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RAMIRO DOMÍNGUEZ (+)

  EL VALLE Y LA LOMA & CULTURAS DE LA SELVA, 1995 - Por RAMIRO DOMÍNGUEZ


EL VALLE Y LA LOMA & CULTURAS DE LA SELVA, 1995 - Por RAMIRO DOMÍNGUEZ

EL VALLE Y LA LOMA & CULTURAS DE LA SELVA

Por RAMIRO DOMÍNGUEZ

Colección Ciencias Sociales Nº 2

Editorial EL LECTOR

Ilustración de tapa: LUIS ALBERTO BOH

Fotografías : JUAN MANUEL PRIETO – Colección Biblioteca Bejarano

Asunción – Paraguay

Agosto 1995 (245 páginas)

 

 

Ramiro Domínguez nació en Villarrica en 1930. Graduado en Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Asunción. Tesis doctoral: "Comunicación en comunidades rurales -1966". Miembro Fundador del Centro de Estudios Antropológicos. Docente universitario en la Universidad Católica "Nuestra Señora de la Asunción" y en la Universidad Nacional de Asunción. Miembro actual del Consejo Asesor de deforma Educativa y Coordinador de la Comisión Nacional de Bilingüismo.

 

 

 

PRÓLOGO

El “estudio de la comunicación social en ciertas áreas rurales”, de Ramiro Domínguez, constituyó un salto cualitativo en la develación del ethos paraguayos. La publicación de dicha investigación con el nombre de “El Valle y la Loma”, en 1966, marcó un hito importante en el devenir de las ciencias sociales en el Paraguay y expresó un momento de cambio paradigmático en la forma y en el sentido de explicarse el mundo circundante que tenían los dentistas sociales paraguayos.

El desarrollo de las ciencias sociales en nuestro país ha sido muy lento y tardío en reacción a otros países del área. Recién después de la década de 1960 se puede hablar con propiedad de unas ciencias sociales con categoría científica. Inclusive, esta situación interpela a la atención sobre la extraña similitud entre el desarrollo de estas ciencias y el de la narrativa de ficción. Y resulta más llamativo aún pensar que ambos géneros del conocimiento humano son descriptores por excelencia de la sociedad. Normalmente, a través de los mismos, una sociedad se autoanaliza, se mira a sí misma. En ese sentido, si se los compara con la producción de los países del área, es incuestionable sus retrasos.

Las primeras obras de ficción que escaparon de ser una remanida tarjeta postal fueron “La Babosa", de Gabriel Casaccia (1952), y “El trueno entre las hojas”, de Augusto Roa Bastos (1953). En tanto que los estudios sobre la realidad paraguaya, hasta esa época, además de carecer de rigor científico, escrutaban esta realidad desde un punto de vista globalizante y ahistórico. Recién en los años ’60 comenzaron a realizarse investigaciones con otras perspectivas analíticas.

Razones del acontecer histórico paraguayo y de su producción intelectual pudieran explicar este atraso.

Entre 1864/1870 el Paraguay sostuvo una catastrófica guerra con sus países vecinos, el Brasil, la Argentina y el Uruguay (La Triple Alianza) donde es derrotado y casi exterminada su población, sobreviviendo solamente una cuarta parte de sus habitantes, en su mayoría niños y mujeres.

El gobierno paraguayo, que quedó con toda la deuda de la guerra, presionado por sus acreedores, puso en subasta los ferrocarriles (que eran propiedad del Estado), los edificios públicos, así como la casi totalidad del territorio nacional, lo que permitió la conformación de grandes latifundios y expropiación de los campesinos de sus tierras.

La atmósfera asfixiante de la derrota, la pobreza general, y el estigma de que el paraguayo era un “bárbaro” que ni siquiera hablaba español, fue el aire que meció la cuna de la primera generación intelectual paraguaya de la post-guerra, conocida con el nombre de generación del 900.

Esta generación nació marcada por la impronta intelectual traída por los invasores. El nacionalismo positivista, en boga en los cenáculos rioplatenses, selló la orientación de los intelectuales paraguayos de la época. Estos adhirieron al cientificismo, y adoptando una erudición de cuño de “nuevo rico”, echaron las bases para producción del discurso escrito, con el propósito de superar la “barbarie" y fundar la tradición culta.

Se dedicaron de manera preferente a la historiografía, dentro de los cánones privilegiados por la escuela positivista. Pero, escarbando un poco más en las motivaciones profundas, podríamos decir que no sólo existieron razones de moda en el cultivo predominante de la historiografía. De manera a veces deliberada, pero sobre todo inconsciente, los integrantes de esa generación buscaron, al abordar el tema histórico, recomponer el tejido social desgarrado por la hecatombe. Recomponerlo compensatoriamente a partir de hechos heroicos relacionados con la contienda reciente, o mediante la exaltación de los protagonistas de esa “gesta gloriosa”, o mediante la recuperación de otras figuras del período anterior, consideradas como símbolos positivos en la conciencia colectiva.

La situación de quiebra social desapareció bajo los brazos del pasado, y éste se diseñó como un mundo lineal donde no existían conflictos ni tensiones entre las distintas dimensiones sociales. Un Paraguay idílico y grandioso emergió como realidad textual suplantadora de la propia realidad.

Ahora bien, ¿cuál es el balance de la vigencia del elemento nacionalista en el campo más estricto de la producción de ciencias sociales? Una vez cumplida su misión de factor recuperador, y de condicionador político después, el nacionalismo exacerbado quedó como un lastre que llevó a tocar el fondo de lo patriotero, de lo auto- complaciente, hasta transformar la imagen “necesariamente” idealizada de comienzos del siglo en la caricatura de una tarjeta postal en los años 30.

El nacionalismo alienante, inhibitoria de una lectura problematizada de la realidad llegó a ser la ideología oficial de “estado militar autoritario”, instaurado en 1936. Esta ideología, al incrustarse en las estructuras del Estado, potencializó su posibilidad de envolver a la sociedad civil. Los múltiples “aparatos ideológicos” del Estado la fue convirtiendo no sólo ya en la ideología oficial, base de sustentación de un poder discrecional, sino en la única ideología permitida en la sociedad paraguaya, hasta el derrocamiento del general Alfredo Stroessner, en febrero de 1989, después de 35 años de poder absoluto.

No resultó, entonces, nada extraño de que la producción de los análisis históricos, antropológicos, sociales, hayan sido, “tanto por su volumen de producción, como por su continuidad en el tratamiento de sus problemas, un conjunto insignificante”, como lo han constatado Bartomeu Meliá y Tomás Palau en un estudio bibliográfico llevado a cabo en 1975.

Los primeros análisis sociales y antropológicos, fuera de la ideología nacionalista oficial, fueron realizados por extranjeros y en la mayoría de los casos pasaron desapercibidos por la “inteligencia” paraguaya. El caso del antropólogo francés, Alfred Metraux, puede ser un ejemplo. El libro “La civilisation matériale des tribus Tupi-guaraní” (1928) e innumerables artículos científicos del mismo autor no fueron traducidos y fueron casi desconocidos en el medio intelectual paraguayo, a no ser por alguna excepción, como la del guaireño León Cadogán. En realidad no se encuentran rastros de una lectura más generalizada en el medio paraguayo, sino que a partir de la década de los años 60. En cambio, Paraguay Rural Life (1946), de Elman y Helen Service; Tobatí: Paraguay Town (1954), si bien tuvieron más suerte al serles respondidos por algunos historiadores, desde ópticas sucedáneas al nacionalismo, como Justo Pastor Benítez, con su libro “Formación social del pueblo paraguayo” (1955), o desde ópticas marxistas, como la de Oscar Creydt en su opúsculo, “Formación histórica de la nación paraguaya” (1963), tampoco se pudiera afirmar que la circulación de ambos libros hayan dejado de ser mínima o exigua.

Dentro de este contexto, “El Valle y la Loma” fue toda una revolución. Ramiro Domínguez partió de un marco conceptual con categorías científicamente elaboradas; su análisis fue estructural y sistémico al tiempo que hizo uso crítico de la bibliografía paraguaya y fue el primero en utilizar en forma sistemática las bibliografías extranjeras antes citadas.

El análisis de “la comunicación social en ciertas áreas rurales buscando interpretar ciertas pautas culturales que acusan considerable continuidad”, le permitió al investigador develar, por primera vez, elementos esenciales de la cosmovisión del hombre paraguayo no ya dentro de una globalización homogeneizada y estática, sino dentro de una dinámica diacrónica y sincrónica diferencia de acuerdo al hábitat.

La utilización de los conceptos geopolíticos “valle”-“loma” le ha permitido al autor una interpretación comprensiva y funcional del mundo rural paraguayo, por tener, justamente, dichas formas una vigencia considerable en la Región Oriental del país, el históricamente más poblado del Paraguay. El investigador, al partir de la premisa que los grupos humanos asentados en estos accidentes geográficos, desarrollaban no solo producciones particulares, sino que manifestaban diferentes expresiones culturales, le posibilitó una investigación preciosa de marcar esas diferencias desde el sentido del habla cotidiano, refranes (ñe’engá) hasta la diferencia en las viviendas, pasando por las comidas y otros sinnúmeros de aspectos que hacen a la vida cotidiana de una comunidad.

El “valle”, ubicado "en las laderas de los montes, abriéndose al llano en que apacienta su ganado”, en tanto que el poblado “loma" da espalda al campo internándose en los claros del bosque, en el que abre “piquetes”—pequeñas praderas formadas en “rozado”— en los que encierra su reducido lote de ganado. La economía valle es eminentemente agrícola-ganadera, mientras que la economía loma es netamente agrícola-forestal.

El trabajo de campo ejecutado en zonas típicamente tradicionales de “valle” y “loma” de la región del Guairá, posibilitó al investigador la develación y el tratamiento de una extraordinaria gama de elementos socio-culturales y políticos que potencializaron la explicitación del comportamiento estructural de una gran parte de la realidad paraguaya. El análisis en forma diacrónica y sincrónica le permitió al analista arribar a estratos profundos de pautas continuas que hacen al comportamiento y la existencia del paraguayo tradicional no sólo de las sesgadas áreas poblacionales investigadas sino la de un conjunto mayor y el de mayor peso específico en todo el país.

“El Valle y la Loma”, hoy un clásico, fue el primer trabajo científico que logró develar un mundo escondido por la “sociología oficial y tradicional”. Por ello el estudio abrió las compuertas para una radical modificación del paradigma de las ciencias sociales en el Paraguay. Fue un libro-vanguardia y, a medida que pasa el tiempo, tiene una categórica vigencia si de verdad se quiere entender la realidad paraguaya de hoy.

Ramiro Domínguez no se contentó con develar una realidad dada, sino que planteó, en base a los resultados de su investigación, propuestas de posible desarrollo y modernización de esas comunidades. Lastimosamente éstas fueron totalmente desatendidas por el gobierno de la época. Si las mismas hubieran sido tomadas en cuenta, hoy no tendríamos los ingentes problemas de depauperación campesina, tanto en el área de estudio como en las zonas de “nueva colonización”. Las propuestas de Ramiro Domínguez, en ese momento histórico, contradecían totalmente las tareas “desarrollistas” del aparato gubernamental que disimulaban un interés político del estado totalitario.

Un tiempo después completó este trabajo con un estudio sobre el hombre de la selva, que por primera vez sale a luz pública como un capítulo más del presente libro. De esta forma, la investigación de Ramiro Domínguez completa el círculo existencial del Paraguay.

Los supuestos teóricos fundamentales de este trabajo coinciden con “El Valle y la Loma” en referir al correlato ecológico del hombre y su medio. El área geográfica que abarca este capítulo son comunidades ubicadas al noreste del país, donde anteriormente se hallaban ubicadas las “impenetrables selvas paraguayas”. El análisis diacrónico permite al analista la puesta en evidencia de los distintos “ciclos” productivos, sus diferencias y complementariedades y las formas psico-sociales humanas con que se manifestaban. Desde la explotación yerbatera colonial hasta la instalación de las grandes “empresas” yerbateras y luego madereras, hasta la reciente colonización impulsada por La Industrial Paraguaya, con los cambios correlativos de infraestructura, instalación de colonos originarios del área minifundiaria paraguaya y la presencia de colonos brasileños. Tampoco los conflictos que acarrean esta situación en las comunidades y las tendencias de resolución de los mismos fueron obviados. En fin, un estudio a profundidad del devenir del hombre de la selva desde el tiempo en que la misma era una de las riquezas naturales de mayor peso en nuestro país, hasta el presente, en que sólo es un ya sueño despoblado.

El compromiso de Ramiro Domínguez con los destinos de la comunidad debería ser un paradigma para las generaciones de intelectuales paraguayos, por el alto valor ético e intelectual. Los trabajos sobre las comunidades del Valle, la Loma y la Selva, constituyen un ejemplo no sólo de probidad académica, sino de valentía personal. En un mundo oficial donde toda investigación o publicación que no tuviera la perspectiva de una tarjeta postal era punible de ser catalogada de subversiva del “orden constituido” y, por ende, su autor pudiera sufrir represiones, cárcel y exilio.

Ramiro Domínguez no sólo develó las raíces internas que modulaban a la comunidad paraguaya, sino que, siguiendo a las mismas, caracterizó propuestas de desarrollo que habrían que tener en cuenta si no se quisiera violentar las pautas de una sociedad determinada, como era la paraguaya.

Por último habría que destacar que este libro es un documento precioso sobre las características culturales paraguayas anteriores a la construcción de la gigantesca hidroeléctrica de Itaipú. Los presentes y futuros historiadores, antropólogos, sociólogos y poltólogos recurrirán permanentemente a “El Valle, la Loma y la Selva” para comprender el Paraguay tradicional y los traumas de una sociedad que fue violentada abruptamente en su esencialidad por pautas extrañas a ella.

Víctor-Jacinto Flecha

Asunción, mayo de 1995


 

NOTA PRELIMINAR A LA NUEVA EDICION

Por una iniciativa encomiable de la Editorial EL LECTOR, se da la oportunidad de ofrecer al repertorio nacional un libro que, lanzado hace casi tres décadas, se halla hoy día completamente agotado.

Naturalmente que en veintinueve años que transcurrieron desde su primera edición, mucho se ha incorporado a la exigua bibliografía entonces a mano en nuestro medio, tanto en el plano académico, desde una nueva teoría de la comunicación humana, como en los trabajos de investigación en ciencias sociales que entre tanto han enriquecido enormemente el enfoque crítico del contexto rural en el Paraguay.

Con todo, he preferido no alterar en nada el texto de este trabajo primerizo, consciente de que el lector ha de tomar en cuenta el notable incremento actual de ediciones nacionales, por entonces casi enteramente ausentes, o desperdigadas en copias mimeografiadas de casi nula difusión; el poco estímulo —cuando no franca hostilidad— del ámbito oficial a los estudios sociales que no adherían a la ideología desarrollista preconizada por el gobierno, y el confinamiento cultural, ahora menos estridente, que sufría el país en aquel largo y oscuro ciclo de encierro.

Nada, sin embargo, me excusa de mis propios errores; y si en algo he crecido en tanto tiempo como para mirar sin prejuicios el estadio al que entonces accedía en mis síntesis y trabajos, creo sinceramente que con sus limitaciones y falencias, también entonces lo hacía persuadido de haber alcanzado una interpretación operativamente válida desde una perspectiva que tratara de diferenciar procesos y pautas señalados hasta entonces en una aglomeración impresionista.

El título del libro —más promocional e impuesto por los editores— de EL VALLE Y LA LOMA, iba aclarado enseguida como de COMUNICACION EN COMUNIDADES RURALES; lo que había confundido a más de un dentista de la comunicación, pues no hallaban en él materia afín a lo que entonces se estudiaba en comunicación social. Sin perjuicio de que también ellos pudieran estar en lo cierto, el discurso de mi trabajo se orientaba más por una antropología de la comunicación humana, un poco en la línea esbozada por Levi-Strauss, en su interpretación de cultura como niveles de comunicación. Pudiendo estudiar una cultura como sistema y como proceso, era evidente que se imponía buscar las constantes de su articulación, y acompañar a partir de ciertas hipótesis la forma de operar esos sistemas.

En cuatro años de sucesivos trabajos de campo y de ordenar el copioso material a mano, era notable cómo se hacía cada vez más nítida una lectura diacrónica, por la que se ensamblaban admirablemente fuentes documentales y monografías científicas —el caso evidente de B. Súsnik y L. Cadogan— que se articulaban en una inédita perspectiva dialéctica, con visos de mantener su vigencia más allá de una apreciación circunstancial de los hechos. Casi tres lustros después, y trabajando en contextos bastante próximos, el antropólogo americano Michael Yates observaba la vigencia de parámetros similares (Yates, Michael Yames, COLONISTS AND “CAMPESINOS”: SMALL-SCALE AGRICULTURAL PRODUCTION AND RURAL LIFE IN EASTERN PARAGUAY, Columbia University., Ph.D. 1981, Ann Arbor, Michigan, U.S. A., 1984).

CULTURAS DE LA SELVA

En trabajos posteriores sobre la cuenca de Itaipú, y en los Departamentos de Caaguazú, San Pedro, Amambay, Canindeyú y Alto Paraná, por los años ’70, me fue dado integrar a los ciclos del “valle” y la “loma” otros que le anteceden y le acompañan —que alguna vez había designado como “culturas de la selva”— y particularmente se adscriben a la explotación forestal de la yerba mate y la madera. Recién entonces se me aclaraba el proceso de gradual depredación ecológica y humana, con la destribalización y desmantelamiento de los grupos humanos del oriente paraguayo, hasta su atomización en las “minas” de las empresas yerbateras y el laboreo de la madera en las selvas del Alto Paraná. También así se me hacía más explícito el proceso de penetración de la economía de mercado en el Paraguay tradicional, a partir de los Valles y Lomas de su Región Oriental; siendo en todo caso la selva el último refugio de los grupos aborígenes y de la población rural renuente a abandonar sus pautas ancestrales. Con la tala indiscriminada de bosques y la praderizadón de las serranías montuosas a partir de Itaipú, se cierra el último ciclo, con el incremento aparente de la gran empresa agraria sobre las economías de subsistencia en los minifundios tradicionales.

Poco empeño evidencia, entre tanto, la política agraria del Estado en poner en vigencia el estatuto de los campos comunales — como se postulara en nuestro trabajo, y que algunos vieron como un intento anacrónico de hacer que la rueda de la historia girara hada atrás—. Mucho se hubiera obviado, en estas tres décadas, en la avalancha incontenible de campesinos sin tierra, con atinadas medidas de consolidar—y promover—las economías del valle, organizadas como comunidades tribales de economía cuasi subsistencial, gracias al considerable hato de ganado conservado en los campos comunales. La corrupción y el prebendarismo hicieron que en poco tiempo esas tierras pasaran a manos de testaferros y allegados a los grupos de poder.

Celebro con entusiasmo que trabajos recientes, como el de Genoveva Ocampos —Mujeres Campesinas - Estrategias de Vida—, vayan sumando un enfoque más comprensivo y cabal de nuestros grupos campesinos, para quienes su status jurídico de tenencia de la tierra y su acceso a la economía de mercado han significado profundas alteraciones en sus esquemas de subsistencia y módulos de comunicación humana.

El mérito de este trabajo, que hoy nuevamente sale a luz, no sería, en cualquier caso, sino el de estimular la discusión y el interés por ese estrato mayoritario de nuestra población que, de no mediar políticas acertadas de defensa y promoción, no puede hallar otras alternativas que su dispersión y aniquilamiento definitivo.

El Autor

Asunción, febrero, 1995


 

INTRODUCCIÓN

Un capítulo nuevo en la Sociología o, según se prefiera, en la Psicología Social, es el de la Comunicación de Masas, desiderátum para las obras de envergadura mundial emprendidas por los organismos internacionales, y que respondan a una nueva valoración del hombre, al margen de coordenadas geográficas o políticas, hoy en desuso por lo estrechas.

El término “comunicación” entre los países anglosajones, o “información” de acuerdo con Alaind Girard y los especialistas franceses, va abriéndose paso en la maraña moderna de monografías de tema social para indicar el proceso de transmisión de significados de persona a persona o, mejor, de grupo a grupo social, pues lo que específicamente distingue a la nueva ciencia de una Didáctica tradicional, es el énfasis que aquélla pone en los grupos sociales permanentes, en los cuales el individuo, último destinatario de una comunicación, actúa a la vez como determinante y determinado.

La sociología de la Información, o de la Comunicación, no ha dado aún respuestas definitivas a las cuestiones planteadas, pues no data de más de dos décadas, siendo en los EE.UU. donde primero hubo de plantearse como respuesta a los múltiples y contradictorios problemas que en el orden social había de considerar aquel país con la postguerra, al asumir su hegemonía proyecciones ecuménicas.

Dado que la comunicación desde este ángulo abarca conglomerados masivos de seres humanos, su eficacia suele ser medida con patrones numéricos en los que poco importan la calidad y la intensidad de la información personal. De ahí que los países que lideran en esta investigación hayan interpretado como sinónimos “comunicación” y “comunicación de masas” —inglés: mass communication—. De ahí también que los estudios especializados en esta materia atiendan con preferencia a los medios masivos de comunicación, propios de la vida moderna: radio, televisión, el cine y los órganos de prensa.

Pero esto no quita que al margen de las grandes corrientes de información y aun a pesar de ellas, el hombre siga siendo un ser comunicante y, como tal, tributario de su medio; con su idioma y caracteres específicos de grupo que lo determinan haciéndole, en cierto modo, impermeable a una constelación de significados que sea ajena a su propio “mundo”.

Pronto se dejó oír, incluso en los EE.UU., el reclamo de una valoración menos atomística y más personal de los grandes auditorios masivos, postulándose nuevas leyes en materia de comunicación, por las que el individuo es devuelto a las estructuras sociales que lo integran, llegándose hasta proponer el principio de la “comunicación en dos etapas”, o del intermediario de las élites, que descarta el rasero común en pos de una nueva psicología de la comunicación social.

La crítica a una concepción atomística de la opinión pública destacada casi al mismo tiempo por H. Blummer y Fraison (Blumer, Herbert, 1954. “Public opinion and public opinion polling”, D. Katz et al, ed., N. Y.; Freidson, Eliot. 1955. “Communications research and the concept of the mass”, in Schramm, W., editor, "The Process and effects of mass communication”, Urbana 1955), llega a rechazar todas las investigaciones que se apoyan en el concepto de masa, por descansar sobre bases erróneas y datos falsos. (Freidson, op. cit., p. 386). “La elección hecha por los individuos —señala Marten Brouwer— de ciertas y determinadas comunicaciones, sus reacciones inmediatas a estas comunicaciones y los juicios ulteriores que se hagan de ellos, son casi siempre inconcebibles en condiciones de aislamiento, en que los factores sociales no desempeñan absolutamente ningún rol”. (L’Onformation et les Sciences Sociales: quelques Domaines Négligés”. Revue Internationale Des Sciences Sociales, vol. XIV, N° 2, 1962). El estudio de los grupos sociales permanentes llevó a la persuasión de que el individuo nunca está disuelto enteramente en una masa amorfa y que, si bien puede permanecer desconocido al comunicador, no lo es en la compleja red de relaciones y en los grupos primarios y secundarios que influyen en sus fórmulas mentales y en sus actitudes, desviando o modificando la dirección del mensaje.

También se ha hecho hincapié en que los miembros de una audiencia no permanecen inertes mientras se proyecta o difunde un mensaje; puesto que al mismo tiempo participan activamente de una experiencia de grupo.

Pero no todo se hace por vía multitudinaria. También se da el contacto cara a cara. Este enfrentamiento personal muchas veces es mejor transmisor que la comunicación de masas. Lo que hace suponer que los mensajes no alcanzan a todos los miembros de un auditorio virtual sino a través de lo que ha dado en llamarse “información en dos etapas” Los líderes o personas influyentes no solamente pululan en las subespecies sociales. También los hay, y revestidos de prebendas y jerarquías de índole menos brutal, en el seno de las sociedades civilizadas. Es clásico ya al respecto el estudio de Lazarsfeld sobre los líderes de opinión.

Si esto tiene vigencia en países altamente desarrollados, su importancia sube de punto en países con desarrollo precario, y en especial el nuestro, de estructura rural manifiesta, con el agravante de su bilingüismo y escasa densidad demográfica, que constituyen de por si insoslayables barreras a la comunicación.

Más que un estudio de comunicación de masas, intentaremos pues aquí abordar un tema más amplio: el de comunicación social en ciertas áreas rurales, buscando interpretar los patrones culturales de ciertas estructuras que acusan considerable continuidad.

No por azar, hemos elegido dos de ellas: el “valle”, con su economía agropecuaria, y la “loma”, exclusivamente agrícola y forestal. Hubieran podido tomarse de igual modo otras múltiples constantes en la organización social del agro paraguayo, pero el trabajo perdería en solidez lo que ganase en dispersión.

No hemos podido aún en Paraguay librarnos de una sociología de gabinete, nutrida casi siempre en la argumentación histórica y desprovista de experiencias in situ. Nuestros autores, adherentes apasionados de la escuela clásica, abordan los problemas sociales en una visión global y casi metafísica que invita a las síntesis brillantes y elude una casuística de menor vuelo.

Este trabajo descarta pues, de inicio, la pretensión de ser una sociología paraguaya o, cuando menos, una sociología del agro en Paraguay. Esto nos llevaría a generalizaciones que enervarían todo el valor de nuestras conclusiones.

Todo el campo de nuestra investigación se circunscribe a la Región Oriental de nuestro país, por su mayor integración demográfica y diferenciación cultural, y en ella en particular, las áreas rurales con exclusión de lo que da en llamarse la “cuenca de la Capital” — Departamento Central y parte de Las Cordilleras y Paraguarí— con caracteres diferenciales específicos.

En cuanto a la urgencia de proponerse una comprensión cabal del problema, baste la opinión de un autor nacional: “Conocer al público, y a nosotros mismos, constituye la base sine qua non de la comunicación eficaz. Mediante ese conocimiento, la intención o propósito que nos impulsa a comunicar nos lleva a escoger un ‘contenido’ apropiado para nuestro mensaje, un ‘medio’ de comunicación que nos garantice el contacto con el público y un ‘tratamiento’ o ‘estilo’ que facilite la comprensión y aceptación del mensaje”. (Juan E. Díaz Bordenave, “Latinoamérica necesita revolucionar sus comunicaciones”, “Combate” N° 25, noviembre-diciembre 1962. San José - Costa Rica). Y entre los posibles campos a beneficiarse con la nueva ciencia, Bordenave enumera: 1. La unidad nacional. 2. La participación de la ciudadanía en el gobierno. 3. La expansión de la educación. 4. La difusión de mejoras tecnológicas.

Acaso un ejemplo ayude a aproximamos aún más a la problemática en cuestión: ¿Cuánto tiempo tarda en difundirse una noticia en el interior del país? —Para muchos, hoy habría motivos para una estimación más optimista, con la tecnificación e incremento de los medios de comunicación. Aunque, no obstante, en la práctica no ocurra así. Resulta erróneo equiparar el “tiempo objetivo” con el tiempo cultural subjetivo del campesino paraguayo. ¿Qué tiempo lleva el compenetrarse un agricultor de Caaguazú, un “hacendado” de Yuty, una contrabandista de Presidente Franco, de una información que puede recibir al minuto por la radio desde Asunción o del exterior? Quien haya hecho experiencia al cambiar pareceres con cualquiera de ellos sobre algún dato reciente de amplia difusión, sabrá que es éste uno de los tópicos más espinosos en el estudio de la comunicación en Paraguay.

La idiosincrasia personal, lo que en lenguaje vulgar se estima por “mentalidad”, es decir, aquella constelación de nociones y afecciones que encauzan la conducta del individuo, recorta en nuestro país perfiles nítidos y analógicos, al punto que pretendemos hacer de dos de sus formas-tipos el tema de nuestra investigación.

Sea pues el objeto de nuestro estudio inquirir sobre ciertos patrones o constantes rurales de comunicación, que coinciden con otros tantos socio-tipos cuya estructura prevalece y, por decirlo así, configuran los grupos primarios en nuestra población rural. Si adelantamos desde ya la noción de “estructura” es para connotar el complejo círculo de intercambios y reacciones que se operan a través de las más disimiles y diacrónicas síntesis mentales, que responden a otras tantas formas de organización social.

Lamentablemente, con ser grande el interés suscitado en otros países en torno al proceso y las formas específicas que asume en ellos la comunicación, en el nuestro es tópico poco menos que ignorado, siendo cifra muerta en los cálculos y planeamientos tanto oficiales como privados. Todavía tiene vigencia por aquí una teoría insular de las ciencias económicas, y nuestros financistas no parecen desprenderse de una concepción del progreso social remitida a las cifras escuetas de producción y consumo. Sin percatarse de que todos los cálculos y esquemas globales son referencias a formas de cultura, objeto de la antropología y de las ciencias sociales, a las que han de pedirse en último término sus pautas de valoración.

Aceptado el principio dicotómico de los epistemólogos alemanes, es evidente que las ciencias económicas, que integran el grupo de las ciencias sociales, han de ser referidas a la esfera de ciencias de la cultura —Kultur Wissenchaft— o de las ciencias históricas, según los historicistas. De cualquier modo, escapan al hecho meramente natural y, por lo tanto, han de ser depuradas de un positivismo ochocentista que muy poco responde a la epistemología actual.

Referidas las ciencias económicas al plano de las ciencias socio- históricas, culturales, o ciencias del espíritu, en la terminología de Dilthey, es evidente que en su valoración importa más que el quantum, el quale es decir, que ha de prevalecer en su interpretación una metodología definidora de sus “formas” o estructuras —lo que connota valores como pautas de referencia— sobre el dato meramente abstracto del cómputo matemático. Mientras hasta ayer se adjudicaba a las matemáticas una supuesta realidad inconcusa, hoy ha vuelto a destacarse su exclusivo valor de símbolo operacional y, por tanto, carente en sí mismo de “realidad” alguna. O, como quiere Vossler, el lenguaje matemático es “pronominal”, esto es, sustituye el sustantivo por apenas un pronombre, que es otro símbolo sustitutivo. W. Marshal Urban nos trae a cuento el adagio de que “la matemática dice algo acerca de todo pero muy poco acerca de algo”. Sobre el concepto tradicional y renacentista de una mathesis universalis, prevalece ahora el criterio de que todas las síntesis científicas trasuntan un presupuesto operacional, presupuesto que no se apoya en guarismos sino en intuiciones y aprehensiones directas de lo que llamamos realidad. “En resumen, los simbolismos de la ciencia, no menos que los simbolismos de cualquier otra región de la experiencia humana, son construcciones ideales y, como los demás, están condicionados por la comunidad de forma subjetiva”. (Marshal Urban, Wilbur, “Lenguaje y realidad”. Fondo de Cultura Económica. Méx. 1952). A esta “comunidad de forma subjetiva” precisamente, es a la que llamamos “cultura”.

Pero, entendámonos, con esto no desconocemos el aporte inmenso que ha dado a las ciencias el método matemático. Sólo pretendemos refutar una supuesta vigencia autónoma del cómputo matemático para las ciencias socio-económicas, al margen de todo juicio de valor o interpretación cultural. En ellas, si estamos en lo cierto, en vez de partir de números abstractos hacia la ejemplarización por formas y estructuras, se ha de comenzar por la comprensión —juicio de valor— de estas estructuras para llegar al cómputo numérico. No es que prevalezca lo social sobre lo económico ni lo económico sobre lo social, sino que economía y sociología, ciencias de la cultura, han de buscar primero métodos definitorios —culturalistas—, antes que su expresión simbólica y matemática.

De ahí que una acertada comprensión de las formas o estructuras en la comunicación rural del Paraguay, beneficiaría no sólo a nuestra sociología en cierne, sino mejor, a una política y una economía planificada y comprensiva de las constantes psicológicas de nuestro pueblo. Tanto en el campo de la educación, como en la orientación y planeamiento de sus sistemas económicos, la eficacia del mensaje transmitido por el comunicador, la economía de medios y de tiempo, dependen del incremento y adecuado provecho de sus sistemas de comunicación.

Nuestro trabajo, en tal caso, no busca el enunciado exhaustivo sino que reduce su campo a la mera ejemplarización de ciertas constantes o patrones socio-económicos que en nuestro medio rural gravitan sobre la comunicación.

Ojalá esta monografía sea el comienzo de una profusa y bien lograda bibliografía nacional en tomo a nuestros problemas en comunicación, y que se auspicien desde la cátedra trabajos de equipo para proyectar a diversas comarcas y comunidades rurales nuevos esquemas de valoración, de los que el presente trabajo no sería más que un exordio, y a escala menor.

Ramiro Domínguez

Villa Rica, Enero de 1968


 

II — COMUNICACION Y COMUNIDADES RURALES

Parece hoy cada vez más claro que el hombre alcanza únicamente su estatura de hombre a nivel social. Lo social no es simplemente su apetencia, como mal transcriben algunos a Aristóteles, sino la causa eficiente de su naturaleza. En otros términos, no busca el hombre a sus congéneres por deleite espiritual, sino que adviene a nivel del espíritu sólo en compañía de otros hombres. “La observación de los niños-lobos, de los que han vivido aislados del contacto social, de los niños sordomudos, demuestra que no se es realmente hombre, que no se difiere profundamente del animal si no se ha recibido de la sociedad, no ya una simple cultura, sino la esencia misma del psiquismo. El fenómeno social humano no es, pues, el simple agrupamiento voluntario de individuos que ya son plenamente hombres; es la hominización colectiva de la especie”. (Chauchard, Paul, “Sociétés animales, société humaine”. Presse Universitaire de France, 1956, versión al español de EUDEBA, Bs. As.). Y en esta ‘hominización” del homo-sapiens, nada cuenta más que el proceso de simbolización de su primitivo lenguaje, por el cual el medio más natural y espontáneo de comunicación, se ha convertido en medio de pensamiento y de conciencia. (Chauchard, P., “Le langage et la pensée”, PUF, París; y Marshal Urban, W., op. cit.). Pero el lenguaje no es un hecho ante el cual el hombre se ubica y lo asimila, sino un proceso culturo-mental, promovido —por y promoviendo— al hombre. No es el mismo el lenguaje de un niño y un adulto, los rudos vocablos prelógicos del primitivo aldeano y el vocabulario técnico y simbólico de una gran ciudad. “En una aldea rural tradicional y encerrada, la comunicación verbal entre miembros de la comunidad es apenas necesaria, pues las gentes se conocen tanto que pueden comprenderse el uno al otro por la sola expresión de su rostro o por el menor de sus gestos”. (Yanagita, Kunio, en Hidetoshi Kato, op. cit.). Esto nos trae a la memoria la tremenda expresividad del film japonés "La isla desierta” (inglés: Desert Island), a pesar de su preconcebida remoción del diálogo. O la pausa mental de nuestro hombre de campo entre vocablo y vocablo. “Si no hubiera lenguaje, no podría reconocerse lo bueno ni lo malo, lo verdadero ni lo falso, lo agradable ni lo desagradable. El lenguaje es el que nos hace entender todo eso. Meditad sobre el lenguaje”. (“Upanishads”, en Urban, W. M., op. cit.).

No es sin embargo propósito nuestro insistir ahora sobre la incidencia del lenguaje en comunicación. Ya lo haremos en el capítulo reservado a comentar los patrones “valle” y “loma” en nuestra comunicación rural. Tan sólo buscamos advertir sobre las diferencias cuantitativas y formales del mismo, ya se trate de densas áreas de población urbana, tecnificada y moderna, ya de comunidades rurales, insulares y primitivas, como en el caso nuestro. Si a estas diferencias formales y objetivas se añaden las que derivan de la diversidad de idioma —mal calificada como bilingüismo—, aún no nos aproximamos al núcleo del problema. Están por ver aún, el índice de exposición directa a la información; los líderes locales o foráneos de la opinión, según el esquema de la comunicación en dos etapas. Queda luego a comprobar el grado de compenetración personal, las consonancias y disonancias individuales en las estructuras cognitivas. (Festinger).

Dada la ausencia absoluta en Paraguay de estudios específicos en este campo, no podemos aventurar afirmaciones categóricas al respecto, pero hay buena base para suponer que los medios de comunicación de masas de que hoy disponemos —cine, radiofonía, periódicos, afiches— no alcanzan a penetrar ciertas estructuras rurales, no por ausencia, sino por razones de psicología social.

Últimamente hemos seguido de cerca ciertos trabajos intensivos de comunicación de masas promovidos a nivel nacional. Por su intensidad, su frecuencia y considerable grado de tecnificación, pueden mencionarse como ejemplares los destinados al Censo Nacional de Población y Vivienda, del 14 de octubre de 1962, y las últimas elecciones municipales de octubre de 1965. Sin embargo, hemos podido constatar por información directa entre los grupos rurales que, en ambos casos, había quedado una gran masa impermeable a la campaña de difusión. Para las elecciones municipales, los ciudadanos en edad de votar movilizaban sus fuentes tradicionales de información, con las distorsiones consecuentes. En cuanto al Censo, muchos optaron por escapar al monte, ante el temor de supuestas consecuencias imprevisibles.

En dichas campañas masivas de información, no se ha descuidado el lema impreso ni los estribillos y peroraciones radiales en guaraní, en busca precisamente de esta población iletrada del campo. Pero una moderna teoría lingüística del contexto descarta la posibilidad de que las palabras tengan contenido real intrínseco fuera de un “contexto de situación” —Malinowski—, o “universo limitado de discurso" - De Morgan, “Formal Logic”—. “Así como el lenguaje tiene realidad en la comunidad idiomática, así el contexto en el sentido de universo de discurso, sólo tiene realidad en cuanto determinado por la comunicación... Del mismo modo que es imposible reducir el contexto idiomático (en sentido estricto) al contexto de situación así también es imponible reducir el contexto como universo de discurso al contexto de situación... En toda proposición las circunstancias de su enunciación muestran que se refiere a un conjunto de individualidades o posibilidades que no pueden describirse o definirse de modo adecuado, sino que sólo pueden indicarse como algo familiar y mutuamente conocido tanto por el hablante como por el oyente”. (Urban, W.M.op. cit.,pp. 160 y sgts.).

Es poco probable que un guaraní coloquial, hecho de anfibologías –“ma’é”, “ma'erá”— y nombres de contenido empírico sensible —“so'o, "juky”, “javo'o”— que son el “universo de discurso” del campesino, pueda adaptarse a un guaraní literario y atildado que trae un mensaje de nociones abstractas y valores del todo extraños al contexto de situación referido.

Es urgente, pues, revisar nuestras nociones y esquemas de comunidades rurales, desandando el camino de generalizaciones sin provecho hasta recuperar aquella sabia manera de juzgar en nuestros padres misioneros de las “reducciones” y “doctrinas”, o más posteriormente en las crónicas de Azara, en quienes prima la visión directa y la experiencia personal para el estudio de sus comunidades indígenas.

Mientras en países desarrollados se pueden aventurar técnicas masivas de comunicación para un auditorio relativamente nivelado, el desnivel cultural en Latinoamérica adquiere proporciones insospechadas, echando por tierra toda planificación a escala global que no maneje un índice diferencial a cada nivel y por cada contexto de situación. No se trata aquí de grados de inteligencia. Hay una cierta comunicabilidad mecánica en algunos campos de la experiencia, en los que el lenguaje oral no halla cabida, y donde precisamente el campesino parece demostrar mayor penetración. Es hoy lugar común señalar su fácil adaptación al manejo de complicadas maquinarias modernas y su comprensión “funcional” de las mismas. Esto no indicaría otra cosa que, puesto en trance de comprender, el paraguayo medio acusa un coeficiente mental sobradamente elevado y que, bien orientado y referido a su universo de discurso, es apto como el que más para entrar en comunicación.

No deja de percatarse Díaz Bordenave en el artículo antes citado de las barreras estructurales que dificultan en países como el nuestro la comunicación: “En la necesidad de ‘experiencias compartidas’ radica en parte la dificultad de comunicar ideas y entusiasmo a las masas de los países poco desarrollados... Naturalmente esta diferencia no es culpa de las masas sino probablemente de la estructura social discriminativa que hemos mantenido hasta ahora en nuestros países”. (Ibídem, artículo citado, “Combate”, nov.-dic. 1962). Sentado el principio de las élites en la comunicación en dos etapas, es sumamente interesante la reseña de Eisenstadt sobre problemas de comunicación entre inmigrantes en Israel: “la eficacia de la transmisión de diferentes comunicaciones por las élites depende de otras muchas condiciones. Primero, las investigaciones han demostrado que, para ser eficaces, estas comunicaciones deben ser transmitidas por las élites en el curso de reuniones más o menos directas, de un carácter esencialmente primario”. Eisenstadt, N. S., “Quelques Problémes de Communication en Israel”, Revue Internationale Des Sciences Sociales, volumen citado).

Esta comunicación cara a cara y de carácter primario no se hace sino a través de los líderes naturales de opinión, no por portavoces especializados: “He oído lo que nos han dicho los hombres de partido tratando de ganarse nuestra afiliación. Pero nosotros sabemos que podemos contar con nuestros maestros de escuela y nuestros rabinos para decimos todas esas cosas, pues las conocen mucho mejor que nosotros; y, si ellos lo juzgaran conveniente, nos lo habrían dicho ya ellos mismos”. (Ibídem, p. 362). Un sondeo de la opinión hecho por nosotros en Pérez Cardozo con universitarios de Villarrica (abril- 1962), nos dio una respuesta similar.

Aparte de los líderes y portavoces de grupos, es indudable que también ha de atenderse a lo que Kurt Lewin llama “espacio vital” en “teoría del campo” (Lewin, K., Teoría del campo en ciencias sociales, versión castellana. Editorial Paidós, Bs. As., 1961); en una palabra, la determinación de la persona desde su circunstante—tanto de espacio, como de grupo y también de valores. Pero está además una dinámica comunal que difiere en sentido y forma de los comportamientos personales. “Así como cada familia tiene su propio carácter, también lo tiene cada poblado. La estructura social detallada sólo puede ser entendida completamente si uno tiene idea de la historia que la subyace”. (Sprott, W. H. J. “Grupos Humanos”, versión castellana de Editorial Paidós, Bs. As. 1960). Una compleja red de recuerdos, resentimientos, deseos, prejuicios y culpas, una voluntad colectiva encaramada a un pedazo de suelo por causales nunca del todo esclarecidas, un mito aglutinante y el conflicto de intereses hostiles, forman los entresijos de una conciencia colectiva. (cfr. Baschwitz, Kurt, “Der Massenwahn; seine Wirkung und seine Beherrschung, in Brouwer, Marten, artículo citado).

Por fin, un estudio de los contenidos de comunicación del tipo descrito por Eisenstadt arrojaría mucha luz sobre los efectos de un mensaje a escala nacional en comunidades rurales. Hay en el caso nuestro un muy agudo sentido selectivo a la comunicación, ya se trate de temas propalados al sólo efecto informativo, ya traigan un propósito formativo particular. El largo uso de los medios de comunicación en forma oficial y el contenido no pocas veces demagógico, cuando no sectario y disociante, ha provocado una respuesta negativa y escéptica en la población, que no acierta aún a discernir en los mensajes de carácter formativo el propósito sano de la mera propaganda proselitista. Hidetoshi Kato señala un efecto similar de la propaganda oficial en Japón, después del 15 de agosto de 1945. El campesino nuestro, ducho a base de experiencia, corta el diálogo con corteses y frías permisiones: "upéicha ne, ikatu” (así ha de ser, tal vez).

Estas y otras variantes nos hablan de la necesidad de aplicamos con más detenimiento al estudio de nuestras comunidades rurales, buscando la comprensión de sus estructuras y su propia dinámica, integrando lo particular al conjunto sin demoramos en la anécdota, pero descartando siempre las apreciaciones globales. Sólo entonces podremos esbozar una perspectiva de la comunicación en Paraguay.


 

III —LA SOCIOLOGÍA RURAL EN PARAGUAY

Aunque Pareto haya demostrado que el requisito esencial del método sociológico es abandonar el concepto de una relación unilateral de dependencia causal entre diferentes factores y considerar el proceso social como resultado de una serie compleja de factores interdependientes, en Paraguay parece primar el interés por el estudio de las ciencias sociales en particular, faltando aún una visión más integral y orgánica, que eluda con igual énfasis las teorizaciones metafísicas. Es clásico el argumento de Sorokin de que, si a cada forma de los fenómenos sociales —economía, religión política, arte— ha de corresponder una ciencia social en particular, precisa otra ciencia más que se ocupe de aquellas características que son comunes a todas las famas de hechos sociales, lo que tendría mucho de común con el concepto relativista de G. Simmel. Es cierto que desde la escuela clásica hasta nuestros días la Sociología ha evolucionado al punto de penetrar en campos ajenos, según algunos, o al menos de diversificarse en múltiples ramas, tales como sociología política, sociología económica, criminal, sociología del arte, de la religión, del deporte, etc.; pero conservando siempre su visión generalizadora (Timasheff), mientras otras limitan su campo a la descripción, clasificación y comparación.

De todas las formas de enjuiciarlos hechos sociales, en Paraguay ha prevalecido en proporción abrumadora la concepción historicista, porque el Paraguay se explique menos por determinismos geopolíticos que por causales históricas (Cardozo, Efraím, “El Paraguay colonial'", Buenos Aires, 1959). Salvo el caso particular de Fulgencio R Moreno, toda nuestra literatura finisecular asume el sesgo tremendista y polémico que caracteriza a la generación del 98 española, con la que alguna vez hemos señalado aproximaciones. (Ramiro Domínguez, “Gabriela Mistral como ausencia”, Revista de Israel, York 1960), Blas Garay, Ignacio A. Pane, Manuel Domínguez, Cecilio Báez, Juan E. O’Leary, van por el argumento histórico. El hecho social es teñido ya de delirante optimismo —Domínguez, Pane—, ya de escéptico pesimismo —Báez, B. Garay—, sufriendo la hipertrofia de la pasión y expresado en tono mayor, retórico y polemizante. También F. R. Moreno paga tributo al turbión generacional (polémica entre Historicus y Veritas, Centurión, C. R., “Historia de las letras paraguayas”), pero en su libro “La ciudad de la Asunción”, 1926, si bien aún desde un enfoque histórico, inicia un método más comprensivo y sistemático de la sociología nacional. Su libro, a más de ser un valioso aporte a la historia de la arquitectura en Paraguay, se desprende del metro histórico-político, interpretando la evolución del poblado colonial desde su ecología y causales económicas que no volverán a ser manejadas, en bien o en mal, hasta los ensayos de Rafael Barret. El valor “providencial” que acaso tuvo este enfermo quijote del anarquismo, al divulgar en Paraguay las primeras entregas de un socialismo de cátedra, no hace a la finalidad de esta monografía, pues sus afirmaciones corresponden a un cuadro de realidad hoy sin vigencia por superado. Es interesante, empero, constatar que su pensamiento militante lo aproxima más a sus eventuales antagonistas, tal el caso de Manuel Domínguez, quedando en sus émulos de hoy en perfecta simbiosis, el nacionalismo fanático de éstos y el dies irae social de aquél.

Secuela del indigenismo romántico que a principios de siglo enarbola banderas en toda América, la exaltación del indio guaraní y sus valores de cultura, ya manifiesta en Domínguez y Pane, halla su clímax en Moisés S. Bertoniy J. Natalicio González. Fuera del apéndice que a la sociología nacional dedica J. P. Benítez en su libro “Formación social del pueblo paraguayo”, no creemos oportuno abundar en razones para minar esta muletilla de nuestras letras, con la divulgación de una antropología y etnografía científicas que han descartado el valor de tales aseveraciones.

La publicación de la obra de J. P. Benítez —octubre de 1955— inicia un nuevo pensamiento social en Paraguay, más objetivo y con menos arrebatos líricos. Benítez, familiarizado en Brasil con la obra de Gilberto Freyre, del que traduce al español “Casa grande e senzala”, “Sobrados e mocambos”, integra al juicio histórico la interpretación etnográfica, social y económica, siendo de peculiar interés sus críticas a los sistemas unidireccionales de valoración; su insistencia ante la realidad concreta del mestizo, descartando indigenismos o europeísmos exorbitados. El rechazo de puntos de vista sólo económicos o políticos; tratando, en suma, de hallar una vertiente común a todas estas corrientes, de modo a lograr un criterio integral a la vez que objetivo de los hechos en cuestión. Pero su libro sigue siendo historia. Relación de hechos en el tiempo, no pasando su síntesis sociológica del género “ensayo”, a cuyo título G. Freyre lo prologa y encomia.

Otro método parecen seguir Eligió Ayala (“Migraciones”, ensayo escrito en Berna en 1915), Luis J. González: “El Paraguay, prisionero geopolítico”, Bs. As. 1946; Carlos Pastore, “La lucha por la tierra en el Paraguay”, Montevideo, 1949, y Alcides Codas Papalucá, “Cuestiones rurales del Paraguay”, Bs. As., 1949. Son ensayos sobre temas sociales y geopolíticos en los que prevalece el pensamiento reflexivo y teórico sobre hechos considerados lunga manu. Si bien es innegable el acierto de algunos juicios lapidarios en el opúsculo de Eligió Ayala y la modernidad de ciertos puntos de vista, la simple lectura de la “Advertencia” puesta a guisa de prólogo, puede orientar mejor sobre la índole del mismo. En todo caso, lo mejor que pudiera adelantarse respecto a estas obras es que inician un estudio menos literario y polemista que Barret y sus émulos y soslayando el esquema histórico, de nuestra sociología rural.

Un hecho que merece destacarse, los estudios sociológicos van en nuestro país a la zaga de las ciencias antropológicas. Acaso se deba al método más ceñidamente científico de éstas y la prevalencia que en ellas se da al trabajo de campo, la determinación precisa de los fenómenos a observar, y un estudio detenido y circunstancial de los mismos. Tales, las monografías de Elman R. y Helen S. Service, ("Tobatí: Paraguayan Town”), Emma Reh (“Vida rural en Paraguay”) y Cadogan (“Caaguazú: algunos de sus problemas vistos a través del folklore regional”, inédito).

También en economía se han hecho últimamente señalados progresos, con la periodicidad, ante todo, en publicaciones estadísticas, folletos impresos o mimeografiados de la Secretaría Técnica de Planificación, Servicio Técnico Interamericano de Cooperación Agrícola (STICA), los ministerios del ramo, y algunos informes sobre trabajos de campo, como “El distrito de Carapeguá”, por Vicente Barrios (STICA, 1953, mimeogr.), “Yaguarón, zona de minifundio”, del ingeniero Jorge Márquez Vaz (Instituto Interamericano de Ciencias Agrícolas, 1963), o monografías a escala global como “Estudio Económico del Paraguay”, 1938/1958”, del doctor Jaime Cifuentes (Naciones Unidas).

Por fin, un hecho auspicioso, la reciente creación del Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos, que ya lleva publicados tres números de su “Revista Paraguaya de Sociología”, y el Centro de Estudios Antropológicos del Ateneo Paraguayo, que ha iniciado la edición de un “Suplemento”, han de subsanar en mucho la dispersión actual de la bibliografía especializada en periódicos y revistas de temas varios.

En materia de comunicación, desde 1962 aparece un boletín mensual editado por ANTELCO, el “Teleinformativo”, así como folletos y separatas de carácter especialmente didáctico, incluyendo también cuadros estadísticos. Publicaciones del ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones, de la Dirección General de Correos, de la Dirección Nacional de Aduanas y Puertos, del Ferrocarril Central “Carlos Antonio López”, de la Dirección General de Aeronáutica, de la Flota Mercante del Estado. Igualmente, las publicaciones y folletines periódicos editados por organismos técnicos internacionales o bilaterales, como STICA (Servicio Técnico Interamericano de Cooperación Agrícola), PAEN (Proyecto de Alimentación y Educación Nutricional), REDP (Programa para el Desarrollo de la Educación Rural), Servicio de Comunicaciones Audiovisuales de la UNESCO, Organización Mundial de la Salud, del Servicio Informativo y Cultural de los EE.UU. de América (“Guía de Radio y TV”), etc.

Dos trabajos recientes: “Apunte para la historia de las telecomunicaciones en el Paraguay”, 1964, de Manuel Guanes Molinas, y “Vías de Comunicación en el Paraguay”, del general César Bejarano, completan el cuadro de estudios publicados en la materia.


 

IV. CONSTANTES ESTRUCTURALES EN SOCIOLOGIA RURAL LOS ‘‘VALLES” Y “LOMAS”. ANTECEDENTES GEO- POLITICOS. ANTECEDENTES CULTURALES Y ECONOMICOS.

La necesidad de iniciar una interpretación más comprensiva y funcional de nuestro medio rural, que permita explicar las psicologías de grupo a partir de sus formas de organización y las corrientes seguidas en la movilidad social, nos llevaron a buscar la determinación de ciertos patrones o constantes estructurales, lo suficientemente simples y permanentes como para hacer viable su aplicación al campo de los hechos estudiados. Hemos preferido a los múltiples patrones políticos, sociales o económicos, los que connotaran un sentido ecológico, por más comprensivos y por prestarse menos a posiciones unilaterales, sin que por ello propugnemos ningún determinismo de carácter geográfico o económico.

Nos decidimos al fin por las formas “valle”-“loma”, por ser un correlato geopolítico de considerable vigencia en toda la Región Oriental del país, al par que son términos de fácil manejo en el lenguaje coloquial del pueblo, y trasuntan una exacta comprensión del paisaje en tanto configurador de grupos humanos.

En el Diccionario de la Real Academia Española, leemos: “valle; (del lat. vallis) m. Llanura de tierra entre montes o alturas se ha usado también como femenino. 2 Cuenca de un río. 3. Conjunto de lugares, caseríos o aldeas situados en un valle. - “loma”; (de lomo) f. Altura pequeña y prolongada. Lomada, f. ant. U. en la Argentina”.

En lenguaje popular, “valle” es sinónimo de pueblo, hombre de pueblo, organización tradicional y estancada; economía de valle, es la furnia de organización agrícola-ganadera que caracteriza al Paraguay de la Colonia y época independiente hasta la Triple Afianza. (Pastore, Carlos, “La lucha por la tierra en el Paraguay”). El vocablo “loma”, trasunta la idea de economía más precaria y reciente, y designa un tipo sociedad agrícola y forestal. Es significativo el hecho de que en Paraguay “monte” indique siempre una zona boscosa y alta, sin que pueda imaginarse en lenguaje popular un “monte” despoblado de árboles.

En la “Clasificación preliminar de los suelos y tierras del Paraguay”, Boletín N° 119, STICA, 1953, de Tirado Sulsona y Hammon, se adelanta una clasificación similar: 1- los suelos del tipo “valles y llanos” y 2- los del tipo “Asunción”, de montes, lomas e islas, (v. Barrios, Vicente, “‘El Distrito de Carapeguá, STICA, 1953). La misma orografía de la Región Oriental crea una distribución regular de valles y lomas, en particular en la Región Central, con la mayor densidad demográfica del país.

“Las grandes cordilleras de la edad secundaria todas las cuales se desarrollan en sentido perpendicular y opuesto a la línea del Ecuador, opusieron una considerable resistencia a un nuevo repliegue de la corteza terrestre; ello ocasionó numerosas emersiones de poca magnitud, entre las que corresponde señalar en territorio paraguayo las siguientes: a) La rama desprendida de la cadena de Caaguazú, y que se conoce bajo el hombre de Cordillera. Se compone de una serie de cerros y colinas, que a la altura de Paraguarí se bifurca en tres brazos: al norte, forma una cadena que se desliza a lo largo de la ribera del Manduvirá; en el centro, la cordillera de Altos, que se prolonga hasta Arecutacuá, sobre el río Paraguay, y cuyo nombre guaranítico prehispánico, Ybytyrapy, literalmente última altura de la tierra, la define con incomparable precisión; y, finalmente, más al sud, otro sistema de cerros lleva sus postreras estribaciones hasta Asunción. Entre el brazo norte y central se extienden los valles de Piribebuy y Capiatá, como se llamaba la zona ribereña del Paraguay, comprendida entre el Manduvirá y el Piribebuy; y entre los brazos central y meridional, los valles del Salado y de Ypacaraí. b) La Cordillerita, al sud de la Cordillera. Su sistema se anuda a los cerros de Ybycuí y Acahay”.

“Al cambiar de dirección el eje del repliegue, se produjo una interferencia de dos fases tectónicas, y de esta dislocación surgió el sistema de cúpulas y de platones, o más concretamente de combadas colinas y cañadas verdeantes, que dan carácter a la topografía del Paraguay oriental”. (González, Natalicio, “Geografía del Paraguay”, Editorial Guarania, México 1964. Cap. II - Orogenia).

“Decía Demersay que una línea imaginaria que tuviera por extremos a Asunción y Encamación, serviría de adecuada divisoria a dos regiones típicas del Paraguay oriental. Al sudoeste, una zona de llanuras bajas, expuesta a periódicas inundaciones, parece una réplica del bajo Chaco. Allí donde las tierras se cubren de una capa impermeable de arcilla negruzca, cuyo espesor no baja de un metro, se acumulan las aguas y forman interminables esteros y bañados”.

“Al noreste de la imaginaria línea, se extienden onduladas praderas, que los antiguos paraguayos llamaban “campos quebrados”. A medida que se avanza, siempre hacia el noreste, “la horizontalidad de la llanura se ve interrumpida por elevaciones combadas. Son las “lomas”, las “tierras altas”, que parecen segmentos de grandes esferas, de pendientes suaves y cubiertas de gramíneas. Se las encuentra en gran número al borde de los arroyos y de los ríos y en las cercanías de sus conjunciones. Como jamás se inundan, se diría que fueron creadas para servir de refugio a los animales en las grandes crecientes”. A medida que se adelanta en el mismo rumbo, “se advierte que estas lomas crecen en altura y que se modifica su aspecto lo mismo que sus caracteres geológicos. Las más altas son boscosas y se elevan a 30 y 40 metros sobre el nivel de la llanura circundante. Ya en las cercanías de la cordillera de Mbaracayú, estos pequeños cerros, a veces aislados (con mayor frecuencia formando cuerpo los unos con los otros), afectan forman irregulares. Representan conos truncados, o bien luengas masas que culminan en lomos de asno. Caen abruptos, en la falda norte o noreste, en contraste con la que mira al sud o al sudeste, que generalmente ofrece un declive mucho más suave”, (ibídem) Cap. III, Suelo y Subsuelo, p. 28 y sgts.).

En la región del Guairá, los valles son siempre praderas naturales y las lomas boscosas cobijan el poblado y su agricultura en "rozados”; siendo “rozado” y “cultivo” términos correlativos en el vocabulario popular. Se dan por cierto, algunas excepciones, como las altas praderas naturales de Tebicuarymí y la Colonia Independencia ("Melgarejo”). También el cauce de los ríos y arroyos se ve bordeado de selvas, pero su suelo anegadizo y su configuración longitudinal y dispersa hacen imposible la ubicación de sementeras. Igualmente, en medio del campo se encuentran las “islas” o sotos de configuración irregular. Cuando son de considerable extensión, están pobladas como la loma y se yerguen sobre el llano a relativa altura. Las más pequeñas y bajas, casi siempre son destinadas a resguardo y dormidero de ganado. (1).

Por el hecho de no practicarse en Paraguay la agricultura a campo abierto, debido a la común opinión del exiguo rendimiento de los terrenos bajos, el paisaje en la Región Oriental, particularmente en la comarca guaireña, mantiene las características señaladas con notable regularidad.

A esto podríamos añadir la distribución de grupos humanos con relación a dichos patrones, distinguiéndose entonces la comunidad del tipo “valle” de la del tipo “loma”. Ambas, conviene adelantarlo desde ya, están asentadas en las tierras altas. Pero mientras el grupo “valle” se ubica en la ladera de los montes, abriéndose al llano en que apacienta su ganado, el poblado “loma” da la espalda al campo, internándose en los claros del bosque, en el que abre “piquetes” —pequeñas praderas formadas en “rozado”— en los que encierra su reducido lote de ganado.

La distribución de los grupos en valles y lomas afecta a su organización socio-económica, a punto de ser los primeros de economía agrícola-ganadera, en tanto que los segundos pierden las características de “cultura del cuero”, y configuran una economía netamente agrícola y forestal. El poblado “valle” es convergente y asume casi siempre la estructura tradicional de “villa”, con su correlato “plaza- iglesia-caserío”, o cuando menos el contexto “capilla” —oratorio del santo patrono-vecindario rural—. Mientras la población “loma” es irradiante, distribuyéndose en el monte al borde las “picadas” o carreteras. En el valle, la vida es comunitaria y patriarcal. En la loma la sociedad es doméstica y celular. El poblado “valle” es subsidiario de la gran “estancia” que domina el campo, a cuyo borde ha defendido su pequeña parcela de “campo comunal”. El hombre “valle” completa sus ingresos conchabándose en la estancia para las faenas periódicas del campo. El hombre “loma” mira hacia la explotación forestal, locando sus servicios en la tala de árboles, la extracción de leña y carbón y el cultivo de la yerba mate.

El poblado valle se autoabastece, dejando un escaso margen a la economía dineraria. La economía loma, forzada por las circunstancias de medio, es más dineraria y organiza su producción con mira al puñado. La forma centrípeta de organizarse el valle, le da su aire claustral y su idiosincrasia típica, renuente a todo elemento exótico. La loma prosigue su proyección centrífuga en la psicología del “arribeño” u oriundo “de las tierras altas”; hombre sin arraigo, tránsfuga, aventurero que corre los caminos a la buena de Dios.

El “valle” es lerdo para asimilar, el arribeño es proteico y dúctil a las circunstancias. Su agilidad mental lo hace innovador. Su desarraigo impide su integración y mina su progreso.

El paralelo que hemos señalado puede proseguirse indefinidamente, aunque por ahora baste para ilustrar dos socio-tipos bien configurados que han de servimos para medir e interpretar los datos y guarismos que se sucedan. Por de pronto, tienen validez para explicar ciertos caracteres contradictorios que aparecen en la psicología rural, si el campesino es interpretado a bulto, como entidad simple y única. Insistimos en el hecho de que estas estructuras no son las únicas permanentes, pudiendo proponerse otras tantas desde otros puntos de vista, aunque no estamos seguros de su aplicabilidad a todos los casos, como ocurre con los patrones valle-loma.

 

2.      ANTECEDENTES GEOPOLITICOS. a) LA COLONIA (2)

b) Período independiente, y desde 1870.

Por Alfred Métraux (“Handbook of South American Indians, Smithsonian Institute, vol. 3, 1948), sabemos que la denominación "guaraní” con que se conocen las tribus que poblaban la mayor parte de la Región Oriental del Paraguay, es relativamente reciente, no datando de más allá del siglo XVII, designándoselos primero con el nombre de “carijó” o de “carió”. También se daba el caso de algunas tribus de cultura diferente, como los Caingang y Guayakí, de posible origen proto-guaraní. Del tipo étnico amazónide o brasílide (Susnik), braquioide y de baja estatura, integran la cultura neolítica de América meridional. Agricultores trashumantes, persiguiendo la mítica “yvy- marae'y (la tierra sin mal), se establecen sobre las bases del grupo patrilineal (Métraux) según el patrón “aldea-vivienda comunal-sementera” (Susnik), pudiendo en casos llegar a convivir bajo el mismo techo hasta sesenta familias, bajo la autoridad de un jefe y la asistencia de un shamán, que a menudo asumía también los poderes de aquél, como el caso de Guyra Vera, el famoso shamán-guerrero guaireño.

Al dispersarse por pequeños grupos migratorios, se asentaban junto al exiguo cultivo que podía ser tanto monticular como en rozado.

Para las comunidades agrícolas guaraníes, B. Susnik propone tres patrones estructurales dinámicos: el “tekoha”, como agrupado aldeana identificada por el “ñandéve” (‘nosotros’ inclusivo), conservador y jerárquico; el tipo conquistador y guerrero de los “tekoha guasu”, y el pequeño “te’yi” cosanguíneo, con su comunidad económica identificada por el “oréva” (‘nosotros’ excluyente) poco flexible y cerrado. Con la Conquista y la formación de encomiendas y pueblos de misiones, se configuran los tipos del guaraní colonial. Se produce el debilitamiento de los “tekoha” o “casas-pueblos” indígenas, sustituidos por la casona hispana, de economía autónoma, poblada por los amos, indios en encomiendas y clientela romana de criollos o mestizos. En las chácaras del amo el indio guaraní se adiestra en el trabajo de labranza con bueyes y arado, mientras el yanacona se hace peón de campo en las estancias sin abandonar sus hábitos de caza.

En la zona de Villarrica, por el siglo XVII, los guaraníes monteses eran reducidos a encomienda yanacona y llegaba a darse el caso de verdaderas razias de encomenderos en los poblados guaraníes, en busca de brazos para el servicio doméstico. A las mujeres, tocaba el oficio de hilar y tejer, pagándose a los indios a razón de 20 varas de lienzo por hombre al año y 12 a las mujeres e hijos. Los datos más valiosos al respecto nos los da B. Susnik: “La posibilidad agrícola particular del yanacona era ilusoria con el simple sábado libre; fue más bien a la mujer que aprovechaba ese día para efectuar hilanzas y buscar el trueque; las mejoras de subsistencia de la familia yanacona dependían de la mujer. En la jurisdicción de Villarrica se practicaba la prestación de brazos yanacona para los yerbales; el importe del conchabo pertenecía al encomendero y no al siervo perpetuo”.

Un nuevo estrato etno-social se configura en el siglo XVIII con la importación del esclavo negro y su matrimonio entre yanaconas fugitivos e indios “libres”, integrándose la población laboral con negros, mulatos, indios “libres”, sujetos a tributo anual, y la peonada criolla y mestiza. Entre los guaraníes parece haber prevalecido sin embargo la forma de encomienda mita, que imponía a los hombres de 18 a 50 años la obligación de prestar servicio personal al encomendero por cierto tiempo en el año, con la ventaja de no desvincularlo de su pueblo —táva—. Con todo, la sustitución de sus patrones culturales provocó resistencias y desbandes en procura de la libertad y de las viejas costumbres en el hábitat de la selva, estimulados por las predicas shamánicas y la aparición de mesías nativos (Métraux) que prometían la restauración de los primitivos tiempos. Pero “esta masa de mitayos fue el factor principal en la paulatina plasmación de las características culturales hispano-guaraníes” (Susnik).

El estancamiento económico y el enclaustramiento político del siglo XVIII, configuran el cuadro geopolítico de las áreas rurales: los “távas” o pueblos guaraníes junto a las estancias de los encomenderos, en tanto los pequeños agricultores criollos, depauperados y “con sus rancherías diseminadas por los valles, no representaban una fuerza económica suficiente para desempeñar un rol social regulador”.

Son precisamente estos últimos los que irán a poblar en calidad de arrendatarios o de simples superficiarios o pobladores clandestinos, las tierras de los pueblos, lo que crea las “feligresías externas”, o rancherías de los agricultores sin ganado, que pagaban el arriendo en “yerba” o “tabaco” —economía de loma— incorporándose en la fuga hacia el monte de los indios “libres”.

Frente a los “tekoha guasu” de los guaraníes neolíticos, con las encomiendas se estatuye el pueblo guaraní de la Colonia o “táva”, un conglomerado de cacicazgos bajo el control de los encomenderos o la autoridad provincial; la propiedad comunitaria y el trabajo en común parecen caracterizar el status socio-dinámico de los “táva”, a los que Alfaro otorga la prerrogativa de integrar sus propios cabildos en remedo de los españoles, y un administrador o poblero español, nombrado por el mismo gobernador. El pueblo, con su legua y media establecida para los sembrados, tenía sus propios campos para ganado, de acuerdo a las disposiciones que había tomado Hernandarias para la organización de las reducciones y doctrinas, basándose en la política de proveer a los pueblos guaraníes de “arado, ganado, carpintería y herrería”.

Pero muy pronto habían de entrar en colisión el expansionismo de los encomenderos terratenientes y el sistema comunal de los “táva”, con la penetración de las estancias ganaderiles en busca de nuevos pastos. Las revueltas y arengas shamánticas parecen acusar la destrucción de las sementeras por el ganado, provocando en casos el desbande colectivo hacia los montes. Acaso aquí podamos ubicar el origen del mote despectivo de “kaynguá” (montés, selvícola) con que el guaraní tras culturado designa al montaraz irredento . Lo mismo que la expresión “pysá” (jumento, animal maneado) connota un sentido peyorativo que tal vez convenga al guaraní reducido en el táva.

El régimen económico comunal, basado en el criterio estatuido por las leyes de Indias de que el indígena no podía gozar de autonomía jurídica plena, colocándoselo bajo una suerte de tutela legal, contribuyó a la integración de los cacicazgos en unidades socio-políticas estables y arraigadas al terruño, sustituyéndose el ethos nomádico del “oguatá”, por la conciencia sedentaria y comunal de nuestros valles y pueblos de hoy. Tan sólo por los decretos jubilatorios de Carlos Antonio López en 1848, se sustituye el régimen comunitario de los pueblos de indios por el de una economía familiar en la que cada familia recibía su lote de tierra para sementeras, reservándose una fracción de campo comunal para el ganado.

Por otro lado, mientras los grandes campos de pastoreo eran ganados por las estancias de los españoles encomenderos, “la explotación de los yerbales naturales era un privilegio de los “españoles pobres” y criollos, con lo que se configura definitivamente el cuadro geopolítico de las comunidades rurales al fin de la Colonia: los pueblos indígenas, que admiten en su seno a gran número de pobladores criollos y rancherías de indios libres, son expoliados por los intereses del estanciero terrateniente que busca nuevos pastos a su ganado, y en el monte son despojados de su derecho de explotación forestal. Es fácil pues, ubicar los núcleos de población en la periferia de las grandes estancias, desalojados progresivamente hacia los montes y reteniendo del campo apenas lo necesario para apacentar su exiguo ganado. Cabe, por tanto, suponer que a fines de siglo XVIII ya tengamos estructurada una buena parte de nuestra sociología rural, con un principio de diferenciación socio-económica y la consecuente conformación de una psicología social. A la casona de la estancia señorial, con su peonada criolla y sus “arrimados”, una suerte de clientela romana, se sucedían en el contorno los poblados indígenas, con mayor o menor copia de ganado. Luego, hacia el monte, las “feligresías externas” con las alquerías de criollos sin tierra e indios libres del mitazgo. En los montes, la masa de puebleros alzados e indios monteses hostigando las economías del valle, mientras en los yerbales se alquilaba el brazo del hachero. El dinero de cambio lo hacía el lienzo para vestir y las reses de ganado. Es igualmente B. Susnik quien propone la diferenciación social de criollo, mientras “las comunidades 'monteses' guaraníes, retiradas y fuera del control de los encomenderos y de los 'hispanos', representaban la única oposición, en cierto sentido pasiva, al nuevo orden hispano-guaraní”.

También entonces empiezan a asomar los primeros síntomas del conflicto que entretiene aún a las comunidades rurales de la Región Oriental: “Conviene decir que la vaca más bien que el caballo como factor cultural, trastornaba la economía guaraní; el ganado representaba el poder del “jára” (“Apuntes de Etnografía Paraguaya”, p. 112). Aún hoy, sobre los antiguos caminos reales quedan los portones de compañía, que cierran el paso al ganado del campo, salvando las sementeras de la loma. Con referencia a la psicología, y en contra de lo atestiguado comúnmente, B. Susnik concluye que “pesaba sobre los guaraníes la fama de su ociosidad y mala inclinación, dos factores que en realidad interpretaban una resistencia pasiva que adoptaron frente a la nueva realidad socio-cultural, acrisolados en muchos aspectos, pero siempre mitayos, pupilos y peones insolventes” (“El guaraní en la vida socio-económica colonial”, en “Movilidad social y el medio agrario paraguayo”, Asunción, 1964). En ocasión de evaluar los efectos de migración de economías “valle” a las nuevas colonias abiertas hacia el Paraná, habremos de volver sobre la veracidad de este aserto, que está apuntando a causales económicas antes que a las manidas etno- sociales, en el estudio de nuestra psicología rural.

En cuanto al grupo familiar, “el patrón cristiano acentúa las rotaciones de una familia nuclear (padre-madre-hijos) que se desligaba de la economía grupal o de parentesco grande”, (“Apuntes de Etnografía Paraguaya”, p. 151) de imponderables consecuencias socio- económicas.

En tierras de Misiones, los indios, arrieros y peones de campo, parecen haber adquirido antes conciencia de sí y caracteres individuantes: “en la época de rodeo, en los meses de diciembre, enero y febrero, los guaraníes formaban escuadras de vaqueros; estas faenas tuvieron un impacto mucho más positivo: la persecución de caza se asociaba con el rodeo del nuevo módulo, y tanto antiguamente como misionalmente contribuía a una reafirmación psico-mental “del hombre”; es interesante observar que los guaraníes de aquellos pueblos misionales que más tenían carácter de “sementeras” y de ganadería (vid.: “valle”), resultaban más propensos a quedarse en los “pueblos” después de la expulsión de los jesuitas y acomodáronse al nuevo acondicionamiento”. (ibídem, pp. 153 y sgte.).

Del impacto religioso, B. Susnik hace inventario de los valores asimilados de las doctrinas y misiones: “Creador, cruz, nombre, himno-oración, alma-logos, serán los motivos básicos”.

Un testimonio antiguo, el de Félix de Azara, acude también en apoyo de nuestra dicotomía psico-social de las comunidades rurales: “Los campesinos se dividen en agricultores y pastores o estancieros. Estos dicen a aquéllos que son mentecatos, pues si se hicieran pastores, vivirían sin trabajar y sin necesidad de comer pasto como los caballos, porque así llaman a la ensalada, legumbres y hortalizas”. (Azara, F. de, “Descripción e Historia del Paraguay y Río de la Plata”).

Una causa económica de las transmigraciones guaraníes sería también su método de practicar cultivos y rozados: “La comunidad entera, a igual entre antiguos y modernos guaraníes (vid.: paraguayos), cooperaba en limpiar un amplio terreno por el método de rozar y quemar en un monte espeso y luego lo subdividían por grupos familiares. Plantación y siembra eran reguladas por el curso de las Pléyades. La herramienta común en agricultura era la estaca. Después de cinco o seis años de cultivo, los campos se consideraban exhaustos y se los abandonaba”. (Métraux, A., op. cit., “Culture, Subsistence Activities”, p. 80).

b - Período independiente, y desde 1870: Menos bibliografía y más difusa y de sabor a égloga, se da con relación al período independiente hasta la guerra grande. Es como si el mito de la edad de oro de las consejas populares se hubiera cobijado en este tiempo sin eclipses. Fulgencio R. Moreno, Natalicio González, J. P. Benítez, dejan por un momento el lenguaje llano del juicio objetivo para bordar un cuadro lírico de evocación y ensueño.

Ha de confesarse que es punto menos que imposible encontrar un paraguayo capaz de figurarse las cosas de otro modo, por lo que cabe suponer que sea una idea arraigada en la conciencia colectiva y teñida de fuerte coloración emocional. La expresión “Lope tiempo” indica en forma dialectal una época en que hallan desahogo todos los resentimientos y frustraciones acumulados de generación en generación, como los israelitas de la diáspora se acurrucaban en el recuerdo del reino de David y Salomón. Acaso la evocación nostálgica del hogar y un contexto de realidades y esperanzas aniquiladas con la Triple Alianza este en la raíz de esta visión paradisíaca, sin que por ello neguemos su buena parte de realidad en tal aserto. Pero no cabe duda de que para las comunidades rurales fue aquel un tiempo de relativa abundancia, atribuyéndose por lo común al Dictador Francia aquel marco de austeridad cenobítica y riguroso control de las faenas y del cultivo familiar, preludios del bienestar que tendría su apogeo en tiempos de Don Carlos. Por otro lado, el régimen de hostigamiento al antiguo terrateniente español, iniciado con obstinado empeño por el Supremo, relaja en el campo la vieja tensión entre la economía agrícola de las lomas y valles y el expansionismo de la gran estancia, dejando al morir Francia grandes extensiones de campos y praderas rescatadas para el fisco, y el lenguaje popular todavía guarda memoria de los campos “la patria” —que vale tanto como “de todos”— en que las poblaciones “valle” hallan desahogo para sus ganaderías, con lo que se robustece aún más la estructura comunitaria de los grupos rurales. Con el gobierno de los López, vino a darse forma y estatuto legal a lo que hasta entonces era un status socio-jurídico de facto, confiriéndose además carta de naturalización a los indios de reducciones guaraníes sobrevivientes, con lo que se aceleró el mestizaje y concluyó prácticamente el proceso de plasmación étnica en el país, fijándose las determinantes en ilógicas y socio-políticas de nuestro medio agrario.

No menos significativo es el crecimiento de la población en este período. De los padrones levantados en 1782 por orden del gobierno, Natalicio González después de transcribir los cuadros de población, estima que el total de habitantes del país alcanzara para esa fecha a los 200.000, a los que han de añadirse 106.699 indios de Misiones, incorporados a la población campesina con la expulsión de los jesuitas, y los indios gentiles en número de 31.700. El total de blancos y mestizos, era de 57.923. Siete años antes de la guerra del 64-70, el censo de 1857 arrojaba un total de 1.337.439 habitantes, distribuidos por zonas según el cuadro siguiente:

 

 

Del cuadro anterior, lo que más cabe destacar es la mayor densidad relativa de áreas marcadamente ganaderas, como Misiones y Pilar (Ñeembucú), en tanto las zonas selváticas con economía del tipo no habían alcanzado aún su desarrollo, (Encamación, San Estanislao, San Joaquín., Curuguaty). Lo que se explica teniendo en cuenta el incremento de las economías agrícola-ganaderas en los poblados “valle” y el bajo índice subsistencial de la economía de roza, bajo la amenaza constante de los indios alzados y monteses. Estamos pues, en el apogeo de la “edad del cuero”, según la feliz expresión de Justo Pastor Benítez. Diez y siete años después de la guerra, y según datos transcriptos por Eliseo Reclus en su “Nueva geografía universal” el censo de 1887 arrojaba un total de 239.774 habitantes, con lo que alcanzaría al millón de muertos en la guerra —1.100.000, según J.N González, op. cit.— siendo la población remanente en su mayor parte ancianos, mujeres y niños.

De esta hecatombe han de pasar casi cien años para que el Paraguay recupere su antiguo índice demográfico, sin que las consecuencias desastrosas en la familia, la instrucción, la salud y la economía se hayan podido subsanar hasta la fecha. Sin entrar a discutir las razones que habrían podido mover al gobierno a adoptar dicha medida, para colmo de males, y en procura de algún recurso para las arcas del Estado, se dispone la enajenación de las tierras públicas o fiscales (Ley de Tierras Públicas del 2 de octubre de 1883, y Ley del 16 julio de 1885). Es necesario aclarar que con los años de guerra y la evacuación forzada de la población civil en la Residenta, a más de la desaparición de los registros de propiedad, casi la totalidad de las tierras del país habían pasado a manos del Estado; con lo que se daba una coyuntura insuperable para organizar entre las pocas familias uno quedaban una distribución racional de tierras, dejando de lado patrones estatutarios arcaicos y ya completamente en desuso. Por el desacierto de la nueva medida, se venía a convalidar el despojo de la población campesina reducida a no otra cosa que una irredimible miseria, instaurándose el latifundio de nuevo cuño, más despersonalizante y menos integrado al perímetro minifundiario, por la presencia del “gringo” avasallador y pedante que dejará huella en la psicología popular.

El desajuste socio-económico consecuente, ha de tener proyecciones más allá del poblado y la vida familiar. A todo esto se suma el auge de la economía liberal, instaurada desde la Constitución de 1870, lo que da paso al individualismo desaforado de empresarios sin escrúpulos, que a título de pioneros inician en el país la economía de explotación industrial. El campesino depauperado busca avecindarse a la nueva fábrica, adquiriendo el status de “habilitado”, por donde ha de llegar hasta sacrificar su economía de subsistencia e intentar otra de producción, en que su cosecha de monocultivo queda a expensas del “cupo” asignado por el patrón y de las fluctuaciones del mercado internacional. No estamos de acuerdo con Eligió Ayala cuando concluye en su ensayo sobre “Migraciones” que el factor político ha sido el determinante primordial en las primeras etapas de nuestra evolución social. Podríamos aventurar lo contrario, y decir que lo político es consecuencia entre nosotros de profundos desajustes culturo-económicos, y más adelante volveremos sobre lo mismo, cuando hablemos de los grupos de influencia en ciertas comunidades rurales.

El mismo año en que el Partido Liberal asume el poder, en 25 de junio de 1904 se inicia, empero, una política de dignificación de las familias campesinas, con la “Ley de Colonización y Hogar”, seguida por la “Ley N° 309 “Del Homestead” —5 de octubre de 1918—, y la N° 822 del 14 de agosto de 1925, “de Creación, Fomento y Conservación de la Pequeña Propiedad Agropecuaria”. Pero evidentemente, no se habían planteado aún soluciones categóricas.

Hemos de esperar hasta el Decreto Ley N° 1060 de “Reforma Agraria”, del 15 de mayo de 1936, para que un nuevo pensamiento social y ruralista sea impuesto al viejo estado de cosas. Acaso su espíritu proselitista y la circunstancia de ser proclamado manu militari enervaron las consecuencias benéficas de tan oportuna medida. De cualquier modo, el pensamiento de Febrero no pudo ser soslayado por los gobiernos posteriores.

A19 de febrero de 1940, el Decreto Ley N° 120, crea un Estatuto Agrario, que deroga lo dispuesto por el decreto anterior, y tiene vigencia hasta el 29 de marzo de 1963, en que por Ley N° 854 se establece un nuevo Estatuto Agrario.

Entre tanto, no pocas empresas se organizaron en pequeños o grandes feudos, y aunque con beneficio de inventario, cabe citar lo que J. N. González dice al respecto de los yerbales del nordeste paraguayo: “Allí se pagaba al obrero con fichas únicamente descontables en los almacenes de las empresas, donde se le proporcionaban mercancías al décuplo de su valor real. Después de 1904, desapareció de esta región hasta el último vestigio del poder que ejerce, o debiera ejercer, la nación sobre su territorio y sus habitantes. El Estado puso en manos de la principal empresa yerbatera los soldados de la República, que fueron empleados para incendiar poblados próximos al dominio de los señores feudales, o para destruir establecimientos rivales que ofrecían el ejemplo de una vida civilizada. Este régimen desapareció en 1940”. (op. cit 422). Más que atribuir el mérito a gobiernos cuyo aporte en tal caso estriba en haber sido consecuentes con una política anterior, es indudable que esta nueva conciencia social y una consiguiente ordenación jurídica, puesta en marcha con la Reforma Agraria, arranca de la revolución de febrero de 1936, vina de las pocas que no adquieren en Paraguay su justificación por el rechazo de listas o bandos, aportando en cambio una clara conciencia de nuestra realidad nacional.

Aproximadamente lo mismo que en J. Natalicio González, trasunta toda nuestra literatura de protesta social, desde Rafael Barrett hasta nuestros días, y el folclore guarda estremecido recuerdo del “mensú” de los yerbales, de los hacheros y carreros de las explotaciones madereras; el comisario ignorante y mandón y el juez venal y trapacero. (vid. Cadogan, L., “Guyra compuesto” y otras baladas paraguayas”, ALCOR, N° 37-38, Asunción, 1965). Pero el cuadro no parece cambiar con el paisaje. Roa Bastos nos muestra una comunidad fabril en un distrito de Villarrica con parecidas características (“Hijo de Hombre”), para no acudir al consabido tema de “Karu Poka” de Julio Correa.

 

3, ANTECEDENTES CULTURO-ECONOMICOS,

a) AREAS DE CULTURA “VALLE” b) Economía y movilidad rural

A la diferencia ecológica entre los “valles” y “lomas” se suman, por tanto, caracteres típicos de economía y cultura que conviene recordar. A la antigua casona colonial del encomendero español, se sucede la estancia del propietario extranjero y a menudo ausente, en que vegeta un capataz indolente con su familia; cuereando de tiempo en tiempo alguna res, que es literalmente asimilada desde las pezuñas a los entresijos y la sangre (locro, chinchulín “mbusia”) quedando para el patrón el cuero estaqueado y seco al sol. Para las faenas periódicas de estancia, acuden los mancebos del “valle” y alguna que otra vez desde la ciudad, bajan también los patrones. Son las fiestas de marcación y los rodeos que entretienen a la peonada criolla por tres o cuatro días, en los que el aliciente lo hacen una abundante ración de carne asada (cfr. Emma Reh, op. di.) y caña a discreción. Accidentalmente, la estancia recluta del “valle” brazos por cierto tiempo, retribuyendo la prestación de servido en dinero o, lo que es más codiciado, con alguna parte en la carneada, o en trabajos mayores, algún buey o vaquilla. Hasta no hace mucho corría las calles de Villarrica una mendiga, que retribuía la limosna con una bendición sui géneris: “ta nde rymba heta” —que tengas mucho ganado—, lo que traduce mejor un módulo subsistencial.

En el poblado “valle”, la familia patriarcal y numerosa busca avecindarse a la estancia por vínculos de vario origen, o se disgrega abriendo rozados en la loma. El estanciero asume diversos status con los “vecinos” prestándoles asistencia económica (“patrón”), jurídica (“karai”), religiosa (“paíno”, “compá”) y política (“ruvicha”), formando entre hijos y compadres del valle una clientela romana bastante copiosa (casos de Caazapá, Yuty, Maciel, etc.) —cfr.: Service, E. and H., op. cit., p. 57—.

El ‘Valle” inicia en el campo el primer tipo de nucleadones urbanas (vid. “valle” y su trasunto de “pueblo”, terruño). Con la distribución de lotes por familia se da cohesión al grupo doméstico marcadamente patriarcal. Dos causas abogan por el conservadorismo de la economía “valle”: la imposibilidad de seguir los hijos el patrón económico agrícola-ganadero del padre-propietario-del-campo abandonando la casa, y la improductividad económica de una “sucesión” parcelada en dos o más generadones. Por lo cual optan los hijos por incorporar su familia a la economía del padre, que gana en prestigio y autoridad cuanto mayor sea el número de familias que se le someten. Pocas veces el padre acude al expediente de distribuir en vida su propiedad entre sus hijos y nietos, y aún después de muerto, son numerosas las sucesiones indivisas que mantienen el módulo patriarcal. Sobre un total de 112.298 explotaciones, el Censo Agropecuario de 1956 indica para el Guairá 2.240 en sucesión indivisa, contra 2.214 con título saneado, repartidas según el cuadro siguiente:

 

 

Aparte del crecido número de explotaciones en corpropiedad, llama la atención el hecho de que la misma se acentúa en las economías del “valle” y decrece en las lomas. En apoyo de este nuevo hallazgo viene el cuadro de distribución por Departamentos: sobre un total de 149.614 explotaciones censadas en todo el país, 29.394 son con título saneado y 24.0866 en sucesión indivisa, distribuidas del siguiente modo:

 

 

De ello resulta que los departamentos de mayor densidad demográfica: Central, Cordillera, Paraguarí y Guairá, por tanto con mayor índice de minifundios, son los que retienen el mayor número de sucesiones indivisas, correspondiendo por su antigüedad y economía agropecuaria al socio-tipo “valle”, mientras la proporción decrece para las economías más recientes, del tipo “loma” y predominantemente agrícolas, como Caaguazú, San Pedro, Itapúa. Por otro lado, las bajas cifras para Concepción, Misiones, Ñeembucú se explican por el hecho de ser zonas latifundiarias de economía predominantemente ganadera, en las que queda muy poco para la pequeña propiedad. El hecho de incorporarse las familias al “kóga” del padre, va creando una compleja red de prestaciones y obligaciones que confieren un carácter estatutario a la vida social y familiar. En general, no suele haber diferenciación en las ocupaciones específicas de los hombres y mujeres, distribuyendo el padre cada día las tareas a cumplir. Del número de personas empleadas en los trabajos agropecuarios (semana del Censo Agropecuaria 1956), en el Departamento del Guairá, sobre un total de 12.298 explotaciones censadas, con 34.049 trabajadores, correspondió al productor, con miembros de su familia y agregados, la cifra de 26.492, completándose con 5.520 trabajadores y empleados y 2.037 contratistas o trabajadores a destajo. (Censo Agropecuario 1956, p. 446). La circunstancia de haberse iniciado el empadronamiento en pleno período de labranza (16 de setiembre) explica el considerable número de brazos contratados fuera del hogar, el que en tiempo de receso puede reducirse a una cifra mucho menor.

 

 

En el mismo resalta el reducido número de trabajadores empleados en las explotaciones de 100 Has. y más, que en esta zona corresponden a las ganaderías, lo que confirma que el subproletariado rural que aporta la masa de trabajadores empleados y contratistas a destajo afluye nuevamente a las pequeñas economías, sin que los cuadros censales determinen el número de brazos contratados por “minga” o media, especie de trueque de prestaciones de servicio por cuadrillas (vid. Cadogan, “Caaguazú”, V. Barrios, “El Distrito de Carapeguá” y Service E. and H., “Tobatí: Paraguayan Town”).

La economía de autoabastecimiento con escaso margen de producción para la venta, el sistema de “minga” y pastaje en los campos comunales, las devociones y doctrinas de “capilla” con sus “ára santo” o fiestas patronales, los ciclos de nacimiento, bautismo, “angelito”, casamiento, defunción, “novena paha” y los “ára santo guasu” (Navidad, Semana Santa, Corpus, etc.), los “sávado ka’aru” con sus carreras y "partidos” (de fútbol), las faenas del “avati ñembiso” (molienda del maíz a mortero, hoy desplazada por el molino de mano), el “takuare’é jepiro” (corte de cañadulce), mandyju, “pety ñemon’ó” (cosechas de tiempo fijo), dan al grupo “valle” caracteres marcadamente comunitarios, acentuados por diversos tipos de asociación: por compadrazgo y vínculos de sangre, por “correlí” o vínculo político, por “irú” o relaciones recreativas, de trabajo (patrón, “ta’yra”), religiosas (capillero”), “hermano” franciscano) o delictivas (“kopi”).

El status de habilitado en la economía del padre crea en los hijos un espíritu paternalista y sumiso, manifestado en el “tupanói” (pedir la bendición) y su incapacidad de iniciativa personal (vid. infra: Cnel Martínez). La situación cambia diametralmente para con el hijo emancipado (arpista, sacerdote, militar, futbolista), a quien se hacen repetidas muestras de homenaje (el caballo, los arreos del padre, la cabecera en la mesa, el derecho de tomar la palabra). Por lo general, los hijos no traen a sus mujeres a la casa paterna, de las que el abuelo sólo rescata su prole. Si la economía de la casa permite mayor número de comensales, la unión de los hijos varones suele hacerse por matrimonio o concubinato estable. Si son muchos hijos o la tierra no prometí mayores ingresos, aquéllos optan por hacerse de mujeres por relaciones esporádicas o por rapto, formando su propio rancho en la “loma”, o las dejan con hijos por acoplamiento casual.

Las mujeres, en cambio, suelen traer a casa del padre al esposo o concubino, siendo esto motivo de pendencias y querella con los hijos varones. En los hogares más pobres, la mujer por lo común va haciéndose de hijos de padres diferentes y, en casos, desconocidos. El último en llegar no suele tener reparos en aceptar a la mujer con su familia, pues el sustento diario corre por cuenta de la mujer, echando mano de los hijos para las labores del campo.

Si bien no disponemos de estadísticas completas al respecta hemos comprobado sobre el terreno que las uniones ilegítimas y los delitos por rapto y violación son más frecuentes en el valle. Una razón podría ser la falta de emancipación de los varones, lo que puede pesar en su resolución de formar familia por matrimonio o concubinato estable. En la familia poliándrica formada por las hijas mujeres hallamos los caracteres típicos de la familia matrilineal, a la que si se añade la propiedad de la tierra, resulta el grupo matriarcal, que de hecho no es tan numeroso como se señala comúnmente. Por lo general las familias matrilineales mantienen, por el contrario, el módulo patriarcal, permaneciendo la madre y los hijos sujetos al abuelo materno o al padre eventualmente presente, y rindiendo un complicado ritual de homenajes (“tupanói”, elección de nombre, tributos (alimentos y prendas) al grupo paterno. Si la mujer allega mayores ganancias que el hombre, pronto se desembaraza de su autoridad, y hay motes despectivos que traducen su emancipación: “tekove sayju” (amarillo de vermes), “mboriahu api” (podre diablo).

El alto promedio de uniones ilegítimas constatado por Emma Reh Piribebuy, típica comunidad “valle”, se debería a juicio de la autora a que las gestiones prenupciales importan una erogación sólo posible a las clases económicas privilegiadas: “aún los casamientos más sencillos resultan caros para una familia pobre; y hasta las familias de buen pasar encuentran que el casamiento es un sacrificio económico. Como el costo es una barrera económica para el matrimonio, la ceremonia legal, con sus numerosos obstáculos tiende a ser un hijo de las clases media y alta” (Reh, Emma, “Vida rural en el Paraguay”, p. 17). Estamos de acuerdo en la índole económica de los obstáculos al matrimonio legítimo, pero la causa mencionada nos parece de poca monta para un evento de tanta trascendencia en la vida familiar, máxime teniendo presente el espíritu comunitario con que se afrontan dichos gastos en pueblos de campaña, en los que desde las sillas para los convidados hasta buena parte de los manjares y el vestuario salen de los vecinos. Además, nada impediría en todo caso la celebración del matrimonio civil. A juicio nuestro, el desmedido celo con que en el valle se defiende del matrimonio al hijo varón y se estimula el matrimonio de las hijas, revela el temor familiar de tener que aceptar mayor número de comensales; además, el nivel económico no cuenta si el padre puede transferir una pequeña parcela de su propiedad a la nueva familia. Removido el obstáculo, hemos podido comprobar que las mismas familias con hijos amancebados en el valle, tienden a favorecer el matrimonio de éstos al incorporarse a economías más sólidas (vid. infra. “Capellán” y “Guayakí”).

Cuando se infringe esta empírica norma de subsistencia, y los hijos allegan inconsideradamente sus respectivas familias al “kóga” del padre, pueden originarse situaciones de verdadero apremio. O se optará por la división del terreno en minifundios virtualmente improductivos por su dimensión irrisoria, (Carovení, Tuyutí, Caundy y otras compañías de Villarrica), con menos de 1/4 de Ha. por familia, o se sufrirá estoicamente la multiplicación de comensales sobre el terreno exhausto, (caso de una familia patriarcal en Pérez Cardozo, con siete familias completas en casa del padre anciano, viviendo de los productos de un terreno de aproximadamente 12 Has. que para mayor ironía, estaba denunciado al Instituto de Bienestar Rural como latifundio por los vecinos sin tierra, y actualmente en trance de ser fraccionado).

Esta economía patriarcal, que pone a los hijos adultos y con familia en situación de minoridad permanente, nos parece ser la causa preponderante del infantilismo proverbial del campesino “valle”, con prioridad a las posibles consecuencias de las familias sin padre, tema común de especulaciones a propósito. Muy lejos de estimular un temperamento sumiso en sus hijos las madres solteras y emancipadas, son ellas las que imponen el status familiar privilegiado del hijo varón, (“kuimba’emi anga niko” = el pobrecito es varón) por razones fáciles de desentrañar. Desde los doce a catorce años, el hijo asume el rol de padre en la casa, recayendo en él muchas faenas masculinas (labranza, tala de árboles, mercadeo de ciertos productos que insumen jornadas enteras, como el carbón y la cañadulce), lo que genera el matonismo y espíritu despótico de los esposos sin padre, espectáculo común en la campaña, o cuando menos, un espíritu de mayor independencia y autonomía que en el grupo patriarcal.

Hemos constatado también un fuerte complejo edípico en estos adultos manumitidos al padre, lo contario de la sumisa veneración inculcada por la madre en el hijo natural, y que se manifiesta en el folclor y la anécdota familiar en múltiples formas: el padre vicioso que malbarata el sacrificio de la madre, el padre que engaña a su madre casándose con otra, o el hijo que sale en defensa de la madre, o el que abandona el hogar por la presencia de un padre extraño, etc.

Para una historia del psicoanálisis del delito en Paraguay, podríamos proponer dos casos típicos que ejemplifican lo anterior:

1 — El caso de A.R.R., procesado por homicidio en Acahay, con ficha penitenciaria de la Penitenciaría Nacional de Tacumbú, fecha 1958, de cuya ficha psiquiátrica anexa extraemos lo siguiente: A.R.R., con su cuadro antropométrico y síndrome configurativo del tipo esquizoide-paranoide (informes de varias sesiones realizadas por los doctores Prof. Dionisio González Torres y Prof. Isaac Cegla por separado), trabajaba de peón en una granja cuyo dueño, un señor de cierta edad, vivía con su mujer y sus hijos, una de las cuales, una niña de diez años, había recibido de A.R.R., reiteradas propuestas del mantener relación carnal sin ningún éxito de parte de la niña.

El paciente, que revela al examen síntomas de alucinación y profetismo, relata que la niña en cuestión mantenía comercio carnal con su padre, a quien él veía todas las noches regresar a su casa en forma de “luisón” (hombre-lobo) y en tal apariencia poseer a la chica, en presencia de su madre y hermanos. Por lo cual él, en su relatorio, se impuso rescatar a la niña del abominable comercio con su progenitor, y le propuso “fugarse con él” hasta Ybytymí, “donde se casarían”, a lo que ella le respondió espantada “que si él estaba en sus cabales para proponerle cosa tan vergonzosa”. Por lo que una vez, siempre en el relato del paciente, y conocedor el padre de que su ilícito comercio con la hija había sido descubierto por A.R.R., decidió eliminar a su peón, y una noche se abalanzó sobre él asumiendo nuevamente su forma de “luisón” (sic) como para matarlo, pero él tuvo tiempo de esgrimir su machete “ha'a kopi hese” (lo maté a pedazos). Inmediatamente y como por encanto, el muerto reasume su forma humana, ante el espanto de A .R.R., que al ver a su patrón muerto por él se da a la fuga, siendo poco después alcanzado por cuadrillas policiales.

En su ficha penitenciaria, leemos que A.R.R., hombre de cincuenta años y más, soltero, “agricultor”, es hijo legítimo, analfabeto, sin antecedente judicial ni penitenciario. Es fácil percatarse de la marcada proyección edípica del caso, con la peculiaridad del desplazamiento del complejo en la figura del “suegro”, viejo tema de mitología desde el cuadro bíblico de Jacob en casa de Labán, Teseo, Ariadna y el Minotauro (de similitud asombrosa con el caso), hasta las mocedades de Rodrigo y múltiples figuras en la literatura romántica. Su condición

personal de analfabeto y paranoide contribuyó a hacerlo más permeable al mito del “luisón”, por donde halló coyuntura para liberar su erotismo reprimido (típico motivo freudiano) trocando su situación de villano por la del héroe.

Desde la obra clásica de Sir James Frazer, The Golden Bough, a las aportaciones de Freud con su teoría de la “libido”, los estudios de Malinowski y Lévy-Bruhl sobre las formas del pensamiento preconceptual, y las síntesis más recientes de Erich Fromm, “The Fear of Freedom” (traducción española FCE de México), “Sex and Character Karl Abrahm, “Traum und Mythus”, Otto Rank, “Das Inzest Motiv in Dichtung und Sage”, Roger Bastide, “Sociologie et Psychanalyse” (Presse Universitaire de France, 1950) y G. Germani, “Estudios de Psicología Social”, Universidad Nacional de México, son éstos temas bastante vulgarizados para exigir una argumentación completiva al respecto.

2 — “J.B.B., agricultor de 53 años de edad, había contraído enlace con Da. M. de la C.A., de la que tuvo cuatro hijos: María Audora, Ana de Jesús, Hipólito y Verónica. En una ocasión la hija menor (Verónica) de 14 años de edad, llamó al hermano (Hipólito) de 19 años, manifestándole que su padre (J.B.) la asediaba constantemente en su afán de mantener con ella relaciones impúdicas y que ella sorprendida había rechazado las insólitas insinuaciones. Su hermano le prometió hablar con el padre. Al día siguiente Hipólito mantuvo con su progenitor una entrevista reprochándole tan grave proceder. Este prometió enmendarse. Días después Verónica comunicó al hermano que su padre nuevamente le había molestado con mayor insistencia en su intento de mantener con ella relaciones camales. Hipólito vuelve a hablar con él y rudamente el padre le espeta lo siguiente: “nda pende gustáiro la karia’y porte po juka pata” (si no les gusta la conducta de varón los mataré a todos). Al día siguiente aproximadamente a las 10,30 hs. de la mañana, a la vista de todos, vuelve el padre de la capuera y estira violentamente a Verónica y la lleva hacia el dormitorio. Esta grita y se resiste, pero el padre la golpea y la tira sobre la cama pretendiendo ultrajarla. A los gritos de Verónica, acude Hipólito rogando al padre que la deje en paz. Bautista enfurecido arremete con un machete en contra de su hijo que trata de esquivar los golpes. Cuando éste se sintió alcanzado por varios machetazos y viéndose acorralado tomó desesperadamente un cuchillo de pelar mandioca que se hallaba en una mesita y asestó al padre una puñalada que le interesó órganos vitales. Acudió la madre y juntos alzaron al herido en la cama donde falleció poco después. Llamada a declarar la señora M. de la C., confiesa que su marido tiempo atrás había poseído a la fuerza a su hija mayor María Audora cuando ésta tenía 15 años de edad, dándole dos hijos, el mayor de los cuales se llama Elíseo y tiene actualmente 17 años, y la menor Isabel tiene 14 años (la misma edad de Verónica). Ambos vivían en la casa y venían a constituir hijos y nietos a la vez de J.B. Los dos fueron reconocidos por el padre, no así por la madre, que un día desapareció de la casa manifestando que no quería seguir teniendo hijos de su progenitor. Pero el caso no para ahí. También declaró la señora M. de la C. que su marido había ultrajado también a su segunda hija Ana de Jesús, cuando ésta tenía 14 años. Afortunadamente ésta no tuvo hijos del progenitor y hastiada de la situación pidió dinero a la madre y fue a la capital. Hace 12 años que tampoco se sabe su paradero. Siguió manifestando la señora que su marido andaba molestando a su nieta-hija Isabel, pero principalmente centraba su morbosa pasión en su hija Verónica, a quien acosaba sistemáticamente desde la edad de 12 años. Expresó doña M. de la C. que nunca se había atrevido a decirle nada al cónyuge porque éste la tenía amenazada de muerte. “Mi hijo—dice—no se había percatado de lo ocurrido con sus hermanas mayores en razón de tener aún muy corta edad. Pero con Verónica se dio cuenta de la situación e intercedió por ella. Cuando sucedió la tragedia ni mi marido ni mi hijo estaban ebrios”. (De “ANTORCHA”, Villarrica, 16 - Set. - 64, s/tí.: TREMENDO DRAMA FAMILIAR).

Como el caso anterior, este cuadro morboso ilustra situaciones extremas a las que puede llegar el “edipo” en un grupo “valle”, produciéndose en este caso una reversión del paradigma clínico propuesto por Freud en el par Electra-Agamenón, como réplica femenina al de Edipo-Yocasta.

Por lo demás, no se han de aplicar indiscriminadamente patrones morales exóticos, de dudosa vigencia en medios rurales en que el diálogo y las formas verbales en uso no trasuntan una madurez conceptual, indicando, en cambio, presumiblemente formas mentales prelógicas, similares a las que nos hacen comprensible, si no aceptable, la historia bíblica de las hijas de Lot, o las aberraciones de la Hélade pre-Sófocles.

De las tradiciones mbya-guaraní, Cadogan transcribe una estereotipa de proceso penal por infidelidad:

"Vietima: Che ra’ychy ojava ty ra’e ava reve. A’e va’e aipota reikuaapota i. A’e ramo va’erA chevy a’eve.

(He aquí que mi esposa se ha fugado con un hombre. Esta cosa quiero que la investigues. Si así se hace, será de mi agrado).

Dirigente: A’eve iño katu; jaikuaa-pota iño va’erA. (A sus soldados): Ñei, a’e ramo, tapeó peikuaa-pota i. Peupity águi perojevy mokOi ve i.

(Está muy bien, hemos de investigar lo ocurrido. (A sus soldados): Bien, siendo así ved a investigar. De donde los alcancéis, traed de vuelta a ambos).

Se ausentan los soldados y vuelven con la pareja.

Dirigente: Peupity ño pa?

(¿Les dieron alcance, efectivamente?)

Soldados: Ta, roupity ño ko, añEte.

(Sí, les alcanzamos, efectivamente).

Dirigente: Néi, a’eramo, pejoir AgE apy; pejo pa i rAgE, kunumi ngue i, kuñatai ngue i, yvyra’ija kuéry, tachayvu rAgE petEi i.

(Pues bien, venid todos acá un momento; mozos, mozas, señores, permitid que os dirija la palabra durante un momento).

A los fugitivos: MarA rami rupi nda’u pejava? Mova’E rAgE nda’u omboypy i araka’e, pejoguero-java AguA? A’e va’e aipota pemombe’u porA’i chevy.

(¿Por qué motivo fue que os fugásteis? ¿Quién concibió originariamente la idea de que os fugaseis? Esto es lo que quiero que me expliquéis en buena forma.

Los fugitivos: Jovái ve i rojoayu ae ma vy a’e rami roiko.

(Por habernos amado mutuamente en buena forma es que hemos procedido así).

Dirigente, al hombre: Néi, ne mba’e rei remboacha ño va’era, embireko reve reiko i ramo ae ma. Nde py’aguachu i vy ae ma a’e ramo reiko. A’e rami eY ramo, ere ñenupA ño va’era.

(Bien, darás en cantidad objetos de tu propiedad por haber convivido efectivamente con su mujer. Verdaderamente, tienes coraje para proceder de esta forma. En caso contrario, recibirás azotes en cantidad).

Fugitivo, (a la víctima): A rire, ame’E ramo nda’u, torypapy porA jevy nda’u japyta reegua?

(Y bien, si doy (mis objetos) volveremos a vivir en buena armonía?)

Víctima: Torypápy porA i Japyta va’erA.

(En buena armonía hemos de vivir),

Dirigente: A’eve i ma katu, a’e ramo.

(Siendo así, está arreglado el asunto).

(Ayvu rapyta, Ñande reko rA oeja va’ekue Ñande Ru porA kuéry, p. 116 y sgte.).

Hasta hoy, si alguien comete un delito de sangre, dicen de él que "o je desgraciá” (se desgració), y un vecino del barrio San Miguel, en Villarrica, al comentar que su hijo había cometido un homicidio, expresaba que “oiko niko la muerto i” (ocurrió una “pequeña” muerte). Si hay rateros que merodean el sembrado, “heta tekove tie’y” (hay muchos picaros). Los que roban a mano armada “i katupyry” (son ligeros de pies y manos). La hija que vive en concubinato, “o ñe acompañá” (vive acompañada), y el estafador tan sólo “o porombo tavy, (toma la gente por estúpida). El que encuentra alguna prenda o dinero perdido, “i suerte ko'é” (amaneció de suerte). En cambio, nadie consentiría en pasar por “añamembyre” (hijo de diabla), la imprecación “tekove sayju” (amarillo de vermes) —cosa común por otra parte—, puede valer una puñalada. El que ha asesinado “i kuimba’e pa ramo” (acaba de hacerse hombre). En la Penitenciaría de Tacumbú, hemos podido constatar en reiteradas ocasiones las jerarquías sociales establecidas entre los grupos de internos. Los de más rango y prestigio, eran los procesados por delitos de sangre. En segundo lugar, los violadores (kuimba’e porte = cosas de hombre). En tercer rango, los cuatreros, no considerados ladrones porque actúan en banda y suelen hacer gala de temeridad; además, son los que afrontan y a veces hostigan a la “autoridad”. En cuarto lugar, los demorados por delitos políticos, con los que no se mantiene mayor relación porque casi siempre proceden de la clase media o alta y tienen un trato preferencial. En último término, los ladrones y rateros, segregados por los grupos superiores y doblegados a su servicio.

En las familias matrilineales, el problema vocacional de los hijos no asume los caracteres dramáticos que presenta en la ciudad, donde las madres compiten por colocar a sus hijos, en particular a sus hijas, con alguna familia que corra con su educación y sustento, a trueque de cualquier servicio. En el valle, las madres prolíficas orientan la vocación de los varones al sacerdocio o al ejército —la policía no goza de igual concurrencia. (V. “tahachi” en “Caaguazú”, op. cit.). Sin embargo, muchas madres miran con recelo la carrera militar porque desarraiga a los hijos de su medio, y su ingreso por matrimonio a clases privilegiadas los segrega económica y culturalmente de la familia. El desiderátum continúa siendo la carrera eclesiástica, un tanto por el prestigio que comporta tener un hijo sacerdote, y otro mucho porque su soltería revierte sus ingresos al grupo familiar y es más el hijo de su madre.

En cambio, el temperamento “loma” más autónomo y libre, no confiere el mismo rango a estas profesiones, y hay duda de que de buena fe las madres de la loma pongan a sus hijos en el Seminario. De un total de 59 alumnos inscriptos en el Seminario Menor de Villarrica, en 1963, tan sólo seis habían alcanzado el 6º curso, de los cuales tres abandonaron el Seminario al recibirse de bachilleres y el cuarto lo hizo a comienzos del siguiente año. Los dos perseverantes, fueron becados al Seminario Metropolitano de Asunción, para estudios superiores de teología por seis años, en los que siguiendo el promedio de defecciones, cabe esperar otro retiro más antes de la ordenación: con lo que en el mejor de los casos saldría un sacerdote de una promoción originaria de 59, lo que da un promedio del 1,6% de vocaciones auténticas.

Por lo general, el valle es comunidad sedentaria y claustral, organizada en orden a un complejo de estructuras fijas, y su población rara vez emigra. Por la reiterada ocurrencia de matrimonios entre vecinos, en pocas generaciones el valle se concentra en una docena de apellidos, confiriendo una característica tribal y endógama al poblado. (v. Emma Reh, op. cit.). Esto consolida los grupos de influencia y es causa de las pocas formas delictivas “en banda” que se dan en el país.

El comportamiento tribal y el escaso índice de autodeterminación que acusa el hombre “valle” difiere absolutamente del tipo “loma”, irreductible y díscolo (ka’ayngua’) pero capaz de asumir una actitud personal.

El apego al valle es proverbial y lugar común en el folklore y el refranero popular. El grito de “¡ha che valle!” trasunta la nostalgia incurable del emigrado que tarde o temprano buscará de nuevo su terruño. En tanto que el hombre “loma” tiende más al tipo del arribeño sin Dios ni ley (“añambaraka” = sonaja del diablo).

b) ECONOMIA Y MOVILIDAD RURAL. Con el empobrecimiento del país desde el siglo XVIII, la única economía noble corresponde a las ganaderías, que insumen la totalidad de las tierras de pastoreo y muchas de labranza. Dicha situación se empeora con el enajenamiento de las tierras públicas al fin de la Guerra Grande, y la depauperación progresiva del pequeño propietario, lo que le obliga a vender su minifundio y refugiarse en la ciudad o en las comunidades de la loma.

Del elocuente artículo sobre la “Situación de la agricultura en el Paraguay”, de Manuel Benítez González (“Movilidad social y el medio agrario paraguayo”, 1964) desglosamos lo siguiente:

 

 

NOTAS

(1)     v. Diagrama y vista general del paisaje guaireño; a) el valle o llano; b) sus cauces de agua y bosques bajos; c) las islas; d) la loma con los sembrados y bosques y e) los cerros o montes altos cubiertos de bosques. (Gráf. 1 y 2).

(2)     Sobre el particular, sólo hacemos una recensión de las conclusiones de Branka J. Susnik, en sus libros: “Apuntos de Etnografía Paraguaya”, 1961, (mimeograf.), y “El indio colonial del Paraguay”, 1965, que consideramos las más valiosas y sobre módulos objetivos.

 


 

CONCLUSIÓN

En esta larga cita de datos y hechos, hemos seguido intencionalmente un método descriptivo-comparativo, similar al de las ciencias antropológicas, pero sin detenernos en puntos que no hacen el caso, buscando los lineamientos estructurales de un proceso más vasto que el ámbito circunstancial de un poblado o caso-tipo. Tratábamos con ello de eludir las generalizaciones conceptuales de logia totalista y de gabinete que todavía no parece dispuesta a considerar los hechos sociales como circunstanciados por el su correlato socio-temporal. Si en algunos casos, en beneficio de mayor claridad, hemos adelantado algunas constantes o “leyes” socio-económicas para ciertos grupos rurales, no ha sido más que para orientar en la lectura de los casos y hechos referidos, ayudando a interpretar sus leyes íntimas a nivel de una problemática de las ciencias sociales, abandonando el detalle al investigador,

Si bien los hechos que apuntamos han sido estudiados con carácter zonal y específico, buscando el dato próximo y siempre verificable, las conclusiones pueden tener vigencia en un ámbito mayor, sin que por ello digamos nacional. Por más que se insista y se haya insistido en la similitud y homogeneidad de nuestra sociología rural, no creemos que ésta pueda ser comprendida por vía de simplificaciones o generalizaciones. Ya es tiempo de bajar de los rotundos al plano de la realidad siempre cambiante y más contradictoria que lo que pueda aparecer a vuelo de pájaro. Por más simples que aparezcan los hechos en una sociedad primitiva, no en el carácter gregario y total que muchos pretenden ver en ellos, y más de un especialista se ha despistado en la exacta de nuestras formas rurales de vida.

Los patrones estructurales que hemos escogido para nuestra de los grupos rurales del Guairá, o cuando mucho, la Zona central del Oriente paraguayo, no son los únicos, ni acaso versalmente valederos, pero en el caso nuestro, nos han parecido de mucha utilidad para crear dos polos dinámicos en la configuración de los grupos rurales. No son simples desdoblamientos del paisaje, sino términos de comprensión de las determinantes ecológicas sobre esos mismos grupos. Pero tan pronto se les asigna al “valle” y la “loma” un valor operativo, promueven una aceleración de sus rasgos distintivos, sobre los que ya no hemos de insistir; aunque conviene recordar que los caracteres de consecuencia y estabilidad, los valores de tradición y apego al terruño, coinciden más con el socio-tipo “valle”, lo mismo que su correlato negativo: psicología gregaria y tribal, paternalismo y escasa automía moral. En tanto que al socio-tipo “loma” con sus estructuras más dinámicas y cambiantes, corresponde un mayor índice de iniciativa personal, permeabilidad a la comunicación y espíritu de empresa; y sus consiguientes residuos de criminalidad y desarraigo.

Y ya en el campo de la comunicación, toda labor de planificación económica y cultural, todo trabajo social y por ende, político, ha de conocer más a fondo las constantes estructurales de nuestra sociología rural, si se busca una eficaz comunicación con sus individuos y grupos permanentes. A través de los tipos esbozados en nuestra clasificación, se podrá apreciar la vigencia o no según el caso, de ciertas leyes y teorías modernas de la información. Es evidente que en el valle la comunicación, ha de ir por el “tiro de doble efecto” o el principio del “two steps flow” propuesto por Lazarsfield y de acuerdo a las observaciones de Eisenstadt para ciertas tribus de inmigrantes en Israel; esto es: “para ser eficaz toda comunicación, especialmente cuando se busca la realización de funciones particulares, debe a) tener un efecto positivo en el sentido de las aspiraciones y de las identificaciones concebidas por los destinatarios en materia de rango social (en otros términos, debe ser compatible con la imagen que los interesados se forman de este rango social y con sus aspiraciones); b) ser emitida o transmitida por minorías que gocen de un gran prestigio; c) ser compatible con las tendencias| culturales y los intereses sociales de las élites, d) ser transmitida por las élites, por vía de relaciones personales primarias, combinadas con las relaciones que existen ya entre las élites y la masa, o e) ser asimilada, por interacción personal, en el cuadro de grupos y de relaciones primarias” (“Quelques problémes de communication en Israel”, artículo citado, en “Revue Internationale des Scienses Sociales”, Unesco, vol. XIV. N° 2, 1962).

Es lo que han comprendido al parecer ciertos organismos técnicos que como los clubes “4-C”, el PAEN (Proyecto de Alimentación y Educación Nutricional) y otros, buscan la aproximación directa y la constitución en cada zona de sus propios líderes rurales, que no han de ser improvisados, sino mejor, “descubiertos” en el seno de su comunidad, e incorporados a esta dinámica de información que, como el nombre lo indica, tiene por misión “dar forma” a procesos sociales aún sin cristalizar.

En esta labor informativa, ha de tenerse en cuenta el obstáculo que presentan a la comunicación las circunstancias de un mal llamado bilingüismo, con sus presupuestos de “traducción” y “comprensión”. Acaso en esto toque buena parte a las escuelas o centros docentes, que no han de marginar el guaraní o el “yopará” como problema para el aprendizaje del español, sino partir de las vivencias primarias del niño o el adulto en su caso, que son recogidas en guaraní, para ir proponiendo gradualmente por vía de similitud las formas expresivas del idioma foráneo. Pero traducir es conocer las luyes íntimas de ambos idiomas, pues si no, corremos el riesgo de construir anfibologías absurdas y no tanto desfiguremos el lenguaje como lo que es peor, desfiguremos la comunicación, o el nexo de significados y significantes sin el cual el diálogo parece una aventura imposible. Pero entre nosotros, ¿cuántos han estudiado gramática guaraní, y cuántos menos han hecho tan siquiera escarceos en el aprendizaje de sus leyes lingüísticas? Pues, quiérase o no, el guaraní o su forma híbrida popular, sigue siendo el idioma del Paraguay, y no hay más bilingüismo que el de una población urbana que no alcanza al 25% de la masa campesina, que lee y escribe el castellano sin hacerlo suyo todavía. Muy distinta fue la actitud de un Montoya o de los doctrineros jesuitas y franciscanos de la Colonia, que ante todo se preocupaban de desentrañar la psicología de sus neófitos a través de sus leyes expresivas. Fuera de la labor encomiable y solitaria de un Padre Guasch, nuestro tiempo ha dado la espalda al problema, dejándolo a ser resuelto por vías de hecho.

Por otro lado, la aparente apertura del hombre de la loma a una comunicación directa, no ha de hacer olvidar que el mismo sigue siendo ante todo un primitivo, esto es, un hombre para quien ciertas formas lógicas no han penetrado aún su inteligencia, encandilada ante la presencia de lo momentáneo y circunstancial. Antes de transmitirle significados, conviene procurar su asentamiento con caracteres de permanencia en la comunidad de su elección, pues sin grupos sociales estables e integrados no puede producirse una civilización que es obra de ciudadanos, esto es, de gente arraigada al medio y al grupo comunitario. Esto toca más a una política sana e inteligente de colonización, que tenga a mano orientadores sociales y urbanistas con sentido de realidad, promoviendo la dinámica de los grupos rurales no tanto hacia el mercado remoto, nacional o internacional, cuanto a formas centrípetas y convergentes de vida en comunidad y economía zonal. Mientras esto no suceda, el hombre “loma” seguirá itinerante y sin arraigo, talando nuevos montes y perdiéndose en la selva, en busca de su “yvy marAe’Y” sin retorno.

Precisamente, por ser el hombre “valle” oriundo de una cultura comunitaria y semitribal, con ethos agropecuario y lazos afectivo-estamentarios claramente definidos, sería un irremisible error expulsarlo al monte, disociante y extraño a su hábitat tradicional, haciéndolo víctima de profundos desgarramientos culturo-afectivos que no pueden sino perjudicar, perdiendo la estupenda oportunidad de conservar nuestros poblados del valle, llenos de tradición y de cultura (cultura de señorío y prendas espirituales que no se improvisan en una generación). Para salvar a los pueblos del valle, no aprovechan las fábricas y economías de empresa que en vez de congregar, anillan los estamentos y lazos culturales, sustituidos por la relación capital-trabajo, patrón-obrero. Lo que precisan nuestros pueblos “valle” son sus campos comunales y restituir a la familia tu economía agropecuaria, por una racional y progresiva reforma agraria que rescate los campos de la Región Oriental, para distribuirlos en parcelas menores a los poblados y vecindarios a fin de devolverles su tipo de cultura de subsistencia, emancipándolos de las eventualidades de un mercado que tardará aún mucho en llegar. Una Reforma Agraria que se oriente por los montes, dejando al lado el latifundio del llano como un tabú económico que no se ha de remover, no parece la más llamada a dar la solución eficaz del problema agrario en Paraguay, que no es tanto problema de tierras para sembrar (ni hay mercado suficiente para ello) cuanto de tierras para vivir; y la vida en el campo ha sido secularmente agropecuaria, hasta su distorsión y ruina presente. Para ello no precisan soluciones dramáticas. El Paraguay, por fortuna, sigue siendo país de inmigración. 400.000 Km2 para 149.614 explotaciones rurales, hay todavía buena tierra para una reforma sin carteles estridentes. Ni la gran explotación ganadera tiene por qué temer.

En su análisis inserto a los guarismos del Censo Agropecuario de 1956, los organismos técnicos han terminado por señalar las inmejorables ventajas de las tierras del Chaco para la gran explotación y las industrias pecuarias. Pero el Oriente paraguayo ha de ser rescatado progresivamente de las formas latifundistas de explotación para consolidar las economías extenuadas de los pueblos del valle.

Lo que hoy se presenta como una meta envidiable para los pobladores de la loma, ha sido un viejo patrimonio del valle plasmado hace dos siglos con las “reducciones” y “doctrinas”, y sería ingrato devolver a los hijos del valle después de dos siglos, a la selva de la que se los había rescatado con tanto tino y esfuerzo. El poblado valle no es de ninguna manera un vecindario en vías de formación, sino una comunidad perfectamente integrada que, privada de medios de subsistencia, se halla en franco proceso de involución. No precisa que se le presten formas o estructuras, que le son connaturales y están arraigadas a su tradición; sólo hace falta que esas estructuras sabiamente dispuestas sean otra vez “puestas en marcha”, en una dinámica evolutiva que conlleve sus valores y sus leyes íntimas de identificación. El pueblo valle no es el reducto de una horda salvaje, sino un conglomerado humano homogéneo y con identidad propia, celoso heredero de un patrimonio cultural y afectivo que lo enraíza al terruño y es causa de su orgullo obstinado y aparentemente absurdo. No han de ser interpretados sus síntomas de saturación y crisis como las leyes causales de su configuración, como no se ha de definir la biología por sus formas patológicas. El “valle” es un organismo que vivió, tuvo su apogeo y ahora vegeta entre sus ruinas aguardando el golpe de gracia que lo sepulte en el pretérito. No pretendemos la resurrección de la República de Platón entre los guaraníes, pero sí consideramos que la idiosincrasia del “valle”, plasmada con caracteres tan peculiares que le dan rango de singular e inédita en la sociología americana, acentuada por el ambiente claustral y austero del Paraguay anterior a 1870, y socializada aún más si se puede con la bancarrota posterior a la guerra, no es un capital que pueda malbaratarse inconsideradamente. Por el contrario, en estos pueblos dormidos a la vera del camino creemos que está latente toda la virtualidad de una estirpe. A diferencia de los Service, que no ven en el campesino más que al agricultor nomádico, para nosotros atributos de la “loma”, creemos que los pueblos del “valle”, con todo su ethos sedentario y comunal, son los auténticos depositarios de nuestros atributos de nación, y no de colonia agraria desmemoriada e impersonal. El sentido regionalista y excluyente, el “ha che valle” nostálgico y pletórico de emulación, que lanza a nuestros músicos trotamundos en pos de una gloria esquiva y lejana, para volver a su pueblo con un frasco de “extracto” para la madre y un presente para los amigos y vecinos; la ingenua confianza , de que el paisaje de su valle no tiene igual en el mundo y que los zumos en agraz de las frutas del campo saben mejor que los vinos del Rhin, mal se acomoda a la etopeya del agricultor trashumante, tan ajeno al valle como puede serlo de un inglés, y que tendrá que aguardar mucho para añejar el señorío y gallardo estilo de vivir y morir que puede hallarse en cualquiera de los pobladores del valle.

Una sociología diferencial, una visión más nítida de nuestra realidad se impone para no cometer imperdonables omisiones. Y entre todas las formas de cultura rural, la que más clama comprensión para ser redimida, es la cultura del valle; ya es tiempo de que no se hable más del campesino a bulto, como un ser sacado del montón, sin percatarse de sus rasgos diferenciales, en circunstancias, notables.

Si se ha de buscar la comunicación con este campesino, tendrá que ser igualmente respetando sus formas y procesos mentales, manejando sus valores y acercándose a su dinámica de grupo, a través de sus leyes estructurales. Mientras el hombre “valle” es campana dura de tañer, pero que emite su propio sonido, el de la “loma” es sensible a la sugestión, pero suena con voces ajenas. El uno es tardo en comprender. El otro es ligero en olvidar.

Los Service lamentan tener que terminar su trabajo con un augurio de triste tono: ““Paraguay seems destined to remain subordínate with respect to its relations with other nations”. No podía ser de otro modo, al haber equivocado la comprensión de nuestra realidad, estudiándola como economía de mercado. Nosotros, que tuvimos el singular privilegio de conocer y mezclamos con nuestros pueblos del valle, que apreciamos lo que guardan de tradición y de cultura, no podemos menos que terminar con un canto de optimismo: cuando estos pueblos vuelvan a estructurar su economía agropecuaria, economía de subsistencia antes que de mercado, han de consolidar sus viejas instituciones y dar nuevo aliento a su espíritu regionalista y comunal. Mejorando el standard de vida en el pueblo del valle, las compañías y colonias de la loma tendrán mercado más próximo que el siempre reducido núcleo de la capital, y entonces al fin se podrá intentar el establecimiento definitivo del agricultor nomádico de la loma, al crear dos tipos económicos subsidiarios: el pequeño productor agropecuario y la explotación agrícola y forestal, en vez de la agricultura minifundiaria y masiva que, por fuerza, no genera más dinámica que la de expulsión, en busca de un hipotético mercado exterior.

El Paraguay no está destinado a subordinarse perpetuamente, siempre que atienda a las formas socio-dinámicas del valle, con arraigado y maduro ethos autónomo y convergente. No ha de lanzarse apresuradamente a la carrera de la producción —siempre condicionada por el mercado exterior—, sino acrecentar y fortalecer sus posibles centros de consumo, los que no se encuentran en la capital, sino en los pueblos macilentos del valle. Con esto no auspiciamos una economía celular, y de espaldas al mercado exterior, lo que sería en la actualidad una utopía, pero mal se puede abrir una economía a la libre competencia sin antes dotarla de sólidos resguardos desde puertas adentro.

Cuando dejemos de ser adolescentes y alcancemos un período de adultez y autonomía —que ha de ser siempre, naturalmente, condicionada y relativa—, la reserva moral y los más nobles valores de nuestra nacionalidad vendrán, como lo ha sido siempre, de los pueblos del valle, no sesteando macilentos al borde de los caminos, sino promovidos como unidad dinámica en la marcha de una nación.


 

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INDICE

Prólogo     

Nota preliminar a la nueva edición

Introducción       

EL VALLE Y LA LOMA

I. Comunicación. Concepto. Metodología y plan de trabajo

II.      Comunicación y comunidades rurales      

III.     Sociología rural en Paraguay 

IV.    Constantes estructurales en sociología rural.

Los “valles” y “lomas”. Antecedentes geopolíticos.

Antecedentes culturales y económicos     

V. El contexto valle-loma. Coronel Martínez y Pérez

Cardozo, pueblos “valle”       

VI. El contexto valle-loma en áreas rurales:

Caundy-Capellán Cardozo

VII.   Nuevas estructuras de loma: Las colonias “Guayakí”

Conclusión        

Bibliografía         

Fuentes      

CULTURAS DE LA SELVA. 1975/1979 (Enlace interno)

I       

II              

III              

I V   

Bibliographic      

Testimonios recogidos 

 

 

 

 


ARTÍCULO PUBLICADO EN ABC COLOR SOBRE LA REEDICIÓN 2013

DEL LIBRO:

 

EL VALLE, LA LOMA DE RAMIRO DOMÍNGUEZ


Por VÍCTOR-JACINTO FLECHA

 

            El clásico El valle y la loma, de Ramiro Domínguez, acaba de ser reeditado en la Colección de la Academia Paraguaya de la Lengua Española.


            Con la aparición de este estudio, en 1966, se desnudó la escenografía decorativa de un paisaje idílico y totalizador que el nacionalismo implantó en el país. Debido a esta ideología denegadora de la realidad, no resultó, entonces, nada extraño que la producción de los análisis históricos antropológicos, sociales, hayan sido, "tanto por su volumen de producción como por su continuidad en el tratamiento de sus problemas", un conjunto insignificante, como lo ha constatado un estudio bibliográfico (Meliá/Palau, 1975).

            Los primeros análisis sociales y antropológicos, fuera de la ideología nacionalista oficial, fueron realizados por extranjeros, y en la mayoría de los casos pasaron desapercibidos por la "inteligencia" paraguaya. El eso del antropólogo francés Alfred Metraux puede ser un ejemplo. El libro La civilisation matérialle des tribus Tupí-Guaraní (1928) e innumerables artículos científicos del mismo autor no fueron traducidos y fueron casi desconocidos en el medió intelectual paraguayo, a no ser por alguna excepción, como la del guaireño León Cadogan. En realidad, no se encuentran rastros de una lectura más generalizada en el medio paraguayo, sino que a partir de la década de los años 60.

            En los estudios antropológicos, la gran revolución la hace Branka Susnik, con su monumental El indio colonial en el Paraguay, cuyo primer tomo lo publica en 1965, El indio colonial; el segundo, en 1966, Los trece pueblos Guaraníes de las Misiones; y el tercero, El Chaqueño: Guaycurúes y Chanés-Arawak (1971). Por primera vez en la historia social y antropológica del Paraguay se presenta la historia de un enfrentamiento antes que un mestizaje. Otro libro que revolucionará la visión del indígena será Ayvu Rapyta (1959) de León Cadogan, en el que se descubre por primera vez en el país la riqueza de la palabra de los Guaraníes, con sus cantos sagrados. También la aparición de la Revista Paraguaya de Sociología (1964), dirigida por Domingo Rivarola, y del Suplemento Antropológico del Ateneo Paraguayo (1965). En el marco de estos aportes, la naciente sociología paraguaya, a diferencia de la antropología, todavía estaba prisionera dentro de un análisis cuantitativo y descriptivo de la realidad paraguaya.


            UNA REVOLUCIÓN


            Si bien Ramiro hace uso de los trabajos de Susnik y de Cadogan, abre su propio camino, desde perspectivas antropológicas, para develar, el ethos paraguayo. El valle y la loma (1966) fue toda una revolución. El análisis de "la comunicación social en ciertas áreas rurales, buscando interpretar ciertas pautas culturales que acusan considerable continuidad", le permitió al autor develar, por primera vez, elementos esenciales de la cosmovisión del hombre paraguayo, no ya dentro de una globalización homogeneizada y estática, sino dentro de una dinámica diferenciada de acuerdo a su hábitat, sea este de la loma o el valle, que a su vez condicionaban su forma de producción, circulación y consumo, y visto desde un proceso de movimientos de cambio de las comunidades valle-loma, que, sin embargo, mantenían parámetros esenciales en la complejidad de esos cambios. El comportamiento de los habitantes de la loma y del valle diferían no solo en la concepción de la vida, sino en la propia inserción en sus medios y formas de comunicación.

            Un tiempo después completó este trabajo con un estudio sobre el hombre de la selva, que incluye este volumen. Este estudio es otra contribución inédita en la lectura del comportamiento, del hombre paraguayo, adecuado a otras circunstancias totalmente diferentes a la de la Región Oriental tradicional. Aquí se trata del cielo cultural de la explotación de la yerba y de la madera en las selvas vírgenes de la época. Nunca hasta ese momento -y creo que hasta ahora- se ha realizado un escudriño de tal naturaleza, que abarca desde el tiempo de la Colonia, pasando por lo de Francia y los López, donde emergería la época de las economías familiares y del progreso de ciudades como Santaní, que era como el centro de toda la región. La instalación de las grandes empresas transnacionales, como La Industrial Paraguaya, desestructuró toda la  economía anterior, pasando a constituirse en los famosos enclaves yerbateros y madereros, de tan triste historia, hasta que se agota la yerba virgen y se empiezan a liquidar las tierras vacías de bosques y yerbales.

            Domínguez ha orientado sus investigaciones de campo como "lugar" sociológico de relevancia en la perspectiva lingüística y en el comportamiento de los actores sociales. La densidad de su trabajo estás avalado por un serio trabajo metodológico, desde una perspectiva teórica conceptual, realizando un trabajo de campo concienzudo, cuantitativo y cualitativo, y no teorizando sobre el vacío. Estas cualidades de su estudio lo diferencian absolutamente de la vieja tradición investigativa social paraguaya. Este es el gran mérito de Ramiro Domínguez y el de su mayor gloria, el ser el iniciador de una sociología científica, que vendría un tiempo después.

Publicado en el Correo Semanal del diario ÚLTIMA HORA

En fecha Sábado, 8 de Junio del 2013

 

 

 

 

 

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