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RAÚL AMARAL

  EL LEÓN Y LA ESTRELLA 1953 – 1973 - Poemario de RAÚL AMARAL


EL LEÓN Y LA ESTRELLA 1953 – 1973 - Poemario de RAÚL AMARAL

EL LEÓN Y LA ESTRELLA

1953 – 1973

Poemario de RAÚL AMARAL

Colección Poesía, 43

© Raúl Amaral

Alcándara Editora

Edición al cuidado de rl. al., C.V.M. y M.A.F.

Diseñográfico; Miguel Angel Fernández

Viñeta; Carlos Colombino

Tiraje de 750 ejemplares

Hecho el depósito que establece la Ley 94

Se acabó de imprimir el 30 de junio de 1986

en los talleres gráficos de Editora Litocolor

Asunción del Paraguay

 

EXPLICACIÓN

El título de este libro -EL LEÓN Y LA ESTRELLA- no corresponde al ya anunciado de CELEBRACIÓN DEL PARAGUAY, que ahora pasa a integrar la parte inicial la nueva versión. Se trata de una antigua denominación que había quedado reservada para otras páginas, convenientemente póstumas, que el tiempo ha venido postergando con tenaz benevolencia.

Cree el autor, ante el trance inevitable de darlo a conocer, que el rescatado nombre se acomoda con mayor eficacia a la índole de los distintos capítulos, el primero de ellos de acento épico, si se quiere, y los restantes de entonación lírica; exactamente eso: EL LEÓN Y LA ESTRELLA.

Convendrá advertir también que apenas si algunos poemas -de entre un no muy espeso conjunto- han podido recobrar vida para dar cumplimiento al propósito de esta edición, que puede calificarse de impensada para quien los escribió.

Se clausura así más que un determinado instante o el fragmento de una existencia, todo un ciclo, iniciado hace cuarenta años y cuyos orígenes se ha considerado necesario soslayar, ya que ellos pertenecen a urca prehistoria biográfica voluntaria y definitivamente confinada al olvido.

Habrá de tomarse en cuenta, entonces, sólo aquello que ha venido rigiendo en pensamiento y conducta desde el 7 de octubre de 1952. La peregrinación expresada en LA SIEN SOBRE AREGUÁ (1982) alberga ese estado de conciencia y tiene fuerza de convicción.

Con relación al material incluido puede afirmarse que “Canto a la luz de San Lorenzo” (I-II) y “Alta bandera, Artigas”, fueron anticipados en Carta civil al Paraguay (1960). Por su parte, “Ana Díaz”; “Abuelo Don Carlos”, “Mariscal de la Patria” y “El corazón de la esmeralda” se difundieron a través del periodismo literario; "Testimonio de alguien" figuró en antologías, siendo los demás inéditos. Algunos de ellos han sido corregido o modificados en uso del ostinato rigore, de antigua eficacia.

Las fechas puestas al pie de cada uno de los poemas servirán para delimintar su perspectiva, porque a pesar de ser contemporáneos de La sien sobre Areguá, poco o nada se emparentan con dicho manual. Se trata de una temática que ha crecido aparte y por tal motivo aparte debía quedar.

La anterior promesa de “opá che rembiapó" espera verse más que confirmada, en esta oportunidad, con un superlativo que señale la idea de que estos pasos en ver dad son finales y que los versos del ilustre mexicano González Martínez no cierran en vano el volumen.

La última, agradecida palabra, sea para ALCANDARA y en particular para el poeta Carlos Villagra Marsal, merced a quien este libro se concreta hoy en mensaje de tierra y hombre, canto y destino. Y es de aguardar que las leves páginas que lo conforman logren alguna vez ser dignas de tan lúcido como implacable padrinazgo.

Opaité che rembiapó.

rl. al.

(Isla Valle de Areguá

15 de abril de 1986)

 

 

A la memoria

de nuestro querido Míko,

en cuyo pequeño corazón,

ya de ratees y minerales,

comienzan a florecer

la soledad y el recuerdo

(18 enero 1984)

 

 

Estas páginas

son también para Pinto

centinela de relevo

en la tarea de mostrarse

mejor que los seres

llamados humanos

 

 

 

CELEBRACIÓN DEL PARAGUAY

 

EUSKADI

 

Don José Julián de Arriola pe,

che syramói yoapy

 

Allá, en tu corazón, busco callados pinos,

la herida de tus noches y tu música en vela;

sales de neblinosas fogatas que en la estela

del uno al otro siglo dejan los peregrinos.

 

Desde antiguas riberas, desde asediados trinos,

vuelve tu flor de tiempos y hay una carabela

que ilumina mi sangre, la cruz que te desvela

y que en el cielo asoma sedienta de caminos.

 

Alguien te dijo Madre con un adiós lejano,

alguien en un remoto fulgor americano

que asume -piedra y tierra- su raíz verdadera,

 

y te amó como aman los hijos desvalidos:

el pecho contra el viento, los años doloridos,

las alas de horizonte sobre la tierra entera!

 

(1971)

 

RESPLANDOR DE ANTEQUERA

 

a Rufino Arévalo París

 

I

Es la noche, Antequera. La noche desbordada

de sus antiguos flancos. El estupor del aire,

la lúcida paloma que un día de tu pulso

brotó calladamente rumbo a la luz del tiempo.

 

¡El tiempo! Cómo rueda por tu palabra y cómo

mide tus graves pasos, la sombra de la celda,

las voces que se pierden entre un mar de aventuras,

y esas sienes que caen, ese sueño, esos nombres.

 

Otro andar por el tiempo con los ojos vencidos,

invocando una fecha de azahares y sangre,

otro andar, un galope de imposibles anuncios,

 

las guitarras alertas, el balcón, la proclama,

sólo tú con la fiebre de la noche en el puño,

sólo tú con el tiempo: Libertad silenciosa.

 

II

Nadie supo de qué alas regresabas al tiempo,

ni quien puso en el fuego de la brida el destino;

una rama quebrada y otra rama, - ¡otra rama! –

y en la senda un aéreo camposanto de pájaros.

 

Eso es todo, La lumbre se parece al recuerdo

de lejanos galopes incitando a la selva;

el cabildo, la tarde, las campanas insomnes

y después las raíces que rodeaban tu alma.

 

Eso es todo. Eso es todo. Pero aun queda el asombro,

la vertiente que guarda las simbólicas lunas

y la imagen remota de aquel barco de muerte

 

desdichado de esperas, de tambores violentos,

de quiméricas playas donde asoma un ausente

su presagio de espumas y fatídicas sales.

 

III

Es la noche, Antequera. Nadie sabe qué noche,

sin rumor, sin palabras, sin laureles, sin cantos.

Es apenas la noche -resplandor de tu pecho-

quizá flor, quizá lágrimas, y cadalso y cadenas.

 

Es la última siembra. Busca ahora el tordillo.

Aquí el pliego, la pluma, la guirnalda del pueblo,

la paloma que viene de tu voz, de tu férreo

corazón, que no encuentra la virtud del milagro.

 

Nada más. Una dulce devoción de guaranias

se descubre al regreso de tu adiós y tu niebla,

una niebla de tiempo, de montaña, de río,

que corona en la tierra tu perfil de ceniza.

 

Eso es todo. Antequera. Eso es todo. (En la noche

alguien vio que un jinete convocaba tu ausencia).

 

(1967)

 

 

ABUELO DON CARLOS

 

a Oscar Ferreiro

 

I

Aquí estamos, Don Carlos, aquí sencillamente,

viendo cómo despiertan la cosas de la vida,

cómo crece en el hombre la palabra perdida,

su cuerpo de trabajo, su sepultura ardiente.

 

El tiempo le castiga los pasos y la frente

-el tiempo que en los sueños tiene otra medida-

no queda rezo, lumbre, ni sangre compartida

que viertan su esperanza desde que estás ausente.

 

Un aire de galopas regresa por el río

-el aire, arpa de siglos, que llega hasta su casa-

ritmo de piel adentro, dulce canto de estío,

 

tronchado en la callada devoción de la tierra.

Un aire de galopas rumbo a la siembra pasa...

Vuelve, abuelo Don Carlos. Ya se murió la guerra.

 

II

Pon de pie a tu paisano. Pon la raíz que brota

junto a piedra y madera sobre su pecho oscuro,

alta raíz que lleve paisaje de futuro,

metálico destino de la heredad remota.

 

Dile que en su ceniza no cabe la derrota

del día o de la noche, si no el quehacer maduro,

que el mundo es la quemante soledad de lo puro

erguida entre los sueños y la vértebra ignota.

 

Llama, reúne, nutre los bienes verdaderos,

dispersa la mandioca, desciende al aguacate,

guía su fiel arado, sus bueyes, sus terneros,

 

olvídale el machete, la pólvora y su rayo,

y al sol en que desnuda su luz la yerbamate

pon de pie, igual que entonces, su amor de paraguayo.

 

III

Aquí estamos, Don Carlos, aguardándote en fiesta,

con la limpia alegría hecha de nuestro cielo,

del verbo de los niños, del recordado anhelo

de preguntar al alma lo que en vivir nos resta.

 

Por ti anuncia sus jugos la tibia miel enhiesta,

el haz mediterráneo despliega su desvelo,

las voces de los pobres te recobran, abuelo,

y suena a bronce el himno civil de la floresta.

 

Vuelve, no tardes, vuelve: La topa despojada,

más honda la elegía nacida de la historia,

las manos creadoras hacia la orilla amada...

 

Y aquí nosotros todos, los simples nacionales,

sintiendo cómo vibra la Patria en tu memoria,

tu corazón alerta bajo los naranjales!

 

(1957)

 

 

MARISCAL DE LA PATRIA

(ELEGÍA DE SOLANO LÓPEZ)

 

a don Juan E. O´Leary

 

I

Esta es la Patria, Mariscal, abierta

como una mañana entre tus sienes,

rosa de luz antigua que retienes

en la hora de ser, la hora cierta.

 

Nació en la estrella, sin saber, despierta,

más allá de la tierra y de sus bienes;

dentro tu férreo pulso la contienes,

apenas ala, mariposa alerta.

 

Patria -mujer- ceñida a la cintura

de la selva de fuego,

te circunda el varón desde la altura.

 

¡Mariscal, Mariscal, regresa luego,

que el sabor de la pólvora fulgura

bajo la voz elemental del ruego!

 

II
Este es el pueblo, Mariscal, surgido

de un indómito río americano,

de algún pecho de piedra, de un lejano

arco aborigen hacia el sol tendido.

 

¡De pie, siempre de pie! Ciego su herido

corazón una tarde de verano

lo hallaron junto a ti, trunca su mano,

rumbo al cerro final, desguarnecido.

 

Oh cruz de sangre, cáliz de ceniza,

por tu tibio reposo de raíces

una lenta corola se desliza.

 

¡Es el pueblo, es el pueblo mutilado,

que florece en agudas cicatrices

y de pie, como ayer, a tu costado!

 

III

Esta es la gloria. Mariscal, la cumbre

que señala en el tiempo tu destino,

la guirnalda de bronce, el vespertino

tremolar de la insomne muchedumbre.

 

Recobrado laurel, su dulcedumbre

ya se resuelve en sombra y en camino,

y eres tú el peregrino, el peregrino

que descansa del mundo de la lumbre.

 

La gloria, Mariscal, la gloria un día

-signo de eternidad sin ademanes-

llamó a tu soledad y a tu agonía,

 

y hoy su vuelo de amor es tu añoranza...

¡El vuelo, Capitán de capitanes,

rojo, blanco y azul de la esperanza!

 

(1954)

 

 

NOCTURNO VECINAL

 

CRECE el viento en los senderos finales de la nostalgia. Procura su refugio en la noche y de sus pastizales surgen breves, calladas memorias. Sus plazas, sus torres, alguno que otro sembradío, dicen que aun hay algo en sus entrañas que no se resigna y que aguarda.

De la inicial Capilla de los Jesuitas no queda más que el paso del aire, el estremecimiento de las lluvias, unos pocos árboles tronchados por el agobio de los días y el canto insepulto, que no alcanzara la esperanza del cielo.

Y de San Lorenzo Ñu Guasú, de aquella población desplegada en escasas viviendas, nacida entre reflejos de arroyos, angustiados acordes, guitarras puestas en cruz para una ausencia, apenas si resta el asedio inmaterial de la vigilia.

Por estas calles que fueran de campo pasó el músico Ochoa, con su melodía asomada a la pureza; por aquí doña Bonifacia, última cuñá caraí guasú, brindando un lenguaje digno del Siglo de Oro; y el maestro O’Leary, erguido de laureles y banderas; y don Manuel Gondra, que descendió del poder con los bolsillos vacíos y las manos limpias; por aquí Saturio Ríos, el artista pintor; José María Romero, el héroe; Cándido Silva, el que anunciara las dianas de Curupayty; Viriato Diaz Pérez, el esteta; Gustavo Riccio, ungido de poesía.

San Lorenzo Ñu Guasú enciende su destino y quizá desde él, como al trasluz de una lenta ceniza, pueda contemplarse a Baruch Spinoza, puliendo la paciencia de sus cristales y su filosofía; a “Clarín”; empecinado en trazar las imágenes de La Regenta; a Faulkner, peregrino de pueblos perdidos y remotos.

Tres lustros hace que el autor de estas páginas lo lleva a su costado, conversa con sus pájaros, busca el asombro de sus niños. Y hace tanto que alguna dulce sombra dispone sus recuerdos y se tiende sobre el espacio de tierra y tiempo para continuar aquel diálogo de silencios, que ya no habrá de interrumpirse nunca.

Que así sea. (1973)

 

CANTO A LA LUZ DE SAN LORENZO

 

I

A veces estas cosas

no sé cómo decirlas, sembrarlas,

al asedio del aire,

errante campana de la noche

llamando a nieblas en el otoño vivo.

 

Hacia ti se adelantan las estrellas,

lucientes en los ojos del ganado,

y en las manos de un niño

el tintineo de su eco de plata,

ya distante.

Oigo que te deslizas,

mensaje entre las vértebras del viento

recogido en la sinfonía

de otras edades,

siempre igual a nosotros,

vertiéndote,

suma de años, brizna

del hombre

a cada día ausente de pasado.

 

(Alguien, alguna vez,

desde la esencia de lo eterno vino

y contigo se estuvo,

diálogo sin memoria

que entre vidas y muertes

se perdía).

 

A veces estas cosas

no sé cómo decirlas, con qué idioma nombrarlas,

según allá a lo lejos

se acostumbra.

Tú que guardas sus pájaros rurales,

la misma luz al despertar

metálico el rocío

y sus raíces vueltas al milagro,

confíame de qué manera

la esperanza

ciñe tus lentas torres,

San Lorenzo.

 

II

Cuando mi alma cruza este silencio

crecen las cosas de la noche

y así la soledad del tiempo asume

su proyección elemental

y pura.

 

Pasos que apenas si perfilan

este o aquel sendero,

si descubren, una a una,

las estrellas rurales

y el asedio de alguna nueva luz

en otro cielo.

Pasos que aguardan en su eco

la voz de la ternura,

la verdadera consecuencia

de nuestras vidas,

de una vida

distinta, prodigiosa.

 

No sé qué es este pueblo

-tampoco lo saben, quizá,

los íntimos fundadores de sus días-

sólo sé que él se acoge

a mi corazón

con un remoto acorde,

recobrado de ingenuidades y pasiones,

de imágenes y desasosiegos.

 

Pasajero de su aire,

con el temblor de su tierra

entre las manos,

aquí dicen que estoy,

ya para siempre unido

a imponderables desvelos:

un arpa, una guitarra,

el latido ancestral que deja el viento

y este vecindario de conciencias

que despierta sus ansias,

que quiebra su querer

o lo construye,

mientras la sombra tiende,

junto a gramillas

y familiares ganados,

el arco musical

-único y constante-

de la madrugada.

 

(1958)

 

III

Una tarde en mi hondura

-forma de espiga o lágrima dispersa entre tus límites-

vi nacer el asombro, la luz de tu recuerdo

y el viento desolado que algunas veces vuelve

con su estela de voces, de anuncios, de caminos.

 

Debo nombrarte ahora, cuando la siembra dice

dónde tu devoción recupera el milagro,

dónde tu fiel reflejo guarda esplendor de infancia

y las palabras crecen, despiertas, en el tiempo.

 

Aun llevo, San Lorenzo, tus ecos memorables,

tus campanas brumosas, el rumor con que anudas

la muerte o la existencia; la pasión, la vigilia,

que alguien custodia, que alguien comparte sin saberlo

para que no me olviden mañana tus raíces.

 

Una flor, un amigo. La desnudez del aire

que dibuja una a una las claras arboledas,

las tímidas guirnaldas que celebran los años,

y siempre igual el fuego, siempre igual la nostalgia.

 

¿Cómo llamarte ahora, desde otra edad insomne,

cuando ya la ceniza va doliendo en los rostros

y apenas se adivina que somos los distantes

con una ciega estrella que acude a nuestras sienes?

 

Tú estás, calladamente. Tú estás junto a los sueños;

toco tu altura, toco tus manos de rocío,

ya los rurales pasos descubren la vertiente

que crece entre mis noches y tu mangal sereno;

sin embargo te busca la errante sed del hombre

que un otoño, hace mucho, supo hallar tu silencio

y descifrar tus signos, los últimos adioses

en que arderá algún día la sombra de una ausencia.

 

Aquí en la lejanía, San Lorenzo, te he visto,

suma de amaneceres y de pájaros lentos,

y te he amado como aman los que no tienen nada

o los que todo esperan de tu materna lumbre.

 

(1966)

 

 

EL CORAZÓN DE LA ESMERALDA (1972)

 

TU, MI COSTADO ERRANTE

 

I

Tú, mi costado errante, flecha pura,

ardida estrella entre la luz que muere,

que vienes de la sombra sin ventura

hacia esta soledad que el tiempo hiere.

 

Llámame como antaño. Nada dura

y es preciso vivir lo que se quiere.

Recorta el viento sur en tu figura

apenas el asombro, o lo que fuere.

 

Nadie dirá que vas, ni que regresas,

que están tus voces en mis sienes presas

como esta voz que el corazón aguarda

 

y vive de tus pasos y tu ausencia,

esa desnuda voz de la inocencia

que asume la nostalgia o lo retarda.

 

II

Amor que no por dicho tan dolido,

allá entre las campanas del verano.

Amor que una mañana fue vivido

como el iris del agua en una mano.

 

La flor me queda de tu piel, que en vano

procura otra razón y otro latido.

Soy el que ha estado en ti, lo que ha caído:

La raíz y la espiga, que no el grano.

 

Subterránea conciencia que despierta

sin querer mis sentidos, crece alerta

tu música rural, adolescente,

 

y así busco los días, las arenas,

las imposibles márgenes serenas

y el lento sol del corazón ausente.

 

III

¿Como olvidar tu llama verdadera,

aquella que de ti llevo escondida,

si está mi sangre abierta a una ribera

de pequeñas espumas encendida?

 

¿Quién logrará matar la fe vivida,

el mundo cierto de la edad primera,

las veces que retornas a la vida

con la sed de una antigua primavera?

 

Bien sabes que esta senda es tuya y mía,

que crece en ella la melancolía

y la callada siembra del destino,

 

ése donde se ampara la esperanza

y en la mágica noche siempre avanza

como un ciego que inventa su camino.

 

IV

Peregrinante gris y sin reposo,

 renacido de ti todas las horas,

no el novio, o el amigo, o el esposo,

sino el íntimo ensueño donde moras.

 

¿Para qué más? Alguna vez dichoso

será tu corazón, y lo que añoras

una línea fugaz, un milagroso

vértigo de alas libres y sonoras.

 

Que la existencia es eso, sólo eso:

Una barca sin fin y sin regreso

entrevista en el río del recuerdo

 

y que una tarde cálida, amarilla,

deja en silencio en la despierta orilla

la huella del amor en que me pierdo.

 

V

¡Adiós! dirán los pájaros de antes,

los pájaros de luz que en nuestro valle

con trazos enigmáticos y errantes

figuraban la hondura de tu talle.

 

No ha de pedirle al aire que se calle

este mi amor que oculta sus instantes,

lo que ya no es posible, lo que el valle

guarda en sus dulces símbolos distantes.

 

Alguien distinto te dará su acento,

apagado laúd, agreste viento,

ceniza del ayer por ti avivada,

 

como una lumbre en flor, fugaz y pura,

lejana flor de agónica armadura

que vuelve de la vida hacia la Nada.

 

 

AMOR QUE VUELVES

 

Amor que vuelves como vuelve un sueño,

con tu cautiva sombra enamorada,

que a veces te pareces a la Nada

y otras al signo de un oculto empeño.

 

Agita su aire musical, risueño,

la lenta torre de la madrugada

y en la raíz de esta ciudad callada

brota la lumbre de un adiós sin dueño.

 

Todo renace en tus dispersas alas:

El perfume del tiempo a que te igualas

para encender la esencia de la vida,

 

las manos que una tarde se dolieron

y poco a poco en el silencio fueron

sangrante trébol y paloma herida.

 

 

SENTIRTE LEJOS

 

Sentirte lejos y saberte cierta,

como en otras edades y otros versos,

aquí donde no llegan los dispersos

ecos del mundo y de la vida incierta.

 

El hombre errante que en la hoja yerta

ve apagar sus pequeños universos,

con sus pasos callados y diversos

busca la llama intemporal, despierta,

 

lo que en ti se renueva y reflorece,

el canto, el rumbo de la luz que crece

desde algún resplandor dolido y fuerte,

 

y llega hasta estas manos despojadas

que sólo en ti serán justificadas

más allá de la lumbre de la muerte.

 

 

ÚLTIMO ACORDE

 

A UNA PEQUEÑA SOMBRA

 

a Poli,

memoria en el tiempo

 

I

Contigo llevas cosas y personas,

lo que ha muerto en la luz y está en las sienes,

las mañanas, las siembras, las espumas

de este río final, que es tu comienzo.

 

Nadie sabrá qué mundos o palabras

designan el secreto de tus días,

ni qué paterna niebla te circunda

en el país donde arderán tus pasos.

 

Apenas lo que guardas de la vida,

ese tibio silencio, esos cabellos,

lo que otros no vieron ni buscaron

 

aquella ciega tarde, en el verano,

apenas queda, si en el aire vuelve

tu corazón con su pequeña sombra.

 

II

Alguien ha de llamarte, descubrirte,

perfumada raíz, sueño yacente,

ya sin camino, sin color de mapa,

con los nombres perdidos en la sangre.

 

Algún amigo insomne, de regreso

de una villa de pájaros y nubes,

traerá los simples juegos que te faltan

y un remoto, quebrado silabario.

 

Todo será una flor. Tú habrás de verla

junto a la dulce orilla. Flor del tiempo

que hacia tu inmóvil barca se desplace.

 

Alguien vendrá. Tal vez tú no lo adviertas.

(En tu pulso las tardes guaraníes

renacerán como una rosa verde).

 

(1971)

 

A UN PORTAL SIN OLVIDO

 

Reconocido entre el ayer y el mundo

-apenas si un intruso del destino-

quiso una tarde el arduo peregrino

volver al tiempo de su ser profundo.

 

La leyenda en la luz, en el presunto

quebrarse de la mies -niebla y camino-

fueron guirnalda de quemante espino

para la paz de su laurel difunto.

 

El amor, intocado en las riberas,

este asedio rural de primaveras

y el adiós de unas márgenes ya frías...

 

Eso es todo. Jinete sin reposo

sabe que vida y muerte en el acoso

de sus pasos están y de sus días.

 

(1973)

 

 

CONTENIDO

Explicación,

CELEBRACIÓN DEL PARAGUAY

Euskadi,

Ana Díaz (1580),

Resplandor de Antequera I, II, III,

Abuelo don Carlos I, II, III,

Mariscal de la patria (Elegía de Solano López) I, II, III,

Alta bandera, Artigas,

NOCTURNO VECINAL

Canto a la luz de San Lorenzo  I, II, III

Adiós a Isla Valle,

EL CORAZÓN DE LA ESMERALDA [1972]

Tú, mi costado errante I, II, III, IV, V,

Amor que vuelves,

Noche del alma,

Sentirte lejos,

El corazón de la esmeralda I, II, III, IV

ÚLTIMO ACORDE

A una pequeña sombra I, II, III, IV,

A un portal sin olvido,

Elegía en destino,

Testimonio de alguien,

Han llegado.

 

 

 

 

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