número tres se publica la novela corta de uno de los narradores más nombrados de la época, de quien también se incluyeron relatos en la revista Juventud. Es Milner R. Torres y el relato se titula Una noble vengan­ za. Nacido en Luque, tenía veinte años cuando publicó esta novela corta, hecho apreciado en el tono juvenil y en la incoherencia de algunas situaciones. El protago­nista Andrés regresa a las Misiones después de haber emigrado a Asunción tres años antes. Y como en El do­lor guaraní de Miranda, se topa con su amor, Antonia, casada con otro hombre. Intenta reconquistarla con to­dos sus medios, incluyendo el rapto, pero el padre se opone e inicia su persecución. La historia acaba bien y con la pureza de los amantes como conclusión. Nada de huida a la esclavitud y violencia de los yerbales: el amor consumado delatará la bondad y pureza de los perso­najes y su victoria sobre la adversidad familiar, social y física. En este número tres aparece además un cuento breve titulado “La niña que murió por una muñeca”, también folletinesco, firmado por las siglas E. L., au­tor del que todavía no hemos podido conocer aún su identidad.

En el cuarto número hallamos una drama narrativi­zado: “El mal en su propia llaga” de Augusto F. Salo­moni, autor desconocido aunque sabemos que era pa­raguayo. Es un melodrama donde un padre, hombre culto y dedicado a analizar el alma humana, revela su hipocresía moral de la burguesía de la época porque mientras escribe libros sobre la corrupción social, su hijo es fruto de una relación adúltera. Más interesante es el cuento largo de este número titulado “El que no pudo olvidar” de Antonio Laconich (hijo), nacido en Asunción en 1902 y fallecido en 1983. Es una incursión narrativa de quien años más tarde sería un historiador relevante en el país6. Es otra historia romántica de amor desdichado y perturbado por turbulencias y obstáculos de otros hombres, aunque los sucesos se olviden porque son moralmente “incorrectos”.

En el quinto número figura un cuento amoroso del director Silvio B. Mondazzi, titulado “Por una y otra eternidad”: la historia de una muchacha, Ruth, y el amor imposible con Roudy. Pero un rayo los mata y así se unen para siempre en la eternidad. En estos tér­minos discurre la narración de O. L. Trespailhie, autor argentino nacido en 1891 que ejerció como maestro en la localidad paraguaya de Villarrica7. La obra se titula Todo un hombre (6) y trata de un extranjero misterioso, Alfredo Fuchs, que recae en una aldea, San Esculafio. Observa la mojigata vida local y la hipócrita moral im­perante. Las viejas lugareñas lo consideran un hereje, las muchachas de salvaje y los mozos un tacaño. Intere­sante relato por la dificultad que la sociedad pone a una pareja feliz, con un sistema narrativo que bien podría considerarse como antecedente de las obras de Gabriel Casaccia, sobre todo La Babosa porque posiblemente el autor estaría retratando su experiencia personal en Villarrica. Sin embargo, su desenlace es propio del fo­lletín: culmina con el adulterio y la huida solitaria del protagonista.

Otro autor paraguayo, Severino Quidiello, nos ofre­ce una historia sentimental lacrimógena titulada Un amor como muchos, en el número doce, de julio de 1923. El hombre sufre la indiferencia de su amada, pero ella ha enloquecido con el paso del tiempo, todo narrado en un lenguaje estridente y con situaciones románticas pre­visibles. En el número catorce encontramos otra novela romántica titulada María Antonia de Dionisio Cantié, con amores desdichados y final trágico y moralista so­bre el tema de la libre elección de la mujer, con un plan­teamiento ingenuo.

En el décimo número se publica el relato “¡Lágrimas!” de Carlos Daumás, hombre socialmente distinguido en Paraguay, narración moral que de nuevo muestra la necesidad de extirpar la inmoralidad social y corregir costumbres “descarriadas”. Luis Alberto y Amalia, de origen italiano y fértiles ganaderos rurales, se aman y se casan, pero él emigra a Asunción y acaba corrompido engañando a enfermos a causa de su abrazo al ateísmo. La ciudad es vista como un demonio frente a la pureza de la vida rural, visión que perdurara en la narrativa paraguaya durante muchas décadas.

Flor de Zarzal de F. Martínez Benítez, otro joven au­tor paraguayo, apareció en el número dieciséis. El ar­gumento es plenamente sentimental: Dora Silva huye del hogar paterno para irse a vivir con Óscar Green, su “sueño dorado”. Pero al año de casarse Óscar ya no es un modélico marido y sus ausencias son cada vez más frecuentes. La tragedia final es una consecuencia moral del adulterio cometido. En el número diecisiete, vuelve a aparecer una novela sentimental de Milner R. Torres titulada Las vidas truncas. Es otro drama romántico trá­gico con un final exterminador de los amores frustra­dos de Carmen y Manuel. Y en el número dieciocho se publicó la novela Un hombre de R. Candia de la Mora8, historia trágica, pero no de drama sentimental, ni vidas truncas por la tragedia y los amores imposibles: estamos ante la historia de un huérfano, residente en un orfana­to al cuidado de monjas, al que el ambiente determina su futuro. Sin embargo, el determinismo deriva hacia lo social, con la venganza contra el patrón que ha llevado a la ruina a la familia, demostrando el influjo del natu­ralismo. La reminiscencia metafórica hacia el cinemató­grafo, como comparación con un sueño, da dimensión de modernidad al relato y de ser plenamente actual para la época.

 

REGIONALISMO: FOLCLORISMO, PAISAJISMO E HISTORI­CISMO

En el segundo número, no comentado por Pérez-Ma­ricevich, aparecen dos relatos: La virtud de la selva de J. V. Navarro, novela corta, y el cuento “El Mosquito” de Rosicrán, el conocido Narciso R. Colmán, recopilador de leyendas en guaraní y autor muy popular durante aquellos años. El primero era argentino, aunque el re­lato se ubicaba dentro del contexto de un viaje desde Buenos Aires a Asunción por el Paraná, con las peripe­cias desgraciadas de una mujer, Angélica. El relato de Rosicrán en realidad es una traducción del poeta Fa­cundo Recalde de un texto original en guaraní. Cuenta la historia del cacique Caracha y su primogénito Ñati’u (“mosquito” en guaraní), joven sin rival en todo, some­tido a un mal agüero por el que atenta contra su madre y al final acaba purgando sus culpas. Muy alecciona­dora historia, lineal y llena de elementos de la natura­leza que adquieren carácter mitológico, posee ritmo y demuestra el poder que alcanzó la fabulación guaraní durante estos años de la mano de Rosicrán.

La rúbrica del número tres es un cuento de Eudoro Acosta, después incluido en sus Cuentos Nacionales, ti­tulado “La caída de Yacy-Yateré”, la leyenda indígena de la época de la conquista española, y las circunstancias por las que este personaje mitológico vagará errante e inmortal por las selvas paraguayas durante toda la eter­nidad9. La narración histórica legendaria continúa su camino en el número dieciséis con la novela Entre dos fuegos de J.B. Otaño (hijo). Subtitulada “Leyenda gua­raní” es la típica historia de los amores del conquistador español con la indígena durante la conquista del Ca­nindeyú. Al final mueren después de la batalla entre sus pueblos, curiosa y simbólicamente él de un disparo de arcabuz y ella a causa de una flecha. Final mítico para una novela romántica de raíz histórica.

El interés por la polémica sobre la figura del dictador Francia provocó la publicación de la primera parte de la novela Veinte años en un calabozo, escrita por el federa­lista argentino Ramón Gill Navarro, editada en 1863. La obra revelaba el despotismo del dictador Francia al mostrar a unas víctimas santafesinas de su represión. Tenía sentido su publicación en el marco de cuestio­namiento o defensa comprensiva, según el caso, de la dictadura del Supremo10. También podemos considerar histórica, aunque en realidad sea prosa de circunstan­cias, el relato del séptimo número, “Los estudiantes del colegio” (pp. 23-29), firmado por Charles Frutos. Cu­riosamente dedicado al novecentista Manuel Domín­ guez, es una crónica entre la realidad y la ficción de la llegada de los jóvenes del interior a estudiar al Colegio Nacional, institución muy valorada por el narrador. El relato es una exposición de vivencia más que historia de ficción.

 

SÁTIRA SOCIAL

En el número cinco, aparece El saco nuevo del joven paraguayo Luis Álvarez: la historia de las hijas de Tran­quilino Tranquilini tras su muerte y sus matrimonios respectivos bajo la supervisión social de doña Clori, la madre. Es un relato infantil, deshilvanado, aunque en ocasiones se advierte que podría esconderse un futuro buen autor en el uso de la sátira y el humor para ri­diculizar la ética de una alta familia paraguaya. Otra sátira social la encontramos en el número trece: Doña del Rosario Garcete. Viuda de Sampayo da Silva Carneiro de J. V. Navarro, que ya había publicado La virtud de la selva en el segundo número. Mientras aquel relato era romántico, este es satírico, con una curiosa variación tipográfica de la portada de la revista, caricaturesca, en lugar de la fotografía del autor como en el resto de números. Empieza con una conferencia donde se afir­ma que Cristóbal Colón era un español de Pontevedra. De ahí el narrador entra en su aventura con Remedios. Ella le presenta a su madre, mujer de ciento veinte kilos bastante insoportable, viuda, de un marido “guerrero del Paraguay con tres cruces; dos por méritos de gue­rra, y otra cruz, la del matrimonio, también por méritos de guerra”. La historia de doña Rosario está llena de absurdos disparates y personajes grotescos. Por tanto, discurren en paralelo dos argumentos convergentes: la caricaturesca historia del conferenciante Rafael Calza­da y sus teorías sobre Colón y la misógina historia de doña Rosario. La comicidad provoca que sea una novela corta que escapa de la línea habitual de la revista.

 

RELATO SOCIAL Y POLÍTICO

A lo largo de la vida de la revista aumenta el interés por el relato social. El padre de la narrativa social en Paraguay, Rafael Barrett, incluye su artículo antimilita­rista “Revoluciones” en el número diez, contra el caudi­llismo. Destinado a mover las conciencias a favor de la convivencia, da un empuje a las ideas democráticas en Paraguay, al menos en lo teórico y en lo político. Como rúbrica del número seis, se incluye un relato del perio­dista uruguayo que fue redactor de la revista Bohemia y Vida Nueva en 1908, Leoncio Laso de la Vega, titulado “El martillo”. Es una narración sobre una huelga mi­nera contada por un herrero que acaba siendo víctima durante la misma.

En el número siete aparece una de las novelas más destacables: El loco de la celda nº 6 de Miguel Gon­zález Medina.11. Podemos considerarla una novela so­cial, pero como matices por el argumento romántico de amores imposibles por culpa del entorno. En el argumento, Luisito Picón, vuelve a Asunción una vez licenciado en París, bajo una fuerte repercusión social y mediática, descubriéndose la mezquindad de la socie­dad capitalina paraguaya. Los salones de lujo, el vals, la vida de la clase alta, quedan ridiculizados por el autor continuamente, para valorar la autenticidad por encima de las costumbres regidas por el interés material. Lla­man la atención las afirmaciones políticas (“las luchas políticas en el Paraguay suelen tener una característica: la turbulencia”), culminadas con el fracaso profesional de Luisito, paralelo al de una sociedad incapaz de ges­tionarse. El final se sale de los tópicos y queda como advertencia: el Paraguay es un país dividido en bandos irreconciliables. En general, es una obra apreciable que da testimonio de aspectos de la vida pública paraguaya, como la importancia de la prensa, así como por su hu­mor y la sátira.

Otro relato social es de un autor montevideano F. D. Rodríguez (número 11): La linterna de Diógenes, subtitulada Veinte años en un calabozo12. Ubicado ini­cialmente en Cádiz, es la historia de un joven educado con los jesuitas que no consigue continuar su carrera musical en Buenos Aires y acaba como operario de una fábrica. Impide el intento de violación de la hija de su amigo Juan por parte del patrón provocando la rebelión de los obreros, reprimida por la policía. El mensaje de la novela se sintetiza en que el mundo es falsario y el sistema social está fundado sobre el egoísmo y la falta de solidaridad. En el número décimo aparece “Vengan­za” de Rafael Oddone, un relato social donde un padre venga la ignominiosa muerte de su hija, despechada por el poderoso Rogelio González.

En el número quince encontramos el relato más co­herente de La novela paraguaya: Los cuervos de Icaria de Carlos Frutos, quien como Charles Frutos había publicado “Los estudiantes del colegio” en el número siete13. Los cuervos de Icaria es una metáfora política. Una distopía, puesto que la acción se sitúa en una isla de la Polinesia entre Hawai y Australia, la isla Barbary. Pero en realidad Barbary coincide con los rasgos del Paraguay: permanece aislada, es refractaria a las ideas y al progreso, está repleta de caudillos y disputas po­líticas a pesar de ser una tierra fértil y un bello país con montañas que encierran tesoros. Un inglés, White, hombre de ciencia avanzado, visita la república para lo­grar entender la mentalidad de este pueblo “extraño y misterioso”. Revela que descendía de una raza “mansa y trabajadora, fuerte y poderosa”, que hoy se había con­vertido en “feroz y haragana”, y antes hacía honor al tra­bajo pero ahora lo hace a la rapiña, una dura valoración del autor hacia sus compatriotas. Un grupo de jóvenes forma una secta, trasunto de un partido político: “Los cuervos de Icaria”, que en guaraní significa “Los pro­fetas de los carneros”. Mientras tanto, en nombre de la libertad se van sucediendo caudillos que van hundiendo cada vez más la vida de la isla, hasta adquirir apariencia de democracia formal con división de poderes, pero en realidad ser una dictadura encubierta donde gobierna un sátrapa. “Los cuervos de Icaria” llegan al poder, y nada cambia. La parábola de Barbary, por su nombre patria de la barbarie, es la vida política paraguaya, con una sociedad dividida entre “parásitos”, gobernantes y “trabajadores”. Cada gobernante alcanza el mismo des­tino que su antecesor: es depuesto. Así, el autor aboga por el ideal de progreso y de una limpieza regenerativa de la vida política paraguaya; la tolerancia como medio para un avance con estabilidad. Sin embargo, el irónico desenlace revela la falta de confianza del autor hacia la posibilidad de lograr esta verdadera democracia y un escepticismo atroz. La salida ofrecida es el exilio, única manera en que un ser civilizado puede escapar de la barbarie de la isla. La trama alegórica retoma la novela política paraguaya de cuartelazos y trincheras cultivada por Juan Stefanich con Aurora, en 1920 y Horas trági­cas. Prosas de paz y de dolor.

La novela corta Gavilanes o palomas de David de Va­lladares, incluida en el número nueve, resume la estética de la mayor parte de novelas cortas publicadas en La Novela Paraguaya:

a) La trama es local y refleja las costumbres del am­biente.

b) Sencillez temática y argumental para permitir la comprensión de la vida social.

c) Protagonistas esquemáticos, sin complejidad.

d) Determinismo: al ambiente moldea al individuo.

e) Moralismo: intención de advertir sobre “prácticas peligrosas que llevan la intranquilidad y la zozobra al hogar paraguayo”. El autor pretende llegar a la novela de tesis y aplicar una advertencia de profilaxis social.

f) Utilitarismo: el autor se siente recompensado al prestar un servicio a su sociedad para mejorarla.

David de Valladares era un pseudónimo, según Pé­rez-Maricevich. Novela sobre el emigrante, sobre el ex­tranjero y su adaptación al nuevo entorno tras formar matrimonio con una mujer paraguaya, deriva desde el análisis social hacia la trama moralista cuando el hijo fruto de esta relación se introduce en círculos de in­moralidad y de vicio hasta precipitarse al fracaso y a la destrucción. El pobre emigrante de origen italiano que había labrado una placentera vida en el ámbito rural acaba contemplando a su hijo derrumbando su mundo al haber sido pervertido por las malas costumbres su­burbanas de Asunción. De nuevo asistimos al discurso de menosprecio de lo urbano y alabanza de la aldea: la ciudad es el ámbito de la corrupción y de la caída per­sonal, frente a la pureza humana del espacio rural. Muy ilustrativa es la advertencia a la juventud de los peligros de la política: los futuros hombres de estado deben evi­tar los vicios actuales y elegir la moralidad. Al final, se anuncia la preparación de una obra nueva del autor titulada Las Busconas. Nada sabemos de esta creación, pero no descartamos su existencia.

 

CONCLUSIÓN

Las narraciones de Juventud y La Novela Paraguaya rompen con la idea de la inexistencia y el escaso cultivo de la narrativa en Paraguay: sí que se escribía, pero no se publicaba por regla general. Ambas revistas representa­ron una oportunidad para la publicación y divulgación de trabajos de autores, sobre todo de los más jóvenes. Si examinamos la falta de editoriales y de un sistema de publicación en formato de libro en el país duran­te el primer tercio del siglo XX, la revista suponía la salida del cajón de numerosos textos que seguramente hubieran acabado olvidados, como de hecho acabaron muchos de los anunciados en La Novela Paraguaya. Por esta razón, su existencia nos permite apoyar la idea de que no podemos aventurarnos a señalar que la narra­tiva paraguaya fuera escasa en esta época, sino ajustar nuestra conclusión a nuestro desconocimiento de lo que realmente se pudo haber escrito y ha pasado al olvido al no ver la luz, sobre todo cuando nos llegan noticias de novelas que nunca vieron la luz, como es el caso de novelas de las que solo se conoce el título como Rodopia de Eloy Fariña Núñez, datada su escritura hacia 1912, o Trepadora de Federico García, de 1918. A la vista del fervor motivado por La Novela Paraguaya y de la canti­dad de relatos contenidos, el problema de Paraguay fue la edición y no la creación: ¿cómo publicar libros si no había editoriales ni posibilidades de editarlos?

Otra cuestión es el contenido, poco innovador gene­ralmente, sujeto a estrategias textuales del folletín al uso muy atractivo para el lector habitual del país, un lector poco exigente con las formas e interesado más en el fon­do de la situación real del país. Apreciaban el alto grado de sentimentalismo y lo trágico: el terror y la misericor­dia aristotélicos como forma de catarsis y fruición ante la vida cotidiana. Sin embargo, el tema social estuvo presente, de la misma manera que hay trabajos más re­levantes de lo que en principio se creía. No debemos despreciar estas narraciones porque son representativas de una época y de un conjunto de autores, desconoci­dos la mayoría. Juventud y La Novela Paraguaya dieron aire fresco a la narrativa y fueron una puerta abierta no desaprovechada en el futuro inmediato, pero rota a partir de la guerra del Chaco en 1932. Y centrándonos en La Novela Paraguaya, consideramos que es el prime­ro proyecto narrativo serio en el Paraguay de aquellos años veinte de progreso cultural. Convenía rescatar su contenido y así seguir completando el panorama histó­rico de las letras paraguayas: porque debemos continuar rellenando los huecos de su historiografía literaria.

 

REFERENCIAS

1 Por citar algunos ejemplos, y dejando al margen los trabajos sobre los autores renovadores de la narrativa paraguaya (Gabriel Casaccia y Augusto Roa Bastos) véanse como puntos de referencia contem­poráneos de la historiografía literaria paraguaya a Hugo Rodríguez- Alcalá: Historia de la literatura paraguaya. Asunción, Colegio San José, 1970; Roque Vallejos: La literatura paraguaya como expresión de la realidad nacional, Asunción, Editorial Don Bosco, 1970; Francisco Pérez-Maricevich: Diccionario de la literatura paraguaya.

I parte, Asunción, Biblioteca Colorados Contemporáneos, 1983; y Raúl Amaral: Escritos paraguayos: introducción a la cultura nacio­nal, Asunción, Mediterráneo, 1984.

2 Valgan como ejemplo: Teresa Méndez-Faith: Diccionario de la literatura paraguaya, Asunción, El Lector, 2008 (1ª edic. 1994); Mar Langa Pizarro: Guido Rodríguez Alcalá en el contexto de la na­rrativa histórica paraguaya, tesis doctoral, Universidad de Alicante 2001; o José Vicente Peiró Barco: “Introducción” a Carlos Villagra Marsal: Mancuello y la perdiz, Madrid, Cátedra, 1996; Artículos literarios (Asunción, Arandurâ, 2006) y La narrativa paraguaya actual (1980-1995), Asunción, Uninorte, 2006. A ello podemos añadir el número especial editado por el Centro de Estudios Mario Benedetti de la revista América Sin Nombre, titulado Revisiones de la literatura paraguaya, Alicante, 2003, coordinado por Mar Langa Pizarro y José Vicente Peiró Barco; así como las actas del congre­so celebrado en diciembre de 2003 en la Universidad de Alicante bajo la coordinación de Mar Langa Pizarro con el título de Dos orillas y un encuentro (Centro de Estudios Iberoamericanos Mario Benedetti, Universidad de Alicante, 2005). Dejamos para otro tra­bajo los estudios sobre un autor concreto.

3 Sobre la Revista del Ateneo Paraguayo, ver la ponencia de Rafael Recio, recogida en estas mismas actas, titulada “Revista del Ateneo Paraguayo: escaparate de un Roa inédito”.

4 José de la Cruz Ayala (Mbuyapey, Paraguay, 1863 – Entre Ríos, Argentina, (1892), conocido por el seudónimo periodístico de “Alón”, presentó esa “Leyenda guaraní” con tal título, que figura en fascículo segundo., p. 9, y cuyo título Pérez Acosta y Centurión modifican por “Leyenda del urutaú”, que no es el de la primera versión.

5 Dionisio M. González Torres: Folklore del Paraguay. Asunción, Servilibro, 2007.

6 Escribió en 1935 una novela histórica ambientada en la contienda del Chaco, con el pseudónimo de “Ivanhoe”, titulada El “ iris” de la paz o los mercaderes de Ginebra en el Chaco. Sus trabajos his­tóricos conocidos son El Paraguay mutilado y La paz del Chaco, publicado en Montevideo en 1939, porque tuvo que exiliarse tras el golpe liberal que derrocó el gobierno del coronel Rafael Franco, y Caudillos de la conquista, ya radicado en Buenos Aires, en 1948. En 1964 publicó La cuestión de límites en el Salto del Guairá y en 1976 El Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia, supremo dictador de la República del Paraguay. Destacó por ser un ardiente defensor de los derechos del Paraguay sobre el Chaco boreal. Un ejemplo más de narrador paraguayo en ciernes que acaba abandonando la ficción por la política y la historia… o la historia política más bien.

7 Es autor del tratado La odóstica: teoría física de los olores.

8 Parece que fue descendiente del prócer paraguayo de la indepen­dencia Fernando de la Mora, según testimonios orales recibidos.

9 Jasy Jateré (“fragmento de luna” en guaraní) es un personaje mi­tológico paraguayo que puede aparecer durante la siesta con trave­suras o maldades. Ver Dionisio M. González Torres, op. cit.

10 Manuel Domínguez incluye unas palabras previas en las que advierte que el ejemplar se encuentra en la biblioteca de Enrique Solano López, y la obra revela el despotismo de Gaspar Rodríguez de Francia y del mariscal López. Lastimosamente, el relato no llegó a terminar de publicarse porque desapareció La novela paraguaya, pero es muy interesante el testimonio en primera persona de unas víctimas de la dictadura de Francia por el hecho de ser argentinos de Santa Fe.

11 El autor fue un conocido liberal paraguayo, del que Carlos R. Centurión, en su Historia de las Letras Paraguayas, valoró que “cuando la pluma de González Medina se holgaba en expresar be­llezas, lo hacía con elegancia, y cuando, vibrante de colérica pa­sión, buscaba el corazón del adversario para asestarle mortal herida, parecía estoque de toledano acero, chispeante de filo, relumbro­so de agresividad. Así eran sus famosos editoriales de Vanguardia y de La Hora, órganos del “Centro Radical 9 de Julio”, apareci­dos en la Asunción en 1923 y 1925, respectivamente” (Buenos Aires, Ayacucho, 1951). Nacido en Caazapá en 1893 y fallecido en Asunción en 1928, firmaba sus artículos con los pseudónimos Froilán Padilla y J. León Castillo.

12 Fue actor de teatro que llegó a trabajar en Madrid, para acabar siendo maestro en el Paraguay y director de varios colegios, aunque su defensa de la causa de los maestros en la huelga general de 1920- 21 provocó su abandono de la vida pedagógica y su aislamiento consiguiente en Villarrica, en el interior paraguayo.

13 Nacido en Itauguá, en 1888, cursó estudios en el Colegio Nacional y en la Facultad de Derecho de la Asunción, donde ob­tuvo el grado de doctor. Participó desde su juventud en la prensa y en la política, y fue activo militante del Partido Liberal. Sus ten­dencias doctrinarias posteriores le inclinaron hacia el socialismo, hasta el punto de convertirse en uno de los precursores de las luchas obreras en el Paraguay. En el periodismo ejerció como redactor del diario asunceño La Tribuna. Compuso un drama, Para el amor no hay barreras (1918) y escribió dos novelas breves: Náufragos de la Vida y Los Cuervos de Icaria, la primera inédita y perdida. Frutos falleció en Asunción en 1926, lo cual truncó una carrera literaria previsiblemente lúcida.

 

BIBLIOGRAFÍA

a) Monografías

Amaral, Raúl (1982), El modernismo poético en el Paraguay (1901- 1916). Asunción, Alcándara, 2ª edición.

Amaral, Raúl (1984), Escritos paraguayos: introducción a la cultura nacional, Asunción, Mediterráneo.

Cardozo, Efraím (1985), Apuntes de historia cultural del Paraguay, Asunción, Litocolor.

Centurión, Carlos R. (1947), Historia de las Letras Paraguayas (Vol. I) Epoca Precursora, Epoca de Formacion. Buenos Aires, Ayacucho S.R.L.

Centurión, Carlos R. (1961), Historia de la cultura paraguaya, Asunción, Biblioteca Ortiz Guerrero (2 volúmenes).

Díaz-Pérez, Viriato (1980), Literatura del Paraguay. Volúmenes I y II, Palma de Mallorca, Luis Ripoll.

Langa Pizarro, Mar (2001), Guido Rodríguez Alcalá en el contexto de la narrativa histórica paraguaya, tesis doctoral, Universidad de Alicante.

Langa Pizarro, Mar – Peiró. José Vicente (2003), Revisiones de la literatura paraguaya. Alicante, América Sin Nombre, Centro de Estudios Mario Benedetti.

Méndez-Faith, Teresa (2008), Diccionario de la literatura paragua­ya, Asunción, El Lector.

Peiró, José Vicente (2006), Artículos literarios. Asunción, Arandurâ.

Peiró, José Vicente (2006), La narrativa paraguaya actual (1980- 1995), Asunción, Universidad del Norte.

Pérez-Maricevich, Francisco (1983), Diccionario de la literatura pa­raguaya. I parte, Asunción, Biblioteca Colorados Contemporáneos.

Pérez-Maricevich, Francisco edit. (1988), Panorama del cuento pa­raguayo, Asunción, Tiempo Editora.

Rodríguez-Alcalá, Hugo (1970), Historia de la literatura paragua­ya. Asunción, Colegio San José.

Vallejos, Roque (1970), La literatura paraguaya como expresión de la realidad nacional, Asunción, Editorial Don Bosco.

b) Partes o capítulos de monografías

Peiró, José Vicente (1996), “Introducción” a Carlos Villagra Marsal: Mancuello y la perdiz, Madrid, Cátedra, pp. 9-97.

c) Artículos en publicaciones en serie

Bareiro Saguier, Rubén (1987), “La cultura paraguaya de los años 20 y su proyección actual”. París, Río de la Plata: Culturas, v. 4-6, pp. 65-75.

Peiró, José Vicente (2000), “Manifestaciones literarias del XIX en Paraguay: la revista La Aurora”, Arrabal (Asociación Española de Estudios Literarios Hispanoamericanos), nº 2-3, pp. 33-40. VV.AA.: La novela paraguaya. Asunción, Editorial Aurora, 15 de diciembre de 1922-octubre 1923 (18 números en total).

 

 

 

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VILLETA  TRICENTENARIA

Ensayo de OSCAR PINEDA


Era la fresca mañana del lunes 5 de marzo de 1714 cuando en una saliente de tierra con forma generosa de pecho de mujer, en la margen izquierda del río Para­guay, a sólo cuarenta kilómetros al sur de Asunción, se presentó el gobernador maestre de campo Juan Grego­rio Bazán de Pedraza con toda su comitiva compuesta de los principales hombres de la provincia y los coman­dantes del ejército. El lugar era inmejorable. Por un lado la punta del saliente otorgaba a las actividades comer­ciales del hombre un puerto natural de gran calado, mientras que las tierras que lo rodeaban estaban confor­madas de pequeños bosques frondosos y campos fértiles con suaves ondulaciones que hacían recordar a los espa­ñoles las olas del mar. En algunas partes, pequeñas ve­tas de rocas sobresalían sobre la uniformidad del terre­no. Los estandartes reales de la poderosa casa de Borbón volaban al viento y los tonos marciales sonaban a solem­nidad cuanto el gobernador clavó en tierra su toledana y junto con los sacerdotes que impartieron la bendición y los escribanos que documentaron el acto, dejó funda­da San Felipe de Borbón en el Valle del Bastán en los Campos del Guarnipitán. Con esto se daba el primer paso del imperativo provincial que ordenaba poblar el valle del Guarnipitán. Se lo llamó San Felipe en honor al santo de Felipe V, apodado el “Animoso”, primer mo­narca español de la casa de Borbón que había sustituido a los Habsburgo, también conocidos como los Austria. El Valle del Bastán (Baztán en euskera) era un paraje grato de la geografía de Navarra de donde eran oriun­dos varios de los principales hombres de la provincia, y Guarnipitán era el modo con que los íberos, incapaces de pronunciar “pytá”, llamaban a los guaraní pytas que habitaban desde tiempo inmemorial la zona. Los guara­ní pyta eran en extremo belicosos y asolaban la región. Su característica principal era que se pintaban el cuerpo con urucú, lo que les daba la tonalidad carmín de don­de viene su nombre, y que les confería un aspecto sinies­tro que intimidaba a sus ocasionales adversarios. Por eso las primeras funciones de la nueva fundación eran las de ser un fortín avanzado de alerta temprana y de­fensa en vanguardia contra cualquier amenaza de in­cursión que Asunción pudiera sufrir desde el sur. Los primeros pobladores fueron cuarenta y tres hombres y mujeres donde destacaban los militares que guardaban noche y día el fortín. A estos se los unieron indios que venían de otros pueblos. La primera edificación de im­portancia fue la iglesia que se comenzó a levantar ape­nas fundado el fortín con recursos reunidos por el go­bernador, los vecinos, ocasionales visitantes y las donaciones en tejas de Itá, Ypané, Guarambaré y Ya­guarón. La imagen y patrona desde entonces es la de la Virgen del Rosario, con su manto rosado y sus alhajas donadas por el capitán Diego de Aguirre de Piribebuy y aceptada como tal por el gobernador Bazán de Pedraza el 4 de abril de 1715. Para 1729 el templo estaba termi­nado y era de buena dimensión para los parámetros de la época. En ella habían trabajado indios carpinteros de Yuty y Caazapá y su frente al poniente sobresalía sobre el caserío que bordeaba una única plaza central. Los malones de los guaraníes se suceden y hacen peligrar todo el fortín, tanto así que en 1738 el cura párroco, ante la amenaza de saqueo, recomienda llevar las imá­ genes y el sagrario del templo a otro lugar más protegi­do. Como consecuencia de estos constantes choques con los indios, en 1744 la fundación está casi desierta y con riesgo de ser abandonada definitivamente. Rafael de la Moneda, gobernador provincial de los mejores que tuvo el Paraguay, y completamente ciego a esta altura de la historia, interviene entonces y vuelve a repoblar la fundación y hasta hace llover recursos para convertirla en su baluarte de defensa de río abajo y amparo coloni­zador en la zona. A partir de allí la población vuelve a crecer, el indio va amansándose y las escamaruzas se vuelven más esporádicas. En este ambiente más propi­cio, la fundación fue adquiriendo notoriedad y el kilo­métrico nombre quedó reducido a Villeta, que quiere decir villa pequeña. A fines del siglo XVIII ya no era un fortín y pasó a convertirse en un poblado agropecuario y portuario netamente comercial. Félix de Azara men­ciona que por ese tiempo la población llega a las 3814 almas pero que el templo que poco después se incendió estaba en pésimas condiciones. En 1803 se juntaban li­mosnas para volver a reconstruirlo. La independencia del Paraguay en 1811 encuentra a Villeta en plena efer­vescencia mercantil pero plegada a la causa de los Pró­ceres de Mayo. La subida de José Gaspar Rodríguez de Francia, primero como dictador temporal y luego como dictador perpetuo hace que el comercio languidezca hasta casi la inanición en todo el Paraguay, cuando cie­rra herméticamente y con mano de hierro las fronteras de la patria. Villeta por aquel entonces es uno de los pocos puntos por donde el tirano permite la entrada al país de ciertos productos esenciales. Y siendo Francia un gobernante que perjudicó mucho a la religión en Pa­raguay, es sin embargo el que consiente que Villeta re­nueve completamente su templo que cuando termina de construirse es uno de los mejores y más amplios de la región. Cuando sube don Carlos Antonio López al po­der, lleva a cabo una política completamente opuesta a la de Francia y abre todos los puertos al comercio inter­ no y externo. Villeta entonces participa activamente del progreso de la nación que da pasos agigantados hacia el modernismo del siglo XIX. Aparte de puerto también se nutre de astilleros, construye pequeños navíos de todo tipo, calafatea las naves y contribuye a la vigilancia del río. Ya en tiempos de Francisco Solano López se instala el telégrafo y Villeta es la primera localidad en estar unida a la capital por el entonces innovador medio de comunicación. El primer parte telegráfico se trans­mite a las siete y cuarto de la mañana del día domingo 16 de octubre de 1864, cuando ya los negros nubarro­nes del imperio de Marte se cernían aviesos sobre el país. Y ya dando rienda suelta a las pasiones, ese año se desata furibunda la Guerra de la Triple Alianza que cu­bre de sangre y luto a todo el Paraguay. Villeta contri­buye a la guerra enviando recursos al gobierno central y aportando una ingente cantidad de hijos mozos que descuellan por valor guerrero en los diversos escenarios en los que les toca pelear. Así llegan las fatídicas fechas de la Campaña del Pykysyry a fines de 1868 y princi­pios de 1869, que tuvo por dantesco escenario las cam­piñas y arroyos del distrito de Villeta y las cercanías de su radio urbano. Por primera vez en su historia Villeta no pudo proteger a Asunción de las amenazas que ve­nían del sur. Los sangrientos combates de Ytororó, Avay, y la batalla de los siete días de Lomas Valentinas en la que fue destruido el ejército paraguayo ante fuer­zas infinitamente superiores, dejaron abiertos los cami­nos a la Madre de Ciudades que fue vilmente bombar­deada, violada y saqueada por los aliados. El templo de Villeta fue convertido en hospital de sangre y la torre bombardeada por la artillería imperial que creía que es­taba siendo ocupada por vigías que informaban sobre el movimiento enemigo. El Mariscal López, con puño de titán, levantó un nuevo ejército de niños y ancianos en las estribaciones de los cerros de Azcurra y comenzó así el vía crucis de la Campaña de las Cordilleras que cul­minó el 1.º de Marzo de 1870 en el escenario elegido de Cerro Corá donde se consumó para recuerdo y loas per­petuas el máximo sacrificio que los hijos pueden brin­dar a su nación. Al finalizar la guerra el Paraguay está devastado, y el tercio de población que queda está con­formada mayoritariamente por ancianos, niños, lisiados y mujeres que son las que con esfuerzos indecibles vuel­ven a levantar la nación. Villeta, al igual que el resto del país, resiente la falta de mozos para trabajar la tierra y aportar al comercio, pero poco a poco por su privilegia­da posición costera vuelve a adquirir notoriedad. El 16 de mayo de 1884, conforme a la Ley Orgánica Munici­pal del 7 de junio de 1882 se crea el municipio de Ville­ta, siendo el primer intendente municipal el Sr. Miguel Antonio Alvarenga. Nuevas familias van poblando la ciudad portuaria y el lustre de algunas de ellas se puede equiparar con las de más alto abolengo de todo el país. Para 1886 la población ascendía a 3311 personas que realizaban trabajos de campo y comercio. Al finalizar el siglo XIX, Villeta es nuevamente uno de los puertos más importantes del país. A principios del 1900 es des­de hace rato un puerto naranjero y así lo reconocen to­dos. Tanto, que hasta en un cuaderno de caligrafía po­pular en la época, una de las frases impresas para repetir en las líneas paralelas hasta el cansancio era: “Villeta exporta naranja”. En 1903 se terminó de construir la emblemática casa Navarro en la que era por aquel en­tonces, y en cierto sentido lo es hasta ahora, la entrada a la ciudad. En 1904 el país está envuelto en una guerra civil de grandes proporciones, donde los liberales tratan de tumbar del poder a los colorados que se hallan divi­didos a tal punto que muchos de ellos apoyan la rebe­lión. Los revolucionarios pronto toman Villeta y la con­vierten en su cuartel general de donde envían tropas a ocupar otros puntos del país. El “Sajonia”, barco insig­nia de la rebelión, se instala en el puerto de Villeta y el 15 de agosto los principales jefes lanzan un manifiesto donde defienden su causa y exponen sus reivindicacio­nes. Entre los jefes sobresale el villetano Manuel Gon­ dra, uno de los más connotados intelectuales paragua­yos de la época y que llegaría a ser en dos ocasiones presidente de la república. Hasta Villeta llega Rafael Barret que con brillante pluma e ímpetu desbocado vive y siente las peripecias revolucionarias. Las batallas se suceden y a pesar de los éxitos liberales, el gobierno en Asunción no termina de caer, por lo que los jefes se reúnen en los caserones del centro de Villeta a discutir las diferentes opciones. Allí se cuaja lo que sería el Pacto del Pilcomayo, firmado el 12 de diciembre y por el que los colorados se retiran del poder y se inicia la era de los gobiernos liberales. Las diversas revoluciones que se su­ceden hasta 1923 dejan a Villeta sin el protagonismo de la de 1904.

Villeta siguió creciendo aunque a un ritmo lento. Comerciantes de varias nacionalidades se hacen pre­sentes y consulados de países vecinos abren oficinas permanentes en la ciudad. Llegan los sirios, la mayo­ría de ellos comerciantes, y algunos de sus vástagos se casan con villetanas dando nueva vida a las antiguas y tradicionales familias. En los años veinte y treinta lo más llamativo que tenía Villeta era su actividad como puerto naranjero. Todos los días sus muelles se llenaban de naranjeras que con canastos llenos hacían malaba­rismo sobre endebles tablones puestos sobre el río para descargar los preciados cítricos en las bodegas de los barcos surtos en el puerto. Por aquel entonces Paraguay inundaba las ciudades argentinas con las naranjas que producía su rico suelo, y era en Villeta donde a fuerza de carretadas se concentraba lo cosechado y donde lue­go era puntillosamente embarcado en montones: lo de menor calidad y en cajas selladas lo de alta calidad. Los más antiguos y más memoriosos pobladores recuerdan nítidamente cómo se escuchaba, desde varias cuadras a la redonda, las voces de las naranjeras contando en voz alta las unidades que iban descargando. Villeta no solo acopiaba la naranja sino que también en sus alrededo­res la producía en grandes cantidades y los campos se inundan de colores amarillo-rojizos. Tanto es así que una de sus compañías, Naranjaisý, lleva hasta ahora un nombre evocativo de dicha actividad agrícola. Naran­jaisý es también muy conocida porque allí se encuentra la imagen de la Virgen de los Remedios, muy venerada en todo el Paraguay. Cada 12 de octubre, miles de fieles acuden a venerarla y luego de Caacupé, San Blas y Ma­ría Auxiliadora es probablemente la fiesta religiosa más popular de toda la república. Según se cuenta la imagen fue hallada en una casa destruida justo después de la Guerra Grande y conservada en el sector por varias ge­neraciones de familias devotas.

En 1932 se desencadenó la guerra con Bolivia, y Vi­lleta, al igual que las otras poblaciones del Paraguay, contribuyó con ingente cantidad de jóvenes que luego de encomendarse a la Virgen de los Remedios y a la Virgen del Rosario iban a los campos de combate. Los principales edificios se convirtieron en hospitales de sangre, puntos de refugio de prisioneros, centros de re­clutamiento y almacenes de provisiones. Muchos ville­tanos murieron en la contienda chaqueña y sus cuerpos reposan en los cañadones sin nombre del enorme Cha­co Boreal, territorio paraguayo de horizontes infinitos. En 1933, en pleno desarrollo de la Guerra del Chaco, se instaló en Villeta la fábrica de Anderson Clayton y Cía., que luego se convirtió en la Algodonera S.A. Esta planta fabril es la primera industria que se emplaza en Villeta, y hoy en día sus instalaciones, ya abandonadas y derruidas, en especial su tanque de agua que se per­fila nítidamente en la silueta urbana, son algunas de las edificaciones más emblemáticas de la ciudad. De los generadores de las primeras fábricas es que Villeta se nutre de luz eléctrica hasta que más adelante se conecta a la red nacional. En 1942 abrió sus puertas el que sería Colegio Nacional Carlos Antonio López, institución educativa de gestión oficial, cabecera en la localidad.

En 1947 estalla una revolución de primera magni­tud que abarca gran parte del país. Varias unidades del ejército y la marina de guerra se han rebelado contra el gobierno del Gral. Higinio Morínigo y éste se apresta a combatirlos con la ayuda de los colorados que aportan a la guerra civil sus combativos pynandy. Los rebeldes se hacen fuertes en el norte, en especial en Concepción, donde va a batallarles el ejército gubernista. Luego de varias batallas, en un desprendimiento notable, el ejér­cito rebelde baja en todo tipo de embarcaciones por el río Paraguay, deja engañado y atrás al ejército leal al gobierno y en menos de cuarenta y ocho horas está atosigando la capital con bombardeos y la ocupación de muchos de sus barrios. Sin embargo, no consiguen capitalizar el brillante movimiento y las pocas fuerzas de Morínigo resisten en los puntos claves mientras que el ejército gubernista del norte a grandes trancos hace hasta lo imposible por llegar a tiempo a Asunción. A medida que van llegando las unidades leales a Moríni­go los rebeldes comienzan a ser rechazados hacia el sur tras fuertes combates. Y es así como Villeta vuelve a te­ner triste preponderancia en la última fase de la terrible guerra civil. El ejército rebelde se retira hacia Guaram­baré, Ñemby e Ypané y cuando la causa está perdida se dirige a Villeta para hacerse fuerte allí, combatir hasta el final o surtirse de barcos para huir. Apenas comien­za a entrar el ejército rebelde en la ciudad, gran parte de los villetanos son evacuados mediante barcos que la Argentina pone a disposición en medio del río para evi­tarles el encontronazo entre dos fuegos. Muchas casas son saqueadas por la soldadesca y las montoneras que atropellaban los hogares. La batalla final se da en la ciu­dad, especialmente en la playa y en el puerto. El ejérci­to gubernamental lanza una ofensiva y en un golpe de mano se apodera del centro y encajona en la playa a las pocas unidades rebeldes que no habían podido sortear el río. Allí se libra el último combate donde el gobierno aplasta la rebelión a sangre y fuego contra el río Para­guay. La Guerra Civil del 47, si bien no fue la más larga de la historia paraguaya, sí se inscribe entre las más vio­ lentas por la que haya pasado alguna vez nuestro país. Hay quienes aseguran que el número de muertos es tan alto como el que tuvo el Paraguay en tres años de guerra con Bolivia. Aparte de esto, los desplazados sumaron miles que fueron a parar en su mayoría a la Argentina. Muchos de ellos nunca volvieron al país. Muchos de ellos eran villetanos.

En 1957 comenzó a funcionar la Escuela Parroquial Virgen del Rosario y en 1964 llegan a la ciudad las Hi­jas de María Auxiliadora, de la gran familia salesiana, e instalan en la propiedad de la familia Miers, donada por Sor Mónica Miers, su obra social conocida como Casa de los Hermanas que se caracteriza por ser fecun­da formadora de jóvenes.

A nivel vial, en este tiempo se asfalta el desvío de la Ruta N.º 1, que pasando por Guarambaré termina en Villeta, conectando el Guarnipitán con el resto del país. Sin embargo, a fines de los años sesenta y principios de los setenta, Villeta ya no era el próspero puerto naran­jero de antaño y la planta fabril de la Algodonera S.A. estaba decayendo en sus actividades rápidamente, lo que generaba en la ciudad una aguda crisis económica y social de grandes proporciones ante la falta ostensible de empleo. Muchos jóvenes parten a Asunción y otros puntos del país y del extranjero en busca de sustento para sus familias. La población decae rápidamente y es cuando los líderes comunales se alarman y comienzan a generar proyectos para revitalizar la alicaída ciudad. Así surge en 1973 la idea de convertirla en una ciudad industrial y rápidamente se procede a inaugurar el pri­mer parque industrial, que luego se replicaría en el lado opuesto del casco urbano y que hoy son en conjunto las zonas industriales norte y sur. Ayudadas por el go­bierno que da facilidades y por el Centro de Villeta­nos residentes en Asunción que no cejan en gritar a los cuatro vientos las muchas ventajas que Villeta ofrecía, poco a poco se instalan nuevas industrias y la situación comienza a revertirse; y ya son jóvenes de otras locali­ dades los que vienen a Villeta a conseguir empleo. La población vuelve a crecer sostenidamente y se comien­zan a poblar nuevos sectores como el que sería el barrio 3 de noviembre. En 1974, como una forma de colabo­rar con el esfuerzo comunal, un grupo de personas se unen y forman la Cooperativa Multiactiva de Ahorro y Crédito, más conocida hoy en día como Credivil Ltda. Después del Golpe de Estado del 89 que trajo la tran­sición democrática, se aceleraron los proyectos viales y se asfaltó el llamado Acceso Sur que comunica median­te un desvío a Villeta con el resto del país, ya siendo entonces dos los accesos camineros todo tiempo que se juntan cerca de la entrada a la ciudad. En 1993 el puerto es ampliado y mejorada toda su infraestructu­ra con amplios depósitos de almacenaje y maquinarias para movimientos de carga pesada. Ya en el siglo XXI se habilitaron las reformas del puerto de Angostura que es uno de los más modernos de todo el país. Y mientras que el puerto de Asunción va mermando en sus acti­vidades debido principalmente a la implementación de políticas descentralizadoras, Villeta, con sus dos puer­tos completamente equipados, comienza a absorber a pasos acelerados el movimiento portuario de la capital para convertirse en la terminal de este tipo más impor­tante de toda la república.

Villeta hoy en día y a pesar de las sucesivas desmem­braciones, como la de Nueva Italia en los ochenta, es el distrito más extenso de todo el departamento Cen­tral. En su territorio que posee 72 km de costa sobre el río Paraguay y que abarca 995 km2, están ubicadas una decena de compañías. La más cercana está a solo 4 kilómetros de distancia del casco urbano principal, mientras que la más lejana se ubica a 60 kilómetros. La población total del distrito se acerca a las 40 000 personas, de las cuales la mayoría, por pequeño mar­gen, corresponde a los varones. Villeta, a la fecha, so­bresale por sus industrias, su potencia manufacturera y con justa razón se la llama Ciudad Industrial. Me­ dio centenar de firmas tienen allí su planta fabril o su centro de producción. Aún así, esta agitada actividad fabril concentrada en las zonas industriales, no roba la calma que reina en la ciudad a casi toda hora del día. Tanto es así, que es sitio ideal para el descanso, el re­lax y ya desde hace décadas se han ido trazando planes para proyectarla también como destino turístico, explo­tando su extensa costa, sus playas, sus áreas de pesca y sus sitios y edificaciones históricas. Sin embargo, estas ideas hasta ahora no han tenido el suficiente estímulo y no han despegado del papel, por lo que la actividad económica más importante de la ciudad sigue siendo la industrial. La abundancia de energía eléctrica que le llega de las binacionales, el río y sus puertos de gran ca­lado e inmejorable infraestructura, los caminos de todo tiempo, la cercanía al área metropolitana de Asunción que es la más poblada del Paraguay, y las facilidades fis­cales tanto gubernamentales como municipales, hacen de Villeta el punto ideal para la instalación de cualquier industria. Por lo que no es difícil profetizar que Villeta en un futuro, casi con seguridad, seguirá siendo el ho­gar de muchas de las firmas más importantes del país y continuará contribuyendo al Paraguay con su trabajo, su esfuerzo y su producción industrial de calidad que maravilla a propios y extraños.

Las sombras de la noche y el silencio del descanso reinan en la ciudad. A lo lejos se ven las luces de seguridad de las fábricas, de los puertos y de los barcos que impertérritos sesgan la negrura del horizonte, mientras el río rumoroso fluye eterno e inmutable en su lento transitar. Arriba en el cielo estrellado, hileras interminables de blancas nubes avanzan lentamente imitando las columnas de carretas de tiempos que se fueron, mientras que abajo los lánguidos faroles de las esquinas perdidas dan luz a la monotonía de la madrugada. Bajo las arcadas de antiguos caserones de planta ciclópea y en los jardines perfumados de enreja­dos lindes, el suelo revive viejos recuerdos que trae consigo la insomne brisa nocturna... Un caballero de yelmo, gola, armadura y daga florentina, Bazán de Pedraza, sonríe mientras contempla satisfecho la primera empalizada de su novel fortín, a pasos del manso curso de agua... Temibles y feroces indios teñidos de rojo y armados de macanas, arcos y flechas se aproximan sigilosos en la espesura de la floresta para ver curiosos el movimiento de los hombres pálidos y barbados venidos de lejanas tierras y que ostentan la cruz y la espada... Un sacerdote esconde presuroso y desesperado las imágenes sagradas en un cofre hermético porque afuera vocifera blasfemo el malón... De la Moneda reflexiona, sopesa en soledad los pros y los contras y luego en su infinita ceguera ve con nitidez profética el futuro promisorio del puerto y procurando recursos no lo deja morir... Un grupo de patriotas acaban de cortar las cadenas que nos ataban a España. Se gritó el basta dijo y el cetro rompió. Muchos festejan la buena nueva y resuenan en la plaza los vivas... Francia muestra insolente su larga y negra trenza, y de espalda a la cruz da los recursos para levantar un templo magnífico... Y luego el fuego, la noche se llena de gritos de horror y el río se vuelve rojo sangre. Los cañones trepi­dan su lúgubre acento y el mariscal eterno espada en mano pasa al galope en su blanco Mandiyú, perdiéndose en la noche rumbo a su sino inevitable. Luego del paroxismo viene la calma y el silencio absoluto, todo está quieto, todo está muerto, solo la parca vaga nefanda en los campos... Alguien enciende la luz de las velas en un salón colonial de alto techo, travesaños geométricos y muebles rústicos. Polí­ticos de levita y militares con entorchados levantan la voz, golpean la mesa y discuten acaloradamente. Uno de ellos con ceño fruncido se soba el mostacho, se aclara la garganta e impulsivo toma la palabra. Es Manuel Gondra, quien argumenta, reflexiona y tumba el rumbo de los alegatos que le siguen. Son liberales que deciden la suerte del Pa­raguay... Mucho ruido y ajetreo, martillazos y andamios, soldaduras y chapas. Obreros construyen una fábrica con un alto tanque de agua cerca del rí,o mientras los más za­fados piropean a las naranjeras de ojos cándidos y risas de perla que se dirigen al puerto con sus canastos llenos. Más allá se ven los barcos, como una armada naranja lista para bombardear de frutas el mercado argentino... De pronto el puerto cambia de ambiente y se llena de familias que despiden a jóvenes vestidos de verde olivo. Algunos ríen nerviosos, muchos lloran. Hay tantos que no retornarán y que por hogar eterno tendrán un frío cañadón en medio de la desolación chaqueña... Carretillas, espátulas, nivel, regla, martillo, tenazas, clavos, tejas, piedras, ladrillos, andamios y un tozudo don Emiliano Benítez repartien­do las indicaciones apropiadas a sus peones y aprendices mientras que construye las casas señoriales de Villeta… Un taller lleno de cuadros, un niño morocho sentado en un taburete, unos pomos esparcidos de colores, un lienzo y un maestro de manos mágicas pintando un retrato. Mo­desto Delgado Rodas lanza los pinceles como estoques y los matices bullen como cascadas para formar figuras sobre la tela blanca... Una familia se alarma. A lo lejos se escu­chan los cañones y el tableteo incesante de la ametrallado­ra. La hija menor quita la tranca y abre la ventana. Por el oriente se ven columnas de soldados y montoneras con banderolas azules que van entrando a la ciudad del lado del cementerio. Humo negro cubre el cielo y fuerzas de rojo vienen detrás pisándoles los talones, se producen encontro­nazos y la batalla arrecia en pleno puerto. La madre cie­rra bruscamente la ventana, es un capítulo para olvidar... Mucha gente aplaude, se pone de pie y grita de alegría, ríen hasta llorar. Arriba del escenario una dicharachera Máxima Lugo gesticula graciosa, hace muecas, guiña un ojo, contorsiona su rostro, suelta una sentencia y enciende de vida al teatro guaraní... Una imagen de la reina de los cielos María Auxiliadora. A sus pies un ramo de rosas almizcla el ambiente y una hermana está dando la lección de catecismo a las niñas. A la más aplicada le regala un relicario conteniendo un pedacito de la ropa de Laura Vi­cuña. Sor Mónica Miers no se cansa de enseñar con el estilo de Don Bosco... Otra vez el silencio, rumores corren de que un general de apellido alemán ha tomado el poder en Asunción. Poco después un larguirucho Gregorio Gómez, desde cerca, y un hirsuto Rubén Bareiro Saguier, desde lejos, desgañitan contra el gobierno represor, y más que nunca un soñador Víctor Montórfano grita a los cuatro vientos su Tetaguá Sapucai... El puerto está sin barcos, la algodonera abandonada y en el campo los naranjos “mue­ren de tristeza”. Un colectivo de colores amarillo y marrón espera en la esquina. Un joven parte en un súper pulman de La Villetana para buscar trabajo... Suenan los arpegios de una guitarra, un maestro está enseñando una nueva música a una pléyade de jóvenes. Rudy Heyn rasguea la brisa y puntea las pasiones del sonido con forma de mujer... Un grupo de notables se reúne y con marcadores hacen grandes trazos sobre los extremos norte y sur de la ciudad. A uno de los sectores definidos le llaman Parque Industrial Avay y un nuevo barrio comienza a brotar más allá de los límites históricos... Dos idealistas pergueñan por el camino anchuroso del río del patrio nombre y con voz de oro y bronce de la gente villetana buscan honrar al Paraguay. Jorge Frachi y Blas Fretes lanzan un mensaje de patria que va diciendo a los pueblos, que bajo el nativo cielo, ya no caben los rencores... La noche se vuelve incierta, los cañones suenan en Asunción, ha caído la dictadura y la transición democrática está en puertas. La incertidumbre reina en la ciudad. Una nueva era comienza... Una mujer inquieta se pasea, hurga en los recovecos de las casas, en las rendijas de los muros donde se esconden los secretos, y va desgranando historia de vivos y leyendas de muertos. En el Romancero de mi Pueblo y tantos otros escritos, Delfina Acosta con pluma magistral desvela los arcanos de la casa de los Navarro, los chismes de las burreras y hasta los enig­mas del cementerio...

Ha pasado la noche, la luz rasga el velo negro sedoso y la alborada asoma con borbotones de matices naranja que inundan todo el horizonte. El río refleja los colores y le da un tono azulado. Los primeros rayos del sol dan de lleno en el tanque de agua de La Algodonera y luego los silos y las torres de las fábricas y el campanario de la iglesia, testigo mudo de tantos acontecimientos y la casa embrujada que silba misterio... Los gritos de los niños inundan las escuelas y los jóvenes con sus flirteos susurran en las plazas mientras que el rumor de máquinas sacude las fábricas... Hay alga­rabía en las calles, los jardines rebosan de flores y las casas se visten de fiesta. Hay sonrisas en los rostros, ilusión en los ojos y esperanza en los corazones. La antigua San Felipe de Bordón del Valle del Bastán en los campos del Guarnipi­tán está cumpliendo un año más de vida... ¡VILLETA ya es TRICENTENARIA!

 

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ALMANAQUE 2014 - CIFRAS - DATOS - ESTADÍSTICAS EN PAÍS EN NÚMEROS

Por OSCAR PINEDA

Editorial SERVILIBRO. Asunción - Paraguay, 2014

 

 

 

 

 

LA VIRILIDAD ANDA SIN NORTE

Ensayo de GENARO RIERA HUNTER

 

En la medida en que la mujer, en nuestro tiempo, viene cada vez más ocupando lugares y funciones socio-culturales que eran reservadas en exclusividad para el hombre, este último comienza a demostrar una consi­derable desorientación. Esto, en la medida en que esa exclusividad de lugares y funciones se va compartien­do cada vez más entre ambos sexos. El propio poder familiar, la llamada “patria potestad”, por ejemplo, va dejando de ser suyo o se comparte con la pareja. Si lo económico lo avalaba en su poder dominante junto con lo jurídico, hoy esto se relativiza, al punto que se ob­serva cada vez con más frecuencia que una mujer pue­de llegar a contar con más recursos materiales, poder y derechos en el interior de una familia. Lo mismo viene dándose en el campo extra familiar en su convivir social y laboral.

Esto establece una crisis en las identidades o posi­ciones sexuadas. Vale decir, en el cómo ser y sentirse hombre o mujer, una vez que los referentes, las insignias identificatorias que la cultura ofrece, ya no sustentan una clara diferenciación entre las posiciones sexuadas del ser. Veamos algo sobre esta crisis en lo referente a la posición que llamamos viril-masculina.

La potencia, la fuerza, el poder, es algo que desde tiempos inmemoriales se asocia y vincula a lo viril, vale decir, a lo que comúnmente situamos como lo masculi­no. Sería un poco ingenuo o muy reduccionista pensar que esto se debe simplemente a que el hombre fue desde siempre y naturalmente, dotado con una mayor fuerza o poder bruto muscular. Algo que lo dejaba predispuesto a guerrear, dominar, cazar y defender la prole. Esto no nos caracteriza como seres propiamente humanos. Sa­bemos que los animales, en general, atienden muy bien a esas condiciones de existencia. Por lo tanto, lo viril en la llamada “especie” humana, no podría resumirse a ese tipo de ejercicio del poder. En nuestra condición de se­res tomados y humanizados por el lenguaje en que nos constituimos, el poder, además de situarse como fuerza bruta o natural, necesita de referentes y operadores sim­bólicos. Poder y sexualidad humana no se constituyen fuera de ese campo. Ambos se presentan en considera­ble “desnaturalización”, porque por más que se utilice con bastante facilidad el argumento de lo natural, de la naturaleza, para justificar o dar sentido al ejercicio del dicho poder o de las diferencias sexuadas, lo que es natural en lo humano es la dimensión simbólica. Es decir, el hecho de que hablamos, pensamos, trabajamos, odiamos, amamos, deseamos, gozamos, etcétera, a par­tir del registro de lo simbólico que es lo que constituye nuestra realidad esencial.

Lo viril, por lo tanto, necesita de una sustentación en esa dimensión de lo simbólico determinante de nuestra existencia. Siendo así, si hablamos de un cierto extravío de la posición viril en nuestros días, esto se refiere a la prevalencia de esa realidad simbólica como determi­nante no sólo de las diferencias, así como del propio lu­gar de esa potencia a la que llamamos de “virilidad”. Lo que el hombre contemporáneo enfrenta y constata, es que su llamada potencia masculina está más sujeta a ese tipo de determinación de lo que suponía. Hoy queda más claro que antes que ella no tiene nada que ver con lo “natural”. Esto las mujeres lo vienen demostrando al ir asumiendo lugares y emblemas que sustentaban la clásica identificación masculina. La potencialidad viril o “fálica”, como la sitúa el psicoanálisis, deja así de mos­trarse como si fuera un atributo exclusivo del hombre. Con eso se denuncia y esclarece que su estatuto es del dicho orden de lo simbólico. Que tanto hombres como mujeres pueden acceder a esa posición de identificación masculina y presencia en el mundo, para desde allí ser y ejercer una potencia.

Concretamente esto se expresa en el trabajar y pro­ducir fuera de casa, ganar dinero, ir a la guerra, obtener algún prestigio en el ámbito de lo público, de lo políti­co, etcétera. Son todos ejercicios de una potencialidad a la que llamamos potencialidad de lo simbólico.

Lo que el hombre puede vivir hoy como una especie de estado confusional, no pasa de un desanclaje de sus soportes imaginarios de identificación viril a partir de esa incidencia más clara de la determinación simbólica de lo sexual que nuestro tiempo viene presentando.

Los lugares se van alterando, las insatisfacciones van cambiando, los principios de poder se van diversifican­do. El discurso capitalista y la ciencia van teniendo una determinación sobre los lugares simbólicos, y esencial­mente muestran que la fragilidad de vínculos y sistemas no eran de hierro. El sujeto moderno, si se puede hablar de un sujeto moderno, sigue siendo un sujeto dividido, es decir, que presenta su falla y su falta. Esta última no es restañada ya por los valores sino por los objetos del mercado, y así, hombres y mujeres están igualados pues son todos trabajadores por los objetos que presenta el dicho mercado cada vez más accesible y más rápido de deshacerse. La in-diferenciación se va acelerando y por eso surgen los síntomas, los llamados nuevos síntomas. Estos últimos vienen acompañando al discurso capita­lista, pues es lo único que le puede hacer frente, como resistencia, a la igualación-homogenización. Este dis­curso capitalista al objeto de consumo lo pone delante (pro-ducción), lo pro-duce frente al sujeto, así: al consu­mir todos somos iguales ante el objeto de consumo, no hay diferenciación entre quienes consumimos.

Son los síntomas los que hoy objetan la homogeniza­ción que se viene viviendo, porque estos síntomas son, como siempre, los que de más particular-singular el su­jeto tiene. Los síntomas son los que marcan hoy, más que nunca, la diferencia. Así, el sujeto moderno se viene enfrentando y respondiendo a procesos indiferencian­tes con síntomas y dolores subjetivos. Estos síntomas modernos como son la depresión, las anorexias y adic­ciones, se pueden ubicar en esta línea de tentativas de “salvación” subjetiva. También, una de las respuestas a lo indiferenciado es el discurso psicoanalítico, puesto que producir esa diferencia, hoy tan desdibujada, es el fundamento del deseo del analista.

En la época actual el sujeto moderno vive el peso de un nuevo malestar: el ser representado por los objetos y el hecho de que no se encuentre más con sus viejos malestares de pareja, donde se soportaba más en estado de subjetividad. Se tendría que hacer, por lo tanto, un esfuerzo considerable para resituar la cuestión estruc­tural de las diferencias entre los sexos, para reubicarlas. Porque no tengamos duda que la adquisición de esa po­tencialidad “viril” dejará cada vez más de ser de propie­dad exclusiva de uno de los sexos. La prevalencia de la dimensión simbólica la democratizó.

Quizás, el horizonte se presente en términos de cómo, partiendo del hecho de que la potencialidad es fundamentalmente del mismo orden de determinación, lograr ejercerla desde una diferencia en las posiciones sexuadas. Esto puede llegar a ser el gran desafío de lo se­xual en la época actual de la tecno-ciencia-capitalismo: la producción de nuevos referentes emblemáticos, de un nuevo estilo o manera de vivir las posiciones sexua­das del ser. Algo que implica en una recuperación de la producción de las diferencias entre hombre y mujer en otros términos que los tradicionales. Producir una diferencia dentro de la propia potencia viril por un lado (una manera femenina de ejercerla), y por otro, tratar de re-localizar lo que sería hoy lo femenino en términos de un más allá de la virilidad democratizada y generali­zada que hace empuje a la indiferenciación. Vale decir, cómo sustentar en nuestro tiempo ese más allá de lo viril, siempre enigmático, que la radicalidad femenina comporta.

 

 

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"LOS MOTIVOS DEL OASIS - DESPLEGANDO MI SER"

GLORIA MARECOS - GENARO RIERA HUNTER

Editorial Servilibro - Abril de 2008

Asunción – Paraguay (88 páginas).

 

 

 

 

 

ESPACIO QUE HABITA (RUBÉN BAREIRO SAGUIER)

Ensayo de LOURDES TALAVERA


Más aún que la vida

a menudo la muerte nos acosa

por vínculos sutiles…

Ch. Baudelaire



Si bien la poesía fue una de las aristas más conocidas de Bareiro Saguier, también fue un notable narrador y un ensayista con lúcido pensamiento que aportó a la intelectualidad paraguaya.

El pasado, la angustia y sus ataques rompen las de­fensas de la costumbre y los hábitos conocidos, por eso en las horas vacías entran los excluidos, los que tenemos que imaginar y soñar.

La no revalidación de su pasaporte (1972) le confir­ma a Rubén Bareiro Saguier, su situación de refugiado o apátrida legal. Su reacción se plasmó en la palabra, lo que para un escritor tiene el significado de la acción. Él redefinió el ámbito apátrida y la metáfora de que el Paraguay, “es una isla rodeada de tierra”. Convirtió el viaje más allá de la frontera, en otro que puede realizar al ser humano y que se convierte en el símbolo de lo que significa la narración. El escribir cuentos implica com­pletar ese trayecto que lo saca a uno de sí mismo y le permite verse en” la isla rodeada de tierra”, en el mundo y en el universo. Y después de ese esfuerzo supremo de entendimiento, se regresa a las raíces.

Hace mucho tiempo atrás, en el Taller de cuentos de Renée Ferrer, leímos “Solo un momentito” y descubrí que cuando se defiende la memoria colectiva, se preser­van los recuerdos porque sobre la memoria se construye el futuro.

Los cuentos de Rubén Bareiro Saguier tienen la im­pronta de la nostalgia. Este sentimiento lo llevó a crear una patria nueva, imaginaria, que no era más la isla o una jaula sino que era un punto de partida para la imaginación de los lectores. Nadie, ninguno de noso­tros puede permanecer indiferente; nadie puede seguir siendo el mismo, la misma, después de haber leído sus cuentos.

A causa del premio “Casa de las Américas” que me­reció su obra Ojo por diente, recibido en la Habana, Cuba, fue apresado por la Policía del dictador Alfre­do Stroessner. Eso no impidió que este censurado libro sea leído en el país. Entre las obras de Rubén Bareiro Saguier, se pueden mencionar: Biografía de un ausente, A la víbora de la mar; Literatura Guaraní del Paraguay, Antología personal de Augusto Roa, Estancias/Errancias/ Querencias, Antología poética; Augusto Roa Bastos, caída y resurrección de un Pueblo, De nuestra lengua y otros discursos, entre otras.

Regresó al país, luego de la caída de la dictadura.

Según Damián Cabrera, tomó un espacio físico y abrió un espacio para la imaginación y el pensamiento. La au­sencia física de Bareiro Saguier es una voz que persiste y un espacio que habita.

 

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RUBÉN BAREIRO SAGUIER en PORTALGUARANI.COM

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AUGUSTO ROA BASTOS, EL MAYOR ESCRITOR PARAGUAYO EN LENGUA CASTELLANA.

Ensayo de TADEO ZARRATEA


Augusto Roa Bastos (Asunción, 13/06/1917 – 26/04/2005) es el mayor escritor paraguayo en len­gua castellana. Distinguido con el Premio Cervantes de Literatura en el año 1989. Formó parte del selecto grupo del boom latinoamericano de la narrativa junto con Gabriel García Márquez, Alejo Carpentier, Ma­rio Vargas Llosa, Jorge Amado, Julio Cortázar y otros. Cuando recibió el Premio Cervantes, Roa explicó que llegó a ese sitial “porque debajo de mis textos corren como ríos subterráneos la lengua y la cultura guaraní”. Evidentemente este fenómeno le daba a su obra literaria un sello distinto dentro de la narrativa común latinoa­mericana; era una narrativa con sabor diferente. Ese sello distinto fue obtenido a través de la traducción al castellano de las metáforas e imágenes usadas en el len­guaje común por los hablantes del guaraní paraguayo; muchas no son creaciones originarias sino traducciones. No obstante, esta cuestionable actitud de Roa Bastos frente al guaraní, él tiene el mérito de haber puesto dichas imágenes literarias y los giros idiomáticos del guaraní al servicio y para consumo de la comunidad universal; aunque lastimosamente lo hizo a través de la lengua castellana. Loor y gloria para el gran escritor, pero ¿qué beneficios trajo este hecho al idioma guaraní? Para nosotros, poco, porque entendemos que un idioma no consigue enriquecimiento, promoción ni respeto a través de las traducciones de sus metáforas, imágenes y otras figuras literarias creadas por sus hablantes. Estas traducciones enriquecen más bien al idioma receptor. Por ello y precisamente por ese aporte a la lengua cas­tellana, fue muy justo que se le otorgara el Premio Cer­vantes de Literatura. Los españoles saben lo que hacen. Pero, a contrario sensu, el idioma guaraní poco le debe a Roa Bastos, porque su contribución a esta lengua, que le permitió llegar a tan alto sitial, fue escasa. Es más, si fuéramos extremistas diríamos que no favoreció a la lengua guaraní; pero como no lo somos, valoramos en justa medida su actitud. No podemos desconocer que honró a la lengua al reconocer que mediante el idioma guaraní llegó a donde llegó.


LA POESÍA GUARANÍ DE ROA

En comparación con la narrativa producida por Roa, la poesía es escasa; es más, él sostenía que es un narra­dor por excelencia y poeta más bien por accidente; nun­ca asumió que fuera poeta a pesar de haberse iniciado en la literatura a través de la poesía y de tener una bue­na cantidad de poemas, reunidos por el escritor Miguel Ángel Fernández en un libro titulado Poesías Reunidas (Editorial El Lector, 1995). Y nuevamente ,tomando el conjunto de poemas escritos por Roa, encontramos que la cantidad de poemas en guaraní es ínfima en compa­ración con lo escrito en castellano. El capítulo VI del mencionado libro se titula Ñane Ñe’ẽmey, contiene sie­te poemas escritos en guaraní paraguayo. No sabemos si tal cantidad es toda su producción o han quedado algunos poemas fuera de este libro.


DE LA FORMA

Analizada la forma asumida por Roa, encontramos que más bien adopta la forma clásica, especialmente la rima, que en ocasiones es pareada y en otras alternada en sus cuartetas. Sin embargo el metro, que también lo adopta, varía de estrofa en estrofa en la mayoría de sus poemas. Encontramos que rompe el metro y la rima re­gular en un sólo poema, en el titulado Ñemomarandu.


DEL LENGUAJE POÉTICO

Por lo general su poesía se ciñe al lenguaje lógico, utilizando las figuras literarias de pensamiento para dar vuelo poético a su obra. Evidentemente la poesía roabas­tiana no tiene el esplendor de su cautivante prosa, y por algo se consideró a sí mismo más narrador que poeta.

 

 

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AUGUSTO ROA BASTOS en PORTALGUARANI.COM

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ESTELA FRANCO: CAMALEÓNICA y EL VUELO DEL PYKASÚ

Crítica Literaria de JOSÉ VICENTE PEIRÓ BARCO


No nos deja Paraguay de sorprender con nuevos au­tores. Estela Franco es una de las incipientes estrellas que asoman en el firmamento literario. Joven amante de las letras, arrancó en 2013 dentro del panorama de la edición primero con el poemario Camaleónica y dos meses después con la novela El vuelo del Pykasú, gana­dora del Premio Literario Grupo General de Seguros en el mes de agosto de ese mismo año.

Camaleónica es un poemario que reproduce temas universales como el amor, el erotismo, la mujer, la vida y la valentía. Ante el mundo, se hace necesario adoptar diversas pieles para asumir la experiencia y la realidad. Pero prevalece el amor como impulso vital. Con ritmos variados y un léxico ajustado, en ocasiones referencial y en otras metafórico, nos va desgranando estos temas partiendo de una visión adánica del mundo, utilizando para ello elementos corporales, situaciones sensoriales al límite y a la Naturaleza. La diversidad de extensión de los poemas también es uno de sus aspectos más re­levantes. Y la presencia del otro, del ser anhelado, a la búsqueda de la comunión. Franco nos dice que el mun­do es bello cuando desaparece la piel de camaleón y se muestra el fulgor de la carne. Camaleónica es un poe­mario de plenitud y un canto al placer. La fuerza de sus versos así lo demuestra.

El vuelo del Pykasú es una novela de amor. Románti­ca. Recuerda a aquellas novelas decimonónicas de com­plicaciones amorosas y aventuras. Tiene un saber de novela histórico-romántica, encajando en la tradición de Cumandá de Juan León de Mera o Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde. La joven Pykasú, protagonista del re­lato, destaca por su gallardía, por su afán por la literatu­ra y por aprender, viajar, cultivarse... incluso su partida a España tiene estos matices culturales: desea participar en un taller literario, lo cual consuma más adelante en París, donde disfrutará del análisis de Pablo y Virginia de Bernardin de Saint-Pierre. Sin embargo, la perspec­tiva muestra una diferencia sustancial con aquellas: la narradora es una mujer, la joven Pykasú. No solo es la protagonista: es quien focaliza el discurso y sobre quien gravitan las situaciones planteadas y bien desarrolladas con habilidad innata para el arte de contar historias.

Paloma, Pykasú, tiene una ascendencia compleja. Un padre español radicado en el Paraguay y una madre, a quien él reconoce, aunque por sus venas circula la san­gre guaraní. Educada por su madrastra Victoria en el arte, vive con pasión sus lecturas y desea progresar cul­turalmente. Sin embargo, las circunstancias históricas emergen y se ve envuelta en los episodios previos a la independencia de Paraguay en mayo de 1811. Mantie­ne un romance con un militar, Rodrigo, cuya situación personal se descubrirá más adelante, y es apresada, sien­do el objeto de deseo de Antonio de Castro, el acusador. Pero ella acaba libre y es cuando decide viajar a España, regida por los invasores franceses, tanto para encontrar a su padre como para formarse. Después de unos avata­res terribles, viaja a París donde irá poco a poco encon­trando su lugar hasta el desenlace final positivo.

Pykasú es una mujer valiente, atrevida y audaz. Su inteligencia deslumbra. Irá salvando las dificultades una tras otra, hasta que por fin encuentra la vida anhelada. Es por ello que su vigor impactará en el lector porque la considerará una heroína de la vida. La novela se llena de acción y diálogos sin menoscabar en ningún instante el pensamiento de la protagonista. Su estructura lineal está destinada a fortalecer el suspense con continuidad. Hay episodios muy logrados, como los relacionados con la llegada de Pykasú al Palacio Real de Madrid. Quizá los más destacables sean precisamente aquellos donde una mujer “exótica” ha de encontrarse con una Europa de la guerra napoleónica (o los años siguientes) después de haber vivido la ilusión de la independencia de Para­guay. Los acaecidos en Paraguay son posiblemente los más duros.

¿Cómo afectan los sucesos históricos a la vida del per­sonaje? Es lo que principalmente observamos. Porque Pykasú tiene una fuerte personalidad por sus ganas de vivir, pero no abunda en reflexiones filosóficas hondas sino en el continuo deseo de aprendizaje: Franco subraya su vitalismo sobre todo y su deseo de progreso. Por esta razón, el amor será una liberación y una culminación de la búsqueda de la felicidad. Y el resultado: Pykasú es un personaje muy fuerte y domina las escenas hasta el punto de apagar al resto de los personajes y las propias situaciones. Es quizá uno de los aspectos a mejorar en el futuro: el personaje impactante no tiene necesariamente que engullir al resto hasta dejarlos en instrumentos con escasa relevancia. Un mayor equilibrio era necesario, pero seguramente Franco no hubiera conseguido una protagonista tan redonda como Pykasú.

Una novela amena, de iniciación, que busca el simple hecho de contar una historia, sin alardes, en defensa de la necesidad de la personalidad propia de la mujer fren­te a un mundo masculinizado, contada con un estilo llano, sin complejidades argumentales, recuperando la esencia de la ficción: la narratividad. Y bien escrita, lo cual se agradece y lo agradece la literatura de Paraguay. Por ello, Estela Franco promete darnos nuevos frutos de una cosecha que bien sabe cultivar.

 

 

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EL VUELO DEL PYKASÚ - Novela de ESTELA FRANCO

PREMIO LITERARIO GRUPO GENERAL DE SEGUROS

3ra. EDICIÓN – PRIMER PREMIO NOVELA

Editorial SERVILIBRO. Asunción, noviembre 2013

 

 

 

 

 

UNA NARRADORA IMPACTANTE: OLGA DIOS

Crítica literaria de VICENTE PEIRO BARCO


Escribe Delfina Acosta: “Se lee de un tirón. Cuando digo ‘se lee de un tirón’, digo que el material es bueno, pues produce una inmediata reacción en la curiosidad del lector”. Lo escribe acerca del libro Cuando éramos guapas de Olga Dios, publicado en 2011 en segunda edición definitiva (la primera fue en 2007). Y lo po­demos decir también de Más guapas que cualquiera, la segunda obra de esta autora, también de 2011. Sin embargo, no nos creamos que son dos obras semejantes: ambas tienen sus diferencias.

Estamos ante dos libros escritos por una joven nacida en 1975, de una generación urbana, mejor formada que las anteriores, y que ha viajado al extranjero. Olga Dios Kostianovsky es consciente de ello, y se siente afortu­nada porque recoge el fruto del triunfo sobre las ad­versidades que vivieron su abuelo y su madre, célebres periodistas. Una escritora del siglo XXI, con su proble­mática diferenciada de sus generaciones anteriores. Una mujer plenamente independiente y capacitada, fruto de la evolución del Paraguay, sobre todo de su capital.

Olga Dios lleva la escritura en sus genes. Nadie lo puede negar. Pero también en su estilo personal: des­enfadado, atractivo, sugerente, expresivo pero con me­sura, irónico hasta lo humorístico, y persuasivo. Digo persuasivo porque atrapa al lector deteniéndolo en cada palabra hasta pensar en si este libro, teñido de muchos colores autobiográficos, es la propia experiencia de la autora o simplemente una conjunción de sus deseos con la realidad atravesadas por la invención. La de Dios es una fabulación pura, compuesta con mimo y recelo, y en la que ninguna palabra ni sobra ni falta. Estamos ante una escritura exquisita y limpia.

Ambas obras son dignas de valorar en su conjunto, por su parecida temática y estilo. Sin embargo, hay un aspecto que las diferencia: el humor está más presente en Cuando éramos guapas que en Más guapas que cual­quiera. Sin embargo, la experiencia más madura frente a la vida domina en la segunda obra. En todos los casos, las narradoras son mujeres seguras de sí mismas y dis­puestas a disfrutar de la vida como no pudieron hacer sus ancestros (exceptuando algún cuento aislado con narrador masculino). Son mujeres de lecturas, hasta la “bulimia literaria” (como expresa en el primer relato), que han fantaseado en el cine viendo Rocky, Fiebre del sábado noche, Dirty Dancing o Un tranvía llamado de­seo, que escuchan música de Bon Jovi y John Lennon, mitos modernos, y han vivido entre la guerra fría y el desarrollo posterior, han viajado a Ginebra, a Madrid o a Roma, que beben buen vino y son capaces de ir solas a cualquier sitio, incluso en Asunción, donde no está tan asimilada esta costumbre. Las protagonistas de los cuentos de Olga Dios suelen vivir con y en pleni­tud: pero eso no significa que desprecien a los hombres, sino más bien lo contrario. Pero defienden la libertad, la facultad de elegir sus propios caminos. No son unos cuentos feministas más que en su raíz, no en ideas pre­concebidas o asimiladas como estereotipos. Por esta ra­zón, cualquier lector se enamorará de los personajes, de esas mujeres, por su propio carácter robusto y su propia vitalidad ante la libertad.

La infancia está presente en algunos relatos. Como “El Marqués de Carabás”, creación que inicia Cuando éramos guapas. Desde el primer momento se observa la narradora inquieta y activa provista de energía para vivir. Se advierte la escritura que combina la ironía y la trascendencia, y que mira con optimismo el mundo. Sin embargo, es una narradora-protagonista que trata de reencontrarse consigo misma: no solo con su pasa­do sino también con su presente. Así se aprecia en “El panteón de los Gilleta”, donde la figura del padre es un anhelo de recuperación para reencontrar sus raíces, y lo busca hasta localizar el lugar donde reposan sus restos mortales, razón por la que, por así decirlo, a través de la figura paterna recupera la paz consigo misma. De esa misma manera, hay que buscar esos restos y con iro­nía resuelve así la situación planteada en “Un domingo de julio en Montevideo”, resuelta en el siguiente rela­to con buen humor negro (“Dormir con el muerto”), acentuando su suspense al dividirlo en seis partes bien diferenciadas. Recurre al recuerdo de Villa Morra y aquellos parricidas de la leyenda urbana de “Perro sin cabeza”, o la preadolescencia cuando a los trece años descubre la grandeza de ser independiente gracias a su amiga, desechando los grupitos juveniles, en “Flo”. Y evoca esas primeras fiestas, como la de “Miércoles de ceniza”, hasta que recuerda su estupidez en “El caballe­ro de la Mancha”, cuando acaba adoptando una actitud por una compañía simple y confiada.

Magistral es relato del recuerdo feliz, a pesar de los temores, del día del golpe del derrocamiento de Stroessner en “En la noche de San Blas”. Pero de repen­te, la autora cambia de escenario y convierte su escritura en más íntima con la evocación del “11 de septiembre”, para proseguir con el relato que da título al libro, tam­bién ubicado en los Estados Unidos, donde vuelve el buen humor, la ironía y la fortaleza del dinamismo na­rrativo, con un magnífico recuerdo de sus compañeras de estudios de máster. Y “Los viernes en La Tomate” abre el ciclo sobre encuentros y desencuentros en ba­res y lugares nocturnos de copas que tan bien explotará Dios en su siguiente libro, seguido por “Una noche en el Village” y el divertido cántico a la vida y a la aven­tura entre el pavor de las protagonistas “Perdidas en el metro”. Cuentos localizados en Estados Unidos, en la época de estudios de la autora, bien estructurados y con una magnífica gradación de los acontecimientos. Y para finalizar, otro cuento evocador, “Carta con olor a cebo­ llas fritas” donde el intimismo camina a raudales por una prosa encandiladora que envuelve al lector.

En Más guapas que cualquiera los espacios son los protagonistas junto a la voz narradora: unos espacios cerrados y de diversión, como los bares o pubs, además de los hogares. Y es que casi siempre Olga Dios pone su localización en esos sitios cerrados donde se puede encontrar la felicidad, aunque sea momentánea, o a un hombre con el que disfrutar una temporada, más bien corta que larga. Esta obra, mucho más extensa que la anterior, dibuja una escritora más consistente y más pre­cisa en su léxico. Aunque haya perdido parte de la in­genuidad del primer libro, Olga Dios sigue cautivando en éste con la envoltura de una prosa bien trabajaba y medida en todo momento. Atrás queda el recuerdo de la infancia y la juventud para dejar paso a una mujer (o varias) que proclaman su libre decisión como signo de vida. La autora manifiesta que en este libro “reclama el derecho a escribir, porque si dejo de escribir, dejo de ser yo misma”. Es, por tanto, una escritura personal, consciente, y, aunque no necesite exorcizar fantasmas interiores, como citó Vargas Llosa como motivo de su expresión, sí que busca atrapar lo que es de uno mismo para redescubrir un pasado que dibuje un presente.

Atrás queda el mundo infantil, como en “Tío Beto” y “Un entrepiso en Plainpalais”, pero sigue vivo y hay finales felices como los protagonizados en los cuentos de Andersen. Pero quizá la experiencia de los amantes o amigos sea lo más impactante de los relatos. Es como “Literal y figurado”, donde la narradora nos desconcier­ta cuando después de desear la llegada de su anhelado ser en tres párrafos de una línea lo rubrica con un cuar­to donde dice: “En sentido literal pero sobre todo en sentido figurado”. Deseo y miedo a la vez ante la vuelta de lo anhelado.

Aunque la mayor parte de relatos se sitúa en lugares europeos (destaca el universo de Ginebra), los hay con escenario paraguayo. Es el caso de “Caña con ruda”, un relato muy curioso donde la política es un elemen­to de ruptura de sentimientos. Pero siempre domina el mundo europeo, la experiencia de la autora. Original y curioso es “Ritornare a Roma”, donde la diversión se transforma en obsesión, para deleite del lector, y tam­bién “Quemar las naves”, puro testimonio de intencio­nes personales.

Títulos que resumen el contenido del relato, como se debe titular toda creación. Todo bajo la capa de una escritura de dietario, donde se expresa el moroso sen­tir del recuerdo. Dios ha construido con sus relatos un diario en el que cuenta experiencias y deseos. Por citar algunos ejemplos, esa prosa sentimental, morosa y ro­mántica tiene sus mejores expresiones en relatos como “Tigritis”. Otros están llenos de inquietud y nervios como “Primera cita”, entre la autenticidad de su ami­ga Mar en “No pienso llamarlo”, quien opta vivir su vida en lugar de atarse a un hombre. La experiencia de la convivencia con el hombre siempre estará presente (“El bol de elefante”). Sin embargo, “Ricitos de oro y los ositos cariñositos” y “Mint car” ofrecen como pro­tagonista a un hombre”, ese hombre dolido por su pro­pia experiencia y al que se mira con cierta ironía. Esa misma ironía, incluso sobre sí misma, de “Me enamoro muy fácil, me enamoro muy rápido”, donde no se debe olvidar que “el público jamás besa a Julieta”, porque la vida es para quien la disfruta plenamente de forma ac­tiva y no para quien es un simple espectador que recibe pacientemente los zarpazos que le prestan otros. Todo condimentado por una concepción de la escritura en “Escribir, acto que permite “dejar de pensar” porque el alma de la narradora, que es la autora como se adivina fácilmente, está llena de buenas intenciones. Y añadiría que también vitalidad.

Esos cuentos con bares de fondo, como “Que no me cierre el bar de la esquina”, donde siempre se espe­ra algo, aventura o diversión, son realmente exquisitos. En ellos, Olga Dios alcanza sus mejores momentos de este su segundo libro de cuentos. El humor del hincha portugués aficionado al Arsenal que se marcha enojado en “Séptimo día”, después de un reencuentro de la pro­tagonista con la iglesia, tiene su sentido sobre la trascen­dencia de lo intrascendente. Con ese fervor a Auster en “MI noche en la ciudad”, cuya narradora-protagonista finaliza en un affaire consigo misma. Y el maravilloso “Descaradamente guapo”, con dos discursos comple­mentarios para contar la historia de una atracción, en un disposición confrontada entre el discurso en redon­da y el impreso en cursiva. Lástima que Blanche Du­bois fuera interpretada por Vivian Leigh y no por Kim Novak, como dice en este cuento (aunque realmente en la imaginación de la autora sea Kim Novak la mejor intérprete que hubiera podido tener el personaje creado por Williams), que Hernán Cortez sea realmente Her­nán Cortés, y que algunas erratas manchen la magnífi­ca edición de ambos libros.

“Si tuviera un dólar por cada duda, sería Paris Hil­ton”. Pero eres Olga Dios y tus lectores seres que han disfrutado con tus relatos, lo cual es la finalidad de toda buena literatura. Porque casi siempre, los buenos libros importan por lo que cuentan, no por su desenlace. Eso se lo dejamos a los best-sellers.


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MÁS GUAPAS QUE CUALQUIERA - Por OLGA DIOS KOSTIANOVSKY

COLECCIÓN LA MUJER PARAGUAYA EN EL BICENTENARIO

Editorial SERVILIBRO. Asunción - Paraguay

 

 

 

 

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INFORMACIONES ÚTILES - CONCURSOS LITERARIOS 2013 - 2014

 

 

PREMIO LITERARIO GRUPO GENERAL DE SEGUROS S.A.

(4ª EDICIÓN) - 2013 - 2014

Organiza la SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY (S.E.P.)

 

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(Destinado a Autores que no tengan libros editados, excluyendo antologías)

 

 

 

PREMIO LITERARIO HERIB CAMPOS CERVERA (3 EDICIÓN)

SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY (SEP)

 

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