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Historia Política


La Guerra Civil de 1947 – Autogolpe del 13 de enero, atraco a la Policía el 7 de marzo y sublevación en Concepción el 8 de marzo de 1947
(08/03/2012)

CRONOLOGÍA DE LA GUERRA CIVIL DE 1947

Por CARLOS GÓMEZ FLORENTÍN

 

         13 de enero: Un pacto Colorado-militar lleva al poder al Partido Colorado aliado con el presidente Higinio Morínigo en contra de la voluntad de los militares institucionalistas.

         7 de marzo: Asalto al Cuartel de Policía por militares vinculados al Movimiento Febrerista.

         8 de marzo: Insurgencia en el Cuartel de Concepción. Un grupo armado liderado por el capitán Juan Bartolomé Araujo asume el poder en Concepción y exige la renuncia del presidente Higinio Morínigo.

         16 de marzo: Levantamiento de las divisiones del Chaco con lo cual el norte del país se declara insurgente creando un frente libertario que incluía el Chaco, Concepción, Belén, Horqueta, Bella Vista, y Pedro Juan Caballero.

         16 de marzo: Fuerzas insurgentes toman Puerto Ybapobó e inician la campaña del Piripucú.

         18 de marzo: El gobierno de Higinio Morínigo declara el estado de guerra en el norte del país.

         27 de marzo: El gobierno de Higinio Morínigo comunica la cesación del estado de guerra en el norte del país.

         5 de abril: Conformación del nuevo gobierno democrático militar de Concepción, de cinco miembros.

         Abril: Campaña de San Pedro, donde las fuerzas leales al gobierno de Higinio Morínigo contienen el avance rebeldes tras combates en la zona de Agüerito, al noroeste de la colonia Nueva Germania, Potrero Novillo y Mercado Loma, y cerca de Cerrito en la zona de Cañada. Quinta, Sexta y Paso Vaí, Potrero Naranjo.

         26 al 29 de abril: Insurgencia en la Marina en Asunción. El gobierno de Morínigo consigue la victoria sobre las fuerzas insurgentes. Reemplazo del coronel Federico Smith como comandante de las fuerzas leales a Morínigo.

         Mayo: Ola represiva por parte del gobierno tras el aplastamiento de la insurrección de la Marina.

         9 de mayo: Insurrección en las cañoneras Paraguay y Humaitá.

         Mayo: Negociaciones internacionales lideradas por el diplomático brasileño Francisco Negrao de Lima en búsqueda de la pacificación del conflicto.       

         Mayo: Persecuciones al Partido Comunista en el Brasil.

         Mayo: Ataque sostenido de las tropas leales al norte del río Ypané, con bombardeos sobre territorio rebelde, limitados solamente por un gélido invierno.

         Mayo: Huelgas en el Banco Agrícola y en el Banco del Paraguay.

         Mayo:         Fricciones entre militares y colorados en el gobierno; y entre mandos jóvenes y mandos antiguos en las fuerzas rebeldes.

         11 de junio: Batalla de Tacuatí altera el avance progresivo de las fuerzas leales y fortalece las posiciones rebeldes.

         16 de junio: Fuerzas leales recuperan Pedro Juan Caballero.

         30 de junio: Fuerzas leales avanzan al norte del río Ypané, donde fuerzas rebeldes defienden sus posiciones con dificultad.

         4 de julio: Las cañoneras Paraguay y Humaitá zarpan de Puerto Carmelo, Uruguay, con destino al Paraguay liderando el Frente Revolucionario Sur.

         11 de julio: Fuerzas leales alcanzan Concepción tras haber reconquistado Belén, Loreto y Horqueta.

         1 de agosto: Fuerzas rebeldes hacen el desprendimiento sobre Asunción tras abandonar Concepción.

         1 de agosto: Tropas rebeldes alcanzan conquistas sucesivas en Puerto Ybapobó, Rosario, Antequera y San Pedro.

         3 de agosto: Desembarco en Barranca Mercedes. Avances de fuerzas rebeldes sobre Emboscada, Luque y Limpio.

         4 de agosto: Fuerzas rebeldes llegan a Puerto Bello tras cruzar el río Manduvirá.

         5 de agosto: Fuerzas rebeldes alcanzaron el río Piribebuy.

         6 de agosto: Desembarco sobre Arecutacuá. Avance decisivo sobre Piquete-Cué, Limpio, Altos, San Bernardino, Ypacaraí, Itauguá, San Lorenzo, Capiatá, Zavala-Cué y Asunción.

         13 de agosto: Tras intensos combates en los alrededores de Asunción, fuerzas leales regresan a la capital. Los combates se incrementan.

         15 de agosto: Rotas las comunicaciones entre los cuadros rebeldes, las tropas leales consiguen repeler el ataque forzando la retirada de los revolucionarios. Llegada de un cargamento de armas argentinas para las tropas leales.

         18 de agosto: El ejército leal comunicó que había recuperado Luque, San Lorenzo, Fernando de la Mora, Compañía Puerto Pabla, y los aeropuertos Panair y de Aviación Militar.

         19 de agosto: Llegada de la flota rebelde a Asunción tras aceptar la derrota a manos del ejército gubernamental. Los revolucionarios se retiraron desordenadamente principalmente por Villa Hayes y por Villeta, donde fueron masacrados a pesar de rendirse incondicionalmente.

         15 de setiembre: Tras un mes de persecuciones tanto a disidentes como a personas sin vinculación política, el gobierno de Morínigo declara una amnistía invitando a sus compatriotas, adversarios y partidarios, a regresar al Paraguay. Mientras algunos retornan, la gran mayoría se instala en países vecinos ante la falta de garantías que existía en el Paraguay de la postguerra civil.

Fuente: LA GUERRA CIVIL DE 1947. Por CARLOS GÓMEZ FLORENTIN  - COLECCIÓN GUERRAS Y VIOLENCIA POLÍTICA EN EL PARAGUAY - NÚMERO 14 © El Lector (de esta edición). Asunción – Paraguay, Marzo 2013 (113 páginas)

 

 

 

 

 

LA GUERRA CIVIL DE 1947  - AUTOGOLPE DEL 13 DE ENERO,

ATRACO A LA POLICÍA EN ASUNCIÓN  EL 7 DE MARZO

Y SUBLEVACIÓN EN CONCEPCIÓN EL 8 DE MARZO DE 1947

Por VÍCTOR- JACINTO FLECHA

 

La guerra civil, también conocida como revolución de 1947, fue la más violenta de todas las que recuerda la historia paraguaya, plena de guerras civiles, levantamientos y sonadas militares, y es la primera en el marco de enfrentamiento mundial, de la guerra fría, por lo que tuvo intervención internacional. Esta lucha fratricida fue decisiva para pergeñar el futuro del país. Al término de la misma se instauró un régimen de persecución no solo ya a los combatientes vencidos sino a todos que no fueran partidarios del gobierno. La consigna de "quien no está con nosotros está contra nosotros" se cumplió a cabalidad. La tercera parte de la población se exilió y fue el inicio de la división de la sociedad paraguaya, solo restablecida en su unidad, con el advenimiento de la democracia, en 1989, por lo que se constituye en un hito del acontecer histórico nacional

La guerra Civil se inició con un ataque de grupos de civil, ex-combatientes de la Guerra del Chaco, al Cuartel de Policía en Asunción, el 7 de marzo de 1947, seguido de una sublevación de la Región Militar de la ciudad de Concepción, al norte del territorio nacional, el 8 de marzo. Este enfrentamiento fue entre un sector del ejército paraguayo, autotitulado institucionalista, y el gobierno dictatorial de Higinio Morínigo, que no sólo movilizó a las fuerzas restantes de las FF.AA. sino a un verdadero ejército de civiles del Partido Colorado, todos con anterior experiencia guerrera obtenida durante la Guerra del Chaco. El enfrentamiento duró 6 meses.

La guerra civil no nació de generación espontánea sino que se estuvo incubando desde diez años antes, con la instalación militar en el poder civil en 1936, con la llamada "Revolución febrerista", que allanó la emergencia de contradicciones entre militares que conllevó a una etapa de "crisis política permanente", plena de intentos de golpes de Estado, cuartelazos, de cambios en las cúpulas militares, una inestabilidad militar en que ninguno de los sectores emergentes después de la Guerra del Chaco pudo imponer definitivamente su hegemonía durante el proceso, inclusive con la dictadura del general Higinio Morínigo.

De hecho, después de la derrota del régimen de la "Revolución febrerista" existieron dos tendencias dentro del ejército, uno de carácter institucionalista que buscaba un proceso de cambio con participación civil y otro con tendencia netamente militar y autoritaria. En el plano de los partidos políticos no se evidenció que algún sector estuviera construyendo, más que otro, el consenso en la sociedad para aspirar a una toma del poder por medios civiles.

El general Higinio Morínigo se apoyó en esas circunstancias, en 1940, para hacerse del poder e impuso una férrea dictadura. "Pueblo y ejército actuarán desde ahora bajo la dirección del mando único. Con la ayuda de Dios ejerceré inflexiblemente para orientar de una vez la Revolución Paraguaya".

Con este autoritario mensaje -30 de noviembre de 1940-­ estaba anunciando lo que seria su régimen. El eslogan de su gobierno, "Orden, disciplina y Jerarquía", de alguna manera manifestaba el pensamiento subyacente, el de intentar encuadrar cuarteleramente a la sociedad civil.

Esta dictadura impuso la pena de muerte por cuestiones políticas, prohibió asambleas, mítines, publicación y difusión de documentos, de artículos críticos hacia las "autoridades nacionales". Asimismo, decretó un receso sindical y la movilización militar de todo obrero que se declarase en huelga. Impuso la censura previa de Prensa y montó una oficina de Propaganda, encargada de exaltar las virtudes de la "Revolución Nacionalista".

La derrota del nazi-fascismo y el triunfo de las Fuerzas Aliadas en la Segunda Guerra Mundial, forzó a la dictadura de Morínigo a retirar al núcleo militar de extrema derecha de tendencia nazi-fascista, en 1946. El desplazamiento de este núcleo de poder armado derivó en una apertura política, el 9 de junio de 1946, con la constitución de un gobierno de coalición entre febreristas, colorados y militares.

A pesar de las expectativas de un proceso institucional democrático, "el amanecer de las libertades públicas" no ..desembocó en un entendimiento democrático de las fuerzas en pugna, sino al contrario, avivó la llama faccional. El reclamo de una Asamblea Constituyente, a fin de pergeñar un Estado democrático se vio obstaculizado en su realización por fuerzas que más le interesaba el poder antes que fortalecimiento democrático.

El sector guión rojo del Partido Colorado, desde posiciones claves en el gobierno, a través de los Ministerios de Hacienda y del Interior, conformó verdaderas milicias para-militares. Las actividades de estas milicias tenían como objetivo la creación de un clima político en el que se buscaba una salida de definición militar dictatorial.

Algunos sectores militares, en vista de que las contradicciones políticas entre los dos partidos de gobierno pudieran arrastrar al propio estamento militar, buscaron una valida pactada de que se retiren del gobierno ambos partidos y que éste quede en manos militares con el compromiso de unas elecciones generales próximas, con la participación de todos los partidos políticos, con el objetivo de elaborar una nueva Constitución y posteriormente las elecciones generales para la elección presidencial.

El 12 de enero de 1947 se definió finalmente, en una reunión de comandos militares y representantes de los dos partidos en el gobierno, en la que se decide por esta salida.

El jefe de Estado, el Gral. Higinio Morínigo, viendo que esta salida pudiera alejarlo del poder en las nuevas elecciones, dio, conjuntamente con el Partido Colorado, un autogolpe, en la madrugada del 13 de enero del mismo año. De esa forma, se clausuró el proceso de democratización. Nuevamente las persecuciones políticas y sociales se reiniciaron. Ahora ya apoyada por los elementos parapoliciales del guión rojo.

La apertura liberalizadora llegaba así a su ocaso, sin que las organizaciones sociales y políticas hayan podido construir dentro de la sociedad civil un modelo alternativo a la dictadura militar de la que emergió. Quedó claro para todos los sectores que la única definición posible era la de un enfrentamiento armado capaz de imponer por la fuerza una hegemonía.

El 7 de marzo de 1947, con el atraco a la Policía por parte de jóvenes febreristas, se dio inicio a la sublevación. El 8 de marzo se rebeló la Comandancia de la III región militar en la ciudad de Concepción, poco después se le sumaron todas las unidades del Chaco. "...Nuestro fin es salvar la dignidad y el honor de las FF.AA., marchando el 12 de enero..." "Este movimiento no responde afines partidarios estrechos sino por normalizar el país (..) y terminar de una vez con el régimen de persecuciones, de ilegalidad .yel trastorno constante en las FFAA. (Comunicado de las Fuerzas Rebeldes).

El programa que proponía este movimiento del sector "institucionalista" del ejército era "libertad de acción de los partidos políticos; elecciones libres, medidas urgentes contra el alza del costo de vida..." y otros pronunciamientos de contenido democrático e institucional. A ese sector del ejército le acompañaron todas las organizaciones políticas excluidas del poder: Concertación Febrerista, Liberal y Comunista.

Los alzados se acantonaron en la norteña ciudad de Concepción, enclavada en una zona rica en ganado y con excelente potencial comercial. Los sublevados no intentaron atacar Asunción, en un primer momento, aún cuando era el espacio neurálgico del poder. El 3 de abril, casi un mes después del levantamiento, los revolucionarios constituyeron una Junta de Gobierno Militar, compuesta por tres miembros, declarando nula la administración pública del gobierno de Morínigo en la zona de influencia de la Junta de Gobierno, y poniendo plazo pudiera hasta que pueda realizarse elecciones libres, con la participación de todos los partidos políticos existentes en la República. Asimismo, la Junta nombró un gabinete y declaró capital provisional la ciudad de Concepción.

La Declaración de principios reconoce la Carta de las Naciones Unidas, el Acta de Chapultepec, así como los demás Tratados Internacionales del Paraguay. Se refiere que asegurará "la libertad dentro del orden democrático para todas las organizaciones políticas y seguridad de lodos los derechos inherentes a la personalidad humana". Esta Declaración fue enviada, desde Ponta Porá (Brasil) el Secretario de Estado de los E.E.UU., buscando "el reconocimiento del estado de beligerancia y dar el trato establecido en el derecho internacional".

El movimiento revolucionario dio inicio a sus operaciones militares, recién en abril, ocupando zonas del Departamento de Concepción y San Pedro. En tanto, el gobierno del Gral. Morínigo, ante la sublevación de casi el 80 % de las fuerzas armadas, comenzó a solicitar ayuda de armas a los EE.UU y al Brasil, para armar a sus contingentes de voluntarios civiles, que aparentemente le fueron negadas. En la documentación norteamericana sobre este conflicto armado paraguayo se nota la simpatía, a pesar de ser una dictadura, al gobierno de Morínigo. Éste, muy hábilmente, explotó el reconocimiento que hacía los revolucionarios al Partido Comunista, como un partido con los mismos derechos que los otros. La propaganda del gobierno acusaba que la sublevación era comunista. Los sublevados buscaban que fuera reconocido el estado de beligerancia como para permitir la intervención extranjera en búsqueda de una solución pacífica. Estados latinoamericanos ofrecieron su servicio de mediación, no siendo aceptados por el gobierno de Morínigo que exigía la total rendición de los sublevados antes de negociar.

El Partido Colorado, que compartía y apoyaba al gobierno, hizo un llamamiento a sus correligionarios a alistarse a la defensa del poder constituido. Miles de voluntarios, la mayoría excombatientes de la Guerra del Chaco se alistaron en el ejército, que con armamentos conformaron una fuerza formidable.

En mayo de 1947, Brasil ofrece sus buenos oficios de mediación. El embajador Negrao de Lima viaja inclusive, vía Ponta Porá a entrevistarse con los rebeldes. El Uruguay apoya esta mediación del Brasil. El gobierno de Juan Perón en la Argentina se sentía más cercano del gobierno de Morínigo.

La propaganda de Morínigo de que la sublevación era comunista, en el marco de la guerra fría, restaba apoyo a los sublevados, aún cuando los cables e informes de la embajada de los EE.UU. a su gobierno no podía asegurar lo mismo. (Documentos publicados por Alcibíades González delvalle en su libro el DRAMA DEL 47)

Mientras los sublevados no decidían atacar el núcleo del poder, el gobierno, por su parte, enviaba poderosas fuerzas hacia la zona de Concepción. Estas fuerzas, después de varias batallas y encontronazos, llegaron a rodear a los rebeldes. A fines de julio, cuando se vieron casi rodeados se deciden y se embarcan en todas las embarcaciones posibles, con todos sus armamentos y caballares hacia Asunción, por el río Paraguay. Se pensaba atacar a Asunción, que había enviado contingentes muy importantes en el norte y se pensaba que estaría más desguarecida. En abril fue descubierto un complot de la Marina, una aliada de los rebeldes, que en tres días de lucha en las calles de Asunción, fue derrotado, lo que restaba una fuerza local a los rebeldes. Ante la noticia de la llegada de los revolucionarios, el gobierno ordenó a sus tropas en el norte a regresar a la capital, a pesar de estar separados como unos 450 kilómetros. El gobierno, asimismo, recibió ayuda en armas del gobierno del general Perón para armar a los civiles colorados. Es así que los rebeldes llegaron a ingresar en Asunción y fueron derrotados el 15 de agosto por contingentes, fundamentalmente, de voluntarios colorados, autodenominados "pynandi" (descalzos).

El desenlace de la Guerra Civil marcó el momento de la definición y el rompimiento del "empate catastrófico", iniciado diez años atrás, y al comienzo de una nueva etapa dentro de la organización del Estado autoritario militar. Esta derrota supondrá la imposición del terror como relación estado-sociedad civil, con casi la tercera parte de la población fuera exiliada y a su vez explicaría la larga dictadura militar del general Alfredo Stroessner.

Fuente: HITOS DEL BICENTENARIO. Por LINE BAREIRO, MABEL CAUSARANO, MARGARITA DURÁN ESTRAGÓ, VÍCTOR-JACINTO FLECHA, BARTOMEU MELIÁ, GUIDO RODRÍGUEZ ALCALÁ © De esta edición SERVILIBRO. COMITÉ ASESOR, COMISIÓN NACIONAL DEL BICENTENARIO. Editorial Servilibro. Telefax: (595-21) 444 770. Correo electrónico: servilibro@gmail.com , Asunción, Paraguay octubre 2011.

 

 

Grupo de Milicianos

 

 

 

 

ESTALLIDO DE LA REVOLUCIÓN

 

Luego del período de vacaciones, que se extendió hasta fines del mes de enero de 1947, nos presentamos los oficia­les egresados en el 46, de la remesa "Cnel. Eugenio Alejan­drino Garay" al Estado Mayor General de las FF.AA., a re­cibir la orden pertinente de destino; a los componentes del grupo de Infantería se nos asignó la 2da. División de Infan­tería, con asiento en la ciudad de Concepción.

Esta Unidad se hallaba comandada, hasta el fatídico 13 de enero, por el Cnel. de Estado Mayor Juan Ibarrola, héroe de la guerra del Chaco, y condecorado por su brillante par­ticipación en la inolvidable batalla de Nanawa, y que vería truncada su brillante y larga carrera militar por la innegable partidización que comenzaba en las FF.AA., en su reempla­zo, y ya conforme a la nueva tendencia que comenzaba a imperar, fue nombrado el Cnel. de Ing. Miguel Ángel Ye­gros, quien con sus desaciertos y normas preestablecidas iría socavando la moral e integridad institucional de esa uni­dad, que más tarde colapsaría, para bien o para mal, como sucedió.

Componíamos aquel grupo de flamantes Sub-Tenien­tes los siguientes: Andrés Silva Britos, Jorge Napoleón Ca­zal, Raúl Orlando Cáceres, Guillermo Alonso Rodríguez, Blas Zaballa Cazal, José Domingo Ibarrola, Apolonio Ji­ménez y Miguel A. González Vierci, mayoritariamente asignados al Regimiento 1 "2 de Mayo", siendo la excepción el Sub Tte. José D. Ibarrola, destinado al R.I. "3 Corrales". En una soleada mañana de mediados de enero, arriba­mos en el vapor "Pingo" -barco de la carrera, como le de­cían-, al puerto de la ciudad de concepción, acontecer que invariablemente suscitaba una consabida y repetida curio­sidad, que motivaba la presencia en los muelles de una nu­merosa cantidad de personas, movidas por diferentes y va­riados motivos (recibir parientes, embarcarse con destino al norte, periódicos, noticias, esperar cargas, otros meneste­res) y tal vez un deseo disimulado de las chicas de "vichear" a los nuevos oficiales que iríamos a integrarnos a esa her­mosa y grata sociedad concepcionera (muchos de los com­ponentes echaron ancla en esos lares).

Entre tan abigarrada y numerosa concurrencia, distin­guimos la presencia de los Ttes. Juan Carlos Gómez Fron­tanilla y Julio César Espínola, que acudían a recibirnos en razón de ejercer los cargos de comandantes de compañía del referido regimiento "2 de Mayo", y con la misión de nuestro traslado a dicha unidad y posterior presentación ante el Comando Divisionario.

Durante el trayecto, fuimos impuestos por estos oficia­les de la delicada y tensa situación que ya se vivía, como consecuencia de la presencia de oficiales y suboficiales de reserva incorporados por el Cnel. Yegros tendiente a conso­lidar la presencia de colorados en las filas del Ejército.

Concepción, en esa época una bella ciudad llena de tra­diciones, centro logístico de la guerra del Chaco, conforma­da por una sociedad culta y respetuosa de las tradiciones de sus mayores, constituidas por distinguidas familias de muchos lustros de afincamiento, de trayectoria honesta y labo­riosa, todo este acervo de tanta valía se encontraba en la am­plitud de su territorio, avalado y basamentado por una pobla­ción rural, también laboriosa, respetuosa y honesta que com­pletaba el marco idílico y bucólico donde fuimos a sentar nuestros reales, lastimosamente enrarecido por las "negras nubes" que nada bueno presagiaban, y de cuya breve estada aún hoy guardamos gratísimos recuerdos a pesar de ello.

Tuvimos, en los carnavales de ese año, en el mes de febrero, la alegría de participar de los hermosos festejos que enmarcaban sus tradicionales reuniones y corsos, sin saber­lo, el último trago dulce e inolvidable de nuestra muy breve juventud despreocupada. Sólo en esos instantes y que no se volverían a repetir, por muy largos y trágicos años por los que transitó nuestra Patria. Destierros, encarcelamientos y persecuciones, serían la otra cara de la moneda que nos re­galó la dictadura stronista.

El apoyo de toda la civilidad concepcionera, sin excep­ción, a la causa revolucionaria, le costó a esta tranquila y bella ciudad el ser objeto de latrocinios, persecución y des­pojo de bienes de sus habitantes y la destrucción de todo lo que durante años fue su orgullo y su razón de ser, su decencia y su amor a la justicia. Cuarenta años de marginamiento no sirvieron para "matarla", y ella hoy como el ave Fénix, resurgida de sus cenizas, está de nuevo en la lucha y en la recomposición de sus tradiciones y de su otrora floreciente riqueza pecuaria y agrícola.

La historia siempre se escribe y la verdad a la larga sur­ge y es conocida, y si en algo este libro contribuye a ello, veré en parte pagada esa gran deuda de gratitud y cariño por todo lo que ella me brindó en particular, y en general a nues­tra gesta del 8 de marzo.

Antes de volver a retomar el hilo de los acontecimien­tos, quiero destacar que varios de nuestros camaradas tu­vieron la dicha de encontrar la compañera de sus sueños y afanes, y sólo entre las de esa época recuerdo a Juan Carlos Gómez F.-Yolanda Ayala. Luis Ángel Cino-Teresita Isnar­di, Jorge N. Cazal-Gilda Esteche, Andrés Silva Britos-Te­resita Otaño; en la azarosa y trashumante vida que les tocó llevar, pusieron en evidencia la estirpe y la grandeza de la mujer en la lucha justa de sus compañeros de toda la vida, como lo hicieron todas las que hoy aún nos acompañan en nuestros afanes y recuerdos de tiempos idos.

A todas ellas, sin distinción, un profundo agradecimiento emocionado de un componente de las Fuerzas Revolucio­narias de Concepción.

Las preguntas que más frecuentemente me han sido for­muladas a través de estos años guardan relación con el ini­cio y fin de la revolución, por qué se inicia en un punto tan distante de la capital (condición desfavorable desde un punto de vista táctico y militar); si la fecha fue previamente acor­dada; y las causas que determinaron el resultado adverso de las acciones, cuando estas ya se desarrollaban en las puer­tas de Asunción.

Las respuestas a estas interrogantes serán fácilmente comprensibles, con el desarrollo de los acontecimientos que a partir de aquí se relatan.

Concretada el 13 de enero de 1947 la artera acción del dictador Morínigo, en confabulación con el Partido Colora­do, se produjo el desplazamiento de los jefes y oficiales superiores, que a partir de la primavera democrática del año 1946 venían haciendo honor a la palabra empeñada, apuntalando con sus ideales y su acción todo el proceso dirigido a la democratización de la Nación y, paralelamente, a la institucionalización de las FF.AA., conforme al programa que fuera establecido en ese entonces. Ese fue el pecado que determinó su marginación de los mandos superiores dentro del estamento castrense y que les valió a algunos la prisión y a otros el exilio.

Consumada esa diáspora brutal y fulminante, el gobier­no de Morínigo asumió desembozadamente su actitud de partidización de las FF.AA., iniciando inmediatamente el

reemplazo de los jefes desplazados de las grandes unidades con oficiales, algunos de neta raigambre colorada y otros, le manifiesta simpatía con su proceder.

La Comandancia de la 2a División de Infantería, con asiento en Concepción, fue ocupada por el Cnel. de Ing. Miguel Ángel Yegros acompañado por el Cmdte. Carlos Do­maniczky, el Cap. Flaviano Yegros y otros. Ellos constituían en su conjunto, la cabecera de puente tendiente a im­plantar en dicha unidad la nueva tendencia partidista de las FF.AA.

Aumentaron el desconcierto e intranquilidad que impe­raban dentro de la oficialidad de las FF.AA., especialmente de los capitanes, tenientes y subtenientes.

La marcha de los acontecimientos posteriores creó un clima general de disconformidad e inquietud en cuanto al futuro institucional de la República y muy especialmente de las FF.AA. de la Nación.

Con el correr de los días las ansias de recomposición compartidas por la inmensa mayoría de la oficialidad joven fueron entibiándose; consciente de esta situación, el Estado Mayor General, siguiendo órdenes del Comando en Jefe, Morínigo, desarrolló la segunda etapa del plan: la incorpo­ración de oficiales y suboficiales de reserva, de connotada militancia colorada, en las diversas unidades y de las dife­rentes armas. Fue así que la Infantería, Caballería, Marina, Aviación, Artillería y otras, abrieron las puertas para el in­greso irrestricto de los mencionados efectivos, con el obje­to de apuntalar la acción de partidización del Ejército.

Todo esto sucedía ante la impotencia y preocupación de los oficiales jóvenes y jefes de baja graduación, pues no había un líder que asumiera la responsabilidad de realizar una acción rápida y determinante que revirtiera la situación. Cabe destacar que aquellos que, en su momento, fueron los guías naturales del Ejército institucionalista y democrático gestado en el 46, no asumieron ese nuevo compromiso, que, si bien entrañaba riesgos diferentes, podría haber servido de freno a la instauración de la nefasta trilogía (Partido Co­lorado, Gobierno y Fuerzas Armadas), que comenzaba a pa­decer nuestro país.

Como era natural, los componentes de la 2a División de Infantería veíamos con aprensión el paso de los días sin que se produjera una reacción en la capital, que era el escenario más lógico para su concreción. El Cnel. Yegros y sus cama­radas habían asumido sus cargos con indicaciones precisas de lograr la adhesión al nuevo status propiciando el debili­tamiento del grupo procediendo al apresamiento y poste­rior marginación de los que ejercieran mayor liderazgo ante la oficialidad joven.

Como los medios de comunicación existentes en esa época no permitían un relacionamiento fluido y rápido den­tro del territorio nacional, se produjo una incomunicación con las unidades de la capital, y la situación de espera y aislamiento a que estábamos sujetos en Concepción caldea­ba los ánimos.

Dentro de ese panorama de incertidumbre e intranqui­lidad tanto civil como militar, explota inconexamente una acción desesperada de un grupo de adherentes al Partido Revolucionario Febrerista, quienes realizaron un atraco a la Policía de la Capital el día 7 de marzo a la mañana, y la ocuparon por breve tiempo, para posteriormente abando­narla ante la reacción de las fuerzas tanto policiales como militares. Creemos sinceramente que esta acción fue un acto desesperado de un puñado de valientes, ante la evidente tor­menta de negros nubarrones que se abatía incontrolable so­bre nuestro país.

Hasta donde conocemos, y si bien es cierto que dentro del Ejército existían algunos simpatizantes del P.R.F., eran escasos y su ubicación dentro de las esferas castrenses nos hace presumir que el acto no estuvo nunca gestado ni co­nectado por oficiales en actividad en el Ejército, que en su mayoría apostaban por una línea apartidista e institucional.

Permanecíamos por una orden general del Comando Di­visionario, acuartelados, cuando recibimos la noticia; ésta era sólo fragmentaria y sin posibilidad de confirmar el he­cho, las mismas nos daban la certeza de que la acción había constituido un hecho aislado, en la que no se vieron involu­cradas unidades castrenses con asiento en la capital, sus al­rededores o el interior.

Ante esta situación de crisis, que indudablemente se vivía, nos reunimos la totalidad de la oficialidad, en forma subrepticia, pues para entonces era ya comandante del Re­gimiento 1 2 de Mayo el coronel Fernández, hombre de confianza de Yegros, y también habían ingresado suboficiales afiliados al partido de gobierno, circunstancias que crearon dificultades para reunirnos sin levantar sospechas; sin embargo, lo hicimos. El oficial más antiguo,el Tte. Car­los Gómez Frontanilla, fue el encargado de resumir en for­ma clara los acontecimientos y la situación que derivaría de ellos. Se consideró que alguna medida de restricción de li­bertad habría de ser adoptada por la Comandancia en con­tra de algunos oficiales, como forma de apercibimiento y escarmiento, pues era fácil colegir que intentarían ir debili­tando los bloques en las distintas unidades, con el pretexto, que les venía como anillo al dedo, de una supuesta conexión con lo acontecido en la Policía de la Capital, situación que volvemos a destacar, nunca existió.

Era difícil prever en qué momento sucedería, pero sí estuvimos de acuerdo que no demoraría más de uno o dos días, barajándose la posibilidad que fuera inmediata; ante tal eventualidad, se pacta solidariamente en consenso que si algunos oficiales eran arrestados, se informaría de dicha situación al Cap. Juan Bartolomé Araujo, quien asumiría el comando del Regimiento adoptando las acciones necesa­rias para liberar a los camaradas presos y reintegrarlos a sus legítimos cargos; éramos conscientes de que esta opción irre­versiblemente llevaría a una acción sediciosa, con todas las implicancias que ello supone, tanto en nuestra situación cas­trense como en el devenir socio-político de nuestro país.

A última hora de la noche, arriba a la unidad desde Con­cepción, una camioneta cuyo conductor era un suboficial, portando una orden escrita del jefe del Estado Mayor Gene­ral Divisionario para trasladar al asiento del mismo, a los Sub Ttes. Andrés Silva Britos, Blas Zaballa Cazal y Miguel A. González Vierci, en forma inmediata, con la supuesta misión de reforzar la guardia divisionaria, pretexto a todas luces incoherente, y que evidentemente ocultaba otra inten­ción. Posteriormente llegaría también, en calidad de deteni­do, el Tte. 1° de Adm. Napoleón Morínigo. Ante la intem­pestiva llegada de la orden, se reafirma el compromiso soli­dario que anticipadamente se había pactado, aceptando ser trasladados al Comando Divisionario.

Se iniciaba así, sin saberlo y tal vez sin quererlo en ese momento, el primer acto de lo que sería horas después el inicio de la Gesta Libertadora del 7/8 de Marzo de 1947 en Concepción. A través de estos largos años, mucho he medi­tado sobre ese acontecimiento por considerarlo el más tras­cendental de mi vida como ciudadano de este país, por ser impensadamente y quizás involuntariamente, junto con mis camaradas apresados, los detonantes de un polvorín que subyacía en la sociedad paraguaya y de hecho más fuerte­mente en las FFAA.

Suelen decir los grandes escritores que los hombres hijos del destino, ese hilo invisible movido por las manos del Señor, y que nos lleva a estar a veces en el lugar acertado en momento oportuno, y otras a estar en el lugar equivocado en el tiempo inoportuno; al recordar con los ojos de la memoria lo sucedido, tan lejano en el tiempo y verlo y revivirlo como si fuera hoy, no puedo menos que concluir que creo haber estado en el lugar acertado en el momento oportuno, no importa que ello determinara la pérdida de mi carrera militar, abrazada con tanto cariño, el haber estado a pasos de la muerte al haber sido herido y prisionero en los últimos días de la contienda, y posteriormente sufrido apre­samiento, exilio y todo lo que ello conlleva como frustra­ción de ideales y metas que fueron fijadas al iniciar la carre­ra de las armas; aún ante estas adversas circunstancias creo haber asumido el rol como ciudadano oficial de las FF.AA. me correspondía, con un presente de dudas y un futuro in­cierto, aferrándome a los principios de la revolución de Con­cepción y no haber renunciado a mi pasión por los funda­mentos de justicia y libertad, marco perenne de la institu­cionalidad y la democracia.

Aquella actitud fue norte de vida, y si no fue posible revertir situaciones que perduraron con la dictadura de Stroessner y a pesar del golpe del 3 de febrero del 89, debe­mos lamentar que nuestra patria sigue sintiendo hoy día los resabios de una conducción ilegal y autoritaria, que en nada desmerece a sus mentores de otrora.

Al arribo de la camioneta al asiento del Comando Divi­sionario, fuimos recibidos en el patio del mismo en horas cercanas a la medianoche por el Cmdte., Cnel. Yegros, y su plana mayor, siendo conminados a darnos por detenidos, previo un discurso justificativo de su actitud, en el que no hizo más que desnudar su posición de lealtad a las nuevas condicionantes que se iban dando dentro de las unidades castrenses, y en evidente cumplimiento de precisas instruc­ciones, iniciando de esta forma una "razzia" dentro de un plan preestablecido.

Como justificativo de su accionar, luego de enrostrar­nos calificativos inmerecidos y cuestionar nuestra actitud, que presumía iba destinada a conseguir su defenestración, nos ordena entregar nuestras armas y darnos por detenidos. Como era corriente en la tenida militar de fajina el uso de unas camperas verde olivo, tipo americano, aproveché esas circunstancias y ya en el camino del Regimiento a los cuar­teles de la División, oculté debajo de la misma el arma que portaba, una pistola 9 mm, obsequio de mi padre, por lo que ignoré la orden de desarme y corriendo el riesgo que de ser cacheado, pudieran detectar esa transgresión a la orden su­perior. Ella fue mi compañera inseparable, desde ese mis­mo momento, hasta las últimas acciones de la revolución, y en las circunstancias narradas era el elemento que en algún momento definiría la libertad o ante una eventual posibilidad de fuga. Con guardias armados en la puerta de cada habita­ción/oficina ubicada en la planta baja del edificio Divisiona­rio, quedamos detenidos, informándosenos que en cualquier momento seríamos interrogados por un tribunal de emergen­cia, constituido por oficiales superiores, adeptos a las directi­vas del Cnel. Yegros.

Nos habíamos puesto de acuerdo de que en caso de ser interrogados, deberíamos asumir la misma y coincidente pos­tura de negar todo conocimiento de las acciones supuesta­mente subversivas en el seno de nuestra unidad, pues la evidente intención del interrogatorio sería, mediante ame­drentamiento y amenazas, conseguir información sobre las conexiones que pudieran existir con otras unidades del Cha­co o Capital.

Puestos a buen recaudo y en habitaciones contiguas pero separadas, esperábamos en vigilia los acontecimientos que inevitablemente devendrían, al llegar a los camaradas del Re­gimiento 1 2 de Mayo la noticia de nuestro apresamiento.

Instalado el a todas luces ilegal tribunal, somos llama­(los individualmente para ser sometidos al interrogatorio cuyo contenido era presumido por nosotros, lo que nos fa­cilitó las respuestas.

La postura previamente asumida era la de negar siste­máticamente los cargos, circunstancia que ofuscaba a los interrogadores, quienes con improperios y amenazas pre­tendían cambiar el curso de nuestras respuestas; una de las más utilizadas consistía en la de que al día siguiente, apro­vechando la llegada del vapor Anita Barthe, que hacía via­jes desde Asunción hasta Olimpo, seríamos remitidos en calidad de detenidos a la isla de Peña Hermosa, famosa pri­sión militar de aquella época, a la que fueron a parar injus­tamente no sólo oficiales jóvenes sino beneméritos lucha­dores de la guerra del Chaco, jefes de brillante foja de ser­vicios con más de una condecoración ganada en los campos de batalla, sufriendo la humillación de sus custodios, que eran oficiales de reserva adictos a la dictadura. Quiero ren­dir un homenaje a todos ellos que con dignidad y valentía sufrieron esa ignominia, como precio de su honradez, su patriotismo y su lucha por la justicia y la libertad de nuestro país. Algún día esa tétrica isla deberá ser rebautizada con el nombre de uno de los ilustres jefes que la habitaron como detenidos, en situaciones infrahumanas de vida y sufrido los vejámenes a su dignidad por parte de los pequeños de espíritu y los cobardes de vida, que comenzaban entonces a emerger incipientemente, para posteriormente ser una cons­tante durante largas y nefastas dictaduras.

Luego de los interrogatorios, volvimos a nuestros luga­res de detención, y entonces sí, ya más relajados, descabe­zamos un sueño liviano, con el subconsciente atento a lo que pudiera suceder en las horas siguientes, previas al ama­necer, en la seguridad de que nuestros camaradas, conoce­dores de la situación, cumplirían con la palabra empeñada.

Ellos irrumpen intempestivamente en el Cuartel Divi­sionario, se toma en breves segundos la guardia del mismo, y las acciones que llevaron a nuestra liberación fueron per­fectamente sincronizadas y mejor realizadas, lo que evitó derramamiento de sangre, e hizo que el amanecer del 8 de marzo, la ciudad de Concepción estuviera en poder de las Fuerzas Revolucionarias sin haberse disparado un solo tiro en el copamiento de los distintos puntos estratégicos y vita­les, Delegación, Policía, Cuartel de Obras Militares, Co­rreo y otros, y el apresamiento del Cnel. Yegrós y su plana mayor, quienes de captores el día 7, pasaron a constituirse en capturados el 8 a la madrugada.

Este digno ejemplo de hacer honor al compromiso asu­mido, basados en nuestra postura principista e instituciona­lista, constituyó la legitimidad de esta sublevación, y fue el motivo principal que concitó la simpatía y el apoyo de toda la sociedad civil y la adhesión de otras unidades militares a la causa de la Revolución, la que como se verá en los enun­ciados de su proclama, orientaba su acción en los principios de Libertad y Justicia y en la instauración de una real, efec­tiva y permanente democracia en nuestra Patria.

Retornando a los momentos posteriores a nuestra libe­ración, que estuvo a cargo de efectivos del Regimiento de Infantería 1, 2 de Mayo al mando circunstancialmente del capitán de Infantería Juan Bartolomé Araujo y otros oficia­les de la misma unidad, podemos manifestar que el mismo constituyó un momento de gran tensión y de lógica alegría, porque entendíamos que se había asumido una decisión tras­cendental, referida no sólo a nuestras carreras castrenses, sino que principalmente a los destinos de la Patria a la que queríamos verla libre de tiranías y transitando caminos de irrestrictas libertades.

En estos instantes cruciales, el capitán Araujo expuso atributos que serían una constante en su vida: decisión, va­lentía, integridad moral, permanente renunciamiento y sa­crificio, y su entrañable amor al Ejército. Creo haber sido privilegiado al servir sus órdenes en la campaña revolucio­naria y ya en la vida civil haber compartido muchos mo­mentos de charla amena y aleccionadora, que ayudaron a fortalecer mis convicciones.

Sin lugar a equívocos, puedo manifestar que con su muerte el país perdió a uno de los militares íntegros y pun­donorosos, que a través de sus enseñanzas y ejemplos en la Escuela Militar, en las unidades a las que perteneció y en el ámbito de su vida civil, dejó marcado con indeleble estela el trayecto de una vida libre, valiente y decente.

El Cap. Araujo con un pequeño grupo de comando y otro oficial de la unidad, asumió la responsabilidad del apre­samiento del Cnel. Yegros, que a la sazón habitaba la casa de unos parientes concepcioneros. Otro grupo fue destina­do al copamiento de la Delegación de Gobierno y la Poli­cía, otro del Correo y Telefónica. A mí se me asignó el apre­samiento del Cmdte. Domaniczky y otros oficiales de la plana mayor de la División, que vivían en las instalaciones del Círculo Militar. Enfrentando a esa responsabilidad se­lecciono un grupo compuesto de un suboficial y cuatro cons­criptos y me dirijo al cumplimiento de esta misión.

Evidentemente, luego de nuestro apresamiento, todos los jefes de la División se habían confiado en demasía, pre­sumiendo que las acciones no generarían reacción alguna, pues la guardia de ningún sitio había sido reforzada. Este hecho se dio en el Círculo Militar, al que ingresamos por la entrada principal que da acceso al patio del mismo, donde divisamos 4 camas con mosquiteros, en las que presu­miblemente deberían encontrarse los oficiales a cuyo apre­samiento habíamos sido comisionados. Al enfrentar ese es­cenario imprevisto y desconocido, con señas destino a un hombre con arma preparada a cada una de las camas más alejadas (estaban ubicadas una al lado de la otra) y a una señal mía los demás componentes del grupo y obviamente yo, levantamos los mosquiteros y simultáneamente, apun­tándoles con nuestras armas, les intimamos se dieran por detenidos. En la cama que me había autoasignado, sin sa­berlo dormía el Cmdte. Carlos Domaniczky, otrora jefe de destacada actuación en la contienda chaqueña que en una reacción instintiva, intentó tomar el arma que se hallaba bajo la almohada, lo que naturalmente produjo una conminación terminante y fuerte de que desista a oponer resistencia, opor­tunamente así lo hizo, permitiéndome tomarla para entre­garla posteriormente en la Comandancia de la Revolución.

La intempestiva e inesperada acción a la hora de pro­fundo sueño facilitó el éxito de la misma.

Los otros componentes del grupo cumplen sin incon­venientes su misión, y los demás oficiales, luego de verse obligados a entregar sus armas, son autorizados a vestir sus uniformes, y custodiados, son trasladados al asiento de la División en calidad de detenidos, ubicados en las salas que horas antes nosotros habíamos ocupado en similar situa­ción. De aquel momento, trascendente y riesgoso, me que­da el recuerdo de nuestra actuación enérgica y respetuosa.

Tiempo después supe por mi padre que el referido Cnel. Domanickzy de quien era amigo, al encontrarlo en la calle lo increpó duramente por el supuesto hecho de tener un hijo prepotente y maleducado, situación que lo tomó de sorpre­sa, ya que mi padre desconocía lo acontecido. Recién en nuestro reencuentro, pude detallarle lo sucedido, llevándo­le tranquilidad a su espíritu de padre, y la comprensión a la reacción del referido militar.

Siguiendo con la acción, rato después regresó el Cap. Araujo, trayendo al Cnel. Yegros en calidad de detenido, el que es alojado junto a los otros jefes dentro de un marco de respeto, sin violencias ni afrentas, pero sí con firmeza y re­solución, como las circunstancias lo exigían.

Al momento llegan los partes del cumplimiento de las demás misiones encomendadas, quedando pendiente el co­pamiento del cuartel de Construcciones Militares, unidad en la que había una dotación aproximada de 150 soldados. De ellos se hallaban armados solamente los que componían la guardia (aproximadamente un grupo de combate), pues la unidad se dedicaba a la fabricación de materiales de cons­trucción (ladrillos, tejuelas y otros), que eran utilizados en las mejoras y ampliaciones de las unidades regimentales.

El Cap. Araujo me asigna la toma de dicho cuartel, para lo que conformo un grupo de combate reducido y me dirijo a él. Con las primeras luces del día 8, cruzo las vías que pasan frente a la unidad, ya que estaba en conocimiento del santo y seña, se lo doy al guardia y nos aproximamos.

Con instrucciones precisas dadas minutos antes de iniciar la ac­ción, al llegar al edificio de la guardia, sorprendemos al ofi­cial y soldados, y los conminamos a darse por detenidos, haciendo que inmediatamente sean recogidas en una pieci­ta las armas disponibles. De inmediato nos dirigimos a la cuadra de la tropa, en desconocimiento de si hubiera más hombres armados. Allí los conscriptos, sin saber lo que su­cedía, ya que la guardia estaba alejada de los pabellones, se dirigían a los baños y piletas de lavado para el aseo matinal; en esas circunstancias son rodeados por mis efectivos y obli­gados a una formación (para el parte de la mañana) en for­ma rápida y terminante, lo que se produce sin ningún inten­to de resistencia. En formación y con los oficiales y subofi­ciales, son trasladados al cuartel de la División, dejando solamente una guardia compuesta en parte por efectivos del 2 de Mayo y otros soldados del cuartel (estos sin armas) como resguardos de las instalaciones y bienes.

Llegados a la División, informamos al Cap. Araujo del cumplimiento de la misión, y los componentes quedan mo­mentáneamente detenidos, para ser posteriormente incor­porados a las fuerzas de la Revolución.

Para entonces el Cap. Araujo había asumido la conduc­ción de todas las acciones para la consolidación del Golpe Revolucionario. Comienza entonces un largo y lamentable período de indefiniciones de otras unidades, circunstancia que incidió negativamente en el desarrollo posterior de los acontecimientos.

Dentro de aquellos trascendentales primeros momen­tos, creemos necesario puntualizar que eran parte de la 2da. División de Infantería de Concepción, también el Regimien­to R.I.3 Corrales y el Regimiento (RZ-2) Gral. Genes, el primero de ellos comandado por el capitán Núñez Aceve­do, ubicado aledaño al R.I. 1 2 de Mayo, y el segundo por el mayor de Ingeniería don César Aguirre, con asiento en la ciudad de Belén.

Estas unidades no tuvieron participación activa en la noche del 7/8 de marzo por dos circunstancias diferentes: El R.I. 3 Corrales carecía prácticamente de tropa, recién estaban siendo incorporados los nuevos efectivos, y si bien es cierto que la oficialidad estaba comprometida con nues­tros principios, no hubo tiempo por la rapidez de los suce­sos y el secreto con que hubieron de tomarse las acciones para contrarrestar el golpe de apresamiento del Comando Divisionario. El Z-2 de Zapadores no pudo participar en razón de su lejano emplazamiento, lo que de hecho anulaba cualquier posibilidad de comunicación inmediata, circuns­tancia que sí se cumplió con ambas unidades a la primera hora del 8 de marzo, con el beneplácito y la total adhesión de todos sus componentes.

El acto más importante dentro de los muchos que la situación obligaba a realizar, consistió en el aviso que se le envió al Cmdte. del Regimiento N° 2 Gral. Genes de Zapa­dores con asiento en la ciudad de Belén, que si bien estaba en conocimiento del malestar que reinaba en el ámbito cas­trense y las posibles acciones (al margen de la generada por nuestro apresamiento) que podrían tomarse para el reen­cauce institucional, no pudo por esa circunstancia tener par­ticipación directa; era sí el jefe de mayor graduación y en ese entendimiento y como era lógico, fue llamado a hacerse cargo de la conducción de las fuerzas de la Revolución. Hay que destacar que él contaba con la adhesión total de todos sus subordinados, oficiales jóvenes también consustancia­dos con la institucionalidad que se pretendía recobrar.

A la sazón esta Unidad se hallaba acampamentada en la ciudad de Belén, realizando las funciones y tareas que por su especialización le correspondían, el enripiado de la ruta Concepción-Belén.

El mayor de Ing. César Aguirre comandaba la Unidad, su Cmdte. de Batallón era el Cap. César R. Vera, y compo­nían sus cuadros los Ttes. Luis Ángel Cino y Miguel Ángel Corvalán, Sub Tte. Ramón Moreno, Sub Tte. Miguel Melot. La dotación la componían 180 soldados, y la mayoría de sus implementos eran maquinarias menores y pesadas referidas a sus funciones de zapadores. Su dotación en ar­mas era de apenas 22 fusiles, destinados a los Servicios de Guardia y Vigilancia.

Arriba a esa Unidad, aproximadamente a las 3:00 a.m. del día 8/03/47, comisionado por el capitán Araujo, el Sub­te. Apolonio Jiménez, perteneciente al R.I. 1 2 de Mayo, para informar al mayor Aguirre de lo acontecido en Con­cepción, requiriendo su presencia.

El mayor César Aguirre, llevando como ayudante al Tte. Luis Ángel Cino, arriban a Concepción a las 6:00 a.m., y en reunión con el capitán Araujo deciden las acciones a tomar. En la ocasión también le es transferido el Mando General de la Revolución, que le correspondía por antigüedad, y de he­cho por estar plenamente consustanciado con los principios y metas del Movimiento Revolucionario que se iniciaba.

Se integra en Concepción el mayor Aguirre a su nuevo cargo, el día 8 de marzo; una de las primeras acciones de común acuerdo con el Cap. Araujo, fue la elaboración de una proclama revolucionaria suficientemente clara que des­tacara los fines de la misma (ver pág. siguiente); este docu­mento que es transcripto en su redacción original, muestra como podremos ver, los principios, los alcances y las me­tas, y su enunciado breve y conciso es un compendio de sabias expresiones y palabras que sintetizaban y aún hoy lo siguen haciendo, el ansia libertaria y democrática como un clamor inacabable, intangible e imprescriptible, del com­promiso de todos aquellos ciudadanos democráticos y ho­nestos comprometidos con una mejor suerte del país.

Fuente: EL ESTALLIDO DE UN IDEAL. CONCEPCIÓN. REVOLUCIÓN DEL 7/8 DE MARZO DE 1947 por SUB.TTE.INF. MIGUEL A. GONZÁLEZ VIERCI, REG.INF.I “2 DE MAYO” NARRACIÓN AUTOBIOGRÁFICA, SEGUNDA EDICIÓN, Arandurã Editorial, Asunción-Paraguay,  mayo 2008 (1ª Edición, febrero 2007).

 

 

 

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* LOS GOBIERNOS DE JOSÉ FÉLIX ESTIGARRIBÍA e HIGINIO MORÍNIGO. Por HELIO VERA. LA HISTORIA DEL PARAGUAY - ABC COLOR. FASCÍCULO Nº 32 - CAPÍTULO 16, Asunción – Paraguay 2012.

 

 

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