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ERASMO GONZÁLEZ

  LAS GUERRAS CIVILES ENTRE 1870 Y 1880, 2013 - Por ERASMO GONZÁLEZ GONZÁLEZ


LAS GUERRAS CIVILES ENTRE 1870 Y 1880, 2013 - Por ERASMO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

LAS GUERRAS CIVILES ENTRE 1870 Y 1880

Por ERASMO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

COLECCIÓN GUERRAS Y VIOLENCIA POLÍTICA EN EL PARAGUAY

NÚMERO 7

© El Lector (de esta edición)

Director Editorial: Pablo León Burián

Coordinador Editorial: Bernardo Neri Farina

Director de la Colección: Herib Caballero Campos

Diseño de Tapa y Diagramación: Jorge Miranda Estigarribia

Corrección: Rodolfo Insaurralde

I.S.B.N. 978-99953-1-335-7

Hecho el depósito que marca la Ley 1328/98

Esta edición consta de 15 mil ejemplares

Asunción – Paraguay

Febrero 2013 (91 páginas)

 

 

 

CONTENIDO

 

Prólogo

INTRODUCCIÓN

Capítulo I

Las huellas del genocidio de la Triple Alianza

La política en la reorganización

Las discordias de posguerra

Los caudillos revolucionarios

El ejército

Duelo de poderes

Capítulo II

El Congreso es defendido en Tacuaral

El gobierno desprestigia la rebelión

El Batallón Guarará

Absurda destitución del Presidente Rivarola

Salvador Jovellanos Presidente

Ascendencia de Benigno Ferreira

La oposición a Jovellanos

Capítulo III

Rebeliones contra el gobierno de Salvador Jovellanos

La primera revolución del general Caballero

Reacción del gobierno

Derrota de los insurrectos

Reorganización revolucionaria

Jovellanos afronta otra revolución Caballerista

Fracaso de una intervención mediadora

Más derrotas revolucionarias

Suertes dispares de los combatientes

Indulto gubernamental a los revolucionarios

Antecedentes de una nueva revuelta

La tercera insurrección contra Jovellanos

El Pacto del 12 de Febrero

Capítulo IV

Insurrecciones contra Juan Bautista Gill

Tramasen el gabinete de Jovellanos

José Dolores Molas

La insurrección del Comandante Molas

Propuestas de alianza

La rebelión de Molas

Exabruptos revolucionarios

Intervención de las tropas brasileras

Molas promueve la retirada

Exaltación al gobierno

El presidente Gill reforma el ejército

Serrano al ataque

Antecedentes de un magnicidio

Los acontecimientos del 12 de abril de 1877

Efectos del magnicidio

La tragedia de los magnicidas

Se agudiza la desventura

Alianza Rivarola-Machaín

Los conspiradores

Revolución con esencia de calabozo

Machaín en la mira del Gobierno

Dilatan los proyectos de motín

Machaín encarcelado

El escenario de la tragedia

Circunstancias de una tragedia

¡Libertad!

Esperanza fatal

El fatídico suceso

La exhumación de los cuerpos

El escollo Rivarola

La expedición del Galileo

El ultimo cuartelazo de la década

Conclusión

CRONOLOGÍA (1870-1880)

FUENTES CONSULTADAS

El autor

 

 

 

PRÓLOGO

 

         LAS GUERRAS CIVILES ENTRE 1870 Y 1880, es una obra que hace una detallada relación de todos los movimientos insurreccionales armados y de los hechos de violencia política que sacudieron al Paraguay. Dicha década fue la más inestable en materia de la política interna, varias rebeliones, un magnicidio, destituciones de Presidentes de la República, la matanza de los presos políticos en la Cárcel Pública, asesinatos e intrigas fueron la constante en aquellos trágicos años.

         El doctor Erasmo González va documentando cada uno de los hechos desde que se instaló el Gobierno Provisorio bajo el auspicio de los ejércitos aliados que ocuparon el país, mientras los restos del ejército comandados por Francisco Solano López aún deambulaban por el Amambay en busca de establecer un punto de resistencia.

         En cada capítulo el lector podrá comprender como los intereses personales, la mayoría de ellos mezquinos, así como el protagonismo que cobraron los caudillos militares hizo de este período uno de los más convulsionados de la historia política paraguaya. Sobre los escombros, la muerte y el dolor provocados por una guerra terrible, los emergentes líderes políticos paraguayos no dudaron en recurrir al terror para obtener su objetivo el poder en una república en ruinas y devastada.

         El autor logra combinar con precisión los testimonios de los protagonistas y las crónicas de prensa, para ir presentando cada uno de los acontecimientos estudiados durante este proceso, así como la actuación de las figuras que dominaron la escena política de la época.

         En cada uno de los cuatro capítulos que componen esta obra se visualizan las guerras civiles de 1873 y 1874, el célebre Pacto del 12 de febrero de 1874, la decisiva injerencia de los Aliados en la política interna paraguaya, así como los hechos más violentos que registra la historia paraguaya a fines del siglo XIX, como el despellejamiento del general Germán Serrano, el asesinato del presidente Juan B. Gill, las conspiraciones que concluyeron con el asesinato de los presos políticos en la Cárcel Pública o del ex presidente Cirilo A. Rivarola.

         Este libro es un aporte que ayudará a comprender cuales fueron los principales obstáculos que se tuvieron que superar para construir una república liberal similar a las que imperaba en gran parte de América Latina, y que pretendía superar los atavismos que aún quedaban del Antiguo Régimen. En dicho proceso de adaptación a las normas de convivencia es que está convulsionada década es explicada por el autor sin caer en la interpretación determinista de que el pueblo paraguayo no se encontraba listo para vivir en democracia, por lo tanto la consecuencia de una constitución liberal no debía ser indefectiblemente la anarquía, el crimen político y la violencia.

 

         Herib Caballero Campos

         Febrero de 2013.

 

 

 

INTRODUCCIÓN

 

         Cuando en septiembre de 1870 el periódico de los hermanos Decoud, LA REGENERACIÓN, informó sobre los sucesos de un crimen culpando erróneamente a un italiano, los paisanos del acusado disconformes con esa publicación, decidieron atacar la sede del periódico procediendo a enfrentamientos sangrientos con las fuerzas del orden, cuyo desenlace fue la de varios extranjeros muertos. Este hecho podía presagiarse como un caso aislado o circunstancial en los pobladores asuncenos, sin embargo fue el preludio que en parte caracterizó a la nueva etapa histórica del Paraguay.

         Después de cinco años de infortunio (1865-1870), la nación debió adaptarse a los nuevos principios del liberalismo político y económico. Iniciada la época de posguerra, aquella generación de paraguayos tuvo que afrontar el lapso de cicatrización de las terribles heridas de su reciente historia; y convivió soportando la pesada cruz de la derrota y destrucción, brincando peligrosamente sobre los despojos de un Estado que una década atrás ofrecía un panorama diferente a la de su presente.

         El propósito de este libro es analizar esa difícil época de nuestro rico pasado; en este caso desde el punto de las revueltas registradas durante la década que siguió a la Guerra contra la Triple Alianza(1864-1870).

         Encomiados en ese menester, las primeras páginas de este material describen la realidad política y social del país a pocos meses del fin de la contienda internacional. Así, en el primer capítulo se pretende mostrar al lector las bases en que se cimentó la violencia en las esferas del poder, además de entender las circunstancias que rodearon a las medidas emprendidas por los caudillos civiles y militares; principales protagonistas de la época.

         Los siguientes capítulos describen la serie de rebeliones que abarcaron esos diez años de la historia nacional. Sobre el punto es preciso aclarar que los diferentes intentos de desestabilización a los distintos gobiernos estuvieron siempre encendidos en el deseo de los disidentes; por lo que no debe sorprender que este material mencione los determinados levantamientos de esos tiempos, aclarando que los mismos no siempre fueron ejecutados.

         Con el propósito de que esta investigación, pueda refrescar nuestra memoria histórica y contribuir a la reflexión que temple el alma de todos los paraguayos, necesario para forjar una sociedad de paz y justicia, dejamos a juicio del lector el presente material.

 

 

 

CAPÍTULO III

 

REBELIONES CONTRA EL GOBIERNO

DE SALVADOR JOVELLANOS

 

         Razones hubo para iniciar conspiraciones contra las autoridades; la impopularidad del gobierno llegó a extremos de proyectar conspiraciones a fin de pronosticar mejor ventura a la patria. Cirilo A. Rivarola con el mayor Zacarías Jara y el ex jefe político de Borja, Argüello, pretendieron iniciar un movimiento subversivo con la toma de la guardia de la Cárcel Pública. La rebelión fracasó en el intento y sus autores fueron apresados; Rivarola consiguió el favor de los aliados y se asiló en el Cuartel General Brasileño.

 

         LA PRIMERA REVOLUCIÓN DEL GENERAL CABALLERO

 

         Para el 22 de marzo de 1873, el ferrocarril que cubría el itinerario de Asunción a Paraguarí fue tomado por los revolucionarios liderados por Bernardino Caballero y Cándido Bareiro; quienes contaron con la colaboración de algunos pasajeros, evidentemente complotados, cuya lista estuvo encabezaba por José Segundo Decoud, los hermanos Recalde, Juan Silvano Godoy y los hermanos Machaín.

         Al llegar a Paraguarí, los revolucionarios se apoderaron de la plaza e iniciaron su manifiesto a cargo del general Caballero. Los propósitos de ese manifiesto fueron:

         1. Restablecer la observancia de la Constitución y de las preciosas garantías que ella consigna.

         2. Concluir con el saqueo escandaloso de los dineros del pueblo evitando su ruina eminente.

         3. Respetar los compromisos internacionales porque la buena fe y la observancia fiel de los pactos es lo único que puede hacernos dignos de consideración.

         4. Concluir de una vez los ajustes definitivos de paz con nuestros hermanos del Plata, porque de ellos nacerán vínculos estrechos y relaciones fecundas para todos y especialmente para nosotros.

         5. Servir religiosamente la deuda de la Nación y convertir el papel moneda, porque de este depende el crédito que es el recurso principal que tenemos para levantarnos de nuestra postración.

 

         REACCIÓN DEL GOBIERNO

 

         Las nobles intenciones de los revolucionarios encontraron, obviamente, el repudio por parte de los gubernistas, quienes no tardaron en desacreditar esa rebelión con su proclama, tratando a los revoltosos como: "un grupo de hombres, sin razón y sin justicia han levantado el desacreditado pendón de la revuelta en el seno de la República". "Su objeto no es otro que desgarrar el corazón de la Patria y hundirla en el abismo de la sangre y el desorden", afirmaban los oficialistas.

         Las acciones del gobierno fueron mucho más allá de los ideales lanzados en la proclama. Formaron un contingente de 300 hombres de las armas de Infantería y Caballería, bajo las órdenes del ministro Benigno Ferreira, quien fue designado para el efecto "Comandante en Jefe de todas las fuerzas nacionales movilizadas de la República".

         Los rebeldes, comandados por el general Bernardino Caballero, los coroneles Germán Serrano y Patricio Escobar, junto con ellos Cándido Bareiro, contaron con la ayuda de 200 hombres, que se supone fueron en su mayoría ciudadanos argentinos.

         Los ministros Francisco Soteras y José del Rosario Miranda, de Hacienda y de Relaciones Exteriores respectivamente, acompañaron a las fuerzas gubernistas comandadas por el ministro del Interior, Benigno Ferreira, en su firme interés de repeler a los sediciosos. Los gubernistas marcharon por tierra desde Luque a la ciudad de Pirayú el día 24 de marzo, donde se registraron los primeros enfrentamientos, dejando como saldo algunos muertos y heridos entre las fuerzas rebeldes. Así cayeron presos el mayor Zacarías Jara, los capitanes Pablo López, Teresio Núñez; mientras, el mayor Benítez fue acusado de espía revolucionario y tomado en Areguá; algunos de los detenidos fueron extranjeros como el austriaco Juan Rossi, el español Juan Martín y el correntino Juan Eusebio Cabral.

 

         DERROTA DE LOS INSURRECTOS

 

         Para el 25 de marzo de 1873 los gubernistas llegaron al cuartel general de la revolución, en Paraguarí. Tras unos cortos enfrentamientos, los rebeldes fueron dispersados cayendo prisioneros el coronel Francisco Decoud y su hijo Adolfo, entre otros militares más. Bareiro y Caballero se dirigieron a Misiones con su Estado Mayor rumbo a Argentina.

         La suerte de los restantes conspiradores fue previsible, en Carapeguá el coronel José del Carmen Pérez, quien a pesar de quedar a cargo de un fuerte grupo de hombres, sintiéndose abandonado y olvidado por sus comandantes, prefirió dispersar a su gente. En una nota dirigida al Vicepresidente en ejercicio de la Presidencia Jovellanos, fechada el 27 de marzo, expresó su arrepentimiento por acompañar a las fuerzas rebeldes comandadas por Caballero y Bareiro explicando sus acciones y jurando:

         "...solemnemente ante Dios y la Patria, no volver jamás a su lado, antes al contrario de acuerdo con mis compatriotas y amigos, deseamos la captura de los referidos. Yo marcho con mis desgraciados compañeros hacia el paso del río Tebicuary por el compromiso que nos hallamos con su gobierno, a causa de estos hombres nulos..."

         Tan arrepentido o traicionado se sintió el coronel Pérez que ese mismo día dirigió otra nota al Presidente, notificándole su reunión prevista con el general Caballero y Bareiro en Itá Ybaté, solicitando el indulto para efectuar la contrarrevolución.

         Los rebeldes derrotados tuvieron que soportar la persecución de 700 hombres al mando del ministro Ferreira. Mientras los cabecillas Bareiro y Caballero fueron a las fronteras, los coroneles Germán Serrano y Patricio Escobar, acompañados por el capitán Goiburú se dirigieron a las Cordilleras a fin de obtener hombres y armas.

         Los mismos, al recibir la noticia de la derrota de las fuerzas de Caballero en Paraguarí, optaron por formar dos columnas entre sus tropas. Una de ellas fue comandada por Escobar que partió a San José, mientras que Serrano y Goiburú marcharon hacia Caazapá.

         Los rebeldes cometieron excesos en su propósito de conseguir armas, como lo señala Walter Seygmon quien denunció los robos y saqueos protagonizados por los insurrectos en Itapé, donde 50 hombres armados se apoderaron de 17 rifles largos y 31 cortos, 60 bayonetas y 56 cinturones con cartucheras. Las mismas denuncias fueron realizadas por Henry de Ángelo, denunciando el saqueo de los revoltosos de las armas destinadas a la seguridad de los inmigrantes ingleses.

         En Villarrica, la columna del coronel Patricio Escobar estableció su cuartel general reuniendo 200 hombres. Con los mismos realizó despachos a fin de requisar caballos y mercaderías; la actitud de éstos motivó la reacción del cónsul brasilero, Jorge López Moreira, quien se negó a que le despojaran la mercadería de su casa comercial.

         Enterado el Gobierno de estos hechos, el coronel Antonio Luis González fue despachado para hacer frente a los subversivos, con una dotación de 500 hombres armados. Este grupo se sumó las fuerzas gubernistas que registraron la zona de Itapé, al mando del capitán Mereles, quien, a su vez, estuvo acompañado por el capitán González y el teniente Santos Miño. Estos traían a prisioneros para que informaran de los movimientos rebeldes.

         La atormentada situación de los rebeldes fue tal que, en una carta del coronel Serrano a Caballero, del 4 de abril de 1873, solicitó retornar a la revolución debido a la situación de sus compañeros; mientras que Matías Goiburú cifró esperanzas en Cándido Bareiro expresándole que "... hoy más que en ningún tiempo se necesita que vengan lo más pronto posible".

         Las tropas del coronel Luis González se toparon con los revolucionarios el 19 de abril en Itapé, en la zona conocida como Carovení; eran las 8:15 horas cuando las tropas de Serrano y Escobar fueron duramente castigadas por los gubernistas en un combate de más de media hora. El Escuadrón de Caballería, comandado por González, y de la Infantería, articulada por el capitán Mereles, determinó la derrota de los insurrectos; quienes además de bajas y heridos perdieron 10 fusiles, 15 lanzas, 12 caballos, 12 paquetes de balas.

         Los datos recogidos por el historiador Arturo Bordón dan cuenta de que en esa batalla hubo cinco muertos, además de varios heridos. Los prisioneros tomados en los enfrentamientos fueron capitanes, tenientes, alférez, sargentos y varios vecinos. En la localidad de Hiaty fueron tomados prisioneros el capitán José Fariña, el teniente Justiniano Andino y el sargento José González. En Mbocayaty fue capturado el capitán Benjamín Gill. En Villarrica fueron apresados el capitán Juan de Dios Lacunza y el teniente José Montiel.

         La falta de armas apropiadas fue el principal factor del fracaso de la revuelta. Caballero no podía esperar mucho de algunas lanzas artesanales y algunos viejos fusiles utilizados en la Guerra del 70. Las fuerzas del ministro Benigno Ferreira desbarataron a las tropas rebeldes y fueron dispersados a distintos rumbos.

 

         REORGANIZACIÓN REVOLUCIONARIA

 

         A inicios del mes de abril de 1873, EL PROGRESO, periódico de aquella época comentó la derrota revolucionaria y sentenció que "la situación está salvada, pero no sabemos si estará en iguales condiciones la situación del país, y si podremos decir de ello lo mismo que la del Gobierno". A pesar de que el artículo aseguró que el presidente Jovellanos podía respirar tranquilo por la derrota de los revolucionarios, los insurrectos no dejaron atrás sus planes, por lo que el proyecto para derrocarlo siguió latente.

         Caazapa, se convirtió en el destino de los derrotados, lugar donde se encontraban las tropas de Goiburú. Los gubernistas, siguiendo a los rebeldes llegaron a Yuty, cuyo desenlace principal ocurrió en Yabebyry. En esa localidad, los revolucionarios enfrentaron a los 600 hombres del Gobierno que estaban comandadas por el teniente coronel Francisco Velázquez y los sargentos mayores González y Escato, fue un 9 de mayo de 1873. La columna formada por González y Escato, fue blanco de emboscada para los rebeldes, apoderándose de armamentos y una pieza de artillería.

         EL PROGRESO describió así el estado del país a causa la inestabilidad política:

         "Tristes y exactas reflexiones acudían a nuestra mente al ver suceder la noticia al silencio sepulcral de los días anteriores, solo interrumpido por el ruido de nuevas prisiones, practicadas por el Gobierno en vías de su necesaria seguridad, y no podemos menos de considerar que es muy estraño (sic) que las prisiones sigan a la victoria..."

         Este párrafo demuestra la dura reacción de los hombres del Presidente Jovellanos ante la sublevación; además de la severidad de las autoridades, pues este periódico debió ser clausurado conjuntamente con LA REPÚBLICA por iniciar una campaña periodística en contra de los intereses del Gobierno.

         La victoria de los insurrectos en Yabebyry provocó en el gobierno de Jovellanos la reacción ante estos hechos, el Ministro del Interior, general Benigno Ferreira, recientemente nombrado y con una figura ascendente en ese momento; estableció su cuartel en Paraguarí, con 1.000 hombres a su mando, y luego fue favorecido por el Gobierno con más refuerzos de la capital.

         Como primera medida, Ferreira dispuso que el Batallón N° 3 de Infantería, junto con medio centenar de hombres de la Caballería, a realizar un rastreo a las facciones de los rebeldes. Estos últimos, se mostraron optimistas tras el triunfo en Yabebyry y como forma de continuar con sus objetivos agitadores llegaron a las costas del arroyo Cá’añavé en Carapeguá. El coronel Serrano intentó cortar el paso del ejército del gobierno en Pirayú y Cerro León, sin embargo sus intenciones no se concretaron.

 

         JOVELLANOS AFRONTA OTRA REVOLUCIÓN CABALLERISTA

 

         Dos meses después del intento de desestabilización, los opositores volvieron al ataque, el 2 de junio de 1873. Ante la amenaza revolucionaria el Gobierno optó por decretar que todos los ciudadanos paraguayos desde los 16 hasta los 50 años fueran reclutados, en un plazo no mayor de ocho días para presentarse en la Guardia Nacional de Asunción. Igualmente, el Congreso Nacional dictó una ley para que los caballos y mulas existentes fueran declarados "artículos de guerra", fijándose como precio 17 pesos por cada caballo y 20 pesos para cada mula.

         Estando el grueso del ejército en Paraguarí; el general Caballero concibió la idea de aprovechar la situación para entrar audazmente en Asunción; para ello fingió un ataque hacia la zona comprendida entre Cerro Porteño y el arroyo Yuquyry pero ante la desprotección de Asunción avanzó con 3.000 hombres, y por la mañana del 17 de junio se apoderó de los distritos de Trinidad y Recoleta, donde instaló su cuartel y desde allí intimó rendición al Presidente.

         La situación de los gubernistas pareció afligirse al contar con una reducida fuerza de 200 hombres y cuatro piezas de artillería; sin embargo instaló su defensa frente a la antigua Iglesia de la Encarnación construyendo trincheras y muros con alfalfas y tablas con la intención de prolongar la resistencia mientras regresaba la fuerza gubernista de Paraguarí. A las 4 de la tarde del 17 de junio de 1873 los revolucionarios ganaron posiciones en algunos puntos de la capital y empezaron los primeros tiros que presagiaban un panorama de sangre y muerte.

 

         FRACASO DE UNA INTERVENCIÓN MEDIADORA

 

         La realidad desfavorable del vicepresidente en ejercicio, Salvador Jovellanos, determinó que este tuviera conversaciones con representantes de la Argentina y el Brasil, el general Emilio Mitre y el barón de Yaguarón respectivamente, a fin de conocer la posición de los mismos ante la probable caída de su Gobierno. La respuesta de los plenipotenciarios de la alianza trajo un gran alivio a Jovellanos, pues le garantizaron orden y seguridad a todos los habitantes, para ello tendrían todo "el apoyo moral y material" del Ejército de la alianza.

         La primera intervención de ambos representantes consistió en conseguir un armisticio hasta las siete de la mañana a fin de buscar medios conciliatorios que eviten el derramamiento de sangre; en ese ínterin las fuerzas revolucionarias permanecieron alertas en sus bases de Trinidad y Recoleta.

         A primera hora del día 18, los jefes revolucionarios hicieron conocer sus exigencias, consistentes en la modificación del Gabinete de Jovellanos a cambio de que el mismo permanezca en el poder; pero comprometiéndose a llamar a elecciones generales.

         Jovellanos opinó que negociar con los rebeldes en tales condiciones era humillante, por lo que el intento de conciliación entre gubernistas y rebeldes fracasó. Los representantes mediadores, Mitre y el Barón de Yaguarón se limitaron a aclarar que sus ejércitos, el brasileño como el argentino, apostados en Asunción y Villa Occidental respectivamente, podían garantizar el orden en la ciudad capital.

 

         MÁS DERROTAS REVOLUCIONARIAS

 

         Alejado de toda ilusión de acuerdo, los rebeldes se alistaron para el 18 de junio con 3.000 almas, en su mayoría de la Caballería, y un cañoncito que habían tornado de los gubernistas en enfrentamientos anteriores.

         Al mediodía de esa fecha se iniciaron los enfrentamientos que en sus inicios fue próspero a los rebeldes. La suerte parecía estar en contra de los gubernistas quienes estaban en condiciones desfavorables.

         Contrariamente, los revolucionarios ya prepararon al general Bernardino Caballero para que iniciara su entrada triunfal en la capital de la República. El caudillo comandó las operaciones desde su cuartel detrás de la Iglesia de San Roque.

         Sin embargo, sucedió lo imprevisto para los rebeldes, el factor sorpresa hizo sucumbir las ilusiones revolucionarias, el ministro del Interior, Benigno Ferreira, llegó con sus tropas desde Paraguarí; y desde la Recoleta iniciaron disparos que provocaron nuevos enfrentamientos que determinaron la confusión entre los hombres dirigidos por Caballero, huyendo desmoralizados de la contienda, en una retirada que al decir del propio informe del ministro Ferreira al Presidente Jovellanos: "... tomaron caminos escusados, sin rumbo ni dirección, presentando batallas en las costas de tres arroyos que cruzamos, batallas terminadas al primer empuje de la división de vanguardia...". La reacción gubernista, gracias a la intervención del Ministro del Interior posibilitó el rescate de uno de los oficiales que en combates anteriores cayó prisionero por los rebeldes, el mayor Escato. Así mismo fueron tomados prisioneros 80 rebeldes, cuyos compañeros de causa huyeron nuevamente hacia Paraguarí, acosados decididamente por las tropas de Ferreira.     

         La persecución de los hombres del gobierno produjo un efecto desorientador en los revolucionarios, quienes obligados a liberarse del peligro enemigo dejaron por el camino varias armas, como lanzas, fusiles y otras piezas de artillería. El caudillo revolucionario, Caballero, que se encontraba en la zona conocida como Naranja Jay partió con 100 hombres, en su mayoría oficiales de su Estado Mayor, hacia Itapúa.

         La debacle de las tropas rebeldes fue comunicada a Jovellanos, por parte de su leal ministro Ferreira: "La infantería enemiga ha sido deshecha y desbandada completamente, habiendo caído en nuestro poder infinidad de prisioneros....", así mismo el Presidente fue comunicado de la toma de 800 cabezas de ganado por parte del enemigo, igualmente acotó que "la Caballería enemiga se ha dispersado en distintas direcciones refugiándose en los montes y potreros cercanos".

         Este informe enviado a Salvador Jovellanos por parte de quien se consideraba su amigo, Benigno Ferreira, testimonia la realidad de los revolucionarios tras la nueva frustración bélica de intento golpista:

         "Hemos recobrado la pieza de artillería que los rebeldes tomaron de Yabebyry... Las únicas dos carretas que el enemigo llevaba también cayeron en nuestro poder, obligado el enemigo a abandonar por las fuerzas de la fusilería."

 

         SUERTES DISPARES DE LOS COMBATIENTES

 

         Jovellanos fue notificado que el coronel Cabriza llegó a la región de Misiones donde logró capturar 101 lanzas de encarecida calidad, 18 fusiles con bayonetas, a más de tres bolsas de balas de fusil, 10 balas de cañoncito y alrededor de 200 caballos abandonados en los campos.

         El vapor denominado CADETE fue el medio de transporte fluvial que sirvió a Caballero para que, junto con 21 hombres, se refugie en Posadas el 1 de julio, desde la ciudad argentina el ex general de López trabajó en la posibilidad de buscar armas para emprender un nuevo ataque. El Líder de la rebelión comprendió que la escasez de recursos logísticos fue el factor fundamental de su fracaso revolucionario. Los demás hombres del bando sedicioso que permanecieron en el país no dejaron de lado sus intenciones revolucionarias, pues desafiando al gobierno hicieron saber que la revuelta aún estaba en plena circulación.

         El gobierno, por su parte, más relajado por los últimos acontecimientos expandió la propaganda de la vuelta a la tranquilidad en el país; y Jovellanos se empeñó en hacer premiar a sus colaboradores que tuvieron destacada actuación en los enfrentamientos con los rebeldes.

         Varios oficiales del bando gubernista fueron ascendidos por su actuación para repeler a los revoltosos, el gobierno de Jovellanos dispuso el ascenso de los capitanes de Infantería: Juan de la Cruz Ocampos, Manuel Mereles, Victoriano Escato y Manuel Moreno; y Antonio González de la Caballería; además de Francisco Lino Cabriza y Francisco Santos que ascendieron a Coronel.

         Los ministros del presidente Jovellanos también recibieron merecidas condecoraciones del Gobierno, por sus actuaciones, el ministro de Hacienda Francisco Soteras fue premiado con una medalla honorífica. Recordemos que este Secretario de Estado defendió la Plaza de Armas del ataque revolucionario y resultó herido en ese acontecimiento, por lo que fue natural que el Ejecutivo, apoyado por el Congreso destinen 3.000 pesos fuertes para los costos de tal medalla, cuya leyenda en la parte superior fue "La Patria Agradecida", y en la parte inferior figura la fecha del acontecimiento, "El 18 de junio de 1873". Del reverso se escribió como leyenda "Al valor cívico'", y "Del Ministro don Francisco Soteras" en la parte superior e inferior respectivamente. El propio ministro de Relaciones Exteriores José del Rosario Miranda también obtuvo ascenso en el grado militar.

         El costo económico de la revolución para el gobierno de Jovellanos se tuvo que costear con préstamos internos, además de vender propiedades estatales a fin "afrontar los gastos de pacificación del país". Con ese propósito el Parlamento dispuso tanto el 23 de junio como el 19 de agosto de 1873, a más de la ley del 9 de enero de 1874, la base legal para que el Ejecutivo tenga la autorización de recaudar 45.000 pesos fuertes. Según Ricardo Caballero Aquino, en cuanto al objetivo de estas disposiciones:

         "En lugar de prevenirlas, este decreto en realidad incentivó a las personalidades políticas en el llano a intentar resolver sus disputas o lograr sus ambiciones por medio de las perniciosas revueltas armadas. Y aunque no fueron últimamente exitosas, las frecuentes revoluciones impondrían una carga onerosa a las precarias finanzas del estado."

         De entre todos los congratulados por el gobierno de Jovellanos, el que más rédito obtuvo fue su ministro del Interior, Benigno Ferreira, quien ascendió sucesivamente al grado de Teniente Coronel, y luego a Coronel "en premio a su heroísmo y desvelos en la defensa de las instituciones constituidas de la República". Finalmente, después de algunas deliberaciones, el Congreso de la República lo designó General de Brigada.

 

         INDULTO GUBERNAMENTAL A LOS REVOLUCIONARIOS

 

         Tras estos sucesos el Congreso Nacional creyó conveniente conceder una gracia a los revolucionarios que tuvieron participación en los hechos de violencia, pues a parecer de ese poder del Estado aquellos ciudadanos demostraron estar "extraviados por la pasión, declarándose en rebeldía contra los poderes constituidos en el país, el 22 de marzo en Paraguarí".

         Con meditada sensatez el Congreso expuso:

         "En mala hora el espíritu de anarquía y del crimen puso en manos de individuos de una misma familia, la tea incendiaria de las pasiones bastardas y el arma fratricida de la guerra sangrienta. En mala hora el rojo pendón del exterminio y de la iniquidad fue arrastrado por el viento de las innobles ambiciones, por las selvas y campiñas paraguayas."

         Sin embargo, a pesar de la derrota de los insurrectos, siguió repercutiendo la codicia del que fuera mentor de la presidencia de Jovellanos, Juan Bautista Gill, cuyas ambiciones con la de los demás protagonistas de este capítulo de la historia paraguaya, fueron los factores determinantes para que en junio de 1873 una nueva conspiración se planeara; los actores fueron los mismos y las condiciones tampoco cambiaron.

 

         ANTECEDENTES DE UNA NUEVA REVUELTA

 

         Desde Corrientes, el grupo revolucionario siguió con su proyecto de derrocar al gobierno de Jovellanos, y a la vez destruir el poder del hombre fuerte del momento, Benigno Ferreira.

         Uno de los revolucionarios con la idea fija de destruir a Ferreira fue Juan Bautista Gill, quien como señalamos anteriormente fue excluido por Jovellanos, este prefirió a su enemigo político, Ferreira, perdiendo Gill esta riña interna. Las condiciones fueron propicias para que este último encuentre su revancha contra el entonces general Ferreira.

         Fue en diciembre de 1873, cuando el general Bernardino Caballero lanzó una nueva proclama informando a la ciudadanía el propósito de los revolucionarios a su mando, quienes salieron de su guarida de la ciudad de Corrientes a bordo de un cañonero denominado TEBICUARY. En la mencionada proclama, Caballero describía la situación del país en aquella época:

         "La campaña está desierta, sus hijos son forzados por persecuciones constantes a causa de sus simpatías por el movimiento de Marzo, a buscar un asilo en las espesuras de los bosques o en el extranjero, dejando abandonados y expuestos a perecer a sus familias...".

         La desalentadora situación del país, según el parecer de los rebeldes motivó al mencionado general a advertir en su proclama que: "Volveremos pues, por el único camino que nos queda abierto y dejamos a los hombres del poder la responsabilidad de los males que puedan sobrevenir".

         Gill -ahora aliado de sus antiguos enemigos políticos- en su carácter de revolucionario, tenía un as en la manga que comprometería la estabilidad del Gobierno; la alianza con los representantes brasileños, situación que le sirvió para recibir los medios bélicos necesarios para encarar una nueva revolución. El apoyo de los brasileños otorgó mayor optimismo a los rebeldes, al punto que el propio Caballero sostuvo en su proclama: "Compatriotas: esta vez puedo ofrecerles la victoria, el pueblo entero formará a las filas de nuestra causa".

         A tres días del mes de enero de 1874, Pilar fue tomada por los rebeldes, quienes establecieron en dicha ciudad su cuartel. Jovellanos no tardó en decretar la obligatoriedad de todos los empleados públicos a participar con las armas en la defensa del gobierno. Así mismo el Presidente de la República decretó que toda persona que forme parte de la rebelión "...sería considerado como reo criminal que atenta contra la soberanía e independencia de la República y juzgado y penado con las penas establecidas por las leyes nacionales".

 

         LA TERCERA INSURRECCIÓN CONTRA JOVELLANOS

 

         El estado de sitio fue decretado por el Congreso Nacional, a regir por seis meses. Jovellanos acusó en su proclama a los sediciosos de que "...los eternos enemigos del reposo y del orden del país vuelven a agitar sobre la frente de la Nación el sangriento pendón del exterminio".

         Los principales cabecillas del nuevo movimiento fueron casi los mismos de la rebelión de marzo de 1873, los militares involucrados fueron Bernardino Caballero, Patricio Escobar, Germán Serrano y el joven capitán de 24 años, José Dolores Molas. Entre los civiles figuraron Cándido Bareiro, el expresidente Cirilo Antonio Rivarola, Juan Bautista Gill, Antonio Taboada, José Segundo Decoud, Juan Silvano Godoy entre otros.

         La primera acción revolucionaria consistió en llegar a Villeta, vía fluvial, para el efecto el capitán Molas a bordo de un pequeño vapor buscó reclutar personas que comulguen con la revolución, a más de realizar las providencias a fin conseguir ganado. Luego de Villeta, Carapeguá, Quiindy y Quyquyho fueron los pueblos visitados por Molas para realizar la misma misión.

         En el pueblo de Carapeguá, Molas tuvo noticias de la persecución de las fuerzas gubernistas desde Paraguarí, al mando del coronel Cabriza, por lo que el capitán de las milicias revolucionarias marchó a Quyquyho. La noche del 8 de enero en las cercanías de la posición del ejército de Molas, los gubernistas asediaron a sus enemigos; pues una columna al mando del comandante Céspedes y el mayor Cristaldo se apoderaron de la zona del trayecto comprendido entre Ybycui y Mbuyapey. Mientras que el delegado de San Ignacio recibió la orden de Cabriza de tomar el paso sobre el río Tebicuary a fin de estrangular la huida de Molas. Este último, acechado por las persecuciones de los gubernistas perdió gran parte de su ganado, siendo comunicado de las posiciones enemigas al general Caballero.

         Las tropas de Molas sucumbieron ante las fuerzas gubernistas compuestas por  39 infantes y 50 sableadores, el 13 de enero en el paso de Santa María sobre el río Tebicuary. Los rebeldes perdieron 15 hombres, quienes fueron tomados prisioneros.

         Sin embargo las tropas de Cabriza fueron sorprendidas en una emboscada, por lo que no les quedó más remedio que rendirse. La derrota de las fuerzas gubernistas fue letal para la Presidencia de Jovellanos. Desde ese momento los revolucionarios se dirigieron firmemente hacía Asunción, completamente resuelto a tomar el poder. Tanto las fuerzas del capitán Ildefonso Benegas, así como el encuentro con su Estado Mayor en Carapeguá alentaron ese propósito. Entre los principales hombres de la revolución estaban los coroneles Serrano, Escobar, Ignacio Genes, Juan Bautista Egusquiza, Juan Alberto Meza y los civiles anteriormente señalados que estuvieron comprometidos con la causa revolucionaria.

         En menos de un año, por tercera vez el gobierno de Jovellanos se vio acorralado por los rebeldes. Sin embargo la situación del Presidente de poder salir airoso de la segunda revuelta fue nada más que un delirio, a pesar de que su salvador, Benigno Ferreira, organizó una nueva defensa, comandada por el coronel Lino Cabriza, que solo hizo resistencia por 50 minutos, cayendo prisionero. La institucionalidad del ministro Ferreira fue admirable, pero sus intenciones de defensa no pudieron concretarse, pues ante una tibia resistencia, los rebeldes se sintieron seguros en su llegada al poder, mientras que las autoridades hicieron relucir sus dotes diplomáticos a fin de que las fuerzas de ocupación puedan acudir en su auxilio.

 

         EL PACTO DEL 12 DE FEBRERO

 

         Debilitadas las huestes gubernamentales, apareció la mediación del Ministro brasileño residente en Asunción, Antonio de Araujo Gondim (1823-1884), cuyo protagonismo fue trascendente para evitar la caída del gobierno de Salvador Jovellanos. En la delegación brasileña los revolucionarios comandados por el general Caballero suscribieron un pacto consistente en formar un nuevo gabinete en el gobierno de Jovellanos.

         La firma de este pacto data del 12 de febrero de 1874, el acuerdo entre ambas partes consistió en que los revolucionarios se harían cargo de la jefatura de la Policía de la Capital y la de Paraguarí, siendo entregados al entonces coronel Patricio Escobar y José Dolores Molas respectivamente. Por su parte, Germán Serrano asumió como Ministro de Guerra y Marina, Cándido Bareiro en Relaciones Exteriores, Bernardino Caballero en Interior y Juan Bautista Gill como Ministro de Hacienda.

         El único de la administración anterior que conformará el nuevo gabinete es Francisco Soteras como Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública. El hasta entonces Ministro del Interior, Benigno Ferreira, partió de nuevo a un largo exilio rumbo a Buenos Aires, situación que refleja la debilidad de Jovellanos y el formidable peso que volvió a adquirir Juan Bautista Gill.

         Con la extradición de Ferreira, Gill se vengó por el desplante que el Ministro del Interior de Jovellanos le hiciera; las bases estaban echadas para que los revolucionarios accedan al poder, después de tres intentos. Jovellanos no se mostró preocupado por parecer ingrato hacia la fidelidad que le demostró Benigno Ferreira.

         Tras el Pacto del 12 de febrero, la ascendencia de Gill lo encaminó a ser el próximo Presidente de la Nación para el período presidencial que se acercaba, cargo también codiciado por Cándido Bareiro, aunque el imperio del Brasil concedió significativo apoyo al primero. Esta situación convirtió a Gill en el hombre fuerte del momento.

         Sin embargo la relevancia política de otras personalidades atormentó la carrera presidencial del ahora Ministro de Hacienda. Entre ellos se encontraban, además del propio Cándido Bareiro, Bernardino Caballero y Patricio Escobar.

         En contrapartida, la situación del presidente Jovellanos, según Freire Esteves: "...queda reducido a una expresión negativa de su investidura, al rol de un prisionero de Gill, y no tarda en suscitarse una serie de golpes y contragolpes". Sin embargo, los mismos vicios de Jovellanos no se perdieron con la ascendencia de Juan Bautista Gill al poder. Los entusiasmos seguían impacientes por parte de los rebeldes; el nuevo mandatario como mimado por los brasileños se codeó en un ambiente donde la cordura había desaparecido.

 

 

 

CAPÍTULO IV

 

INSURRECCIONES CONTRA JUAN BAUTISTA GILL

 

 

         TRAMAS EN EL GABINETE DE JOVELLANOS

 

         Los nuevos hombres del gabinete de Jovellanos, que dos meses antes llegaron al poder con una "revolución", se enemistaron por sus distintas aspiraciones. Juan Bautista Gill comenzó a maniobrar para restar prestigio y poder a sus anteriores compañeros de causa.

         Apelando a uno de los puntos acordados en febrero que estableció "el desarme general de todas las fuerzas como acto primero e inmediato del nuevo ministerio, debiendo todo el armamento ser depositado en la Capital a la orden del Gobierno". Gill, con la influencia del Ministro brasileño Araujo Gondim, se ingenió para conseguir que el Poder Ejecutivo con aprobación del Congreso Nacional, decrete el 18 de abril el licenciamiento de las fuerzas nacionales de la Capital fijando en 200 el número de gendarmes para atender los servicios de repartición de Policía y en 50 el de artilleros para atender las exigencias de este cuerpo especial y facultativo del Ejército.

         El 30 de marzo de 1874 aparecieron en las puertas de los ministerios la destitución de todo el Gabinete. La reacción de Caballero y Escobar fue inmediata, enviaron una circular a Molas a fin de que "en virtud de ese suceso, trate de reunir toda la jente [sic] que pueda y téngala lista para en caso necesario".

         Aunque los coroneles Escobar y Serrano obtuvieron del Congreso el grado de General, con la firme intención de que tengan más preponderancia que Caballero; el licenciamiento de las tropas produjo indignación en los soldados. Estos salieron de sus cuarteles no sin antes llevarse como compensación a sus haberes armas y piezas de cañones KRUPP entre otros materiales.

         La violencia fue el recurso que se pensó emplear por los ministros destituidos para forzar cambiar la decisión del mandatario. Gill planeó hábilmente elevar a Escobar al rango de general para generar enemistades con Bernardino Caballero. El nuevo general no se dejó seducir por su rango jerárquico; prefirió aliarse a su eterno compañero revolucionario y principal socio político.

         Jovellanos, protegido en la delegación del Brasil con Gill y Serrano, no tuvo más alternativa que desistir del propósito de Gill; se vio obligado a reconstituir su gabinete.

         Así, a instancias del representante brasileño, Araujo Gondim, volvió a incluir en los ministerios a los generales destituidos. Jovellanos nombró a Serrano Ministro del Interior, a Escobar en Guerra y Marina, y a Caballero en Justicia, Culto e Instrucción Pública. En Relaciones Exteriores fue ubicado Higinio Uriarte y como jefe de Policía, Emilio Gill.

 

         JOSÉ DOLORES MOLAS

 

         Las milicias desacreditadas con la maniobra de Gill reaccionaron ante esas medidas, el mayor José Dolores Molas fue el principal abanderado contra la orden gubernamental y se dispuso derribar a los hombres del poder. A pesar de que los generales Caballero y Escobar recuperaron su influencia en el Gobierno, Molas inició una nueva conspiración.

         El tren que conducía de Paraguarí a Tacuaral, fue tomado por el sargento Ángel Avalos y el capitán Ortellado, quienes estaban al mando de 80 hombres armados. Los nuevos sublevados obligaron al maquinista retornar a Paraguarí, donde se encontraba el Molas, quien al ser comunicado de los últimos hechos inmediatamente tomó el mando del nuevo alzamiento.

         Las críticas de la prensa hacia Molas no se hicieron esperar. Fue calificado por LA LIBERTAD como "un oscuro capitán, cuando más con un poco de audacia". La proclama del capitán Molas sobre los motivos de la revolución alertaba a los conciudadanos a no olvidar "vuestros deberes para poder conquistar la libertad arrebatada por los esclavócratas [...] seguid el sendero del patriotismo que el sol de la libertad alumbrará el día de la victoria".

         El periódico LA LIBERTAD respondió a esta proclama:

         "Era de esperarse de un paraguayo, más respeto por el infortunio de su pueblo [...] ¿Y este hombre insubordinado a su gobierno; rebelde a su amigos sin piedad, para su patria, sin respeto por las leyes es el que nos habla de libertad y principios? [...] No pueden ser amigos de la libertad los que ejercen el libertinaje [...] Los que atropellan el poder estando abajo, no pueden respetarla estando arriba".

 

 

         LA INSURRECCIÓN DEL COMANDANTE MOLAS

 

         El recientemente nombrado general Germán Serrano, en su carácter de Ministro del Interior conformó dos batallones de Infantería de 200 hombres cada uno, igual cantidad de números para la Caballería y 60 hombres para el batallón de la Artillería. El Gobierno decretó el estado de sitio por dos meses. Mientras los medios escritos alertaban sobre la tensa situación de los pueblos del interior: "por todo el camino se encuentran grupos de gente sin dirección fija; y soldados armados con aspectos amenazadores".

         Al conocerse la posición de rebeldía de Molas, el 20 de abril el Ministro de Guerra y Marina, Patricio Escobar, comisionó al comandante Zacarías Jara a notificar al líder de los rebeldes como medio de persuadirlo en sus intenciones agresivas de desestabilizar al Gobierno. La nota advertía a Molas de su responsabilidad y de la suerte del enviado gubernamental.

         "No espera el infrascrito que Ud. se niegue a oír, como militar, lo que sus superiores le ordenan, ni que, como ciudadano, resista las disposiciones legales emanadas de las legítimas Autoridades que rijen (sic) hoy los destinos de la Patria; y espera mucho menos que afronte Ud. la responsabilidad de los sucesos que han de sobrevenir inevitablemente, si persisten en la actitud culpable quien asumen en este momento".

         Sin embargo, Molas no titubeó en arrestar al enviado, Zacarías Jara; luego de unos minutos utilizó la locomotora para embarcar su infantería rumbo a Asunción, mientras la caballería fue por los costados.

 

         PROPUESTAS DE ALIANZA

 

         Como posible alternativa de solución, el principal afectado político por estos sucesos Juan Bautista Gill, instó al Ministro de Guerra y Marina, general Escobar, a entrevistarse con Molas en la ciudad de Pirayú para ofrecerle 2.500 onzas de oro como condición para disolver su ejército, además de otra suma de dinero para distribuirlo a sus soldados; el arreglo tendría la más absoluta confidencialidad.

         El 21 de abril se produjo la conferencia entre Escobar y Molas; la propuesta del hombre del Gobierno no sedujo las aspiraciones del revolucionario. El fracaso de las negociaciones de Pirayú no cedió las intenciones de Gill, por lo que decidió recurrir al prestigio del entonces Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, Bernardino Caballero, para influenciar en la voluntad del comandante de la revolución.

         El encuentro entre Caballero y Molas se produjo en Tacuaral. Las propuestas del general no fueron menos tentadoras que la de su antecesor. Además de seguir en pie el ofrecimiento anterior hecho, Molas recibió como oferta el Ministerio del Interior, además de llegar al grado de General de Caballería, a cuya arma pertenecía. El comandante de la revolución nuevamente rehusó la propuesta del Gobierno; por el contrario, exhortó a Caballero para que se uniera a la revolución asumiendo el mando de la misma. En su manifiesto Molas se refirió a esta situación: "Juan B. Gill tuvo la villanía de querer comprar, con dos mil quinientos onzas, un generalato y un Ministerio del Interior".

 

         LA REBELIÓN DE MOLAS

 

         Al enterarse Gill del fracaso de la segunda propuesta a Molas, sentenció: "Entonces lo batiremos a ese muchacho cabezudo", naturalmente frustrado por la rígida posición de Molas.

         En la Plaza de Armas, del día 24 el Ministro del Interior pasó revista a las tropas, organizadas en dos batallones de línea, un Regimiento de Caballería, un escuadrón de Artillería, además de estar compuestas por una batería de cañones KRUPP. A las 2 de la tarde de ese día de abril, el general Serrano, nuevo Ministro del Interior, con 800 hombres a su mando marcharon al encuentro de los sublevados. Lo acompañaron como segundo jefe el coronel Lino Cabriza, su secretario fue don Francisco Martínez, el capellán Blas Duarte, a más de empleados públicos y gran cantidad de diputados.

         Entretanto, Gill, atormentado por los rumores de traición de los generales Escobar y Caballero después de la reunión con Molas, solicitó que los hombres del ministro Serrano fueran a la caza de los rebeldes.

         Con ese propósito partieron y en las inmediaciones de la Estación del ferrocarril de Trinidad acamparon las fuerzas gubernistas en un antiguo edificio de propiedad del Estado, cuyo fondo llegaba a la vía del ferrocarril. Una situación improvisada alertó al campamento, tras algunos tiroteos unos cuantos soldados desertaron para incorporarse a las fuerzas rebeldes. Molas, que se encontraba en Luque, fue informado por esos desertores de las fuerzas gubernistas comandadas por Serrano, resolvió atacar por sorpresa esa misma noche con tres grupos de ataque de 15 hombres a cuyo mando irían el propio Molas y los sargentos Avalos y Cándido González.

         El primer pelotón debía marchar desde la Recoleta por la calle Sacramento hacia Trinidad para atacar el ala derecha del enemigo. El segundo pelotón debía atacar la retaguardia comandada por el mayor Escato, mientras que Ávalos se dirigiría directamente al frente del edificio que estaba custodiado por el batallón de Alfano, del Estado Mayor del ministro Serrano.

         El ataque de Molas fue tan sorpresivo para Serrano, que minutos antes de enterarse de los hechos producidos, al recibir la información del avance de los rebeldes en Luque; Serrano mandó decir a Gill: "que no se preocupe, que este sin cuidado, que coma y duerma tranquilo, que para eso cuenta con amigos que velan por su seguridad personal y la de su partido".

         Enseguida Serrano fue sorprendido por unos disparos, que precipitaron su huida del lugar, la misma acción fue emulada por el coronel Lino Cabriza llevando encima una frazada que le cubría todo el cuerpo, fue sorprendido por el propio Molas en su escape, atacándolo desde su montado lo que motivó que Cabriza implore "no me mate que somos hermanos", disparando raudamente y sobrepasando después de tres intentos el alambrado de la antigua quinta de los López. Pasó la noche en la costa del río; y según relata Juan Silvano Godoy en su obra de El Comandante Molas:

         "Al aclarar el día, distinguió a otro sujeto envuelto en manta sentado como a distancia de tres cuadras. Suponiendo fuera alguno de los compañeros, se aproximó a él y se encontró con el general Serrano, quién le comunicó que de siete a ocho de la mañana vendría un indio payaguá con canoa para conducirlo al puerto de la Asunción."

 

         EXABRUPTOS REVOLUCIONARIOS

 

         El furioso ataque de los rebeldes obligó a las tropas gubernistas a ceder posiciones, retrocediendo hasta internarse en Asunción. Los excesos cometidos por los rebeldes fueron calificados de barbarie, como el caso del Director del diario PATRIA, Francisco Martínez, que fue despiadadamente asesinado por uno de los jefes de las tropas rebeldes, el sargento Ávalos, quien castigó a cada palabra de súplica de su víctima. El periodista había escrito aspectos denigrantes hacia los revolucionarios, desde su periódico, por lo que éste no dudó en ultimarle mediante torturas.

         El periódico LA LIBERTAD describió el crimen contra el periodista Martínez:

         "Aún vivo el asesino, Avalos trató de cortarle la mano, y como no diese en la coyuntura, le descarnó la muñeca; mientras practicaba tan bárbara operación sin atender a los clamores de la víctima, el asesino decía: 'Te he de cortar la mano para que no escriba después de muerto'".

         El mismo periódico, además de referenciar el asesinato de Francisco Martínez, director de PATRIA, informó que las fuerzas de Molas apenas superaban 500 hombres, que carecían de disciplina y organización militar. "Dicen que son montoneros que andan a su arbitrio sin respeto ni a sus titulados oficiales, ni a sus gefes [síc]", señalaba el diario. A la vez comunicó que los rebeldes "andan de casa en casa violentando mujeres, a quienes le intiman, con la mayor crueldad que les proporcionan caña, aguardiente, y toda clase de bebidas alcohólicas".

         El asesinato del periodista Martínez fue lamentado por LA LIBERTAD:

         "El señor Martínez era un político de tacto exquisito, un excelente conocedor de los hombres y de las cosas de este país, y por lo tanto estaba llamado a remover ciertas causas estancadas en la gran máquina gubernamental, las que darían resultados halagüeños para una nación adormecida en sus laureles de ayer, y para un pueblo obstinado en resabios de la época de la pasada tiranía."

 

         INTERVENCIÓN DE LAS TROPAS BRASILERAS

 

         Los miembros del Poder Ejecutivo, recurrieron al Ministro Plenipotenciario, Araujo Gondim, para solicitar "el apoyo moral y material, requiriendo de las fuerzas brasileras para garantir el orden público y afianzar la autoridad del gobierno legal desconocida por una rebelión armada y encabezada por los sargentos Mayores Molas y Ávalos".

         Los generales Caballero y Escobar quedaron a merced de la voluntad del Imperio, el presidente Jovellanos no pasó de ser un figurilla de los intereses brasileños, pues sólo se limitó a aceptar lo que se había hecho y no se le consultaba su parecer. En cambio Gill, tomaba decisiones sintiéndose ya Presidente. Jovellanos se sentía menospreciado y dispuesto a renunciar a su cargo; pero ante ese intento las palabras enérgicas del representante brasileño, Araujo Gondim, reflejaron la situación de dependencia del Paraguay: "En nao lhe permito renunciar... Eu tenho que responder ao meu governo com a sua presença es tacadeira".

         Acta de por medio, el 25 de abril de 1874, las autoridades del Gobierno obtuvieron el apoyo de la delegación brasileña. Las tropas del imperio tomaron las medidas preventivas necesarias para proteger la integridad de las autoridades, custodiaron el Cabildo y los domicilios del Presidente y del propio Gill.

         El coronel Matías Goiburú, uno de los antiguos compañeros de Molas, leal a la causa revolucionaria, informó al comandante revolucionario de que los brasileros se aprestaban a salir para el enfrentamiento, por lo que le sugirió posicionarse acorde a una buena defensa; para lo cual se trasladaron a Luque.

 

         MOLAS PROMUEVE LA RETIRADA

 

         Las fuerzas brasileras, partieron con 3.500 hombres de las tres armas, llevando para el combate tres baterías de campaña de cañones KRUPP para el ala derecha, a los costados dos regimientos de Caballería colocados por batallones comandados por los generales Mezquita y el Barón de Yaguarón; además de una compañía de reclutas paraguayos, que habían sido alistados con gran dificultad, los mismos traían consigo la bandera tricolor bajo las órdenes de un jefe brasileño, esa agrupación componía la vanguardia de las fuerzas imperiales.

         Los rebeldes se encontraban listos para lanzarse al ataque, Goiburú calculó conseguir trescientas bajas del enemigo; pero la superioridad de las fuerzas del Gobierno compuesto de 3.500 hombres prendió dudas en el comandante Molas, quien no se atrevió arriesgar la vida de sus setecientos soldados. Juzgando los acontecimientos Molas comprendió que los ejércitos extranjeros de ocupación en el país no permitirían la caída de Jovellanos y de Gill, además entendió que los terribles efectos que pudiera acarrear esa batalla recaerían directamente en él.

         Finalmente, el joven comandante revolucionario de 25 años optó por la cordura autorizando a su ejército volver a sus respectivos hogares, mientras él tomaría el camino del exilio dirigiéndose a Corrientes, desde donde lanzaría su manifiesto en el cual se despacharía contra las autoridades, entre ellos los generales Caballero y Escobar.

 

         EXALTACIÓN AL GOBIERNO

 

         Después de la retirada de Molas, el ministro Juan Bautista Gill solicitó a los jefes políticos del país la captura de los revolucionarios José Dolores Molas, Silvestre Aveiro, Juan B. Candia, el mayor Ángel Ávalos, Matías Goiburú, mayor Manuel Rojas, José Andrés Decoud, Ezequiel Verón, Juan Pablo López entre otros. Gill los acusó de robo y saqueo, además de ser los cómplices y culpables de varios asesinatos. Advirtió además el delito que representaría para el Gobierno el encubrir o guardar silencio para favorecer la no captura de los rebeldes.

         La victoria de los aliados del Gobierno favoreció comentarios de la prensa contra los montoneros: "Los caudillejos no tendrán ya el campo libre donde ejercitar sus salvajes correrías". Algunos hombres del ejército de Molas fueron detenidos y procesados, como el sargento Ávalos, quien fue denunciado por una mujer que le llegó a proveer alimentos. La figura de Ávalos fue centro de interés de la opinión pública quienes instaron a que se le castigue con la pena capital por la forma en que asesinó al periodista Martínez. Sin embargo, éste y los demás revolucionarios capturados fueron a parar en el calabozo por años que serían de acuerdo al caso; además sufrieron la degradación militar el 8 de mayo ante numerosas personas.

         Los rebeldes fueron castigados pero no sufrieron la pena de muerte, por "la clemencia del Gobierno, que sus dignos colegas habían propuesto la conmutación de la pena de muerte por la degradación militar [...] interpretando de ese modo los sentimientos humanitarios del señor Presidente", según los argumentó Juan Bautista Gill en el Consejo de Ministros de Jovellanos.

         El triunfo de las autoridades constituidas en el poder pareció determinar rumbos más alentadores para él orden nacional, tan necesarios para emprender actividades que puedan curar la dañada economía nacional.

         Pero, los artículos periodísticos describían elocuentemente la ingrata situación de la nación. Un escrito publicado por EL FÉNIX, en mayo de 1875, decía:

         "Tristísimo, dijimos es el estado de la campaña, o mejor dicho de todo el país, pero eso no sería un mal irremediable si la duda, la incertidumbre, el desánimo más completo no se hubiese apoderado de todos los ánimos./ Nadie tiene confianza en que se termine este estado de cosas, y reaparezca de nuevo la paz y la tranquilidad./ Toda la población nacional y estrangera (sic) es víctima del desánimo y de la incertidumbre que todo paraliza./ En vano se pregonan victorias, en vano se esparce la voz de que todo está concluido, y que van aparecer las labores tranquilas de la paz."

 

         EL PRESIDENTE GILL REFORMA EL EJÉRCITO

 

         La elección de Juan Bautista Gill para ejercer la Presidencia de la República (1874-1877) parecía calmar los ánimos de sus aliados "de confianza", pero como en aquella época los amigos y compañeros de la pasada guerra se convirtieron en enemigos en el presente de paz, y los enemigos de tiempos de guerra se transformaron en amigos y cómplices en momentos de calma; fue prácticamente imposible mantener a toda la clase político-militar-aliada conforme.

         Si bien unos años antes Gill influenció para el licenciamiento de las tropas, lo que motivó la rebelión de Molas, en su función de Presidente tomó las providencias necesarias para fortalecer las tropas, para el efecto incorporó al Ejército 1.225 hombres más, creó un nuevo escuadrón como Escolta de Gobierno.

         El presidente Gill, comprendiendo la vulnerabilidad política de aquellos tiempos y tal vez presagiando el fin que tendría se afanó en formar este batallón, siendo nombrado comandante Juan A. Meza, Teniente Coronel de Caballería, secundado por Luis Cristaldo, Sargento Mayor.

         Un nuevo Escuadrón de Artillería ligera denominado LIBERTAD fue creado integrado por 100 plazas, además otra compañía de artillería compuesta por 50 hombres. Otra de las innovaciones fue la creación de un regimiento de Caballería de línea denominado Primer Regimiento 25 DE NOVIEMBRE, formado por cuatro escuadrones de 100 hombres cada uno. Los escuadrones fueron denominados: 14 DE MAYO, con soldados reclutados de Villa Concepción; el 25 DE DICIEMBRE, con reclutas de Villa San Pedro; el escuadrón de CONSTITUCIÓN, con unos hombres provenientes de Villa del Pilar; y con reclutas de Villa Encarnación se formó el escuadrón 25 DE SETIEMBRE.

         La infantería también fue otra de las armas agraciada con reformas, para el efecto fue creado un Batallón de Infantería en línea, siendo bautizado como BATALLÓN INDEPENDENCIA, dotado de seis compañías compuestos de 570 plazas.

         El Presidente realizó las gestiones necesarias para ascender a varios militares, entre ellos el entonces sargento mayor Emilio Gill, su propio hermano.

 

         SERRANO AL ATAQUE

 

         Después de su protagonismo como revolucionario al lado de los generales Caballero y Escobar; el general Germán Serrano formó parte del gabinete de Jovellanos y Gill respectivamente, caracterizándose por cumplir las disposiciones que el cargo le obligaba. Sin embargo fue destituido por Gill del cargo de Ministro del Interior, pues sus contactos con el representante brasilero Pereira Leal prendieron la luz de la sospecha sobre la fidelidad del ministro despedido. Ante esta situación, Serrano indignado decidió volver a su faceta de rebelde.

         El 8 de diciembre de 1875, día de los festejos religiosos en Caacupé agitó a varios pueblos de la región cordillerana del país a sublevarse contra el gobierno, rebelión que quedó en su intento pues fracasó al ser controlado por el gobierno sin complicaciones.

         Tomando las medidas necesarias, se declaró el estado de sitio, la insurrección de Serrano motivó a que sea "borrado del escalafón militar". Sus antiguos aliados, además de acabar con su carrera militar, se encargaron de terminar con su vida, siendo vilmente asesinado. Los hombres comisionados para dicho fin fueron el general Patricio Escobar y el hermano del Presidente, Emilio Gill. Huyendo de Cordillera hacia Caazapá fue tomado prisionero y ejecutado sin oponer resistencia a sus captores. Como símbolo de salvajismo de los hombres del Gobierno, se le cercenó a Serrano el cuero cabelludo y la barba enviados a Asunción como trofeo de guerra. Otro de los hombres que pagó con su vida la rebelión contra las autoridades fue el periodista Eugenio Danós, quien se desempeñó en aquella revolución como secretario de Serrano.

         Los matones que obedecían a la voluntad de los hombres fuertes reflejaron la temible falta de autoridad y justicia en el Paraguay de posguerra. Así lo atestiguan las publicaciones de la prensa en aquella época, como fue el caso del periodista Danós.

         "Fue muerto en un arroyo donde se bañaba Serrano. Su asesino, el bandido Luis Benítez, hombre de confianza de Caballero y que a la fecha se pasea tranquilamente por las calles de Asunción, se complacía en atravesarle el cuerpo de parte en parte con su espada."

 

 

         ANTECEDENTES DE UN MAGNICIDIO

 

         Por más que la rebelión iniciada por Serrano fue sofocada sin complicaciones por el gobierno, los efectos de la misma constituyeron un componente trascendente en la historia de Juan Bautista Gill, cuyo gobierno debió responder a los males económicos y políticos del país. Los adversarios del Presidente tuvieron más motivos para buscar ajustar cuentas con él y concibieron la idea de perpetrar su muerte.

         A pesar de que el periódico de la época, LA PATRIA, trató de justificar la difícil situación económica que pesaba sobre el país, no le resto méritos al presidente Gill:

         "Gobernar en condiciones normales para una nación cualquiera que esa nación sea; y gobernar con los recursos precisos y seguros que reclaman las necesidades nacionales y el servicio de la administración toda no tiene ningún mérito; pero gobernar iniciando la regeneración y la reorganización moralizadora de la administración de un pueblo sin recursos y sin crédito bajo las exigencias de una crisis completa como la que se sufre; es tener valor y patriotismo superior, que la serenidad leal e imparcial del sano criterio reconocerá. Ese es el mérito del actual Gobierno, y ese mérito es el que nos inspira la más lógica confianza."

         Sin embargo el presidente tenía motivos para perder la serenidad, no solo por la crisis financiera en la que se debatía su gobierno; además por sus enemigos declarados, entre quienes se encontraban el ex constituyente del 70 Juan Silvano Godoy, con su hermano Nicanor Godoy, José Dolores Molas y Matías Goiburú, personajes quienes decididamente querían ajustar cuentas con él.

         La consigna de los mismos era poner fin no solo al Gobierno, sino también al propio Presidente. La idea de magnicidio tuvo recepción favorable en uno de los personajes políticos de la historia de posguerra que se convirtió en una de las primeras víctimas de la falsedad de Gill, Cirilo Antonio Rivarola. Se contó con la ayuda de los parientes del exterminado Serrano, hombres que naturalmente tenían motivos para vengar su muerte, como lo fue su hijo Juan Regúnega. A esta lista debemos sumar al cuñado        de Molas, José Dolores Franco y el tipógrafo Mariano Galeano, quien se encargó de imprimir la proclama revolucionaria.

 

         LOS ACONTECIMIENTOS DEL 12 DE ABRIL DE 1877

 

         El reloj marcaba las 10 de la mañana, cuando el presidente Juan Bautista Gill, acompañado por sus edecanes, los capitanes Silvestre Esquivel y Mateo Benítez, se dirigían caminando desde su casa al despacho para cumplir con sus labores.

         Según los datos que registra Luis Verón:

         "Cuando estaba llegando a la intersección de la calle Independencia Nacional, pasó frente a la casa del vicepresidente Higinio Uriarte García del Barrio, su primo. En ese momento, doña Etelvina Velilla de Uriarte, esposa del vicepresidente, hablándole desde una ventana de su casa, le advirtió que, calle de por medio, en la mansión que perteneció al general Vicente Barrios, había visto movimientos extraños de personas y que se cuidara." Siguiendo el tramo de las actuales calles Independencia Nacional y Presidente Franco el ángulo de la esquina no le permitió notar nada fuera de lo normal, por lo que el mandatario cruzó la acera norte de Independencia Nacional cuando repentinamente es sorprendido por una escopeta de dos cañones portados por Nicanor Godoy, quien no dudó en apretar el gatillo para liquidar instantáneamente al Presidente.

         Nicanor Godoy cumplió con su deseo de tener "el honor de ser él quien matara, para así vengar una deshonra familiar y porque quería que el finado llenase en su retina, como última impresión de su vida, la imagen de su vengador y asesino".

         Consumado el asesinato, Molas esperó a Godoy a poca distancia del lugar del crimen para luego salir con sus montados hacia la estación del ferrocarril a encontrarse con los demás revolucionarios, los edecanes del exterminado Presidente reaccionaron corriendo del lugar raudamente hacia la Policía.

         En la huida de los magnicidas, a la altura de la calle Yegros, los revolucionarios se encontraron con un sargento de la Guardia Presidencial quien fue disparando sobre ellos, Molas fue arrojado al suelo por su caballo, recibiendo un sablazo en la cabeza, momento en el que apareció Matías Goiburú y Juan Regúnega, lo que obligó a huir al Sargento.

         Los complotados emprendieron su retirada hacia Luque, siendo interceptados por el general Emilio Gill, quien se rindió ante los complotados, e inmediatamente fue asesinado de tres balazos. Goiburú pidió a Regúnega que cortase la oreja del cadáver del enemigo como trofeo de guerra, exhibiéndola luego en la punta de su látigo.

         En la proclama firmada por Molas y Goiburú se aclaró "que la revolución ha comenzado debido a los crímenes del traidor Juan B. Gill, el pueblo ya no podía soportar las expoliaciones de todo género que durante su gobierno hizo practicar".

         LA REFORMA, periódico de aquel momento, publicó un artículo seis días después del asesinato de Gill, sus redactores inclinaron su apoyo al orden constituido en el país:

         "Los ciudadanos todos deben mantenerse compactos y unidos para rechazar la salvaje agresión de un grupo de perturbadores que han levantado la bandera del asesinato político como medio para satisfacer sus ambiciones, con escarnio de eternos principios de la moral.

         ¡Unión ciudadanos y a las armas a rodear a las autoridades de la República legalmente constituidas!

         La anarquía amenaza con destruir nuestra campaña, convirtiéndola en un inmenso reguero de sangre, y devorando a sus propios hijos como el Dios de la mitología griega."

 

         EFECTOS DEL MAGNICIDIO

 

         De Luque, los revolucionarios se dirigieron a Barrero Grande con el objeto de buscar amparo con el caudillo del lugar, el fugitivo Cirilo A. Rivarola. Para ese cometido formaron una comisión de 25 hombres. En el intento de apoderarse del tren fueron alcanzados por las tropas del Gobierno, llevando la peor parte Matías Goiburú fracturándose la clavícula al caer de su montado sobre la vía del tren. Los demás lograron escapar hacia Areguá para llegar a Barrero.

         El inesperado desenlace del gobierno de Gill, causó improvisaciones en las funciones administrativas del país; ese mismo día el Vicepresidente, Higinio Uriarte (1877-1878), se dirigió a los legisladores:

         "El criminal acontecimiento que acaba de sorprender a todos los habitantes de esta capital, que por primera vez en los anales de la historia del Paraguay han visto sus calles ensangrentadas por el cadáver del primer magistrado de la República, me ha obligado a asumir acto continuo el mando Superior de la Nación."

         El nuevo mandatario decretó el estado de sitio en toda la República, su justificación se basó en "la libertad de acción para velar por los intereses de todos los habitantes amenazados seriamente, si con mano firme no se logra mantener el imperio de la ley".

         Los conjurados juntaron alrededor de 400 hombres para enfrentar al Gobierno en la zona de Pirayú donde quemaron dos puentes del ferrocarril. Las fuerzas gubernamentales comandadas por el general Escobar y secundadas por el General Ignacio Genes; libraron batalla derrotando a los revolucionarios.

         Los métodos rigurosamente violentos de las fuerzas del gobierno desembocaron en la derrota de los insurrectos, el pánico en las ciudades del interior tuvieron su razón lógica de ser, si se considera que el terror empleado como mecanismo de amedrentamiento ocasionó ciertas dudas de enfrentamiento en la población, que mayormente no se hallaba dispuesto a inmiscuirse en asuntos políticos.

         Luego de su derrota, el destino de los principales cabecillas del magnicidio fue Corrientes, desde allí lanzaron su manifiesto, despechándose con bastante inspiración hacia el asesinado presidente Gill, asumiendo integramente la responsabilidad de su muerte pues:

         "Gill reunía en su persona en una escala más pequeña todos los crímenes de los mandones anteriores, pero sin ninguna de sus virtudes. Fue la concepción bastarda y viciosa del despotismo. Sus actos llevan el sello de la estupidez más repugnante; y no imponían espanto como las de los Francia y los López, sino de desprecio o indignación porque carecía de la talla de los tiranos."

 

 

         LA TRAGEDIA DE LOS MAGNICIDAS

 

         La herida que recibió Matías Goiburú lo obligó a refugiarse en los bosques de Yaguarón e Itá, después de toparse con la patrulla del gobierno, comandada por el capitán Candia y el teniente Vera, logró evadirse; para luego ser acechado en San José donde encontró la muerte, asesinado al instante por sus captores.

         Mientras otros eran capturados al tratar de huir por el río Paraguay, Molas estaba atormentado por la herida sufrida tras el asesinato de Gill. "El hachazo que le dio era tan fuerte, que le rompió el cráneo penetrando el arma en el cerebro". Su herida se encontraba consumida por los gusanos, lo que le obstaculizó la vista y poseyendo su pulso entrecortado. Según sentenciaron sus allegados, Molas podía expirar en cualquier momento o por lo menos quedar loco. No teniendo otra alternativa se entregó voluntariamente a las autoridades.

         Cuatro días después del crimen contra el Presidente de la República, uno de los cabecillas del atentado, Mariano Galeano fue capturado al tratar de llegar a Villa Occidental. Otro de los responsables de la revolución, Pedro Antonio Báez fue herido en el muslo intentando cruzar el río Paraguay. Su herida le causó la muerte al día siguiente.

         El 18 de abril el Ministro del Interior informó que habían sido tomados "los asesinos del ciudadano Presidente de la República, José Dolores Molas y Mariano Galeano y puestos a disposición del Juzgado".

         El boletín rezaba que a las 4:30 de la tarde 250 rebeldes fueron alcanzados por las fuerzas oficiales. El resultado del encuentro fue la muerte de 14 personas y muchos prisioneros. Los cabecillas de las fuerzas rebeldes Rivarola y Aponte lograron huir del lugar, aprovechando los caballos cansados de las tropas gubernistas.

         El primer día de mayo, Regúnega fue capturado en Villa del Rosario, herido de una bala en la cabeza, seis días después José Dolores Franco es tomado en Yabebyry desde donde pretendía partir rumbo a Corrientes.

         El autor material del crimen de Juan Bautista Gill, Nicanor Godoy, se escondió en la zona de Isla Valle de Areguá. Días después Godoy llegó de incógnito a la zona de Zeballos Cué de la capital del país, disfrazado de mujer llevando una damajuana en la cabeza. En la ribera del río espero un bote en que vendría una sirvienta que engañó al canoero diciéndole que buscarían a un enfermo. "A los llamados de la 'mujer' de la orilla, el bote se aproximó, lo que fue aprovechado por la sirvienta para bajar a tierra y por Godoy para subir al mismo, revólver en mano, ordenando al botero a que lo llevara hasta la boca del río Confuso". Godoy vivió en Corrientes y tiempo después fue involucrado en un caso de robo del Banco de la Nación.

 

         SE AGUDIZA LA DESVENTURA

 

         El asesinato de Gill, generó más violencia en la sociedad, los ánimos siguieron enceguecidos por avaricias que acarrearon más pobreza a la nación, la situación financiera no presagiaba panoramas alentadores, en medio de las crisis y la ausencia forzosa del mandatario, la necesidad de conspirar fue el objetivo de los caudillos revolucionarios y reaccionarios de posguerra. El mandato de Uriarte fue tomado como un período de transición, durante su presidencia los crímenes políticos no mermaron; recrudecieron con la intransigencia de las autoridades del gobierno en contra de los magnicidas.

 

         ALIANZA RIVAROLA-MACHAÍN

 

         Facundo Machaín se desempeñó como Ministro de Relaciones Exteriores en el gobierno de Juan Bautista Gill, hasta el 28 de noviembre de 1876, cuando presentó su renuncia al cargo. El asesinato del Presidente fue trascendente para la vida de Machaín, quien después de su salida de la Cancillería, se dedicó preferentemente a la abogacía.

         Los revolucionarios involucrados en la muerte de Gill, que fueron tomados prisioneros por el gobierno recurrieron a Machaín como abogado defensor. Los antecedentes de servicio al país del ex Ministro de Relaciones Exteriores lo convirtieron en una personalidad ilustre y prestigiosa en aquella época.

         Sus antecedentes de servicio al país propagó "en la mente del gobierno un plan simplista de eliminación, por el asesinato de los hombres considerados como centro de resistencia popular, único medio para sus directores de asegurarse la dominación vitalicia del poder a que aspiraban".

         A pesar de que siete años atrás se le impidió ocupar el cargo de la Primera Magistratura, Machaín recibió la propuesta de su antiguo enemigo Cirilo A. Rivarola para formar una alianza contra el gobierno de Uriarte y sus acaudalados ministros.

         La propuesta de Rivarola, quien se refugió en los bosques de Barrero Grande y Curuguaty a causa de la persecución del Gobierno después del asesinato de Gill, fue animar otra revolución; para lo cual requirió a Machaín las armas requeridas para efectuar la mencionada empresa revolucionaria. Rivarola obtuvo como respuesta que sería ayudado por su nuevo aliado con una suma determinada de dinero.

 

         LOS CONSPIRADORES

 

         Entre las personas que apoyaron a Machaín se encontraba el médico Francisco Galeano, el mayor Marcelino Gamarra, Manuel Frutos, Miguel Carísimo, José Fleitas, Juan A. Roa, Octaviano Rivarola. Los nombrados con Cirilo Rivarola proyectaron un plan revolucionario bajo la batuta de Molas, que se encontraba detenido en la cárcel.

         Para ejecutar la revolución proyectada, se creyó indispensable conseguir el armamento necesario para tomar los dos cuarteles de la capital. Para el efecto los rebeldes calcularon preciso conseguir por lo menos 50 rifles, igual número para los fusiles y 2.000 tiros. Como segunda opción se concibió el plan de atacar a las fuerzas gubernistas que justamente estaban al acecho de la persecución de los conspiradores. No obstante, las armas pedidas por Rivarola, nunca les fueron proporcionadas.

         En esos tiempos surgió una brecha de esperanza para los revolucionarios. Las diferencias entre el general Escobar y el mayor Gamarra de la artillería, constituyó un motivo para que el subordinado se rebele contra las autoridades. Gamarra, quien fuera dado de baja del Ejército, prometió a Cirilo A. Rivarola contar con las adhesiones de soldados y sargentos del batallón escolta como de la artillería.

         Con ese cometido se dispuso al teniente Delgado entrevistarse con un soldado de la artillería para poder contactar con el sargento Pedro Bogarín para materializar una revolución. El 19 de julio el sargento Bogarín se entrevistó con el mayor Gamarra con el objeto de estrechar las alianzas.

         A pesar de llegar a un acuerdo, uno de los encomendados de la entrevista se presentó ante el coronel Juan A. Meza, jefe del Batallón Escolta para informarle sobre las entrevistas entre el sargento Bogarín y el expulsado Gamarra.

         El sargento fue inmediatamente arrestado y sometido a tormentos que terminaron con el descubrimiento de la conspiración y comprometiendo a los involucrados de la misma. La confesión de Bogarín desembocó en el arresto de Gamarra, el capitán Manuel Benítez, el teniente Delgado, Octaviano Rivarola y Miguel Carísimo.

         La sensación de inseguridad del gobierno desembocó en que los pyragues (espías) circulen por las calles de Asunción. Las medidas preventivas del Gobierno, fueron cuestionadas por la opinión pública, esta situación de impopularidad determinó que las autoridades liberen a los complicados en el frustrado intento de desestabilización. Los liberados fueron Octaviano Rivarola y Miguel Carísimo.

 

         REVOLUCIÓN CON ESENCIA DE CALABOZO

 

         Desde la prisión Molas pensó en una fuga, comprendiendo de la imposibilidad de Rivarola y sus allegados de concretar la tan anhelada revolución. La propuesta de fuga la compartió con sus compañeros de prisión, Pedro Medina y Alberto Ferreira, quienes se encontraban en frente de su celda. Los mismos adhirieron a otros prisioneros, Antonio Parodi y Pedro Temístocles.

         El valiente comandante que había asaltado acorazados aliados durante la guerra, no tuvo en cuenta la suerte de uno de sus cómplices, Antonio Esteban Núñez. Éste, fue tomado prisionero por ayudar a Molas y Galeano en sus anteriores conspiraciones para tratar de escapar en una canoa. Estando preso, Núñez fue engañado por las autoridades quienes le facilitaron elementos para evadirse de su grillo y fugarse hacia la barranca del río. En su huida sufrió la emboscada, ataque, puñaladas, y consecuentemente asesinato por unos soldados del gobierno.

         No obstante, valiéndose de su amiga Petrona Velazco, Molas entregó limas a sus cuatro cómplices para cortar los grillos. Para perforar la pared de la calle los prisioneros recibieron una barreta con punta de acero fabricada por el herrero Manuel Gorostiaga, apodado Manuel - jhú.

         Molas contactó con el sargento del cuerpo de gendarmes Manuel Otazú (Otazu'i) a fin de facilitarle la fuga. El sargento estaba a cargo de la guardia de la cárcel, y le había prometido dejar abierta la puerta de su celda. Los trabajos de fuga deberían concluir en la noche del 17 de agosto. Sin embargo, una herida accidental sufrida por Molas en uno de los pies y la ausencia de Otazu'i determinó postergar la fuga para el día siguiente. Pero los otros presos comprometidos con la fuga dejaron de lado la determinación de Molas y se fugaron esa misma noche.

         Fracasado el intento de fuga, los procesados por el asesinato del Presidente se presentaron al jurado el 5 de setiembre. Las declaraciones de los acusados no marcó trascendencia en las autoridades, pero si las afirmaciones del abogado defensor, Machaín, quien comentó sobre la presencia de Cirilo Antonio Rivarola en la capital. Este comentario motivó al Gobierno acusar al jurista de "encubridor y, por sospecha de complicidad con Cirilo A. Rivarola y por la peligrosa alarma que ha esparcido en esta población sin perjuicio de continuar estas diligencias para la debida y completa formación del sumario que debe ser enviado al juez del crimen para sus efectos". La acusación estaba firmada por el Ministro del Interior, Bernardino Caballero.

         La vidriosa situación de Facundo Machaín, obligó al juez del caso inhibirse del caso, pues "no podía seguir entendiendo por delicadeza personal". El juez de comercio Juan G. González aceptó la fianza ofrecida por el doctor Machaín, ordenando su libertad a condición de permanecer en su domicilio, salvo permiso del juzgado.

         Sin embargo el fiscal general del estado, Domingo A. Ortiz solicitó reponer la resolución del juez González y se mostró conforme con la prisión del abogado; acusándolo de ser el más "fogoso apologista de los sucesos del 12 de abril, y como encubridor de los actos de Cirilo A. Rivarola"

 

Doctor Facundo Machaín asesinado en la Cárcel Pública,

durante la matanza del 29 de Octubre de 1877

 

 

         MACHAÍN EN LA MIRA DEL GOBIERNO

 

         A pesar de las acusaciones fue puesto en libertad, surgiendo en la Cámara de Diputados una interpelación a Bernardino Caballero por la prisión de Machaín, considerando que solo el Poder Judicial tenía la facultad de ordenar la prisión de los ciudadanos.

         Sobre el caso Machaín, sostiene Héctor F. Decoud:

         "El doctor Machaín equiparó su libertad a una batalla ganada, y, como victorioso se creyó con el derecho de quitar y poner Rey, lo que tal vez hubiese realizado si no fuera su excesiva candidez y, más que todo, por la falta de esa perspicacia criolla (arandú caaty) que sobraba a sus adversarios políticos, cualidades típicas que poseían también algunos de sus compañeros de causa."

         Lo cierto es que el triunfo de Machaín en la parte jurídica representó la ascendencia de su figura, en contrapartida su prestigio quebrantó la tranquilidad de los hombres del gobierno.

         Las arbitrariedades cometidas por el Gobierno influyeron en la voluntad de sus oponentes a plantear un nuevo complot a fin de terminar con la situación imperante. El médico Galeano se entrevistó con Rivarola durante las fiestas de la Virgen del Rosario en Pirayú. De esa entrevista Galeano tuvo la promesa de Rivarola de enviar a sesenta hombres, repartidos proporcionalmente en tres grupos portando rifles. Lo convenido era que las fuerzas enviadas por Rivarola estarían bajo las órdenes de Machaín quien acompañaría a uno de esos grupos a San Lorenzo del Campo Grande a fin de aguardar los acontecimientos.

 

         DILATAN LOS PROYECTOS DE MOTÍN

 

         Desde la Cárcel Pública, Molas junto a otros presos políticos estaban al tanto de los acontecimientos merced a las noticias ofrecidas por sus esposas o parientes cercanos, quienes frecuentemente recibían la visita de Galeano.

         A inicios de octubre se reunieron en la casa del médico Galeano los conspiradores entre los que se encontraban Octaviano Rivarola, Miguel Carísimo, Simeón Sugasti, Saturnino Aquino, Juan Alvarenga, Miguel Meza y otros. Tras largas deliberaciones se resolvió sublevar a los presos de la cárcel pública, con la ayuda de los hombres prometidos por Rivarola para apoderarse del Escuadrón Escolta.

         El 13 de septiembre se resolvió poner manos a la obra, comprendiendo que el día de la Virgen de las Mercedes constituía una de las celebraciones santas preferidas por las autoridades, quienes asistían al barrio de la Chacarita para los festejos rimbombantes. Molas desestimó la posibilidad del triunfo comprendiendo la distancia de las fuerzas de Rivarola, por lo que sugirió concretar el domingo 28, por celebrarse la octava de San Francisco.

         La desaprobación de Molas no convenció a sus aliados, sin embargo se postergó la conspiración debido a la ausencia de Rivarola. El día 15, Machaín fue informado de que todo estaba previsto para la madrugada. Galeano esperaba confiado que los hombres llegarían esa misma noche; sin embargo una nueva misiva de Rivarola informaba:

         "Que el tiempo fijado era demasiado corto para reunir a su gente, y que en consecuencia, se fijase nuevo día para con suficiente anticipación, consultando sobre todo para el efecto, la obscuridad de la noche, circunstancia favorable que no se presentaba en aquel momento, pues la luna estaba en su periodo de plenilunio, y tal era su brillo que facilitaba hasta la lectura de diarios, y por último que prometía mandar 150 hombres, en vez de los 60, pero con armas."

 

         MACHAÍN ENCARCELADO

 

         A pocos minutos de recibir la noticia de la nueva postergación del plan, Machaín fue notificado de una orden de arresto en su propia casa. Al mismo tiempo eran detenidos el médico Galeano, Miguel Carísimo, Juan A. Roa, Simeón Sugasti, Octaviano Rivarola, el capitán Juan Caballero, Saturnino Aquino, Juan José Alvarenga, Miguel Meza, el sargento Victoriano Escato y los representantes de la policía Ramón Melgarejo y Vicente Otazú.

         Cinco días después Machaín fue enviado a la cárcel pública. Las autoridades realizaron las pericias pertinentes a fin de comprobar el involucramiento de los apresados en el complot.

         Desde la prisión, los detenidos inventaban formas para poder comunicarse con otros complotados. Los mensajes fueron el mecanismo para poder comunicarse los carcelarios con sus compañeros de causa. La situación se volvió más tensa cuando uno de los mensajes fue interceptado por un guardia cárcel, encontrando un papelito de puño y letra de Machaín, del cual el preso logró esquivarse con admirable ingenio.

         Las autoridades allanaron la casa de Facundo Machaín, pese a la resistencia de su hermano Raimundo; quien fue detenido por no permitir que la policía revise los documentos y papeles del detenido. Las autoridades se empecinaron de tal manera que dispusieron la deportación de Raimundo con destino a Buenos Aires.

 

         EL ESCENARIO DE LA TRAGEDIA

 

         Según la descripción hecha por Héctor Decoud, la cárcel pública donde estaban detenidos los completados, había sufrido solo algunas refacciones desde la época de preguerra; tenía dos edificios, una que lindaba con la calle Yegros y Comuneros donde funcionaban nueve celdas, y la otra ubicada en el centro del patio con cinco celdas de frente al oeste. Las celdas del primer edificio tenían dos medidas, cinco de ellas eran de 3 x 4, tres de 3,60 x 7 y una de 3,50 x 5. Todas las celdas tenían corredores de un metro de ancho.

         La guardia de la cárcel estaba compuesta por 25 hombres, al mando de un Alférez o Teniente. Las celdas más espaciosas podían ser ocupadas por 10 personas. El personal del establecimiento penal estaba surtido de un Alcalde, quien cumplía su función en una de las piezas del edificio principal; dos guardias cárcel y otro personal destinado al cuidado de las llaves. Tras el asesinato del presidente Gill, el último personal mencionado tuvo la misión de entregar las llaves al jefe del Departamento, de Policía.

         El acceso al penal variaba de acuerdo a los reos, que se clasificaban en distinguidos y los criminales. En el grupo de los primeros, sus parientes y amigos accedían libremente; mientras que a los criminales solo se les podía ver los jueves y domingos. Los presos Molas, Franco, Mariano Galeano, Regúnega, Francisco Galeano, el mayor Gamarra y el teniente Delgado llevaban una barra de grillo, no así el doctor Machaín.

 

         CIRCUNSTANCIAS DE UNA TRAGEDIA

 

         Los prisioneros Machaín, Molas, Galeano, Franco y Regúnega estaban informados diariamente de los acontecimientos, en una de las notas Petrona Velazco envío en un ramo de flores a Machaín una misiva en donde se le informó que el Concejo de Ministros resolvió asesinar esa noche a los prisioneros mencionados.

         Los planes reiteradamente postergados, saturaron la paciencia de Molas, pues sus antecedentes de conspirador lo convirtieron en un adicto a las luchas revolucionarias, y a pesar de las recomendaciones de su aliado Gamarra de volver a postergar otro levantamiento proyectado; su instinto rebelde lo encomendó a decidir ejecutar el plan de escape en la noche del 28.

         El domingo 28 de octubre, el capitán Vicente Ortigoza se hizo cargo de la alcaldía de la prisión, acompañado por el teniente Santiago Pereira, el sargento Amancio Melgarejo como guardia cárcel y el cabo Avelino Centurión como llavero. La cantidad de reclusos de ese día llegaron a 66; una tercera parte de ellos eran presos políticos.

         Molas y el médico Galeano, desde un buen tiempo atrás, intentaban conseguir alianzas con los sargentos, cabos y soldados del penal a fin de que se adhieran a la sublevación de los presos. La confidencia de estos cabecillas muchas veces sobrepasó la prudencia, aunque las promesas recibidas por los proponentes entusiasmaron a los oficiales.

         Calculaban los prisioneros que al momento del enfrentamiento con los hombres de seguridad, estarían en ventaja pues concebían la idea de contar con 83 hombres, entre presos y guardias conjurados; necesarios para enfrentar al cuerpo de gendarmes de 140 plazas, cuya mitad respondían a los prisioneros.

         Las dudas sobre la fecha de ejecución motivó la disconformidad entre los rebeldes, sin embargo la insistencia de Molas predominó y se decidió ejecutar la sublevación en la madrugada del 29. Para el efecto, se dispuso que fuesen tapados los cañones de la gendarmería "María’i" y "Jose’i"; además se solicitó al sargento de la guardia estar preparado para tomar al oficial de guardia mientras los prisioneros recibían fusiles por las ventanas de sus celdas, utilizando como santo y seña "Molas". Los prisioneros para poder despojarse de los grillos obtuvieron limas, bolas de cera y frasquitos de agua fuerte que serían introducidas por la querida de Molas, Petrona Velazco, en la tarde del 28 de octubre.

         El golpe planteado por los prisioneros contó con la adhesión de Enrique Soler con treinta hombres, además del batallón de gendarmes bajo el mando de Luis Velázquez, aunque este último solo lo hizo de palabra. Los mediadores de las comunicaciones entre los encarcelados y los de afuera fueron principalmente Héctor F. Decoud y Petrona Velazco.

         Como de costumbre las celdas se cerraron a la hora de siempre, menos la del mayor Gamarra, como habían acordado con los guardias complotados, a fin de realizar las gestiones con más libertad; en los primeros minutos del día 29 el teniente Pereira y el cabo-llavero Centurión, personales del penal acompañados por los soldados Emilio Solalinde y Dionisio Sosa, entregaron a cada uno de los presos las limas para que puedan despojarse de las grillos.

 

         ¡LIBERTAD! ... ESPERANZA FATAL

 

         Cuando el reloj marcó las 02:45 horas de la madrugada los sublevados decidieron iniciar la rebelión. El mayor Gamarra iría al frente, para el efecto se le entregó la espada que se había sustraído del alférez Benítez, quien se quedó dormido en su función de guardia del penal, para luego ser sorprendido con el alcalde capitán Vicente Ortigoza por los presos. Ambos fueron encerrados apartadamente en las dos últimas celdas.

         Las llaves que se le habían entregado en el día anterior a los reos no coincidieron con las de la celda de Molas, Galeano, Franco y Regúnega; las mismas correspondían a otros calabozos, por lo que se recurrió a barretas, picos y hachas que eran utilizados para arreglar las calles.

         Molas no pudo librarse de los grillos, a pesar de su bravo esfuerzo y la de dos presos que trataban de gastar el material. Según los datos de Decoud, el grillo de Molas "fue fabricado expresamente para él con sus iníciales J. D. M. en vez de chaveta tenía tuerca, remachado en frío".

         Tampoco se quitó el grillo Mariano Galeano, quien se opuso a que lo quitasen; mientras que el italiano Antonio Scotto no recibió la lima por lo que no pudo despacharse del mismo. La imposibilidad de deshacerse del grillo obligó a Molas llegar hasta la prevención frente a la celda de Machaín, quien prefirió quedarse en su celda, no atendiendo las sugerencias de sus compañeros de prisión de fugarse hacia la casa de algún amigo.

         Repentinamente, algunos cohetes voladores de luces rojas aparecían del lado de la policía, lo que determinó a Molas ordenar a Manuel Frutos un pelotón, que estuvo compuesto de seis soldados con el alférez Amarilla a fin de patrullar los alrededores de la cárcel. Este último, sospechosamente pasó de largo el lugar fijado y se dirigió directamente a la policía.

         A la par de estos sucesos, el soldado recién reclutado José Ferreira y que por vez primera hacia guardia, al observar los movimientos anormales corrió de la prevención hacia la Policía a dar parte de lo que estaba ocurriendo. La fortuita intervención del soldado Ferreira fue reconocida por sus superiores quienes lo ascienden a Cabo y Sargento Mayor. No era para menos; la decisión de Ferreira previno a la policía y con los petardos de luces coloradas se estableció la señal para que el coronel Juan A. Meza desde su cuartel del Batallón Escolta enviase a sus soldados.

         Inmediatamente se presentaron en la Policía a confirmar la sublevación, algunos cómplices de los insurrectos, que en realidad actuaron de espías para el Gobierno; el alférez Amarilla, el cabo Villalba, y el soldado Valentín González quienes debían vigilar la cárcel por orden de Molas.

         El Jefe de la Policía general Ignacio Genes, recibió el recado del comandante del batallón escolta, informándole sobre la sublevación de los presos; a la vez fueron notificados los generales Caballero y Escobar. Se dispuso al capitán Facundo González (apodado Cojudo Chapí) a formar una tropa de gendarmes para sofocar la sublevación con la ayuda de las fuerzas de la escolta comandada por el sargento mayor Cristaldo. Los soldados de la escolta desaparecieron de las filas, por lo que Genes dispuso establecer flancos en la esquina de la calle Independencia Nacional, y la calle Comuneros.

         Molas, quien aún trataba de despojarse de su grillo, fue informado de la alerta policial, entonces ordenó al mayor Gamarra salir a batir a las fuerzas del Gobierno. Utilizando el montado del alcalde Ortigoza, Gamarra con algunos soldados y cuarenta presos se ubican en las calles Yegros y Asunción, donde desplegó a sus soldados en línea de guerrilla, mientras que los presos se ubican detrás de los pilares de la catedral.

         La aproximación de las fuerzas del sargento Cristaldo fue visto por los conspiradores desde la torre de la Iglesia, lo que alertó a los insurrectos provocando las descargas de armas y el ataque a bayonetas. En medio de estos enfrentamientos los sublevados fueron alertados de la aproximación de las tropas del capitán González, lo que motivó desparramarse hacia diferentes direcciones.

         El mayor Gamarra con Regúnega, Zoilo Franco, Dejesús Vera, Eleuterio González y cinco soldados más huyeron hacia la estación del ferrocarril; otros presos tomaron la calle Yegros y otros hacia la barranca del río. Sin embargo, José Dolores Franco, el médico Galeano y tres presos corrieron hacia la cárcel a unirse con los que aún estaban allí.

 

         EL FATÍDICO SUCESO

 

         La suerte de estos últimos estaba cantada, las fuerzas del gobierno al mando de Cristaldo incursionan con pelotones en la cárcel, sin resistencia ni obstáculos, las tropas comandadas por González lo siguen con 37 soldados.

         Molas estaba acompañado por dos presos y el cabo-llavero Centurión quienes trataban de liberarle de sus grillos; pero estos últimos al oír las descargas y gritos de soldados que venían atacando, optaron por su instinto de conservación y huyeron del lugar dejando solo a Molas.

         Encontrándose abandonado Molas ingresa nuevamente en su celda, cerrando la puerta. Las tropas de Cristaldo, se dirigieron a ella y trataron de abrir la celda, empujando inútilmente "hasta que acudió otro, que era práctico, e indicó que la puerta se abría tirando para fuera, maniobra que dio el resultado apetecido".

         Molas dio sus últimos respiros, al recibir la orden de salir fuera de la celda, demostró dudas y resquemores sobre la disposición, su duda fue respondida con descargas de fusilería de las cuales dos impactan en su cuerpo. Al salir mal herido de la celda, apenas dio unos pasos y recibió un hachazo de sable en la cabeza de un cabo de apellido Cuevas, que pertenecía a la escolta. El desdichado revolucionario derrumbado en el suelo recibió cargas de armas, puntadas de espada y pisadas de los soldados que se dirigían hacia la celda del médico Galeano.

         Al llegar a la celda del mencionado galeno, es sacado de la misma a empujones y tirado en el suelo para luego levantarlo y recibir un puntazo en el costado derecho de un soldado de la escolta. Galeano cayó moribundo, desde el suelo expiró al recibir de los soldados una descarga de armas de los cuales tres de esos tiros lo fulminaron.

         José Dolores Franco, quien había tomado la errónea decisión de volver a ingresar a la cárcel corrió a la celda del médico asesinado Galeano, pero al observar que los soldados salían de esa habitación huyó hacia el patio del penal tratando de sobrepasar un muro; en el intento de su huida Franco es alcanzado por el puñal del ayudante del general Genes, Rómulo Medina.

         El reo cayó con convulsiones y dolores espantosos, cuando recibe los disparos de los jefes y oficiales a un mismo tiempo. El tiro de gracia es realizado por uno de los jefes quien disparó un balazo sobre la sien izquierda del infortunado Franco.

         El ciudadano italiano Antonio Scotto, quien se encontraba en su celda fue herido mortalmente por los sablazos del cabo Cuevas derrumbado el italiano recibe un tiro que le atravesó los pulmones y otro en la sien derecha. Su cuerpo fue arrastrado a unos metros del cadáver de Galeano.

         La caza humana se estaba consumando de acuerdo a los intereses del Gobierno, pero faltaba uno de los prisioneros que a pesar de su honorable reputación, los jefes y soldados pasaron por alto y solo faltó que uno de ellos exclame "jaha doctor Machaínpe lo mita" para que vayan a su celda como una caza de "lobos hambrientos".

         Machaín, quien no podía comprender la crueldad de las autoridades, es llamado por uno de los principales oficiales de la policía en su presidio. El prestigioso doctor exclamó sus últimas palabras a sus verdugos: "aquí me tiene Ud. llorando por lo que estoy viendo". En ese momento otro oficial le asestó un puntazo en el cuello con un espadín de marina.

         "El doctor Machaín dio media vuelta, y, apoyándose en la pared, siguió a derecha hasta alcanzar su cama, en la que intento acostarse, pero, sin fuerzas ya para levantar las piernas, cayó al suelo arrastrando consigo almohadas, cobertor y colchón, todo empapado del chorro de sangre que manada de su ancha herida y pidiendo clemencia a sus verdugos."

         Los oficiales que se encontraban en la puerta respondieron con balazos.

         El sargento Amancio Melgarejo se acercó a Machaín y como forma de agradecimiento hacia el moribundo doctor por haberle prestado sus servicios profesionales, decidió compensarle con un fuerte golpe sobre el pecho de su culata de fusil, diciéndole en un rudimentario castellano "para no sufrir mucho dolor". Finalmente tres soldados arrojaron a su víctima en la escalinata del corredor.

         Mientras algunos soldados participaron de estos crímenes, los demás buscaban presos a quien ajusticiar pero apareció la oportuna intervención del alcalde Ortigoza, que había sido tomado por los rebeldes, gritando a los miembros de las tropas gubernistas "upea ndaha'ei" (ellos no son); evitando así que mueran personas que nada tenían que ver con los sediciosos.

         Consumado este infortunio, reflejo de los excesos de codicia de los hombres del poder, el general Genes informó al Ministro del Interior que los rebeldes "al mando del mayor Gamarra según información del alférez Nicolás Amarilla, también preso que se incorporó a nuestras fuerzas con fusil en mano, se encontraron frente e frente y se batieron, cuyo resultado causó la muerte al doctor Machaín, José D. Molas, José D. Franco, Francisco Galeano y Antonio Scotto, habiéndose escapado el sargento mayor Marcelino Gamarra, Juan Regúnega, Nicolás Delgado, Zoilo Franco, Justo León, Pedro F. Franco, Basilio Cano, Eleuterio González, Salvador Cabrera, Dejesús Vera y Ramón Ramírez". Además el ministro fue comunicado de que las fuerzas del Gobierno tuvieron tres heridos.

 

         LA EXHUMACIÓN DE LOS CUERPOS

 

         La desgarradora escena de los asesinados en la Cárcel Pública fue descripta luego de 47 años por Héctor Francisco Decoud, quien fuera espectador de esos hechos:

"Ávido de conocer lo ocurrido, me dirigí a la cárcel, encontrándolo circundada de soldados que no permitían el acceso. Pedí hablar con el alcalde Ortigoza, quien me había encomendado unas diligencias judiciales, por cuyo motivo tenía algún mérito con él, lo que me valió para que fuese introducido a su despacho.

         El cadáver del doctor Facundo Machaín, de 30 años de edad [...] se encontraba tendido al pié del corredor, al lado de las gradas, frente a la puerta de su celda, con la cabeza inclinada hacia el lado izquierdo. Presentaba su cuerpo dos heridas de bala que le atravesaron el pecho por la parte superior del tórax (lado izquierdo), saliendo por el pulmón del mismo lado; una herida de espadín en la yugular izquierda, y una contusión en el pecho, sobre el corazón. El doctor Machaín se encontraba en paños menores. El catre, colchón y almohadas que le servían de cama en su celda estaban ensangrentados, así como parte de la pared del lado oeste. En el suelo dos charcos de sangre se destacaban."

         De acuerdo a los testimonios de Decoud, el cuerpo de José Dolores Molas de 32 años de edad presentaba seis heridas de balas en la parte del tórax, dos en el abdomen, ocho heridas de sable y puñal; una en la cabeza que le partían la región parietal derecha, tan profunda que llegó hasta el cerebro; además de otras catorce heridas. "Lo sorprendió la muerte con un pantalón de casimir gris y en camisa. Estaba tan desfigurado, que, a no ser por el alcalde Ortigoza, yo no lo hubiera reconocido".

         Por su parte el cadáver del joven médico de 26 años Francisco Galeano fue encontrado boca abajo frente a la puerta de su celda; con cuatro heridas de balas, en la parte izquierda del pecho una, otra en la zona superior del tórax, y las otras en el tobillo derecho y el brazo derecho, además de una herida de espada en el costado derecho.

         A unos metros del cuerpo de Galeano, se hallaba el cadáver del italiano Scotto, sumergido en su propia sangre, con dos heridas de bala y dos de sable. Las mismas heridas le fueron propinadas en ambos lados de la sien, en la clavícula y al costado izquierdo hacia la parte superior del pulmón. Al pie de la muralla del lado norte se encontraba el cuerpo de José Dolores Franco, con cuatro heridas de bala y una de bayoneta en el costado derecho. El cadáver tenía casi las mismas lesiones en las partes del cuerpo que los otros muertos.

         El llanto de madres, amigos y otros familiares ofrecían un panorama desgarrador, más aun cuando se esperaba la entrega de los cuerpos a sus deudos. "Mientras se buscaron camillas para la conducción, los deudos aprovecharon el momento para arrancar de los cadáveres los cuajarones de sangre que cubrían sus rostros, haciendo difícil su identificación".

         La muerte de los mismos y su relación con Cirilo A. Rivarola fue calificada por Freire Esteves como la implacable "política de sojuzgación y terror implantada contra los hombres sospechosos de conexión con el único adversario en pié que quedaba en el interior".

         Los paraguayos residentes en Buenos Aires protestaron contra el asesinato y acusaron directamente al Gobierno por ordenar ese bárbaro crimen con premeditación:

         "Protestamos con todas las fuerzas de nuestras convicciones y sentimientos, y manifestando públicamente que no respetaremos ese Gobierno autócrata y criminal, que se ha erigido para escarnio y deshonra de la Nación Paraguaya, y como una mancha sangrienta en la límpida faz de América."

 

 

 

 

 

CONCLUSIÓN

 

         La década de posguerra debió representar el momento propicio para enarbolar el desarrollo de las instituciones idealizadas por los intelectuales de aquellos tiempos que pretendían sacar al país de la barbarie. Sin embargo la falta de organización del Estado, incapaz de generar recursos que le permitieran hacer gala de su soberanía constituyó un motivo significativo para que figuras egoístas, los ambiciosos caudillos, sean los principales actores de una época sangrienta que costó las vidas de notables personalidades en la historia paraguaya.

         Sin tener artefactos bélicos modernos, por la situación en que se encontraba el país, sin siquiera una instrucción militar seria, los diversos enfrentamientos fueron acompañados por la fuerza de la obstinación de llegar o permanecer en el poder.

         Las luchas registradas en este período no abarcaron un espacio lejano a la gran Asunción; las mismas generalmente se dieron en localidades vecinas y en ciudades que actualmente pertenecen a los departamentos de Cordillera, Paraguarí y Ñeembucú.

         Uno de los principales objetivos de los rebeldes fue siempre la toma del ferrocarril, único medio de transporte que podía trasladar a una gran cantidad de hombres a la capital.

         Los hechos de sangre registrados, como el asesinato de Juan Bautista Gill y Cirilo A. Rivarola representan la falta de noción de legalidad de soldados que desconocían sus funciones constitucionales. El exterminio de los presos políticos en la Cárcel Pública fue una de las acciones desmedidas de las fuerzas del orden, víctima de la vergonzosa manipulación de caudillos inescrupulosos.

         La cooperación de países vecinos en las distintas empresas revolucionarias fue el reflejo de la injerencia de los vencedores del 70 en los asuntos de Gobierno, además de la debilidad material y espiritual de aquellos personajes que recurrieron a su auxilio.

         Aquella realidad de la sociedad de posguerra, de inmadura visión de Estado de derecho, fue víctima de ambiciones destructivas que sembraron en los soldados la creencia de que las tropas no obedecen a la orden de la legalidad; huestes indisciplinadas que se enceguecieron ante el oportunismo de cabecillas y se mostraron incapaces de desligarse de los mandos de la alianza. Esa generación se encargó de pagar el duro castigo de cinco años de guerra, también se la castigó con soportar las terribles consecuencias de esa contienda genocida que cosechó los frutos de la faena anárquica y la desparramó por parte de la geografía nacional.

         Los sucesos expuestos nos demuestran como muchos gobiernos del pasado se han abocado a la subordinación del ejército a sus fines partidarios y no a la formación profesional del mismo, para formar una institución que ampare el fortalecimiento de los pilares que sostienen un Estado de derecho.

         Las revoluciones tienen su razón de ser, el estudio de la misma debe servir de lección principalmente a las figuras ligadas a la actividad política del Estado como forma de evitar que los trastornos del pasado sean frecuentes y apeligren con acarrear más fratricidios, como lo sucedido en la década siguiente al genocidio de 1870.

         Olvidar estos hechos no permiten madurar en civilidad, prueba de ello es el discurso realizado a inicios de 1920, cuando uno de los altos exponentes de la causa nacional, Gualberto Cardús Huerta, seguía quejándose al Senado por esos mismos vicios:

         "Estamos en los pródromos de una furiosa anarquía, mejor dicho, estamos alimentándola ya con los periódicos y las patrañas de toda jaez. Todos los síntomas del particularismo faccioso está diciéndonos que se ha removido el bajo fondo de todas las malquerencias, el que una vez subido a la superficie, será imposible borrar sus manchas en esta generación que va a sucederse con el contagio de todas las pasiones malsanas que ya le está envenenando en los dinteles de la vida pública. Todo está presagiando sangre y miseria; el imperio aterrador de los caudillos, la adhesión infidente de los vividores y cuantos gérmenes nocivos se han procreado en nuestras anteriores convulsiones, más los últimos aportes de la nueva creación."

         Nuestra historia nos relata tantas experiencias que deben servir de ejemplo para trazar nuevos horizontes en la construcción de proyectos cívicos que alienten el adelanto cultural, político y social; además de la reparación de la salud moral tan necesaria para alejarnos de la vulnerabilidad de las pasiones exacerbadas que menoscaban la dignidad nacional. Por ello, se hace ineludible recurrir al pasado para aclarar nuestro presente y proyectarnos al futuro.

 

 

CRONOLOGÍA (1870-1880)

 

1870

3 de julio. Convocatoria a elecciones de convencionales constituyentes.

15 de agosto. La Asamblea Constituyente inició sus deliberaciones.

31 de agosto. Renunciaron los triunviros Cirilo A. Rivarola y Carlos Loizaga. Facundo Machaín FUE elegido Presidente Provisional.

1 de septiembre. Cándido Bareiro y Cirilo A. Rivarola en combinación con los generales Vedia y Guimaraes destituyeron a Machaín de la Presidencia. La Convención aceptó la destitución de Machaín y Rivarola fue designado Presidente Provisionalmente.

7 de septiembre. Juan Bautista Gill se incorporó al Congreso.

25 de noviembre. Se juró la nueva Constitución. Cirilo A. Rivarola fue designado Presidente Constitucional por el período (1870-1874). Cayo Miltos fue electo Vicepresidente. Gill fue nombrado Ministro de Hacienda.

 

1871

7 de enero. Falleció el Vicepresidente Cayo Miltos.

8 de febrero. Fue autorizado el primer empréstito de Londres de 1.000.000 de libras esterlinas.

18 de agosto. El Congreso acusó y destituyó mediante un juicio Político al Ministro de Hacienda, Juan Bautista Gill, por malversación de fondos

4 de septiembre: Salvador Jovellanos fue designado Vicepresidente.

15 de octubre. El Presidente disolvió el Congreso y apoyó al Ministro de        Hacienda Gill.

19 de noviembre. Se eligieron a las nuevas autoridades del Congreso. Las huestes del Ministro Gill vigilaron las elecciones.

25 de noviembre. Estalla la rebelión en Tacuaral.

28 de noviembre. El capitán José María Concha es fusilado. El diputado Fulgencio Miltos es asesinado en la vía pública.

8 de diciembre. Se constituyó el nuevo Congreso. Renuncia del Presidente Rivarola. Juan Bautista Gill es nombrado Presidente del Senado.

18 de diciembre. El Congreso aceptó la renuncia de Cirilo A. Rivarola. Salvador Jovellanos asumió la Presidencia de la República.

 

1872

8 de marzo. Se autorizó el segundo empréstito de 2.000.000 de libras esterlinas, solo ingresaron al país 124.000 Libras.

 

1873

22 de marzo. Estalló el levantamiento del General Bernardino Caballero y Cándido Bareiro.

17 de abril. Bernardino Caballero lanzó su proclama desde Caazapá. El gobierno reprimió el nuevo levantamiento encabezado por Caballero y Bareiro.

15 de junio, Bernardino Caballero burló a las fuerzas de Ferreira que se encontraban en Paraguarí y al día siguiente ingresó a la capital.

19 de junio. Las tropas del ministro Benigno Ferreira incursionaron en la capital derrotando a las tropas revolucionarias al mando de Caballero.

 

1874

12 de febrero. Tras la revolución iniciada en enero, encabezada por Juan Bautista Gill, el Presidente Jovellanos se vio obligado a firmar el pacto del 12 de Febrero de 1874. Los principales caudillos revolucionarios se incorporan al Gabinete.

24 de abril. El comandante José Dolores Molas inició una insurrección que fue abatida por las tropas del Gobierno. Molas y su aliado Matías Goiburú partieron a tierras argentinas.

25 de noviembre. Asume la Presidencia de la República Juan Bautista Gill y como vicepresidente Higinio Uriarte.

 

1875

8 de diciembre. El general Germán Germano se sublevó en Caacupé con ayuda de las fuerzas aliadas. Serrano fue apresado y asesinado con otros rebeldes.

 

1876

Agosto. Las fuerzas argentinas se retiran de Villa Occidental.

 

1877

12 de abril. El presidente Juan Bautista Gill fue asesinado en la vía pública por Nicanor Godoy. Higinio Uriarte asumió el Poder Ejecutivo.

18 de abril. Son capturados por las fuerzas del Gobierno José Dolores Molas y Mariano Galeano, por ser partícipes en el crimen del Presidente Gill.

1 de mayo. Fue capturado Juan Regúnega.

29 de octubre. Los asesinos de Juan Bautista Gill son asesinados en la Cárcel Pública con su abogado defensor Facundo Machaín.

 

1878

25 de noviembre. Asumió la Presidencia de la República Cándido Bareiro y Adolfo Saguier como Vicepresidente de la República.

24 de diciembre. Cirilo A. Rivarola llegó a Asunción, por el indulto prometido por el Gobierno.

31 de diciembre. Cirilo A. Rivarola es asesinado en la calle Palma, por el Sargento Velazco, agente del Gobierno, al salir de la casa del Presidente Cándido Bareiro.

 

1879

6 de junio. Llegó a Corrientes una expedición revolucionaria comandada por Juan Silvano Godoy, embarcado en el vapor GALILEO.

15 de junio. Después de ocupar las zonas ribereñas del país, los revolucionarios a bordo del GALILEO, se encontraron frente al vapor TARAGUY del Gobierno. Autoridades argentinas se interpusieron para evitar el enfrentamiento.

 

1880

4 de septiembre. Falleció inesperadamente el presidente Cándido Bareiro. Ese mismo día los ministros comandados por Caballero obligan a renunciar al vicepresidente Adolfo Saguier. Bernardino Caballero fue electo presidente Provisional de la República.

 

 

 

FUENTES CONSULTADAS

 

BORDÓN, Arturo. Historia Política del Paraguay. Era Constitucional 1869-1886. Tomo I. Asunción, Talleres Gráficos Orbis, 1976.

BRAY, Arturo. Hombres y Épocas del Paraguay. Asunción, El Lector, 1996.

BRAY, Arturo. Militares y Civiles. Buenos Aires, 1958.

CARDOZO, Efraín. El Paraguay Independiente. Asunción, El Lector, 1996.

CARDÚS Huerta, Gualberto. Arado, Pluma y Espada. Barcelona, Imprenta Domenech, 1911.

CARDÚS Huerta, Gualberto. Discurso Político Contra la Anarquía. Asunción, El Gráfico, 2000.

DECOUD, Arsenio L. Álbum Gráfico de la República del Paraguay (1811-1911). Buenos Aires, Edición Facsimilar, 1912.

DECOUD, Héctor Francisco. Tragedia en la Cárcel Pública -29 de Octubre de 1877-, en Cuadernos Históricos 2, Asunción, Archivos del Liberalismo.

FREIRE Esteves, Gómes. Historia Contemporánea del Paraguay. Lucha de Cancillerías en el Plata, Buenos Aires, 1921.

FRUTOS, Julio César. Progresismo Republicano y las Ideas Liberales. Asunción, Medusa, 2008.

FRUTOS, Julio César y Helio Vera. Pactos Políticos. Asunción, Medusa, 1993.

GATTI Cardozo, Gustavo. El Papel Político de los Militares en el Paraguay. 1870-1990. Asunción, Biblioteca de Estudios Paraguayos, 1990.

GALEANO Perrone, Horacio. Ideología de la Dependencia. Vol. IX. Asunción, Ediciones La República, 1986.

GODOY, Juan Silvano. El Asalto a los Acorazados. El Comandante José Dolores Molas. 2da. Edición. Asunción, Ediciones Ricardo Rolón, 1992.

GÓMEZ Florentín, Carlos. El Paraguay de la Post Guerra 1870-1900, Colección Historia General del Paraguay 8. Asunción, El Lector, 2010.

GONZÁLEZ Merzario, Américo. Política y Ejército. Buenos Aires, Editorial Yegros, 1955.

GONZÁLEZ, Erasmo. Bernardino Caballero. El Caudillo Prominente. Colección Protagonistas de la Historia 5. Asunción, El Lector, 2011.

JARA Goiris, Fabio Aníbal. Paraguay: Ciclos Adversos y Cultura Política. Asunción, Servilibro, 2008.

LORD, David. Pagando el Precio. El Proceso de Paz en Sierra Leona, en Políticas Mundiales, tendencias peligrosas. Claves sobre la realidad internacional. Anuario cip. 2001.

OSORIO, Tamara y Mariano Aguirre. Después de la guerra. Un manual para la reconstrucción Posbélica. Barcelona, Icaria editorial.

PESOA, Manuel. Orígenes del Partido Liberal Paraguayo 1870-1887. Asunción, Criterio Ediciones, 1987.

PRIETO Yegros, Leandro. Enciclopedia Republicana. Itinerario Colorado de la Causa Nacional. Tomo I. Asunción, Editorial Universo, 1983.

RIVAROLA, Milda. Obreros, Utopías & Revoluciones. La Formación de las Clases Trabajadoras en el Paraguay Liberal. Asunción, Servilibro, 2010.

RIVAROLA, Milda. La República Liberal, en Crónica Ilustrada del Paraguay. Tomo II. Buenos Aires, Quevedo Ediciones, 1998.

RUBIANI, Jorge. Historias Secretas del Paraguay. Tomo II. Colección del Diario ABC Color.

SPERATTI, Juan. Política Militar Paraguaya. Buenos Aires, Talleres Gráficos ABECEDE, 1955.

URIZAR, Rogelio. Los Dramas de Nuestra Anarquía Tomo I. Argentina, Fundación Ross, 1989.

VERÓN, Luis. La bala que cambió la historia, en ABC Digital. Domingo 11 de abril de 2004.

WARREN, Harris G. La reconstrucción del Paraguay, 1878-1904. La Primera Era Colorada. Asunción, Intercontinental, 2010.

WARREN, Harris G. Paraguay y La Triple Alianza. La década de Posguerra. Asunción, Intercontinental, 2009.

 

PERIÓDICOS 

El Pueblo. Año I. 1870

El Progreso. Año I.1873

La Libertad. Año I. 1874

El Fénix. Año I. 1875

La Patria. Año II. 1875

La Reforma. Año III.1877

 

 

EL AUTOR

 

         Nació en Luque el 14 de septiembre de 1975.

         Es Licenciado y Doctor en Historia por la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción.

         Obtuvo el título de Profesor y Licenciado en Lengua Guaraní por el Ateneo de Lengua y Cultura Guaraní.

         Ha realizado el curso de Didáctica Universitaria en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Asunción.

         Ha participado en la Colección Protagonistas de la Historia del Paraguay con la biografía Bernardino Caballero, El Caudillo Prominente.

         Publicó El Gobierno de 1936 y su Proyecto de Identidad Nacional. Así mismo es coautor de la publicación Historia de las Industrias, editada por el Ministerio de Industria y Comercio.

         Participó en jornadas internacionales con ponencias referentes a la Historia Paraguaya.

         Ejerce la docencia en instituciones educativas nacionales de Asunción y el departamento Central. Así mismo es catedrático en Universidades Privadas y de la Universidad Nacional de Asunción.

 

 

 

 

 

ARTÍCULOS PUBLICADOS EN EL DIARIO ABC COLOR SOBRE EL LIBRO

 

 

GUERRAS CIVILES DE 1870 A 1880, RETRATADAS EN LIBRO

ABC Color y la Editorial El Lector presentan hoy al público el libro “Las guerras civiles entre 1870 y 1880”, del joven historiador compatriota Erasmo González, en la prosecución de su exitosa colección de libros sobre diferentes etapas de la memoria histórica nacional.

La obra trata de una visión actual y reveladora de una década intensa en hechos violentos, que siguió inmediatamente al final de la Guerra de la Triple Alianza. Una década en la que por una parte se trató de levantar al país y por otra se lo destruía a cañonazos.

Esa década finalizó en 1880, con un último cuartelazo (en ese decenio, claro está). Las ansias de poder del presidente Cándido Bareiro, con diversas rebeliones, solo le valieron estar dos años en el mando, pues la muerte le impidió cumplir con su mandato constitucional.

A inicios del mes de septiembre de 1880, no trascendió que sufriera enfermedad alguna, por lo que constituyó una sorpresa la noticia del fallecimiento del presidente Bareiro el 4 de septiembre de 1880. Con su muerte, Adolfo Saguier, en su carácter de vicepresidente de la República, debió suplirlo, según los mandatos constitucionales.

Sin embargo, los preceptos de la Carta Magna de 1870, una vez más, fueron dejados de lado y se tejieron maniobras para impedir que el Vicepresidente asumiera el poder. El principal protagonista de esa operación fue el ministro del Interior, Bernardino Caballero, en colaboración con otros colegas suyos. Se tramó invitar al vicepresidente Saguier a pasar por los cuarteles para asumir la Presidencia; sin embargo, el ministro de Guerra y Marina, coronel Pedro Duarte, lo secuestró y lo obligó a renunciar al cargo, a cambio de su vida.

Saguier renunció sin oponer resistencia; inmediatamente el general Caballero lanzó un manifiesto al pueblo en el que comunicó que a causa del fallecimiento de Bareiro, dispuso tener “el deber de mantener el orden y la tranquilidad inminentemente amenazada”, por lo que “…me he puesto al frente de las fuerzas nacionales… Asumo gustoso esta responsabilidad en nombre de la salvación de la patria y de las instituciones…”.

Con la llegada del general Bernardino Caballero a la Presidencia, el Paraguay volvió a tener a un militar como mandatario, después de diez años de inútil experimento de organización política. Se puede deducir que los civiles inmiscuidos en el poder de la época de posguerra estuvieron enmarañados en el espantoso juego de las intrigas políticas que forjaron vanas rebeliones de penosas consecuencias. El golpe del cual fue víctima el vicepresidente Adolfo Saguier fue una estampa más de aquella década de posguerra, caracterizada por el irremediable auge de las rebeliones.

El autor del libro “Las guerras civiles entre 1870 y 1880”, Erasmo González, doctor en Historia por la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción, nació en Luque el 14 de septiembre de 1975. Obtuvo el título de profesor y licenciado en Lengua Guaraní por el Ateneo de Lengua y Cultura Guaraní. Realizó el curso de Didáctica Universitaria en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Asunción.

Como autor, participó en la Colección Protagonistas de la Historia del Paraguay con la biografía “Bernardino Caballero: el caudillo prominente”.

Publicó asimismo, “El Gobierno de 1936 y su proyecto de identidad nacional”. Es coautor de la publicación Historia de las Industrias, editada por el Ministerio de Industria y Comercio. Participó en jornadas internacionales con ponencias referentes a la Historia Paraguaya.

Ejerce la docencia en instituciones educativas nacionales de Asunción y el departamento Central.

Publicado el 03 de Febrero de 2013

Fuente en Internet: ABC COLOR DIGITAL/ PARAGUAY

 

 

1870: UNA DÉCADA MARCADA POR LAS ARMAS Y LA VIOLENCIA

La década que siguió inmediatamente a la posguerra del 70 se caracterizó por la extremada violencia política y la supremacía de las armas por sobre la razón. Esto lo muestra claramente el libro “Las guerras civiles entre 1870 y 1880”, de Erasmo González, que aparecerá mañana domingo con el ejemplar de ABC Color.

 

Bernardino Caballero es uno de los protagonistas del libro

que se lanza mañana con la edición del día./ ABC Color

 

El autor señala que entre 1873 y 1874 hubo tres grandes rebeliones. La ascensión de Salvador Jovellanos a la presidencia no fue bien vista. Su reputación fue cuestionada, y razones hubo para que el general Bernardino Caballero, Cándido Bareiro, José Segundo Decoud, Juan Silvano Godoy proyectaran revoluciones contra el presidente.

El general Germán Serrano fue uno de los protagonistas de la década. De revolucionario en las tropas de Bernardino Caballero contra el presidente Jovellanos, pasó a ser ministro de Guerra y Marina en el mismo Gobierno merced a un pacto con las autoridades. Murió asesinado.

En esta década también fue asesinado el presidente Juan Bautista Gill, que se hizo de enemigos por sus métodos drásticos para aplacar a sus no pocos adversarios. Su Gobierno se caracterizó por una acentuada crisis económica,

Otro hecho luctuoso fue la matanza en la cárcel pública en 1877, de los presos políticos.

La década concluyó con otro golpe de Estado. “La repentina muerte del presidente Bareiro posibilitó al ministro del Interior, general Bernardino Caballero, tomar el poder, no sin antes obligar a renunciar al vicepresidente Adolfo Saguier. La década de la posguerra se caracterizó por iniciarse con la debacle de un militar en Cerro Corá, y culminó diez años después con el auge de otro militar en la presidencia de la República. De hecho, el uso de las armas prevaleció sobre el uso de la razón en ese periodo” señala el autor.

Publicado el 02 de Febrero de 2013

Fuente en Internet: ABC COLOR DIGITAL/ PARAGUAY

 

 

 

LAS GUERRAS CIVILES DESPUÉS DE LA GUERRA

ESPELUZNANTE RELATO DE LA ERA DE LA POSGUERRA del 70

 

El domingo, los lectores deben estar preparados para el espeluznante relato de cómo quedó Paraguay luego del genocidio de la Triple Alianza. “Las guerras civiles entre 1870 y 1880”, de Erasmo González, aparecerá con el ejemplar de nuestro diario en la actual colección de libros publicada con El Lector.

Erasmo González, el joven historiador autor de la obra, habla en esta entrevista sobre cómo era el panorama en ese decenio tétrico.

–¿En qué situación quedó el Paraguay tras la Guerra contra la Triple Alianza?

–Las instituciones del Estado habían prácticamente desaparecido, la falta de recursos económicos fue un cruel escollo que los sobrevivientes tuvieron que enfrentar. La carencia fue tal, al punto que algunos periódicos, después de tres años de finalizar el enfrentamiento, seguían informando el total abandono de zonas aledañas a la misma Asunción.

–¿Cuáles eran las condiciones políticas, entonces?

–A pesar de redactarse una constitución de carácter liberal en 1870, que naturalmente permitió ejercer libremente todo tipo de actividades, la acción política se ensombreció con los intereses de caudillos que muchas veces estuvieron patrocinados por Argentina o Brasil.

–¿Cuáles eran los compromisos del Gobierno en esa circunstancia?

–Sobre todo mejorar la situación financiera del país. Uno de los recursos para adquirir dinero fueron los empréstitos, mas fueron dilapidados por los responsables en la operación financiera. Ese fracaso determinó que los siguientes gobiernos recurrieran a la venta de tierras públicas.

–¿Qué influencia tenían las tropas invasoras?

–Su influencia les acreditaba a los gobiernos paraguayos de turno permanecer en el poder. Esos gobiernos debían esforzarse también por atraer la inmigración, además de firmar los tratados de paz y comercio con los países de la Triple Alianza.

–¿Si la Constitución no lo permitía, cómo el presidente Cirilo A. Rivarola disolvió el Congreso en 1871?

–El presidente Rivarola estuvo fuertemente influenciado por uno de los personajes más influyente de esa década, su entonces ministro de Hacienda Juan Bautista Gill, quien fue sometido a juicio político por el Congreso; pero Rivarola procedió a disolver violentamente el Congreso antes que destituir al ministro Gill.

–En aquel entonces existía el temible Batallón Guarará, ¿qué era eso?

–El batallón Guarará estuvo compuesto por delincuentes despiadados. Su función fue amedrentar a los disidentes del Gobierno. Este grupo se solventó con las gestiones de Juan Bautista Gill, lo que demuestra cabalmente hasta dónde llegaban las ansias de mando de los protagonistas políticos de esa década.

Publicado el 01 de Febrero de 2013

Fuente en Internet: ABC COLOR DIGITAL/ PARAGUAY

 

 

UNA DE LAS DÉCADAS MÁS VIOLENTAS DE LA HISTORIA

 

ABC Color y El Lector preparan otro libro, que aparecerá el domingo 3 de febrero con la edición de nuestro diario. Se trata de “Las guerras civiles entre 1870 y 1880”, una de las décadas más violentas que vivió nuestro país tras el genocidio que nos trajo la Triple Alianza. Es una obra del joven historiador Erasmo González, doctor en Historia por la Universidad Nacional.

 

El presidente Juan B. Gill, asesinado en plena vía pública

durante su mandato presidencial, el 12 de abril de 1877./ ABC Color

 

González afirma en su libro que sin tener artefactos bélicos modernos, por la situación en que se encontraba el país, sin siquiera una instrucción militar seria, los diversos enfrentamientos fueron acompañados por la fuerza de la obstinación de llegar o permanecer en el poder.

Las luchas registradas en este período no abarcaron un espacio lejano a la gran Asunción; sino que se dieron en localidades vecinas y en ciudades que actualmente pertenecen a los departamentos de Cordillera, Paraguarí y Ñeembucú.

Uno de los principales objetivos de los rebeldes fue siempre la toma del ferrocarril, único medio de transporte que podía trasladar a una gran cantidad de hombres a la capital.

Los hechos de sangre registrados, como el asesinato de Juan Bautista Gill y Cirilo A. Rivarola, representan la falta de noción de legalidad de soldados que desconocían sus funciones constitucionales. El exterminio de los presos políticos en la cárcel fue una de las acciones desmedidas de las fuerzas del orden, víctima de la manipulación de los caudillos.

La cooperación de países vecinos en las distintas empresas revolucionarias fue el reflejo de la injerencia de los vencedores del 70 en los asuntos de Gobierno, además de la debilidad de aquellos personajes que recurrieron a su auxilio.

 

AMBICIONES DESTRUCTIVAS

Aquella realidad de la sociedad de posguerra, de inmadura visión de Estado de derecho, fue víctima de ambiciones destructivas que sembraron en los soldados la creencia de que las tropas no obedecen a la orden de la legalidad; huestes indisciplinadas que se enceguecieron ante el oportunismo de cabecillas y se mostraron incapaces de desligarse de los mandos de la alianza. Esa generación se encargó de pagar el duro castigo de cinco años de guerra, también se la castigó con soportar las terribles consecuencias de esa contienda genocida que cosechó los frutos de la faena anárquica y la desparramó por parte de la geografía nacional.

Los sucesos expuestos nos demuestran cómo muchos gobiernos del pasado se han abocado a la subordinación del ejército a sus fines partidarios y no a la formación profesional del mismo.

Las revoluciones tienen su razón de ser; el estudio de las mismas debe servir de lección principalmente a las figuras ligadas a la actividad política del Estado como forma de evitar que los trastornos del pasado sean frecuentes y acarreen más fratricidios, como lo sucedido en la década siguiente al genocidio de 1870.

En la conclusión de su trabajo historiográfico, Erasmo González expresa que nuestra historia nos relata tantas experiencias que deben servir de ejemplo para trazar nuevos horizontes en la construcción de proyectos cívicos que alienten el adelanto cultural, político y social.

Publicado el 31 de Enero de 2013

Fuente en Internet: ABC COLOR DIGITAL/ PARAGUAY

 

 

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